INFORME DIPLÓ II
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Los fantasmas de la Plaza Roja
por Jean-Marie Chauvier
Periodista.
Mientras el Kremlin anuncia la desclasificación de archivos de la era soviética, la prensa denuncia el resurgimiento del culto a Stalin en la actual política rusa, adjudicable principalmente a Vladimir Putin. Tras la condena total al comunismo de la década de 1990, se reabre el debate entre visiones que perciben el pasado de forma contrapuesta.
Traducción: Lucía Vera
Para la prensa no hay ninguna duda: “Stalin is back”; Putin se “apresuró a rehabilitar la Unión Soviética y el culto a Stalin”; además, “Putin es Stalin con internet” (1). Desde el Kremlin suena otra campana. El presidente Dimitri Medvedev recuerda los “crímenes de Stalin” (Izvestia, 7-5-10) con mayor voluntad que su primer ministro Vladimir Putin. El consejero del Kremlin en Derechos Humanos, Mijail Fedotov, anunció la desclasificación de archivos con el fin de marcar “el adiós al totalitarismo” (Interfax, 1-2-11). Y, desde fines de los años 1980, no pasa una semana sin nuevas “revelaciones”. Coloquios, medios de comunicación y series televisivas alimentan las inculpaciones. Los dirigentes han agregado recientemente una nueva pieza al expediente: el reconocimiento de la masacre de oficiales polacos en Katyn en 1940. Raramente una sociedad ha actuado de este modo, al punto de “desencantar” su historia. Entonces, ¿hablamos del mismo país?
Al igual que en el pasado soviético, la personalidad del vojd (“guía”) incita una guerra de palabras y símbolos que ni siquiera perdona a la momia de Lenin en su mausoleo de la Plaza Roja. Los opositores liberales exigen que se desbauticen los lugares públicos que tienen nombres de “verdugos” comunistas entre los cuales está Rosa Luxemburgo, acusada de terrorismo y de haber desencadenado una guerra civil (2).
Monumentos en disputa
Sin embargo, “la era soviética” no se reduce a Stalin. Una duró 73 años y la otra “reinó” durante 25 años. Tres años después de la muerte del dictador soviético, el 5 de marzo de 1953, sus crímenes fueron oficialmente denunciados por Nikita Kruschev al término del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética. También lo fueron en 1961, durante el XXII Congreso que decidió el retiro de los restos de Stalin del mausoleo donde reposaban junto a los de Lenin. Hacia fines de los años 1960, Leonid Breznev eligió hacer de ello un tabú. Una segunda desestalinización tuvo lugar a partir de 1985 con Mijail Gorbachov, quien llevó a la ruptura con el bolchevismo y con la celebración de la Revolución de Octubre. Un nuevo “patriotismo de Estado” sustituyó a las tradiciones soviéticas (3).
Después de 1961 las estatuas de Stalin desaparecieron, salvo en Gori, su ciudad natal en Georgia. En junio de 2010, el presidente georgiano Mijail Saakashvili hizo desmontar la más imponente. En el impulso ordenó dinamitar el memorial de Kutaisi dedicado a los héroes soviéticos (no sólo a los “rusos”) de la guerra contra la Alemania nazi. Accidentalmente, una georgiana y su hija perecieron en la explosión. En Ucrania, una estatua erigida por los comunistas en 2010, en Zaporoje, fue destruida hacia fines de diciembre por los “banderistas” (4). Las disputas por monumentos, bustos y otros museos prosiguen.
La prensa denunció el resurgimiento de retratos de Stalin y de banderas soviéticas en el espacio público. En realidad, sólo las exhiben los opositores comunistas y los veteranos… En mayo de 2010, el ex alcalde de Moscú, Yuri Lujkov, quiso decorar la capital con algunas efigies del “comandante en jefe” durante las fiestas del Día de la Victoria. El Kremlin se lo impidió. Sin ser estalinista, el alcalde sostenía la muy difundida idea de que celebrar mayo de 1945 escamoteando a Stalin equivalía a evocar la batalla de Inglaterra callando el nombre de Churchill, o la liberación de París sin mencionar a De Gaulle. En cuanto a la bandera “soviética”, enarbolada cada 9 de mayo durante los desfiles de la Victoria –una copia fiel (se dice) de la izada sobre el Reichstag en 1945–, se pretendió, mediante una ley votada por la Duma en 2007, reemplazar en ella la hoz y el martillo por una estrella blanca. El presidente Putin no la firmó.
Las obras anticomunistas abundaron durante los años 1990. Lenin y Trotski a veces le disputaban a Stalin el mejor lugar en el podio de los “peores que Hitler”. Pero una vez que El archipiélago del Gulag de Alexandre Solzhenitsyn fue introducido en los programas escolares, ¿había que sorprenderse de una contracorriente estalinista? Desde entonces, los manuales escolares, que no ignoran el Gulag, mencionan las cualidades de manager de Stalin y la “modernización” que presidió. En octubre de 2010, los docentes fueron invitados a inspirarse en un “patriotismo” todavía mal definido.
Visiones ambivalentes del pasado
En esta controversia se enfrentan dos núcleos duros. Por un lado, los estalinistas, principalmente el Partido Comunista de la Federación Rusa de Guenadi Ziuganov. Ellos se jactan de la construcción socialista, la industrialización de los años 30, “sin la cual la victoria sobre Hitler no hubiera podido lograrse”, la revolución educativa, cultural y sanitaria y el aumento de la esperanza de vida. Las olas de represión no son negadas, pero están aminoradas y parcialmente justificadas. Con buena lógica conspiracionista, la “destrucción de la URSS” se atribuye de buena gana al “imperialismo”, a los servicios secretos estadounidenses, al “sionismo mundial” y a los “traidores” Gorbachov-Yakovlev-Yeltsin (5).
A esta requisitoria responden los que abogan a favor de Boris Yeltsin y de Yegor Gaidar (el encargado de poner en práctica la “terapia de shock”) “que salvaron a la URSS del hambre y la guerra civil”. Los círculos demócratas liberales, indiferentemente cercanos al poder o a la oposición, ponen de relieve el Terror, la hambruna de 1932-1933 (calificada oficialmente de genocidio en Ucrania), el Gulag, la debacle de 1941 y las estimaciones máximas de víctimas difundidas desde Solzhenitsyn. La victoria, piensan ellos, se logró “a pesar” de ese jefe, a la vez cruel y cretino, y no “gracias a él”. Temas favoritos de esta campaña: Stalin es responsable de la guerra e incluso ha “provocado” la invasión hitlerista (6). ¿Cinco millones de prisioneros caídos en manos de los alemanes? También en este caso acusan a Stalin.
Entre esos dos polos surge una discusión más sutil. Encuestas de opinión muestran visiones ambivalentes del pasado: se condena la represión sin desacreditar los sacrificios de los ancestros constructores o de los combatientes. La memoria está, de hecho, dividida por la propia diversidad de las épocas y de las situaciones vividas. Como lo prueba toda una literatura desconocida para el público occidental: historias de regiones, de obras en construcción y de empresas, la memoria de los campesinos, obreros, veteranos, “zeks” (prisioneros de los campos), diarios personales, estudios de lo cotidiano y de las mentalidades. Se evocan (y a veces se confunden) tiempos diferentes. Los testigos de los grandes cambios son escasos, contrariamente a los de los años 1953-1985, asociados al mayor bienestar y a la estabilidad. De una generación a otra, no se recuerda la misma “era soviética”.
Otro enfoque, geopolítico, sólo pretende juzgar ese pasado con la vara de las pérdidas y ganancias de la potencia. Stalin puede ser jefe criminal y genio político al mismo tiempo: su papel en 1939 y durante la guerra es examinado sin alabanzas ni diatribas. Este análisis más frío permite también hablar de la actualidad, de territorios y de fronteras, de la situación histórica de Rusia, de la “disgregación” que la amenaza en nuestros días. A partir de eso, los desafíos políticos reaparecen. La desclasificación de archivos puede servir de pretexto a diversas manipulaciones. Así, “la cuestión Stalin” divide muy oportunamente al frente anti-Putin…
La “modernización”, leitmotiv al gusto del momento, entra en consonancia con el pasado. Una opción liberal, pro-occidental, europea –que privilegia el discurso del presidente Medvedev– sería contraria a una economía de movilizaciones nacionales inspirada en el ejemplo chino y en la idea de “eurasia”… En todos los casos, la mejora de la competitividad rusa en el mercado global exigiría dolorosas medidas sociales, poco compatibles con lo que un intelectual liberal llamaba recientemente “el cemento socialista”, que reafirma la reflexión de los rusos.
De ahí también el interés de sacar a Lenin del mármol de su mausoleo para enterrarlo lejos del cementerio (soviético) del Kremlin, que también podría resultar arrasado. El portavoz de esta exigencia es Vladimir Jirinovski, líder del muy nacionalista Partido Liberal Democrático de Rusia. Durante un debate televisivo describía a Lenin como la encarnación del mal absoluto (REN TV, 5-5-10). Tolerarlo, incluso muerto, en la Plaza Roja, sugeriría que el poder soviético todavía sobrevive. Un estudiante de 16 años, que no le encontraba ningún sentido a este debate en torno a un “ex presidente”, hizo saber que su problema eran los estudios que no podía pagarse. El animador le preguntó si el entierro o no de Lenin cambiaría algo. “No”, respondió el estudiante. ¿Soñaba acaso con la gratuidad de la enseñanza? La pregunta no le fue planteada.
1 Libération, París, 3-3-10; Le Figaro, París, 7-4-10; Le Point, París, 11-10-07. Véase también Time, Nueva York, 22-12-09; Forbes.com, 16-3-10, y Rossiaprofile.org, 14-5-10.
2 Novaïa Gazeta, Moscú, y la asociación “Memorial”, 24-1-11.
3 Véase “Entre la nostalgia soviética y el nuevo patriotismo de Estado” y “La ‘nueva Rusia’ de Vladimir Putin”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, marzo de 2004 y febrero de 2007 respectivamente.
4 Partidarios de Stepan Bandera (1909-1959), ex líder de la Organización de Nacionalistas Ucranianos.
5 Véase, por ejemplo, el sitio pro-stalinista http//stalinisme.narod.ru
6 Novaïa Gazeta, Moscú, 23-2-10.
J.M.C
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