El hombre de Batlle -Entrevista a Milton Vanger
Todo trabajo historiográfico sobre el batllismo cita obligadamente a Milton Vanger. Ocurre que, además de elaborar tesis propias sobre el tema, fue casi el único investigador al que se le permitió acceder a los papeles de Batlle y Ordóñez; el otro fue Juan Pivel Devoto, pero no escribió sobre ello. Vanger, en cambio, hizo del primer batllismo su principal tema de estudio. A casi sesenta años de su primera visita a Uruguay -en la que conoció a su actual esposa, Elsa, hija del poeta y académico Emilio Oribe- y tras haber publicado dos libros de referencia, acaba de aparecer en Estados Unidos y en nuestro país José Batlle y Ordóñez, 1915-1917. Desde su residencia en Cambridge (Massachusetts, Estados Unidos), Vanger contestó telefónicamente algunas preguntas.
-¿Cómo llegó a estudiar el batllismo?
-Mi tutor de tesis en la Universidad de Harvard, CH Haring, me llamó la atención sobre Uruguay, que parecía ser un país que había anticipado las políticas sociales del New Deal [del presidente estadounidense FD Roosevelt]. En 1950 obtuve una beca y fui a Uruguay, pero en ese momento no sabía que iba a seguir relacionado con el tema por sesenta años.
-¿Después de tanto tiempo se mantiene el interés?
-Sí, claro. Todavía tengo material para publicar. Ocurre que tengo 84 años y no sé cuánto más podré escribir. Tal vez publique algún artículo corto sobre los últimos años de Batlle, pero no lo sé.
-Usted gozó de privilegios especiales, ya que tuvo acceso a los archivos de José Batlle y Ordóñez, que hasta el día de hoy custodian celosamente sus herederos. ¿Cómo los convenció de que lo dejaran acercarse a esos papeles?
-No fue exactamente fácil. Tal vez hoy a ustedes no les diga nada, pero hace sesenta años César, Rafael y Lorenzo Batlle Pacheco eran muy activos políticamente. El Partido Colorado estaba dividido entre ellos y su primo, Luis Batlle Berres, que había vivido en la casa familiar hasta que se casó. Por eso los Batlle Pacheco tenían muchas reservas, pero por suerte intervino un amigo mío, Próspero Fernández Prando, que estaba interesado en estudiar a Prudencio Vázquez y Vega, compañero de Batlle y Ordóñez en sus estudios de Filosofía. Mi amigo creía que en los archivos de la familia podría haber algo, y además él trabajaba en el periódico El Día; también fue encargado de la biblioteca del Palacio Legislativo. Yo era un recién llegado, pero él convenció a César y al final no fue tan complicado.
Fichero
José Batlle y Ordóñez, 1915-1917: “Humanizando el capitalismo”. Uruguay y el Colegiado. Traducción de Ana Nahum. Banda Oriental, Montevideo, 2009. 268 páginas.
-¿Que usted fuera extranjero facilitó ese acceso?
-No me sorprendería. Les dije que era un historiador, no un activista político. Pero, y esto lo digo en una de las notas al pie de mi último libro, ellos nunca restringieron mi acceso al archivo ni me exigieron ver mi trabajo antes de que lo publicara. No quiero que se piense que ellos influyeron en mis escritos. Luego leyeron los libros y creo que les gustaron. Con los años hice amistad con la esposa (luego viuda) de Rafael, así como con sus hijas y nietos. Cuando El Día organizó un foro para el 75º aniversario de la muerte de Batlle, ella insistió en que yo fuera invitado a dar una charla. Los considero amigos.
-En los 50 a Uruguay se le decía “la Suiza de América”. ¿Era una visión acertada?
-En la época del segundo colegiado lo que me impresionó es que era un país muy libre; todo el mundo podía decir lo que quisiese, no había ninguna de las restricciones que padecíamos en Estados Unidos por esos tiempos, dominados por el macartismo, en los que se acusaba a la gente de ser comunista. En ese sentido, la respuesta es sí. También en el aspecto económico las cosas funcionaban bastante bien, pero porque el gobierno tenía una cantidad increíble de dinero proveniente del alto valor de las exportaciones. Cuando eso cambió, empezaron los problemas. También estaba la frase “como el Uruguay no hay”, que no sé si se usa allí hoy...
-Ahora es más bien irónica. Desde la escritura de Batlle, el creador de su época, en 1963, y El país modelo, en 1980, ¿cambió su visión del país?
-Me gustaría creer que no. En general, creo que traté de no pasarme de una escuela de pensamiento a otra, sino de ser consistente. Es decir, no creo haber cambiado conscientemente. Pero si se mira este último libro, uno de los temas es que muchos no tenían claro cuál era la relación de Batlle con la clase media; las mismas ideas vuelven pero de manera algo diferente. Ahora argumento que en campañas electorales él nunca hizo mención a la clase media, pero desde otras fuentes. En el epílogo refiero a Jiménez de Aréchaga, que por 1920 o 1921 dijo en el Senado que todos eran miembros de la clase media, excepto Gallinal. Es decir, era un tema que se venía, pero no es de la época más activa de Batlle.
-Hoy políticos de varios partidos se proclaman batllistas para explicitar que defienden a la clase media.
-No conozco mucho de lo que pasa hoy porque hace diez años que no voy a Uruguay, sólo estoy al tanto de lo que me cuentan amigos y leo en los diarios. Pero por 1929 [Justino] Zavala Muniz ya hablaba de la clase media y la clase trabajadora. Es decir que eso estaba ahí, pero Batlle mismo nunca empujó la idea de la clase media, desde mi punto de vista, porque creo que tenía temor de que si dividía a la clase media y a la clase trabajadora, esta última quedaría en un nivel social más bajo, y su meta era la equidad social.
-¿Qué hay de nuevo en este último libro, que lleva por subtítulo “Humanizando el capitalismo”?
-Cuando Batlle y Ordóñez murió, Baltasar Brum escribió un elogio diciendo que él había humanizado el capitalismo. Si se lee el libro aparecen muchas indicaciones al respecto. Hay ejemplos obvios, como la jornada laboral de ocho horas, la idea de educación gratuita desde primaria a la universidad, etcétera.
-Pero el libro también podría haberse subtitulado “El alto de Viera”, en referencia a ese período en que se frenó el impulso progresista.
-Sí. El alto de Viera fue el resultado de la derrota del colegiado, el 13 de julio, y, de hecho, en la segunda mitad del libro analizo lo que pasó después de esa derrota y cómo Batlle se las arregló para “rescatar”, si se quiere, parte de su programa.
-¿Cree que el mito de Uruguay como país diferente se acabó con la dictadura de 1973, o...?
-No, no lo creo. Yo más bien diría que cuando la situación económica se vino abajo hacia el final de la guerra de Corea y bajó el precio de la lana, que por entonces era la principal exportación, empezó a desintegrarse gradualmente eso de que “como el Uruguay no hay”. No le pondría una fecha precisa, pero obviamente entre 1960 y 1973 las cosas empeoraron.
-¿Pero cree que luego de la restauración democrática de 1985 reaparecieron algunos viejos valores?
-Como dije, no he estado en Uruguay desde hace tiempo y no me siento cómodo opinando sobre la actualidad del país. Además, mis amigos me dicen cosas diferentes, así que prefiero hablar sobre lo que me parece que sé y no sobre lo que me parece que no sé.
-Sin embargo, hacia el final del libro introduce una cita en la que se afirma que el Frente Amplio es el heredero político del batllismo.
-Sí, pero uso palabras de un periodista de El País.
-¿Es posible el batllismo fuera del Partido Colorado?
-Bueno, Batlle no pensaba así. Claramente creía que para ser exitoso el batllismo tenía que ser parte del Partido Colorado, porque creía en el poder del partido. Las generaciones actuales no tienen mucho interés en esto, pero el hecho es que, por ejemplo, en la guerra civil de 1904 en el interior a los colorados todavía se les decía “los salvajes”, algo que venía de la Guerra Grande. Ser colorado era un sentimiento muy profundo y salirse del partido era prácticamente desaparecer. En la época de Batlle a los socialistas y los comunistas les iba muy mal, nunca pasaron de uno o dos diputados y un senador. Creo que un tema interesante es averiguar por qué el electorado uruguayo se decidió a cambiar sus filiaciones políticas. No era así en el 900, en los 10 o en los 20, cuando muy pocos blancos se hacían colorados o viceversa; lo que hacían era cambiar de ala dentro del partido al que pertenecían. Ahora vivimos en tiempos en que la gente cambia.
-Justamente, el próximo presidente muy posiblemente sea José Mujica, que comenzó militando en el Partido Nacional y como herrerista.
-No sé de ningún colorado o blanco que en tiempos de Batlle y Ordóñez se haya cambiado. Había algunos, como Martín C Martínez y Juan Andrés Ramírez, que no habían sido colorados sino constitucionalistas. Pero, en general, tendían a moverse a la derecha; nadie rompía con Batlle para irse a la izquierda. [Pedro] Manini Ríos es un buen ejemplo. Pero, vuelvo, lo fascinante es que en el siglo XIX blancos y colorados estaban dispuestos a matarse entre sí, tal cual hoy los musulmanes sunitas y chiitas, y hoy eso ya no es así.
-Tal vez el cambio tenga que ver con que los partidos avanzaron hacia una mayor coherencia ideológica interna. ¿Lo ve como una señal de progreso?
-Probablemente. Era una esperanza que ya tenían Batlle y Herrera, y tuvieron éxito en su época. Como se ve en el libro, Batlle estaba injertando ideas nuevas en el tronco del Partido Colorado. Es interesante comparar el éxito de Batlle con los fracasos en Perú, que ocurrieron por la misma época, cuando quienes intentaron hacer grandes reformas fueron barridos del gobierno.
Jaime Yaffé José Gabriel Lagos