Lazos de sangre
Por Javier Suárez (*)
Diversas perspectivas de conducción política en el Batllismo. La oposición del catorcismo al quincismo entre 1946-1958
Agradecimiento:
A Pablo Ney Ferreira y Jorge Chagas, quienes colaboraron generosamente a través de sugerencias, comentarios y acceso a material bibliográfico, aunque las conclusiones del trabajo son responsabilidad del autor.
Introducción
Las elecciones de 1958 estamparon el triunfo del Partido Nacional y la derrota del Partido Colorado luego de varias décadas en el poder. La crisis económica, el descontento social –especialmente universitario y sindical–, y la prédica opositora pautaron una difícil posición para el “partido natural de gobierno” frente a un nacionalismo que, en alianza con el movimiento ruralista de Nardone, volvía a votar unido dejando atrás una larga historia de escisiones iniciada en 1931. El slogan de la reciente Unión Blanca Democrática: "O gana la UBD o todo sigue como está", a pesar de no haber sido la fracción mayoritaria del lema ganador, permeó a toda una sociedad dispuesta a cambiar de gobernantes ante las debilidades del país de “excepción”.
Desde el semanario “Marcha” un joven militante colorado, Julio María Sanguinetti, entendía que “la gente no había votado por una doctrina, sino se hubiese volcado a los partidos de ideas, sino ‘contra algo’ y no ‘a favor’ de nada” (1). Ese “algo” era percibido de muy distintas manera por los diversos protagonistas: el dirigismo económico, la “violenta campaña de difamación personal contra los gobernantes colorados de ese momento”, los duros enfrentamientos internos entre las dos corrientes Batllistas de postguerra, que, aunque manifestaban pregonar los mismos postulados de José Batlle y Ordoñez tuvieron diferentes miradas sobre la coyuntura nacional. Las tendencias se identificaban con la lista 15, la Radio “Ariel” CX10 y el diario “Acción”; mientras que, por otro lado, la lista 14 utilizaba como voceros de prensa el diario “El Día” y la frecuencia de CX 32.
Las culpas y recriminaciones no se hicieron esperar. Un editorial del periódico quincista señaló que la actitud del catorcismo había buscado “minar y destruir al gobierno por los mismos caminos falsos y desleales que utilizaron los enemigos” desde hacía cien años. Desde el “El Día” reconocían que el resultado electoral los amargaba, sin embargo, era “la culminación dolorosa del ciclo de la actuación preponderante del señor Luis Batlle Berres en la política del país, iniciado, por azar fatal de las cosas, en 1947, y rematado ahora con los resultados que –se estaban– palpando”. Según el rotativo, desde 1950, pero especialmente a partir de 1954, se había creado una división permanente “casi puede decirse que día a día en todo el período subsiguiente, hasta el momento actual, por la reiteración de los mismos procedimientos prepotentes de antes, agravado por una acción de gobierno cuyas características máximas han sido los desaciertos y las desaprensiones” (2).
Fue así que el nivel de polarización llegó a un punto en el que no había lugar para ninguna otra alternativa. Los sectores no batllistas vinculados al terrismo, primero, el coloradismo independiente, después, fueron perdiendo pisada en cada una de las elecciones llegando al final del período analizado a los exiguos 8.514 sufragios con un candidato, el Sr. Washington Fernández, escindido de filas quincistas.
En definitiva, mucho se ha dicho de los desencuentros –para algunos “más aparentes que reales” – de la “14” y la “15” en el período 1946-1958. Las ideas más recurrentes han considerado que las disputas tuvieron un origen personal. Al respecto, Cesar Di Candia –compañero de estudio de Jorge Batlle en la Facultad de Derecho y visitante habitual de la Residencia Presidencial de Suárez y Reyes en su juventud–, a principios de la década de 1960, con singular pluma dejaba traslucir un rumor que se escuchaba a viva voz: A pesar de estar vigente, “Batlle se da cuenta que su estrella política comienza a languidecer y que es necesario buscar a su alrededor –y educar a su imagen y semejanza– una guardia joven y leal que sirva de depositaria y de continuadora de sus ideales. En su quinta está viviendo, desde hace unos años un joven sobrino (…) Se llama Luis Conrado Batlle Berres y las tradiciones orales han recogido la versión que Batlle gustaba de elogiar en público sus condiciones y señalarlo como ‘un futuro hombre de gobierno’. Don Pepe siente una entrañable predilección por el sobrino huérfano, y lo convierte primero en su secretario personal y luego en secretario general de sus diarios “El Día” y “El Ideal”, lanzándolo con un insólito espaldarazo a la carrera política”.
“Detrás suyo, desplazados, olvidados, han quedado tres figuras que llevan la política en las entrañas y han vivido hasta ahora en su delfinazgo inocuo, aunque ambicionan mucho más. Son Cesar, Rafael y Lorenzo Batlle Pacheco, los tres hijos de don Pepe. Batlle, sin proponérselo, ha cometido el mayor error de su vida: el de sembrar la semilla de los celos que destrozarán, 30 años después, el partido colorado” (3).
Más aquí en el tiempo, el propio autor reiteró una vez más los conceptos a través de una serie de artículos para el semanario Búsqueda al recordar el centenario del natalicio de Batlle Berres un año después. No existía casi ninguna diferencia ideológica entre las dos fracciones y sólo se distinguía –a su entender– el antiguo odio de las dos ramas familiares que se hacía cada vez mayor (4).
No obstante, según la obra citada de Chagas y Trullen, sin descartar ningún aspecto, las desavenencias tuvieron un horizonte mucho más amplio y profundo que “iban desde la forma de conducir el Partido Colorado, el rol del Estado, la política económica (especialmente el tema de los subsidios y el equilibrio fiscal) y el significado del batllismo (que para los Batlle Pacheco no tenían nada que ver con el ‘populismo’) hasta la moral y la ética en el desempeño de la función pública” (5)
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Con todo, ¿había lugar para una figura caudillista dentro del Batllismo a la muerte de su líder histórico? De ser así, ¿cómo se concebía? ¿Qué dijeron sus detractores para ahondar tales diferencias? ¿Tenían fundamento? ¿Eran oportunistas o respondían a una coherencia histórica? Éstas son algunas de las interrogantes que el trabajo responderá, o al menos intentará hacerlo, pretendiendo arrojar un rayo de luz a un tema mucho más vasto que involucró, no sólo a correligionarios políticos, sino a toda una familia.
El vuelo del águila
Las diferencias Batllistas, nada nuevas desde mediados de la década de 1930, no pudieron ser disimuladas ante el régimen terrista y su posterior proceso de transición. La abstención en las elecciones de 1938 luego de una reñida votación interna fue prueba de ello. De una u otra manera, a medida que la “revolución marzista” –la misma que los había desplazado en 1933– se iba extinguiendo los lazos políticos, coincidentes muchas veces con los sanguíneos, se disolvían al punto de tornar los caminos irreconciliables.
No obstante, las leyes electorales que regulaban el uso del lema y establecían los mecanismos de acumulación ampararon la más variada oferta de grupos y candidatos dentro del lema partidario. En definitiva, no le falta razón a Germán D’Elía al decir: “En tal sentido, la legislación electoral uruguaya había evidenciado una excepcional capacidad de imaginación para elaborar una especie de ortopedia que permitía marchar juntos a grupos cuyas orientaciones particulares los caracterizaba como verdaderos adversarios” (6).
Por su parte, el coloradismo, cobijando de hecho gobierno y oposición dentro de sus filas, permitió abrir el abanico de posibilidades y voluntades políticas en simultáneo, evidenciando históricamente más habilidad y disposición “a explotar el fraccionalismo partidario para obtener ventajas electorales” (7). Sin embargo, 1958 será un año de inflexión y de acumulación de fricciones difíciles de contener.
No era un secreto la desconfianza de los hijos de Batlle que habían heredado “El Día”, invocando viejos temores del líder histórico, al surgimiento de cualquier personalidad fuerte y con cierto grado de autonomía dentro del batllismo (8). El mismo Cesar Batlle Pacheco, cuya destacada actuación en el “golpe bueno” lo llevó a integrar el Consejo de Estado de 1942, una vez instauradas las elecciones integró la lista de candidatos a la Junta Departamental de Montevideo mientras que su hermano, Lorenzo, hizo lo propio al Senado.
Anteriormente, de acuerdo a la opinión de Nahúm, los cuestionamientos “más personalistas que principistas” a la candidatura de Gabriel Terra en 1930, se repetían, ahora en los 40’, a cada una de las iniciativas propuestas por su primo: Luis Batlle Berres, quien al regreso del exilio comprendió la importancia de la radio como medio de comunicación de masas. Al frustrado propósito de presentar un lema independiente del coloradismo en 1940, se añadía el rechazo de aceptarlo como primer candidato a diputado en todas las listas de Montevideo en 1942 (9), hasta llegar al momento culmine y decisivo.
Los años 1945-1946 sorprendieron al batllismo en una efervescencia electoral luego de varios años de obligada quietud política. La destacada actuación al presidir la Cámara de Representantes y la difícil gestión municipal del Ing. Juan P. Fabini motivó al sobrino de Batlle y Ordóñez, “Luisito”, cuya predica comenzaba a tener un fuerte respaldo urbano, a reclamar la candidatura a la Intendencia de Montevideo. El veto de sus adversarios internos por entenderlo como una inmejorable plataforma de lanzamiento hizo que la formula inicial a la presidencia Tomás Berreta-Alfeo Brum –hermano del extinto Baltasar– cambiara por Berreta y la inocua vicepresidencia de Batlle Berres. Testigos de la época han recogido como cierta la frase de Lorenzo Batlle, uno de los más férreo opositores, quien exponiendo sus razones, dijo: “Si le damos la Intendencia a éste loquito, perdemos las elecciones” (10).
Tiempo después, un editorial de “El Día” titulado “La verdad siempre triunfa” no tuvo reparos en reconocer sus protagónicas oposiciones las cuales “los hechos, con su realidad implacable, justificaron luego” la conducta. Naturalmente no falto oportunidad para mencionar “los métodos antibatllistas del quincismo” y la “decidida oposición principista –del catorcismo–, tanto más firme cuanto mayor ha sido su apartamiento de las ideas y procedimientos, frente a ese sector personalista cuyo fracaso” fue anunciado (11).
En última instancia, el desarrollo de los acontecimientos coadyuvó a que Luis Batlle presentara su propia lista a diputados en Montevideo con el número 15 en clara competencia con la lista 14. Sin embargo, la novedad no radicará tanto en los números, nada nuevos, por cierto, al ser utilizados en otras instancias electorales, sino en los perfiles de conducción político partidaria detrás de cada uno. Al “dogmatismo interpretativo del pensamiento paterno” asociado a una mirada incrédula a los “prestadores de prebendas” y de todas aquellas “plegarias pedigüeñas por favores personales” (12) de tono moderado –todavía nadie piensa que dentro del batllismo pueda existir una tendencia conservadora– de los Batlle Pacheco; surge una personalidad con dotes carismáticos, reclamando para así la “autentica” interpretación de las ideas de “Don Pepe”, capaz de llegar a los vastos sectores medios y populares urbanos e identificado por muchos con la renovación del partido.
Lo cierto es que la oposición del grupo de “El Día”, sin quererlo ni buscarlo, acercaba cada vez más a Batlle Berres al poder. A los cinco meses de asumir la presidencia moría Tomás Berreta, comenzando una lenta pero inexorable disputa entre un novel Presidente con clara intención de gobernar al país y su partido cuyas aristas se confundían y se superponían frecuentemente; y unos primos que desde las páginas de su diario se opondrán a una actitud que han calificado de “personalista y demagógica” y otros, en cambio, de “avancista”. Atrás quedarán los anhelos a una “larga y prospera vida” al colega de “Acción” –fundado en 1948– que entraría a “compartir, en defensa de los principios del Batllismo, solidas bases de la Libertad, de la Justicia y del Derecho” (13). Las alusiones a partir de ahora comenzaban a tomar otro cariz. Una noche en Radio “Ariel” se escuchó decir en referencia a los Batlle Pacheco: “Lo que me diferencia de ellos es que yo tengo vuelo de águila y ellos vuelo de perdiz” (14).
“Todo o Nada”
Dentro de la pugna entre las dos tendencias Batllistas en las elecciones de 1950 comparecía la formula oficialista, Andrés Martínez Trueba–Alfeo Brum, a la postre triunfante, y la catorcista de Cesar Mayo Gutiérrez–Lorenzo Batlle Pacheco con sus respectivos candidatos a los distintos órganos legislativos nacionales entre los cuales Cesar Batlle Pacheco encabezaba la lista a diputados por Montevideo y Orestes L. Lanza hacia lo propio en el Senado. La tercera opción Eduardo Blanco Acevedo–Cyro Giambruno, a pesar de haber cosechado una buena votación, no pudo quebrar la paridad de las listas patrocinadas por “El Día” y “Acción”.
La preponderancia de Luis Batlle era innegable hasta que un episodio “inesperado” cambió las cosas. Algunos vieron una fervorosa y desinteresada adhesión a los viejos ideales del Batllismo de 1913, otros, la debilidad de un presidente de ejercer su cargo, o bien, la intención de evitar “una muy probable segunda presidencia –de aquél– para el período 1955-1959, cuando seguramente profundizaría su personalismo carismático como líder máximo del partido y las tendencias populistas que chocaban con las propuestas más conservadores” (15).
Lo cierto fue que el Presidente Martínez Trueba –a la postre candidato por el catorcismo en 1958– desempolvando los pergaminos colegialistas que Batlle y Ordoñez había traído de Europa impulsó con el respaldo necesario del herrerismo y el sector batllistas de “El Día” una reforma constitucional colegialistas. El sector de la “15” estando en la disyuntiva entre el rechazo y el apoyo se remitió a cuestionar los procedimientos sin tener mayor andamiaje algunas otras reflexiones de su propio líder. Éste, sin ignorar las múltiples facetas de la nueva constitución, nunca creyó la posición principista de sus adversarios Batllistas. Siempre que tuvo oportunidad lo hizo saber. Algunos artículos de la página editorial o política de “Acción” titulados “El colegialismo de ‘El Día’ es falso” y “‘El Día’ anticolegialistas” así lo indican (16).
Instaurado el Consejo Nacional de Gobierno y a la vista de los recientes episodios gubernamentales vinculados muchos de ellos a la represión de los conflictos sociales, en vísperas de las elecciones de 1954, la política quincista del “Todo o Nada” procuró propiciar el retorno de su líder al gobierno, no ya como Presidente sino como miembro de la referida institución junto a un grupo de jóvenes bajo la consigna “Renovación y Reforma”. Todo ello logró despertar un amplio apoyo popular en una campaña signada por las recomendaciones de Benito Nardone que, desde los micrófonos de Radio Rural, instaba a los blancos a votar a Herrera y los colorados a Luis Batlle; y una intensa propaganda catorcista advirtiendo “Cuidado con los hombres fuertes” (17). Los resultados fueron otra vez favorables al coloradismo, y dentro del batllismo al equilibrio de las elecciones anteriores le sucedía el predominio de la lista 15. Así pues, no sería ésta la única noticia que recibirían con resignación por aquellos días los adeptos de “El Día. Al fallecimiento de Cesar Mayo Gutiérrez en 1951, se sumaba la perdida de Lorenzo Batlle – quizás, de los tres hermanos, el de mayor perfil caudillista teniendo en cuenta que Cesar prefería actuar en la discrecionalidad y Rafael estaba avocado a los menesteres del diario familiar – a pocos días de finalizados los comicios.
Como se dijo anteriormente citando la obra de Panizza, el realineamiento de las fracciones con el objeto de obtener apoyos y oposiciones no sólo al interior de los partidos sino también entre los mismos teniendo en cuenta que ningún gobierno en el periodo de postguerras disfrutó de mayorías absolutas, ha sido una tarea harto complicada. En el caso del segundo colegiado colorado con mayoría quincista fue preciso integrar al sector de la “14” a los ministerios a efectos de asegurar un respaldo parlamentario para las tareas del gobierno. Sin embargo, las discrepancias entre ambas fracciones no podrían ser superadas al originarse lo que se dio a llamar la “crisis ministerial” de 1956 cuando a raíz de una interpelación en el Senado se derivaron una serie de renuncias de los Secretarios de Estado catorcistas. De esta manera, la medida suprimió el respaldo parlamentario en un momento donde el modelo Batllista parecía agotarse ante la falta de respuestas a una crisis a esa altura ineludible.
Sin embargo, Germán D’Elia entiende que la situación no respondió a factores circunstanciales sino que siguieron operando los mismos que originaron la división: “si en el sector gobernante la crisis provocó una actitud de apego a fórmulas periclitadas” –entiéndase populismo, improvisación, política empírica de desarrollo, industrialización, ampliación de la legislación social y laboral, política de favor y clientela–(18); “En la fracción que tuvo como vocero a ‘El Día’ agudizó las tendencias conservadoras que la caracterizaban”. Asimismo, rumbo a las elecciones de 1958 –prosigue el autor– fueron “invocando permanentemente a Batlle y Ordoñez (…) en su aspecto formal, careciendo de toda vivencia popular, lo que transformó a esta fracción –el catorcismo– en el centro aglutínate de las tendencias conservadoras del coloradismo” (19). Una vez más, los adjetivos empleados, con o sin razón a la vista del autor, dejarían cicatrices difíciles de ocultar.
La conducta del Batllismo
En 1949, sin alusiones personales pero con insinuaciones vinculantes a los regímenes autoritarios y totalitarios, un editorial de “El Día” manifestaba: “Nuestra democracia contó, pues, con el aporte indeclinable del Batllismo que defendió la ley y respetó el derecho (…) Nuestra conducta es siempre clara; defendemos el imperio de la legalidad, de la libertad y las ideas solidaristas que jerarquizan la condición del hombre. Nuestro concepto de democracia nos aleja en igual grado del nazismo, del comunismo, del fascismo, de los dictadores y tiranuelos, de los demagogos e histriones, que gritan en su tinglado, sin poder ofrecer a la consideración del pueblo la paternidad de una idea generosa, la articulación de una ley o un punto de vista razonable y justo sobre los temas que interesan sucesivamente a la opinión pública”.
Y por si cabía alguna duda, concluye: “Seguiremos defendiendo la democracia; señalando a sus enemigos; a los demagogos vacuos y estridentes, a los totalitarios arteros y violentos que hacen también más de un contacto con los primeros. Defenderemos la democracia procurando su constante evolución, trabajando intensamente por ella, con el concurso de los hombres de honrada inspiración, que sin ambiciones personalistas, ni exterioridades llamativas, contribuyen con su esfuerzo al bien común. Esa ha sido y será nuestra conducta” (20).
No obstante, nueve años después, los autoproclamados “Batllistas principistas” sin ningún tipo de alegoría arremetían directamente contra todos aquellos que desvirtuaban la política, “siendo que su propósito primario y sustancial consiste en el arte de gobernar para imponer la justicia y promover el progreso individual y colectivo” y no “cuando se busca exclusivamente practicar la formula de la política ante todo, convirtiéndola en un fin en sí mismo”.
En la situación actual, el quincismo no parecía comprender tales propósitos ya que “su acceso a las posiciones de gobierno fue el término final de una campaña demagógica de tal intensidad, extensión y persistencia como no conoció antes la República”. Para el periódico las interminables promesas, sabiendo anticipadamente su difícil concreción “constituyeron la fuerza con que se engaño al electorado sin escrúpulos”.
Y a continuación, declaraba: “En ningún momento sintió respeto por la persona humana y el sentido del deber naufrago irremediablemente, arrasado por el ansia de alcanzar el poder, fueren cuales fueren los caminos que pudieran conducir a él. Se aceptó, y se practicó, en suma, aquello de que, en política, el fin justifica los medios”
“Estos malsanos procedimientos no tardaron en originar las consecuencias previstas. Los demagogos, desde el Gobierno, no estuvieron en condiciones de cumplir, siquiera en mínima parte, lo que ofrecieran desde el llano (…) El resultado está allí, a la vista de todos, elocuente y sombrío” (21).
El contexto planteado no ameritaba otra salida: alejar a Luis Batlle del poder. Según el rotativo Batllista si no se terminaba con el quincismo, el quincismo terminaría con el país. Para tales propósitos se reproducían las críticas de la “Mañana” –tradicional vocero de prensa del riverismo– sobre “las luchas particulares y las ambiciones personales” a efectos de “propiciar soluciones que tiendan a unir a todas las banderas antiquicistas para dentro del partido colorado, enfrentar y derrotar al quincismo” (22). El llamado no era nuevo. Ya en las pasadas elecciones de 1954 el blancoacevedismo –vinculado al terrismo– apoyando las candidaturas al Consejo Nacional de Gobierno de la lista 14, comparecía con su máximo líder, el Dr. Eduardo Blanco Acevedo, con una hoja de votación al Senado.
Sea como fuere el desarrollo de los argumentos contra el gobierno, Luis Batlle no lo perdonó. Es más, en la construcción de su identidad dentro del denominado “Batllismo mayoritario” a efectos de buscar la diferenciación con la lista adversaria, empleó la dicotomía “progresistas” y “conservadores” al enfatizar: “La revolución, decía, es una verdad; impedirla sería un inmenso error. El único camino que tienen los dirigentes y gobernantes es meterse dentro de ella; y cuando esa revolución va muy ligero, tirarle del saco; cuando va a pararse, llevarla hacia adelante, para que tome velocidad”.
(…) “Y bien: este fue el principio de nuestra oposición (con la lista 14) que se fue ahondando en la medida que pasaba el tiempo…” (23).
En efecto, uno de los aspectos fundamentales del discurso Neo Batllistas lo constituyó su posición frente a las transformaciones que estaban sacudiendo a la región y al mundo, y por lo cual fue considerado peyorativamente de populista al estilo de sus coterráneos Juan Domingo Perón en Argentina y Getulio Vargas en Brasil. No obstante, la bibliografía consultada, a pesar de reconocer algunas similitudes al respecto, no permite arribar bajo ningún concepto a tales conclusiones.
Precisamente en uno de sus discursos a la Asamblea General en 1948 se dijo: “No se puede apedrear desde afuera la revolución que sacude al mundo. Lo atinado es entrar en ella para dirigir los acontecimientos, para refrenar las actitudes liberticidas y para reconocer y vocear la justicia de ciertos reclamos. Desconocer la convulsión que sacude a los pueblos sería necedad y en cambio pulsar sus movimientos es armarse para mantener el orden y continuar por el camino del progreso” (24).
De esta manera, la idea de la “revolución en el orden” constituyó una de las categóricas diferencias con el peronismo argentino al decir Panizza: “Tal como surge del análisis de las intervenciones discursivas de su principal líder de postguerra, el discurso neobatllista muestra una gran continuidad con el batllismo temprano, mostrando de este modo –a diferencia de las alusiones rupturistas y con cierta carga de violencia– la vigencia temporal del proyecto hegemónico que tuvo su expresión popular en el ‘Uruguay feliz’” (25).
Y si cabe alguna duda, el propio Batlle explícitamente acentuó sus diferencias con los movimientos populista al considerar que “la libertad es el elemento principal para la vida colectiva y cualquier régimen que niegue el principio de libertad, es malo por eso mismo”, y que “la democracia no se alcanza sino a través del régimen de la democracia” (26).
En cualquier caso, a la luz de los hechos, los detractores continuaron emprendiendo los calificativos reparando, quizás, en el estilo de conducción política con fuerte tinte popular del “luisismo” y no tanto en los aspectos institucionales y espirituales del Estado.
Un nuevo camino
Al final de cuentas, luego de un prolongado análisis de la debacle colorada y en pleno gobierno nacionalista, un editorial de “El Día” en 1960 sostuvo, sin que ello implicara una adhesión unánime de la “14”, la necesidad de fortalecer un partido unido en desmedro de los personalismos. “Distinguían entre ‘unión’ y ‘unidad’. La unidad implicaba una ‘fusión total’ que eliminadas ‘radicalmente las diferencias anteriores, disuelve los grupos preexistentes, y origine el seguimiento de un caudillo, que concluirá en no admitir distingos ni otra opinión que la suya’. En cambio unión era una cosa muy distinta. Se trataba de una ‘simple conjunción de fuerzas diversas, mancomunadas en un propósito común’. El ‘fermento aglutinante’ sería una ‘idealidad’ que todos compartirán. Pero en la que los diversos grupos actuantes ‘conserven su personalidad y hasta sus características propias, atenuadas ellas sólo en la medida necesaria para asegurar el triunfo solidario’. Agregaba que con unidad o unión ‘el triunfo futuro es indudable. En tales condiciones, si resulta más peligroso buscar y lograr la unidad, y es, en cambio más hacedero, sencillo y de mayor seguridad democrática buscar y lograr la unión, es evidente que en esa búsqueda debe aplicarse el empeño de todos’” (27).
Para el rotativo la Unión Colorada y por ende Batllista, más que un hecho, era una necesidad impostergable. Faltaba un candidato ajeno a los enfrentamientos pasados. Lo encontrarán en un militar retirado, sobrio y con buena reputación de administrador público: el Gral. Oscar Gestido. Se aglutinaran en torno a su candidatura el grueso del catorcismo –Renán Rodríguez y Enrique Martínez Moreno, referentes del sector pasarán a integrar la reciente lista 99 del disidente quincista Zelmar Michelini–, los alicaídos colorados independientes, baldomiristas y blancoacevedistas. De su mano, aunque creciendo en menor grado, estará un joven Pacheco Areco, periodista del diario y sobrino de los propietarios.
Con la UCB se empezaran a apagar las luces, no sólo de la lista 14, ineludible referente de la primera, sino también desaparecerán casi al unisonó dirigentes de la importancia de Benito Nardone, Fernández Crespo y el propio Cesar Batlle Pacheco, luego de un breve período en el Senado. Dos años atrás, en 1964, lo haría Luis Batlle Berres sin poder presenciar los comicios donde su sector perdería la hegemonía interna de un partido que, curiosamente, accedía nuevamente al gobierno en régimen presidencialista. La historia querrá que aquel joven periodista de “El Día”, profesor de Idioma Español, Literatura y aficionado al boxeo, corriera con el mismo destino que, en diferentes circunstancias y con distinta coyuntura, tuviera Luis Batlle a partir del 2 de agosto de 1947.
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Notas
(1) Sanguinetti, Julio María en “Pacheco. La trama oculta del poder” (2005) de Jorge Chagas y Gustavo Trullen. Editorial Rumbo, Montevideo, Uruguay, p.48.
(2) “Acción” y “El Día” en “Pacheco. La trama oculta del poder”, ob.cit. p.40.
(3) Di Candia, Cesar. “Revista Reporter”, “Luis Batlle. Un hombre entre dos noviembres”, Nº 56, 16 de mayo de 1962.
(4) “Búsqueda” Nº 974, 3 de diciembre 1998, pp.54-55.
(5) “Pacheco. La trama oculta del poder”, ob.cit. p.31.
(6) D’Elía, Germán (1982) “El Uruguay Neo Batllista” 1946-1958. Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, Uruguay, p.54.
(7) Panizza, Francisco (1990) “Uruguay: Batllismo y después” Pacheco, militares y tupamaros en la crisis del Uruguay batllista. Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, Uruguay, pp. 68-69.
(8) “Pacheco. La trama oculta del poder”, ob.cit., p.32.
(9) Ibidem, p.31.
(10)Citado por Cesar Di Candia, “Revista Reporter”, Ob.cit.
(11)“El Día”, “La verdad siempre triunfa”, 23/11/1958, p.9.
(12)García Méndez, Horacio, “Como conocí a Cesar Batlle”. “Hoy es historia”, revista bimestral de historia nacional e iberoamericana Nº5, agosto-setiembre 1984.
(13)“El Día”, 23 de octubre de 1948, p.8.
(14)Cesar Di Candia en Búsqueda Nº 974, Ob.cit.
(15)Nahum, Bejamin; Cocchi, Ángel; Frega, Ana; Trochón, Yvette (1993) “Crisis política y recuperación económica” 1930-1958. Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, Uruguay, p. 106.
(16)“Acción” en Iturria, Raúl (2008) “1958” El año en que cambió la Historia. Tierradentro Ediciones, Montevideo, Uruguay, p.81.
(17)Citado por Cesar Di Candia, “Revista Reporter”, Ob.cit.
(18)Instituto de Economía en “El Uruguay Neo Batllista” de Germán de D’Elia, Ob.cit., p. 67.
(19)D’Elía, Germán, “El Uruguay Neo Batllista”, Ob. Cit., pp.92-93.
(20)“El Día”, “La conducta del Batllismo”, 5/4/1949, p.7.
(21)“El Día”, “Política y demagogia”, 8/10/1958, p.8.
(22)“El Día”, “En eso estamos”, 10/8/1958, p. 9.
(23)Batlle Berres, Luis en “Uruguay: Batllismo y después” de Francisco Panizza. Ob.cit., p. 95.
(24)Batlle Berres, Luis en “El Uruguay Neo Batllista” de Germán de D’Elia. Ob.cit., p.39.
(25)Panizza, Francisco. “Uruguay: Batllismo y después”, Ob.cit, p. 99.
(26)Batlle Berres, Luis en “El Uruguay Neo Batllista” de Germán de D’Elia. Ob.cit., pp.41-42.
(27)“El Día” en “Pacheco. La trampa oculta del poder”, ob.cit., P. 53-54.
Bibliografía
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D’Elía, Germán (1982) “El Uruguay Neo Batllista” 1946-1958. Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, Uruguay.
García Méndez, Horacio (1984) “Como conocí a Cesar Batlle”. “Hoy es historia”, revista bimestral de historia nacional e iberoamericana Nº5, agosto-setiembre.
Iturria, Raúl (2008) “1958” El año en que cambió la Historia. Tierradentro Ediciones, Montevideo, Uruguay.
Marrota, Daniel (1985) “El Uruguay y el segundo colegiado”. Ediciones IDEAS, Montevideo. Uruguay.
Nahum, Benjamín (2000) “Manual de Historia del Uruguay 1903-1990”. Tomo II. Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, Uruguay.
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Panizza, Francisco (1990) “Uruguay: Batllismo y después”. Pacheco, militares y tupamaros en la crisis del Uruguay batllista. Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, Uruguay.
Prensa
Semanario “Búsqueda” Nros. 974-977, diciembre 1998.
Diario “El Día”:
“La conducta Batllista”, 5/4/49
“En eso estamos” 10/8/58
“Nuestra lucha”, 12/9/58
“Política y demagogia”, 8/10/58
“La verdad siempre triunfa”, 23/11/58
“Revista Reporter”, “Luis Batlle. Un hombre entre dos noviembres”, Nº 56, 16 de mayo de 1962.
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(*) Docente, periodista. Edil (s). Trabajo presentado en el curso de Sistema Político Nacional II de la Facultad de Ciencias Sociales. Licenciatura en Ciencia Política.