Las
revoluciones liberales: 1820, 1830 y 1848
Introducción
El
Congreso de Viena y la época de la Restauración intentaron acabar con las
transformaciones de la Revolución francesa y del Imperio napoleónico, pero, la
realidad económica, social y política estaba impregnada del ideario liberal y
del naciente nacionalismo de los pueblos oprimidos, además de que se extendía
con fuerza una corriente cultural nueva, el romanticismo. Así pues,
liberalismo, nacionalismo y romanticismo serían los grandes enemigos del orden
impuesto en 1815.
Las
oleadas revolucionarias entre 1820 y 1848
Entre
1815 y 1848 se produjeron tres grandes oleadas revolucionarias en Europa. La
primera de ellas se dio entre 1820 y 1824, con protagonismo en el Mediterráneo.
Entre 1830 y 1834 de produjo otro ciclo revolucionario, destacando la revolución
en Francia de 1830 y la de que desencadenó la independencia de Grecia. Por fin,
llegarían las revoluciones de 1847-1848, que tuvieron un mayor componente
social y nacionalista que las anteriores.
Las tres
oleadas revolucionarias estuvieron inspiradas en los principios de la
Revolución francesa, considerada como modelo. Estas revoluciones se oponían al
sistema de la Restauración y a las monarquías absolutas.
Las
revoluciones de 1820
Estas
revoluciones se centraron en el área mediterránea europea: España, Nápoles y
Grecia. En los dos primeros países se impusieron monarquías constitucionales
(Trienio Liberal español) pero fracasaron, en gran medida, por la intervención
de las monarquías absolutas.
La revolución liberal que se produjo en España en 1820 después
de una década bastante convulsa, fue el inicio de las Revoluciones de 1820. Tras la Guerra de Independencia Española,
los liberales pidieron el regreso de Fernando VII, llamado “el Deseado”, para que este
firmase la Constitución
de 1812. Sin embargo, el monarca tenía otra idea en mente y rechazó la carta
magna ideada por las Cortes de Cádiz, restaurando sobre su figura el poder
absoluto.
Desembarco de Fernando VII y su
familia en el Puerto de Santa María
Hasta 1820, Fernando VII usó su posición para reprimir a
los liberales a todos los niveles. Estos eran muy numerosos entre
las filas del ejército e intentaron una serie de levantamientos militares en
1816 pero fueron reprimidos con bastante dureza por las fuerzas leales al
monarca absolutista.
Pero esto cambió el 1 de enero de 1820. Ese día, el coronel Rafael de Riego realizó un
pronunciamiento militar en Las
Cabezas de San Juan en la provincia de Sevilla. Junto con otros
oficiales, como Antonio Quiroga, proclamó la constitución y ordenó la detención
del general en jefe del cuerpo expedicionario encargado de terminar con los
independentistas sudamericanos que estaban azotando las colonias españolas.
Como no estaba seguro de quién le
apoyaría en su revuelta, esperó a recibir refuerzos de otras ciudades
importantes. No conformaban un contingente lo suficientemente numeroso como
para poder realizar una acción sobre Madrid, así que no fue hasta comienzos de
marzo de 1820 cuando realmente pudieron hacer algo. Ese mes, hubo una gran
insurrección liberal en Galicia que se extendió rápidamente por todo el país,
hasta el punto que el 7 de marzo el rey Fernando VII firmó un decreto por el que se sometía “a la voluntad del
pueblo” y juraba la Constitución de 1812.
Esto es el inicio del Trienio Liberal que duró hasta 1823. Las medidas
que aplicaron fueron la desamortización y la supresión de señoríos, mayorazgos
y de la Inquisición, entre otras. Su intención era la de terminar con las bases
del absolutismo, ya fuera en el plano social, el económico o el político. El
principal foco de batalla liberal fue la Iglesia, a la que querían aplicar los
mismos principios que habían llevado a cabo los franceses en su revolución de
1789. Su triunfo influyó de forma determinante en otros países como Portugal,
Grecia e Italia, que buscarían obtener un éxito liberal similar.
En 1822, el monarca español se dirigió
al Congreso
de Verona a pedir ayuda a la Santa
Alianza para recuperar su trono absoluto. Estos, aún con las reticencias
de Gran Bretaña, concedieron permiso a Francia para invadir España. El 7 de
abril de 1823, el rey galo envió a los llamados “Cien Mil Hijos de San Luis”,
encabezados por el Duque de Angulema, a terminar con el liberalismo en el reino
español. Poco a poco, la resistencia fue mermando hasta que, finalmente, el 1
de octubre el último foco de los liberales fue reducido en Cádiz.
A partir de aquí comenzaría en España la llamada Década Ominosa (1823-1833),
con un gobierno absolutista marcado por una represión y persecución de los
liberales sin precedentes. Sin embargo, las ideas con las que se levantó el
pueblo español y que Riego defendió hasta el final, se extenderían como una
mecha por los países vecinos y permanecerían para siempre en el ideario de una
sociedad que sólo aguantó 10 años más de absolutismo.
El caso
de Grecia es particular. Los griegos se sublevan contra el Imperio turco
apoyados por Gran Bretaña. Se produce una larga guerra civil de diez años y,
por fin, en 1829, Grecia obtiene la independencia. Esta guerra tuvo un amplio
eco en toda Europa y concitó el apoyo de muchos románticos e intelectuales,
destacando Lord Byron que allí perdió la vida.
En estas
revoluciones tuvieron mucha importancia las sociedades secretas, conectadas
internacionalmente y entre los oficiales del ejército, dedicadas a conspirar y
organizar revoluciones. Una de las sociedades más activas sería la de los
carbonarios, sociedad secreta italiana partidaria de la unificación nacional
que luchó contra diversos gobiernos de los estados italianos. Las revoluciones
de 1820 no fueron movimientos de masas, a excepción del caso griego.
Las
revoluciones de 1830
Las
revoluciones en torno a 1830 fueron más profundas y de extensión, mayores que
las anteriores. Afectaron a casi toda Europa.
En
Francia los Borbones son derrocados en la revolución de julio de 1830 y sube al
trono Luis Felipe de Orleáns, iniciándose un sistema político liberal de
monarquía constitucional. Bélgica se independiza de Holanda, estableciendo una
monarquía liberal y es reconocida por Francia y Gran Bretaña. En España y
Portugal, a principios de esa década, se instauran monarquías constitucionales
pero se inicia un largo e intenso período de guerras civiles con los
absolutistas (las guerras carlistas españolas).
En Europa
central y oriental las revoluciones no tienen tanto éxito. Las revoluciones que
estallan en diversos estados italianos son duramente aplastadas por los
austriacos. En algunos estados alemanes se aprueban constituciones pero muy
pronto son derogadas por la presión de Metternich. En Polonia se proclama la
independencia pero la rebelión es aplastada por los rusos.
A
diferencia de las revoluciones de 1820, en las de 1830 tuvo gran influencia el
fuerte descontento social y económico de las clases populares. El protagonismo
en las revoluciones ya no fue de las sociedades secretas y de los conspiradores
sino fruto de verdaderos movimientos de masas. Más allá de las peticiones de
los liberales más moderados, surgió un movimiento democrático y republicano más
radical, demostrando la división que estaba surgiendo en el seno del
liberalismo. Ese movimiento no tardaría en enfrentarse, por ejemplo, a la nueva
monarquía constitucional francesa, basada en los principios del liberalismo
moderado: sufragio censitario y control del sistema por la alta burguesía.
Las
revoluciones de 1848: “la primavera de los pueblos”
Fue la
última de las tres grandes oleadas revolucionarias del siglo XIX. Compartía con
las anteriores su inspiración en los principios de la Revolución francesa, pero
fue más importante en extensión y dimensiones, más radical, con mayor base
social, con fuertes componentes nacionalistas en algunos lugares.
Las
revoluciones en torno a 1848 tuvieron un gran éxito inicial y simultáneo en
Francia, gran parte de Italia, Suiza, los estados alemanes, el Imperio
austriaco y Prusia. Nunca ninguna revolución estuvo más cerca de ser
considerada una “revolución mundial”. Pero, también, su fracaso fue muy rápido
en gran parte de los lugares.
Las
revoluciones de 1848 pueden ser calificadas de democráticas y tuvieron, como
hemos señalado, un fuerte contenido social. En los años anteriores a 1848,
Europa sufrió una fuerte crisis agraria e industrial, que generó hambre y
descontento entre los trabajadores. En el 48, las grandes ciudades europeas
como París, Berlín, Viena, Praga, Milán, Roma o Budapest se llenaron de
barricadas levantadas por trabajadores urbanos pobres, los grandes
protagonistas de las revoluciones, que reclamaban derechos y libertades
radicales: sufragio universal masculino, repúblicas democráticas y sociales,
asistencia a los más necesitados y desempleados, derecho al trabajo y a la
libre sindicación. Estas reivindicaciones atemorizaron a los liberales
moderados que, muy pronto, abandonaron las revoluciones, y contribuyeron a la
represión pactando con los sectores más conservadores de la sociedad. Por otro
lado, las revoluciones de 1848 fueron más urbanas que rurales; los campesinos
se mantuvieron indiferentes y hasta hostiles.
La revolución de febrero de 1848 en Francia
La
revolución que mejor ejemplifica la oleada de 1848 fue, sin lugar a dudas, la
francesa. París fue el gran escenario revolucionario, lleno de barricadas y
clave para el derrocamiento de Luis Felipe de Orleáns. Se proclamó la Segunda República
y se formó un gobierno provisional, en el que estuvo presente un socialista,
Luis Blanc. El gobierno tuvo como uno de sus principales objetivos el de dar
trabajo y un subsidio a los parados a través del sistema de los “talleres
nacionales”. Además, fijó la jornada laboral máxima en 10 horas. Pero los
electores dieron la espalda a la izquierda en las elecciones de abril gracias a
los votos del campo francés que fueron hacia los candidatos moderados,
temerosos de lo que consideraban extremismo de la capital. Nació una república
conservadora que abolió todas las medidas sociales anteriores y aplastó la
rebelión de los obreros parisinos en junio. En diciembre de 1848 fue elegido
como presidente Luis Napoleón Bonaparte, sobrino del emperador, que a los tres
años liquidaría la república y establecería el Segundo Imperio.
El
componente nacionalista de las revoluciones de 1848
La
importancia del nacionalismo en las revoluciones de 1848 fue mucho mayor que en
las anteriores oleadas revolucionarias:
-En el
Imperio austriaco, además de provocar la caída de Metternich y aprobarse
medidas liberales, como el fin de la servidumbre en todo el imperio, los
húngaros lograron un parlamento y una constitución propios; y los checos
obtuvieron algunas concesiones tras la sublevación de Praga.
-En
Italia, se rebelaron Milán y Venecia contra los austriacos y pidieron ayuda al
reino del Piamonte, cuyo rey deseaba engrandecer su estado. En Roma, el
nacionalista y demócrata Mazzini con sus partidarios derrocaron al Papa e
impusieron la república en 1849.
-En la
Confederación Germánica, los liberales de varios estados se reunieron y
convocaron un parlamento alemán en Francfort, elegido por sufragio universal.
En esta asamblea se dedicaron a redactar una constitución nacional.
Pero, a
partir del verano de 1848 comenzó la represión y contención de los movimientos
revolucionarios. El gobierno austriaco anuló muchas concesiones liberales menos
la relativa al final de la servidumbre, y su ejército reprimió duramente los
movimientos revolucionarios en Viena, Praga, Budapest, Milán y Venecia. Por su
parte, el Parlamento de Francfort se disolvió. En Hungria, el ejército
austriaco encontró mayor resistencia y necesitó el apoyo ruso. En Italia tuvo
que enfrentarse al ejército piamontés. Roma regresó a su sistema político
anterior gracias al apoyo del gobierno francés, que quería intervenir en Italia
para contrarrestar la influencia austriaca en la península.
Consecuencias
de las revoluciones de 1848
A pesar
del fracaso, hay una serie de consecuencias destacables de las revoluciones de
1848:
a)Abandono
del sistema internacional de 1815 y sucesión de conflictos entre las potencias
europeas hasta 1878.
b)Aparición
de un nacionalismo insatisfecho y, con el tiempo, muy potente, en Alemania,
Italia, Hungría y Bohemia.
c)Triunfo
de los liberales moderados en muchos estados, pactando con algunas fuerzas del
Antiguo Régimen. La burguesía pacta y se hace conservadora.
d)Los
obreros urbanos, conscientes de su derrota, falta de preparación y de apoyos,
comenzaron a organizarse políticamente de forma autónoma y a tomar conciencia
de su situación.
Publicado
por Eduardo Montagut.
Solo para uso educativo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.