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sábado, 6 de agosto de 2011

LOS HOMBRES, LA TIERRA Y EL GANADO. UNA PROPUESTA SOBRE LA OCUPACIÓN DEL ESPACIO Y LA FORMACIÓN DE LOS PAISAJES AGRARIOS EN EL URUGUAY. MARÍA INÉS MORAES*

LOS HOMBRES, LA TIERRA Y EL GANADO. UNA PROPUESTA SOBRE LA OCUPACIÓN
DEL ESPACIO Y LA FORMACIÓN DE LOS PAISAJES AGRARIOS EN EL URUGUAY.1
1. LA VISIÓN DOMINANTE SOBRE LA OCUPACIÓN DEL ESPACIO 1
2. LA VISIÓN DOMINANTE SOBRE EL PAISAJE AGRARIO 2
a. El uso del suelo. 3
b. El latifundio, unidad productiva básica del paisaje agrario uruguayo 4
c. Un paisaje agrario volcado al abastecimiento de mercados externos y carente de mercados
interiores. 5
3. UNA VISIÓN DIFERENTE SOBRE LA OCUPACIÓN DEL TERRITORIO DEL ACTUAL URUGUAY Y LA FORMACIÓN
DE PAISAJES AGRARIOS 8
a. El giro geográfico: poniendo el foco en el Norte 8
b. El giro étnico: recuperando el componente indígena 10
4. CONCLUSIÓN: UNA PROPUESTA PARA EL ESTUDIO DE LA FORMACIÓN DE PAISAJES AGRARIOS
DIFERENCIADOS EN EL ACTUAL TERRITORIO URUGUAYO. 16
5. BIBLIOGRAFÍA 19
1
LOS HOMBRES, LA TIERRA Y EL GANADO. UNA PROPUESTA SOBRE LA OCUPACIÓN
DEL ESPACIO Y LA FORMACIÓN DE LOS PAISAJES AGRARIOS EN EL URUGUAY.
MARÍA INÉS MORAES*
1. LA VISIÓN DOMINANTE SOBRE LA OCUPACIÓN DEL ESPACIO
El estado del conocimiento histórico sobre la economía y la sociedad agrarias del Uruguay en los
períodos anteriores al auge del modelo agroexportador puede representarse mediante la imagen de un
campo historiográfico articulado en torno a un núcleo duro y una periferia. A menudo se tiene la
impresión de que sobre el tema en cuestión existen dos cuerpos de conocimiento histórico de difícil
comunicación entre sí, y con impactos desiguales sobre el conjunto de las ciencias sociales, y sobre la
sociedad en general: el núcleo duro de ese campo construyó un relato -que resultó dominante- sobre la
ocupación y el poblamiento original del territorio1, mientras que la periferia trató un abanico amplio de
cuestiones conexas a esos procesos, como las cuestiones del gaucho y el indio, las raíces más antiguas de
ciertas tradiciones y actividades rurales como el mate, el origen de los centros poblados, etc. sin llegar a
ofrecer un relato del todo articulado y analíticamente convergente con el del núcleo duro2.
Esquemáticamente, la visión dominante sobre la ocupación y población originales del espacio, establece
que, en un primer momento (hacia el siglo XVII) y sobre un “vacío demográfico” inicial se desarrolló en
territorios de lo que hoy es el Uruguay una actividad económica extractiva (la vaquería), de muy baja
absorción laboral y escasos eslabonamientos productivos, que no fue suficiente para inducir a la
ocupación sistemática del territorio por parte de la Corona española. Recién en 1680, cuando los
portugueses fundaron Colonia del Sacramento casi a las puertas mismas de Buenos Aires, el temor al
corrimiento definitivo de la frontera entre los dos imperios ibéricos avivó el interés español por poblar la
franja norte del Río de la Plata, y comenzó el proceso de ocupación oficial de lo que hoy es territorio
uruguayo. A partir de la fundación de Montevideo en la tercera década del siglo XVIII, se registraron
oleadas sucesivas de ocupación del territorio desde el Sur hacia el Norte que todavía hacia 1800, es decir
muy cerca del fin de la dominación española del territorio, estaban teniendo lugar.
* Magíster en Historia Económica (Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República; Montevideo - Uruguay)
1 De los historiadores post- tradicionales (entre otras cosas, esto significa de la segunda mitad del siglo XX) (Ribeiro, 1991),
los autores fundamentales del núcleo duro son E. Pivel Devoto, José P. Barrán, B. Nahum, L. Sala, J. Rodríguez y de N. de la
Torre, W. Reyes Abadie, O. Bruschera y T. Melogno.
2 Sólo para ubicar al lector, son autores representativos de este espacio el periodista e investigador Aníbal Barrios Pintos, el
agrónomo Esteban F. Campal, el profesor Fernando Assunçao, los profesores e investigadores del Museo Histórico Nacional
Luis R. González y Susana Rodríguez Varese, el arqueólogo Eduardo Acosta y Lara, el antropólogo Daniel Vidart, el señor L.
Crawford y una conjunto amplio pero heterogéneo de historiadores “locales”.
2
Este relato contiene tres componentes interpretativos centrales sobre el proceso de poblamiento del
territorio que hoy es el Uruguay: a) que fue un proceso tardío, cuando ya había entrado el siglo XVIII a
consecuencia del “calentamiento” de la frontera inter.- imperial (Reyes Abadie, Bruschera y Melogno
1966); b) que el ganado precedió al colono (Campal 1962), frase que resume cabalmente la convicción de
que en estos territorios antes que hombres hubo riqueza (ganadera), y de que aquellos vinieron tras ésta;
c) que el territorio al norte del Río Negro fue marginal en cuanto al proceso inicial de poblamiento y
valorización del territorio, de modo tal que siguió siendo hasta mucho después el refugio natural de tribus
indígenas resistentes a la dominación blanca, y de un conjunto heterogéneo de población trashumante
dedicados a formas marginales (económica y socialmente hablando) de vida (Pivel Devoto 1957) (Reyes
Abadie, Bruschera y Melogno 1966).
Esta versión de un proceso tardío (porque comienza penosamente en 1680) de ocupación del territorio,
blanco (porque tanto los colonos portugueses de Colonia del Sacramento como los canarios de
Montevideo -protagonistas principales de la historia del poblamiento- son europeos) y sureño (porque el
escenario del proceso es la franja rioplatense del territorio), y en este trabajo se sostiene que esta no es en
verdad la historia del poblamiento de todos los territorios que hoy son parte del estado uruguayo, ni es
inicial, si no que es en realidad la historia del poblamiento de la antigua jurisdicción de Montevideo, que
tuvo lugar cuando algunas zonas norteñas del actual Uruguay ya habían sido ocupadas y valorizadas por
otros pueblos. En este trabajo se resumen los componentes principales de la visión establecida sobre estos
procesos, se hace una crítica de esta visión y se propone una línea de investigación que vuelve a
jerarquizar el estudio de estos temas de un nuevo ángulo.
2. LA VISIÓN DOMINANTE SOBRE EL PAISAJE AGRARIO
Este relato sobre la ocupación del espacio conlleva un relato sobre la formación de paisajes agrarios,
también dominante. En síntesis, se describe la formación en todo el territorio de un paisaje agrario
predominante en el cual (a) el uso del suelo es hegemonizado por formas rudimentarias de explotación
ganadera vacuna en detrimento de la agricultura y de otras formas de ganadería, (b) la estructura de la
propiedad territorial se caracteriza por la presencia ubicua y central del latifundio como unidad productiva
esencial del sistema productivo vigente, y (c) las estructuras productivas ganaderas se articulan con el
capital mercantil de las ciudades – puerto (Buenos Aires y Montevideo), dando la espalda a un interior
semi-despoblado y económicamente desarticulado, en el cual la formación de mercados de bienes y
factores agrarios encuentra innumerables dificultades.
3
a. El uso del suelo.
Tradicionalmente se utiliza el ya clásico adjetivo “monoproductor” para sintetizar dos aspectos del paisaje
agrario uruguayo: el predominio de la explotación del vacuno y el divorcio de la producción ganadera
respecto de la agrícola, ambos con orígenes remotos en el período de poblamiento inicial del territorio. Se
ha insistido en que desde los orígenes se implantó un sistema de explotación ganadera completamente
limitada al vacuno, con una participación menor del género equino y ninguna significación del ovino Las
explicaciones más usuales señalan que la demanda externa privilegiaba el cuero vacuno, la demanda
interna de equinos para la fabricación de mulas era muy acotada (quedando el caballo sólo para transporte
y, secundariamente, para explotar también su cuero) y en cuanto al ovino, se ha señalado que no se
consumían su carne, su leche ni su lana (Pivel Devoto 1957: 13-17) (Sala de Touron, Rodríguez y de la
Torre 1967a: 66-67).
En cuanto a la relación entre ganadería y agricultura, tradicionalmente la historiografía uruguaya ha
marcado un importante contraste entre el desarrollo ganadero y el agrícola desde el período colonial. La
bibliografía sobre el período colonial ha tendido a analizar el desarrollo agrícola pre-moderno en
comparación con el ganadero, y por lo tanto, a destacar su pequeñez y debilidad3. Aunque no se conocen
estimaciones seriadas de la producción del período colonial, se tiene la idea de que durante el período de
dominación española habría ocurrido un desarrollo agrícola acotado a las chacras de la jurisdicción de
Montevideo y de la zona litoral de la jurisdicción de Buenos Aires, donde la densidad de población era
notoriamente mayor que en el norte, centro y este del actual territorio uruguayo. Aunque esta agricultura
permitía ocasionalmente exportaciones de trigo y harina, la ausencia de una tradición agrícola indígena,
la escasez de mano de obra en contraste con la abundancia de ganado, la virtual inexistencia de mercados
internos (por la baja densidad demográfica y porque “en el campo no se consumía pan ni galleta”) han
sido señalados como explicaciones posibles del escaso desarrollo agrícola de la Banda Oriental en mayor
escala (Reyes Abadie, Bruschera y Melogno 1966) (Sala de Touron, Rodríguez y de la Torre 1967 a)
(Millot y Bertino 1991) (Sala de Touron y Alonso 1986). Se ha enfatizado, también, la subordinación de
la producción agrícola a la ganadera como una limitante para el desarrollo de la primera, y sobretodo, la
incompatibilidad de intereses entre labradores y hacendados por el uso de la tierra, como una razón de
peso para determinar un desarrollo agrícola acotado y divorciado de la ganadería (Barrán y Nahum
3 Ningún autor negó la existencia de la agricultura, pero prevaleció una tendencia a minimizarla por comparación con la
importancia de la ganadería. Sala de Touron et al. señalaron que “(…) Pese a que durante la colonia casi todos los años se exportaron trigos y harinas – hecho que no siempre sucedió en la época independiente – la ganadería predominó absolutamente sobre la agricultura” (Sala de Tourón et al. 1967 a: 22). La misma frase, formulada al revés (“pese a que la ganadería predominó absolutamente, durante casi todos los años de la colonia se exportaron trigos y harinas – hecho que no siempre sucedió en la época independiente”), hubiera contribuido a destacar un desarrollo agrícola, que como los mismos autores señalan, parece haber sido más importante que el del Uruguay moderno. El propio Pivel Devoto señaló que “(…) Durante la época colonial, en el período que precedió a la revolución de 1811, el cultivo de la agricultura se realizaba en las tierras
situadas al sur del Río Negro en forma intensa si se considera el reducido numero de pobladores” (Pivel Devoto 1972: VII;subrayado mío). Nótese el efecto de cambiar uno de los términos de la comparación. Pese a esta afirmación, la obra seminal dePivel sobre el período colonial no contiene más que referencias laterales a la agricultura (Pivel Devoto 1957).Finalmente, la subordinación al capital usurario de molineros y panaderos, el carácter precapitalista de medianerías y arrendamientos que sufragaban los agricultores a los dueños de la tierra, el “primitivismo” de los instrumentos de trabajo y las técnicas de laboreo, y fundamentalmente, la ausencia de cercos que delimitaran las parcelas agrícolas de las tierras de pastoreo, son factores técnicos einstitucionales frecuentemente citados para definir una agricultura asociada a un muy bajo desarrollotecnológico y subordinada a la producción ganadera (Sala de Touron y Alonso 1986) (Millot y Bertino1991) (Barrán y Nahum 1997).
Hacia el final del período hispánico esta base agrícola había experimentado cierta expansión. Sala y
Alonso (1991) señalan que entre los agricultores, eran mayoría los que poseían además algo de ganado, y
que ocasionalmente los pequeños hacendados realizaban sementeras. En base a inventarios de hacendados
confiscados por Artigas en 1815, se menciona la existencia de una efectiva combinación de agricultura
con ganadería en algunas estancias, fenómeno que consideran acotado a ciertas regiones del territorio, y
que no modifica la esencia del paisaje agrario original. La invasión lusitana de 1816 y las guerras
posteriores frenaron el desarrollo agrícola (Sala de Touron y Alonso 1991), (Sala de Touron, Rodríguez y
de la Torre 1978). Al comenzar la etapa republicana, el primer gobierno constitucional logró cierta
reactivación de la agricultura que hacia 1836 dio lugar a que se reanudaran las exportaciones de trigo.
Pero el inicio de la Guerra Grande en 1839, y sobretodo el Sitio Grande desde 1843, habrían vuelto a
frenar un desarrollo agrícola que seguía siendo geográficamente acotado, técnicamente pobre y
económicamente frágil (Sala de Touron y Alonso 1986). Finalizada la guerra en 1851, la modernización
de la segunda mitad del siglo XIX marcó una continuidad con el pasado remoto al consolidar el
predominio de la ganadería en el uso del suelo y del latifundio ganadero en la estructura de la propiedad
territorial (Barrán y Nahum 1978). La base genética asomaba bajo el fenotipo del Uruguay rural moderno.
b. El latifundio, unidad productiva básica del paisaje agrario uruguayo
La abundancia de tierras en relación con la escasez de hombres (Barran y Nahum 1997) (Vázquez Franco
1986), la lenidad de las autoridades españolas en América (Sala de Touron, Rodríguez y de la Torre 1967
b) (Millot y Bertino 1991), el atraso de la legislación indiana y la voracidad de los agentes (Pivel Devoto
1957) (Campal 1962) (Sala de Touron, Rodríguez y de la Torre 1967 b) (Millot y Bertino 1991), son
usualmente presentados como los factores que dieron origen a una estructura de la propiedad territorial
organizada en enormes propiedades privadas. A partir de la fundación de Montevideo comienza el reparto
de suertes de estancia y de chacra en la campaña de la ciudad – fuerte, y luego, progresivamente desde ese
foco inicial, tiene lugar durante el resto del siglo XVIII una sucesión de concesiones y apropiaciones de
hecho sobre las mejores rinconadas del territorio al sur del Río Negro, en el formato de grandes – a
5
menudo inmensas - propiedades privadas, que gracias a la codicia particular y la desidia oficial, hacia
1800 ya llega a las tierras adyacentes al río Arapey (Sala, de la Torre y Rodríguez, 1967 – b). El
latifundio ganadero predominantemente particular (dada la escasa y temporalmente corta inserción que
las órdenes religiosas tuvieron en la ganadería local) devino un protagonista de primer orden, homogéneo
y ubicuo, en la matriz histórica del país. Las transformaciones posteriores del paisaje agrario nunca fueron
tan radicales como para modificar esta estructura primordial que devino en principal factor de continuidad
entre las estructuras económicas y sociales más remotas, y las más modernas.
El latifundio ha sido unánimemente condenado por los cientistas sociales uruguayos de todos los tiempos,
con diferentes argumentos. En relación con el período pre-moderno, los historiadores más importantes lo
han asociado al fenómeno del ausentismo y a una mentalidad rentista improductiva (Pivel Devoto 1957),
considerándolo un freno fundamental al desarrollo económico y social dentro y fuera de la ganadería
(Sala de Touron, Rodríguez y de la Torre 1967 a) (Sala de Touron, Rodríguez y de la Torre 1967 b). En
relación con los períodos modernos de la historia rural uruguaya, ha sido culpabilizado del atraso
tecnológico del sector ganadero (OYPA-CIDE 1967) (Barrán y Nahum 1978) (Finch 1980), del
esmirriado desarrollo de la agricultura (Barrán y Nahum 1978) de la despoblación del campo (Solari
1958) (Barrán y Nahum 1978), de la temprana urbanización del país (Klazco y Rial, 1980) e,
indirectamente, del temprano comienzo de la transición demográfica en el Uruguay (Barrán y Nahum
1979).
c. Un paisaje agrario volcado al abastecimiento de mercados externos y carente de mercados interiores.
Aunque esta cuestión ha sido tratada de manera muy desigual por los historiadores, el esquema general
predominante es que este paisaje agrario de corte ganadero – latifundista desarrolló una red de
intercambios directos con las ciudades – puerto, inhibiendo la formación de mercados interiores activos y
potentes, tanto en lo que hace a los bienes como a los factores agrarios. Podría incluso decirse que esto
fue señalado en relación con los períodos pre-modernos pero también con los modernos de la historia
agraria del Uruguay (es decir antes y después del último cuarto del siglo XIX), pero a los efectos de este
trabajo se desarrolla aquí el argumento interpretativo que refiere a las etapas pre-modernas.
En relación con los mercados de bienes agrarios, la visión establecida señala que siendo el cuero el
principal producto de la ganadería antigua, se estableció desde los orígenes un circuito básico de
comercialización que conducía este fruto a las principales ciudades – puerto, donde era acopiado y
exportado. Estos circuitos se reforzaban por el hecho de que los tenedores del capital mercantil
(comerciantes monopolistas) eran los dueños de los grandes latifundios, quedando el circuito completo de
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producción y exportación del cuero en las manos de unos mismos dueños, inhibiendo eventuales
“derrames” de valor por la creación de infraestructuras adyacentes de comercialización y financiación. El
escaso valor de cambio del cuero, en un entorno donde cualquiera podía “voltear” una res para consumo
propio, restringía la comercialización interna del producto principal tanto como de los subproductos de
menor valor (la grasa y sus derivados). La producción de carne salada, iniciada a mediados del siglo
XVIII en suelo oriental, aunque interrumpida durante el período revolucionario, también se orientó a la
exportación reforzando la vocación ultramarina de la ganadería latifundista. La producción agrícola,
menor que la ganadera y subsidiaria del capital urbano a través de las rentas pagadas a molineros y
panaderos, orientaba sus oscilantes excedentes a las ciudades, sobretodo a Montevideo, donde el
Apostadero Naval y la mayor concentración de población constituían un mercado seguro. Los mercados
interiores eran, así, doblemente exiguos: una demanda atónica por la baja densidad de población y por el
predominio de formas incompletas de salario rural, se enfrentaba con una oferta escasamente
diversificada y conducida – con cierta atrofia primigenia- por unos canales de circulación de orientación
urbano-portuaria. La copiosa literatura de cronistas europeos anteriores a 1850 remachó la imagen
estilizada de un paisaje rural jalonado a lo largo y a lo ancho del territorio uruguayo por chozas de una
austeridad rayana en la miseria, sin sementeras, y sin pan.
La formación de un mercado rural de factores tampoco tuvo perspectivas favorables. En lo que hace al
factor trabajo, la versión establecida señala que la ganadería primitiva encontró su mano de obra en una
variada gama de figuras imperfectamente asalariadas (peones, capataces, puesteros y agregados)
asociados de una u otra manera a la mítica figura del gaucho (Sala de Touron, Rodríguez y de la Torre
1967 a: 147-151). Éste era un habitante de la campaña étnicamente mestizo pero socialmente de origen
incierto o por lo menos impreciso (suele atribuirse su origen a la presencia de antiguos changadores de
las vaquerías); un tipo de trabajador rural caracterizado por su condición trashumante y temporal, el cual
podía comportarse como un verdadero free-rider debido la mala especificación de derechos de propiedad
sobre tierras y ganados (Pivel Devoto, 1957) (Sala de Touron et al; 1967 – a: 151) (Campal; 1962: 43-45)
(Vázquez Franco, 1986: 63-65).
La descripción más acabada de las categorías ocupacionales del paisaje ganadero es bien conocida. Los
capataces eran personal permanente y de confianza que dirigían y coordinaban las actividades de las otras
categorías de trabajadores. Vivían en la estancia y percibían un salario monetario y en especie (alimentos,
ropa) aunque también recibían animales como retribución a su trabajo. Los peones se ocupaban de las
tareas permanentes de la estancia, donde residían a menudo con su familia, y recibían un pago en moneda,
además de alimentos y vivienda. El puestero cuidaba del ganado en los confines de las estancias. No
percibía un salario, en cambio se le permitía poseer sus propios animales. Finalmente, los agregados
constituían una categoría extraordinariamente difundida, relacionada con el proceso de apropiación
7
latifundista de la tierra, por el cual numerosos ocupantes sin título (de origen desconocido e inexplicado
en esta versión) se vieron sometidos a relaciones de feudalización respecto de los titulares o denunciantes
de las mismas. Los agregados se convirtieron en los verdaderos garantes de la apropiación efectiva de la
tierra, se identifican con una amplia gama de oficios, tienen sementeras y animales propios, y
ocasionalmente se conchaban como jornaleros en períodos de alta demanda de trabajo (Sala de Touron,
Rodríguez y de la Torre 1967 a: 147-151).
Lo importante, sin embargo, es que toda esta mano de obra, cuando estaba empleada plenamente, recibía
pagos en salarios y en especie que fueron interpretados como claro signo de la naturaleza pre-capitalista,
en algunas versiones “semi-feudal”, de las relaciones sociales (Sala de Touron, Rodríguez y de la Torre
1967 a). Cuando no estaba empleada ni siquiera parcialmente, esta mano de obra tenía asegurada su
subsistencia sin necesidad de venderse en el mercado debido a la mala especificación de los derechos de
propiedad; de modo que en ambas situaciones no tiene lugar la formación de un mercado de trabajo
organizado ni completo, a la manera del capitalismo. La historiografía se ocupó de dejar en claro que esta
suerte de asalarización incompleta era funcional a la tecnología y las relaciones de propiedad de la
ganadería latifundista, de modo que no había contradicción entre estas formas pre-capitalistas de trabajo y
las relaciones de propiedad imperantes (Sala de Touron, Rodríguez y de la Torre 1978) (Millot y Bertino
1991).
La visión establecida señala, también, que el contexto de las guerras revolucionarias (1811-1830) no
modificó esencialmente este panorama. En todo caso, la condición de agregado adquirió especial
relevancia en la estructura social agraria de la primera mitad del siglo XIX, por los cambios de mano que
se registraron en la propiedad de la tierra y por la inseguridad causada por las guerras (Sala de Touron y
Alonso 1991: 87). Ha sido señalado que en los comienzos de la vida independiente, este segmento de
usufructuarios de la tierra sin derechos legales, en un contexto de continuo cambio de titularidades sobre
la tierra y de guerras prolongadas, debió someterse a los lazos de protección y dominación de tipo
clientelar respecto de los estancieros-caudillos, ante la alternativa de abandonar definitivamente su
condición de productores (Sala de Touron y Alonso 1991). Serán recién las transformaciones técnicas e
institucionales posteriores a 1860, y particularmente el alambramiento generalizado entre 1876 - 1886, los
fenómenos que expulsaron definitivamente de la estancia “moderna” a los agregados, así como a toda
otra categoría excedente, dando origen a un mercado moderno de trabajo rural caracterizado por la baja
demanda de trabajo y la vigencia plena de relaciones salariales (Barrán y Nahum 1964) (Jacob 1969)
(Millot y Bertino, 1996). Es notorio que la tesis sobre la debilidad demográfica del país como un
resultado de su especialización ganadera, tendió a reforzar la continuidad entre un remoto pasado colonial
y la segunda mitad del siglo XIX, en torno a la imagen recurrente de un paisaje rural semi-despoblado.
Así, el concepto de vacío demográfico inicial para la primera mitad del siglo XVIII, encuentra cierta
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prolongación en el análisis de la trashumancia y excedencia latente de la mano de obra de la estancia premoderna,
y finalmente, en la desocupación tecnológica causada por la estancia alambrada.
En lo que hace al mercado de capitales, estaba férreamente concentrado en y controlado por el segmento
mercantil de las sociedades de la época, en todos sus tramos: en las ciudades, por los grandes
comerciantes monopolistas y tenedores de algún privilegio (sea la introducción de esclavos o el
abastecimiento de las fuerzas militares); en el campo, por los pulperos y acopiadores de frutos. En un
contexto monetario de riguroso metalismo y sin formas desarrolladas de crédito, el acceso a los capitales
quedaba controlado por los únicos que accedían al pago en metálico: los exportadores.
3. UNA VISIÓN DIFERENTE SOBRE LA OCUPACIÓN DEL TERRITORIO DEL ACTUAL URUGUAY Y LA FORMACIÓN
DE PAISAJES AGRARIOS
En este apartado se intenta presentar un conjunto de hipótesis sobre la ocupación inicial del espacio,
basadas enteramente en bibliografía y fuentes éditas disponibles, en la mayor parte de los casos, hace
mucho tiempo. Mi propósito es verificar hasta qué punto se modifica la historia de la ocupación del
territorio y de la formación de paisajes agrarios con sólo introducir dos giros analíticos: un giro
geográfico, que consiste en poner el foco en sucesos y procesos gestados en la porción norte del actual
territorio uruguayo en los siglos XVII y XVIII, y un giro temático, que consiste en recuperar la cuestión
étnica presente en la ocupación original de ese espacio. Ambos movimientos están claramente inspirados
en historiografía económica rioplatense de los últimos años sobre el período colonial, y particularmente
en los aportes de una nueva historiografía uruguaya sobre la cuestión indígena que escapa a la toponimia
núcleo duro – periferia (Padron Favre 1996) (Padrón Favre 2004) (Cabrera y Barreto 1998) (Lezama
Astigarraga 1999) (Bracco 2004). Pero fundamentalmente quisiera reivindicar la amplitud y riqueza del
aporte de lo que en el apartado 1 llamábamos periferia historiográfica; sus contribuciones contienen los
lineamientos básicos del análisis que aquí se intenta resumir, y en ese sentido son afines en su perspectiva
general, a la modificación del punto de vista geográfico y étnico que se propone aquí. Este esfuerzo
pretende mostrar que es posible, apenas modificando el punto de vista dominante sobre estas cuestiones,
dejar esbozadas un conjunto de hipótesis novedosas para la investigación sobre esto procesos, y
fundamentar así la necesidad de re-visitarlos.
a. El giro geográfico: poniendo el foco en el Norte
Frecuentemente se tiene la sensación de que la historiografía uruguaya ha tenido dificultades para definir
una unidad territorial de análisis adecuada a la hora de narrar los procesos del período colonial. La
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tentación de concentrarse en procesos y sucesos ocurridos adentro de un territorio comprendido
estrictamente por los límites del Uruguay actual ha sido permanente, y la capacidad de incorporar en su
análisis los diferentes espacios que integraban la región del Río del a Plata ha sido muy variable;
frecuentemente se constata que los procesos de las regiones rioplatenses no comprendidas dentro de los
límites del Uruguay actual son incorporados o quitados del relato según las demandas del mismo. En este
contexto, como trataré de mostrar aquí, ha tendido a presentarse una versión que sobredimensiona el
papel de la jurisdicción de Montevideo en lo atinente a la ocupación del territorio y la formación de
paisajes agrarios; concretamente, a presentar una versión de Sur a Norte del proceso de ocupación del
espacio, cuando el mismo ha sido notoriamente más complejo (Moraes 2004).
Imaginemos un gran triángulo con la actual ciudad de Corrientes en uno de sus vértices, la Laguna de los
Patos en otro y Santa Fé en el tercero. Ese vasto territorio (hoy tri-nacional) una vez clausurado el proceso
de exploración inicial cumplida por Pedro de Mendoza y su armada fue penetrado desde tres focos de
colonización: el foco Oeste / castellano, proveniente primero de Asunción (fundación de Santa Fé en
1573) y luego de Buenos Aires (fundación de Corrientes en 1587); el foco Norte – guaraní, con los
famosos “30 pueblos” misioneros de ambos márgenes del Alto Uruguay fundados en la primera mitad del
siglo XVII como componente fundamental, y el foco Este / portugués, sin fundaciones formales hasta
1680 (fundación de Colonia del Sacramento) pero con enorme protagonismo desde mucho antes.
Enteramente recostado sobre los procesos que jalonaron la historia de los focos Este y Oeste, el relato
dominante sobre la ocupación original del territorio ha tendido a subestimar en términos de su
importancia analítica el foco Norte-guaraní. Así, el giro geográfico implica un paso definitivo en la senda
de incorporar al relato historiográfico el protagonismo de diversas etnias nativas en este proceso, una
cuestión donde los arqueólogos y antropólogos uruguayos recientemente marcaron el rumbo (Cabrera, [en
línea]). Aunque en los últimos quince años estas colectividades científicas pusieron las bases de lo que ha
sido denominado un “giro copernicano” en la visión dominante sobre el protagonismo de las etnias
indígenas (Padrón Favre, [en línea]) en diferentes etapas en la historia del país, parece aún estar pendiente
una actualización del proceso integral de ocupación del espacio, así como de la formación de los paisajes
agrarios, que incorpore el componente étnico que estaba ausente en la versión anterior, y que asuma en
todas sus implicancias este fenómeno. Aún se mantiene en pie la afirmación de que el “poblamiento
inicial” (es decir el europeo) fue tardío, cuestión que se relaciona con la importancia concedida a la
fundación de Colonia del Sacramento en 1680 como puntapié inicial para la apropiación española del
territorio “de la otra banda” del Río de la Plata y la seductora afirmación de que “el ganado precedió al
colono”. ¿Pero es realmente la fundación de Colonia del Sacramento el “punto cero” de la apropiación
española del territorio? Todo depende de qué territorios estemos hablando. Setenta años antes se habían
comenzado a fundar los 30 pueblos misioneros del Alto Uruguay, que tras unas décadas se convertirían en
10
el foco demográfico, económico y político más importante de la región rioplatense. ¿Debe asumirse que
semejante fenómeno no “pertenece” a la historia del Uruguay, o bien que carece de importancia en un
programa de preguntas sobre la economía y la sociedad agrarias del pasado? En lo que sigue se retoma
una vieja idea, no por ello incorporada en todas sus implicancias al relato dominante, sobre la unicidad
orgánica (económica, social, administrativa, esencialmente histórica) del territorio que hoy es el Uruguay
con el territorio que hoy son las provincias del Entre Ríos, Corrientes y Misiones, y la porción sur de Río
Grande do Sul.
En otras palabras, es hora de comenzar el relato diciendo que el primer paisaje agrario que es relevante
conocer cuando hablamos de los paisajes agrarios del Uruguay es un paisaje agrario norteño de
orientación ganadera, volcado a mercados interiores y de clara impronta guaranítica- misionera, que nació
en el siglo XVII en el marco temporal y espacial de los Treinta Pueblos misioneros.
b. El giro étnico: recuperando el componente indígena
Las fundaciones jesuitas en el Alto Uruguay comenzaron en los primeros años del siglo XVII en la barra
del Ibicuy con el Uruguay, y se jalonaron durante las siguientes tres décadas a uno y otro lado del río
Uruguay con dirección a sus nacientes. Existe una copiosa bibliografía que documenta este proceso, de la
cual puede verse una erudita recopilación actual en Meliá y Nagel (1995) así como una guía comentada
en Maeder (2004). Este desarrollo colonizador no era por supuesto tardío, ni en relación con el resto del
Río de la Plata ni en relación con otras zonas del Nuevo Mundo4. Es verdad que esta es una etapa
caracterizada por la inestabilidad territorial de esos pueblos, pero hay dos aspectos fundamentales que
importan para el tema que nos ocupa.
En primer lugar, quedó definido un espacio misionero de colonización del Río de la Plata que será
fundamental para la definición de una frontera española en esta parte de América, no sólo en relación con
el imperio portugués (como cierta historiografía rioplatense muy pro-hispánica suele agradecer
enfáticamente) si no con relación a las tribus indígenas no sometidas a control blanco, un enemigo que no
dejó registro escrito de sus actuaciones, pero cuya presencia resultaba determinante del ritmo y la forma
de la ocupación del territorio, tanto o más que la presencia de los primos lusitanos de los castellanos.
Aunque la versión dominante ha tendido a subestimar el papel que la presencia de tribus nómades jugó en
relación con procesos tan importantes como la ocupación del espacio y la posterior formación de paisajes
agrarios dominantes, a partir de vidriosa noción de “campo vacío”, resulta cada vez más claro que
constituyó un factor crucial en cuanto al ritmo del primero de estos procesos, y a los rasgos del segundo.
4 Un ejemplo distante pero arquetípico: el Mayflower todavía no había arribado a las costas de América del Norte cuando elPadre Roque González – el pionero y mártir de esta empresa - ya estaba fundando pueblos misioneros en el río Uruguay.
11
Recientemente se ha re-colocado la cuestión sobre nuevas bases empíricas y conceptuales (Padrón Favre
2004) (Bracco 2004), pero conviene recordar que la historiografía periférica siempre hizo notar que los
pueblos guaraníes jugaron un papel central en la compleja trama de enfrentamientos y alianzas de los
colonizadores europeos con los “infieles” locales durante los dos siglos siguientes a las fundaciones
(Barrios Pintos 1967) (Assunçao 1978) (Acosta y Lara 1979) (Crawford 1983) (González y Rodríguez
Varese 1990) (Barrios Pintos 1992).
En segundo lugar, en esta etapa se funda el pueblo de Nuestra Señora de los Reyes o Yapeyú (1627), el
más austral de los pueblos misioneros sobre el margen derecho del río Uruguay, que controló
administrativa y económicamente la porción norte del territorio del actual Uruguay, durante un largo
período posterior. Se ha señalado que Yapeyú fue fundado por la Compañía de Jesús con un objetivo
estratégico muy claro: controlar el paso del río Uruguay que permitía “subir y bajar” a Buenos Aires
(Levinton 2002). Al parecer su fundación presentó no pocos escollos, los guaraníes disponibles eran
insuficientes y se completó la dotación humana con grupos de indios fugados de Buenos Aires y
amancebados con mujeres charrúas, lo cual confirió al pueblo cierto carácter multi-étnico que le daría un
papel peculiar en la compleja trama de alianzas e intercambios entre el espacio misionero y el de las
etnias no sometidas a control blanco, papel por cierto no exento de situaciones violentas (Levinton 2002:
298-300). Así, una ubicación geográfica que lo convertía en llave de la comunicación fluvial entre los
tramos septentrional y meridional del río Uruguay se unió con una demografía peculiar, sellando el
destino político de Yapeyú, convertido desde entonces en antemural de los 30 pueblos, primero contra los
indígenas no reducidos y luego contra los portugueses5 (Hoffman 1971).
El destino económico del pueblo quedaría sellado por su orientación ganadera, que muy pronto lo destacó
en el conjunto de los pueblos misioneros. La ausencia de bosques -en un territorio que en esa latitud ya se
caracteriza por el predominio de la pradera ondulada- restringía el desarrollo de una agricultura
guaranítica basada en la roza, y esta circunstancia habría hecho saber a los jesuitas desde el inicio que la
manutención de un elevado contingente poblacional implicaría renunciar a la agricultura como medio de
subsistencia. En 1628 y 1630 fueron llevados al pueblo recién fundado los primeros rebaños vacuno y
ovino, respectivamente, para difundir su cría (Levinton 2002: 304). El crecimiento demográfico del
pueblo marcó su designio ganadero. En 1643 Yapeyú tenía ya 1600 habitantes y en 1666 alcanzó los 2100
(Levinton 2002: 302). En 1657 Yapeyú formó su primera estancia cerca del río Miriñay con 562 vacunos
y bajo la advocación de San Andrés y en 1659, con la formación de la estancia Santiago, gracias al
5 Esa posición seguía siendo tal cuando se desmoronó el poder colonial. Al final del éxodo de 1811 José Artigas, nombradoTeniente Gobernador de Yapeyú por las autoridades revolucionarias apenas fracasado el sitio de Montevideo, advertía desde su cuartel general en Salto Chico al gobernador de Corrientes: “(…) Los límites del departamento de Yapeyú por su situaciónsobre aquella parte a la frontera portuguesa, me parecen demasiado expuestos y bastante interesante mantenerlos; para
conservarlos, para asegurarlos, creo necesario destine usted lo más breve posible un número regular de tropa (…)” etc.“Colección Documental” en Gómez (1929)
12
descubrimiento de la “Vaquería del Mar, comenzó el proceso de apropiación de la otra margen del río
Uruguay. En 1692, cuando la población ya superaba los 2500 habitantes6, se acordó comenzar la
explotación sistemática de ganado del otro lado del río (Levinton 2002: 304). Fueron arreadas 2000 vacas
ribera oriental abajo y se exploró el territorio en busca del sitio adecuado, hasta que en 1694 se decidió
“poblar” el rincón del Cuareim con el Uruguay y establecer allí la estancia principal del pueblo, bajo la
advocación de Santiago. Según la “Memoria para las generaciones venideras del pueblo de Yapeyú”
escrita a comienzos del siglo XIX por los corregidores yapeyuanos emigrados al Estado Oriental en 1828,
fueron arreadas dos tropas de 40 mil vacunos cada una, para “poblar” la estancia, bajo la gestión de dos
capataces misioneros (Barrios Pintos 1967: 38-39) (Assunçao 1978) (Levinton 2002: 304). Con los años,
el procreo de estas inmensas tropas alcanzaba tal magnitud que fue necesario subdividir el rodeo y fundar
dos estancias del lado oriental, con los nombres de San Juan y Santa Rosa (Barrios Pintos 1967: 38-39).
La población de Yapeyú se elevó a más de 3000 al comenzar el siglo XVIII, y ya eran más de 4000
habitantes hacia 1724 (Levinton 2002: 302). En las décadas siguientes el auge ganadero y el crecimiento
demográfico sin pausas fueron de la mano, dando lugar al desarrollo de un espacio urbano-rural ocupado,
ordenado y controlado por medio de diferentes realizaciones materiales que conectaban el centro urbano
con una sucesión de estancias, capillas, puestos y puertos ubicados estratégicamente (Levinton 2002:
299). Un estudio de la economía misionera entre 1730 y 1767 estableció que el pueblo de Yapeyú
constituía un caso único de prosperidad ganadera entre los 30 pueblos considerados. Los envíos de
Yapeyú a los oficios de Buenos Aires y Montevideo representan el 8% del total de los envíos realizados
por los 30 pueblos, y casi el 70 % del valor remitido por los yapeyuanos eran cueros (Garavaglia 1987).
Se sabe que la producción ganadera de Yapeyú se destinaba no sólo al abastecimiento de su población,
necesidad fundamental que habría originado la especialización productiva, si no que abastecía el consumo
de carne de los otros pueblos, alcanzando proporciones únicas en su contexto regional y temporal
(Furlong 1933) (Hoffman 1971) (Garavaglia 1987) (Levinton 2002) (Maeder 2004).
Con el despliegue ganadero del pueblo de Yapeyú al oriente del río no sólo comenzó la ocupación de un
territorio que hoy es casi la mitad de la república uruguaya, si no que comenzó la formación de un paisaje
agrario organizado en torno a una forma sistemática de explotación ganadera de la cual sabemos poco,
pero lo suficiente para despejar de entrada la imagen de unos arreos esporádicos y desordenados de tropas
semi-salvajes, sin significación histórica posterior.
Aunque la bibliografía sobre las formas de organización económica de las misiones jesuitas se ha
concentrado más en la agricultura que en la ganadería, , hay documentos que describen una ganadería
6 Buenos Aires y Asunción tenían entre 4500 y 6000 habitantes, por la misma época (Maeder, 2004).
13
misionera7 de cría y pastoreo de ganado vacuno, mediante la ocupación de amplias porciones de tierra y
la formación de estancias de rodeo (Campal 1962) (Barrios Pintos,1967) (Popescou 1967) (Bruxel 1996)
(Maeder 2004). Algunas fuentes muestran que el proceso de formación de una “estancia” misionera
incluía una etapa previa de reconocimiento del territorio, selección del personal que habría de dirigir y
efectuar el trabajo inicial de parar rodeo, la consagración a un santo patrono, y el acarreo de un rodeo
manso para iniciar el proceso de cría, todo mediante instrucciones precisas de los Padres impartidas a los
guaraníes y a hermanos coadjutores (Barrios Pintos 1967: 38-45). Como otros recursos productivos de los
pueblos misioneros, estas estancias eran comunales.
Para el caso de Yapeyú, está documentado que conforme el procreo del rodeo original fue haciendo más
complejo el proceso de explotación, los yapeyuanos fueron dándose las formas organizativas adecuadas,
con el proverbial celo administrador y criterio eficiente que caracterizó a los jesuitas. El desarrollo de la
producción ganadera se hizo a base de la creación de “puestos – postas”, bases en el camino de los
vaqueros que servían como asiento en las grandes arreadas, y “puestos-puertos” sobre los ríos, que
facilitaban la carga de los cueros para su entrega en el Oficio de Buenos Aires (Levinton 2002: 305).
Como todo estudioso de la ganadería rioplatense sabe, un “puesto” de estancia implica hombres que salen
a reconocer el terreno, un buen número de caballos por cada hombre, abundantes provisiones y armas.
En 1704, las estancias del pueblo de Yapeyú en la barra del Cuareim ya eran cuatro, y la actividad
ganadera de este lado del río había alcanzado tal importancia que fue necesario reorganizar el
funcionamiento de estos cuatro focos ganaderos poniéndolos bajo el control de un capataz que respondía
directamente a las autoridades del pueblo de Yapeyú (Barrios Pintos, 1967: 40). Para entonces, la
progresiva maduración de formas de explotación ganadera estaba implicando la construcción de caminos
que permitieran unir la Vaquería del Mar (gran fuente de aprovisionamiento de ganado hasta 1720,
aproximadamente) con los “puestos-puertos” a través de no pocos “puestos-postas”. Estos asentamientos
de carácter no del todo permanente implicaban, de cualquier manera, el desplazamiento de población y el
afincamiento de familias indígenas en los nuevos territorios, lo cual trajo de hecho no pocos problemas al
proyecto de aculturación jesuita (Levinton 2002: 308). El Diario de Viaje escrito por el Padre Silvestre
González en 1705 registra una expedición que recorre el vasto territorio desde el Ibicuy hasta la costa
platense, tomando contacto con los numerosos “puestos-postas” en una extensa operación militar que de
asedio a la Colonia do Sacramento y a las etnias no reducidas aliadas al enclave portugués. Situados en
territorios del Uruguay actual, en un extenso arco desde el río Tacuarembó hasta el Río de la Plata a la
altura de Colonia, el sacerdote visita puestos de los pueblos de Yapeyú, Santa Cruz, Apóstoles, San
Miguel y Concepción. El diario narra la partida de dos tropas desde el corral yapeyuano con destino al
pueblo misionero, cada una de 30 mil cabezas de ganado, conducidas por 70 peones cada tropa, y
7 No debe confundirse con la ganadería de las estancias jesuitas destinadas a financiar colegios y obras de caridad.
14
acompañadas de 1000 caballos en cada caso. Asimismo, se relatan numerosos incidentes que muestran la
interacción permanente de las avanzadas misioneras con “indios infieles” y con los habitantes de Colonia
del Sacramento, así como el intenso tráfico de mercancías, favores y acosos militares entre los diferentes
sujetos sociales que recorrían el territorio una y otra vez. La imagen que se tiene de la pradera oriental
antes de la fundación de Montevideo tras leer este documento es ciertamente imprecisa y desconcertante,
pero no es la de un “campo vacío” (González 1966).
Es conocido que en una fecha imprecisa hacia la mitad del siglo XVIII, el pueblo de Yapeyú obtuvo el
control administrativo de las tierras y ganados comprendidos entre una extensa “estancia” que llegaba
hasta el Río Negro y se desplegaba al este y al oeste del río Uruguay (Pivel Devoto 1957) (Reyes Abadie,
Bruschera y Melogno 1966). Asimismo hace ya décadas que se han publicado mapas con diferente grado
de precisión sobre la inmensa estancia de Yapeyú en territorios del actual Uruguay (Campal 1968)
(Barrios Pintos 1979); se ha señalado además la existencia de no menos de 15 puestos, corrales y
guardias de Yapeyú en los territorios comprendidos entre los ríos Yí, Uruguay y Cuareim entre 1722 y
1801 (Crawford 1983: 79-82), así como la presencia, hacia el 1800, de estancias de otros pueblos (San
Borja y San Miguel) dentro de la jurisdicción yapeyuana (Ferrés 1975)8.
La versión dominante resistió el hecho de que este foco guaranítico no configuró apenas un antecedente
de la ocupación posterior del territorio uruguayo actual, si no que constituyó en verdad la primera y más
antigua vía de penetración del territorio. De ese foco misionero partieron los ganados y los hombres que
primero conocieron, ocuparon, y valorizaron económicamente la vasta zona encuadrada entre el Uruguay,
el Ibicuy y el Río Negro. Desconocer esos hechos a la hora de entender el proceso de ocupación del
territorio invocando los límites del Uruguay actual equivale a proyectar hasta el siglo XVII unas fronteras
políticas y un objeto de estudio (¿el Estado uruguayo?) entonces carentes de significado. Aunque Yapeyú
no fundó pueblos subsidiarios, ni aldeas a su imagen y semejanza en esos territorios, los mismos fueron
incorporados activamente a la economía y la demografía misionera, antes de la fundación de Montevideo.
El hecho de que esta ocupación no madurase en formas de urbanización no nos exime de indagar sobre
resultados económicos o sociales tangibles y perdurables de esa incorporación, en aquella región e incluso
en la región sur, sometida por esos mismos años a un proceso de ocupación del espacio
predominantemente blanca y portuaria.
El progresivo derrumbe misionero ocurrido entre la expulsión de los jesuitas (1767) y la caída de los Siete
Pueblos del lado oriental del Alto Uruguay en manos del Imperio portugués (1801) tampoco justifica el
descuido del tema. La decadencia que se verificó en el espacio misionero no fue ni súbita, ni definitiva ni
carente de interés histórico a los efectos de un programa de investigación sobre la economía y la sociedad
8 Mediante una significativa operación intelectual estos aportes fueron incorporados al corpus de conocimientos sobre el
período como información sobre la historia de la ganadería uruguaya, e incluso sobre la historia de la Iglesia en el Uruguay,
dos territorios notoriamente “marginales” entre los historiadores uruguayos de los años de 1960 y 1970.
15
agraria de la región. La historia de la decadencia del emporio ganadero yapeyuano a partir de la expulsión
de los jesuitas se entrelaza con la historia de las reformas borbónicas en el Río de la Plata (en especial
pero no únicamente la liberalización del comercio) y con la acelerada expansión ganadera protagonizada
por lo que ha sido llamado el “Nuevo Litoral” (el tramo más al Sur del corredor de tierras entre los ríos
Paraná y Uruguay) en el último tercio del siglo XVIII. (Garavaglia 1987). Estos tres sucesos enmarcan
muy bien una serie de modificaciones sustanciales en el ordenamiento, configuración y control del
espacio comprendido entre los ríos Negro, Uruguay e Ibicuy que le darían a esos territorios una fisonomía
muy singular sobre el final del período colonial. Esta porción oriental de la gran estancia yapeyuana
estaba ahora “encerrada” entre dos peligrosos focos de poder de origen atlántico: el foco portugués,
emplazado desde 1801 en los Siete Pueblos y el foco montevideano, una especie de desgajamiento
relativamente reciente de la endeble capital del virreinato, que ahora avanzaba vorazmente hacia el norte
tratando de capturar parte de las ganancias de la novedosa prosperidad ganadera que vivía el “Nuevo
Litoral”. La nueva coyuntura también amenazaba, por cierto, a la porción occidental de la estancia
yapeyuana: por allí avanzaban santafecinos y entrerrianos con la misma intención. La tónica del período,
desde este punto de vista, habría sido una creciente pérdida de control de su antigua estancia por parte del
pueblo misionero; una re-ocupación y apropiación del territorio al Norte del río Negro por las etnias no
reducidas que los guaraníes habían repelido durante décadas, y una continua penetración del mismo por
partidas de soldados y civiles portugueses. En esta etapa se enmarcan los conocidos litigios de Yapeyú
con el latifundista Haedo por el rincón de ese nombre, con el cabildo de Montevideo por los territorios
entre los ríos Yí y Negro, y con la autoridad virreinal por la fundación del pueblo de Belén en pleno
corazón de la estancia del Yapeyú, en 1801 (Pivel Devoto 1957) (Campal 1968) (Barrios Pintos 1967)
(Crawford 1983) (Levinton 2002). En los últimos años del período colonial la porción oriental de la
antigua estancia yapeyuana se había reducido y ya el pueblo no tenía la fuerza política ni militar para
ejercer un control efectivo del mismo.
La cuestión sin embargo tampoco concluye como resultado del deterioro yapeyuano. Las guerras de la
independencia pusieron al rojo vivo la frontera inter-imperial y la pertenencia política y territorial de los
pueblos misioneros (de ambos lados del río Uruguay) al ex -Virreinato fue reivindicada por Artigas con la
letra (en las Instrucciones del Año XIII) y con la espada (en la campaña de Andresito Guaycurarú en
1816). Durante la Cisplatina el continuo territorial y productivo desde el Queguay hasta el Ibicuy se
reforzó por las concesiones de tierras y tropas a oficiales lusitanos (Barrios Pintos 1992).
A cuenta de una investigación futura minuciosa, debe cargarse la dilucidación del impacto demográfico
de la penetración guaranítica en el norte del actual Estado uruguayo, en al menos tres instancias
claramente identificables. Una primera instancia de penetración que tiene lugar en los primeros años del
1700, en el marco del ya referido proceso de creación de las estancias al este del río Uruguay. Una
16
segunda que tiene lugar en la mitad del siglo XVIII en el contexto de las guerras guaraníticas,
particularmente cuando el pueblo de San Borja intenta establecerse en la zona del Queguay; una tercera
instancia cuando, ya expulsada la Compañía de Jesús y habiendo ocurrido una avanzada latifundista sobre
la jurisdicción de Montevideo en las últimas décadas del siglo XVIII, se entabla una guerra más o menos
declarada entre latifundistas montevideanos y pueblos misioneros por el control del suelo y los ganados
del norte del Río Negro. Finalmente, la cuarta etapa en esta historia, no por tardía resulte posiblemente la
menos importante: la casi continua migración de guaraníes por todo el territorio de la cuenca Paraná -
Uruguay durante las guerras que afectaron a la región (1810-1830) y que culminarían con el éxodo final
del remanente de los 7 pueblos del margen izquierdo del río Uruguay a territorio uruguayo, en 1828.
Pero sobre todo habrá de indagarse el impacto económico y social de todos estos procesos, en torno a dos
cuestiones centrales: la formación de una base social rural primigenia, codificada tanto en la historiografía
dominante como en la periférica en torno a la noción de sociedad gaucha, y la formación de unas formas
no atlánticas de producción ganadera. Si algo queda claro en torno a esto último, es que el paisaje agrario
(ganadero) del norte del Río Negro tenía raíces propias y autónomas de aquel paisaje agrario (también
ganadero, pero no por eso idéntico) que se desarrollaría en el sur atlántico, al influjo de la liberación del
comercio de la segunda mitad del siglo XVIII y acompañando el ritmo de la expansión de las ciudades
portuarias.
4. CONCLUSIÓN: UNA PROPUESTA PARA EL ESTUDIO DE LA FORMACIÓN DE PAISAJES AGRARIOS
DIFERENCIADOS EN EL ACTUAL TERRITORIO URUGUAYO.
Quisiera proponer dos conceptos que tal vez permitan incorporar los giros geográfico y temático
anteriores en futuros estudios que intenten comprender y analizar mejor la economía y la sociedad del
Uruguay rural pre-moderno9.
Podría pensarse en la existencia de un paisaje agrario sur- atlántico, aproximadamente delimitado por el
Río de la Plata, el río Uruguay, la Laguna Merim y el río Yí , como un concepto operativo sobretodo para
el período posterior a las reformas borbónicas. Puede decirse que este paisaje agrario sur-atlántico ha
merecido gran atención por historiadores de todas las corrientes y es mucho mejor conocido que el otro,
siendo su imagen establecida la que hemos presentado en el apartado 2. Recientemente historiadores de
las dos orillas del Río de la Plata han cuestionado algunos rasgos esenciales de esa imagen en diversos
trabajos sobre el período 1750-1850 que han venido construyendo un esquema de análisis algo más
complejo y en algunas cuestiones, esencialmente diferente del anterior. Se ha brindado una visión mucho
9 No debe perderse de vista el carácter de dispositivo heurístico de estas conceptualizaciones, evitando la tentación de querer
ver en ellas realidades inmanentes.
17
más compleja sobre las estancias de alzados (Pérez, 1995); se ha cuestionado la exclusividad de la
explotación del vacuno en las zonas de Colonia y Soriano (Mayo 1994) (Gelman 1998); ha sido
reivindicada la importancia de la agricultura triguera y su relación con la ganadería en Colonia (Gelman
1998), en Soriano (Gelman 1998), en Maldonado (Frega 2000), en Minas (Moraes y Pollero 2002) y en
Canelones (Moraes y Pollero 2003); ha sido revisado el papel de la mano de obra esclava en la ganadería
sureña (Gelman 1998) (Borucki, Chagas y Stalla 2003). También ha sido analizada la dinámica
económica y demográfica de un campesinado pastor y agrícola articulado a la existencia del latifundio
productor de cueros para la exportación, en diversas zonas de ese paisaje sur-atlántico (Gelman 1998)
(Moraes y Pollero 2003).
Pero también parece claro que hubo un paisaje norte-misionero, cuya definición territorial precisa tal vez
deba definirse de manera diferente para diferentes momentos del período 1750-1850, pero que
básicamente acabaría por abarcar el territorio comprendido entre los ríos Negro, Uruguay e Ibicuy, y la
orilla atlántica de la Laguna de los Patos. La significación de este espacio ha sido reiteradamente
subestimada y por lo tanto, sobre el mismo tenemos apenas hipótesis. Pero basta una mirada diferente a la
geografía del artiguismo para sospechar la importancia estratégica del paisaje norte- misionero hacia
1800: no sólo el caudillo desplegó lo fundamental de su actividad como Blandengue en estos territorios
norteños, no sólo parece haber conocido allí los problemas rurales de la región que luego tanto
singularizarían su acción política, si no que allí sentó sus cuarteles en plena lucha revolucionaria, allí
armó y desarmó alianzas políticas y militares, allí reunió sus jefes militares y a su pueblo cuando las
circunstancias lo exigieron, y allí libró y perdió su campaña final contra el enemigo portugués. Lejos de
un desierto de indios, el paisaje agrario del norte- misionero aparece en esta óptica como un escenario
principal de procesos económicos, sociales y políticos de gran trascendencia histórica.
En primer lugar, por lo tanto, parece conveniente desterrar el concepto de “campo vacío” y sustituirlo por
la noción menos fácil pero más cierta, de un territorio originalmente ocupado por etnias indígenas con
diverso grado de desarrollo, que desplegaron diversas estrategias de resistencia y convivencia para con los
conquistadores blancos, cuya presencia condicionó las formas de ocupación del territorio y la formación
de los paisajes agrarios, a pesar de su baja densidad demográfica.
En segundo lugar parece posible re-plantear la vieja cuestión del contrabando, que tanto acaparó la
atención de las fuentes y de los historiadores del período colonial y revolucionario. Usualmente la
cuestión del contrabando en la campaña oriental ha sido considerada como un fenómeno esencialmente
mercantil derivado de la condición fronteriza (entre dos grandes unidades políticas) del territorio y de
unas condiciones productivas y sociales singularizadas por la inseguridad y el desorden (Pivel Devoto
1957) (Barrán y Nahum 1997) (Reyes Abadie, Bruschera y Melogno 1966). Efectivamente hacia las
últimas décadas del siglo XVIII es posible ver en este espacio articulador una intensa actividad de
18
intercambio de bienes agrarios producidos en los diversos paisajes del Río de la Plata: tropas vacunas,
caballos, cueros, yerba, tabaco, lienzos. Pero el gran mercado interior que habría sido esta zona no era un
clavel del aire sin arraigo productivo. Algunos de estos bienes parecen haber circulado simultáneamente
como mercancías y como medios de pago, incluso de pagos por el trabajo, de modo que es posible ver,
allí donde siempre hemos visto sólo actividades delictivas y estrategias marginales de supervivencia, un
activo mercado interior de bienes, y también de factores que habla de una activa economía agraria no -
atlántica. Las formas de producción de estos territorios y los diversos arreglos institucionales para la
provisión de mano de obra parecen cuestiones básicas a estudiar.
En tercer lugar parece necesario encarar frontalmente la cuestión de la apropiación de la tierra en los
territorios al norte del Río Negro. Hasta ahora el proceso ha sido presentado como un resultado
relativamente tardío de la expansión de los grandes latifundistas portuarios hasta los confines de la Banda
Oriental, donde la predominancia del latifundio acabó por reproducirse y ampliarse para dar lugar a una
estructura de la propiedad territorial que reproduce en escala mayor los males de la del sur. Parece
necesario, una vez cuestionado este esquema como único y central, conocer y evaluar mejor el papel de
las oligarquías provinciales del litoral “argentino” y del sur de Río Grande en la apropiación del suelo, en
los diferentes períodos que van desde los comienzos del siglo XVIII hasta la mitad del siglo XIX, donde
por cierto no son evidentes las líneas de continuidad en esta materia.
Romper con la arraigada noción de la existencia de un paisaje agrario único, dominante en todo el
territorio uruguayo desde periodos remotos, tiene implicancias metodológicas y conceptuales. Desde el
punto de vista metodológico, implica una renuncia radical del marco geográfico acotado por el Uruguay
moderno como un marco referencial útil, y con ello, a la disponibilidad montevideana y bonaerense de
fuentes10. Constituye también una invitación a una actitud diligente y cooperativa entre investigadores de
diferentes países que hoy están implicados territorialmente en este espacio, en tanto define una agenda
muy sencilla de investigación en común: conocer mejor la economía y la sociedad rurales de un espacio
integrado económica y socialmente hasta por lo menos la formación de los estados nacionales. En este
sentido, plantea el desafío de efectivizar una estrategia de investigación que capitalice la madurez
institucional de las universidades y centros nacionales de investigación a través de una estrategia
concertada, capaz de articular recursos materiales, humanos y heurísticos de diverso caudal. Desde el
punto de vista conceptual, asumir como hipótesis una diferenciación de los espacios agrarios en el punto
de partida de la historia del país constituye una ruptura con la arraigada convicción de la intemporal
homogeneidad económica y social del Uruguay. La temprana diferenciación territorial habría tenido
efectos sobre la vida material, social y cultural posterior, y aun cuando se asuma que alguna vez en
10 La dificultad para acceder a los recursos necesarios debería resolverse, en todo caso, acotando la base empírica de las
investigaciones y aceptando las consecuentes limitaciones en el análisis, pero no renunciando a su correcta especificación
espacial.
19
periodos posteriores esta diferenciación se eliminó, entonces cabe preguntarse cuándo y cómo.
Finalmente, parece claro que hacia 1800 convivían en lo que hoy es el Uruguay estos dos espacios, el suratlánticoy el norte-misionero, lo cual no quiere decir que funcionara a la altura del Río Negro un muro de
cristal que los mantuviera incomunicados. Por el contrario, de la interacción de estos dos paisajes agrarios
debería dar cuenta no sólo una historiografía nueva sobre la economía y la sociedad rurales anteriores a
1860, si la nueva historiografía sobre las clásicas cuestiones del proceso revolucionario (1810-1830) y de
la formación del Estado moderno en el Uruguay (1870-1910).
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