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martes, 20 de octubre de 2020

 

Semblanza de Don Frutos.

Fructuoso Rivera un caudillo excepcional.



 

El respetado y querido profesor Lincoln Maiztegui inicia su análisis sobre  Rivera con las descripción que realizara  del caudillo Manuel Herrera y Obes en tiempos de la Guerra Grande: “ Id y preguntad, desde Canelones  a Tacuarembó, quién es el mejor jinete de la República, quién es el mejor baqueano, quién es el más sangre fría en la pelea, quién el más generoso de todos, quién, en fin, el mejor patriota, a su modo de entender la patria, y os responderán todos: el general Rivera”

 

Rivera ha generado que las pasiones partidistas realicen una real desfiguración de su figura hasta límites de caricatura, ya sean posturas favorables o denigratorias.

Infiel, descuidado, dilapidador de las finanzas públicas sostienen los primeros. Patriota, hábil combatiente, tolerante, carismático, con generosidad y probidad, sostienen los segundos. Es uno de los personajes más interesantes de nuestra historia y nadie puede discutir que fue el forjador, entre otros, de nuestra nación.

La primera interrogante que podemos plantearnos es como una sociedad estaba dispuesta a considerar a sus líderes de forma decisiva para su futura salvación o consideración posterior. La forma más académica y honesta , creo, debe ser recurrir al concepto de autoridad carismática desarrollado por el sociólogo alemán Max Weber.

Este carisma como lo explica Weber no se basaba principalmente en las cualidades extraordinarias y demostrables de un individuo. Más bien dependía de la percepción que tenían dichas cualidades sus seguidores en situaciones límite que proyectaban en su lider atributos heroicos y apreciaban y exageraban su grandeza personal.

Una de nuestras personalidades históricas más grandes, la primera, sin dudas, después del precursor de la nacionalidad oriental, fue la del fundador del Partido Colorado, la del brigadier general Rivera. Su figura fue discutida, alabada y calumniada más que ninguna otra pero a su vez con la característica de caudillo esencial para comprender nuestra Historia.

Rivera había nacido para la lucha y para la Patria, aunque su padre había querido darle una educación superior en Europa para completar los modestos estudios que se reciben en el territorio oriental de la mano del genial maestro José Bonilla.

Su inclinación no era otra que la de ser soldado, quería abrazar la carrera de las armas, soportar las duras faenas del cuartel. Los hechos del año 1811 van a vincularlo de cuerpo y alma a su destino.

Don José Durán tenía todo listo para que Fructuoso fuera al viejo continente conjuntamente con Luis Eduardo Pérez, que posteriormente sería el primer senador al constituirse la Cámara de Senadores en 1830. Una tristeza profunda para no desairar la autoridad paterna y su vocación, enferma al futuro caudillo lo que lleva al padre a desistir de obligarlo a un destino distinto al deseado.

Se hermano Félix se vincula conjuntamente con Fructuoso al movimiento que se estaba desarrollando para luchar por la patria.

Artigas aprecia inmediatamente sus aptitudes para la guerra y le otorga el grado de capitán comandante y lo puso al frente de un escuadrón a cuyo mando asiste al primer sitio de Montevideo.

 

Semblanzas.

 

“ Era alto y fornido, como para aguantar fatigas, todo afeitado, como se usaba entonces. Tenía la mirada mansa y viva, pero en el peligro le ardía como una llamara. Tenía el pelo plateado por prematuras canas. Su rostro estaba quemado por el sol de Misiones”

 

Hemos pensado que si nos recordáramos la memoria de Rivera seríamos muy ingratos con los héroes que forjaron la grandeza nacional. Rivera es el oriental que más se parece a su país. Cuando el nace, la patria nada tiene. Ni siquiera libertad. Por eso, quizás su vida fue brindar a esta tierra lo que no poseía.

 

Rivera la inundó de gloria desde el Cuareim al Plata, trazando con su espada los límites nacionales y dando movimiento a una nación que comienza a vivir.

Sostuvo “ Donde fueron las lanzas orientales es porque allí faltaba la libertad. El general Rivera nunca montó a caballo para llevar la tiranía a lo muerte. Téngalo presente V. Exa.” Sostuvo, además:

“Acción e inteligencia, brazo y cabeza, debían realizar el alto fin de ese abrazamiento inmortal del Pueblo Americano; la espada hizo su deber. Un trono y otro trono se hundieron al golpe de nuestras lanzas y fueron llamados a legislar los que han sabido vencer”

 

Poseía Rivera un don de simpatía que cautivaba a cuantos hablaban con él. No fue perfecto y jamás pretendió serlo. El dinero, su propio patrimonio, lo dio a montones por la noche aunque al día siguiente se viera en el trance de pedir un peso para poder comer. La mujer y la guitarra fueron sus máximas adhesiones.

No fue, asimismo, un libertador del que después tienen que liberarse los pueblos. No quiso ser providencial y se apartó sabiamente de la cosa pública cando vio el peligro de su patria. No lo cegaron ni la ambición, ni la riqueza, ni el mando por el mando mismo. Lo entusiasmaban más los ojos negros de una dulce criolla que los entorchados de un uniforme

 “ Mi conducta y mi lenguaje no pueden ser otros; cuando dispongo de los brazos y de los recursos todos de un pueblo que me hizo el honor de confiármelos para reivindicar sus pérdidas libertades, sería mengua afrentosa ocurrir al lenguaje de la mentira y disfrazar intenciones dañadas con lisonjeras esperanzas”

 

Respetó siempre las instituciones y rechazó todo aquello que tuviese sabor a poderío exagerado o chocase con la sencillez de su carácter: rechazó el título de Mariscal que en pleno sitio grande le impuso la asamblea de notables a proposición de Francisco Acuña de Figueroa, también rechaza el título de Barón de Tacuarembó. Como soldado encaró la guerra con humanidad, no se le conoce un solo acto cruel. Entre nosotros han existido dignísimos militares que fueron también austeros gobernantes y que se les consagró por ello como vigorosos próceres civiles. Junto a Rivera que encabeza la lista encontramos a Venancio Flores, Lorenzo Batlle y Máximo Tajes.

 

A punta de lanza lograba y retenía un palmo más de tierra para su república naciente, en el breve lapso de un día; y al día siguiente le decía a un Imperio que sus laureles de general valían más que todas las distinciones nobiliarias juntas.

Rivera recibió de sus padres una regular fortuna, poniéndola a disposición de la república, y pasó con la serenidad de los grandes de la riqueza a la pobreza, de la omnipotencia a la llanura con toda naturalidad; sin salir luego reclamando honores o pensiones que paliaran su situación. Dudas y solo deuda constituyeron su relación de bienes al morir.

 

Fue amigo de todos aquellos que llegaron a nuestro país perseguidos por gobiernos arbitrarios. En especial por los exiliados durante el régimen rosista. Abrió su casa a todos “ que no les falte nada ocúpate de todo, dime si es necesario enviar algo” le escribe a Bernardina.

Hubo un momento en que la vida montevideana en el que los argentinos eran número obligado de todas las tertulias, fiestas y reuniones literarias. Era, entonces, frecuente era Echeverría proclamando la virtud de la rivadaviana o exaltando el dogma de mayo. A mitre recitando Horacio, a Salvador María del Carril comentando los hechos diarios y en medio de todo a Acuña de Figueroa denostando al régimen porteño. Rivera alentaba a todos y a ninguno desamparó.

Por otra ironía del destino la última etapa de su vida transcurre en el exilio. Luego de firmada la Paz del 8 de octubre de 1851, se le permite volver a la República y, sin embargo continuó confiando en la Fortaleza de Santa Cruz a pesar de sus reclamos y protestas, hasta el año 1852, después de la caída de Rosas y de haberse procedido a la elección del Presidente de la República. Estaba enfermo y pobre “los más de los días no tengo con que comprar cigarros” Con fecha 23 de marzo de 1852 se le extiende un pasaporte para él y sus acompañantes. El Gobierno imperial lo dejaba salir del Brasil; residió un tiempo en Río de Janeiro reconciliándose con Pacheco y Obes y emprendió su viaje a fines del año aludido.

Los sucesos del 18 de julio de 1853 que tuvieron como corolario la caída de Giró y la formación del triunvirato, lo sorprenden en la fronteriza ciudad de Yaguarón a pocos metros de nuestro territorio.

El hombre que luchó todas las batallas que forjaron nuestra nación fallece el 13 de enero de 1854, a las 6 y 10 de la mañana en el rancho de Bartola Silva rodeado de lanceros y del recuerdo de sus batallas. Toda la síntesis de su vida heroica debe de haberse volcado en aquella pieza húmeda, hecha a terrón y paja brava que tuvo el privilegio de ser el último refugio del General Rivera.

 

Final

 

Al producirse el funesto suceso, le lloró un país que el había contribuido a formar como ninguno. Le rindió honores un ejército que él había forjado y que comandó las tropas César Díaz, héroe templado en sus filas. Lo honró un gobierno cuyo prestigio se acrecentó al integrarlo a él y por un decreto se dispuso la inscripción de las siguientes palabras en las losas de su tumba en la iglesia matriz: “ El Pueblo Oriental a su perpetuo defensor- sirvió a la Patria, ganó diferentes batallas, consagró toda su vida a la Patria y murió sin dejar fortuna- Desempeño la primera presidencia Constitucional desde el año de 1830; la tercera desde el año 1839. Mandó siempre en jefe los ejércitos de la República y falleció siendo  miembro del Gobierno Provisorio”

 

Bibliografía.

 

Enrique Rodriguez Fabregat (h). Rivera: El primer Oriental. 1954

Setembrino Pereda. El General Rivera y la Independencia Nacional. Discurso realizado el 13 de enero de 1903 en el Club Vida Nueva. Montevideo: Dornaleche y Reyes, 1903

Lincoln R. Maiztegui Casas. Caudillos. Montevideo. Planeta. Abril. 2011.

 

 

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