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miércoles, 14 de octubre de 2020

 

Pando y el Che. Mitos y realidades



Para la izquierda latinoamericana, la democracia nunca fue un asunto fácil, ha insistido siempre su compromiso con la misma, pero al mismo tiempo la ha violado. Durante décadas del siglo XX despreció tajantemente a la democracia y la consideró como una imposición, como una burocracia que tenía como objetivo postergar a la sociedad. Pues bien, dos hechos, devenido en fuertes mitos, enlazan la historia de América Latina con nuestra historia. Ambos nos llevaron a una escalada de violencia y de dictaduras posteriores.

 

El inicio del mito. El ejército boliviano cometió el único error de campaña una vez lograda la captura del máximo trofeo de la Guerra Fría en América Latina. La captura de Ernesto “che” Guevara fue transformada, la imagen de indigente, de un revolucionario abandonado por todos, vencido sin remedio y envuelto en trapos fue preparado para mostrarlo a la prensa. Lo colocaron en una lápida de concreto, le quitaron las cuerdas con que venía agarrado del helicóptero que lo había trasladado desde La Higuera, y le pidieron a una enfermera que lo lavara, lo afeitara para cuando un enjambre de periodistas y fotógrafos lo vieran. Fue captado para la posteridad por Freddy Alborta y el general Gary Prado Salmón uno de sus más tenaces perseguidores escribió en su informe:



“ Lo lavaron, lo vistieron, lo acomodaron, bajo instrucciones del médico forense. Porque había que mostrar la identidad, mostrarle al mundo que el Che habías sido derrotado; le hemos ganado a éste. No era cuestión de mostrar como se mostraba siempre a los guerrilleros, que impactaban muchísimo, unas caras así retorcidas. Esa fue una de las cosas que me llevó a ponerle el pañuelo en la mándibula al Che, para que no se deforme, precisamente. Instintivamente, todos lo que querían era mostrar que éste era el Che; poder decir; Aquí está, hemos ganado. Ese era el sentimiento que había en las Fuerzas Armadas de Bolivia, que habíamos ganado la Guerra. Que no quedara duda de su identidad, porque si le poníamos tal como estaba, así, sucio, andrajoso, despeinado y todo eso hubiera quedado la duda”

El Che Guevara es un mito, pero no es un mito más. Su imagen es capaz de levantar panegíricos tanto en las facultades como en las banderas de las hinchadas futboleras.  El Che no escapó a ninguno de los componentes que poseen los mitos del siglo XX : murió joven, fue rebelde y su rostro  juvenil se mantuvo luego de su ejecución en Bolivia. Fidel Castro utilizó su figura para perpetuar la continuidad visual o comunicacional de un régimen con olor a naftalina. Lo mítico que dio mayor vigor a la devoción de algunos a Guevara fue el hecho de que haya muerto en su aventura guerrillera. De esta manera, se impuso la máxima a la que recurren sus seguidores: “El Che murió por un ideal”. Argumento efectista pero pobre, puesto que lo trascendente en Guevara no es que haya muerto por sus ideas, sino que haya fusilado sin piedad por imponerlas, siendo además que los muchos hombres que él ejecutó no han gozado de la misma gloria póstuma de la que sí usufructuó él y al que se le sigue rindiendo honores. Pero el Che no debería ser juzgado por cómo murió sino por cómo vivió. O en todo caso, por la cantidad de gente que él mató cuando vivió. Pero ocurre que a la izquierda y sus personeros se los juzga por sus objetivos y no por sus resultados que en definitiva son lo importante: todo lo demás es relato. Aunque tras los primeros años de su muerte Guevara obró de guía y mito conducente de las guerrillas de los años setenta en América Latina: ERP y Montoneros en Argentina, Tupamaros en Uruguay, el MIR en Chile, Sendero Luminoso en Perú o las FARC colombianas.

La realidad es que fracasó en su primer matrimonio. Su segundo matrimonio se caracterizó por su intrascendencia y él mismo confesó que sus hijos ni lo conocían. Tanto como presidente del Banco Nacional de Cuba como capitaneando el Ministerio de Industrias, llevó adelante gestiones erráticas. También fracasó su proyecto militarista para derrocar al presidente Arturo Illia en Argentina. Su aventura revolucionaria en el Congo en 1965 fue prevista para durar cinco años y acabó mal en siete meses. De ese último fracaso Fidel lo abandona en el sur de Bolivia lugar donde finalmente fue derrotado.  El mito alimenta otro mito, la denominada “Toma de Pando” por parte del MLN y que se suma a la fecha de la muerte del CHE. El 8 de octubre de 1969, en una acción guerrillera de la historia reciente uruguaya, comandos del Movimiento de Liberación Nacional –Tupamaros- tomaron por asalto la comisaría, el cuartel de bomberos, la central telefónica y las sucursales de los bancos Pan de Azúcar y República de Pando. No fue, entonces, la “toma” ni el copamiento de una ciudad, sino el asalto simultáneo y coordinado a varios locales preestablecidos. La acción tenía claros objetivos: realizar un gran operativo de resonancia nacional e internacional coincidiendo con el segundo aniversario de la muerte del Che Guevara, y recaudar fondos para el movimiento robando. En total se llevan  350.000 dólares pero 150 000 fueron recuperados por la policía. El costo en vidas fue alto. En una de las balaceras que se produjeron murió una persona inocente Carlos Burgueño, de 25 años, que esperaba el ómnibus; fueron abatidos tres guerrilleros: Ricardo Zabalza, Alfredo Cultelli y Jorge Salerno; el sargento de Radiopatrulla Enrique Fernández Díaz; y finalmente otro policía el Guardia de la Metropolitana Ruben Zambrano fue asesinado por los tupamaros un mes más tarde, en represalia por su actuación durante los sucesos de Pando. El periodista Leonardo Haberkorn, autor del libro “Historias Tupamaras”, publicó en su blog El Informante un artículo sobre el ataque tupamaro a la ciudad de Pando. “Como cada 8 de octubre, el Movimiento de Liberación Nacional (MLN) – Tupamaros volvió hoy a celebrar la llamada “Toma de Pando”, ocurrida en 1969. Esta vez lo hizo difundiendo en redes sociales un artículo de Julio Marenales, fiel reflejo de la historia oficial de la guerrilla. Marenales titula su nota como “la toma de Pando” y en su interior habla del “copamiento de la ciudad de Pando”. En realidad, ninguna de las dos cosas existió. Uno de los primeros tupamaros, Aníbal de Lucía, con más sinceridad que los redactores del mítico relato rosa del MLN, ha puesto en sus justos términos lo que fue la acción de Pando: una serie de asaltos simultáneos. Lo dice en el libro Historias tupamaras: “El MLN no tomó Pando. Lo que hizo fue ir a la comisaría, a los bomberos, a dos bancos y a la central telefónica, pero cuando vos tomás un pueblo de verdad, te quedás con todo el pueblo, cerrás la entrada y lo mantenés una hora, dos horas, tres horas, lo que te dé la nafta. Pero lo que hicimos nosotros no fue tomar Pando. Tomar Pando es quedarse con Pando, aunque sea por quince minutos. Ser el dueño. Y cuando viene el Ejército, decís, bueno, tenemos tomado esto, vamos a hablar. Pero lo que ocurrió fue mucho menos que eso”.

La vigencia de los mitos penetra toda la realidad con la limitación a la libertad personal que ello supone. En la sociedad en las que la razón desplaza a los mitos, como consecuencia del proceso de análisis y reflexión a los que se somete la articulación de la realidad social, las distintas ideas que genera la convivencia no se arraigan en mitos sino en instituciones que acepten la pluralidad Son las instituciones y no los mitos las que hacen posible articular las diferencias que surgen en la sociedad  y como sostenía Sir Winston Churchill : El precio de la grandeza es la responsabilidad.

Ver: Castañeda, Jorge. La Vida en Rojo. Una biografía del Che Guevara. Espasa. Octubre 1997. Castañeda, Jorge. La Utopía desarmada. Ariel, 1993. Haberkorn, Leonardo. Historias Tupamaras,

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