En
mi reciente viaje a Europa conseguí la traducción en español del libro de
Francis Fukuyama titulado “Orden y decadencia de la política” Deusto, grupo
Planeta Barcelona 2016. En el mismo establece con claridad que un sistema político
se basa en el equilibrio entre Estado, derecho y responsabilidad y en las
necesidades morales de toda sociedad. Y avanza en la concepción clásica de que
todas las sociedades necesitan Estados capaces de generar suficiente poder como
para defenderse de problemas externos o internos y sobre todo con la capacidad
de imponer el cumplimiento de las leyes acordadas de modo general a través de
la Constitución. El objetivo es, sin dudas, regularizar el poder mediante la
ley para asegurar de que se aplique a todos los ciudadanos sin ningún tipo de
privilegio. El principio de legalidad, además, resulta imprescindible para
lograr el desarrollo económico, sin derecho de propiedad claros y sin la
imposición del cumplimiento de los contratos es imposible el desarrollo de empresas
que inicialmente se sostienen en la confianza. Todo esto, finalmente se
consolida en la acción política que es una de
las dimensiones básicas de la libertad que se completa y enriquece la
vida de los individuos. En nuestro país,
y luego del ocaso del batllismo, vemos con claridad que hay un fuerte déficit
político pero no del Estado delineado por el batllismo histórico, sino de un
Estado moderno que sea competente, organizado, autónomo y vinculante con la
sociedad. Cuando vemos fracasos políticos en realidad es un fracaso del Estado
en llevar a la práctica las propuestas realizadas por el sistema político. Es
un tema en círculos, importante pero no del discurso habitual de los votantes,
o sea reflexionar sobre el Estado y el
uso eficaz del poder estatal no conmueve las inquietudes populares. El
propio Luis Batlle continuador de la política originada durante el primer
batllismo de un estado con empresas estratégicas y con claro objetivo
redistributivo sostenía: El 26 de
junio de 1948, en Salto, Luis Batlle Berres defendía el dirigismo económico y
el desarrollo estratégico del Estado. “ La economía dirigida no es sino
economía ordenada y en beneficio de la sociedad; no se intenta con ello
destruir el principio de la libertad de comerciar para sustituirlo por el
– Estado comerciante-. Sino que es, frente a las circunstancias presentes,
necesidad de reglar y dirigir la economía en beneficio de la sociedad. Esto no
se ha querido comprender y se prefiere, por algunos, la libertad, sin advertir
que la libertad es el desborde de los precios y una marcha rápida hacia el
desorden. Si no existiera la Ancap y en nuestro país se vendiera la nafta y el
keroseno y el gasoil a los precios que se cotizan en el mercado internacional…nuestro
pueblo estaría pagando 18 millones de pesos más de lo que paga en la
actualidad… la desaparición de las empresa del Estado podría aparejar la
presencia de consorcios internacionales para dirigir nuestra industria que es
nuestra y que debemos defender… somos el único país del mundo que tenemos el
monopolio de los teléfonos y el monopolio del petróleo por el Estado y esto lo
hemos conquistado sin tirar un solo tiro y sin realizar ninguna clase de
despojo” Lo cierto es que durante el primer batllismo el incremento
poblacional, el avance de los medios de comunicación y la consolidación del
mercado interno permitieron el desarrollo de nuevas actividades productivas
mayoritariamente urbanas. El batllismo, ya como proyecto a largo plazo, se
convirtió en una síntesis política de diversos sectores sociales. La
legislación laboral fue determinante para conciliar las diferentes clases
sociales, desde el proletariado industrial naciente, el desplazamiento de la
mano de obra rural y además se sumaba el interés del capitalista
industrial que necesitaba orden, estabilidad y legalidad. El proyecto
reformista incluyó un fuerte dirigismo que durante el neobatllismo logró un
gran impulso al nivel de vida. El rol estratégico de las empresas públicas era
y es para el batllismo la búsqueda de nivelación destinada a favorecer una
distribución más igualitaria de los ingresos: “apresurarse a ser justos es
luchar por el orden y asegurar el orden”. No es nuevo y sin ánimo de
aburrir podemos analizar algunos puntos de la evolución histórica sobre el rol
del Estado como regulador social ya en la visión de Sangustin observamos un cambio radical: el Estado como un medio
y no un fin en si mismo; para
él el hombre trasciende al Estado. En
esta línea de pensamiento afirmamos que el Estado existe
para el hombre. Complementado con Tomás
de Aquino, quien reconoce que el fin
del Estado es el bien común
podemos concluir que en la Edad Media se logra combinar el Estado como medio
pero también con objeto social..
Para Locke el poder debía estar limitado, dividido. Él apreciaba derechos
naturales que anteceden al Estado y que ni en el estado de naturaleza se podían
negar. El gran teórico de la división
de poderes es Montesquieu, que en una
clasificación tripartita aportó la idea del poder judicial encargado de resolver las
controversias y también la idea de un bicameralismo en el poder legislativo.
No sería hasta Rousseau que se aclararía que el titular de la soberanía no
puede ser otro que el pueblo, el defendería la soberanía popular
y resaltaría la
realización de la voluntad general como el fin último del Estado.
Para Hegel y su método dialéctico lo
importante sería el Estado y el
individuo tendría un papel insignificante, poco de lo que dijo es justificable hoy;
su principal aportación se encuentra en que fue ayudaría a otros a percibir que el
Estado ha cambiado con el tiempo.
Marx apoyado en esto sostendría que
el Estado ni siquiera ha existido siempre y que eventualmente deberá desaparecer
pues es sólo producto de la lucha de clases, instrumento de opresión de una clase
por otra. De Lenin podemos destacar su intento por utilizar la
fuerza de grupos sociales que no
estaban concientizados políticamente y de
cierta manera involucrarlos en el Estado.
Para Weber el Estado es una relación
de dominación de la burocracia. El Estado es el gran protagonista del batllismo como agente
económico y como regulador. Las políticas sectoriales tuvieron un rol
trascendente. Se puso el eje en las políticas sociales y en los derechos de los
trabajadores promoviendo el intervencionismo cuyo ejemplo más concreto fue la
política de nacionalizaciones y estatizaciones. Para el siglo XXI el desafío
del batllismo es ser fiel a sus principios de que una idea genera
otra y una reforma antecede a otra buscando adelantarse a los
requerimientos de la sociedad y del progreso.
Siempre se ha discutido el modelo batllista de desarrollo realizado entre
1911 y 1930 en el cual el debate entre la diversificación productiva,
proyectada y con éxitos relativos, o la construcción de un modelo urbano
con servicios y desarrollo fuerte del sector público. Se puede
afirmar que el modelo batllista apuntaba a tres objetivos: modernizar y
diversificar la estructura de producción con énfasis en la industria y la
expansión de un modelo agrícola. Se debía, entonces, desarrollar el mercado
interno generando un buen entorno de bienestar social y nacionalizar la
economía para reducir los riesgos de la dependencia extranjera y sus crisis y
euforias cíclicas. La retención de la mayoría de los recursos del país va de la
mano de que las compañías extranjeras reduzcan su accionar siendo sustituidas
por empresas del Estado. Finalmente redistribuir los ingresos elevando el poder
adquisitivo de la población y universalización el acceso de la población a
bienes y servicios.
Desde el punto de vista económico el batllismo planteaba:
1) Modernización de la ganadería y expansión de la agricultura de forma
combinada.
2) Desarrollo de la industria manufacturera nacional sustituyendo las
importaciones.
3) Expansión de servicios en las finanzas, los transportes,
comunicaciones, turismo, enseñanza y salud.
4) El incremento de la participación del Estado en los aspectos
productivos y comerciales.
5) Reforma fiscal con el objetivo de estabilizar y aumentar la
recaudación del Estado con el objetivo de una mejor redistribución.
También desconcentra la propiedad de la tierra. (georgismo)
Siguiendo a Benjamin Nahum el Estado para el primer batllismo tenía
estos componentes: “La idea básica era que el Estado representaba a toda la
sociedad y por encontrarse por encima de todas las clases sociales debía no
solo arbitrar sus disputas, sino también impulsar su progreso mediante un
crecimiento sostenido de la economía. Esa finalidad social era lo que daba
derecho al Estado para -invadir- el campo de la actividad económica privada,
desde que - el interés general- era superior al particular de las empresas”. El
propio ministro José Serrato sostenía en 1911 que “ los monopolios constituirán
un poderoso recurso fiscal a fin de que las cargas nuevas no contribuyan a
hacer más desigual la distribución de la riqueza”
El problema latente será la relación entre el desarrollo político y el
fantasma del clientelismo y la corrupción.
Corresponde ahora hacer referencia a Francis Fukuyama en su obra “Origen
y decadencia de la política” (Deusto, 2015, pág. 261) que cita a Ernest
Gellner: “ Una sociedad que vive para el crecimiento tiene que pagar
necesariamente un determinado precio . El precio del crecimiento es la
innovación permanente. La innovación permanente a su vez, presupone una
incesante movilidad ocupacional, tanto entre generaciones como en ocasiones, en
el curso de una vida(…) el perfil general de una sociedad moderna es ser
alfabetizada, con movilidad social, con cultura compartida, homogénea,
trasmitida por la alfabetización e inculcada desde la escuela…” Ese fue el
Modelo batllista de desarrollo, y debe ser el motor ideológico en el siglo XXI.
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