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martes, 18 de diciembre de 2012


Flores y Berro. El Día de los cuchillos largos" Por Juan E. Pivel Devoto.

Fragmento tomado de Historia de los partidos políticos en el Uruguay(1865-1897), Tomo II. Páginas 17 y siguientes.

Desde el nombramiento de D. Tomás Villalba para la presidencia del Senado, que precedió a la entrada de Flores en Montevideo, el Partido Blanco no había hecho manifestación política externa de carácter alguno. Solo podría volver a la acción por la influencia de sus caudillos emigrados en Entre Ríos, desde que constituían la única fuerza de arrastre popular capaz de oponerse al partido Colorado, restaurado por Flores en el gobierno. Después de la muerte de Oribe. el Partido Blanco carecía de ese elemento de tan grande influencia que era el caudillo. El partido Colorado, abandonada para siempre la política de fusión, habían encontrado un conductor en la hora de su reconstrucción definitiva. Don Bernardo Berro no quiso  ser en 1862 el restaurador del Partido del Cerrito; y Lucas Moreno, Diego Lamas o Bernardino de Olid, no tenían entonces prestigio como para precipitar en torno a de ellos una gran fuerza nacional. El Partido Blanco, que no había encontrado después de malogrado el último intento fusionista quién le diera la unidad perdida en 1857, solo volvería a la acción eficaz por la influencia del caudillismo. Los factores internacionales le eran totalmente adversos. Ni el Brasil ni los Unitarios podían apreciar con simpatía los esfuerzos en tal sentido. López nunca había sido un aliado. La política de neutralidad observada con tal altos fines por el Presidente Berro, había desvinculado al Partido Blanco de Urquiza y de la tradición federal. Sin embargo, la situación interna, configurada por la liquidación del régimen florista, en plena anarquía, favorecía la acción del partido del llano.
La influencia de Flores y su prestigio personal habían decaído, por obra de la propaganda de los liberales que combatieron la dictadura y las consecuencias de la Alianza con Mitre y el Brasil. Los caudillos de la cruzada ya no le eran tan adictos como en 1865. La campaña había vuelto nuevamente a ser dominio de los bandoleros, situación que agravada luego, habría de provocar este comentario del Dr. Francisco A. Vidal el 4 de agosto de 1869: "De 4 o 5 años a esta parte ¿qué justicia hemos visto que se haya  hecho?...todo queda impune".
En enero de 1867 se habían realizado los primeros esfuerzos para reorganizar el Partido Blanco con fines netamente revolucionarios. D. Bernardo Berro buscó la cooperación de Anacleto Median a quién le fue ofrecida la dirección del movimiento en la campaña. Sin la ayuda de Urquiza, Medina consideraba estéril todo esfuerzo en aquellos momentos. Estos primeros trabajos revolucionarios llegaron a ser de dominio público; condenados por tal motivo al fracaso volvieron a actualizarse en agosto de 1867, favorecidos entonces por las luchas entre las fracciones del Partido Colorado que se renovó en una nueva campaña de mutuas acusaciones después del descubrimiento del complot de la mina. Berro aparece nuevamente presidiendo el grupo de los conspiradores cuya posición analiza y justifica en estos términos: "Los blancos, pues, levantándose  hoy para impedir que la obra de la anarquía y del caudillaje triunfe y se asegure, aparecerían como los soldados del derecho y de la libertad de la patria y cumpliendo con el deber sagrado de restituirle su soberanía y sus instituciones y si a esto se agrega la contemplación de la presión que ejercen sobre la República los poderes extraños, arrastrándola a servir intereses que de ningún modo le pertenecen, el movimiento del Partido Blanco se presentaría además como un movimiento emancipador y eminentemente oriental. Bajo este aspecto la posición de los blancos es bellísima. Su interés particular está ligado con el interés nacional, con el interés de los principios, con el interés de la justicia; de manera que obrando, como deben a fuerza de buenos patriotas, en favor de esos intereses, se favorecen también a sí mismos"(Aureliano Berro, Los sucesos de 1868, El País, febrero de 1921)
Pero estos planes de D. Bernardo Berro distaban mucho de reposar sobre la base de un partido unido que lo hubiese reconocido sin discrepancias como jefe. El propio Berro, fiel a sus arraigadas ideas, tampoco se define en estas circunstancias como un hombre del Partido Blanco. Dentro de esta parcialidad política existían dos fracciones, que, en sus líneas generales, respondían a la anterior división suscitada por la lucha entre vicentinos y amapolas. Los amapolas radicales y exaltados lo discutían. Estas discrepancias contribuyeron a malograr por segunda vez los proyectos de revolución en que se halaba empeñado Berro, cuyos trabajos en tal sentido coincidían con lo que se realizaban en aquellos mismos días otros hombres de su partido, animados del propósito de darle una organización a la colectividad política a la que pertenecían. Constituían este grupo formado por civiles y militares, Carlos Juanicó, Jaime Illa y Viamont, Gral Lucas Moreno, Coronel Juan E. Lenguas y Juan P. Caravia, a quién le fueron dados poderes para gestionar ante Berro la adhesión al núcleo del que se suponía jefe, a los trabajos de organización del partido Blanco que se hallaban empeñados. Tales esfuerzos no tenían, al parecer, una finalidad revolucionaria: respondían al propósito de organizar un Directorio, para lo cual se buscaba, antes que nada, unir a las fracciones en que el Partido se hallaba dividido. La actitud de Berro en esta circunstancia es realmente desconcertante. Puesto a hacer reflexiones en materia política perdía contacto con la realidad; contradecía a sus propias actitudes. En un momento decisivo para el Partido Blanco, en que se reclamaba su atención, se nos muestra como siempre, detallista y minucioso, descubriendo matices a las cosas y a los hechos sin medir sus proyecciones y sin pensar en la esencia de los mismos.
Al responder a la invitación formulada por conducto de Juan P. Caravia, expresaba a esta en carta de fecha 13 de noviembre de 1867: "Yo no he pertenecido ni servido nunca a ningún club político. Cuando he entrado en acción ha sido siempre para un objeto determinado y buscando indistintamente aquellos colaboradores que podían ayudar mejor a mi propósito"(...)"Conociendo el carácter y las condiciones de nuestros partidos políticos he huído siempre de ligarme a ellos de una manera absoluta. He querido permanecer libre; y a esa voluntad decidida he debido la independencia en que he vivido y vivo. Por lo que veo se quier ahora buscar la unión de uno de esos partidos, y se pretende darle un directorio o especie de autoridad que lo gobierne, y atienda a sus intereses en general, esta es, se procura que los círculos en disidencia se concilien, y fusiones para eso. Lo natural, pues, lo propio, lo único eficaz sería que entendieses esos círculos por medio de sus jefes, de representantes diputados al efecto. ¿Y cómo es entonces que uno de tales círculos nombra su representante y en vez de dirigirse a quién lo fuese por otro círculo, se dirige a mí, que no tengo poderes ni comisión de ninguno?(...) Me he encontrado en la alternativa o de no asentir a la invitación que se me ha hecho, o de convocar a otro u otros círculos y pedirles que me acepten como suyo y me constituyan su representante para tratar y decidir en su nombre. He preferido lo primero; por que no  competente para lo segundo, ni debo actualmente cargar con la responsabilidad de ese paso"(Luis Melían Lafinur, La acción funesta de los Partidos Tradicionales en la reforma constitucional, pág 102-104, Montevideo 1918)
A pesar del carácter de esta manifestaciones, según las cuales estaría desvinculado del Partido Blanco, Berro prosiguió sus planes revolucionarios. Una vez realizadas las elecciones del 27 de noviembre de 1867, que consolidaron la posición del grupo colorado florista, solo podía pensarse en resistir la instalación de los poderes constituidos que debía tener lugar el 15 de febrero de 1868. La proximidad de esta fecha en la que pondría término a la dictadura, había agitado al florismo, debilitado no solo por la crítica de la oposición conservadora sino por las luchas internas que lo dividían, y mantenidas por los que, con distintos criterios, querían solucionar el problema político que planteaba el fin de la dictadura.
Los partidarios más exaltados de Flores reclamaban de la Asamblea en la que tenían mayoría absoluta, su elección en el carácter de presidente constitucional. Los caudillos más prestigiosos del Partido Colorado, Suárez y Caraballo, resistían esa prorroga del mandato, Flores, al parecer, se hallaba firmemente dispuesto a retirarse de la vida pública, siendo Pedro Varela su candidato para sucederle en el gobierno. Hombre joven y sin mayor volumen político, Pedro Varela se hallaba muy vinculado al caudillo y a la situación iniciada en 1865 para cuyo triunfo había contribuído con el aporte de su fortuna personal, lograda en el trabajo honesto en el que se inició desde joven, llegando a ser en aquellos días gerente del Banco Montevideano.
El 7 de febrero de 1868 el Coronel Fortunato Flores, jefe del batallón de infantería Libertad de la guarnición de la capital en comañía de su hermano Eduardo, se sublevó contra la autoridad de su padre quien se vio obligado a trasladarse a la UNión, no sin antes autorizar el desembarco de la marinería extranjera, para que custodiase los intereses privados y la Aduana. De la Unión marchó Flores a Canelones en búsqueda de tropas para sofocar la revolución de sus hijos dueños momentaneamente de la ciudad en la que habían hecho prisionero al Ministro de Guerra General Lorenzo Batlle. Con la mediación del cuerpo diplomático se puso término al episodio: Los jefes sublevados se sometieron, fueron desterrados y el batallón Libertad quedó disuelto(Miguel Lobo, Breve reseña histórica de Montevideo, Madrid 1872).
Al término de su dictadura Flores se había visto alejado del poder durante tres días pródigos en episodios jocosos por la sublevación de los que él llamaba sus ingratos hijos. Según La Tribuna la sublevación había tenido lugar en la circunstancia de haberse negado Flores al requerimiento de sus hijos en el sentido de dar un manifiesto presentándose como candidato a la presidenciai constitucional de la República. La actitud asumida por Flores revela sus propósitos de abandonar el gobierno, aun cuando se descontaba la elección por parte de la Asamblea. A esa determinación acaso no fuera ajena la indiferencia de algunos de sus caudillos ya sublevados contra su autoridad y que aspiraban a sucederle. El ambiente estaba dominado por la idea de la Revolución. Flores la esperaba tanto de parte de los Blancos como de los Conservadores o de Gregorio Suárez. El 15 de febrero de 1868 tuvo lugar la instalación de la Asamblea bajo la presidencia de Pedro Varela en quién Flores delegó el mando. En la ocasión publicó un manifiesto en el que expresaba: "La dictadura no se ha manchado con una sola gota de sangre, no ha hecho derramar una sola lagrima, no ha perseguido a nadie, ni ha establecido la prepotencia de los unos, en perjuicio del abatmiento de los otros. Para mí todos eran orientales"(La tribuna, Montevideo, 16 de febrero de 1868).
El 15 de febrero debió estallar en la ciudad la revolución acaudillada por Bernardo Berro. Los conspiradores apostados en Plaza Constitución y en el Edificio del Cabildo, debían apoderarse de las armas de las fuerzas de línea que rendían honores a la Asamblea, las que, como era usual en aquellos casos, se suponía quedarían en pabellón. Las fuerza formadas ante el edificio sede de la Representación Nacional y en las calles Rincón y Sarandí conservaron las armas. El golpe audaz a ejecutarse en la ciudad se malogró, como había también fracasado Timoteo Aparicio en su intento de llamar la atención del Gobierno en la campaña, al atacar anticipadamente y sin éxito la ciudad de Salto, el 10 de febrero de 1868.
Todo podía considerarse ya frustrado cuando el 19 de febrero de 1868, estalló finalmente en Montevideo la revolución blanca encabezada por Bernardo Berro y que debía haberse producido el día de la instalación de la Asamblea. Era la primera vez que Berro el principista intransigente, se ponía al frente de un movimiento de este carácter. Los revolucionarios se apoderaron del Fuerte, del que huyó Pedro Varela, mientras que el carruaje que conducía a Venancio  Flores por la calle Rincón era detenido por unos emponchados que apuñalaron al caudillo cuando se dirigía al Cabildo, donde lo condujeron ya cadáver. Fracasado en su intento de dominar la situación desde el Fuerte, Berro se vio obligado a abandonarlo y se dirigía al Cubo del Sur, donde debía esperarlo una lancha que lo conduciría a una fragata española. Faltó a la cita convenida el patrón de la lancha; regresó Berro a la ciudad en cuyo trayecto fue reconocido, aprehendido y llevado al Cabildo, al que entro acompañado por José Cándido Bustamante. Al pasar por la Comisaría de Ordnes, don Pedro Varela que allí se encontraba le dijo:"¿Qué ha hecho don Bernardo? Este que ignoraba aun la muerte de Flores le contestó: "Es cierto que yo me lancé a la revolución para reconquistar los derechos de mi partido; en cuanto a la vida de Flores está tan garantida como la mía" Varela por toda contestación le mostró el cadáver de Flores que se hallaba cubierto por una bandera. Berro levantando los brazos exclamó: "Piedad, señor piedad" Fue conducido luego a un calabozo a través de cuyas rejas se le disparó un tiro de pistola que lo hirió mortalmetne en la cabeza. Mientras los soldados de la cruzada hacían guardia junto al cadaver de Flores, el de Berro era sacado del Cabildo y conducido en un carro por las calles desiertas de Montevideo bajo un sol ardiente de febrero por un fanático que, a gritos decía llevar el cadaver del salvaje Bernardo Berro, el que recibió sepultura en una fosa común del Cementerio Central. Semanas despés, Venancio Flores, en uya vigorosa personalidad de caudillo conductor de multitudes, el oro supera fuera de toda duda al barro humano, era sepultado bajo la bóveda de la capilla del Santísimo, en la Catedral, donde descansa de sus campañas.
Ver. Historia de los Partido Políticos en el Uruguay(1865-1897) Tomo II. Juan E, Pivel Devoto. Montevideo, Claudi García y Cía. Editores. Pp.15 a 23.

Laicismo y anticlericalismo.

El laicismo es una posición por la que alguien guarda neutralidad frente a todos los credos y organizaciones religiosas. Implica equidistancia respecto de todas las religiones y desvinculación respecto de cualquier iglesia. El laicismo así considerado es un aspecto del liberalismo. El anticlericalismo constituye un punto de vista referido a la Iglesia antes que a la religión; rechaza la influencia política del clero en nombre de la soberanía del Estado; rechaza la intervención eclesiastica en la enseñanza en nombre del laicismo; se opone a una gravitación demasiado sensible de los clérigos sobre la vida social, teniendo en cuenta la naturaleza eminentemente civil de la sociedad contemporánea. En defintiva el anticlericalismo trata de evitar que los miembros del cuerpo eclesiástico desborden el ámbito funcional de lo estrictamente religioso.
El anticlericalismo de cepa liberal no persigue al Clero, desde que protege a la libertad de conciencia y la libertad de cultos, sino que rechaza, de aquél, influencias consideradas inconvenientes para la naturaleza del Estado y de la  sociedad. Laicismo y anticlericalismo constituyen, pues, dos concepciones distintas y diferenciables, aunque puedan consustanciarse en grado mayor o menor, según las circunstancias. Solo con referencia a un punto permanecen siempre en contacto; este punto es el de la enseñanza oficial. En efecto, desde que la función del clérigo es, por naturaleza, proselitista, se infiere que el Estado laico no pueda admitir a los miembros del clero en el cuerpo docente de sus instituciones de enseñanza.
El pensamiento laicista en el Uruguay admite, por lo menos dos orígenes. Uno de ellos es la resistencia de intelectuales y dirigentes al pontificado de Pio IX. Consiste otro en las corrientes filosóficas que primaron en los círculos intelectuales a partir de 1880. 
El 8 de diciembre de 1864 el Papa Pío IX publica la Enciclica "qunata Cura", complementada con un documento aclaratorio, el "Syllabus" o catalogo de errores por los cuales Roma fija la posición oficial de la Iglesia Católica ante la gradual y extendida secularización intelectual y política del mundo cristiano. La Santa Sede pone en evidencia, y niega considerándolos errores ora intelectuales, ora políticos, algunos de los principios que forman la base del Estado y de la sociedad. Estos hechos tuvieron su repercusión en nuestro país. En 1884 se constituyó la Liga Liberal, dirigida por Juan Paullier y Manuel Otero que condenó enérgicamente el Syllabus. Entre los años 1852 y 1885 la doctrina oficial de nuestro mundo universitario era el Espiritualismo Ecléctico. Esta doctrina creación del filosofo francés Victor Cousin había surgido en Francia en 1830. Era espiritualista, pues afirmaba la importancia de entidades conceptuales que están más allá de la captación de nuestros sentidos físicos y el razonamiento que en ellos se apoya para estimular el verdadero alcance del conocimiento humano. Era ecléctica, desde que admitía el equilibrio entre la Razón y la Fe, entre filosofía y religión. las dos hermanas inmortales, de acuerdo a la expresión del mismo Cousin.
El espiritualismo ecléctico había primado en la enseñanza universitaria de Francia durante la monarquía de Julio(1830-1848) y a aprtir de 1852, la enseña Plácido Ellauri, profesor de Filosofía de nuestra Universidad. En 1886 ocupa la cátedra el profesor Federico Escalada y, con este cambio, el Positivismo hace su entrada en la enseñanza oficial. Esta dortrina era ya conocida por la juventud culta de la época; sus principios se discutían en el Ateneo de Montevideo y en el Club Católico. El positivismo era de origen francés y había surgido y se había desarrollado paralelamente con el Espiritualismo ecléctico. El positivismo negaba la influencia de la razón abstracta y de la intuición, como instrumentos efectivos y fecundos del conocimiento humano. Ningún hombre puede descubrir la oculta esencia de las cosas, a todo lo que puede aspirar es a saber que leyes rigen el acontecer de las mismas y las relaciones existentes entre esas leyes. El conocimiento deriva de la experiencia u observación organizada del mundo físico, por lo tanto el positivismo es materialista y empirista.
El positivismo aceptado por los universitarios del país era spenceriano, filosofía del pensador inglés Hebert Spencer, quien agregaba una interpretación evolutiva del Universo y del Hombre derivada concepción del naturalista Charles Darwiin.
Los intelectuales uruguayos de confesión católica no podían admitir el punto de vista materialista del positivismo y emprendieron la defensa de la posición espiritualista. Las controversias realizadas en el Ateneo y en el Club Católico en torno de estos temas, constituyen una de las expresiones  más fecundas de la intelectualidad uruguaya.
Desde el año 1875 el diario "El Siglo" inicia campañas de prensa en pro del racionalismlo, el laicismo y el anticlericalismo. En 1878 aparece un diario católico "El Bien", dirigido por Juan Zorrilla de San Martin. En esta época aparece también "La Razón", dirigida por Daniel Muñoz. En 1886 durge "El Día" de José Batlle y Ordóñez orientado en la misma dirección filosófica. El proceso de escisión entre el Estado y la Iglesia se cumple en una triple dirección:
a) Laicización de la enseñanza oficial: tiene lugar en la Escuela Primariai. El decreto-ley de Educación común sancionado el 24 de octubre de 1877 bajo el gobierno del Coronel Latorre se pone a medio camino de una laicización integral.
b) Reasunción por el Estado de funciones públicas que este confiara a la Iglesia Católica: Secularización de los cementerios, 18 de abril de 1861, secularización del Registro del Estado Civil, 11 de febrero de 1879 y sometimiento de las instituciones religiosas al fuero civil de la Nación, con las leyes del 22 de mayo de 1885 que impone el matrimonio civil obligatorio  y previo a la ceremonia religiosa. Además dispone que todas las causas judiciales relativas al matrimonio deben ser resueltas por los tribunales de la Nación. Por ley del 14 de junio de 1885 sujeta a la autorización gubernamental la fundación de nuevas instituciones religiosas, reglametna la organización de las existentes y negaba validez civil a los votos monásticos.
 Ver: Historia del Siglo XX uruguayo, Juan Antonio Arcas, La Casa del Estudiante, Montevideo 1950. Paginas 34-40.

La salida del militarismo y el nacimiento de los partidos populares(1887-1894) por Juan E. Pivel Devoto


Después de la conciliación, es decir, después de un silencio casi absoluto de diez años, durante los cuales solo medrosa e ineficazmente habían dicho su palabra, vuelven los partidos a actuar en la vida pública con la espontaneidad que habían perdido durante el militarismo.
Las circunstancias les reclamaban grandes cambios; y ellos respondieron a sus naturales exigencias de evolución. Desde luego, en lo que se refiere al problema de la organización, se les nota la necesidad de imponer a su corriente interna la fuerza cohesiva de las formas más definidas, de cuadros regulares y estables. Comienzan a moverse los partidos como máquinas de rodaje complicados o mejor aun, de estructuras organizadas.
Hasta ese momento en los programas partidistas no habían aparecido sino como aspiraciones de carácter ideológico, político, electoral; a lo más algunas ideas relativas a reformas institucionales, administrativas o a problemas de cultura. Puede decirse que la conquista de las libertades políticas habían sido la tarea exhaustiva que se habían impuesto los partidos. El progreso material del país se había realizado sin su concurso, sin su estimulo, a veces hasta con desdén. Lo había intentado realizar efectivamente el militarismo en su primera etapa, imponiendo silencio absoluto a todas las opiniones.
Al reaparecer después de diez años los partidos de principios comienzan también a manifestar su interés por las aspiraciones de mejoramiento material que no tardarían en inscribir en sus programas. Otro aspecto que debemos señalar, quizá el más sintomático de una profunda evolución, es la superación de la antigua y estéril etapa de luchas entre el elemento popular y la intelectualidad que siempre había pretendido reservarse el papel conductor. Ahora se nota en primer término el esfuerzo de los partidos en el sentido de injertarse profundamente a la masa llena de pasión y colorido, llevándola a la acción política dentro de una organización estable y bajo una dirección intelectual. El caudillismo es valorado como una realidad rememorado como una tradición gloriosa, invocado como un instrumento de sugestión política. la palabra de orden no es ya más la lucha contra el caudillismo, sino contra el militarismo a quién hay que despojar definitivamente de sus pretensiones políticas, consagrando el triunfo del régimen civil.
El proceso de la anulación del militarismo, iniciado con la renuncia de Santos, se proseguía ahora con energía por etapas, paulatinamente, por obra de la política llamada de evolución. Comienza otra vez la tarea en el sentido de reconstruir los partidos. Los primeros trabajos fueron los del Partido Nacional. En diciembre de 1886 apareció "La República" que programaba sobre la base del principismo de 1872, una nueva organización, con la rememoración de Giró y de Berro (no de Oribe). Se quería la reunión de Comisiones Departamentales y de una Convención General integrada por delegados de todos los departamentos. Este movimiento recibió el apoyo de los emigrados en Buenos Aires. En diciembre se recibió la adhesión de Eustaquio Tomé, Jose M. Arredondo y Agistín de Vedia. Y en ese mismo mes de diciembre la Comisión Directiva Provisoria del Partido Nacional se dirigió a los integrantes del mismo, exhortando a la moderación y preconizando el esfuerzo para conseguir una representación propia independiente y digna en la Asamblea Legislativa a elegirse en noviembre de 1887. Y el 17 de febrero de 1887 la Comisión hizo un solemne llamamiento a la opinión, en que se hablaba de la necesidad de los partidos "elementos indispensables de orden social que por su acción recíproca difunden el espíritu de tolerancia, atenúan los errores, limitan los abusos de autoridad y fomentan la emulación benéfica".
También se hicieron trabajos de reorganización colorada, aunque era más difícil armonizar los elementos discordantes que integraban el partido. En enero de 1887 la Comisión Provisoria, heterogénea y conciliadora, hizo la convocatoria para una reunión en el Circo San Martín. Un grupo de ciudadanos colorados adhirió a la iniciativa de la manifestación del 19 de abril de 1887, desde Buenos Aires, lugar de su residencia. Entre ellos José Ellauri, Eugenio Abella, Segundo Flores, Antoni Bachini, Eugenio Garzón, Duncan Stewart, Bartolomé Mitre y Vedia, Pascual Costa, etc. Y el 19 de abril de 1887 se realizó esa gran manifestación partidaria que recorrió el camino entre las dos plazas y que, desde la Casa de Gobierno fue saludada por el Presidente y el Ministro de Gobierno. Era la primera vez que un partido organizaba un acto de esta naturaleza. Y esa noche apareció en la torre de la Luz electrica la bandera colorada, que según se dijo, se debió a la inspiración de Julio Herrera y Obes, decididamente empeñado en una política de Partido. El hecho provocó los comentarios desfavorables en la prensa y especialmente de "El Siglo" notas del 20 y 21 de abril de 1887.
También recrudeció la propaganda política del partido Constitucional, que tomó la iniciativa de la conciliación electoral, convocando para una reunión a realizarse en el mismo mes de mayo de 1887. Habló de ella José P. Ramírez y dijo:" Si desde nuestro origen fuimos una idea, una gran idea, hoy somos una fuerza, una gran fuerza de opinión que aun cuando no se traduzca en hechos materiales, constituirá de hoy en más el primer factor en el desenvolvimiento de los sucesos políticos". Recordó el origen del Partido Constitucional, remontando su nacimiento al 10 de enero de 1875. "No fue que digamos ni muy apacible, ni muy regalada, ni muy aristocrática su iniciación en la vida pública(...)el partido constitucional no es un mito, ni una oligarquía, ni una clase, ni una escuela, sino la reacción de todo el país que se opera paulatinamente contra el antagonismo de los recuerdos y de los odios sustituidos a las cuestiones de presente y porvenir que sólo deben preocuparnos en la actualidad de la República"(El Siglo,Montevideo,22 de marzo de 1887)
Entonces el Partido Constitucional levantó la idea de la conciliación electoral, por la formación de un Centro Electoral a que debían concurrir los ciudadanos de los diversos partidos políticos bajo una denominación común y transitoria, y no siendo esto posible, por el acuerdo de los partidos conservando cada uno su autonomía aun para el acto electoral.
Ver: Historia de los Partidos políticos en el Uruguay(1865-1897). Montevideo, Claudio García y Cía. Editores, 1943, Tomo II, Pp. 286-292.