El 1º de setiembre, en Masoller, las fuerzas
gubernamentales ocuparon una posición estratégica tras unos cercos de piedra,
dispuestos a hostigar a los rebeldes con sus nuevos Mauser, armas de gran
precisión y mayor alcance. Saravia tenía la intención de separar las fuerzas de
los generales Vázquez y Galarza.
A tal fin, le dio la
orden a Basilio Muñoz de que la vanguardia avanzase hacia Rivera, pero las
fuerzas de gobierno se parapetaron tras los cercos que salen de Masoller hacia
la Cuchilla de Haedo. Aunque las fuerzas del gobierno estaban escasas de municiones,
la orden de perseverar en el ataque no se cumplió. Se ha discutido si Basilio
Muñoz no pudo ejecutarla o si Saravia decidió no comprometer a sus fuerzas en
esa acción. Sea cual fuere la razón, lo cierto es que los gubernamentales se
hicieron fuertes en esa línea.
Saravia salió a reconocer el campo de batalla, luciendo
su sombrero y poncho blanco. Las miras de los soldados se centraron en la
imagen del caudillo blanco y una bala le atravesó el abdomen, lesionando
intestinos y riñón.
Varias versiones florecieron sobre el origen de ese disparo
que hirió de muerte a Saravia. Una dice que el gobierno había contratado
expertos tiradores argentinos para “misiones especiales”,
otras sostienen que esa bala partió de espías colorados
infiltrados entre las tropas blancas, con el objeto de asesinar al caudillo. Lo
cierto es que muchas culpas se repartieron tras la muerte de Aparicio Saravia.
Los primeros ocho meses de batalla dieron a los
revolucionarios una ventaja en el conflicto, pero el 1º de setiembre de 1904,
Saravia fue herido de bala en la llamada Batalla de Masoller, y falleció el 10
de setiembre. La desaparición del caudillo desarticuló al ejército
nacionalista y provocó el fin de la revolución. En aquellos instantes
angustiosos, un jefe llegó a pronunciar estas terribles palabras: "Este es
un ejército saravista. Caído Saravia, es imposible mantener su cohesión".
Después de Masoller, el ejército blanco se somete. El Partido Nacional renuncia
a sus posiciones inconstitucionales. El gobierno recobra toda su autoridad y la
política de coparticipación queda abolida. La firma de la paz de Aceguá, que
puso fin a la guerra civil, deja definitivamente asentado el modelo urbano en
Uruguay.
La destrucción material producida por la revolución fue muy importante, se
registraron pérdidas cuantiosas en ganado y alambrados y dispersión de la mano
de obra. Se produjo una paralización de la refinación del ganado, la baja de
los precios de cueros y haciendas, la detención de tareas del primer
frigorífico y la anulación del crédito bancario para el campo.
Pero hubo también consecuencias institucionales. Se consolida la unidad del
Estado. El triunfo colorado implicó la finalización de la política de
coparticipación en los gobiernos departamentales, la consolidación del poder
central y la unificación política y administrativa del país. Termina la
dicotomía Montevideo-El Cordobés. El afianzamiento del poder del Estado será ya
definitivo y lo usufructuará el Partido Colorado, gracias a su victoria sobre
los blancos.
El vencedor de la guerra civil y presidente de la República, J. Batlle y
Ordóñez, recoge naturalmente la jefatura de su partido, y se instala un
gobierno de partido. De acuerdo con sus ideas, la coparticipación con el
Partido Nacional se dejará completamente de lado: "Reputo errónea la
teoría de la política de coparticipación, según la cual los ministerios deben
constituirse, en parte, con hombres de opiniones y tendencias contrarias a las
del poder ejecutivo", expresó.
Con la nueva reglamentación electoral de 1904, se aumentaba de 69 a 75 el
número de diputados, y 7 departamentos tendrán un número de bancas divisible
por 3, lo que permitirá el acceso de los nacionalistas como minoría en caso de
lograr el tercio de los votos, en lugar de la cuarta parte de los sufragios,
como se exigía anteriormente.
En las elecciones de 1905, en Montevideo se constató que la vida política del
país todavía estaba en pocas manos: había un diputado colorado cada 593 votos,
y un nacionalista cada 779. Se cumplía el propósito de la reforma, que era el
de aumentar la representación del partido mayoritario y disminuir la del
minoritario.
La firma de la paz de Aceguá marca el
fin de una época de acuerdos, en la que a través de las tradicionales formas de
coparticipación los partidos habían mantenido una paz inestable. Esta paz tuvo
una gran importancia en la determinación de las relaciones entre el gobierno
esencialmente urbano de José Batlle y Ordoñez y los propietarios rurales. A
pesar de los daños y las pérdidas físicas que tuvo que sufrir y de su
aislamiento político, que resultó evidente, la clase alta rural pudo
considerarse satisfecha. La actitud financiera del gobierno colorado de Batlle
fue, a pesar de los insumos que le demandó la guerra, inobjetable.
Más trascendente aún, fue la concluyente demostración de que el poder de una
autoridad central resultaba una garantía mucho más efectiva de la paz y de la
estabilidad interna, que cualquier acuerdo Inter partidario, sobre la base de
una distribución territorial de zonas de influencia. La autonomía del sistema
político era un privilegio que la naciente clase política no podía darse el
lujo de hipotecar y para ello debía dar respuestas a dos procesos que eran
evidentes a fines del siglo XIX: la inestabilidad social del sector ganadero y
el rápido crecimiento de la economía urbana. La paz de Aceguá se orienta en
esta dirección.
La Revolución de 1904 fue la última guerra civil que se
libró en el Uruguay, así como la más sangrienta y decisiva en la suerte del
país en el siglo XX, cuya finalización determinó, entre otras consecuencias, un
nuevo orden como la imposición de los valores eminentemente urbanos e
intelectualistas –encarnados por José Batlle y Ordóñez– sobre la cultura del
caudillismo rural imperante desde la independencia hasta aquel momento
representado por Aparicio Saravia.
El 1 de marzo de 1903 Batlle y Ordóñez fue electo presidente de la República
con los votos de una fracción disidente del Partido Nacional –En Uruguay hasta
1922 las elecciones presidenciales eran indirectas, es decir, la realizaban los
miembros del Parlamento– encabezada por Eduardo Acevedo Díaz, quien pronto opinaría
que Saravia, del que fue secretario en la Revolución de 1897, “No es más que un
pobre gaucho, engreído y camorrista, antes que belicoso”.
Batlle tenía la intención de denunciar el Pacto de la Cruz –que puso fin a la
Revolución de 1897 y que concedió al Partido Nacional el control político de
seis departamentos–, según lo había proclamado antes de su elección: “La
aspiración de la próxima lucha electoral debe ser el gobierno del partido. La
consecuencia necesaria del triunfo de ese principio debe serla reconquista de
los departamentos”. En ese plan, el 12 de marzo Batlle designó los jefes
políticos departamentales, entre ellos seis blancos –nacionalistas–, pero dos
(Rivera y San José) los adjudicó al grupo de Acevedo Díaz, que había sido
expulsado del partido.
El caudillo blanco ordenó de inmediato al jefe político de Rivera, Carmelo
Cabrera, que no entregara el poder. El departamento de Rivera, fronterizo con
Brasil, era una base fundamental y fuente de pertrechos militares para las
guerrillas militares del Partido Nacional. El 16 de marzo Saravia reunió unos
15.000 hombres en pie de guerra “La demostración armada”.
Después de una dramática negociación, llevada a cabo por Alfonso Lamas –hermano
de Diego Lamas y médico personal de Batlle– y José Pedro Ramírez, el 22 de
marzo se llegó a un acuerdo –el Pacto de Nico Pérez– que evitó la guerra civil:
el Partido Nacional controlaría Rivera y otros cuatro departamentos, pero
Batlle designaría el jefe político de San José sin consultar al Directorio
blanco.
El 30 de marzo fue una jornada de apoteosis para Saravia: concentró y luego
dispersó unos 20.000 hombres, casi todos jinetes, en la población de Nico
Pérez, departamento de Florida. Durante el resto de 1903 Batlle mejoró el
Ejército, al que dotó de fusiles Máuser e incorporó ametralladoras Colt y
cañones Canet de 75 milímetros.
Batlle y Saravia, quienes nunca llegarían a verse los rostros, se comunicaban a
través de José Pedro Ramírez que, por su espíritu conciliador, suavizaba las
posturas de ambos, con lo cual generó equívocos y, consecuentemente, contribuyó
a precipitar las tensiones. Actuaban, además, sectores y grupos que querían la
guerra.
La situación se había tensionado al tal extremo, desde la “protesta armada” de
1903, que bastaba una chispa para hacer estallar la tormenta. Y esa chispa la
encendió un incidente acontecido en la ciudad de Rivera.
El jefe político de la ciudad era, desde 1903, Carmelo Cabrera, uno de los
líderes más prestigiosos del Partido Nacional y hombre estrechamente vinculado
a Aparicio Saravia. Venia teniendo Cabrera problemas con los brasileños, que
transitaban por entonces, en particular en Río grande do Sul, por una situación
política tensa. El 16 de marzo de 1903, mientras se desarrollaba la “protesta
armada”, y cuando el jefe político de Rivera aún era Abelardo Márquez, gente en
armas del caudillo João Francisco Pereira de Souza había irrumpido en la
oriental y había destruido las instalaciones de dos periódicos publicados por
los federales adversarios de éste, en la ciudad oriental: O Maragato y O
Canabarro. En aquella violenta acción habían muerto algunos de los responsables
de estas publicaciones. Si bien Saravia mantenía excelentes relaciones con Joao
Francisco, se molestó y mucho ante esta violación de la soberanía nacional, y
sustituyo a Márquez por Cabrera. Este no estaba dispuesto a permitir una
repetición de este episodio.
El domingo 1 de noviembre de 1903 hubo un incidente en el curso del cual un
ciudadano brasileño llamado Gentil Gomes cometió diversos desmanes. No era la
primera vez. Gomes había sido uno de los cabecillas de la irrupción de marzo.
En estas circunstancias, Carmelo Cabrera metió en cárcel al revoltoso y a
algunos de sus secuaces. Pero poco tiempo después se reunieron en la frontera
unos 400 hombres de Joao Francisco, encabezados por Ataliva Gomes, alcalde de
Santa Ana do Livramento y hermano del protagonista de los incidentes. Ataliva
Gomes exigió perentoriamente la liberación de los detenidos.
Cabrera, que contaba con poco más de 100 hombres en armas, intento negociar con
los brasileños y libero a todos los detenidos, menos precisamente a Gentil
Gomes, que estaba en la cárcel por disposición judicial. Pero Ataliva
pretendía, concretamente, que se devolviesen la libertad a su hermano, y la
reunión fue en extremo tensa; incluyo un intento de agresor al propio jefe
político, que estuvo a punto de ser asesinado y se salvó por la intervención de
Bernardino Pereira de Souza, hermano de Joao Francisco. Ante la firmeza de
Carmelo Cabrera, los brasileños entraron en Rivera en actitud francamente
agresiva. El jerarca oriental, entonces, dispuso a sus tropas en formación de
combate y telegrafió a José Batlle y Ordóñez para informarlo de la situación y
pedir auxilios. EL presidente ordeno no liberar a Gomes y envió al departamento
dos regimientos de caballería.
A medianoche, mientras se cruzaban disparos, uno de los custodios de Gentil
Gomes lo puso en libertad y se fue con él a territorio brasileño. Con ese hecho
debió por darse por concluido el incidente; pero el 2 de noviembre entraron en
Rivera los dos regimientos enviados por el gobierno y se instalaron en
Tranqueras. El día 3 el directorio del Partido Nacional, presidido por el
doctor Alfonso Lamas, pidió la retirada de esas tropas, dado que el motivo que
había determinado su entrada en Rivera estaba superado. El presidente se negó
en redondo; era su derecho constitucional enviar tropas a cualquier zona del
país, y no admitía compromiso alguno al respecto. Para peor, Carmelo Cabrera
logro descifrar un mensaje en clave del ministro de Guerra, general Eduardo
Vázquez, por el que daba instrucciones a los jefes militares instalados en
Tranqueras de que estuviesen listos para combatir en caso de que se pretendiera
expulsarlos del departamento violentamente. Enterado Aparicio Saravia de estos
hechos, se reunió con Lamas y otros miembros del directorio; acordaron poner un
plazo límite a la permanencia de las fuerzas del Ejército en Rivera. Si para el
15 de enero de 1904 no se habían retirado, se enviaría un ultimátum al
presidente.
Según Lincoln Maiztegui Casas, este que consideraba propicio aquel momento para
librar una guerra, que veía como inevitable, decidió aprovechar la coyuntura
para provocarla y definir de una vez la tensa situación política. Batlle,
ordenó el movimiento de tropas en todo el país y el 29 de diciembre Batlle
empezó a enviar tropas al interior del Uruguay, incluidos los departamentos
blancos. El Directorio consideró anulados todos los acuerdos y Saravia dio
órdenes de movilización, aunque evitando de momento los enfrentamientos,
también Batlle detuvo a algunos dirigentes blancos en Tacuarembó. El directorio
comunicó a Batlle, a través de Gonzalo Ramírez, que consideraba violado el
pacto de Nico Pérez.
En ese contexto, el 1 y 2 de enero de 1904 Martín C. Martínez –blanco
disidente, ministro de Hacienda– Aureliano Rodríguez Larreta, José Pedro
Ramírez y Gonzalo Ramírez buscaron frenéticamente y por todos los medios un
acuerdo. Batlle entonces presentó una propuesta, el 3 de enero: si se llegaba a
un acuerdo electoral y los blancos se comprometían a no iniciar acciones
armadas él retiraría las tropas.
En medio de febriles negociaciones, Batlle comunicó, a través de su ministro
Martín C. Martínez, que, si se llegaba a un acuerdo electoral entre ambos
partidos, “no tendría necesidad de tener acampados los regimientos en las
cuchillas y los haría volver a sus cuarteles”. El 5 de enero Rodríguez Larreta
se entrevistó en Melo con Saravia, que aceptó la propuesta presidencial,
mostrándose en toda esta crisis asombrosamente sereno y moderado, aceptando
abiertamente la propuesta presidencial. A las 72 horas el intermediario
comunicó a Martín C. Martínez que la paz era un hecho; pero cuando el ministro
habló con el presidente éste respondió con una frase: “Ya es tarde”. Era el 8
de enero de 1904, y aquel tajante veredicto significaba la guerra.
De inmediato la Policía comenzó a detener dirigentes blancos en todo el país.
“El gobierno se ha sublevado” repetían los nacionalistas en el interior
uruguayo. El 3 de enero un grupo de 70 blancos había rechazado a la Caballería
gubernista liderada por Pablo Galarza, que por órdenes de Batlle se proponía
tomar Trinidad; estos primeros tiroteos provocaron a su vez las primeras bajas.
El 8 de enero, enterado de la respuesta del presidente, Saravia ordenó la
movilización general.
A lo largo de la campaña, que duraría ocho meses, unos 20.000 blancos
desafiaron a las 36.000 tropas gubernamentales, repitiendo la táctica usada en
la revolución de 1897: movimiento permanente, batallas ocasionales seguidas de
retiradas, recibo de pertrechos desde Brasil y Argentina y extender el
enfrentamiento hasta que el gobierno –agotado– acepte negociar.
Batlle se sirvió de un Ejército mejor organizado y armado que el de 1897,
empleó bien los recursos modernos como el ferrocarril, el telégrafo y las
nuevas armas, y adoptó medidas de insólita severidad: leva en masa para servir
en las Guardias Nacionales, interdicción de bienes privados, lugares de
reuniones y órganos de prensa. Batlle dirigió personalmente los movimientos
militares y dividió a sus tropas en dos grandes cuerpos: el del S, liderado por
Justino Muniz, y el del N, comandado por Manuel Benavente.
Los primeros enfrentamientos se dieron en el Departamento de Rivera en el cual
Carmelo Cabrera resistió la entrada de las fuerzas coloradas e hizo explorar
los puentes que permitían el paso del ferrocarril. El 9 de enero Aparicio atacó
una fuerza colorada de pequeño tamaño poniéndola en desbandada, marchando hacia
el Sur de inmediato sobre las fuerzas de Justino Muniz, que salió con tan solo
3.000 hombres contra los 9.000 de su enemigo emprendiendo la retirada por
consejo de José Saraiva, hermano colorado del caudillo nacionalista, en dicha
retirada se produjeron algunas escaramuzas menores en los parajes de La
Ternera, Las Pavas y Sierra de Sosa. Batlle de inmediato envió 6.000 hombres
para respaldar a las fuerzas de Muniz, produciéndose el 14 de enero el primer
combate de gran amplitud, en la Batalla de Mansavillagra, actual departamento
de Florida. La gran capacidad de fuego de las tropas coloradas, destrozo las
barricadas de Aparicio y este debió retirarse
En retirada hacia el Norte, el 15 de ese mes los revolucionarios fueron batidos
en el pueblo de Illescas, en el límite departamental de Florida y Lavalleja.
Durante siete días los blancos huyeron hacia Melo. A lo largo de 200 kilómetros
Muniz persiguió a Saraiva, que se dirigía hacia la capital cerrolarguense, con
ánimo de traspasar la frontera. En el trayecto se suscitaron algunas
escaramuzas, pero el ejército blanco consiguió llegar a Melo. El 21 de enero,
al frente de 15.000 hombres, Saravia atravesó la ciudad de Melo, luego dividió
a sus tropas en tres grupos y aparentó internarse en Brasil.
Muniz envió al gobierno noticias de victoria (un diario colorado sostuvo que, a
esas alturas, Saravia “debe haberse ahogado en el Golfo de México”). Pero
mientras Muniz perseguía a Basilio Muñoz hacia el Norte, Saravia giró hacia el
Sur, atravesó a marchas forzadas Lavalleja y Florida y llegó hasta el río Santa
Lucía. Los revolucionarios obtuvieron una sorpresiva victoria en la batalla de
Fray Marcos el 31 de enero y el camino hacia Montevideo pareció expedito
En la capital cundió el pánico y Batlle ordenó cavar trincheras en Paso Molino
y reforzar la Casa de Gobierno. Pero la toma de Montevideo no estaba en los
planes de Saravia, pues las intactas tropas del Ejército que estaban en el
interior del país lo encerrarían fácilmente. Tras pasar por el departamento de
Canelones marchó abierto en un amplio abanico –“marchar separados, combatir
juntos”– hacia el litoral del río Uruguay, en procura de armas que serían
enviadas por la Junta de Guerra formada en Buenos Aires, esta vez con el
respaldo del Directorio partidario.
Saravia subestimó la rapidez de la persecución de Muniz y, sorprendido, fue
derrotado en la batalla de Paso del Parque el 2 de marzo, sobre el río Daymán.
Perdió muchos hombres y pertrechos, pero logró escapar. El 13 de marzo los
revolucionarios ingresaron a la ciudad de Rivera, donde se reorganizaron y
reunieron 20.000 hombres. Luego marcharon hacia el SE, cruzaron el río Negro
por un puente flotante diseñado por Carmelo Cabrera, atravesaron los
departamentos de Treinta y Tres, Florida y Lavalleja y el 13 de mayo ingresaron
a Minas.
Tras una escaramuza con Muniz en el paso de los Carros del río Olimar Grande
(20 de mayo), Saravia ordenó la retirada hacia el N. Una vez más Muniz no lo
persiguió, lo que provocó la ira de Batlle, quien lo sustituyó por Galarza como
jefe del Ejército del S. Paralelamente el presidente solicitó al gobierno de
Estados Unidos, a través de su embajador en Washington, Eduardo Acevedo Díaz,
que presionara a Brasil y Argentina para que evitaran proveer de pertrechos a
los revolucionarios.
El desastre de Guayabos y la búsqueda de Galarza
Acampado sobre el río Negro, Saravia envió una columna al mando de Abelardo
Márquez hacia Bella Unión, para que recogiese 1.700 fusiles y 250.000 cartuchos
que la Junta de Guerra había logrado comprar en Buenos Aires, con la tolerancia
casi cómplice del presidente Julio Argentino Roca. Márquez cumplió el encargo,
pero recibió del enviado de la Junta, Carlos Berro, la orden de tomar la ciudad
de Salto, que esperaban convertir en “capital revolucionaria” y así obtener el
reconocimiento internacional como banda beligerante, en igualdad con el
gobierno de Montevideo. Márquez fue rechazado en Salto y el 6 de junio, en la
batalla de Guayabos, perdió todo el armamento.
Saravia mantuvo el desastre en secreto, y después de una reunión de jefes, se
resolvió atacar directamente al Ejército del S de Galarza, estacionado en Cerro
Largo. La batalla de Tupambaé –289 muertos, más de 1.200 heridos–, la más
sangrienta de la guerra civil junto con la batalla de Masoller, se peleó el 22
y el 23 de junio; ambos bandos se agotaron y los blancos se retiraron. La
llegada de los heridos a Montevideo avivó el clamor y las presiones por una paz
negociada, hipótesis que el gobierno no descartó.
A partir de mediados de enero de 1904, se sucedieron varios combates entre
fuerzas gubernistas y saravistas; los combates de Mansavillagra (14 de enero),
Illescas (15 de enero) y especialmente la batalla de Tupambaé, el 24 de junio.
La batalla decisiva se libró en la frontera con el Brasil, en Masoller, el 10
de setiembre de 1904, en el lugar de confluencia de los límites de los
Departamentos de Rivera y Artigas.
La batalla de Masoller fue especialmente reñida, por cuanto las fuerzas
enfrentadas eran bastante parejas; y ambos bandos contaban con armamento
moderno en su época, especialmente los fusiles Remington y los más recientes
Mauser, de gran precisión y largo alcance. El 10 de setiembre de 1904 por la
tarde, los combates se prolongaron durante alrededor de tres horas; pugnándose
especialmente por unas posiciones ocupadas por las fuerzas del Gobierno en unos
cercos de piedra (los que eran usuales en los campos, antes de su
alambramiento) desde los cuales hostigaban a los revolucionarios con nutrido fuego
de fusilería. Éstos, a su vez, lograron varias veces desalojar a los
gubernamentales de esas posiciones; pero recelando que estuvieran minadas,
luego no las ocupaban, y eran retomadas por el ejército gubernista. Entretanto,
los revolucionarios procuraban que los gubernamentales consumieran sus
municiones, para atacarlos más tarde.
En esas circunstancias, Aparicio Saravia salió a recorrer el frente de fuego,
para estimular a sus soldados; pero su figura resultaba claramente reconocible
por el sombrero y el poncho blanco que usaba, así como por estar acompañado por
un abanderado. Se trataba de una actitud sumamente arriesgada, porque estaba al
alcance del fuego enemigo; y así ocurrió que fue gravemente herido por una bala
de Mauser, que le atravesó el vientre de izquierda a derecha, lesionándole los
riñones e intestinos. Sus compañeros de armas lograron sin embargo trasladarlo
hasta el cercano Brasil, hacia una estancia distante alrededor de 5 kilómetros
de la frontera, donde falleció el 10 de setiembre de 1904.
Conocida la situación de Saravia, cundió el desánimo entre sus fuerzas; y según
diversas versiones, surgieron entre sus oficiales importantes desavenencias que
la autoridad de Saravia había contenido. No se logró acuerdo inmediato para
designarle un sustituto en el mando superior de las fuerzas revolucionarias; y
en definitiva su orden de volver a atacar a los gubernistas en la siguiente
madrugada, con fuerzas de relevo, no fue cumplida, retirándose el ejército
revolucionario tras la frontera, luego de lo cual prácticamente se desbandó,
quedando así derrotada la última revolución civil.
Los historiadores consideran la muerte de Aparicio Saravia como el final de la
era de los caudillos políticos de estampa gauchesca. Aparicio Saravia fue, sin
duda, un personaje caracterizado por la adhesión que como un verdadero ídolo
suscitaba en grandes masas de gente de campo su imagen de guerrero ecuestre;
que recorría los campos de batalla al galope, vistiendo el clásico poncho de
color blanco con que es representado.
Su muerte puso fin a la guerra civil, que se cerró con la Paz de Aceguá de 24
de setiembre de 1904; tras la cual se abrió en el país un muy extenso período
de paz civil.
En ese sentido, los principales postulados políticos esgrimidos por Saravia y
el Partido Nacional, dirigidos a establecer un sistema electoral eficaz y
confiable, fueron quedando consagrados poco tiempo después a través de leyes y
prácticas electorales que permitieron una renovación regular de las autoridades
de Gobierno, y un adecuado desenvolvimiento del sistema institucional, conforme
a las normas de la Constitución, mediante un sistema de elecciones que ha
alcanzado un reconocido prestigio por su corrección.
La Paz de Aceguá tuvo consecuencias adicionales que marcaron
la historia y el desarrollo de Uruguay:
Consolidación del Modelo Urbano: La firma de la paz dejó
definitivamente asentado el modelo urbano en el país, marcando un cambio
significativo en la estructura social y económica.
Afianzamiento del Poder del Estado: El triunfo del Partido
Colorado implicó la consolidación del poder central y la unificación política y
administrativa del país. Esto terminó con la dicotomía Montevideo-El Cordobés y
aseguró el poder del Estado de manera definitiva.
Gobierno Excluyente de Partido: Bajo la presidencia de José
Batlle y Ordóñez, se instauró un gobierno que excluía al Partido Nacional, lo
que significó un cambio en la dinámica política del país.
Reforma Electoral: La reforma electoral de 1904 permitió un
cambio en la representación política, facilitando el acceso de los
nacionalistas como minoría en el parlamento, lo que tuvo un impacto en las
elecciones subsiguientes.
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