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viernes, 1 de julio de 2011

En Perspectiva 25 años

Batlle y Ordóñez y Saravia: Tertulia

Apuntes sobre Romanticismo

Romanticismo

(del inglés romantic, interpretado en el s. XVII como característico de la novela o romance: propiamente, el libro que narraba aventuras caballerescas en lengua romance) Movimiento literario y artístico, que se difunde por toda Europa a finales del s. XVIII y comienzos del XIX, cuya característica fundamental es la oposición a los criterios estéticos del clasicismo. Surge en Alemania, por obra de literatos (August Wilhelm y Friedrich Schlegel, Novalis [seudónimo de Friedrich von Hardenberg], C. Brentano, A. Müller, Jacob y Wilhelm Grimm, etc., y su revista «Athaeneum» [1798-1800]), que se reúnen en «círculos», se oponen a las ideas y criterios estéticos del clasicismo, racionalismo e Ilustración y tienen conciencia de iniciar una nueva época; su precedente inmediato es el Sturm und Drang. Valoran menos la razón que el sentimiento, ponen énfasis en lo irracional, lo vital, lo particular e individual, por encima de lo abstracto y general, en el arte, la literatura, la historia y la filosofía, y buscan sus modelos de vida y pensamiento en la Edad Media y la cultura popular.
Del grupo inicial de románticos, destacan en filosofía Friedrich Schlegel, Friedrich D.E. Schleiermacher, Friedrich Schiller y Johann Wolfgang Goethe, hasta su época de Weimar (1775). A ellos se unieron parcialmente, en su oposición a la filosofía de la Ilustración, otros como Heinrich Jacobi, iniciador de la Pantheismusstreit, y Johann Gottfried Herder.
Del romanticismo surge una nueva concepción de la naturaleza, concebida como un organismo en devenir, y un renovado interés por la religión y por formas de misticismo naturalista, donde se mezcla Dios y naturaleza, muy en consonancia con una de las características románticas más propias, el Sehnsucht, o «anhelo» de lo indefinido, lo infinito, o lo absoluto. Esto supone un acercamiento o vuelta hacia la religión en general. La obra de F. René de Chateaubriand, El genio del cristianismo (1802), en el campo católico, y la «teología del sentimiento» de Schleiermacher, en el pietismo protestante, son ejemplos significativos. El idealismo alemán -de un modo progresivo de Fichte, a Schelling y a Hegel- es el término final a donde van a parar estas identidades y mezclas entre naturaleza, divinidad y absoluto, y donde la naturaleza es creadora y el absoluto se halla en devenir.
El interés por la historia, el valor de la tradición y la idea de conciencia colectiva, o «espíritu del pueblo» (Volksgeist), una teoría romántica de la sociedad y del Estado, desarrollada sobre todo por Rousseau, son también rasgos de esta época y de los autores influidos por el romanticismo.


Sturm und Drang

«Tempestad y empuje». Movimiento romántico alemán, que surge en la década de los años setenta del s. XVIII, considerado como uno de los antecedentes del romanticismo alemán propiamente dicho. El nombre procede del título de una obra escrita en 1776 por Friedrich Maximilian Klinger (1752-1831), uno de sus primeros representantes, que el romántico August Wilhelm Schlegel (1767-1845), utilizó para dar nombre al movimiento. Entre los principales miembros de este movimiento destacan Goethe y Schiller y los filósofos Jacobi y Herder.




Pantheismusstreit

En alemán, «disputa del panteísmo», o controversia sobre el panteísmo, que surgió en el s. XVIII a propósito del ateísmo de Spinoza. Se inició con la publicación, en 1785, de la correspondencia (Sobre la doctrina de Spinoza) que H. Jacobi había mantenido con M. Mendelssohn sobre la filosofía spinozista de G.E. Lessing, fallecido en 1781, donde revelaba que Lessing, antes de morir, le había expresado que no podía admitir racionalmente más que la filosofía de Spinoza. Al estar considerado Spinoza en Alemania un redomado ateo panteísta, negador además de la libertad humana, Mendelssohn quiso salvar la memoria de su amigo.
La discusión fue primero una controversia entre la filosofía del sentimiento de Jacobi y el racionalismo de Mendelssohn y, a la postre, un intento de reinterpretación de la filosofía de Spinoza, y en ella se vieron envueltos muchos otros personajes famosos, entre ellos el mismo Kant, que atacó la filosofía de Jacobi, y Herder y Goethe, que aceptaban de buen grado la idea de Dios de Spinoza. La controversia tuvo, entre otros, el efecto histórico de hacer llegar al idealismo alemán la noción spinozista de la identidad entre Dios y la naturaleza.


Volksgeist (espíritu del pueblo)

Término alemán que significa espíritu del pueblo. En la tradición del movimiento del Sturm und Drang  y del romanticismo, y más concretamente en el seno de la filosofía del lenguaje de Herder y de Wilhelm von Humboldt, se afirmaba que, en la medida en que el lenguaje es expresión del alma, la lengua de un pueblo (Volk) expresa las características propias de su espíritu (Geist) o su Volksgeist. Hegel, inspirándose posiblemente en Montesquieu, aplica este término a la conciencia que un pueblo, como manifestación colectiva e histórica del espíritu, tiene de sí mismo, de su historia, costumbres, derecho, religión, instituciones, etc. Esta conciencia de sí mismo es, a su entender, una manifestación particular y concreta del espíritu universal. Montesquieu utilizó la expresión «espíritu general de las naciones», y los movimientos nacionalistas han recurrido con frecuencia a este concepto.


Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu.

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Historia Oficial de los Ferrocarriles Uruguayos

El Historiador :: Artículos :: Tratado de Versalles - Fin de la Primera Guerra Mundial

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1º de julio de 1974 - Muere Juan Domingo Perón de Felipe Pigna (Página Oficial), el Viernes, 01 de julio de 2011 a las 8:43 Fuente: Felipe Pigna, en “Mitos argentinos”, diario Clarín, miércoles de junio de 2007.

1º de julio de 1974 - Muere Juan Domingo Perón

Fuente: Felipe Pigna, en “Mitos argentinos”, diario Clarín, miércoles de junio de 2007.

En sus probables últimos días de lucidez, Perón se sintió en la necesidad de alertar a sus seguidores sobre la pesada herencia que les dejaban. En la tarde del 12 de junio de 1974, antes de despedirse de su pueblo, advirtió sobre las consecuencias del incumplimiento del Pacto Social y el desabastecimiento, y aconsejó a la militancia que se mantuviera vigilante de “las circunstancias que puedan producirse”. Dijo: “Yo sé que hay muchos que quieren desviarnos en una o en otra dirección, pero nosotros conocemos perfectamente nuestros objetivos y marcharemos directamente a ellos, sin influenciarnos ni por los que tiran desde la derecha ni por los que tiran desde la izquierda. El gobierno del pueblo es manso y es tolerante, pero nuestros enemigos deben saber que tampoco somos tontos”. Y terminó con un tono inconfundible de despedida: “Les agradezco profundamente el que se hayan llegado hasta esta histórica Plaza de Mayo. Yo llevo en mis oídos la más maravillosa música que, para mí, es la palabra del pueblo argentino”.

El 1º de julio de 1974 amaneció nublado, no era un día peronista. Los partes médicos alertaban sobre el inminente final de la vida del hombre que había manejado la política argentina a su antojo desde 1945. Para muchos era quien había transformado la Argentina de país agrario en industrial, y en paraíso de la justicia social. Para otros, menos, pero no pocos, era un dictador y demagogo que terminó con la disciplina social y les dio poder a los “cabecitas negras”. Lo cierto era que la política nacional llevaba su sello y como decía él mismo, en la Argentina todos eran peronistas, pro o anti, todos tenían ese componente.

A las 13.15 de ese primer día de julio, Isabel, custodiada por el superministro López Rega, dio la infausta noticia: “Con gran dolor debo transmitir al pueblo de la Nación Argentina el fallecimiento de este verdadero apóstol de la paz y la no violencia”. La palabra del pueblo argentina, la maravillosa música, enmudeció.

La Argentina fue un país de colas. Los ricos las hacían para comprar dólares; los pobres, para comprar fideos y para darle el último saludo a su líder. Había algo distinto al entierro de Evita. No era tan evidente la división entre las dos Argentinas, la que brindaba con champán porque se había muerto la “yegua” y la que lloraba a su abanderada. El peronismo había ampliado su base electoral por izquierda y por derecha. No eran pocos los conservadores que le habían confiado la misión de pacificar la Argentina, última carta para frenar al “comunismo”.

Entre lágrimas, flores y caras preocupadas, la frase más escuchada era “qué va a ser de nosotros”. La sensación de vacío político era proporcional al tamaño de la figura desaparecida. Isabel, la heredera efectiva del legado dejado simbólicamente al pueblo, no estaba a la altura de las circunstancias y sólo tenía de Perón su apellido. Nadie ignoraba que López Rega ocuparía el lugar central en la política, por el que había venido luchando desde su puesto de mucamo en Puerta de Hierro, que ofrendaría a lo peor del poder político militar. Flotaba una pregunta: ¿Por qué el último Perón nos dejó aquella terrible herencia, antesala del infierno tan temido?

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