Semblanza de Don Frutos.
Fructuoso Rivera un caudillo excepcional.
El respetado y querido profesor Lincoln Maiztegui inicia su
análisis sobre Rivera con las
descripción que realizara del caudillo
Manuel Herrera y Obes en tiempos de la Guerra Grande: “ Id y preguntad, desde
Canelones a Tacuarembó, quién es el
mejor jinete de la República, quién es el mejor baqueano, quién es el más
sangre fría en la pelea, quién el más generoso de todos, quién, en fin, el
mejor patriota, a su modo de entender la patria, y os responderán todos: el
general Rivera”
Rivera ha generado que las pasiones partidistas realicen una real desfiguración de su figura hasta límites de caricatura, ya sean posturas favorables o denigratorias.
Infiel, descuidado, dilapidador de las finanzas públicas
sostienen los primeros. Patriota, hábil combatiente, tolerante, carismático,
con generosidad y probidad, sostienen los segundos. Es uno de los personajes
más interesantes de nuestra historia y nadie puede discutir que fue el
forjador, entre otros, de nuestra nación.
La primera interrogante que podemos plantearnos es como una
sociedad estaba dispuesta a considerar a sus líderes de forma decisiva para su
futura salvación o consideración posterior. La forma más académica y honesta ,
creo, debe ser recurrir al concepto de autoridad carismática desarrollado por
el sociólogo alemán Max Weber.
Este carisma como lo explica Weber no se basaba
principalmente en las cualidades extraordinarias y demostrables de un
individuo. Más bien dependía de la percepción que tenían dichas cualidades sus
seguidores en situaciones límite que proyectaban en su lider atributos heroicos
y apreciaban y exageraban su grandeza personal.
Una de nuestras personalidades históricas más grandes, la
primera, sin dudas, después del precursor de la nacionalidad oriental, fue la
del fundador del Partido Colorado, la del brigadier general Rivera. Su figura
fue discutida, alabada y calumniada más que ninguna otra pero a su vez con la
característica de caudillo esencial para comprender nuestra Historia.
Rivera había nacido para la lucha y para la Patria, aunque
su padre había querido darle una educación superior en Europa para completar
los modestos estudios que se reciben en el territorio oriental de la mano del
genial maestro José Bonilla.
Su inclinación no era otra que la de ser soldado, quería
abrazar la carrera de las armas, soportar las duras faenas del cuartel. Los
hechos del año 1811 van a vincularlo de cuerpo y alma a su destino.
Don José Durán tenía todo listo para que Fructuoso fuera al
viejo continente conjuntamente con Luis Eduardo Pérez, que posteriormente sería
el primer senador al constituirse la Cámara de Senadores en 1830. Una tristeza
profunda para no desairar la autoridad paterna y su vocación, enferma al futuro
caudillo lo que lleva al padre a desistir de obligarlo a un destino distinto al
deseado.
Se hermano Félix se vincula conjuntamente con Fructuoso al
movimiento que se estaba desarrollando para luchar por la patria.
Artigas aprecia inmediatamente sus aptitudes para la guerra
y le otorga el grado de capitán comandante y lo puso al frente de un escuadrón
a cuyo mando asiste al primer sitio de Montevideo.
Semblanzas.
“ Era alto y fornido, como para aguantar fatigas, todo
afeitado, como se usaba entonces. Tenía la mirada mansa y viva, pero en el
peligro le ardía como una llamara. Tenía el pelo plateado por prematuras canas.
Su rostro estaba quemado por el sol de Misiones”
Hemos pensado que si nos recordáramos la memoria de Rivera
seríamos muy ingratos con los héroes que forjaron la grandeza nacional. Rivera
es el oriental que más se parece a su país. Cuando el nace, la patria nada
tiene. Ni siquiera libertad. Por eso, quizás su vida fue brindar a esta tierra
lo que no poseía.
Rivera la inundó de gloria desde el Cuareim al Plata,
trazando con su espada los límites nacionales y dando movimiento a una nación
que comienza a vivir.
Sostuvo “ Donde fueron las lanzas orientales es porque allí
faltaba la libertad. El general Rivera nunca montó a caballo para llevar la
tiranía a lo muerte. Téngalo presente V. Exa.” Sostuvo, además:
“Acción e inteligencia, brazo y cabeza, debían realizar el
alto fin de ese abrazamiento inmortal del Pueblo Americano; la espada hizo su
deber. Un trono y otro trono se hundieron al golpe de nuestras lanzas y fueron
llamados a legislar los que han sabido vencer”
Poseía Rivera un don de simpatía que cautivaba a cuantos
hablaban con él. No fue perfecto y jamás pretendió serlo. El dinero, su propio
patrimonio, lo dio a montones por la noche aunque al día siguiente se viera en
el trance de pedir un peso para poder comer. La mujer y la guitarra fueron sus
máximas adhesiones.
No fue, asimismo, un libertador del que después tienen que
liberarse los pueblos. No quiso ser providencial y se apartó sabiamente de la
cosa pública cando vio el peligro de su patria. No lo cegaron ni la ambición,
ni la riqueza, ni el mando por el mando mismo. Lo entusiasmaban más los ojos
negros de una dulce criolla que los entorchados de un uniforme
“ Mi conducta y mi
lenguaje no pueden ser otros; cuando dispongo de los brazos y de los recursos
todos de un pueblo que me hizo el honor de confiármelos para reivindicar sus
pérdidas libertades, sería mengua afrentosa ocurrir al lenguaje de la mentira y
disfrazar intenciones dañadas con lisonjeras esperanzas”
Respetó siempre las instituciones y rechazó todo aquello que
tuviese sabor a poderío exagerado o chocase con la sencillez de su carácter:
rechazó el título de Mariscal que en pleno sitio grande le impuso la asamblea
de notables a proposición de Francisco Acuña de Figueroa, también rechaza el
título de Barón de Tacuarembó. Como soldado encaró la guerra con humanidad, no
se le conoce un solo acto cruel. Entre nosotros han existido dignísimos
militares que fueron también austeros gobernantes y que se les consagró por
ello como vigorosos próceres civiles. Junto a Rivera que encabeza la lista
encontramos a Venancio Flores, Lorenzo Batlle y Máximo Tajes.
A punta de lanza lograba y retenía un palmo más de tierra
para su república naciente, en el breve lapso de un día; y al día siguiente le
decía a un Imperio que sus laureles de general valían más que todas las
distinciones nobiliarias juntas.
Rivera recibió de sus padres una regular fortuna, poniéndola
a disposición de la república, y pasó con la serenidad de los grandes de la
riqueza a la pobreza, de la omnipotencia a la llanura con toda naturalidad; sin
salir luego reclamando honores o pensiones que paliaran su situación. Dudas y
solo deuda constituyeron su relación de bienes al morir.
Fue amigo de todos aquellos que llegaron a nuestro país
perseguidos por gobiernos arbitrarios. En especial por los exiliados durante el
régimen rosista. Abrió su casa a todos “ que no les falte nada ocúpate de todo,
dime si es necesario enviar algo” le escribe a Bernardina.
Hubo un momento en que la vida montevideana en el que los
argentinos eran número obligado de todas las tertulias, fiestas y reuniones
literarias. Era, entonces, frecuente era Echeverría proclamando la virtud de la
rivadaviana o exaltando el dogma de mayo. A mitre recitando Horacio, a Salvador
María del Carril comentando los hechos diarios y en medio de todo a Acuña de
Figueroa denostando al régimen porteño. Rivera alentaba a todos y a ninguno
desamparó.
Por otra ironía del destino la última etapa de su vida
transcurre en el exilio. Luego de firmada la Paz del 8 de octubre de 1851, se
le permite volver a la República y, sin embargo continuó confiando en la
Fortaleza de Santa Cruz a pesar de sus reclamos y protestas, hasta el año 1852,
después de la caída de Rosas y de haberse procedido a la elección del
Presidente de la República. Estaba enfermo y pobre “los más de los días no
tengo con que comprar cigarros” Con fecha 23 de marzo de 1852 se le extiende un
pasaporte para él y sus acompañantes. El Gobierno imperial lo dejaba salir del
Brasil; residió un tiempo en Río de Janeiro reconciliándose con Pacheco y Obes
y emprendió su viaje a fines del año aludido.
Los sucesos del 18 de julio de 1853 que tuvieron como
corolario la caída de Giró y la formación del triunvirato, lo sorprenden en la
fronteriza ciudad de Yaguarón a pocos metros de nuestro territorio.
El hombre que luchó todas las batallas que forjaron nuestra
nación fallece el 13 de enero de 1854, a las 6 y 10 de la mañana en el rancho
de Bartola Silva rodeado de lanceros y del recuerdo de sus batallas. Toda la
síntesis de su vida heroica debe de haberse volcado en aquella pieza húmeda,
hecha a terrón y paja brava que tuvo el privilegio de ser el último refugio del
General Rivera.
Final
Al producirse el funesto suceso, le lloró un país que el
había contribuido a formar como ninguno. Le rindió honores un ejército que él
había forjado y que comandó las tropas César Díaz, héroe templado en sus filas.
Lo honró un gobierno cuyo prestigio se acrecentó al integrarlo a él y por un
decreto se dispuso la inscripción de las siguientes palabras en las losas de su
tumba en la iglesia matriz: “ El Pueblo Oriental a su perpetuo defensor- sirvió
a la Patria, ganó diferentes batallas, consagró toda su vida a la Patria y
murió sin dejar fortuna- Desempeño la primera presidencia Constitucional desde
el año de 1830; la tercera desde el año 1839. Mandó siempre en jefe los
ejércitos de la República y falleció siendo
miembro del Gobierno Provisorio”
Bibliografía.
Enrique Rodriguez Fabregat (h). Rivera: El primer Oriental.
1954
Setembrino Pereda. El General Rivera y la Independencia
Nacional. Discurso realizado el 13 de enero de 1903 en el Club Vida Nueva.
Montevideo: Dornaleche y Reyes, 1903
Lincoln R. Maiztegui Casas. Caudillos. Montevideo. Planeta.
Abril. 2011.
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