El cambio radical del batllismo en los años sesenta.
Luego de que falleciera Luis Batlle Berres el batllismo quincista se vio involucrado en una doble lucha, la de principal opositor al colegiado con mayoría nacionalista y una compleja competencia interna. Uno de los aspectos clave era el análisis de la supresión del modelo colegiado y por otro los mecanismos económicos para combatir el gran impacto inflacionario. La estrepitosa derrota de 1958 pesaba mucho en estos debates. A partir de 1964 las ideas de cambio se aceleran y el punto clave era la reforma constitucional. No había unanimidad en el mecanismo dentro del batllismo. Maneco Flores Mora había escrito un artículo en “Marcha” titulado “La reforma es imprescindible” sin embargo sostenía que debía realizarse luego de las elecciones de 1966. Era difícil atacar al modelo colegiado que era el fundamento principal del batllismo. La ruptura, y visto con la perspectiva del tiempo, determinó el final del modelo batllista, dando origen a “batllismos” más o menos adaptados a un socialismo democrático, pero sin
dudas perdiendo su identidad como modelo emocional, mítico, político y cultural de nuestro país. En forma paralela el quincismo comenzó a manejar en profundidad el tema inflacionario bajándolo a tierra como la resultante de la emisión monetaria y con una oposición muy fuerte a cualquier medida devaluatoria. Enseguida el análisis deriva hacia el gasto público, y el rol del Estado en la economía. Desde el vocero oficial de la 15 el diario “Acción” se atacaba a los nacionalistas argumentando que el problema inflacionario era el resultado del incremento del gasto público y la ausencia de medidas de austeridad. Son los primeros escritos desde el batllismo de disminución del tamaño del Estado y proponía no más intervención estatal por la definición más liberal de dirección. En 1962 se publicó el citado libro “El Uruguay batllista” de Ricardo Martínez Ces que en forma contundente mostró que la derrota de 1958 se debió a que el Partido quedó sometido a la “inercia de sus dirigentes” cosa que se va a repetir a partir de la derrota sin recuperación aún originada por las múltiples situaciones que tuvo que enfrentar la administración del Dr. Jorge Batlle entre el 2000 y el 2005. La realidad era que los cambios del batllismo quincista y sus repercusiones se basaban en visiones liberales que no tenían ningún arraigo ni en instituciones ni en la sociedad. Jorga Batlle fue decisivo en bajar a tierra estas ideas que no comulgaban con el pensamiento político y económico mayoritario de la época. Todo este fenómeno estaba inmerso en la efervescencia de los años sesenta, con Guerra Fría, estancamiento económico, violencia política y ruptura mítica del Uruguay Feliz. Creo que debemos tratar de analizar el declive del batllismo y el surgimiento de propuestas que en definitiva querían ser “el escudo de los débiles. Es en ese entorno que surgen modelos de resistencia en América Latina y que encuentra al batllismo muy alejado de los aspectos sociales imprescindibles.
La emoción y la cultura en lo político.
Las emociones son fundamentales para movilizar a las masas,
ya que funcionan como catalizadores de acción y como herramientas de
persuasión. Algunas claves sobre su rol son:
La ira como motor de cambio: La indignación frente a
situaciones percibidas como injustas suele desencadenar movimientos sociales.
El miedo como mecanismo de control: Líderes y regímenes
autoritarios a menudo explotan el miedo para consolidar su poder.
La esperanza como unificador: Movimientos progresistas y
reformas sociales apelan a la esperanza de un futuro mejor, movilizando apoyo
masivo a través de un optimismo compartido.
La empatía como puente: En campañas por derechos humanos, la
emoción de empatía permite que las personas se identifiquen con la causa de
otros, trascendiendo intereses individuales.
La identidad emocional colectiva: Movimientos políticos
construyen "nosotros" frente a "ellos", utilizando
emociones compartidas para solidificar grupos y generar lealtad.
La conexión entre emociones y cultura es clave para entender
cómo las sociedades moldean sus valores, narrativas e identidades colectivas.
En el ámbito político, esta relación cobra aún más relevancia, ya que las
emociones no solo reflejan sino que también moldean las estructuras culturales
y de poder.
La cultura como marco emocional compartido: La cultura
define qué emociones son aceptables o deseables en un contexto social. Por
ejemplo, culturas que valoran la resistencia heroica suelen exaltar emociones
como el orgullo y la ira frente a la opresión. Los rituales culturales evocan
emociones que refuerzan la cohesión política, como el patriotismo o el duelo
colectivo. Las narrativas culturales suelen estar cargadas de mitos
fundacionales, que apelan directamente a emociones como el sacrificio, la
esperanza o la redención. Los líderes políticos se apropian de símbolos y
relatos culturales para construir conexiones emocionales con el electorado. En
contextos de dominación cultural, las emociones pueden convertirse en formas de
resistencia. Por ejemplo, la música, el teatro o la literatura pueden canalizar
la tristeza o la ira de comunidades oprimidas, manteniendo vivas sus
identidades culturales, por ejemplo, los movimientos juveniles suelen usar la
música para expresar frustración o esperanza, mientras que campañas políticas
emplean canciones o imágenes culturalmente resonantes para despertar emociones
en votantes.
En las décadas de 1950 y 1960, el Cono Sur de América Latina
se convirtió en un hervidero de tensiones sociales y políticas. En este
contexto, los sindicatos emergieron como bastiones de resistencia, articulando
emociones colectivas y narrativas culturales que movilizaron a las masas.
En Argentina, tras el golpe militar de 1955, los sindicatos
peronistas se convirtieron en el eje de la resistencia. Figuras como Augusto
Timoteo Vandor lideraron huelgas y movilizaciones, apelando al orgullo y la
dignidad de los trabajadores. En Uruguay, Raúl Sendic conectó las luchas
sindicales con la resistencia cañera, mientras Clotario Blest en Chile
consolidó la unidad obrera a través de la Central Única de Trabajadores (CUT),
promoviendo la esperanza en un cambio social profundo.
La cultura fue un arma poderosa. Artistas como Víctor Jara y
Violeta Parra en Chile, Mercedes Sosa en Argentina y Alfredo Zitarrosa en
Uruguay canalizaron las emociones de lucha y solidaridad a través de la música.
Sus canciones no solo narraban las injusticias, sino que también ofrecían una
visión de esperanza y unidad. Paralelamente, los murales, el teatro popular y
los grafitis llenaron las calles y los espacios fabriles con mensajes de
resistencia y cohesión.
Los sindicatos y los gestores culturales no solo movilizaron
a las masas; construyeron un tejido emocional que conectaba las aspiraciones
individuales con un proyecto colectivo. En un tiempo de represión y
desigualdad, la emoción y la cultura se transformaron en el corazón de las
luchas del Cono Sur.
El batllismo entró en un debate muy alejado de estas líneas.
Entre la postura crítica del rol del Estado, la fragmentación de los grupos, la
inercia de algunos dirigentes, la sociedad comenzó a construir su “batllismo”
donde sus sueños y respaldo social estuvieran.
Ver:
Rilla, J; Yaffé, J. Partidos y movimientos políticos en
Uruguay. Miradas Transversales. Crítica, Montevideo 2024.
Rodriguez Metral, M. Batllismo y liberalismo político
(1958-1966) EBO Montevideo 2024
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