La crisis de Suez: Un suceso que cambió el equilibrio de poder en Oriente Medio
Peter L. Hahn
23 septiembre 2008
Este año se cumple el 50º aniversario de la crisis de Suez, en que casi se desató una guerra regional entre Egipto, Israel, Gran Bretaña y Francia que pudo haber involucrado a la Unión Soviética y a Estados Unidos. Sin embargo, gracias a una diplomacia resuelta, el presidente Dwight D. Eisenhower evitó un conflicto más grande. No obstante, la crisis afectó el futuro equilibrio de poder en el Oriente Medio.
Peter L. Hahn es catedrático de Historia Diplomática en la Universidad del estado de Ohio y actualmente es director ejecutivo de la Sociedad de Historiadores de las Relaciones Exteriores de Estados Unidos. Su especialidad es la historia diplomática estadounidense en el Oriente Medio desde 1940.
La crisis de Suez de 1956 fue una situación compleja con orígenes complicados y consecuencias trascendentales para la historia internacional del Oriente Medio. Los orígenes de la crisis se pueden atribuir al conflicto árabe-israelí en que se vio envuelto la región a finales de los años cuarenta y a la oleada de descolonización que barrió al mundo a mediados del siglo XX y que causó conflicto entre las potencias imperiales y los países emergentes. Antes de terminar, la crisis agravó el conflicto árabe-israelí, estuvo a punto de provocar una confrontación entre Estados Unidos y la Unión Soviética, asestó un golpe mortal a las pretensiones imperiales británicas y francesas en el Oriente Medio y le dio la oportunidad a Estados Unidos de asumir una posición política destacada en la región.
Los orígenes del conflicto
Los orígenes de la crisis de Suez son complejos. Egipto e Israel permanecieron técnicamente en estado de guerra tras el armisticio que había puesto fin a las hostilidades de 1948-1949. Las gestiones de las Naciones Unidas y de varios estados para lograr un tratado de paz final —en particular el llamado plan de paz Alfa promovido por Estados Unidos y Gran Bretaña en 1954-1955— no lograron asegurar un acuerdo. En un marco de tensión, los violentos enfrentamientos a lo largo de la frontera egipcio-israelí casi desataron nuevamente en agosto de 1955 y abril de 1956 la reanudación de las hostilidades en gran escala. Después de que Egipto compró armas soviéticas a fines de 1955, aumentó la presión en Israel para lanzar un ataque preventivo que debilitaría al primer ministro egipcio Gamal Abdel Nasser y desmantelaría la capacidad militar de Egipto antes de que tuviera tiempo de asimilar los armamentos soviéticos.
Mientras tanto, Gran Bretaña y Francia se habían cansado de los desafíos que planteaba Nasser a sus intereses imperiales en la cuenca del Mediterráneo. Gran Bretaña consideró que la campaña de Nasser para expulsar a las fuerzas militares británicas de Egipto - que se logró mediante un tratado en 1954 - fue un golpe a su prestigio y capacidad militar. La campaña de Nasser para proyectar su influencia en Jordania, Siria e Iraq convenció a los británicos de que el primer ministro egipcio buscaba eliminar la influencia británica en la región. Las autoridades francesas se irritaron ante las pruebas de que Nasser apoyaba la lucha de los rebeldes argelinos por su independencia de Francia. A comienzos de 1956, funcionarios estadounidenses y británicos pactaron una política de máximo secreto, cuyo nombre de código era Omega, para aislar y confinar a Nasser a través de sutiles medidas económicas y políticas.
La crisis de Suez estalló en julio de 1956, cuando Nasser nacionalizó la compañía del Canal de Suez en represalia porque Estados Unidos y Gran Bretaña le negaron asistencia económica. Nasser confiscó la empresa de propiedad franco-británica para demostrar su independencia de las potencias coloniales europeas, para vengarse del pacto anglo-estadounidense que le negaba ayuda económica y para apoderarse de las ganancias que la empresa tenía en su país. La acción desató una crisis internacional de cuatro meses durante la cual Gran Bretaña y Francia concentraron poco a poco sus tropas en la región y advirtieron a Nasser de que estaban dispuestos a utilizar la fuerza militar para restablecer su titularidad de la compañía del canal a menos que él cediera. Las autoridades británicas y francesas esperaban secretamente que la presión ocasionaría finalmente la caída de Nasser del poder, con o sin una acción militar de su parte.
La respuesta de Estados Unidos
El presidente Dwight D. Eisenhower abordó la crisis del canal sobre la base de tres premisas fundamentales e interrelacionadas. Primero, aunque comprendía el deseo de Gran Bretaña y de Francia de recuperar la compañía del canal, no cuestionaba el derecho de Egipto de confiscar la empresa, siempre que éste pagara una indemnización adecuada tal como lo estipula el derecho internacional. Eisenhower procuró de esta manera prevenir un enfrentamiento militar y resolver la disputa del canal mediante la diplomacia, antes de que la Unión Soviética explotara la situación en busca de ganancias políticas. Ordenó al secretario de Estado John Foster Dulles a que resolviera la crisis en términos aceptables para Gran Bretaña y Francia mediante declaraciones públicas, negociaciones, dos conferencias internacionales en Londres, la creación de una Asociación de Usuarios del Canal de Suez y deliberaciones en las Naciones Unidas. No obstante, hacia fines de octubre estas acciones resultaron ser infructuosas y continuaron los preparativos de guerra anglo-franceses.
Segundo, Eisenhower no deseaba alienar a los nacionalistas árabes y por tanto incluyó a estadistas árabes en su diplomacia para poner fin a la crisis. La negativa de Eisenhower a respaldar la fuerza anglo-francesa contra Egipto provenía, en parte, de haberse dado cuenta que la confiscación de la compañía por Nasser fue muy popular entre el pueblo egipcio y otros pueblos árabes. De hecho, el aumento de la popularidad de Nasser en los países árabes frustró los esfuerzos de Eisenhower por resolver la crisis del canal con la ayuda de gobernantes árabes. Los líderes de Arabia Saudita e Iraq rechazaron las propuestas de Estados Unidos para que criticaran la acción de Nasser o pusieran en tela de juicio su prestigio.
El estallido de las hostilidades
En octubre la crisis tomó un nuevo rumbo, inesperado por Estados Unidos. Sin que lo supieran las autoridades estadounidenses, Francia y Gran Bretaña actuaron en colusión con Israel en una maniobra detallada para iniciar una guerra coordinada secretamente contra Egipto. Según la estratagema, Israel invadiría la península del Sinaí, Gran Bretaña y Francia emitirían ultimátum ordenando la retirada de tropas egipcias e israelíes de la zona del canal de Suez y, cuando Nasser rechazara las resoluciones definitivas (como era de esperar), las potencias europeas bombardearían los aeropuertos egipcios durante 48 horas, ocuparían la zona del canal y derrocarían a Nasser. Las autoridades estadounidenses no lograron prever la maniobra, en parte porque estaban distraídas por un susto de guerra entre Israel y Jordania así como por la agitación antisoviética en Hungría, en parte porque estaban preocupadas por las cercanas elecciones presidenciales estadounidenses, y en parte porque se fiaron de las negativas de amigos en los gobiernos comprometidos quienes les aseguraron que no era inminente que hubiera un ataque. Sin embargo, la guerra estalló el 29 de octubre cuando Israel lanzó un ataque frontal contra las fuerzas egipcias en el Sinaí. En cuestión de días las fuerzas israelíes se aproximaron al canal de Suez.
Eisenhower y Dulles, tomados por sorpresa por el comienzo de las hostilidades, adoptaron una serie de medidas dirigidas a terminar la guerra rápidamente. Enojado porque sus aliados en Londres y París le habían engañado con la maniobra encubierta, a Eisenhower le preocupaba también que la guerra empujara a los estados árabes a la dependencia soviética. Para detener los enfrentamientos incluso mientras aviones británicos y franceses bombardeaban objetivos egipcios, el presidente estadounidense impuso sanciones a las potencias confabuladas, logró una resolución de alto el fuego en las Naciones Unidas y organizó una Fuerza de Emergencia de las Naciones Unidas (UNEF) para separar a los combatientes. No obstante, antes de que se pudiera desplegar la UNEF, el 5 de noviembre paracaidistas de Gran Bretaña y Francia aterrizaron en el canal de Suez.
Los despliegues de tropas británicas y francesas empujaron la crisis a su fase más peligrosa. La Unión Soviética, en una maniobra para distraer la atención de su brutal represión del movimiento revolucionario en Hungría, amenazó con intervenir en las hostilidades y quizás incluso tomar represalias y atacar a Londres y París con armas atómicas. Los informes de inteligencia de que las tropas soviéticas se estaban concentrando en Siria para intervenir en Egipto alarmaron a las autoridades estadounidenses, quienes sintieron que la agitación en Hungría había inclinado a los líderes soviéticos hacia un comportamiento impulsivo. Prudentemente, Eisenhower alertó al Pentágono a prepararse para la guerra. La convergencia de los conflictos árabe-israelí y de descolonización había desatado una portentosa confrontación entre Oriente y Occidente.
Eisenhower, sacudido por la perspectiva súbita de un conflicto mundial, también actuó rápidamente para evitarlo. Aplicó a los países beligerantes presiones políticas y financieras para que aceptaran el 6 de noviembre un alto el fuego de las Naciones Unidas que entró en vigor el día siguiente, y apoyó los esfuerzos de las autoridades de la ONU para desplegar urgentemente la UNEF en Egipto. Las tensiones aflojaron paulatinamente. Las tropas británicas y francesas partieron de Egipto en diciembre y, tras negociaciones complejas, las fuerzas israelíes se retiraron del Sinaí en marzo de 1957.
Las consecuencias de la crisis
La crisis de Suez, aunque mitigada rápidamente, tuvo un impacto profundo en el equilibrio de poder en el Oriente Medio y en las responsabilidades que asumió Estados Unidos en la región. Empañó terriblemente el prestigio británico y francés entre los estados árabes y debilitó por tanto la autoridad tradicional de esas potencias europeas en la región. Nasser, por el contrario, no sólo sobrevivió la experiencia sino que se aseguró un nuevo nivel de prestigio entre los pueblos árabes como un líder que había desafiado a los imperios europeos y que había sobrevivido una invasión militar de Israel. Los restantes regímenes prooccidentales de la región parecían vulnerables a los levantamientos naseristas. Aunque Nasser no mostró de inmediato inclinación a ser un estado cliente de la Unión Soviética, las autoridades estadounidenses temieron que las amenazas soviéticas contra los aliados europeos habían mejorado la imagen de Moscú entre los estados árabes. Y la perspectiva de promover la paz árabe-israelí parecía eliminada para el futuro inmediato.
En reacción ante estas consecuencias de la guerra de Suez, a principios de 1957 el presidente declaró la Doctrina Eisenhower, una nueva e importante política de seguridad regional. La doctrina, propuesta en enero y aprobada por el Congreso en marzo, prometía que Estados Unidos distribuiría ayuda económica y militar y utilizaría la fuerza, si fuese necesario, para contener al comunismo en el Oriente Medio. El enviado del presidente, James P. Richards, recorrió la región para ejecutar el plan, distribuyendo decenas de millones de dólares en ayuda económica y militar a Turquía, Irán, Pakistán, Iraq, Arabia Saudita, el Líbano y Libia.
Aunque nunca fue invocada formalmente, la Doctrina Eisenhower guió la política de Estados Unidos en tres controversias. En la primavera de 1957, el presidente otorgó ayuda económica a Jordania y envió buques de guerra estadounidenses al Mediterráneo oriental para ayudar al rey Hussein a sofocar una rebelión entre oficiales pro egipcios del ejército. A fines de 1957 Eisenhower alentó a Turquía y a otros estados amigos a considerar una incursión en Siria para impedir que se consolidara allí un régimen extremista. Cuando en julio de 1958, una revolución violenta en Bagdad amenazó con desatar levantamientos similares en el Líbano y Jordania, Eisenhower ordenó finalmente que tropas estadounidenses ocuparan Beirut y transportaran abastecimientos a las fuerzas británicas que ocupaban Jordania. Estas medidas, sin precedentes en la historia de la política estadounidense en los países árabes, revelaron claramente la firme voluntad de Eisenhower de aceptar responsabilidad en la preservación de los intereses occidentales en el Oriente Medio.
La crisis de Suez marca un hito decisivo en la historia de la política exterior de Estados Unidos. Al desechar las tradicionales presunciones occidentales sobre la hegemonía anglo-francesa en el Oriente Medio, al exacerbar los problemas del nacionalismo revolucionario personificado por Nasser, al agudizar el conflicto árabe-israelí, y al amenazar con ofrecer a la Unión Soviética un pretexto para penetrar en la región, la crisis de Suez atrajo a Estados Unidos hacia una participación sustancial, importante y duradera en el Oriente Medio.
Las opiniones expresadas en este artículo no reflejan necesariamente los puntos de vista ni las políticas del gobierno de Estados Unidos.
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