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martes, 28 de marzo de 2017

El civilismo 1890-1897: La libertad política.



En este periodo se logran dos grandes conquistas: las garantías civiles y la igualdad electoral. El periodo civil se impuso con cierta facilidad, iniciado durante el período del Gral. Máximo Tajes y con un espíritu amplio y tolerante del nuevo presidente Dr. Julio Herrera y Obes. En lo referente al sistema de búsqueda de la equidad electoral que significaba la igualdad política costó mucho más. Se necesitó una revolución y el asesinato de un presidente en ejercicio para lograrla.
El 1 de marzo de 1890 fue electo Julio Herrera y Obes, con una actividad política muy profunda desde tiempo antes. Era Principista y opositor al latorrismo, fue uno de los desterrados en la barca Puig. Su visión política desde la presidencia era absolutamente partidista, aunque en el gabinete dio participación a un Constitucionalista como Blas de Pena y a Carlos Berro nacionalista. Solo dio tres jefaturas  a los nacionalistas que quedaron muy desconformes debido a lo acordado de palabra en la paz de 1872.


Dentro del Partido Colorado tuvo una gran oposición desde el sector popular liderada por José Batlle y Ordóñez que desde su periódico “El Día” lo atacaba permanentemente. En realidad el Presidente Julio Herrera y Obes quería imponer una forma de participación política selectiva, convencido de que el pueblo no tenía aun aptitudes de elector. La influencia del gobierno en los comicios era para Herrera y Obes fundamental. En su mensaje del 15 de febrero de 1893 y la ley de elecciones expuso su teoría de la influencia directriz:
“Es indudable que el gobierno  tiene y tendrá siempre, y es necesario y conveniente que la tenga una poderosa y legítima influencia de los candidatos del partido gobernante, y entonces de lo que puede acusársele es del bueno o mal uso que haga de esa influencia directriz, pero no de que la ejerza, y mucho menos podrá decirse racionalmente que el ejercicio de esa facultad importa el despojo del derecho electoral de los ciudadanos”
En lo referente a la ley de reforma electoral no le dio participación a la oposición que a su vez le pedía cada vez más participación y representación de las minorías, como condición de la paz social y política. En 1892 envía un proyecto de ley de Registro Cívico Permanente del cual dos puntos originaron airados debates: 1) la prohibición de vota a los guardias civiles y 2) la conformación y las atribuciones de las Juntas electorales.
El gobierno de Herrera y Obes fue difícil, era un momento de crisis económica con las perturbaciones de la caída del Banco Nacional y se le debe sumar sequías, plaga de langostas y epidemias sanitarias. Sin embargo más allá de las críticas el gobierno alcanzó varios aspectos importantes: Régimen de garantías civiles, respecto a los derechos individuales, amplia libertad de prensa e integrando en el gobierno a varios críticos de su gestión como Manuel Herrera y Espinosa, Francisco Bauzá y Carlos María Ramírez. Su relación con la opinión pública fue difícil.
Al finalizar su mandato su grupo partidario manifestó no aceptar ningún candidato que un fuera de la “ colectividad”. Esta postura complicó la situación política, por más de 20 días ninguno de los candidatos presidenciales lograba las mayorías necesarias. El ejército que pudo sacar partido de esta situación de inestabilidad esperó estoicamente que se elegiera el nuevo presidente para rendirle honores, este fue uno de los mayores éxitos de la administración de Julio Herrera y Obes, imponer el principio de que el Poder Político está por encima de la fuerza.
Finalmente fue electo Juan Idiarte Borda. Integrante del Colectivismo, pero no era un gran político ni un estadista de vuelo. En nuestro país ocurría que un gobierno bien intencionado, recto, electoral pero incapaz de comprender los nuevas visiones políticas y sociales que se estaban dando. Era un momento en que los partidos políticos habían alcanzado un gran empuje y organización lo que determinada que la participación social masiva fuese un hecho.
El Partido Nacional en pleno estaba decidió a romper el exclusivismo del oficialismo que en realida lo mantenía en un proceso de abstención casi permanente. En abril de 1896 el Partido Nacional proclamó  la abstención. Y en un manifiesto sostuvo:
“ El Presidente anterior declaraba que debía existir y que era necesario que existiese, la influencia directriz oficial. El presidente actual, lejos de reaccionar contra semejantes prácticas demuestra por el contrario sus tendencias a permanecer dentro del atentado y de abuso, y sin ninguna de las consideraciones de reparo, de vergüenza y de decoro propio…”
En aquél momento la abstención significaba la revolución. El 2 de setiembre de 1896, se constituyó  en Buenos Aires la Junta de Guerra del Partido Nacional, las elecciones de 1896 fueron de gran apatía. No votaron ni un fuerte sector del Partido Nacional, ni el sector popular liderado por José Batlle y Ordóñez del Partido Colorado.
El 30 de enero de 1897 frente a la inminente revolución blanca la oposición colorada reunida en el Teatro Cibils luego de varios oradores José Batlle y Ordóñez condenó a la revolución y al gobierno de Borda y sostuvo:
“Dice el Partido Blanco que viene a restablecer las garantías individuales y las libertades públicas…pero no le creamos! Viene ante todo a derrocar al Partido Colorado! Y en ese ataque, que un seños Idiarte Borda en su vanidad delirante, cree que va dirigido contra su persona, y pretende repelerlo con el concurso de sus amigos particulares solamente, ese ataque es uno de los más formidables que se han preparado contra nuestro partido-y si se produce- tendremos que repelerlo nosotros mismos con nuestros propios brazos, bajo las ordenes de nuestros mejores Jefes”


En marzo de 1897 estalló la revolución dirigida por un militar de escuela Diego Lamas y por un prestigioso caudillo Aparicio Saravia. La Revolución era popular y el 17 de marzo Diego Lamas obtuvo la victoria de Tres Arboles.  Aparicio Saravia aparece en escena en esta Revolución, había nacido en el 16 de agosto de 1856 en Cerro Largo, criado y educado en el campo. Su padre Ciriaco Saravia tenia bienes de fortuna y lo envía a estudiar a Montevideo, se escapa y vuelve al medio rural, participa con su hermano Gumersindo en la revolución federal de Río Grande de 1893. No escucho la órdenes del Honorable Directorio del Partido Nacional y se levantó en armas con Borda en noviembre de 1896, luego en 1897 participa en la revolución. Luego de la victoria de Tres Arboles  son derrotado por el ejército nacional al mando de Justino Muniz, caudillo rival de Saravia. El 16 de julio de 1897 se pactó en Aceguá una tregua de 20 días y se concreta una paz bajo las siguientes condiciones: El ejército renunciaría a la lucha armada. El cuerpo legislativo contrae el compromiso de elegir Presidente de la República a José Pedro Ramirez y se darían jefaturas políticas al Partido Nacional en los siguientes departamentos:  San José, Florida, Minas, Flores, Rocha, Treinta y Tres, Cerro Largo y Artigas.
Las gestiones fracasaron el 25 de Agosto el gobierno solo estaba dispuesto a conceder cuatro jefaturas  y comienzan desde la prensa ataque contra el gobierno de Borda. Esa tarde Idiarte Borda que acababa de asistir al Te Deum celebrado en la catedral, es asesinado por  Avelino Arredondo mediante un disparo de pistola.



“En un nuevo aniversario de la Declaratoria de la Independencia. Idiarte Borda asistiió pasado el mediodía a un tedéum en la Iglesia Matriz, cuyo oficio será impartido por el arzobispo Mariano Soler. La actividades de ese día para el primer mandatario incluirán el traslado de la iglesia hasta la Casa de Gobierno, bajo salva de cohetes y los acordes del Himno Nacional, para luego ver desfilar el ejército por la Plaza Independencia desde los balcones de la sede presidencial. Luego, se serviría un lunch para el cuerpo diplomático y por la noche habría una función de gala en el Teatro Solis.
Pero no pudo ser. Al retirarse de la Catedral, la comitiva de Idiarte Borda empezó su recorrido a pie hasta la Casa de Gobierno. Al llegar frente al Club Uruguay, un joven veinteañero, de nombre Avelino Arredondo, estudiante universitario, según unos medios de prensa, y empleado de comercio, afirmado por algunos historiadores, se abrió camino a través de la fila de soldados escalonados en la calle Sarandí frente a la Plaza Constitución, y le disparó un balazo a quemarropa, que le interesó la aorta. A su lado se encontraba el arzobispo Mariano Soler, que lo acompañaba dentro de la comitiva, y le dio al Presidente la absolución. Arredondo fue detenido en el mismo lugar del crimen y posteriormente declaró a la Policía que su plan tenía una semana de preparación, aunque lo venía madurando desde hacía meses, que no contaba con cómplices y que había matado al Presidente por considerarlo culpable de la situación de guerra que vivía el país. “ (http://www.lr21.com.uy/politica/53865-un-crimen-politico-a-fines-del-siglo-xix)
Ver:
Pivel Devoto, J. Ranieri de Pivel Devoto,A. Historia de la República Oriental del Uruguay.


lunes, 13 de marzo de 2017

La Modernización: del militarismo-civilismo al primer batllismo. por Jaime Yaffé



Política y economía en la modernización: Uruguay 1876-1933
Jaime Yaffe (Universidad de la República, Uruguay)


Introducción
En Uruguay el proceso de modernización transcurrió en dos fases sucesivas: la primera en el último cuarto del siglo XIX (períodos “militarista” y “civilista” entre 1876 y 1903) y la segunda en las tres primeras décadas del siglo XX (período “batllista” entre 1903 y 1933).
En ambas fases se produjeron dos procesos simultáneos: la modernización económico social y la modernización política. Mientras que se confirmó, aunque renovado, el modelo ganadero exportador, el sistema político en su conjunto experimentó importantes transformaciones. Entre estas últimas figura la modernización del Estado. Este consolidó su capacidad coactiva y expandió tempranamente sus atribuciones económicas y sociales.
Esta ponencia observa las vinculaciones entre el proceso de modernización económico social y la modernización política en Uruguay, intentando identificar una pauta de relación entre ambos fenómenos que pueda utilizarse como eje de comparación con otras experiencias de modernización.
En tanto el centro de interés se ubica en la modernización del estado uruguayo y su relación con las dimensiones económicas y sociales, es casi inevitable que, al buscar los orígenes desde los cuales iniciar el seguimiento de ese fenómeno, la mirada se dirija en primera instancia, hacia la época del “primer batllismo” (1903-1916). Sin embargo, si bien cierto es que ese momento es efectivamente de lanzamiento e implantación de las bases del estado social y empresario en Uruguay, el primer batllismo no debe ser visto como un clavel del aire, que se posó en el sistema político y en la sociedad uruguayas sin tener raíces en esos terrenos. Por el contrario este momento de eclosión reconoce un proceso de germinación previa, el estado batllista, estado social y empresario entre otras cosas, es ruptura en tanto salto cualitativo del modelo de estado y de relaciones estado-economía-sociedad, pero es también continuidad, en la medida en que viene a apoyarse en procesos ya desatados en la última década del siglo XIX..
El momento batllista de modernización del Uruguay, una de cuyas facetas principales fue el desarrollo de un Estado social y empresario, tiene entonces fundamentos decimonónicos.
 El batllismo del siglo XX constituyó una segunda fase modernizadora precedida de una primera ocurrida en el último cuarto del siglo XIX.. En este sentido, la primera y la segunda modernización pueden considerarse dos fases sucesivas y vinculadas de un mismo proceso. Sin embargo, las claves políticas y económico-sociales son diferentes en cada uno de los dos momentos. También difieren ambos momentos de la modernización en la pauta de relación entre sus facetas económico-social y política.

A continuación expongo algunos rasgos definitorios de la política y la economía del Uruguay premoderno. Luego me detengo en el registro de las claves económicas y políticas de las dos fases de la modernización de aquel Uruguay tradicional. Finalmente, en las conclusiones, se resumen los elementos centrales de ambas fases y se comparan prestando atención preferente a las relaciones política-economía.

El Uruguay comercial, pastoril y caudillesco:
estado débil pero preeminente y economía tradicional (1830-1875)
El establecimiento formal del estado uruguayo data de 1828-30 con la instalación de un gobierno provisorio primero y la puesta en marcha de la Constitución que le dio forma definitiva dos años más tarde. Pero no fue sino hasta el último cuarto del siglo XIX que el Estado pudo consolidarse efectivamente como cuerpo institucional capaz de imponer su autoridad en todo el territorio nacional en base a un cierto monopolio de la violencia física.
Mientras tanto el estado fue débil política y financieramente..
Sin un sistema de impuestos nacional el estado estuvo sujeto al único e insuficiente ingreso de las aduanas del puerto de Montevideo. Carecía de un ejército nacional con superioridad de recursos materiales y humanos que le hiciese capaz de imponer autoridad por sobre los ejércitos caudillistas en todo el territorio nacional. No disponía de un aparato administrativo ajustado a criterios de racionalidad y organización burocrática. Por último, gobernaba sobre un territorio cuyos límites estaban indefinidos y cuya escasa población configuraba un gran vacío demográfico. En resumen: carecía de todos los atributos y buena parte de los recursos de un estado moderno. Recién hacia el último cuarto del siglo XIX los adquiriría Paradójicamente ese estado débil resultaba de cualquier forma relativamente preeminente. El estado uruguayo vino a implantarse en una sociedad que mostraba ya desde sus orígenes coloniales ciertos rasgos de debilidad, o más bien de ausencia, de sectores capaces de constituirse en hegemónicos. Uruguay no conoció la constelación tríptica y típica del estado oligárquico latinoamericano apoyado en la alianza social y política conformada por la iglesia, la clase terrateniente y el ejército. Esto se debió en buena medida a la debilidad relativa que en nuestro caso afectó, desde la época colonial, a estos tres factores de poder (Real de Azúa 1984; Barrán 1998). En definitiva, en estas tierras, la autoridad estatal, primero española, luego independiente, fue la única capaz de constituirse en fuerza organizada con peso suficiente para imponerse al resto de la sociedad. De allí que el Estado fuera desde entonces y a pesar de su precariedad e inconsistencia institucional, fuerza preeminente sobre este territorio, en el marco de una sociedad civil genéticamente débil.
La estructura económico-social heredada de la época colonial no sufrió alteraciones significativas a la largo de las cinco primeras décadas de vida independiente. La economía tradicional estaba caracterizada por el absoluto predominio de la ganadería vacuna extensiva y de la actividad comercial centrada en el puerto de Montevideo. La propiedad de la tierra fue  difusa (por la superposición de títulos de diverso origen y la generalizada apropiación ilegal de tierras fiscales) y permaneció indefinida hasta el período militarista. Este fue el origen de una conflictividad social permanente entre propietarios, entre propietarios y hacendados sin títulos (ocupantes o simples poseedores); y entre propietarios y/o ocupantes y el Estado. La fuerza de trabajo no poseedora de tierras (ya fuese en propiedad o simple posesión) se vinculaba a las unidades de producción ganadera (estancias) en formas fuertemente personalizadas y paternalistas. El principal producto de la ganadería basada en la pradera natural y el vacuno criollo era el cuero con destino a la exportación hacia Europa. El resto del animal era aprovechado en forma marginal y limitada. Los saladeros generaban una reducida demanda de carne destinada a los mercado esclavistas (Brasil y Cuba). En la década del 60 del siglo XIX se produjo una primera transformación de la ganadería tradicional: la incorporación de la producción ovina introdujo algunas
modificaciones modernizantes en las formas de trabajo y agregó un nuevo producto, que en pocas décadas desplazaría al cuero a un segundo lugar, en la limitada oferta exportadora del país.
La actividad comercial constituyó el segundo eje de la economía tradicional tenía en el
comercio de tránsito regional su punto fuerte: Montevideo fue hasta fines del siglo XIX un centro privilegiado para el comercio de toda la región platense dando lugar al surgimiento de una próspera pero inestable burguesía mercantil jaqueada a menudo por las frecuentes guerras y revoluciones que desconectaban a Montevideo del resto del territorio (los repetidos “sitios” terrestres a la ciudad) y por momentos la aislaban de las rutas del comercio internacional (los menos frecuentes “bloqueos”
navales del puerto). Esa burguesía mercantil no se constituyó como un agente social totalmente separado de la clase terrateniente latifundista sino que en repetidas ocasiones se produjo, una concentración de ambas actividades económicas en las mismas figuras o familias. El alto comercio montevideano daría también origen a los primeras bancos del país institucionalizando parcialmente la actividad financiera en la que de igual forma siguieron teniendo un protagonismo destacado los prestamistas particulares que especulaban con la deuda pública de un Estado crónicamente desfinanciado.
Con esa estructura económico y social característica del “Uruguay comercial, pastoril y caudillesco” (Alonso - Sala 1986 y 1990), heredada en lo esencial de la colonia, conviviría el débil Estado creado en 1828. El Estado oriental, que desde 1830 se denominaría “uruguayo”, se instauraba luego de una persistente tormenta revolucionaria que arreció sobre y en la sociedad oriental entre 1811 y 1828 sin que su resultado fuese una transformación de esa estructura. Durante el período revolucionario, salvo por escasos y efímeros momentos, se vivió una situación de constante dualidad
de poderes de diverso signo toda vez que el poder del Estado, ya fuera español, porteño, oriental, portugués o brasileño (que por todas esas manos diferentes y enfrentadas pasó el estado oriental a lo largo de esos 18 años), debió enfrentar la amenaza de un poder revolucionario que desde adentro o desde el exterior reclamaba el monopolio de la fuerza dentro de los límites por demás difusos y confusos de la “Banda Oriental”.
El Estado independiente instalado en 1828 viviría hasta por lo menos 1876 en una paradójica situación de debilidad y centralidad. En medio y a pesar de una persistente escasez de recursos financieros y medios administrativos, aquel Estado era la única fuerza capaz de imponer alguna autoridad, el único centro de decisión para una sociedad en proceso de estructuración y siempre asediada por la violencia política a que la (se) sometía el permanente recurso a la revuelta armada y subsiguientes guerras civiles en la que ningún sector se mostraba capaz de constituirse en hegemónico.
A partir de 1876 es posible identificar tres momentos históricos sucesivos a lo largo de los que se producirá el proceso de fortalecimiento de la autoridad estatal sobre todo el territorio nacional primero y de ampliación de su espacio de incidencia luego.

La historiografía nacional ha aportado suficiente luz sobre nuestro proceso histórico en general y sobre la evolución del estado en particular como para afirmar con un grado relevante de seguridad que estas fases de consolidación y desarrollo del estado uruguayo pueden condensarse en: el militarismo (1876-1886), el civilismo (1886-1903) y el primer batllismo (1903-1910)

La primera modernización (1876-1903):
estado oligárquico y modelo ganadero exportador

En su faceta económico social la primera modernización estuvo centrada en el
medio rural y su resultado no fue una transformación sino la confirmación, aunque renovadora, del modelo agroexportador con base en el predominio de la ganadería latifundista y extensiva. El Código Rural sancionado en 1876 y reformado en 1879 estableció constituyó el marco jurídico de un nuevo orden rural. La modernización rural operada en el período militarista (1876-1886) consistió en la definitiva afirmación de la propiedad privada de la tierra mediante el estímulo y la casi imposición (medianería forzada) del alambramiento de las unidades productivas y la regularización y registro de los títulos de propiedad sobre la tierra así como las marcas y señales sobre el ganado.
Consecuentemente se puso fin a la precariedad de un mercado de tierras que hasta entonces había coexistido con la volatilidad y relativa indefinición de la propiedad de la tierra y los ganados que en ella pastaban.
Al mismo tiempo, el alambramiento de las estancias “liberó” mano de obra al separar del factor tierra a gran número de hacendados sin títulos que hasta entonces habían permanecido como simples poseedores y ocupantes de tierras. Complementariamente el Estado desarrolló una fuerte de coacción (creación de las policías rurales) sobre las formas de sobrevivencia alternativas a la contratación laboral de los desposeídos de la tierra reprimiendo la vagancia y el abigeato. Sin embargo esto no condujo a la completa creación de un mercado de trabajo. Ello se debió a que, por un lado, la demanda de trabajo rural asalariado, dadas las condiciones propias de la ganadería extensiva, se mantuvo en niveles bajos salvo variaciones estacionales. Y, por otro lado la economía urbana, con una más que incipiente manufactura preindustrial, tampoco generaría una demanda de trabajo que pudiere canalizar la disponibilidad de mano de obra generada por el alambramiento. Por otra parte la inmigración europea abundante en las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX satisfacería preferentemente la demanda de trabajo urbana.

Esta incompleta formación de un mercado de trabajo a escala nacional explica a su vez la incompleta formación del mercado interno. Si bien en el último cuarto del siglo XIX comienza a delinearse la integración espacial del territorio uruguayo a través de la expansión del tendido de líneas de ferrocarril, las limitaciones al desarrollo del consumo derivadas de la precaria vinculación de una parte de la población rural al mercado de trabajo así como la importancia del autoconsumo, limitarían seriamente la constitución de un mercado interno de bienes a escala nacional. Por último, tampoco el mercado de capitales tendría una dimensión nacional en este período. El desarrollo de un sistema bancario a partir de mediados del siglo XIX se limitó a la capital Montevideo y se asoció fuertemente a la actividad comercial y a la especulación con deuda pública. Ni la escala nacional ni la vinculación con la producción se reconocen en el sector bancario nacido durante la primera modernización.

En su faceta política la modernización operada durante el período militarista tuvo en el fortalecimiento del estado su elemento central. El estado uruguayo logró centralizar el poder político al tiempo que se institucionalizó. Alcanzó el (casi) monopolio de la fuerza física, logrando por primera vez desde su instalación formal en 1830, centralizar e imponer su autoridad sobre todo el territorio nacional estableciendo el orden interno a partir de la modernización de su aparato militar y de la instalación y aprovechamiento de una infraestructura mínima de transportes y comunicaciones, al tiempo que se modernizaba y racionalizaba, en ciertos casos se montaba por primera vez, su aparato administrativo y se sancionaba un ordenamiento jurídico nacional. Con el militarismo, el estado desarrolla una fuerza y presencia propias que refuerzan el lugar ya preeminente que ocupaba aún en tiempos convulsionados. Más allá de esta consolidación del poder etático, se insinúan ya algunos anticipos de avance del estado en el área económica y social. Téngase presente al respecto que la primera ley proteccionista que conoció el Uruguay independiente data de 1876 y que la creación del sistema público de enseñanza primaria obligatoria y gratuita data de 1879.
Con los gobiernos civilistas que ocupan el último tramo del siglo XIX aquella tendencia expansiva hacia funciones de tipo secundaria ya insinuada bajo el militarismo se amplía y asume una notoriedad que habilita a considerar este período como el antecedente más firme de la fase batllista del desarrollo del estado uruguayo en sus dimensiones sociales y económicas
 La crisis económica de 1890 estimuló la reflexión acerca de la condición dependiente y precaria de la estructura económica nacional, dando lugar a un conjunto de diagnósticos y proyecciones que navegaron en un clima general de conciencia a nivel del mundo intelectual y del elenco gobernante acerca del necesario protagonismo del estado como elemento central en cualquier plan de superación de la crisis y de desarrollo económico de largo aliento. El hecho es que además de este clima intelectual esta idea se concretó en diversas iniciativas que terminaron en la asunción por parte del estado de un conjunto de actividades económicas: la construcción y administración del puerto montevideano, la generación y distribución de energía eléctrica en la capital, la fundación del Banco de la República, entre otras
iniciativas. El resultado es que el siglo terminaba con un Estado uruguayo que ya se desempeñaba como agente económico en ciertas áreas claves de la aún precaria estructura económica nacional: finanzas y crédito, comercio, generación de energía; un estado que tenía también desarrolladas una política universal para el nivel primario con dos décadas de acumulación y crecimiento.

La primera modernización política, la del siglo XIX, se redujo al Estado.
La segunda modernización (1903-1933): reformismo económico-social y democratización política.

El batllismo, al hacerse cargo de la conducción de aquel estado en los primeros años del siglo XX, vino a profundizar un proceso de expansión que estaba en curso. Hacia 1903 el estado uruguayo ya era un estado intervencionista. El proceso de construcción del estado empresario y del estado social ya se había iniciado algo más que tímidamente en el último cuarto
del siglo XIX. Los equipos gobernantes que habían llevado adelante la conducción del país durante el último tramo del siglo XIX evidenciaron en su obra una ruptura pragmática con el liberalismo económico. En verdad, aún cuando ideológicamente se tratara de liberales puros al
viejo estilo clásico, la experiencia de la crisis de 1890 había provocado tal conciencia de la necesidad de un estado económica y socialmente activo que el estatismo práctico que llevaron adelante contrasta con el discurso liberal predominante. Tal contradicción no escapaba a los
gobernantes que la encarnaban, su evidencia estimuló la elaboración de una justificación: si bien el liberalismo es el modelo teóricamente correcto, la realidad de un país altamente dependiente de los vaivenes del mercado internacional, lleva a la necesidad de tomar medidas de corte estatista como mecanismo defensivo, amortiguador frente a los avatares de la incierta coyuntura internacional.
¿Cuál fue entonces el lugar y el rol de ese primer batllismo (1903-1916) que el sentido común delos uruguayos, estimulado por la enseñanza escolar y liceal, tiende persistentemente a identificar como un momento casi rupturista y a la vez fundacional del Uruguay moderno y del estado empresario y social? Con él, la expansión del estado encontró un momento de culminación en el proceso que venimos describiendo. El estado intervencionista en lo económico y lo social no germinó con José Batlle pero sí se afirmó y expandió bajo sus gobiernos.
 El aporte específico de este primer batllismo fue el de agregar a ese intervencionismo ya existente una orientación preferencial hacia lo que podríamos identificar como los sectores populares urbanos de aquel Uruguay de principios de siglo, más específicamente con la fuerza laboral urbana. Con el batllismo no nació el estado intervencionista sino el “estado deliberadamente interventor y popular” (Barrán – Nahum 1984)

Este primer batllismo impulsó una amplia política de industrialización, nacionalizaciones y estatizaciones que hicieron del estado un agente económico de primer orden para las dimensiones de la estructura económica del país. Al mismo tiempo la apuesta a la diversificación productiva como vía para romper el predominio ganadero se concretó en el impulso del desarrollo agrícola y la industrialización. Mientras que el primero fracasó, la
segunda se concretó parcialmente. Salvo el caso de la industria frigorífica, que se instaló y desarrolló a partir de 1905, se trataba de una industria cuya modalidad predominante era el pequeño taller manufacturero con baja dotación de trabajadores y escasa incorporación tecnológica. La política de nacionalizaciones y estatizaciones se desarrolló con particular ímpetu entre 1911 y 1915 operándose un gran crecimiento del sector público de la economía.
La modernización económica operada bajo el primer batllismo estuvo centrada en ladinamización de la economía urbana industrial y en el crecimiento de las empresas públicas aunque, al fracasar en sus planes de reforma rural y fiscal, no alcanzó a trastocar las bases del modelo agroexportador heredado del siglo XIX . Allí están las bases del creciente peso social y político de los sectores populares y medios urbanos. La clase obrera manufacturera y el
funcionariado público se expandieron al son del incipiente crecimiento de la industria manufacturera y del desarrollo del aparato del estado.
En el plano social el estado conducido por el batllismo desarrolló una amplia
legislación social y laboral al tiempo que instrumenta efectivamente un giro en la ubicación del estado frente al conflicto social en un momento de florecimiento del sindicalismo uruguayo. El estado asume un rol franca y declaradamente neutral frente a los conflictos sociales y se manifiesta abiertamente favorable a la organización colectiva de los trabajadores y a la mejora de la condición social de los mismos siempre y cuando se canalice dentro de la normativa legal
vigente. En tal sentido en el estado se despega de la connivencia represiva con las patronales y asume un rol de equidistancia práctica aunque con discurso de apoyo a los reclamos obreros. Al mismo tiempo, abundan los proyectos de legislación laboral y social que se impulsan en las
cámaras legislativas y aunque muchos de ellos quedan varados en la discusión parlamentaria y no saltean las vallas que se les presentan, igualmente es amplia la legislación sancionada en la materia.

En tanto el batllismo dio renovado impulso al intervencionismo con un fuerte tono popular, los sectores acomodados y conservadores de la sociedad uruguaya se vieron impelidos a abandonar su tradicional prescindencia política y encaran su organización y movilización. La articulación exitosa de los sectores conservadores de ambos partidos tradicionales con las organizaciones gremiales de las clases acomodadas inquietadas por el impulso batllista, lograron poner freno al mismo y obligar al batllismo a entrar en una “política de pactos y compromisos” (Nahum 1975) que en los años 20 significó un verdadero congelamiento, que no retroceso, del
impulso estatista que tuvo su punto culminante entre 1911 y 1915. La derrota electoral del batllismo en 1916 dio pie al “alto” del presidente Feliciano Viera a las reformas económicas y sociales, en principio no más que un anuncio público que se concretaría en el curso de los años siguientes dando lugar al advenimiento de una “república conservadora” (Barrán – Nahum
1987; Caetano 1991 y 1992).

Al tiempo que el “alto de Viera” de 1916 frenó el reformismo social y económico
del primer batllismo, y con él el avance del estado social y empresario de orientación deliberadamente popular, el sistema político vivió a partir de 1916 una profunda modernización de signo democratizador. La renovación política encontró su cause legal en la reforma de la Constitución de 1830 y en la revisión de la legislación electoral que se completaría en los años
siguientes.

La Segunda Constitución (1917) supuso, conjuntamente con el andamiaje legal que fue configurando el nuevo sistema electoral, una notable reformulación de las instituciones políticas uruguayas. Bajo el nuevo formato institucional el viejo orden político, hegemónico y excluyente, encontró su final y dio paso a una modernización en una clave doblemente democrática: como ampliación de la participación política y como consagración del pluralismo político. En primer lugar, la marginación política de los sectores populares fue superada
parcialmente al establecerse el sufragio universal masculino eliminándose de esa forma las exclusiones de orden social, económica y cultural5. En los años veinte el sistema político uruguayo completó su configuración electoral y la política uruguaya se electoralizó rápidamente con una participación ciudadana sostenidamente incrementada. En segundo lugar, se consagró y aseguró el pluralismo político a través del establecimiento de un sistema de garantías que
rodearon al nuevo sistema electoral (voto secreto entre otros) y a la adopción de la representación proporcional para la adjudicación de los cargos legislativos y de formas de representación (aunque no proporcionales) en el poder ejecutivo que pasó a tener una instancia colegiada. De esta forma quedó asegurando el acceso de la minoría nacionalista a los órganos de gobierno y la posibilidad cierta de desafiar el predominio colorado y alternarse en el ejercicio del gobierno y en el control del estado.

Observando en conjunto el período 1903-1933, la modernización política operada en el mismo reconoce dos fases. En la primera, correspondiente al “primer batllismo” (1903-1916) el componente central de esa renovación estuvo en la creciente expansión de los atributos y del aparato del estado. En la segunda, correspondiente a la “república conservadora” (1916-1933) el elemento central de la modernización política está en la democratización del sistema político.
Llamativamente la modernización no supuso un recambio del sistema de partidos políticos tradicionales, sino que por el contrario los viejos partidos sobrevivieron y se volvieron también partidos modernos. Paradójicamente la segunda modernización política confirmó la
“permanencia y fortalecimiento del tradicionalismo político” (Caetano – Rilla 1991), la
supervivencia remozada y tonificada de los viejos bandos blanco y colorado, transformados en partidos políticos modernizados.
Entre 1903 y 1916 el fuerte impulso reformista en materia económica y social se desarrolló en el marco de un sistema político aún excluyente y hegemónico. La modernización económica y social tuvo como correlato político un gran redimensionamiento del rol del Estado.
Las novedades políticas que se procesan a partir de 1916 constituyen una profunda modernización del sistema político uruguayo caracterizada por la ampliación de la participación política ciudadana y la institucionalización del pluralismo. Puede decirse con toda propiedad que la reformulación institucional de 1917 marcó el nacimiento de la democracia uruguaya. Al mismo tiempo entre 1916 y 1930 el batllismo se vio obligado a entrar en una política de pactos y compromisos con otras fracciones políticas de su propio partido y de fuera. El reformismo económico y social y con él la expansión del estatismo se detuvo casi completamente. El tipo de relaciones estado-economía-sociedad anudado bajo el primer batllismo se cristalizó, en tanto ni se desanda el camino ni se avanza, aunque la intención y el tono popular y hasta obrerista del intervencionismo fue relevado por el primado de la preferencia hacia los reclamos de los sectores patronales conservadores. Mientras que el sistema político se democratizó, el reformismo económico y social entró en una fase de casi congelamiento y en esta doble y paradójica realidad reside la clave de la “república conservadora” uruguaya.
El año 1930, cuando las costas uruguayas se vean visitadas por los primeros vestigios de la depresión capitalista internacional desatada por el crack neoyorkino de 1929, el que marcará el inicio de un segundo impulso reformista viabilizado políticamente por la alianza política del batllismo neto y el nacionalismo independiente (Jacob 1983). Pero este viraje político que de concretarse probablemente hubiera llevado hacia un nuevo punto las relaciones estado-economía-sociedad, se vio prontamente frenado por el golpe de estado de 1933 que lejos, una vez más, de revertir los tímidos avances estatistas de los años previos, los congeló y por lo mismo los perpetuó en sus rasgos esenciales. De esta forma la segunda modernización llegaba a su fin y el Uruguay inciaba con el “terrismo” (1933-1942) un nuevo ciclo político y económico.





Conclusión:



Como señalé en la introducción de esta ponencia y lo repetí a lo largo de la misma, la primera y la segunda modernización del Uruguay pueden considerarse dos momentos de un mismo proceso. Sin embargo, las claves políticas y económico-sociales son diferentes en cada uno de los dos momentos. Las dos fases de la modernización difieren también en la relación entre sus facetas económico-social y política.
En el aspecto económico y social, la del siglo XIX, especialmente bajo la operada bajo el “militarismo” (1876-1886), fue una modernización básicamente rural. Supuso la consolidación del modelo ganadero exportador, orientada a una más completa inserción en el circuito comercial del capitalismo desde una condición periférica. Se desarrolló sustancialmente de acuerdo a las demandas de buena parte de la oligarquía latifundista y mercantil: la afirmación de la propiedad privada de la tierra y el ganado, el disciplinamiento y represión de la peonada rural, el saneamiento financiero y monetario.
La del siglo XX, especialmente bajo el “primer batllismo” (1903-1916), estuvo centrada
en la modernización de la economía y la sociedad urbanas -fracasando en su intento de hacerlo con el medio rural-, en la apuesta parcialmente exitosa a la diversificación productiva (agrícola e industrial), así como al desarrollo de los servicios (comercio, turismo, finanzas, transportes), en la recuperación del control nacional de la economía (política de nacionalizaciones y estatizaciones).
 El batllismo no logró su objetivo de romper con el predominio del modelo ganadero exportador tradicional, pero significó una gran dinamización y modernización de otras áreas de la economía.
Mientras que la primera modernización transitó por el camino de una modernización política centralizadora, autoritaria y excluyente; la segunda desbordó el cause oligárquico de la primera y anduvo el camino de la democratización, la participación política ciudadana y –aún contra la
vocación jacobina de buena de la conducción batllista y colorada- pluralista.
La modernización política del siglo XIX supuso una tardía institucionalización y
consolidación del Estado uruguayo como agente con capacidad coercitiva efectiva, aunque aún no totalmente monopólica, sobre el territorio y la población nacional, así como la confirmación de un orden político oligárquico y excluyente . Por su parte, la del siglo XX, bajo la premisa de un poder estatal ya consolidado, estuvo pautada por un doble impulso a la vez democratizador del sistema político y redimensionador del rol del Estado en un sentido intervencionista. Se ha señalado (Panizza 1990) que allí reside una originalidad genética de la formación política uruguaya: la casi simultaneidad de los fenómenos de consolidación institucional y modernización democrática al producirse tardíamente la primera y tempranamente la segunda.
Desde otro ángulo de análisis la conducción política de la primera modernización
prescindió de los partidos políticos que se vieron desalojados del ejercicio del gobierno y del
protagonismo político. El militarismo se apoyó en el ejército, en la clase terrateniente, en la burguesía mercantil y en los inversores extranjeros: todos los que demandaban el orden político y el saneamiento de las finanzas. En la segunda modernización los partidos, que se habían reorganizado y vuelto al primer plano de la vida política con el “civilismo” (1886-1903) fueron protagonistas del proceso de modernización. Lejos de ser barridos en el curso del proceso de modernización, sobrevivieron transformándose, constituyéndose en partidos modernos. En Uruguay, el proceso de modernización confirmó, renovándolo, el tradicionalismo político y su formato bipartidista blanco y colorado. También se confirmó y consolidó el protagonismo y la centralidad de esos partidos tradicionales en la conducción del estado, en el rumbo de las políticas públicas y en la mediaciones con la sociedad civil.
El caso del Partido Colorado reviste mayor interés por ser el partido que hegemonizó la conducción del estado ininterrumpidamente durante la mayor parte del período de modernización. De su seno nació el batllismo que protagonizaría la segunda modernización. Desde la última década del siglo XIX se fue conformando y se consolidó en las primeras del siglo XX un “elenco político profesional” (Barrán – Nahum 1979-1987, T.1) que a la cabeza de un estado consolidado y en expansión operó exhibiendo un importante grado de autonomía política respecto a los sectores económicamente dominantes.
Esta profesionalización de un elenco político colorado fue una de las bases de la “autonomía relativa del Estado uruguayo” (Finch 1980). La histórica debilidad de la sociedad civil, en particular de sus clases dominantes, y la temprana y paradójica preeminencia de un estado que recién se consolidó con la primera modernización militarista dieron por resultado esa relativa autonomía estatal. Cuando hacia fines del siglo XIX se conformara un elenco político profesionalizado sin ataduras inhibitorias con los sectores económicos predominantes, se completarían los fundamentos de lo que de otra manera no podría explicarse: la irrupción de una conducción política colorada que desde el Estado predica y despliega una acción reformista orientada a la transformación del modelo económico ganadero exportador y a la incorporación política y la reparación social y económica de los sectores populares. Sin embargo, la peripecia de la modernización muestra los
límites de esa autonomía: el mismo núcleo rural y mercantil que impulsó y sostuvo la modernización militarista, logró en 1916 articular el bloque social y político que frenó el avance del reformismo propio de la modernización batllista, aunque no intentó (¿quiso?) desandar el camino ya transitado.
Por último, la relación entre modernización política y modernización económico-social en las dos fases estudiadas revela una diferencia básica desde la perspectiva de la modalidad predominante de relación estado-economía. La primera fase de la modernización, en particular bajo el militarismo, respondió básicamente a una orientación liberal: el estado se centralizó e institucionalizó, (casi) monopolizó el ejercicio legítimo de la violencia física, garantizó la propiedad privada, estableció el marco jurídico legal, montó el andamiaje administrativo nacional, desarrolló el control ideológico de la sociedad (escuela pública). La segunda estuvo pautada, en particular desde 1911, por una pujante expansión del rol del estado como orientador, regulador y participante directo del proceso económico.
Con los antecedentes y fundamentos heredados del “civilismo”, la modernización batllista supuso una notable alteración de la pauta liberal predominante en la modernización del siglo XIX. El intervencionismo se expandió bajo la modalidad estatista7: el estado montó un conjunto de empresas públicas que controlaron sectores claves de la economía nacional (transportes, crédito, seguros, construcción, electricidad, agua y gas). En 1930, al cumplir Uruguay su primer centenario como estado independiente, el sector público de la economía ocupaba un lugar y desempeñaba un rol en la estructura económica nacional notablemente diferentes respecto al que tenía al iniciarse el siglo XX.

Bibliografía
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Miguel Rojas Mix (editores) “Uruguay. Sociedad, política y cultura. De la restauración democrática a la
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Ceaetano – Pablo Mieres – José Rilla – Carlos Zubillaga “De la tradición a la crisis. Pasado y
presente de nuestro sistema de partidos”, Claeh – Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo.
cuatro pilares: educación pública, salud pública, seguridad social y vivienda. Para un seguimiento sistemático del
desarrollo de estos cuatro componentes del “estado social batllista” puede consultarse Filgueira 1994.
7 El intervencionismo no se desarrolló en este período en su faz regulatoria sino que estuvo casi exclusivamente
vinculado a la modalidad estatista de intervención directa en el proceso económico a través de la creación de
empresas estatales. Hay aquí una diferencia con otros períodos de redefinición intervencionista de las relaciones
estado-economía en la historia del Uruguay.
Filgueira, Fernando (1994): “Un estado social centenario. El crecimiento hasta el límite del estado
social batllista” en Filgueira, Carlos - Filgueira, Fernando “El largo adiós al país modelo. Políticas
sociales y pobreza en el Uruguay”, Arca, Montevideo.
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Jacob, Raúl (1983): “El Uruguay de Terra (1931-1938)”, Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo.
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Panizza, Francisco (1990): “Uruguay: batllismo y después. Pacheco, militares y tupamaros en la crisis
del Uruguay batllista”, Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo.
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Banda Oriental, Montevideo.
Real de Azúa, Carlos (1984): “Uruguay, ¿una sociedad amortiguadora?”, Ciesu-Ediciones de la
Banda Oriental, Montevideo.


domingo, 7 de agosto de 2016

La Presidencia del Dr. Julio Herrera y Obes. 1890-1894.


Julio Herrera y Obes nació el 9 de enero de 1841 hijo de Manuel Herrera y Obes y Bernabela Martínez. Nieto a su vez del Dr. Nicolás Herrera. Por parte materna era nieto del rico hacendado y comerciante Juan Francisco Martínez. Por lo tanto era uno de los hijos del patriciado nacional. Estudió la carrera de Derecho, aunque nunca se presentó a retirar su título. En 1865 fue nombrado secretario del General Flores y con él combatió en la Guerra del Paraguay. Al retornar se dedicó al periodismo, fue desterrado junto a José Pedro y Carlos María Ramírez por el presidente Lorenzo Batlle. Integró la generación principista de 1870, fue ministro de Relaciones Exteriores y en noviembre de 1872 integra las cámaras. Durante el gobierno del general Máximo Tajes integró la transición al civilismo. Como Presidente de la República fue el hombre de la “influencia directriz” y del “colectivismo”, también fue el “dandy”, el espiritualista, el último romántico, el crítico al espiritualismo y el Primer Jefe Civil del Partido Colorado. En forma paralela  la sociedad si integraba a la vida política. Los hijos de inmigrantes y los apellidos italianos entraban en escena sustituyendo lentamente al viejo patriciado. Comienza  la tensión entre los distintos grupos sociales ahora con los obreros y artesanos, la naciente clase media tomaba forma. Acá comienza el debate  entre los modernos partidos populares, el proletariado rural siguiendo a Aparicio Saravia y el urbano conducido por José Batlle y Ordóñez. La rivalidad entre Batlle y Herrera y Obes por el liderazgo comienza bajo estas circunstancias. Herrera y Obes representaba a los “galerudos” del colectivismo, Batlle a los integrantes del sector popular. El enfrentamiento con Batlle se desarrolla en etapas que culmina con el ocaso de Julio Herrera y Obes: el asesinato de Juan Idiarte Borda y su oposición al Pacto de la Cruz en 1897, el golpe de estado de 1898 que le hace perder la mayoría parlamentaria y su propia banca de senador, el posterior exilio y su propia muerte. Viejo, pobre de solemnidad, soltero pero enamorado de Elvira Reyes, se alojaba en un humilde piso alto de la vivienda del que fuera su mayordomo en tiempos mejores. El 16 de agosto de 1912 falleció. El Poder Ejecutivo, presidio por su enemigo político Batlle y Ordóñez le niega el decreto de honores oficiales votado por el Parlamento. El cadáver esperaba en el Cabildo, sede del Poder Legislativo, velado por voluntarios. Al día siguiente, la Asamblea General, debate en medio de un tumulto estimado en 50 mil personas, y levanta las objeciones y la multitud lo traslada la Panteón Nacional sobre sus hombros.
El Presidencialismo y la influencia directriz.
La presidencia de Julio Herrera y Obes tuvo un significado doble, en primer lugar fue vista como un triunfo del principismo y del patriciado, al que no pertenecían  ni Latorre ni Santos. Por otro lado el Partido Colorado se convierte en un instrumento de poder y será el “ verdadero soporte del Presidente, en una tendencia a concentración del poder” ( Reyes Abadie). En realidad aparece el presidencialismo legalista con formal observancia de la Constitución y conviene recordar la descripción de Alberto Zum Felde: “ En el centro, el Presidente, rodeado de un núcleo de doctores y personajes solemnes, gozando de altas prebendas(…) el ejército será un órgano presidencialista” El centralismo se hizo favoreciendo a Montevideo, en tanto que la campaña estaba sometida a la ley, a una administración a un Presidente que se manifestaba abiertamente hacia una concepción unitaria del Estado.  La presidencia de Julio Herrera se sostenía en el concepto de la influencia directriz que fue enunciada por él mismo en el Mensaje enviado a la Asamblea General el 15 de febrero de 1893: “ Es indudable que el gobierno tiene y tendría siempre, y es necesario y conveniente que la tenga, una poderosa y legítima influencia en la designación de los candidatos del partido gobernante y entonces del que puede acusársele es del buen o mal uso que haga de esa influencia directriz; pero mucho menos podrá decirse racionalmente que el ejercicio de esa facultad importa el despojo del derecho electoral de los ciudadanos”. Herrera tenía una concepción aristocrática del poder, este debía ser ejercido por los más cultos. El resultado de esta política fue la formación del colectivismo, un grupo cerrado y exclusivo dentro del Partido.
Batlle y Ordóñez lucha contra el fraude electoral
En noviembre de 1890, en plena crisis económica, debían realizarse elecciones legislativas. El Partido Nacional se abstiene de participar declarando grandes irregularidades en el registro cívico, en tanto era el propio Batlle el que denunciaba con más vehemencia aun  el manejo fraudulento de las elecciones. Se acusaba, por parte de Batlle, directamente a Herrera y Obes de la comisión de fraudes y en acto político realizado en 1920 recordaba: “ Herrera y Obes ordenó que se llevara a su casa el registro cívico del departamento y lo hizo reformar desde la cruz hasta la fecha agregándole inscripciones fraudulentas(…)no resultó electo un solo diputado cuya candidatura no hubiera sido del beneplácito del doctor Herrera” en tanto que ante el hecho real en Minas El Día denunciaba: “ Esta elección de Minas, en la que se ha pasado por encima de todo para llevar al senador Prudencio Ellauri, cuya significación política no va más allá de las que le dan sus vinculaciones con el presidente de la República, es un colmo de vergüenza. Manejos en intrigas electorales que han rebajado al Poder Ejecutivo hasta el nivel en que actúa un núcleo de traficantes en política” Batlle estaba en este momento  en la tarea de organizar el Partido Colorado sobre las bases de la participación popular a través de los Clubes Seccionales como expresión de las clases medias.
Obra de la administración Herrera y Obes.

En 1890 fue sancionada la ley 2096 que se convirtió en el estatuto inmigratorio del Uruguay. La gran crisis económica de 1890 opacó la aplicación de esta ley. Esta ley tendía a favorecer el desarrollo agrícola. En 1891, la Asamblea autorizó el cambio del nombre del Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública por el de Ministerio de Fomento. Se cumple un auge ferroviario alcanzando la red a 1572 km. Por lo tanto en su período se avanzó en la modernización pero fue marcado por la crisis económica.  Se firmaron tratados de navegación con Francia y Alemania. Se unificó la deuda pública transformada en deuda consolidada del Uruguay mérito de la gestión del doctor José Ellauri y Obes en Londres en 1891. Se iniciaron las obras de la construcción de la Universidad de la República y la Estación Central de los Ferrocarriles.

sábado, 28 de mayo de 2011

El Uruguay de la primera modernización.

El Uruguay de la primera modernización.
La Revolución del lanar como disparador: años clave entre 1860-1868
Apuntes de clase. Prof. Miguel J. Lagrotta.






La producción ganadera y el comercio fueron durante el siglo XIX las principales actividades económicas de nuestro país. Los productos eran el cuero y la lana, y el tasajo y también los principales rubros exportables. La ganadería tuvo dos grandes momentos que se definen por la especialización en la producción: la estancia cimarrona y la estancia-empresa cuyos modelos convivieron durante mucho tiempo.
La estancia cimarrona se desarrolló en el periodo durante el cual la explotación del ganado se hacía con el objetivo de extraer el cuero que era el producto que Europa necesitaba en pleno desarrollo de la Revolución Industrial. Los ingleses compraban los cueros para las correas utilizadas en las maquinarias industriales y todos los insumos de los ejércitos. Queda claro que la carne se consumía en el momento de la faena como alimento de los faeneros. La mayor parte del animal no se utilizaba. También se proveía de ganado a los saladeros para la producción de tasajo, primera forma industrial que tuvo la industria de la carne. Poco desarrollo tecnológico se necesitaba para este tipo de emprendimiento.
La estancia empresa se caracterizó por introducir tecnología en la producción. El alambramiento de los campos a partir de 1870 va a permitir manejar el rodeo permitiendo controlar la reproducción del ganado y mejorar la utilización del ganado. Con esta nueva tecnología el estanciero necesita importar de Inglaterra, razas finas de vacunos y alambres e instrumentos.
La introducción del ganado ovino permitió:
1)    La primera oportunidad para los productores de la apertura del mercado mundial de lanas.
2)    La oveja ideal para la producción era el Merino el cual se adaptaba muy bien al clima de la región.
3)    Las razas ovinas de carne no se van a desarrollar hasta 1890 debido a necesidades regionales de consumir este producto( Argentina)
4)    Producción: 1866 Malman y Cía. De Soriano: 60000 ovejas produciendo 62100 kilos de lana, Wendelstadt y Cía de Paysandú: 54100 ovejas produciendo 88500 kilos de lana, Drabble Hnos. de Colonia, 53800 ovejas con 94000 kilos de lana.
5)    La explotación se concentraba en los departamentos de: San José, Colonia, Soriano, Paysandú y Florida alcanzando en la suma de todos ellos el 80% del total del país en esos años.
6)    La explotación, entonces, se concentraba en el litoral y en el centro-sur del país donde predominaban inmigrantes extranjeros con un gran equilibrio en materia de tenencia de tierras.
7)    1852  795000 ovinos, 1860 creció a 2.594.000 un porcentaje muy alto para un periodo tan corto.
8)    Ovino fuera el primer elemento que modifica la estructura de producción tradicional del medio rural.
9)    En la década de 1860 cambia de mentalidad el empresariado nacional dirigiéndose hacia el capitalismo moderno.
El final de la Guerra Grande y las incertidumbres políticas produjo una crisis en la producción económica. Esta crisis afectó más al pequeño y mediano productor por la carencia de recursos para hacer frente a esta situación. La producción por legua cuadrada permite que 2000 vacunos originen 150 novillos. En tanto 15000 ovejas producen en lana 4 veces más de dinero.

Al requerir menor extensión de campo para su explotación y que su producción principal principal, la lana era un producto cotizado internacionalmente se asegura la demanda. Habitante sin capital podían hacerse de ovejas fácilmente iniciando la producción como agregados en los lindes de las estancias. Cuidaba la majada del patrón y se quedaba con algunas crias. El papel de los extranjeros fue fundamental, ingleses y franceses fue fundamental porque:
1)    Eran los exclusivos importadores de vientres.
2)    Muchos vinieron al país a desarrollar las ovejas.
3)    La oveja necesitaba cuidados para manejarlas, para su crianza, para su cruza, generando un elemento cultural que los distinguía de los estancieros y del peón rural.
4)    Conocían además la importancia de la industria textil y de la demanda de ese producto en los mercados europeos.
5)    Los elementos que asentaron la explotación ovina en nuestro país fueron: a) La crisis del bovino, b)deseo de desarrollo de la clase media rural debilitada, c) facilidad para procurarse ovinos y d) el desarrollo de la industria textil.
La demanda europea
En Europa se cambia la producción lanar por cárnica en los ovinos. La oveja brinda 20 kg de carne o 2 kg de lana. La población industrial inglesa había aumentado considerablemente y por esa causa se necesitaban grandes cantidades de alimentos. Tres zonas mundiales llaman la atención para la producción lanar: El Cabo, Río de la Plata y Australia. En 1878 Inglaterra importó 181 millones de kg de lana bruta, reexportó 93 millones quedando en el país el 48,5%. La industria utilizó el resto para sus manufacturas. Los ingleses que vinieron al país compran campos, trajeron carneros y vientres finos y criaron ovinos.
La opinión de un prestigioso integrante del sistema productivo en 1878 sostenía:
“La campaña ha entrado en caja, y solo por tener nublada la vista y tupida la inteligencia es que puede negarse esta palpable verdad. La campaña ha entrado en caja y para conocer como se reconoce el principio de autoridad, basta visitar un galpón de esquila; en él se observa un comedimiento, una puntualidad, un deseo de agradar y de cumplir cada uno con su deber, que nos eran desconocidos en otros tiempos, en que tales trabajos infundían temor y hasta dudas de tranquila y sosegada conclusión” Domingo Ordoñana, noviembre de 1878.

La Industria de la carne.
Después de la Guerra Grande la industria saladeril tuvo un fuerte impulso. Generalmente estos establecimientos, los saladeros, se ubicaron cerca de los ríos para bajar los costos de transporte y comunicaciones, además proveer el agua para otros usos de la producción de carne salada(tasajo). El saladero más importante era el de Samuel Lafone, llamado “La Teja” que llegó a procesar 1200 animales diarios. En 1870 en Montevideo había nueve saladeros que daban trabajo a 2500 personas. En tanto que en el resto del país se llega a la suma 20 establecimientos con 6600 personas trabajando. Los principales mercados eran Cuba y Brasil y el producto se utilizaba para alimentar a los esclavos. A partir de 1861 se comienza a producir carne cocida y enlatada siendo el principal emprendimiento la Liebig´s Extract of Meat Company en Fray Bentos y en Trinidad la Extractum Carnis de la Trinidad. Sus principales destinos eran los ejércitos europeos que llevaban adelante el imperialismo en Africa y en Asia.











Adjunto una ampliación de la industria del saladero realizada por Rodrigo Morales Bartaburo en 2010: rodrigomoralesbartaburu.blogspot.com.
Del saladero nacional al frigorífico extranjero 



NACIMIENTO Y EVOLUCIÓN DEL SALADERO

Salar carne vacuna para su conservación era una práctica extendida en la región del Río de la Plata. Sin embargo el uso estaba casi restringido al ámbito privado y a pequeñas cantidades, dada la profusión de ganado que presentaban estas tierras y por lo tanto a la facilidad de acceder a la carne en estado fresco.
Cuatro hechos contribuyeron para que a partir del último cuarto del siglo XVIII el tasajo se convirtiera en un producto de exportación intensivo, creándose una industria a partir de su elaboración.
1) El reglamento de libre comercio y aranceles dictado en 1778 por Carlos III autorizando el comercio intercolonial.
2) La existencia de colonias españolas con economías basadas en explotaciones agrícola-industriales demandantes de importante cantidad de mano de obra esclava, caso de la caña de azúcar en las Antillas Mayores, Cuba y en menor medida Puerto Rico, y en la isla La Española (hoy República Dominicana y Haití).
3) El crecimiento de la producción cafetera y azucarera en el noreste de Brasil con un sistema de explotación similar al cubano.
4) Una Banda Oriental con hacienda vacuna abundante y barata, clima templado que favorecía el proceso de conservación de la carne y amplia disponibilidad de puertos naturales apropiados para el embarque del tasajo.
Estas razones motivaron la instalación de los primeros saladeros en suelo oriental, pero como veremos enseguida, aún faltará mucho para denominarla industria.


LAS PRIMERAS SALAZONES

En los comienzos no existían establecimientos saladeriles propiamente dichos pues no había corrales para el encierro de los animales, playa de matanza para el sacrificio de los mismos, ni galpones cubiertos para manipular la carne y estacionar el tasajo. Todo se hacía a campo abierto, de manera rudimentaria y primitiva, en lugares donde la abundancia de hacienda y vías de transporte facilitaban la obtención de la materia prima y el traslado de los productos emanados de la faena. No se llevaba el vacuno al lugar físico donde funcionaba el saladero sino que, por el contrario, éste se transportaba e iba en busca de la hacienda, adecuando su accionar a la geografía del lugar.
Virtualmente el ganado se cazaba. Para lograrlo se empleaba el sistema llamado “manguera”, consistente en perseguirlo hasta encajonarlo en la horqueta formada por la desembocadura de dos ríos o arroyos. Allí intervenían los desjarretadores, jinetes hábiles que pasando a galope junto a la res, con un instrumento cortante en forma de media luna que pendía de un lanza de aproximadamente 2 metros de largo -por lo general una caña de tacuara-, cortaban el garrón de la pata más distante volteando el animal hacia el otro lado. Detrás venían los matadores, que desnucaban al animal caído con un pequeño cuchillo, y de inmediato los desolladores, que extraían el cuero y las carnes más aptas para la salazón, mantas y postas, mientras otros separaban el sebo y la grasa. Luego todo era trasladado al campamento, lugar en el cual los cueros eran estaqueados, la grasa derretida en grandes ollas y la carne salada en improvisadas tinas de salmuera. En el campo quedaban huesos con partes de carne, entrañas, cabeza y el resto del animal. Era el “desperdicio”, del que se alimentaban las fieras y las cada vez más numerosas jaurías de perros cimarrones.
Este sistema de trabajo ha hecho que en muchas partes del país perduren en los nombres de arroyos como Pando, Pavón, Garzón, Rocha, Cufré y tantos otros más, el recuerdo de los dueños de faenas importantes de la época.
Así fue desarrollándose ese eufemismo denominado industria saladeril, en realidad una vaquería que aprovechaba parte de la carne, salándola.


LOS SALADEROS FORMALES (1781-1840)

Aunque por el año 1755 se formalizaron algunas de las explotaciones existentes, preludio de una nueva etapa en la vida de esta actividad, el primer saladero propiamente dicho que se estableció en el país con el fin de procesar carnes para la exportación fue fundado recién en 1781 por el porteño Francisco Medina en su estancia del arroyo Colla, situada en la cercanía de la actual ciudad de Rosario, departamento de Colonia. Le siguió en 1783 el de Francisco Maciel, ubicado en Montevideo, junto al arroyo Miguelete.
El primer embarque experimental de tasajo con destino a La Habana (Cuba), consistente en 4.870 quilos de producto, fue realizado en 1784 desde Montevideo por el comerciante catalán Juan Ros en el velero español Los Tres Reyes. La experiencia resultó positiva y en un segundo viaje se despacharon 147.000 quilos.
Para el período 1785-1793, se mencionan como cargados desde la Banda Oriental para la isla de Cuba un total de 6.379.000 quilos de tasajo en 46 buques diferentes.(4)
Lo inservible, modo como se denominaba hasta entonces en las vaquerías a la carne, comenzó a tomar valor.
A partir de la invasión inglesa (1807), los sucesivos acarreos y consumos realizados por los revolucionarios de la lucha por la independencia y las sustracciones practicadas por los diversos ejércitos de ocupación afectaron el stock ganadero oriental, haciendo mermar -casi hasta desaparecer- la actividad tasajera por carencia de materia prima y puertos de exportación. Lograda la “independencia” en 1828, la inestabilidad política y los conatos de guerra civil no generaron el clima propicio para nuevos emprendimientos saladeriles, los que recién comenzarán a concretarse hacia 1840.


LA INESTABILIDAD (1840-1852)

Varios de los establecimientos creados a partir de 1840 presentan marcadas diferencias de infraestructura, funcionamiento y condiciones de higiene respecto a los del período anterior.
En la medida en que la tarea del saladero comenzó a perder algo de ese aire a yerra y estancia que hasta entonces había predominado en su interior, la fisonomía de los nuevos establecimientos se asemejó al de una industria. Aunque no todos, algunos ahora contaban con corrales para la recepción de la hacienda, playa de faena con piso impermeable, torno para el arrastre del animal faenado y galpones para la salazón de los cueros, el estacionamiento de los productos elaborados y los restante servicios anexos, tales como carpintería y herrería.
El primer saladero de esta segunda etapa fue el de Juan Hall, fundado en 1841 en la zona de Tres Cruces (Montevideo). Le siguieron, entre otros, el de Hipólito Doinnel en el Cerro, que contaba además con jabonería, fábrica de ácido sulfúrico, velas y horno de cal, y el de Juan Illa Viamonte en Pocitos. En 1842 Samuel Lafone construyó un establecimiento saladeril en lo que hoy es el barrio de La Teja, un punto estratégico de la bahía de Montevideo que por su ubicación venía a resolver uno de los aspectos económicos que aquejaba el negocio: el de aminorar gastos en la movilización y embarque de los productos. En ese mismo año la industria saladeril incorpora un adelanto significativo al instalarse en el establecimiento de Martínez Nieto máquinas de vapor para la extracción de gorduras, logrando con ese método un mejor aprovechamiento de los subproductos.
Un elemento exógeno, la guerra civil en Río Grande del Sur, contribuyó en una parte de este período a que la industria saladeril adquiriera un impulso inusitado a consecuencia del traslado a Montevideo de varios empresarios brasileros con establecimientos radicados en la zona de Bagé y Pelotas, próximos a la frontera uruguaya. Así se instaló a orillas del arroyo Pantanoso el saladero de Machado y Viñas, sobre la bahía el de Chaves y en el Cerro el de Maracao.
Este resurgimiento de la industria saladeril no se extendió en el tiempo y hacia mediados de 1843, con el inicio del sitio de Montevideo por las fuerzas de Manuel Oribe, puede considerárselo terminado.
La Guerra Grande (1843-1852) provocó una significativa destrucción de la riqueza pecuaria que virtualmente paralizó la industria de los saladeros. De todas maneras, pese al conflicto, algunos continuaron en actividad, principalmente los ubicados en la costa del río Uruguay y otros del Buceo y Paso Molino (Montevideo), zonas bajo control del gobierno del Cerrito.


PAZ Y SUPERPRODUCCIÓN (1853-1865)

Desde un abordaje socioeconómico, político e incluso demográfico, la conclusión de la Guerra Grande representó una suerte de línea divisoria en la historia del espacio geográfico del Río de la Plata, un antes y un después en la vida de la región y el Uruguay. Significó, entre otras cosas, nuestro ingreso al sistema capitalista moderno.
Al tiempo que se unifica la totalidad del territorio nacional bajo un mismo gobierno, comienza el retorno de la población que había emigrado buscando escapar al conflicto fraticida y se intensifican los movimientos migratorios desde Europa hacia América. En 1852, el mismo año del fin de la guerra, se realiza un censo nacional que determina una población de 131.000 habitantes para todo el territorio, de los cuales 31.000 se radicaban en Montevideo. Y se calcula la riqueza pecuaria: 1.900.000 vacunos y 660.000 ovinos. Las cifras confirman la sospecha de muchos: el país tenía menos habitantes y menos ganado. En los años siguientes todo crecerá en forma significativa; en 1871 los ovinos llegarán a 13.000.000 de cabezas y los vacunos a 7.000.000; en 1875 la población uruguaya se estimará en 450.000 personas.
A comienzos de la segunda mitad del siglo XIX las economías capitalistas de Estados Unidos y Europa occidental -con Gran Bretaña como motor- continuaban su ciclo expansivo patentizado en grandes inversiones en ferrocarriles, transporte marítimo y monumentales obras de infraestructura. Al mismo tiempo, en esos países comenzaron a generarse importantes remanentes monetarios que buscando utilidades más elevadas que las que se lograban en su lugar de origen empezaron a invertirse en los nuevos mercados emergentes. La favorable situación de la economía internacional y la paz política interna coadyuvaron para hacer del Río de la Plata un espacio atractivo en el cual colocar los cada vez más abundantes productos manufacturados que generaba la rápida industrialización europea, y también un sitio propicio para invertir en el sector de los servicios públicos, área hasta entonces casi inexistente en la región. Bajo estas circunstancias el Río de la Plata comienza a ser receptor de importantes flujos de inversión extranjera, principalmente británica, con la implantación de los adelantos tecnológicos de la época.
Desde 1852 los barcos a vapor de la inglesa Royal Mail Line unen con regularidad en un viaje que insume poco más de un mes, a Montevideo con las principales capitales de Europa. Aparece el alumbrado público a gas, el agua corriente y por supuesto el telégrafo, que permite un rápido tráfico de la información al conectarnos primero con la Argentina y poco tiempo después con Brasil y el resto del mundo. Entretanto, el ferrocarril acorta las distancias disminuyendo el tiempo y los costos del transporte de las mercaderías.
La frágil paz política, el restablecimiento paulatino de la vida económica y el clima de relativa seguridad jurídica-administrativa produjo una rápida recomposición del stock ganadero y, por derivación, también una mayor actividad de la industria tasajera.
Lamentablemente la carne salada tenía mercados externos acotados. Era un alimento consumido por poblaciones de magros o nulos ingresos, caso de los esclavos de los cafetales brasileros y cañaverales cubanos, economías ambas con definidos caracteres monoproductores y mercado-dependientes. En consecuencia, su suerte quedaba íntimamente ligada a los precios que lograran dichos productos en sus respectivos mercados externos y a los avatares político-económicos de los consumidores de café y azúcar. Un claro ejemplo de esta ligazón ocurrió entre los años 1857 y 1865 cuando los precios del azúcar y el café se derrumbaron por la Guerra de Secesión de los Estados Unidos (1861-1865), ya por entonces primer receptor del café de Brasil y de buena parte del azúcar de Cuba. El conflicto civil norteamericano que opuso a unionistas y sureños significó en esos años menores compras de café y azúcar por parte de EEUU, provocando una importante caída en las cotizaciones de esos productos y dificultades para colocar los saldos en otros mercados, lo que redundó en menores volúmenes exportados por parte de Cuba y Brasil.
Las derivaciones llegaron hasta el Uruguay, hundiendo las ventas de tasajo a Cuba y Brasil. Como no podía ser de otra manera el cimbronazo repercutió en toda la cadena productiva, resintiendo dramáticamente el valor de la materia prima que se utilizaba para preparar el tasajo: en el quinquenio 1857-1862 el precio de la hacienda vacuna descendió más del 50%.
La paz política, un concepto que para muchos coetáneos no representaba más que un circunloquio, era un bien añorado e invalorable para los detentores de la riqueza vacuna. Quizás de manera algo ingenua suponían que significaba la solución a todos los males que aquejaban a la República, generando una falaz simbiosis entre los intereses generales del país y los suyos particulares. Es cierto que la distensión del clima político acarreaba la rápida recuperación ganadera, pero si ésta se prolongaba en el tiempo, la superproducción que traía aparejada y nuestra dependencia en materia de mercados consumidores de tasajo nos arrastraban a la crisis retrotrayéndonos a la “edad del cuero”, a las corambres, a la época “bárbara” en la que la carne se tiraba.
Duro llamado de atención: nuestras dificultades no se limitaban ni se resolvían únicamente a partir de la existencia de un clima de paz política. La estabilidad y el consiguiente aumento de la producción agropecuaria no aseguraban, por sí solas, la solución de los problemas del Uruguay.


CONSOLIDACIÓN Y APOGEO (1866-1899)

Como tantas veces en la historia del Uruguay la salida de la crisis interna provino del exterior. Tan pronto finalizó la Guerra de Secesión, la economía de EEUU ingresó en una fase dinámica de extraordinario crecimiento. El efecto cascada contagió los mercados del azúcar y el café, que pronto recuperaron los precios y volúmenes de antes de la crisis. Entonces sí el tasajo volvió a ser un producto de fácil colocación en Brasil y Cuba.
En este período la industria de los saladeros se afianzará adquiriendo las facetas básicas que expondrá en los años subsiguientes y hasta su definitiva desaparición.
Tradicionalmente la mayoría de los saladeros uruguayos se emplazaron en Montevideo y el Litoral oeste, en lugares próximos a vías de agua importantes que posibilitaran por un lado el fácil desecho de los subproductos por entonces no industrializables, y por el otro el embarque de los productos resultantes de la faena, tasajo, cuero, grasa y sebo, a los mercados de consumo.
Esta disposición geográfica arrastrada desde la misma aparición de la industria terminó consolidándose en este período. Hacia fines del siglo XIX la totalidad de los 12 saladeros instalados en Montevideo que poseían actividad continua se ubicaban en las adyacencias de la bahía, la mayoría en la novel Villa del Cerro, y los más importantes del Litoral en las riberas de los ríos Uruguay y Cuareim.


Referencias:

(4) No puede dejar de señalarse la poca fiabilidad de los registros de la época.



III

EL NEGOCIO Y LOS MERCADOS

En 1885 los 20 saladeros instalados en el país faenaron 461.013 animales y las 2 fábricas de conservas 120.200. En 1886 ambas ramas de la industria cárnica aumentaron las reses sacrificadas, pasando la tasajera a 590.528 cabezas y a 191.841 la conservera.
Repasemos las cifras de esos dos años por establecimiento. La Caballada, de Salto, sacrificó 10.200 reses en 1885 y 34.353 en 1886; La Conserva, también de Salto, no tuvo actividad en 1885 y faenó 10.000 cabezas en 1886. En Paysandú, los saladeros Guaviyú, Santa María, Sacra, Guerrero y Casa Blanca mataron respectivamente 65.000, 49.300, 34.900, 4.800 y 54.700 animales en 1885 y 58.469, 61.507, 33.982, 12.414 y 60.164 en 1886. El Argentó, también ubicado en Paysandú, no realizó faenas en 1885 y abatió 2.400 reses en 1886. De los doce de Montevideo, el de Cibils Hnos, que estuvo inactivo en 1885, sacrificó 23.735 vacunos en 1886. El resto tuvo el siguiente desempeño: Saladero Chico, 10.582 cabezas en 1885 y 21.594 en 1886; Apesteguy Hnos, 16.511 y 29.903; E. Destandau, 32.600 y 11.310; Arrivillaga e hijos, 45.209 y 50.478; Auturquín & Cía, 14.635 y 14.379; P. Denis & Cía, 22.223 y 27.703; P. Piñeyrúa, 13.419 y 32.204; E. Legrand, 18.242 y 15.202; Punta de Yeguas, 30.065 y 26.604; J. Paulet; 22.440 y 47.502; Mauret y Ayala, 16.387 y 16.625.
Por su parte, las faenas de las fábricas de extracto y conservas fueron las siguientes: Liebig´s Extract of Meat Company Limited (Fray Bentos) mató 109.800 vacunos en 1885 y 186.341 en 1886; las de La Trinidad, de Montevideo, fueron significativamente menores, 10.400 en 1885 y apenas 5.500 en 1886.
El estudio de estas cifras permite advertir un par de tendencias que se fortalecerán en los años subsiguientes hasta transformarse en características inequívocas de la industria saladeril:

1 - No obstante estar la faena fragmentada entre 20 establecimientos, se percibe una propensión a la concentración.
Manifestada en principio con mayor nitidez en la zona del Litoral, llevará a la paulatina desaparición de los saladeristas chicos, aquellos que sacrificaban 15.000 reses anuales o menos, a manos de los más fuertes y poderosos. De un total de 8 saladeros ubicados en el Litoral que trabajaban con regularidad, los 4 más importantes, Guaviyú, Santa María, Casa Blanca y Sacra, todos del departamento de Paysandú, aglutinaron esos años el 85% de lo faenado en la región con destino a la elaboración de tasajo. Por su parte en Montevideo, donde se encontraban instalados 12 saladeros, las faenas de los 4 más importantes -Arrivillaga e hijos, Punta de Yeguas, J. Paulet y P. Denis & Cía- constituyeron el 49% del total de la región.
2 - El paulatino predominio en las faenas de los saladeros ubicados en la capital. Exceptuando el ganado para consumo interno, en los años 1885 y 1886 se faenaron con destino a la industria un promedio de 681.891 cabezas anuales, y propiamente para la elaboración de tasajo (esto es excluyendo a Liebig’s y La Trinidad) 525.871 reses. De esa cantidad el 47% (246.094 animales) correspondió a los saladeros situados a orillas del río Uruguay y el 53% (279.777 vacunos) a los de Montevideo.


BUENO, PERO COMPLICADO

El saladero se caracterizó por ser un negocio azaroso, arriesgado, de resultado muchas veces aleatorio e incierto. Los frecuentes cambios en la titularidad de las empresas, tanto por venta o arrendamiento de los establecimientos, el errático comportamiento de los respectivos volúmenes de faena y las pocas firmas que permanecían en la actividad a lo largo de los años son una clara manifestación de esos avatares.
En el período transcurrido entre 1885 y 1900 la estabilidad y permanencia de las empresas fue diferente según la zona en la que estuvieran radicadas. Mientras en la capital sólo los establecimientos de Eugenio Legrand, P. Denis & Cía y Punta de Yeguas -esto es 3 empresas de 12- conservaron la actividad en esos 15 años, en el Litoral se percibió una mayor perdurabilidad de las firmas saladeriles destacadas y 4 de los 8 saladeros instalados que trabajaban con regularidad, La Caballada, Guaviyú, Santa María y Casa Blanca, mantuvieron volúmenes de faena importantes y relativamente estables.
Analicemos los números promedio del saladerista a fines del siglo XIX. En 1896 por cada novillo mestizo de 400 quilos debía abonar $ 12,87; el costo de faena, los impuestos y demás gastos representaban $ 3,02 por animal. Esto significa que por cada vacuno el industrial tenía que erogar $ 15,89. En tanto, los ingresos eran los siguientes: $ 9,40 (90 quilos de tasajo), $ 5,76 (32 quilos de cuero salado), $ 2,39 (25 quilos de sebo) y $ 0,88 por las menudencias, lo que hace un total de $ 18,43 por cada res sacrificada.    
Estas cifras demuestran que en 1896 con una inversión de $ 15,89 por animal el saladerista obtuvo una utilidad de $ 2,54 (16% sobre el capital invertido), rentabilidad muy buena si la comparamos con la que brindaban las colocaciones bancarias de la época, que rondaban entre el 4 y el 6% anual, o buena si lo hacemos con el dinero puesto contra hipoteca urbana o rural que rendía entre el 10 y el 12% anual.
De los números también se desprende que el negocio del saladero no estuvo circunscrito a la comercialización del tasajo, extremo que lo hubiera convertido en una actividad inviable. Promedialmente la venta de carne salada representó el 50% de los ingresos totales, y al igual que 100 años atrás el cuero siguió manteniendo una importancia vital al generar casi un tercio de las entradas de los saladeristas. Las gorduras y demás subproductos también incrementaron su importancia, constituyendo el 17,5% de los ingresos en 1896.




LOS COMPRADORES

Desde los orígenes de la industria hasta su definitiva desaparición los mercados de exportación del tasajo oriental no experimentaron variantes de significación, siendo Brasil y Cuba, en ese orden por su importancia, los receptores del grueso de la producción. Pese a la disparidad territorial que presentaban, ambos destinos exhibían características y comportamientos que los asemejaban. Las economías de uno y otro dependían en gran medida de lo que aconteciera en EEUU con el consumo y los precios del café y el azúcar, en el caso de Brasil, y exclusivamente del azúcar en el caso de Cuba. Por otra parte, las particulares preferencias de cortes vacunos que estos destinos manifestaron, marcada predilección por las mantas Brasil y por las postas Cuba, hicieron que las dos plazas se complementaran, permitiendo un mejor aprovechamiento del vacuno por parte del industrial saladerista.
Los intentos por ensanchar los destinos de la carne salada no obtuvieron mayor éxito. Ciertas cualidades intrínsecas del producto -olor penetrante, sabor fuerte, dificultades para la cocción, falta de hábitos de consumo fuera de los mercados tradicionalmente receptores- y el estigma de ser alimento de esclavos resultaron escollos insalvables a la hora de explorar nuevos mercados.


BRASIL

Aunque el primer embarque oficial de tasajo que se tiene constancia tuvo como destino La Habana (Cuba), tan pronto apareció Brasil como comprador, de inmediato se convirtió en el principal destinatario. Incluso en el período 1905-1911 cuando sus compras se despeñaban por debajo de los límites históricos y las cubanas alcanzaban su plenitud, la participación brasilera sobre el total exportado nunca será menor al 65%.
El tasajo embarcado a Brasil no iba vendido ni con precio fijado sino consignado a casas importadoras establecidas en los tres principales puntos de ingreso, Río de Janeiro, Pernambuco y Bahía.
Cinco empresas de Río de Janeiro, Compañía Aliança Mercantil, Souza Filhos e hijos, John Moore & Cía, Frías Hnos y Cabral, Melchior & Cía y tres de Pernambuco monopolizaban las importaciones. Operaban coordinadamente para fijar los precios de venta, impedir el ingreso de carne salada por otros puertos que no fueran los que ellas dominaban y abortar cualquier intento de otras firmas de comprar tasajo platense directamente en los saladeros o puertos de origen. Estas prácticas tan perjudiciales para los intereses de los saladeristas y los amplios márgenes de ganancia -en el entorno del 50%- que le impusieron a una intermediación que no generaba riesgo financiero o cambiario alguno dado que giraban los importes de los embarque luego de haberlos vendido y cobrado, fueron causa de permanente inquietud entre los industriales uruguayos.
Durante el período que nos ocupa, los volúmenes exportados y los precios obtenidos expusieron diferencias sustanciales. Si bien con oscilaciones, hasta 1895 el consumo de tasajo en Brasil fue en permanente aumento en un marco de precios estables y abundante oferta por parte de Argentina y Uruguay, los dos principales países productores de la región. Pero a partir de ese año el mercado brasilero de tasajo comenzó a mostrar signo de agotamiento, iniciándose primero una fase de estancamiento del consumo y después de regresión, con un paradójico aumento de las cotizaciones.
Veamos cómo evolucionó la venta de tasajo a Brasil y cuál fue el porcentaje respecto al conjunto de lo exportado: en 1895 fueron 45.805.000 quilos (83% del total); en 1896, 50.245.000 (91%); en 1897, 40.216.000 (88%); en 1898, 39.935.000 (78) y en 1899, 45.748.000 (78%).
En Río de Janeiro, por ejemplo, el consumo total de tasajo descendió de 48 millones de quilos en 1896 a 30 millones en 1900, en tanto el precio ascendía un 30%. Esta aparente incongruencia del mercado, menor demanda pero mayor precio de la carne salada, estuvo dada por la abrupta caída de las faenas de Argentina que condujo a una mengua de la oferta. La particular coyuntura fue aprovechada por los saladeros uruguayos, que incrementaron en forma notoria sus exportaciones de tasajo a Brasil.
Esto queda claro cuando analizamos los porcentuales de participación de los diferentes países productores de tasajo en el total de la faena destinada a ese fin. Entre 1889 y 1894 Argentina (Buenos Aires y Entre Ríos) tuvo el 35%, Brasil (Río Grande del Sur) el 26% y Uruguay el 39%; entre 1895 y 1901 Argentina disminuye su participación al 29% y Brasil al 22% en tanto Uruguay la incremente al 49%.
En el período 1889-1894 el promedio anual de animales sacrificados por los saladeros de las tres regiones alcanzó a 1.934.000 cabezas, retrocediendo entre 1895 y 1901 a 1.444.000 cabezas. Esto significa que las faenas totales de la región cayeron un 25,34%, pero no en particular la uruguaya, por lo que nuestra participación porcentual -como pudo comprobarse- se incrementa en desmedro de los otros dos países productores, principalmente de Argentina. La merma de sus zafras resultaron significativas: entre 1886 y 1904 los saladeros instalados en la provincia de Buenos Aires disminuyeron sus faenas en un 50% y los de Entre Ríos en un 20%. Hacia 1895 los establecimientos porteños ingresaron en una crisis terminal; en 1900 lo mismo le aconteció a los ubicados en Entre Ríos y el resto de la Argentina.
Si tuviéramos que definirla con los términos económicos utilizados hoy en día diríamos que era una “crisis buena” o “crisis de crecimiento”. En efecto, el rápido mestizaje experimentado por la ganadería argentina al amparo de las halagüeñas expectativas que generaba la exportación de novillos en pie para el rico mercado británico o la de carne congelada que realizaban los frigoríficos recientemente instalados, hicieron que la crisis saladeril no fuese vista como un acontecimiento dramático sino más bien como una lógica consecuencia del proceso de modernización de la estructura productiva. Para hacendados, industriales y gobierno de la Argentina de 1900 el saladero era sinónimo de ganadería atrasada, un anacronismo destinado a desaparecer.
Uruguay aprovechó esta particular circunstancia. El período transcurrido entre 1895 y 1900 fue el de oro para el tasajo oriental en Brasil.


LOS GRAVÁMENES ADUANEROS

La fluctuación del reis(5) respecto al oro y la tasa de impuesto a la importación de tasajo oriental (y argentino) que aplicaban las autoridades de Brasil constituyeron una fuente de preocupación para saladeristas, hacendados, exportadores y gobierno. Los diarios de la época abundan en notas e información respecto a las variaciones que ambos sufrían y los efectos que las oscilaciones provocaban sobre el precio del tasajo o la hacienda.
En estos años la política fiscal brasilera muestra dos fases nítidamente diferenciadas:

1 - Hasta el fin del Imperio (1889) predominaron los intereses librecambistas del norte azucarero. Necesitado de alimento barato para su mano de obra esclava, a esos empresarios les interesó un tasajo con baja imposición que no encareciera el producto.
2 - Diferente fue lo que ocurrió entre 1889 y 1899. La aparición de la República trasladó el punto de gravedad de la política brasilera hacia el centro del país, representado por el estado de San Pablo, donde comenzaba a concentrarse la industria manufacturera, y hacia el sur, al estado de Río Grande, productor de alimentos, entre ellos charque. Estas regiones alentaron la implantación de mayores gabelas para los productos importados, incluido el tasajo del Río de la Plata.
En el primer período los impuestos sobre el tasajo no tuvieron incidencia sobre el valor del producto; en el segundo representaron en promedio el 13,60% del precio.


CUBA

Con una larga tradición en el consumo del llamado “tasajo platino” que se arrastraba desde los orígenes mismos de la industria, el cubano fue el segundo mercado en importancia para nuestras carnes saladas.
Hasta 1893 Cuba recepcionaba un promedio anual de 5,2 millones de quilos de tasajo oriental. A partir de 1894 la frágil situación política interna se deterioró aún más y el 23 de febrero de 1895, con el grito de Baire, estalló la Guerra de la Independencia bajo la dirección del escritor y patriota José Martí.
En abril de 1898 los Estados Unidos internacionalizan la guerra al intervenir militarmente; en diciembre del mismo año la firma del Tratado de París ratifica la derrota de España, marcando el comienzo de la hegemonía desembozada y absoluta de EEUU en Filipinas y Puerto Rico, y la disfrazada sobre Cuba.
Exportación de tasajo a Cuba con porcentajes sobre el total: 1895, 2.214.000 quilos (4% del total); 1896, 81.000 (0,1%); 1897, 1.170.000 (3%); 1898, 2.045.000 (4%); 1899, 4.855.000 (8%).
La guerra afectó la producción azucarera, fuente del 90% de los ingresos de la isla, e impactó sobre nuestras exportaciones de tasajo, que como se advierte cayeron significativamente en el bienio 1896-1897.


OTROS MERCADOS

Fuera de Brasil y Cuba no existieron otros mercados para el tasajo oriental; la suma de las compras de ambos representaron más del 80% del total de nuestras exportaciones. El tercer comprador en importancia fue Argentina, un destino engañoso desde el momento que él mismo era un importante productor y exportador de tasajo.
Exportación de tasajo a Argentina con porcentajes sobre el total: 1895, 6.046.000 quilos (11% del total); 1896, 4.484.000 (8%); 1897, 3.623.000 (8%); 1898, 6.913.000 (14%); 1899, 5.207.000 (9%).
Tal como se observa, las compras argentinas no fueron desdeñables, e inclusive en el quinquenio 1895-1899 superaron a las realizadas por Cuba. Pero las cifras no deben llevar a engaño. Al igual de lo que sucedía con otros rubros de exportación tales como cueros, lana o el extracto y la carne conservada de Liebig’s, el tasajo oriental que se vendía a la Argentina, proveniente casi en su totalidad de establecimientos ubicados en la costa del río Uruguay, era reexportado a... Brasil y Cuba. Esta práctica fue una de las tantas secuelas surgidas a partir de la progresiva pérdida de importancia que sufrió el puerto de Montevideo tras el fin de la Guerra de la Triple Alianza (1870), con la paulatina desaparición del comercio de tránsito que tanto había enriquecido a las casas importadoras establecidas en la capital. Al quedar restringido exclusivamente al papel de puerto para los productos que Uruguay exportaba y de las mercaderías que importaba, las compañías navieras de ultramar comenzaron a obviar Montevideo porque no traían mercadería para una plaza que ahora debía constreñirse a comerciar exclusivamente dentro de los límites geográficos del país y al no existir la certeza de hallar volúmenes de carga suficiente para completar los barcos. Por tal razón parte de nuestras exportaciones se canalizaron vía Buenos Aires, donde eran reembarcadas a los puertos de destino en los pocos huecos vacíos que dejaba en las bodegas de los mercantes la avasallante producción argentina.
Eliminado entonces nuestro vecino del Plata como mercado genuino del tasajo oriental, los demás países compradores -España, EEUU, Gran Bretaña, Angola e Italia, entre otros- tuvieron una significación ciertamente marginal. Algunos indicios inducen a pensar que una parte importante del tasajo, si no todo, que figura como embarcado con destino a Estados Unidos o Gran Bretaña en realidad se derivaba a Cuba o Puerto Rico en una típica maniobra de triangulación.
Angola, que constituyó un caso particular sobre el que nos extenderemos más adelante, recibió los primeros embarques de tasajo en 1892 y se convirtió en un mercado de relativa importancia.

Referencias:

(5) El reis era la moneda de Brasil por aquellos años. Su cotización en relación al oro, el patrón monetario que utilizaba Uruguay, fue motivo de permanente incertidumbre para los saladeristas, una más de las tantas espadas de Damocles que pendían sobre el negocio. Las casas importadoras de Brasil no corrían riesgos cambiarios y pagaban los importes correspondientes a las diferentes partidas de tasajo que iban vendiendo en la moneda local, el reis. La recepción de las remesas era un instante clave para los industriales del saladero: la valorización o depreciación que el reis presentara en ese momento respecto al oro podía significar el anverso o reverso de la moneda, un buen o mal negocio.

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Rodrigo Morales Bartaburu
Paysandú (Uruguay), diciembre de 2010.
Queda autorizada la reproducción total o parcial de este trabajo citando la fuente.

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