Flores y Berro. El Día de los cuchillos largos" Por Juan E. Pivel Devoto.
Fragmento tomado de Historia de los partidos políticos en el Uruguay(1865-1897), Tomo II. Páginas 17 y siguientes.
Desde el nombramiento de D. Tomás Villalba para la presidencia del Senado, que precedió a la entrada de Flores en Montevideo, el Partido Blanco no había hecho manifestación política externa de carácter alguno. Solo podría volver a la acción por la influencia de sus caudillos emigrados en Entre Ríos, desde que constituían la única fuerza de arrastre popular capaz de oponerse al partido Colorado, restaurado por Flores en el gobierno. Después de la muerte de Oribe. el Partido Blanco carecía de ese elemento de tan grande influencia que era el caudillo. El partido Colorado, abandonada para siempre la política de fusión, habían encontrado un conductor en la hora de su reconstrucción definitiva. Don Bernardo Berro no quiso ser en 1862 el restaurador del Partido del Cerrito; y Lucas Moreno, Diego Lamas o Bernardino de Olid, no tenían entonces prestigio como para precipitar en torno a de ellos una gran fuerza nacional. El Partido Blanco, que no había encontrado después de malogrado el último intento fusionista quién le diera la unidad perdida en 1857, solo volvería a la acción eficaz por la influencia del caudillismo. Los factores internacionales le eran totalmente adversos. Ni el Brasil ni los Unitarios podían apreciar con simpatía los esfuerzos en tal sentido. López nunca había sido un aliado. La política de neutralidad observada con tal altos fines por el Presidente Berro, había desvinculado al Partido Blanco de Urquiza y de la tradición federal. Sin embargo, la situación interna, configurada por la liquidación del régimen florista, en plena anarquía, favorecía la acción del partido del llano.
La influencia de Flores y su prestigio personal habían decaído, por obra de la propaganda de los liberales que combatieron la dictadura y las consecuencias de la Alianza con Mitre y el Brasil. Los caudillos de la cruzada ya no le eran tan adictos como en 1865. La campaña había vuelto nuevamente a ser dominio de los bandoleros, situación que agravada luego, habría de provocar este comentario del Dr. Francisco A. Vidal el 4 de agosto de 1869: "De 4 o 5 años a esta parte ¿qué justicia hemos visto que se haya hecho?...todo queda impune".
En enero de 1867 se habían realizado los primeros esfuerzos para reorganizar el Partido Blanco con fines netamente revolucionarios. D. Bernardo Berro buscó la cooperación de Anacleto Median a quién le fue ofrecida la dirección del movimiento en la campaña. Sin la ayuda de Urquiza, Medina consideraba estéril todo esfuerzo en aquellos momentos. Estos primeros trabajos revolucionarios llegaron a ser de dominio público; condenados por tal motivo al fracaso volvieron a actualizarse en agosto de 1867, favorecidos entonces por las luchas entre las fracciones del Partido Colorado que se renovó en una nueva campaña de mutuas acusaciones después del descubrimiento del complot de la mina. Berro aparece nuevamente presidiendo el grupo de los conspiradores cuya posición analiza y justifica en estos términos: "Los blancos, pues, levantándose hoy para impedir que la obra de la anarquía y del caudillaje triunfe y se asegure, aparecerían como los soldados del derecho y de la libertad de la patria y cumpliendo con el deber sagrado de restituirle su soberanía y sus instituciones y si a esto se agrega la contemplación de la presión que ejercen sobre la República los poderes extraños, arrastrándola a servir intereses que de ningún modo le pertenecen, el movimiento del Partido Blanco se presentaría además como un movimiento emancipador y eminentemente oriental. Bajo este aspecto la posición de los blancos es bellísima. Su interés particular está ligado con el interés nacional, con el interés de los principios, con el interés de la justicia; de manera que obrando, como deben a fuerza de buenos patriotas, en favor de esos intereses, se favorecen también a sí mismos"(Aureliano Berro, Los sucesos de 1868, El País, febrero de 1921)
Pero estos planes de D. Bernardo Berro distaban mucho de reposar sobre la base de un partido unido que lo hubiese reconocido sin discrepancias como jefe. El propio Berro, fiel a sus arraigadas ideas, tampoco se define en estas circunstancias como un hombre del Partido Blanco. Dentro de esta parcialidad política existían dos fracciones, que, en sus líneas generales, respondían a la anterior división suscitada por la lucha entre vicentinos y amapolas. Los amapolas radicales y exaltados lo discutían. Estas discrepancias contribuyeron a malograr por segunda vez los proyectos de revolución en que se halaba empeñado Berro, cuyos trabajos en tal sentido coincidían con lo que se realizaban en aquellos mismos días otros hombres de su partido, animados del propósito de darle una organización a la colectividad política a la que pertenecían. Constituían este grupo formado por civiles y militares, Carlos Juanicó, Jaime Illa y Viamont, Gral Lucas Moreno, Coronel Juan E. Lenguas y Juan P. Caravia, a quién le fueron dados poderes para gestionar ante Berro la adhesión al núcleo del que se suponía jefe, a los trabajos de organización del partido Blanco que se hallaban empeñados. Tales esfuerzos no tenían, al parecer, una finalidad revolucionaria: respondían al propósito de organizar un Directorio, para lo cual se buscaba, antes que nada, unir a las fracciones en que el Partido se hallaba dividido. La actitud de Berro en esta circunstancia es realmente desconcertante. Puesto a hacer reflexiones en materia política perdía contacto con la realidad; contradecía a sus propias actitudes. En un momento decisivo para el Partido Blanco, en que se reclamaba su atención, se nos muestra como siempre, detallista y minucioso, descubriendo matices a las cosas y a los hechos sin medir sus proyecciones y sin pensar en la esencia de los mismos.
Al responder a la invitación formulada por conducto de Juan P. Caravia, expresaba a esta en carta de fecha 13 de noviembre de 1867: "Yo no he pertenecido ni servido nunca a ningún club político. Cuando he entrado en acción ha sido siempre para un objeto determinado y buscando indistintamente aquellos colaboradores que podían ayudar mejor a mi propósito"(...)"Conociendo el carácter y las condiciones de nuestros partidos políticos he huído siempre de ligarme a ellos de una manera absoluta. He querido permanecer libre; y a esa voluntad decidida he debido la independencia en que he vivido y vivo. Por lo que veo se quier ahora buscar la unión de uno de esos partidos, y se pretende darle un directorio o especie de autoridad que lo gobierne, y atienda a sus intereses en general, esta es, se procura que los círculos en disidencia se concilien, y fusiones para eso. Lo natural, pues, lo propio, lo único eficaz sería que entendieses esos círculos por medio de sus jefes, de representantes diputados al efecto. ¿Y cómo es entonces que uno de tales círculos nombra su representante y en vez de dirigirse a quién lo fuese por otro círculo, se dirige a mí, que no tengo poderes ni comisión de ninguno?(...) Me he encontrado en la alternativa o de no asentir a la invitación que se me ha hecho, o de convocar a otro u otros círculos y pedirles que me acepten como suyo y me constituyan su representante para tratar y decidir en su nombre. He preferido lo primero; por que no competente para lo segundo, ni debo actualmente cargar con la responsabilidad de ese paso"(Luis Melían Lafinur, La acción funesta de los Partidos Tradicionales en la reforma constitucional, pág 102-104, Montevideo 1918)
A pesar del carácter de esta manifestaciones, según las cuales estaría desvinculado del Partido Blanco, Berro prosiguió sus planes revolucionarios. Una vez realizadas las elecciones del 27 de noviembre de 1867, que consolidaron la posición del grupo colorado florista, solo podía pensarse en resistir la instalación de los poderes constituidos que debía tener lugar el 15 de febrero de 1868. La proximidad de esta fecha en la que pondría término a la dictadura, había agitado al florismo, debilitado no solo por la crítica de la oposición conservadora sino por las luchas internas que lo dividían, y mantenidas por los que, con distintos criterios, querían solucionar el problema político que planteaba el fin de la dictadura.
Los partidarios más exaltados de Flores reclamaban de la Asamblea en la que tenían mayoría absoluta, su elección en el carácter de presidente constitucional. Los caudillos más prestigiosos del Partido Colorado, Suárez y Caraballo, resistían esa prorroga del mandato, Flores, al parecer, se hallaba firmemente dispuesto a retirarse de la vida pública, siendo Pedro Varela su candidato para sucederle en el gobierno. Hombre joven y sin mayor volumen político, Pedro Varela se hallaba muy vinculado al caudillo y a la situación iniciada en 1865 para cuyo triunfo había contribuído con el aporte de su fortuna personal, lograda en el trabajo honesto en el que se inició desde joven, llegando a ser en aquellos días gerente del Banco Montevideano.
El 7 de febrero de 1868 el Coronel Fortunato Flores, jefe del batallón de infantería Libertad de la guarnición de la capital en comañía de su hermano Eduardo, se sublevó contra la autoridad de su padre quien se vio obligado a trasladarse a la UNión, no sin antes autorizar el desembarco de la marinería extranjera, para que custodiase los intereses privados y la Aduana. De la Unión marchó Flores a Canelones en búsqueda de tropas para sofocar la revolución de sus hijos dueños momentaneamente de la ciudad en la que habían hecho prisionero al Ministro de Guerra General Lorenzo Batlle. Con la mediación del cuerpo diplomático se puso término al episodio: Los jefes sublevados se sometieron, fueron desterrados y el batallón Libertad quedó disuelto(Miguel Lobo, Breve reseña histórica de Montevideo, Madrid 1872).
Al término de su dictadura Flores se había visto alejado del poder durante tres días pródigos en episodios jocosos por la sublevación de los que él llamaba sus ingratos hijos. Según La Tribuna la sublevación había tenido lugar en la circunstancia de haberse negado Flores al requerimiento de sus hijos en el sentido de dar un manifiesto presentándose como candidato a la presidenciai constitucional de la República. La actitud asumida por Flores revela sus propósitos de abandonar el gobierno, aun cuando se descontaba la elección por parte de la Asamblea. A esa determinación acaso no fuera ajena la indiferencia de algunos de sus caudillos ya sublevados contra su autoridad y que aspiraban a sucederle. El ambiente estaba dominado por la idea de la Revolución. Flores la esperaba tanto de parte de los Blancos como de los Conservadores o de Gregorio Suárez. El 15 de febrero de 1868 tuvo lugar la instalación de la Asamblea bajo la presidencia de Pedro Varela en quién Flores delegó el mando. En la ocasión publicó un manifiesto en el que expresaba: "La dictadura no se ha manchado con una sola gota de sangre, no ha hecho derramar una sola lagrima, no ha perseguido a nadie, ni ha establecido la prepotencia de los unos, en perjuicio del abatmiento de los otros. Para mí todos eran orientales"(La tribuna, Montevideo, 16 de febrero de 1868).
El 15 de febrero debió estallar en la ciudad la revolución acaudillada por Bernardo Berro. Los conspiradores apostados en Plaza Constitución y en el Edificio del Cabildo, debían apoderarse de las armas de las fuerzas de línea que rendían honores a la Asamblea, las que, como era usual en aquellos casos, se suponía quedarían en pabellón. Las fuerza formadas ante el edificio sede de la Representación Nacional y en las calles Rincón y Sarandí conservaron las armas. El golpe audaz a ejecutarse en la ciudad se malogró, como había también fracasado Timoteo Aparicio en su intento de llamar la atención del Gobierno en la campaña, al atacar anticipadamente y sin éxito la ciudad de Salto, el 10 de febrero de 1868.
Todo podía considerarse ya frustrado cuando el 19 de febrero de 1868, estalló finalmente en Montevideo la revolución blanca encabezada por Bernardo Berro y que debía haberse producido el día de la instalación de la Asamblea. Era la primera vez que Berro el principista intransigente, se ponía al frente de un movimiento de este carácter. Los revolucionarios se apoderaron del Fuerte, del que huyó Pedro Varela, mientras que el carruaje que conducía a Venancio Flores por la calle Rincón era detenido por unos emponchados que apuñalaron al caudillo cuando se dirigía al Cabildo, donde lo condujeron ya cadáver. Fracasado en su intento de dominar la situación desde el Fuerte, Berro se vio obligado a abandonarlo y se dirigía al Cubo del Sur, donde debía esperarlo una lancha que lo conduciría a una fragata española. Faltó a la cita convenida el patrón de la lancha; regresó Berro a la ciudad en cuyo trayecto fue reconocido, aprehendido y llevado al Cabildo, al que entro acompañado por José Cándido Bustamante. Al pasar por la Comisaría de Ordnes, don Pedro Varela que allí se encontraba le dijo:"¿Qué ha hecho don Bernardo? Este que ignoraba aun la muerte de Flores le contestó: "Es cierto que yo me lancé a la revolución para reconquistar los derechos de mi partido; en cuanto a la vida de Flores está tan garantida como la mía" Varela por toda contestación le mostró el cadáver de Flores que se hallaba cubierto por una bandera. Berro levantando los brazos exclamó: "Piedad, señor piedad" Fue conducido luego a un calabozo a través de cuyas rejas se le disparó un tiro de pistola que lo hirió mortalmetne en la cabeza. Mientras los soldados de la cruzada hacían guardia junto al cadaver de Flores, el de Berro era sacado del Cabildo y conducido en un carro por las calles desiertas de Montevideo bajo un sol ardiente de febrero por un fanático que, a gritos decía llevar el cadaver del salvaje Bernardo Berro, el que recibió sepultura en una fosa común del Cementerio Central. Semanas despés, Venancio Flores, en uya vigorosa personalidad de caudillo conductor de multitudes, el oro supera fuera de toda duda al barro humano, era sepultado bajo la bóveda de la capilla del Santísimo, en la Catedral, donde descansa de sus campañas.
Ver. Historia de los Partido Políticos en el Uruguay(1865-1897) Tomo II. Juan E, Pivel Devoto. Montevideo, Claudi García y Cía. Editores. Pp.15 a 23.