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miércoles, 25 de mayo de 2011

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Letra del discurso inaugural de la Presidencia de John F. Kennedy

Controversia sobre Stalin Los fantasmas de la Plaza Roja por Jean-Marie Chauvier

INFORME DIPLÓ II
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Controversia sobre Stalin
Los fantasmas de la Plaza Roja
por Jean-Marie Chauvier
Periodista.
Mientras el Kremlin anuncia la desclasificación de archivos de la era soviética, la prensa denuncia el resurgimiento del culto a Stalin en la actual política rusa, adjudicable principalmente a Vladimir Putin. Tras la condena total al comunismo de la década de 1990, se reabre el debate entre visiones que perciben el pasado de forma contrapuesta.
Traducción: Lucía Vera
Para la prensa no hay ninguna duda: “Stalin is back”; Putin se “apresuró a rehabilitar la Unión Soviética y el culto a Stalin”; además, “Putin es Stalin con internet” (1). Desde el Kremlin suena otra campana. El presidente Dimitri Medvedev recuerda los “crímenes de Stalin” (Izvestia, 7-5-10) con mayor voluntad que su primer ministro Vladimir Putin. El consejero del Kremlin en Derechos Humanos, Mijail Fedotov, anunció la desclasificación de archivos con el fin de marcar “el adiós al totalitarismo” (Interfax, 1-2-11). Y, desde fines de los años 1980, no pasa una semana sin nuevas “revelaciones”. Coloquios, medios de comunicación y series televisivas alimentan las inculpaciones. Los dirigentes han agregado recientemente una nueva pieza al expediente: el reconocimiento de la masacre de oficiales polacos en Katyn en 1940. Raramente una sociedad ha actuado de este modo, al punto de “desencantar” su historia. Entonces, ¿hablamos del mismo país?
Al igual que en el pasado soviético, la personalidad del vojd (“guía”) incita una guerra de palabras y símbolos que ni siquiera perdona a la momia de Lenin en su mausoleo de la Plaza Roja. Los opositores liberales exigen que se desbauticen los lugares públicos que tienen nombres de “verdugos” comunistas entre los cuales está Rosa Luxemburgo, acusada de terrorismo y de haber desencadenado una guerra civil (2).
Monumentos en disputa
Sin embargo, “la era soviética” no se reduce a Stalin. Una duró 73 años y la otra “reinó” durante 25 años. Tres años después de la muerte del dictador soviético, el 5 de marzo de 1953, sus crímenes fueron oficialmente denunciados por Nikita Kruschev al término del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética. También lo fueron en 1961, durante el XXII Congreso que decidió el retiro de los restos de Stalin del mausoleo donde reposaban junto a los de Lenin. Hacia fines de los años 1960, Leonid Breznev eligió hacer de ello un tabú. Una segunda desestalinización tuvo lugar a partir de 1985 con Mijail Gorbachov, quien llevó a la ruptura con el bolchevismo y con la celebración de la Revolución de Octubre. Un nuevo “patriotismo de Estado” sustituyó a las tradiciones soviéticas (3).
Después de 1961 las estatuas de Stalin desaparecieron, salvo en Gori, su ciudad natal en Georgia. En junio de 2010, el presidente georgiano Mijail Saakashvili hizo desmontar la más imponente. En el impulso ordenó dinamitar el memorial de Kutaisi dedicado a los héroes soviéticos (no sólo a los “rusos”) de la guerra contra la Alemania nazi. Accidentalmente, una georgiana y su hija perecieron en la explosión. En Ucrania, una estatua erigida por los comunistas en 2010, en Zaporoje, fue destruida hacia fines de diciembre por los “banderistas” (4). Las disputas por monumentos, bustos y otros museos prosiguen.
La prensa denunció el resurgimiento de retratos de Stalin y de banderas soviéticas en el espacio público. En realidad, sólo las exhiben los opositores comunistas y los veteranos… En mayo de 2010, el ex alcalde de Moscú, Yuri Lujkov, quiso decorar la capital con algunas efigies del “comandante en jefe” durante las fiestas del Día de la Victoria. El Kremlin se lo impidió. Sin ser estalinista, el alcalde sostenía la muy difundida idea de que celebrar mayo de 1945 escamoteando a Stalin equivalía a evocar la batalla de Inglaterra callando el nombre de Churchill, o la liberación de París sin mencionar a De Gaulle. En cuanto a la bandera “soviética”, enarbolada cada 9 de mayo durante los desfiles de la Victoria –una copia fiel (se dice) de la izada sobre el Reichstag en 1945–, se pretendió, mediante una ley votada por la Duma en 2007, reemplazar en ella la hoz y el martillo por una estrella blanca. El presidente Putin no la firmó.
Las obras anticomunistas abundaron durante los años 1990. Lenin y Trotski a veces le disputaban a Stalin el mejor lugar en el podio de los “peores que Hitler”. Pero una vez que El archipiélago del Gulag de Alexandre Solzhenitsyn fue introducido en los programas escolares, ¿había que sorprenderse de una contracorriente estalinista? Desde entonces, los manuales escolares, que no ignoran el Gulag, mencionan las cualidades de manager de Stalin y la “modernización” que presidió. En octubre de 2010, los docentes fueron invitados a inspirarse en un “patriotismo” todavía mal definido.
Visiones ambivalentes del pasado
En esta controversia se enfrentan dos núcleos duros. Por un lado, los estalinistas, principalmente el Partido Comunista de la Federación Rusa de Guenadi Ziuganov. Ellos se jactan de la construcción socialista, la industrialización de los años 30, “sin la cual la victoria sobre Hitler no hubiera podido lograrse”, la revolución educativa, cultural y sanitaria y el aumento de la esperanza de vida. Las olas de represión no son negadas, pero están aminoradas y parcialmente justificadas. Con buena lógica conspiracionista, la “destrucción de la URSS” se atribuye de buena gana al “imperialismo”, a los servicios secretos estadounidenses, al “sionismo mundial” y a los “traidores” Gorbachov-Yakovlev-Yeltsin (5).
A esta requisitoria responden los que abogan a favor de Boris Yeltsin y de Yegor Gaidar (el encargado de poner en práctica la “terapia de shock”) “que salvaron a la URSS del hambre y la guerra civil”. Los círculos demócratas liberales, indiferentemente cercanos al poder o a la oposición, ponen de relieve el Terror, la hambruna de 1932-1933 (calificada oficialmente de genocidio en Ucrania), el Gulag, la debacle de 1941 y las estimaciones máximas de víctimas difundidas desde Solzhenitsyn. La victoria, piensan ellos, se logró “a pesar” de ese jefe, a la vez cruel y cretino, y no “gracias a él”. Temas favoritos de esta campaña: Stalin es responsable de la guerra e incluso ha “provocado” la invasión hitlerista (6). ¿Cinco millones de prisioneros caídos en manos de los alemanes? También en este caso acusan a Stalin.
Entre esos dos polos surge una discusión más sutil. Encuestas de opinión muestran visiones ambivalentes del pasado: se condena la represión sin desacreditar los sacrificios de los ancestros constructores o de los combatientes. La memoria está, de hecho, dividida por la propia diversidad de las épocas y de las situaciones vividas. Como lo prueba toda una literatura desconocida para el público occidental: historias de regiones, de obras en construcción y de empresas, la memoria de los campesinos, obreros, veteranos, “zeks” (prisioneros de los campos), diarios personales, estudios de lo cotidiano y de las mentalidades. Se evocan (y a veces se confunden) tiempos diferentes. Los testigos de los grandes cambios son escasos, contrariamente a los de los años 1953-1985, asociados al mayor bienestar y a la estabilidad. De una generación a otra, no se recuerda la misma “era soviética”.
Otro enfoque, geopolítico, sólo pretende juzgar ese pasado con la vara de las pérdidas y ganancias de la potencia. Stalin puede ser jefe criminal y genio político al mismo tiempo: su papel en 1939 y durante la guerra es examinado sin alabanzas ni diatribas. Este análisis más frío permite también hablar de la actualidad, de territorios y de fronteras, de la situación histórica de Rusia, de la “disgregación” que la amenaza en nuestros días. A partir de eso, los desafíos políticos reaparecen. La desclasificación de archivos puede servir de pretexto a diversas manipulaciones. Así, “la cuestión Stalin” divide muy oportunamente al frente anti-Putin…
La “modernización”, leitmotiv al gusto del momento, entra en consonancia con el pasado. Una opción liberal, pro-occidental, europea –que privilegia el discurso del presidente Medvedev– sería contraria a una economía de movilizaciones nacionales inspirada en el ejemplo chino y en la idea de “eurasia”… En todos los casos, la mejora de la competitividad rusa en el mercado global exigiría dolorosas medidas sociales, poco compatibles con lo que un intelectual liberal llamaba recientemente “el cemento socialista”, que reafirma la reflexión de los rusos.
De ahí también el interés de sacar a Lenin del mármol de su mausoleo para enterrarlo lejos del cementerio (soviético) del Kremlin, que también podría resultar arrasado. El portavoz de esta exigencia es Vladimir Jirinovski, líder del muy nacionalista Partido Liberal Democrático de Rusia. Durante un debate televisivo describía a Lenin como la encarnación del mal absoluto (REN TV, 5-5-10). Tolerarlo, incluso muerto, en la Plaza Roja, sugeriría que el poder soviético todavía sobrevive. Un estudiante de 16 años, que no le encontraba ningún sentido a este debate en torno a un “ex presidente”, hizo saber que su problema eran los estudios que no podía pagarse. El animador le preguntó si el entierro o no de Lenin cambiaría algo. “No”, respondió el estudiante. ¿Soñaba acaso con la gratuidad de la enseñanza? La pregunta no le fue planteada.
1 Libération, París, 3-3-10; Le Figaro, París, 7-4-10; Le Point, París, 11-10-07. Véase también Time, Nueva York, 22-12-09; Forbes.com, 16-3-10, y Rossiaprofile.org, 14-5-10.
2 Novaïa Gazeta, Moscú, y la asociación “Memorial”, 24-1-11.
3 Véase “Entre la nostalgia soviética y el nuevo patriotismo de Estado” y “La ‘nueva Rusia’ de Vladimir Putin”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, marzo de 2004 y febrero de 2007 respectivamente.
4 Partidarios de Stepan Bandera (1909-1959), ex líder de la Organización de Nacionalistas Ucranianos.
5 Véase, por ejemplo, el sitio pro-stalinista http//stalinisme.narod.ru
6 Novaïa Gazeta, Moscú, 23-2-10.
J.M.C

BBC Mundo - Noticias - Imágenes satelitales identifican 17 nuevas pirámides en Egipto

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domingo, 22 de mayo de 2011

Ponencia de Mercedes Blanco.

Simposio en torno a las Invasiones Inglesas, Relaciones politicas, económicas y culturales con Gran Bretaña a lo largo de dos siglos.
Dpto. de Historia del Uruguay y Dpto. de Letras Modernas de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República.


Del puerto de Liverpool al Banco Comercial. Las múltiples actividades de una familia irlandesa en su proceso de inserción económico - social
en el Río de la Plata.
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Mercedes Blanco


La ponencia que se presenta a continuación resume algunos resultados y conclusiones de una investigación realizada durante el año 2005 sobre las actividades y vinculaciones económicas, así como las relaciones de familia y amistad desarrolladas a través de tres generaciones por una familia inmigrante de origen irlandés, los O’Neill, llegada al Uruguay en torno a 1840. Esta investigación estuvo basada en el relevamiento de los archivos particular, familiar y comercial de Eugenio y Eugenio Zoa O’Neill conservados en los fondos de la Biblioteca Pablo Blanco Acevedo – Casa de Lavalleja, del Museo Histórico Nacional. La información allí recavada fue complementada con búsquedas paralelas en el Archivo de la Curia de Montevideo, Archivo Judicial, Biblioteca Nacional, y con la historia oral familiar a la que accedimos a través del hallazgo de descendientes vivos de la familia que además nos cedieron su archivo particular.

Antes de comenzar, es preciso señalar que la familia en cuestión no fue objeto de estudio anterior, exceptuando el realizado por un descendiente de la familia, Ronald O’Neill, y publicado en un breve artículo en el número 24 de la Revista del Instituto de Estudios Genealógicos del Uruguay bajo el título “Descendencia de Bernard O’Neill y Catherine O’Brien en el Uruguay”. Este trabajo se centra en aspectos genealógicos de la familia, pero señala una serie de datos que nos permitió superar la indexicalidad inherente a la forma epistolar que abunda entre la papelería familiar conservada en la Biblioteca Pablo Blanco Acevedo.

Según relata Ronald O’Neill a partir de la historia trasmitida de generación en generación al interior de la familia, en 1823, la familia O’Brien, integrada por William O’Brien y Katherine Connolly, llegan a la ciudad inglesa de Liverpool. Todavía en su ciudad natal, su primogénita, Mary, había contraído nupcias con Bernard O’Neill. La familia provenía de Navan, Irlanda, pero lamentablemente no se cuenta con datos que nos permitan conocer sus antepasados. Tampoco conocemos los motivos de su emigración ni los de la elección de su destino, si es que la hubo.

Ese mismo año, Bernard O’Neill se embarca con destino a Buenos Aires. Había dejado a su familia al otro lado del Atlántico. En 1826, Bernard regresa a Liverpool. Allí emprende nuevo viaje al Río de la Plata con el resto de la familia. Es posible, como frecuentemente ocurre con las migraciones familiares, que Bernard viniese a explorar el ambiente y las oportunidades económicas en Argentina, o incluso a trabajar un tiempo para reunir el dinero con que pagar los pasajes del resto de la familia.

A su llegada al Río de La Plata, la familia O’Neill estaba constituida por el matrimonio de Bernard y Mary, y por sus cuatro hijos: Owen (Eugenio), Edward Bernard, John y Catherine (Catalina). No contamos con mayor información de la familia hacia esta época. La documentación hallada en la Biblioteca Pablo Blanco Acevedo parte de la década del sesenta del siglo XIX.

En 1832, tan sólo nueve años después de su llegada, Bernard O’Neill muere en Buenos Aires. Tras la muerte de su padre, Eugenio y Catalina se trasladaron a Uruguay. Eugenio comenzó a trabajar como dependiente en la estancia de Juan Gowland. Nada más encontramos de los dos hermanos restantes de la familia, quienes al parecer se quedaron en Buenos Aires. El análisis de la familia O’Neill en Uruguay se inicia entonces con un núcleo de dos hermanos que formarán una familia extensa a partir de sus respectivos matrimonios y descendencias.

Durante los años de la Guerra Grande, la familia residió en Villa Artigas, actual Departamento de Cerro Largo. Al parecer, Eugenio ya se había independizado del trabajo en la estancia de Gowland, y trabajaba con quien sería su socio durante toda su vida, Nicolás Zoa Fernández.

La familia O’Neill se organizó y desarrolló en base a matrimonios con miembros de otras familias de terratenientes, comerciantes y empresarios. En 1850, Catalina se casó con el socio de su hermano. Seguramente, este casamiento contribuyó a unificar los bienes de los socios y a consolidar sus lazos de lealtad. Durante el resto de sus vidas, los socios y sus respectivas familias vivirían en la misma casa, educarían a sus hijos según las mismas normas y participarían como socios en igualdad de condiciones en la mayoría de sus emprendimientos económicos. A partir del matrimonio con Catalina, Eugenio y Nicolás actúan como si fuesen hermanos, tal era el grado de intensidad que el enlace matrimonial confería a la relación económica entre ambos socios.

Eugenio también procuró un matrimonio que estableciera una alianza dentro del alto comercio de la capital. En 1852 se casó con la hija de un comerciante, Catalina Juana de los Dolores Melis Morales. Su padre, Bartolomé Melis, era oriundo de Mallorca y había llegado a Montevideo a finales de la dominación colonial. En 1812 se casó con una criolla, Juan Morales, y estableció una casa de comercio. Aunque Catalina falleció pocos años después del casamiento, los Melis y los O’Neill mantuvieron sus lazos de amistad. Esta proximidad permitió a Eugenio estrechar relaciones comerciales con García, el esposo de la hermana de su mujer, Natividad Melis. Los hijos de los respectivos socios, continuarán los vínculos comerciales entre sus padres.

Eugenio O’Neill y Catalina Melis trajeron al mundo tres hijos: Eugenio Zoa en 1854, Bernard en 1856, y Juan Martín en 1857. El segundo de ellos falleció aún siendo niño, en 1863. Desde su juventud, el mayor de los tres, Eugenio Zoa, quien llevaba el segundo nombre del socio de su padre, se perfiló como el continuador de los negocios de la familia. Su hermano jugará un papel importante, pero su inserción en los negocios será tardía y más bien secundaria, hasta que en la década de los ochenta surja la firma ‘O’Neill Hermanos’. Juan Martín fue fundador del diario católico ‘El Bien Público’ y más tarde se dedicó a la política, alcanzando el cargo de diputado por el Partido Nacional.

La primera propiedad que poseyó la familia fue la Estancia de Villa Artigas, en el actual Departamento de Cerro Largo. No sabemos cómo O‘Neill logró reunir dinero para su compra. Posiblemente los réditos obtenidos por sus trabajos en la estancia de Gowland, le permitieron reunir el capital. Hacia mediados de la década de 1860, la familia ya se encontraba residiendo en Montevideo. Para ese entonces, Catalina Melis ya había fallecido. La gran familia conformada por Eugenio, sus hijos y la numerosa familia constituida por su hermana Catalina y Nicolás Zoa Fernández, se instalaron en una casa con dirección 25 de Mayo 392, en la esquina formada por dicha calle y Zabala, esto es, en pleno centro de la ciudad de entonces. Esta era la zona de residencia de las clases altas de la época. Los O’Neill, además de conservar la estancia de Villa Artigas, adquirieron durante esos años, si no antes, la Quinta del Pino, ubicada en el antiguo Camino Goes, hoy Avenida General Flores, zona que en ese tiempo aún estaba lejos del fragor de la capital y donde la familia construyó una casa que la memoria familiar, hasta hoy en día, recuerda como ‘el castillo’.

Una vez en Montevideo, la familia continuó pendiente de la explotación de sus tierras en el interior del país. Dirigió estas actividades durante prolongadas estadías en sus dominios, o bien ejecutando las medidas más apremiantes desde la capital a través de órdenes impartidas a los administradores mediante una fluida correspondencia. Esta constituye un conjunto de cartas prolíficas en datos que revelan las tareas y operaciones cotidianas en la estancia, la compra y enfermedades de animales, los problemas de manutención en épocas de sequía y escasez de pasturas, todos ellos detalles reveladores de la atenta custodia de la familia sobre la producción de sus campos.

En 1863, Eugenio O’Neill participó, junto con otros empresarios rurales, de un proyecto ambicioso y extraordinario: la creación de una sociedad pastoril abocada a la explotación ovina. Se llamó ‘Sociedad Merinos de Tacuarí’y estuvo integrada por más de una decena de socios que invirtieron inmensos capitales en la compra de una vastísima extensión de tierra en el Departamento de Cerro Largo, propiedad de la Testamentaria de Ramírez. La propiedad se trataba de un establecimiento modelo para la época, con sus respectivas infraestructuras, poblaciones y ganados. Además, contaba con los medios de producción más ajustados a los avances tecnológicos que de materia agropecuaria se tratase para la época. Entre tan arriesgados empresarios se encontraban figuras de la más poderosa oligarquía rural, el alto comercio y la incipiente industria nacional: Jaime Cibils, Juan José Victorica, Juan y Pedro Jackson, Francisco A. Gómez, José y Juan Pedro Ramírez, entre otros. Además de Eugenio O’Neill, participaba de dicha sociedad su principal socio, Nicolás Zoa Fernández. Dos fueron las inversiones más sustanciosas dentro de la sociedad: la de la Testamentaria Ramírez y la de Villar y Alisal. Inmediatamente les seguían Eugenio O’Neill y Nicolás Zoa Fernández. Ambos invirtieron exactamente la misma suma: 16.332,28 pesos en moneda nacional, capitales probablemente como producto de la partición en partes iguales de algún bien o utilidad. El capital fundacional de la empresa superaba largamente los 240.000 pesos moneda nacional. Las cantidades invertidas por cada uno de los socios consistían por aquellos años en verdaderas fortunas; el riesgo de semejantes capitales trasunta la mentalidad empresarial de los socios en su mayoría de origen extranjero, y por sobre todo, su temeraria capacidad de riesgo en una empresa inusitada y por tanto incierta con respecto al éxito que pudiese lograr. La ‘Sociedad Merinos de Tacuarí’, más que una empresa, fue una verdadera aventura. (Contrato de la Sociedad ‘Merinos de Tacuarí’, 1863, en BARRÁN, J.P., NAHUM, B., 1967: 61/64)

Los hijos de Eugenio O’Neill, Eugenio Zoa y Juan Martín, afianzaron la herencia paterna y acrecentaron el patrimonio familiar. Ambos continuaron y apuntalaron los emprendimientos del padre, pero será Eugenio Zoa, el mayor de ellos, quien relevará a este último en la toma de decisiones de las empresas familiares, convirtiéndose en el jefe de esa típica familia extensa, patriarcal y burguesa decimonónica, cuyos lazos de amor, lealtad y protección estaban uncidos por la sangre y el capital.

Además de conservar las propiedades adquiridas por su padre, Eugenio Zoa y Juan Martín adquirieron otras propiedades. Entre ellas se destacan la estancia ‘La Angostura’ en el paraje homónimo ubicado entre Cabo Polonio y Santa Teresa, en el actual departamento de Rocha, y la Estancia ‘Orembaé’, establecimiento que comprendía las localidades de El Tala, Montes y Migues, en el departamento de Canelones.

Eugenio O’Neill padre no se limitó a la cría de ganado vacuno y ovino, sino que también incursionó en la industria de la carne. En noviembre de 1871, según acta fundacional hallada en el relevamiento de la papelería familiar conservada en el Museo Histórico Nacional, Eugenio O’Neill participó en la creación de una sociedad “…para la faena de salasón (sic) y gracería…”[1] El establecimiento funcionaría en un local cercano al Cerro de Montevideo, a orillas del Arroyo Pantanoso, zona donde se emplazaron la mayoría de los saladeros después del fin de la Guerra Grande, en procura del abaratamiento en el traslado hacia los muelles y de una mayor higiene de los locales mediante el desecho de los desperdicios al mar.

La Sociedad estaba formada por Julio Paulet hijo, Nicolás Zoa Fernández y Eugenio O’Neill. Sin embargo, según el artículo 1º del acta, la firma social sería ‘Paulet y Ca.’, mientras que el nombre del saladero sería ‘Porvenir’. El capital fundacional de la empresa fue de ciento veinte mil pesos moneda nacional en oro sellado. El aporte de los accionistas a este capital inicial no fue igual: Julio Paulet participó con sesenta mil pesos y Eugenio O’Neill así como Nicolás Zoa Fernández con treinta mil pesos respectivamente.

El acta fundacional de la empresa, predisponía las funciones que desempeñarían cada uno de los socios. Paulet hijo se encargaría de “…las compras de ganado en la tablada, dar[í]a las instrucciones a los troperos en campaña, firmar[í]a las órdenes de págo [sic] y de todo lo concerniente al Saladero Porvenir.”[2] Además, Julio Paulet estaría encargado de fijar y pagar los sueldos de dependientes y trabajadores del saladero en el propio establecimiento. Eugenio O’Neill y Nicolás Zoa Fernández  “…se encargar[í]an de la dirección de la contabilidad, de proveer recursos, de cobrar los frutos vendidos, pagar derechos, despachos del que sean necesarios, y las ventas de frutos y compra de sal de acuerdo a Julio Paulet hijo.” Asimismo se estipulaba: “Los mismos harán los giros de checks á cargo de los Bancos donde se abran cuentas corrientes así como firmar cartas y vales de crédito.”[3]

El acta fundacional estipulaba también el criterio de repartición de las ganancias de la empresa. Mientras Julio Paulet obtendría el 45 % de las ganancias, O’Neill y Fernández obtendrían un 22.5 % respectivamente. Las ganancias restantes se asignarían como estímulo de sueldo a dos empleados que ayudarían con las actividades de la empresa.

A medida que las ganancias de sus actividades económicas se lo permitían, los negocios de O’Neill padre y sus hijos se diversificaron aún más. En procura de la acumulación de capital transitaron todos los caminos disponibles de la legalidad, cubriendo un amplio espectro que va desde la seguridad al riesgo. Las fuentes documentales relevadas en la Colección de Manuscritos de la Biblioteca Pablo Blanco Acevedo componen un abanico que refleja la rica diversidad de negocios, transacciones e inversiones de la familia.

Eugenio O’Neill efectuó préstamos de dinero a cambio de cédulas hipotecarias, transacción habitual en una época en que aún no existía una entidad bancaria que contemplara este tipo de créditos. Además, O’Neill padre, compraba y vendía este tipo de títulos, especulando con el valor de los mismos. Durante esta época fue común la compra de títulos inmobiliarios en espera de la obtención de ganancias con el aumento de los precios de las propiedades hipotecadas.

A partir de 1858, Eugenio O’Neill participa como accionista y cliente del Banco Comercial. Su nombre aparece en el listado de accionistas y clientes entre 1858 y 1860 recogido por Montero Bustamante en la obra El Banco Comercial 1857-1950 (Montero Bustamante, 1950: 83/85).

Según la publicación conmemorativa del centenario del Banco, O’Neill participó como miembro del directorio de aquel entre 1865 y 1887, figurando en la nómina del Directorio elegido en 1871 junto a Tomás Tomkinson, Jaime Cibils, Juan D. Jackson, Manuel Illa, Juan María Cibils y Juan Miguel Martínez. Su larga trayectoria dentro de la casa bancaria tal vez le deparaba el nombramiento como presidente, pero su carrera se vio interrumpida por la muerte.

Los préstamos en efectivo constituyeron otro de los principales negocios de la familia. En 1875, en plena crisis financiera, Eugenio O’Neill aparece entre los acreedores que suscriben la Solicitud de los tenedores de Deuda Pública del Estado, exigiendo al Fisco “…satisfacer sus obligaciones, evitando así la ruina de muchos tenedores de Deuda pública, que no podrían resistir la violenta situación en que se encuentran colocados, si desgraciadamente se prolongase.” (Solicitud de los tenedores de la Deuda Pública del Estado, 1875, en Revista Histórica, PIVEL DEVOTO, Juan, 1979: 1.019)

O’Neill y sus hijos también realizaron préstamos a particulares. En el relevamiento del archivo comercial de la familia se hallaron diversos tipos de vales así como abundantes cartas de deudores, unas veces exponiendo las razones de la morosidad en los pagos, en otras oportunidades, solicitando nuevos préstamos.

Eugenio Zoa O’Neill fue dentro de la familia quien más se destacó en esta actividad. Extendió su crédito tanto en Montevideo como en el Interior, socorriendo desde pequeños propietarios de la campaña a personalidades destacadas de la sociedad montevideana. En setiembre de 1887, el futuro arzobispo de Montevideo, Mariano Soler, recurría a quien era además su ahijado y amigo ante la abrumadora carga de las deudas:

“Querido amigo: Tenía la necesidad de verlo; pero el motivo y la necesidad de hacerlo no me dan valor para ello. Vuelvo á molestarlo después de repetidas veces, y lo hago por escrito para dejarle absoluta libertad en acceder a mis pretenciones [sic].

El caso es el siguiente: en el mes de Mayo mandé a mi hermano Isaías al Paraguay, pidiendo al R.P. Montagne, Rector del Seminario de la Asunción se dignase gestionar para buscarle una colocación, suministrándole mientras tanto el dinero que necesitase para su manutención: pues bien, acaba de pasarme la cuenta de doscientos setenta y cinco pesos, ($275) coincidiendo con otras cuentas y especialmente con la que me pasan de Buenos Aires por mi hermano Juan Francisco, que hace al mimo tiempo que está por allí; pues he procurado separme [sic] de mis hermanos, por convenirme así. Ahora bien, con los atrazos [sic] de mi ausencia y muerte de mi señora madre, me es imposible pagar esa cuenta; siéndome además imposible por falta de intimidad con el señor Montagne, pedirle una próroga [sic]. Discúlpeme pues, estimado amigo, si recurro a V. después de los petardos que V. tiene por diversos motivos ademas ademas [sic] de los que yo le he dado. (…) Mariano Soler. Curia, 26 de Sbre. de 1887.”[4]

Con el transcurso de los años la familia sería depositaria de cierta confianza y prestigio dentro de la plaza, lo que permitió a los hermanos O’Neill formalizar este ramo de sus negocios a través de la dirección, hacia mediados de los ochenta, de la Casa de Crédito Real Uruguayo, fundada en 1881 y dedicada principalmente a los préstamos hipotecarios. Según Ronald O’Neill, el local de dicha casa se encontraba en la planta baja de la casa cita en 25 de Mayo esquina Bartolomé Mitre. En la planta superior residía Juan Manuel O’Neill y su familia.

Entre 1888 y 1889, los hermanos O’Neill custodiaron importantes sumas de dinero confiadas por el secretario de la Curia Eclesiástica de Montevideo, Nicolás Luquese. En ocasiones, el dinero depositado por Luquese provenía de donaciones particulares para el financiamiento de órdenes eclesiásticas, fundaciones y misiones.

Como integrantes de la clase alta empresarial, los O’Neill vislumbraron posibilidades de multiplicar su capital a través de inversiones en distintas empresas. Entre la papelería familiar revisada en la Colección de Manuscritos del Museo Histórico Nacional, se encontraron títulos de acciones de la empresa ‘Tram-vía Oriental’.

Con la consolidación de su fortuna, el campo de acción de la economía familiar se extendió a Buenos Aires. Durante los optimistas y febriles años de la segunda mitad de la década de los ochenta, Eugenio Zoa invirtió capital y templanza de nervios en la compra y venta de acciones en la Bolsa de Buenos Aires. Para ello contó con varios agentes de confianza que portaron su dinero a la otra orilla y entablaron contacto con una serie de corredores de bolsa. Entre los agentes a que recurrió con mayor asiduidad se encontraba su amigo Alfredo Wickham, esposo de su prima Isabel Fernández y por aquellos años residente permanente en Buenos Aires, y Carlos Casano, quien al final de sus cartas firma como amigo y pariente en el mismo grado. Una vez más, familia y vínculos económicos enlazaban sus ramificaciones.

En enero de 1882, Eugenio Zoa contrajo nupcias con la hija de una poderosa familia de Montevideo, Josefa Arocena Artagaveytia. El abolengo de la joven nos remite a las historias de dos importantes familias de la época. Josefa era hija de Ramón Arocena y Matilde Artagaveytia. Ramón Arocena nació y creció en la provincia de Tucumán y formaba parte de la juventud unitaria de la provincia. A la llegada de Manuel Oribe a la ciudad tras la persecución a Juan Lavalle, el muchacho fue hecho prisionero, pero fue muy pronto liberado a petición de la viuda de Marco Avellaneda. Luego de su liberación, Ramón Arocena se afincó en el puerto del Rosario y se dedicó al comercio. Allí se convirtió en abastecedor del Gobierno del Cerrito. Durante sus visitas al puerto de Montevideo, entabló relaciones comerciales con Ramón Artagaveytia, comerciante de origen vizcaíno afincado desde años atrás en Montevideo. Los vínculos entre los dos comerciantes se estrechan con el casamiento entre Arocena y Matilde, una de las hijas de Artagaveytia. El matrimonio tuvo dieciséis hijos, entre ellos Josefa, hija, nieta y bisnieta de comerciantes (uno de los bisabuelos de Josefa era Juan Ramón Gómez.)

El matrimonio con Josefa fortaleció las relaciones económicas entre Eugenio Zoa y la familia Arocena. La pertenencia de la muchacha a una familia poderosa y depositaria de prestigio social confirió a los O’Neill la llave de inserción al reducido grupo del alto comercio montevideano. Durante su larga carrera, Eugenio mantendrá estrecha relación con Alejo Arocena, tío paterno de su esposa, y quien residía intermitentemente en Buenos Aires y Montevideo. Mediante la información que enviaba Alejo Arocena desde la vecina capital, Eugenio Zoa invirtió parte de su capital en la especulación de tierras en la vecina orilla.

Juan Martín O’Neill, hermano de Eugenio, también contrajo matrimonio con la hija de un comerciante, María Inés Isaac Guerra Botet. Ella era hija de Adolfo Guerra Botet, hijo de Nicolás de Guerra, uno de los primeros constituyentes. Junto a sus hermanos Cornelio y Alejandro, Adolfo se dedicará a la actividad empresarial, formando la sociedad que en 1868 fundó Villa Colón.

Mediante esta serie de enlaces, los integrantes y descendientes de esta familia irlandesa, lograron vincularse con las actividades de importantes familias del alto comercio rioplatense. ¿Cómo obtuvieron la confianza de familias tan celosas de su patrimonio y vínculos comerciales?

Exponentes de las tradiciones de la Irlanda del Sur, la familia O’Neill no sólo adhirió a la religión católica de forma nominal sino que abrazó férreamente su fe. Los O’Neill no sólo fueron católicos practicantes de cumplimiento estricto de los sacramentos y de asistencia semanal a misa; ellos insumieron gran parte de sus vidas promoviendo y sustentando obras dentro de la comunidad católica de ambas márgenes del Río de la Plata. La copiosa documentación y correspondencia relevada en el archivo familiar de la Biblioteca Pablo Blanco Acevedo, nos revela una familia a tal punto consustanciada en los diarios acontecimientos de la pastoral católica, que podríamos afirmar, que la confianza con que fue recibida en el centro de la alta sociedad montevideana, se debió a su intachable ejercicio religioso.

La correspondencia familiar de los O’Neill abunda en referencias sobre sus asistencias a misa, bautismos, bodas, recuerdos de ‘santos’ de parientes, amigos y vecinos, algo que era común en una familia montevideana de mediados del siglo XIX. Pero lo que nos llama poderosamente la atención, es su participación en un gran número de obras de caridad y beneficencia. No solamente Catalina O’Neill y las demás mujeres de la familia cultivaron esmeradamente su fe, como la mayoría de las mujeres burguesas de la época no obstante las objeciones de los varones liberales de la familia. Los hombres de la familia O’Neill también participaron comprometidamente de la pastoral católica y ocuparon un papel destacado dentro de esta comunidad, manteniendo un vínculo familiar con las altas autoridades de la Iglesia en Uruguay y participando de sus proyectos más importantes.

Eugenio O’Neill padre participó durante toda su vida, y aún en los tiempos de mayor fragor de sus actividades económicas, en varias asociaciones católicas. En junio de 1876 fue elegido bibliotecario de la ‘Asociación Científico – Literaria del Círculo Católico’, y en agosto de ese mismo año, fue llamado a ocupar un cargo dentro de la Comisión de Obras Especiales de la ‘Sociedad San Vicente de Paul’. Además de participar en estas sociedades, Eugenio O’Neill, como más tarde lo continuarían haciendo sus hijos, mantuvo a través de su vida una fluida correspondencia con integrantes del clero, generalmente religiosas, conjunto de cartas y tarjetas entre las que se destaca la menuda y regular caligrafía de Sor María, monja de la orden ‘Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor’. Según lo referido en sus cartas, O’Neill fue benefactor del Monasterio del Buen Pastor, hogar que funcionó como correccional de jóvenes mujeres y en la que esta hermana ofrecía sus servicios. En una misiva fechada el 16 de junio de 1881, Sor María expresa su agradecimiento a Eugenio por su constante colaboración: “Como en este día es aniversario de su nacimiento, hemos tenido pues el gusto de ofrecer por Ud. la santa comunión. En la que hemos pedido al Señor, se digne recompensarlo y pagarle todos los grandes favores y servicios que nosotros le debemos.”[5]

En 1868, y con sólo trece años de edad, Eugenio Zoa O’Neill es admitido como hermano de la ‘Cofradía de Esclavos del Santísimo Sacramento’, hermandad fundada en 1744 y que reunía a los varones más fieles de la comunidad católica de la ciudad. Ocupaba el rango de hermano mayor de la cofradía el tío político de Eugenio, Nicolás Zoa Fernández, hecho que demuestra el grado de imbricación de las relaciones familiares, pastorales y económicas.

Así como sus padres, O’Neill hijo y su esposa, Josefa Arocena, pertenecieron al Club Católico. Aunque no contamos con documentación que respalde la siguiente conjetura, es probable que ambos se hayan conocido en las veladas que frecuentemente celebraba el Club.

Eugenio O’Neill hijo, prosiguió tempranamente las obras piadosas de su padre. En el archivo de la familia encontramos una carta firmada por Manuel Espínola y Pedro Olarte representando al Club Católico de Trinidad, fechada el 27 de abril de 1884, en que agradecen a Eugenio el envío de útiles para la escuela fundada por dicha asociación en la ciudad de Trinidad. Asimismo, Eugenio Zoa fue benefactor del Hogar del Buen Pastor, como lo había sido su padre.

En 1883, el Obispo de Montevideo, José Inocencio María Yeregui, convoca a Eugenio para la integración del Directorio de la ‘Universidad Libre’, institución educativa creada en 1876 bajo los auspicios del obispado de Jacinto Vera, como forma de contrarrestar las enseñanzas liberales de la Universidad y del Ateneo de Montevideo. La invitación, firmada por el futuro sucesor del Obispo, Mariano Soler, refleja el estricto criterio de la selección, en la que Eugenio comparte lugar con distinguidas figuras de la intelectualidad católica de la época:

“Señor:
              Tengo el honor de comunicar á V. que el Ilmo. Señor Obispo en uso de la facultad que le compete según (sic) el arto. 4º de los Estatutos de la ‘Universidad Libre’ fundada por ‘Sociedad católica de enseñanza libre’ ha nombrado á V. para formar parte del Directorio, que queda, vá (sic) constituido con los miembros siguientes:

El Ilmo. Señor Obispo – Presidente

Vocales

Dr. D. Joaquín Requena
Dr. D. Juan Zorrilla de San Martín
Dr. D. Juan Rusiñol
Dr. D. Vicente Ponce de León
D. Eugenio Zoa O’Neill
D. Carlos Casaravilla
D. José Luis Casaravilla”[6]

Eugenio Zoa cultivó una entrañable amistad con Mariano Soler, relación que se manifiesta en las numerosas cartas de quien fuera Obispo de Montevideo entre 1890 y 1908. Esta fue una amistad sin visos de formalidad, latente en la franqueza del lenguaje de las misivas de Soler y en la confianza que depositó en Eugenio, quien en varias oportunidades, como apreciamos anteriormente, lo asistió económicamente. A un mes de la muerte de Eugenio O’Neill padre, Soler, en ese momento en Roma, recién enterado del deceso a través de la prensa, envía sus pésames a Eugenio Zoa y Juan Martín: “Que Dios los llene de santa resignación son los votos que hago al Señor en mis plegarias, ofreciéndoles en prueba de la estimación y amistad que a Vdes. profeso y de la veneración hacia su respetable y venerable padre, encomendarle en el santo sacrificio de la misa; que por otra parte no dejo de acompañarlos en tal dolorosa pérdida á los seres que nos dieron educación y vida.
Con mis más sentidos pésames á todos los de esa distinguida familia, reitero a Vdes. las consideraciones de mi mayor estimación y aprecio.”[7]

Juan Martín O’Neill, hermano y socio de Eugenio Zoa, fue una figura sumamente importante del catolicismo uruguayo de su tiempo, siendo electo como miembro del Directorio del Club Católico del Uruguay, fundador del diario ‘El Bien Público’ y del actual Sanatorio del Círculo Católico de Obreros del Uruguay. Dos días después de su muerte, el 16 de julio de 1922, ‘El Bien Público’ homenajeaba a su fundador reconociéndolo como “ascendiente de una familia vinculada por muchos conceptos a nuestra sociedad más prestigiosa” y como católico irreprochable: “Era el extinto un noble y caballeresco espíritu dotado de una clara inteligencia que fue empleada siempre al servicio de las causas justas y elevadas. (…) Era católico y practicó en su vida, con humildad y amor, los principios cristianos.” (‘El Bien Público’, 1922: 3)

Las sucesivas generaciones de la familia O’Neill preservaron la fe de sus mayores. Varias jóvenes de las familias ingresarían a conventos como hermanas religiosas. Juana Natividad, hija de Catalina O’Neill y Nicolás Zoa Fernández, así como dos de las hijas de Eugenio Zoa, Catalina e Isabel, tomaron los hábitos.

Durante tres generaciones, la familia O’Neill abordó una amplia variedad de actividades económicas que le permitió acumular una considerable fortuna y ser depositaria de prestigio social a nivel empresarial, de la comunidad católica y de la sociedad en general a ambas márgenes del Río de la Plata.

Como un árbol en pleno crecimiento, los O’Neill se afanaron por ramificar sus actividades siempre en pos del crecimiento patrimonial, procurando al mismo tiempo afianzar sus raíces en la tierra, trasmutando el capital pecuniario en vastas haciendas. Como correlato a este afincamiento del patrimonio en la tierra, la familia inmigrante arraigó para siempre en la patria adoptiva, uniendo a ella el futuro de sus generaciones.

En cada una de estas generaciones, un integrante varón ocupó el liderazgo como patriarca de  la familia, continuando la tarea de sus predecesores, dirigiendo os asuntos más importantes del grupo y conduciendo los negocios. Bernard se abrió camino como pionero de las actividades comerciales de la familia en Buenos Aires. Tras el quiebre que produjo su muerte, su hijo Eugenio sentó las bases de la fortuna familiar comprando las primeras propiedades en Uruguay y multiplicando sus bienes a través del riesgo de grandes sumas de capital en empresas agropecuarias, industriales y financieras. Eugenio Zoa, perteneciente a la primera generación de la familia nacida en Uruguay, consolidó los bienes heredados y multiplicó la fortuna familiar a través de sus numerosas empresas.

Las ramificaciones empresariales de la familia O’Neill se entrecruzaron con el accionar económico de otros hombres y otras familias con las que compusieron un apretado entramado de lazos económicos, familiares, afectivos e incluso religiosos. Tanto Eugenio O’Neill como su hijo Eugenio Zoa no emprenderán individualmente su negocios sino que lo harán en conjunto con un selecto grupo de socios: Jules Paulet padre e hijo, Nicolás Zoa Fernández, Ricardo y Nicolás García, Alfredo Wickham y Alejo Arocena. La relación con los socios no se agotaba en la esfera comercial o empresarial. A veces sus vínculos comenzaban por lo económico y se afianzaban a través del matrimonio o el padrinazgo; en otras oportunidades, el parentesco ritual daba acceso a un nuevo grupo social con el que posteriormente se entablaban negocios. Casi todos estos socios eran católicos practicantes y participaban activamente en sociedades y círculos católicos. A medida que avanzamos en el análisis, percibimos como las relaciones económicas que fue entablando la familia O’Neill fueron creadas o consolidadas al interior de la comunidad católica local. Esos vínculos fueron la red con la que la familia sostuvo una variedad de negocios: estancia, saladero, crédito, entre otros, que le confirieron un lugar dentro de la clase alta de la época.

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Fuentes

Museo Histórico Nacional – Casa de Lavalleja – Archivo y Biblioteca Pablo Blanco Acevedo, Montevideo.

Colección de Manuscritos, O’Neill, Eugenio, O’Neill, Eugenio Z.,

Archivo de Eugenio O’Neill y familia (1868 – 1885),
Tomo 537, Vol.I, 165 documentos, 328 fojas.

Archivo Particular y Comercial (1886 – 1891),
Tomo 538, Vol.II, 274 documentos, 463 fojas.

Archivo Particular y Comercial (1892 – 1896),
Tomo 539, Vol.III, 267 documentos, 426 fojas.

Archivo particular y Comercial (1897 – 1899),
Tomo 540, Vol. IV, 213 documentos, 119 fojas.

Archivo Particular y Comercial (1900 – 1905 y s/f ),
Tomo 541, Vol. V, 172 documentos, 222 fojas.

Archivo de la Curia Eclesiástica, Montevideo.
Libro 16 de Matrimonios, 1880.

Archivo Particular de la Familia O’Neill, Montevideo.
(Consulta por gentileza de Conrad O’Neill, tataranieto de Eugenio O’Neill)

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Fuentes secundarias

Accionistas y Clientes del Banco Comercial entre 1858 y 1860, en MONTERO BUSTAMANTE, Raúl, El Banco Comercial 1857-1950, p.p. 83/85.

Contrato de la Sociedad ‘Merinos de Tacuarí’, Montevideo, 17 de noviembre de 1863, en Escribanía de gobierno y hacienda. – Protocolo de la Escribanía del Crimen. 1era. Sección. Año de 1863.Escribanos Furriol y Sánchez. – Folios 148 a 150; en BARRÁN , J.P., NAHUM, B., Historia rural del Uurguay moderno, Apéndice Documental del Tomo I, Mdeo., E.B.O., 1967, p.p. 61/64.

Directorio del Banco Comercial en 1858, en Diario de Sesiones de la H. Cámara de Representantes, 1858, Tomo II, p.328; en BARRÁN , J.P., NAHUM, B., Historia rural del Uurguay moderno, Apéndice Documental del Tomo I, Mdeo., E.B.O., 1967, p. 71.

Directorio del Banco Comercial en 1871, en MONTERO BUSTAMANTE, Raúl, El Banco Comercial 1857 – 1950, p.280.

Solicitud de los tenedores de Deuda Pública del Estado, Mdeo., Diciembre de 1875, en REVISTA HISTÓRICA, Tomo LI, PIVEL DEVOTO, Juan E., Los Bancos, 1868-1876, Mdeo., Barreiro y Ramos, 1979, p.1.019.

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Bibliografía  básica

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----------, Notas y Apuntes. Contribución al estudio de la Historia Económica y Financiera de la República Oriental del Uruguay, Mdeo., Imprenta y Encuadernación ‘El Siglo Ilustrado’, 1903. Tomo I: Origen de nuestras deudas públicas. Tomo II: Comercio exterior. Crisis comerciales. Legislación económica. Legislación Financiera.

BANCO COMERCIAL, El Banco Comercial a través de un siglo, 1857 – 1957, Mdeo., s.e., 1957.

BARRÁN , J.P., NAHUM, B., Historia rural del Uurguay moderno, Tomo I: 1851 – 1885, Apéndice al Tomo I, Tomo II: 1886 – 1894, Mdeo., E.B.O., 1967, 1971 (respectivamente)

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Notas

1. Archivo de Eugenio O’Neill y Familia, en Colección de Manuscritos del  M.H.N.– B.P.B.A., Tomo 537, Doc. 21.

2. Ibídem, Artículo 8º.

3. Ibídem, Artículo 9º.

4. Carta de Mariano Soler a Eugenio Z. O’Neill, Mdeo., 26 de setiembre de 1887, en Archivo de Eugenio O’Neill y Familia, Colección de Manuscritos del M.H.N. – B.P.B.A., Tomo 538, doc. 37.

5. Carta de Sor María de la Inmaculada Concepción a Eugenio O’Neill, Mdeo., 8 de agosto de 1876, Archivo de Eugenio O’Neill y Familia, Colección de Manuscritos del M.H.N. – B.P.B.A. Tomo 537, doc. 42.

6. Mariano Soler, Convocatoria a Eugenio Zoa O’Neill para la integración del Directorio de la ‘Universidad Libre’, Mdeo., 27 de febrero de 1883, en Archivo de Eugenio O’Neill y Familia, Colección de Manuscritos del M.H.N. – B.P.B.A., Tomo 537, doc. 91.

7. Carta de Mariano Soler a Eugenio Zoa y Juan Martín O’Neill, Roma, 31 de enero de 1888, en Archivo de Eugenio O’Neill y Familia en M.H.N. – B.P.B.A., T.538, doc. 47.


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