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martes, 18 de diciembre de 2012


La salida del militarismo y el nacimiento de los partidos populares(1887-1894) por Juan E. Pivel Devoto


Después de la conciliación, es decir, después de un silencio casi absoluto de diez años, durante los cuales solo medrosa e ineficazmente habían dicho su palabra, vuelven los partidos a actuar en la vida pública con la espontaneidad que habían perdido durante el militarismo.
Las circunstancias les reclamaban grandes cambios; y ellos respondieron a sus naturales exigencias de evolución. Desde luego, en lo que se refiere al problema de la organización, se les nota la necesidad de imponer a su corriente interna la fuerza cohesiva de las formas más definidas, de cuadros regulares y estables. Comienzan a moverse los partidos como máquinas de rodaje complicados o mejor aun, de estructuras organizadas.
Hasta ese momento en los programas partidistas no habían aparecido sino como aspiraciones de carácter ideológico, político, electoral; a lo más algunas ideas relativas a reformas institucionales, administrativas o a problemas de cultura. Puede decirse que la conquista de las libertades políticas habían sido la tarea exhaustiva que se habían impuesto los partidos. El progreso material del país se había realizado sin su concurso, sin su estimulo, a veces hasta con desdén. Lo había intentado realizar efectivamente el militarismo en su primera etapa, imponiendo silencio absoluto a todas las opiniones.
Al reaparecer después de diez años los partidos de principios comienzan también a manifestar su interés por las aspiraciones de mejoramiento material que no tardarían en inscribir en sus programas. Otro aspecto que debemos señalar, quizá el más sintomático de una profunda evolución, es la superación de la antigua y estéril etapa de luchas entre el elemento popular y la intelectualidad que siempre había pretendido reservarse el papel conductor. Ahora se nota en primer término el esfuerzo de los partidos en el sentido de injertarse profundamente a la masa llena de pasión y colorido, llevándola a la acción política dentro de una organización estable y bajo una dirección intelectual. El caudillismo es valorado como una realidad rememorado como una tradición gloriosa, invocado como un instrumento de sugestión política. la palabra de orden no es ya más la lucha contra el caudillismo, sino contra el militarismo a quién hay que despojar definitivamente de sus pretensiones políticas, consagrando el triunfo del régimen civil.
El proceso de la anulación del militarismo, iniciado con la renuncia de Santos, se proseguía ahora con energía por etapas, paulatinamente, por obra de la política llamada de evolución. Comienza otra vez la tarea en el sentido de reconstruir los partidos. Los primeros trabajos fueron los del Partido Nacional. En diciembre de 1886 apareció "La República" que programaba sobre la base del principismo de 1872, una nueva organización, con la rememoración de Giró y de Berro (no de Oribe). Se quería la reunión de Comisiones Departamentales y de una Convención General integrada por delegados de todos los departamentos. Este movimiento recibió el apoyo de los emigrados en Buenos Aires. En diciembre se recibió la adhesión de Eustaquio Tomé, Jose M. Arredondo y Agistín de Vedia. Y en ese mismo mes de diciembre la Comisión Directiva Provisoria del Partido Nacional se dirigió a los integrantes del mismo, exhortando a la moderación y preconizando el esfuerzo para conseguir una representación propia independiente y digna en la Asamblea Legislativa a elegirse en noviembre de 1887. Y el 17 de febrero de 1887 la Comisión hizo un solemne llamamiento a la opinión, en que se hablaba de la necesidad de los partidos "elementos indispensables de orden social que por su acción recíproca difunden el espíritu de tolerancia, atenúan los errores, limitan los abusos de autoridad y fomentan la emulación benéfica".
También se hicieron trabajos de reorganización colorada, aunque era más difícil armonizar los elementos discordantes que integraban el partido. En enero de 1887 la Comisión Provisoria, heterogénea y conciliadora, hizo la convocatoria para una reunión en el Circo San Martín. Un grupo de ciudadanos colorados adhirió a la iniciativa de la manifestación del 19 de abril de 1887, desde Buenos Aires, lugar de su residencia. Entre ellos José Ellauri, Eugenio Abella, Segundo Flores, Antoni Bachini, Eugenio Garzón, Duncan Stewart, Bartolomé Mitre y Vedia, Pascual Costa, etc. Y el 19 de abril de 1887 se realizó esa gran manifestación partidaria que recorrió el camino entre las dos plazas y que, desde la Casa de Gobierno fue saludada por el Presidente y el Ministro de Gobierno. Era la primera vez que un partido organizaba un acto de esta naturaleza. Y esa noche apareció en la torre de la Luz electrica la bandera colorada, que según se dijo, se debió a la inspiración de Julio Herrera y Obes, decididamente empeñado en una política de Partido. El hecho provocó los comentarios desfavorables en la prensa y especialmente de "El Siglo" notas del 20 y 21 de abril de 1887.
También recrudeció la propaganda política del partido Constitucional, que tomó la iniciativa de la conciliación electoral, convocando para una reunión a realizarse en el mismo mes de mayo de 1887. Habló de ella José P. Ramírez y dijo:" Si desde nuestro origen fuimos una idea, una gran idea, hoy somos una fuerza, una gran fuerza de opinión que aun cuando no se traduzca en hechos materiales, constituirá de hoy en más el primer factor en el desenvolvimiento de los sucesos políticos". Recordó el origen del Partido Constitucional, remontando su nacimiento al 10 de enero de 1875. "No fue que digamos ni muy apacible, ni muy regalada, ni muy aristocrática su iniciación en la vida pública(...)el partido constitucional no es un mito, ni una oligarquía, ni una clase, ni una escuela, sino la reacción de todo el país que se opera paulatinamente contra el antagonismo de los recuerdos y de los odios sustituidos a las cuestiones de presente y porvenir que sólo deben preocuparnos en la actualidad de la República"(El Siglo,Montevideo,22 de marzo de 1887)
Entonces el Partido Constitucional levantó la idea de la conciliación electoral, por la formación de un Centro Electoral a que debían concurrir los ciudadanos de los diversos partidos políticos bajo una denominación común y transitoria, y no siendo esto posible, por el acuerdo de los partidos conservando cada uno su autonomía aun para el acto electoral.
Ver: Historia de los Partidos políticos en el Uruguay(1865-1897). Montevideo, Claudio García y Cía. Editores, 1943, Tomo II, Pp. 286-292.

viernes, 14 de diciembre de 2012

El primer golpe de Estado
Por Felipe Pigna

El nuevo gobernante asumía en medio de la expectativa general. Era por todos conocida su trayectoria de hombre honesto y democrático, un verdadero luchador por los derechos civiles que había escrito en un periódico que dirigía: “No os azoréis, aristócratas, por esta aparición. El nombre con que sale a la luz este periódico, sólo puede ser temible para los que gravan con la sustancia de los pueblos; para los que hacen un tráfico vergonzoso, defraudándoles en el goce de sus intereses más caros; para los que todo lo refieren a sus miras ambiciosas y engrandecimiento personal; en fin, para aquellos lógicoligarquistas que, sin sacar provecho de las lecciones que han recibido en la escuela del infortunio, preservan firmes en adoptar los mismos medios, de que usaron antaño, para dominar, en lugar de proteger, para destruir, en vez de crear.” 
Sus primeras medidas de gobierno fueron contundentes: suspender el pago de la deuda externa que se llevaba casi un tercio del presupuesto, ordenar las finanzas públicas, combatir a rajatabla la corrupción y fijar precios máximos para los artículos de consumo popular. 
Era demasiado para aquella clase terrateniente conservadora acostumbrada a engordar sus cuentas bancarias junto con sus vacas. A mediados de 1828, la prolongación de la guerra con el Brasil afectaba las exportaciones y el poder económico le negó al gobernador a través de la Legislatura los recursos necesarios continuar la guerra. Dorrego tuvo que firmar la paz con el Brasil, aceptando la mediación inglesa que impuso la independencia de la Banda Oriental. Así nacía la República Oriental del Uruguay en agosto de 1828.
La derrota diplomática de la guerra con el Brasil y el descontento de las tropas que regresaban desmoralizadas, fueron utilizados como excusa por los unitarios para conspirar contra aquel gobernador federal y popular. Dice Guillermo Furlong que “Julián Segundo de Agüero, el íntimo y el más grande admirador y colaborador de Rivadavia y su ex ministro predilecto, reunió en una casa de la calle Parque, hoy Lavalle, el día 30 de noviembre de 1828, a los que, al siguiente día, habrían de sublevarse contra el gobernador legal de Buenos Aires” 
Al amanecer del 1° de diciembre, las tropas de Lavalle, que estaban acantonadas desde la noche anterior en la Recoleta, fueron ingresando al centro de la ciudad por las actuales Florida, San Martín y Reconquista, hasta ocupar la Plaza de Mayo.
Dorrego pronto comprendió que sus pocos efectivos no le respondían y decidió marchar en busca de auxilios. 
Lavalle fue electo gobernador de facto en una fraudulenta ceremonia. Como lo harían en el futuro sus discípulos golpistas, prestó juramento ante el escribano mayor de Gobierno y nombró su gabinete compuesto por militares y civiles “respetables”.
Mientras toda la farsa se cumplimentaba, Dorrego llegaba a Cañuelas y se disponía a resistir. Se le unieron las fuerzas del general Nicolás Vedia, comandante de las costas del Salado y muchos gauchos “vagos y malentretenidos” que fueron a engrosar sus filas, haciendo caso omiso a las citaciones de los jefes unitarios.
La ayuda de Rosas no llegó a tiempo y Dorrego fue capturado. Algunos unitarios rivadavianos se dirigieron a Lavalle opinando sobre qué debía hacerse con el gobernador depuesto.
”Prescindamos del corazón en este caso. La Ley es que una revolución es un juego de azar, en la que se gana la vida de los vencidos cuando se cree necesario disponer de ella.” 
Juan Cruz Varela fue otro de los “asesores” de Lavalle: “Este pueblo espera todo de usted y usted debe darle todo. Cartas como éstas se rompen”. Por suerte Lavalle no rompió la carta y podemos leer con toda claridad la infamia y cobardía de aquellos hombres.
A Dorrego sólo le quedaban tiempo y ganas para escribir unas pocas cartas de despedida:

“Señor gobernador de Santa Fe, don Estanislao López.
”Mi apreciable amigo:
”En este momento me intiman morir dentro de una hora. Ignoro la causa de mi muerte; pero de todos modos perdono a mis perseguidores.
”Cese usted por mi parte todo preparativo, y que mi muerte no sea causa de derramamiento de sangre.
”Soy su afectísimo amigo
”Manuel Dorrego”

A su esposa le decía: “Mi querida Angelita: En este momento me intiman que dentro de una hora debo morir; ignoro por qué; más la Providencia Divina, en la cual confío en este momento crítico, así lo ha querido. Perdono a todos mis enemigos y suplico a mis amigos que no den paso alguno en desagravio de lo recibido por mí. De los cien mil pesos de fondos públicos que me adeuda el Estado, sólo recibirás las dos terceras partes; el resto lo dejarás al Estado. Mi vida, educa a esas amables criaturas, sé feliz, ya que no has podido ser en compañía del desgraciado.”
Y a sus hijas: “Querida Angelita: Te acompaño esta sortija para memoria de tu desgraciado padre. Querida Isabel: te devuelvo los tiradores que hiciste a tu infortunado padre.”31
El 13 de diciembre, Lavalle fusiló a Dorrego y así lo anunció en un bando destinado a pasar a la historia: “Participo al gobierno delegado que el coronel Dorrego acaba de ser fusilado por mi orden, al frente de los regimientos que componen esta división. La historia juzgará imparcialmente si el coronel Dorrego ha debido morir o no morir, y si al sacrificarlo a la tranquilidad de un pueblo enlutado por él puedo haber estado poseído de otro sentimiento que el del bien público.” 
San Martín, que llegó hasta Montevideo poco después del golpe de Lavalle, no tenía duda alguna sobre quién era el principal responsable del crimen y así se lo decía en una carta a su amigo O’Higgins: “los autores del movimiento del 1° de diciembre son Rivadavia y sus satélites, y a usted le consta los inmensos males que estos hombres han hecho, no solamente a este país, sino al resto de América, con su conducta infernal. Si mi alma fuese tan despreciable como las suyas, yo aprovecharía esta ocasión para vengarme de las persecuciones que mi honor ha sufrido de estos hombres, pero es necesario enseñarles la diferencia que hay entre un hombre honrado y uno malvado”. 
Casi como en un anuncio de los tiempos por venir, Salvador María del Carril, le aconsejaba a Lavalle falsificar un documento que hiciera las veces de acta judicial: “Me tomo la libertad de prevenirle que es conveniente recoja usted un ‘acta’ del consejo verbal que debe haber precedido a la fusilación. Un instrumento de esta clase, redactado con destreza, será un documento histórico muy importante para su vida póstuma. Que lo firmen todos los jefes y que aparezca usted confirmándolo. [...] Si para llegar siendo digno de un alma noble, es necesario envolver la impostura con los pasaportes de la verdad, se embrolla; y si es necesario mentir a la posteridad, se miente y se engaña a los vivos y a los muertos.” El que aconsejaba inventar un juicio que nunca existió sería designado años más tarde como vicepresidente de la primera Corte Suprema de Justicia de la Nación.
Pero Lavalle, un poco más digno que Del Carril le contestó: “No soy tan despegado de la gloria, que si la muerte del Coronel Dorrego es un título a la gratitud de mis conciudadanos, quisiera despojarme de él; ni tan cobarde, que si ella importase un baldón para mí no pretenda hacer compartir la responsabilidad de ese acto con personas que no han tenido parte alguna en mi resolución.”
A Ángela Baudrix, la viuda de Dorrego, el Estado nunca le pagó el dinero del que le hablaba su marido en la carta de despedida. Tuvo que coser y hacer “tareas de doméstica” para sobrevivir junto a sus dos hijas, Isabel de 12 años y Angelita de 7. En 1845 Juan Manuel de Rosas le concederá una pensión de la que vivirá hasta su muerte.