El Historicidio
Ha pasado a ser moneda corriente hablar de “genocidio”, aplicando el
calificativo a cualquier episodio en que un choque armado generó
víctimas. No importan los hechos, no importa tampoco el contexto de la
época, no se acepta mirar el tema desde los dos ángulos y, mucho menos,
hacerlo desapasionadamente. Todo es adjetivo y descalificación.
El caso de los charrúas y Fructuoso Rivera es emblemático. Se ha
t r ans formado e l comba t e en Sa l s ipuede s , dr amá t i co epi sodio de
enfrentamiento entre el Ejército nacional, por orden del Parlamento, y un
grupo de charrúas, donde murieron una treintena, en un episodio de
genocidio. Al barrer se repite y repite, ignorando que nunca procuró el
General Rivera la destrucción física de los esos remanentes de la tribu
que aún permanecían en el país, que siempre buscó soluciones sin sangre,
que tan lejos estaba de toda actitud racista que su ejército se configuró
mayoritariamente con guaraníes o descendientes de guaraníes.
Los grupos que han construido el “charruísmo” como religión —esos
sí racistas— sistemáticamente ocultan la presencia mayoritaria de la etnia
guaraní en nuestro territorio, que es la que está en nuestra toponimia
(empezando por el propio nombre del país) y la que ha dejado rastros,
mientras que de los charrúas no media el menor vestigio cultural, ni una
palabra siquiera.
El tema es conocido y una mil veces lo hemos escrito en estas páginas.
Pero el tema no se detiene. Se trata de borrar la historia del país y herir al
partido que construyó lo fundamental de sus instituciones, el que más
años gobernó, el que nos legó la sociedad con mejor distribución del ingreso
de América Latina, el que fue orgullo del hemisferio.
Ya no es sólo Rivera ni, por supuesto, Venancio Flores, a quien se
endilga el fusilamiento de Leandro Gómez y la Guerra del Paraguay,
ignorando la responsabilidad inocultable en ese episodio del sangriento
dictador paraguayo. Ahora la empiezan a emprender con el propio Batlle
y Ordóñez, cuya obra social es tan vigorosa y fuerte que hasta ahora no
había merecido mayores agravios pero que empieza también a ser víctima
del ataque.
En Las Piedras, justamente, el nuevo Alcalde frentista y sus adláteres
municipales están proponiendo cambiarle el nombre nada menos que a la
plaza principal de la ciudad, para ser sustituido por el de un ciudadano
desaparecido en los tristes episodios de la dictadura. Realmente, tocar el
nombre del mayor estadista de la historia nacional (considerando así aun
por sus adversarios) revela una actitud de ignorancia e irrespeto de una
magnitud que cuesta creer. Pero así se ha propuesto y es peligroso, porque
todo lo que el Frente empieza al principio parece un disparate, pero luego,
a fuerza de repetirlo, termina siendo aceptado…
Realmente lo que está quedando destruido es nuestra historia, la visión
de nuestro pasado, que es lo mismo que decir nuestra misma identidad.
Con el nuevo gobierno, todo parece que empezó ahora y nuestra historia
empieza y termina con los tupamaros y la dictadura, como si la
construcción del pasado quedara envuelta en una nebulosa grisácea de la
que solo emerge la figura de Artigas, también tergiversada para ajustarla
al nuevo modelo…
El tema es muy grave, tan grave como que un día nos despertaremos
y ya no nos reconoceremos; así ya comienza a ocurrir, en medio de las
balaceras con rapiñeros, los estudiantes aprobados sin rendir pruebas y la
constante fijación con los juicios a militares que ya casi no existen.
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