Características del
neobatllismo
Real de Azúa, Carlos,
“Uruguay, ¿una sociedad amortiguadora?”, EBO-CIESU, 1984,
págs. 60-65 y La economía en el período neobatllista
*Nahum, B; Angel Cocchi; Ana Frega; Yvette Trochon: “Crisis política y
recuperación económica 1930-1958”, EBO – La República, 1998, págs. 96-107
El período neo-batllista
Llama la atención a nuestra altura
histórica que si tantas y tan sustanciales fueron las
identidades entre la experiencia uruguaya
del neo-batllismo, la argentina del peronismo y la etapa brasileña
Vargas-Kubitschek-Goulart, sea tan “a posteriori” que esta afinidad se subraya.
Aquí, debe suponerse, es el mismo carácter amortiguado del fenómeno el que tiene
que ver con esta falta de ostensibilidad, de saliencia, con esta –dígase– baja
tensión de su modo de incidir. Y el mismo término: “neobatllismo”, con que se
le suele distinguir representa, de seguro, el más claro fundamento de esa
tibieza, de esa flojedad. Debe admitirse, claro está, que el mero uso del
rótulo no descartaría por sí mismo la originalidad del fenómeno ni tampoco lo
haría el diagnóstico tardío sobre su verdadera naturaleza: al fin y al cabo
peronismo y varguismo fueron prácticas previas a su inscripción en una
categoría –la“populista”– que había portado en Rusia y en los Estados Unidos
acepción bastante
diferente.
Sin embargo –y de alguna manera– una
convicción generalizada de que el país había
reanudado hacia 1948 una tradición política
cortada quince años antes y que esta tradición era consustancial con el país
mismo, sus posibilidades y sus exigencias, era algo más que un mero espejismo,
una falsa representación fomentada –si otras apariencias no lucieran– por el
apellido del líder y por el lema del partido gobernante.
Si se comparan las líneas políticas a ambos
lados del Plata es posible advertir, para
comenzar, una mayor flexibilidad del
sistema jurídico e institucional uruguayo para ajustarse a las nuevas
exigencias. No en balde tenía el Uruguay una constitución aprobada en 1942 y aún
tendría otra en 1952 (esta ultima de sesgo “antipersonalista”) y ambas mucho
más ajustadas a una política de asignación de bienes a las masas que el
obsoleto texto argentino de 1853 y las limitaciones de las autonomías
provinciales con que el peronismo tuvo que iniciar su trayectoria (52).
Pero las franquías diferentes que para una
política populista y modernizadora podían
representar en los dos países los respectivos
textos fundamentales significan relativamente poco sobre el fondo más amplio de
una fluidez para el cambio involucrada en el Uruguay por una tradición que ya
era una “tradición para el cambio”. Si esto es así, tampoco puede rebajarse la
importancia que adquirió la incidencia del sistema bipartidario. La legislación
electoral, como se decía, tendía a esclerosarlo y a quitarle capacidad de
respuesta para nuevas fuerzas que ya estuvieran, por sí, cabalmente articuladas
pero esto no significa que
no pudiera seguir combinando una pétrea
estabilidad en sus apariencias, tradiciones y llamado emocional con una alta
elasticidad para recoger y agregar ciertos reclamos sociales, ello, incluso, de
una manera mucho más indiscriminada de lo que reclamaría un mínimo de coherencia.
Debe observarse aun que esta aptitud para canalizar nuevos reclamos tuvo su cara
opuesta en un algo más negativo: una corriente político-social nueva que es
entubada por vías preexistentes pierde siempre mucho de su energía original al
ser tramitada, aun dócilmente, por un aparato institucional demasiado viejo. Si
la tradicional aptitud receptiva del sistema político para nuevos significados
queda así apuntada, procede también marcar esa otra constante del desarrollo
uruguayo que representó la menor preeminencia comparativa de una clase superior
y dominante a planos económico,
político, social y cultural. Es posible que
esa situación haya sido la razón bastante segura de que en este populismo
uruguayo lucieran con una debilidad cercana a la invisibilidad esas consignas
igualitarias y antioligárquicas que tanta estridencia cobraron y aun tanta trascendencia
tuvieran en el proceso argentino posterior a 1946.
Pero si seguimos mirando a la estructura
social se hace relevante asimismo la sustancial ausencia de esos sectores
marginados de modo total, tanto en términos espaciales como socio-culturales,
que caracterizaron los puntos de partida argentino y brasileño y cuya primera
movilización política tanto impacto ejerció (53). Si se le coloca simétricamente
con el registrado antes es fácil advertir que los dos polos de explosividad del
sistema –el superior, el inferior– quedaban de esta manera singularmente
embotados. La síntesis posible es, entonces, que con escaso desplazamiento del
eje del poder social y casi ninguna amenaza de promoverlo –aun con escasísima
perspectiva de una irrupción que viniera de los niveles bajos según el temor de
la clase alta fuera capaz de inferirlo– el populismo neo-batllista –que aun con
tantas restas lo fue– consistió a nivel social en un simple desplazamiento de
acento. Digamos: un desplazamiento del
acento redistributista hacia los sectores menos favorecidos aunque siempre
dentro de una coalición de clases y grupos que no sufrió ninguna radical
transformación.
También el neobatllismo experimentó la
misma dificultad y aun la misma reticencia en movilizar el coligante
nacionalista que ya fue marcado en el batllismo original y en la etapa de
democracia radical de las primeras décadas del siglo (54)). Las variables
“dimensión” y “consistencia” nacionales entran igualmente en juego aquí y
muchas razones militan para que en el país no se haya dudo con hondura de
pasión colectiva nada parecido al nacionalismo de entonación “ufanista” que han
conocido o conocen Argentina, Chile, Brasil o México.
Tampoco, sin embargo, debe olvidarse en
este punto la cuestión decisiva del “quantum” de presencia foránea sobre todo
en el área económica y en los fenómenos visibles de dependencia y mediatización
de las decisiones nacionales en que pudiera manifestarse. En este plano ya
había cambiado bastante la condición del país puesto que el Convenio Militar de
Asistencia Recíproca con los Estados Unidos fue ratificado en 1953 y las nuevas
corrientes de redependencia económica y financiera estaban en curso. Pero así
como la reivindicación nacionalista tradicional fue articulada entre 1910 y
1930 a través del partido opositor, entonces, a partir de 1945 y 1950, las
nuevas expresiones del nacionalismo y el antimperialismo que reforzaron la
tenaz presencia de aquélla corrieron por vías sustancialmente separadas
(intelectuales, universitarias) del proyecto político e ideológico que desde el
poder se propiciaba. Es de creer que también esta simetría vale la pena de subrayarse,
aunque sea para aceptar enseguida que queda abierto al debate si los fenómenos de
la dependencia, la explotación económica, la mediatización de las decisiones en
materia
política interna o externa eran tan débiles
como podría de lo anterior inferirse o, simplemente, se hacían todavía menos
perceptibles de lo que después se hicieron o, cuando menos, parecían menos
contradictorios al proyecto de país al que esa mayoría adhería.
Lo cierto es que la línea internacional de
Luis Batlle y su partido permaneció fiel a la línea pro-occidental y pro-defensa
hemisférica que se había implantado firmemente en el Uruguay en la década del
cuarenta como verdadera pauta internacional. Sobre esta base, empero,el
populismo uruguayo se unió, aunque moderadamente, a ciertas modulaciones
argentinas y brasileñas de política exterior, algo que puede decirse, en
especial, respecto a las metas concretas que éstas seguían. La afirmación
“occidentalista” fue así aguada –y aun sepodría decir condimentada– cuando ella
apareció unida (como lo hizo el gobernante enocasión de su viaje a los Estados
Unidos y, crecientemente, en los últimos tiempos de sumando) a cáusticas
observaciones sobre la calidad de la democracia que los Estados Unidos
decían propiciar en Latinoamérica y a
perentorios reclamos de apoyo a los planes de
desarrollo económico e industrial que el
Uruguay, entre otras naciones del hemisferio, comenzaba a concebir. Y mayor
violencia adquirió aun su denuncia del sabotaje que los grandes consorcios
internacionales de comercialización lanera hacían objeto a la exportación uruguaya
de la fibra, cuando ésta empezó a presentarse, según lo hizo desde entonces, en
estado semi o totalmente elaborado
El componente nacionalista de esta peculiar
experiencia populista fue, empero, aun con estos énfasis, comparativamente
débil. Es este un dictamen que, como resulta fácil advertirlo, se alinea en
forma notoriamente coincidente con todos los anteriores, lo que también ocurre
con aquél que merecen otros dos y complementarios elementos que nos faltan agregar
para cerrar este balance.
Uno es relativamente menor y tiene que ver
con la personalidad misma del líder, variable estratégica de indudable
relevancia en el tejido de las coaliciones populistas. Político profesional de
raza, brioso gallo de pelea parlamentaria y periodística, Luis Batlle Berres, pese
a cierta módica aptitud de arrastre que sería aventurado calificar de
“carismática”,estuvo siempre mucho más cerca del dirigente partidario de un
sistema pluralista estable que del tipo lideral que pudieron representar en
América Latina Getulio Vargas, Perón o aun el general Carlos Ibáñez.
Pero muchas de las diferencias que pudieran
anotarse entre estos y el dirigente uruguayo dimanaron en buena parte de la
escuela y aun de la tradición en que fue formado. En este paso final de la presente
reflexión, postulo simplemente que la muy consistente tradición liberal,
radical y laica que el cuasi-populismo y su líder asimilaron no dejó de ejercer
considerable influencia. Batlle“eljoven”,personalmente, a través de una firme
socialización
ideológica familiar; su partido que, pese a
considerables retoques se siguió diciendo fiel al viejo batllismo, cargaron a
la postre contenidos que, pese a tantas diluciones, no fueron fácilmente
convertibles a esos típicos compuestos doctrinales (“justicialismo”,“trabalhismo”)
que sostuvieron a las políticas populistas. Póngase nada más que el caso de la
enérgica orientación antifascista que desde los años treinta y por más de un
cuarto de siglo se generalizó y ahondó en el país. Supongo que no exige dilatada
demostración la de que no representó un componente fácil de integrar en esos
pragmatismos oportunistas,muy nutridos empero de elementos religiosos,
militares, nacionalistas y hasta telúricos con
que las doctrinas populistas se presentaron
en Latinoamérica a esa altura de su desarrollo
1.
EL AGRO: ESTANCAMIENTO GANADERO, CRECIMIENTO AGRICOLA
El estancamiento
ganadero cuyas causas se analizaron para el período 1930-1942 se
mantuvo, no
logrando superar los bajos índices de crecimiento del sector. En el siguiente cuadro
se observa dicho fenómeno:
La política
gubernamental intentó revertir esta situación a través de diversas medidas(difusión
de experiencias sobre mejoramiento de suelos, visita de técnicos extranjeros en
explotación agropecuaria, etc.). Pero las causas del estancamiento eran
demasiado profundas para ser solucionadas a través de una simple política de
promoción. La producción pecuaria era considerada desde un doble punto de
vista. Como proveedora de las divisas que permitieran financiar las
importaciones necesarias para la expansión industrial, y como abastecedora de
carne vacuna (base de la dieta alimentaria nacional), a bajos precios para
el consumo de
una población urbana en aumento.
Las primeras
experiencias de implantación de praderas artificiales fracasaron. La
tecnología
importada para aplicarlas, exitosa para los suelos de otras regiones, no lo era
para los nuestros.
No debe
olvidarse asimismo que los ganaderos no encontraban incentivos económicos
para introducir
mejoras de este tipo. Eran demasiado caras y riesgosas. ¿Para qué innovar si
los métodos de explotación tradicionales, basados en la utilización de las
praderas naturales y en moderadas inversiones, les aseguraban cómodas
ganancias?
La producción de
carne vacuna no creció, mientras que –por el contrario– el consumo de la
población aumentaba, impulsado por el crecimiento demográfico y por una
política más equitativa en la distribución del ingreso. Esta situación
desembocó en el descenso de los saldos exportables. En el campo de las
realizaciones logradas en esta etapa y en relación con el tema del agro, debe
destacarse la creación del Instituto Nacional de Colonización, en 1948.
Este había sido
concebido como un instrumento privilegiado para lograr cambios sustanciales en
el régimen de explotación y tenencia de la tierra (fomentando una racional
subdivisión de la misma). Impulsaría la colonización tanto agrícola como
ganadera, y tendría en sus manos la posibilidad de la expropiación de tierras
para dedicarla a aquellos fines. Entre las susceptibles de ser expropiadas, se
encontraban las propiedades de gran extensión y las escasamente explotadas. Los
colonos debían cumplir con ciertos requisitos, tales como poseer conocimientos
en el tipo de explotación que fueran a realizar y hábitos de trabajo.
Las tierras
adjudicadas por el Instituto en carácter de propiedad podrían ser expropiadas cuando
se comprobara su subdivisión o su nueva concentración.
Sin embargo, sus
objetivos más profundamente transformadores fueron cercenados por la férrea
oposición que los ganaderos ejercieron a través de sus organizaciones (la
Asociación Rural y la Federación Rural). El proyecto finalmente aprobado
significó un compromiso que neutralizó los contenidos renovadores de la
concepción original, como ya vimos. La labor del Instituto se vio afectada por
la falta de recursos financieros que permitieran la implementación de sus
metas, fenómeno que se fue agudizando en los años siguientes.
Entre 1948 y
1958 se colonizaron 149.671 hectáreas. A partir de esa fecha, el impulso
colonizador se
detuvo. Dentro de este panorama de rasgos negativos, en el sector
agropecuario se
destacaron, sin embargo, dos renglones de mayor dinamismo: la leche y la lana.
La producción láctea se duplicó entre 1945 y 1955 al amparo de medidas que
aseguraban buenos precios y fácil comercialización. La producción de lana se
vio incrementada por la aplicación de controles sanitarios (sarna, etc.) y la
mejora de razas (la expansión del Corriedale). Los productos agrícolas
constituyeron los renglones de mayor expansión entre los años 1946 y 1955, lo
que provocó un aumento del área cultivada. La explotación triguera se
multiplicó por 4 en esos años, seguida por otros cultivos. Entre estos,
girasol, arroz, maní, lino, algodón, caña de azúcar, etc. alcanzaron niveles importantes
alentados por la industrialización. Esta fomentó la producción de materias
primas de la agricultura para el proceso sustitutivo de cierto tipo de
importaciones, así como la intensificación de cultivos
que cubrieran
las necesidades del incremento de consumo de la población. Cereales y oleaginosos
captaron el 57% de la producción agrícola total entre 1946 y 1949. Diversas resoluciones
oficiales impulsaron la explotación agrícola: la fijación de precios “sostén”
(al trigo, lino, girasol, mam, algodón, etc.) el establecimiento de tipos de
cambios favorables, facilidades para la importación de maquinaria —los
tractores pasaron de 3.170 en 1946 a 21.740 en 1956—, créditos preferenciales.
Todo ello
conformó un impulso deliberado del Estado que amplió el área agrícola en
perjuicio de la
ganadera. De acuerdo al economista Luis Faroppa, desde 1947 se produjo un
desplazamiento de casi un millón de hectáreas de las explotaciones ganaderas a
las agrícolas y lecheras, cambiándose incluso su localización.
Tradicionalmente
el área agrícola se había concentrado en las zonas centro-sur del país (primordialmente
Canelones, cinturón agrícola de la capital). En esta etapa, se produjo un desplazamiento
hacia el Litoral por diversas razones:
—el desgaste del
suelo provocado por la continua y exclusiva explotación triguera en
predios
excesivamente reducidos (minifundios).
—las mejores
condiciones que presentaba la nueva región para los cultivos del tipo
industrial.
—la existencia
de buenas vías de comunicación en el Litoral.
—mejores
posibilidades de aplicar la mecanización en establecimientos de mayor tamaño.
La expansión
agrícola comenzó a revelar signos de estancamiento desde mediados de la década
del cincuenta por factores ajenos al control del país. La fuerte recuperación
de la agricultura europea y la formidable expansión de la estadounidense fueron
los argumentos para establecer políticas proteccionistas que perjudicaron a los
países productores de materias primas y alimentos. La Ley 480 de Estados
Unidos, que posibilitaba comercializar a precios bajísimos los excedentes del
agro estadounidense, nos desplazó de mercados incluso tradicionales, y bajó los
precios de nuestras exportaciones. Las trabas para el ingreso de los “tops”
(lanas lavadas y peinadas) uruguayos a Estados Unidos, impedían o dificultaban
a
Uruguay las
posibilidades de exportar un producto con mayor contenido de trabajo nacional que
la lana sucia, materia prima en bruto.
Si a esto se
unía la creciente utilización de fibras textiles sintéticas que disminuían las ventas
de lana, se aprecia el cúmulo de dificultades existentes para colocar la
producción uruguaya en los mercados internacionales. Al mismo tiempo, se
percibe con nitidez los estrechos márgenes de superación que podía permitir un
crecimiento en dependencia.
2.
LA EXPANSIÓN INDUSTRIAL
La expansión del
sector industrial vinculado al mercado interno permitió –a través de la estrategia
de sustitución de importaciones impulsada luego de la crisis económica mundial de
1929– la fabricación de productos que anteriormente eran adquiridos en el exterior.
Se ha visto cómo
durante el período terrista la producción industrial presentó un crecimiento
significativo, que se vio reafirmado por las nuevas restricciones que el
estallido de la Segunda Guerra Mundial impuso a la adquisición de productos de
aquel sector en el exterior. Pero si bien en este aspecto la guerra significó
un nuevo impulso en el proceso ya iniciado, también implicó –como
contrapartida– el surgimiento de mayores dificultades en la adquisición de
elementos esenciales para la expansión de las industrias de carácter dinámico.
Las dificultades
de abastecimiento de combustibles, maquinarias y determinadas materias primas
(hierro, acero, etc.) de las que el país carecía, trabaron hasta el fin del
conflicto, las posibilidades de crecimiento acelerado en dicho sector de la
producción.
Las industrias
del tipo tradicional, que utilizaban materias primas del país, no se vieron tan
afectadas y tuvieron un efecto multiplicador sobre la demanda de productos
nacionales.
Prueba de este
efecto benéfico lo constituyó la expansión del área agrícola, ya analizada.La
finalización de la guerra restableció el normal abastecimiento de aquellos
elementos básicos. Fue entonces, en los años de la segunda posguerra, entre
1945 y 1955, cuando se operó el período de crecimiento acelerado de la
producción industrial uruguaya. Esta se incrementó a razón de un 8.5% anual,
mientras la tasa del agro era del orden del 3.9%. Las ramas tradicionales lo
hicieron a un 5.6% y las dinámicas en un 15%. Debe tenerse en cuenta que la
posible competencia de los países industrializados se hallaba momentáneamente paralizada
por el reacondicionamiento que debían realizar en sus economías adaptándolas a
las nuevas
condiciones de pacificación imperantes en el mundo.
Otro factor que
contribuyó a la afirmación del proceso expansivo de la producción
industrial
uruguaya, fue la acumulación de divisas realizada durante el conflicto.
El incremento en
las ventas de la producción pecuaria había permitido al país acumular libras y
dólares en el exterior.
Esto permitió
financiar la compra de los insumos necesarios para dinamizar el proceso de
industrialización.
La guerra de
Corea (1950-1953), al favorecer la colocación de nuestra producción pecuaria, impidió
la oposición tradicional del sector ganadero al desarrollo industrial, lo que
allanó el camino de posibles obstáculos en el orden interno. La política
proteccionista promovida por el batllismo en el poder a partir de 1946 –que se
analizará más adelante– significó otro factor de fomento del proceso
industrializad
El predominio de
las industrias dinámicas sobre las tradicionales en este período es
relevante. Sin
embargo, es de destacar que pese a la importancia adquirida por las industrias derivadas
del petróleo, electrotécnicas, metalúrgicas, etc., la actividad industrial
uruguaya se destinó esencialmente a la producción de bienes de consumo interno
en el marco del proceso de sustitución de los importados. Dentro de los
sectores excepcionalmente orientados a la exportación resaltaron el de los
textiles y confecciones.”
Otra de las
características que adquirió el proceso industrializador en esta etapa, es el alto
grado de concentración de las industrias en Montevideo, que alcanzó en 1955 el
75,6% del valor total de la producción. El predominio industrial de la capital
es seguido de modo decreciente por Canelones, Paysandú y Salto. En el período
surgieron Paylana, Azucarlito, Paycueros, en Paysandú; Sudamtex (textiles) en
Colonia; Pamer (papel) en Soriano. Las diferencias entre la productividad de
Montevideo y el Interior podrían explicarse por la incidencia de varios
factores. Por un lado, el carácter portuario de Montevideo le permitió acceder
con facilidad al aprovisionamiento de materias primas del exterior, mientras el
Interior, con clara desventaja, veía aumentados sus costos de producción por la
incidencia de los fletes. La existencia de un mercado de consumo reducido
determinó la presencia en
el Interior de
establecimientos de escasas dimensiones, que impedían la utilización de métodos
modernos de fabricación que multiplicaran su producción. La obtención de
capitales también se vio limitada frente a una más desarrollada red bancaria en
la capital. Esta hiperconcentración de las industrias en un único polo
evidenciaba una mala integración del mercado nacional, que exhibió sus efectos
más nocivos a partir de mediados de la década del cincuenta. La industria
uruguaya presentó otro carácter relevante: el producir esencialmente para el
mercado interno. Así, mientras en 1936 el 93,3% de su producción se orientaba
al mercado nacional, en 1955 trepó al 95%. No obstante esta tendencia, se pudo observar
un repunte en los valores de los productos industriales respecto al total de exportaciones
del país. En 1936, significaban el 18,9%, mientras que en 1955 alcanzaron el 35,1%.
Asimismo,
vinculado con esta expansión se produjo un aumento del número de
trabajadores en
el sector industrial respecto al empleado en otras actividades. En 1936, con
una población estimada de 1.800.000 había 85.691 asalariados en la industria.
En 1955, con una población de 2.630.000 habitantes, 194.623 correspondían a
empleados y obreros del sector industrial. En Montevideo –que contaba con unos
900.000 habitantes en esta fecha– el 16% eran obreros y empleados industriales.
En el Interior,
con 1.750.000 habitantes, el 3.1% se ocupaban en dicha actividad. Al
orientarse la
producción industrial al abastecimiento del mercado interno, se produjo una reducción
de las importaciones de ciertos artículos manufacturados.
Las
posibilidades de exportar productos industrializados eran difíciles por una
diversidad de factores. Entre los externos, contaban los derivados de una
reducción de la demanda por la Guerra Mundial y las políticas proteccionistas
de los países desarrollados.
Entre los
internos, la pequeñez del mercado nacional, básico para lanzar la producción;la
inadecuación de la tecnología empleada que, por importada, estaba diseñada para
abastecer grandes mercados con un mínimo de mano de obra, cuando las
necesidades nacionales eran exactamente las opuestas; la escasa productividad
obtenible entonces con relación a la capacidad instalada, los altos costos
derivados, la nula competitividad resultante de todo un esquema industrial
incapaz de salir al exterior. Por otro lado, el proceso de sustitución provocó,
al exigir mayor cantidad de combustibles, materias primas y bienes de capital (maquinarias,
repuestos, etc.) inexistentes en el país, un aumento del grado de dependencia por
la cantidad de importaciones que no podían ser disminuidas. Esa demanda fue a
nutrir los mercados exteriores, promoviendo su desarrollo. Es lo que los
economistas llaman
“exportación de
dinamismo a los países dominantes”: la necesidad de bienes de capital,que debería
impulsar nuestro desarrollo, se traslada al exterior, acelerando el ajeno.
Para nosotros,
en cambio, como esas compras fueron incrementándose, y como por los productos
del agro se obtenía cada vez menos divisas con qué pagarlas, el resultado fue
un creciente desequilibrio negativo en la balanza comercial de aquellos años.
Respecto al tema
de cómo se realizó el proceso de capitalización del sector industrial, es decir,
de dónde vinieron los capitales que se invirtieron en la industria, deben
destacarse –en primer lugar– que los capitales fueron esencialmente nacionales
y no extranjeros. En cuanto al origen de los mismos –como se vio anteriormente–
no hay unanimidad de criterios
entre los
analistas económicos del período. En lo que sí hay acuerdo, es en destacar la tendencia
a la concentración del capital, lo que condujo a fenómenos de inversión
excesiva en algunas ramas industriales.
Esto conspiró
contra una distribución más equilibrada de los capitales disponibles. Las inversiones
extranjeras directas en las industrias del país no alcanzaron niveles de
importancia.
La crisis
económica mundial de los años treinta, seguida por el estallido de la guerra,
redujeron la
colocación de capitales del exterior. Las inversiones norteamericanas, pujantes
en el Uruguay desde las primeras décadas del siglo XX, enlentecieron su
incidencia. A partir de los cincuenta, cuando se aceleró nuevamente el proceso
de inversiones, los primerossignos del estancamiento del sector industrial
desestimularon la colocación de capitales extranjeros.
No obstante,
debe destacarse la presencia en el país de filiales de empresas transnacionales
como la General Electric (1943),
Sudamtex (1945), Ciba (1945), I.B.M. (1954), y algunas otras. Esta presencia no
logró revertir el carácter básicamente nacional de la producción
industrial
uruguaya.
EL
PAPEL DEL ESTADO
Dirigismo económico
La restauración
democrática supuso un nuevo impulso a la extensión de las funciones del Estado.
Como vimos, ni aún durante el terrismo se había replegado la función pública al
concepto liberal de “juez y gendarme”; más bien lo que se había hecho era
incorporar en los organismos oficiales a representantes de los grupos de
presión.
Juan José de
Amézaga había señalado al asumir la presidencia el 1° de marzo de 1943: “Industria,
trabajo y economía nacional representan intereses asociados y solidarios”. La perspectiva
de la finalización de la guerra hacía que se temiera la repetición de una depresión
como la de 1920, fruto del desnivel entre la baja de las exportaciones y la afluencia
de las importaciones, semiinterrumpidas a causa del conflicto bélico.
Esa coyuntura,
entonces, hacía fundamental la intervención del Estado en la distribución de
los excedentes económicos. Con el
retorno del batllismo al gobierno –especialmente a partir de agosto de 1947,
cuando asumió la presidencia Luis Batlle Berres–, el “dirigismo económico” y la
intervención estatal a fin de hacer efectiva una política de “nivelación” social,
cobró un renovado impulso, como ya sabemos. Para ello, a través de diversos mecanismos,
el Estado debía encauzar los distintos sectores de la producción en una etapa de
crecimiento acelerado, donde la industria jugaba un papel de primer orden. En forma
paralela, debía intervenir para evitar que el enriquecimiento quedara limitado
a los grupos ya poderosos, favoreciendo una distribución más igualitaria de los
ingresos.
Los principales
caminos adoptados fueron el contralor del comercio exterior y del tipo de cambio,
la defensa del valor de la moneda, el proteccionismo industrial y la política
crediticia.
A través de
ellos, el Estado conseguiría los recursos necesarios para desplegar una
política de redistribución del ingreso, o sea, repartir más equitativamente
entre los diversos sectores sociales la riqueza generada en el país.
Contralor
del comercio exterior
En 1941, como
vimos, se creó el Contralor de Exportaciones e Importaciones a fin de
regular los
valores, destinos y procedencias de los productos que exportara o importara el país,
quedando en sus manos los dólares (divisas) que ese comercio producía. Además,
se encargaba de otorgar la moneda extranjera y los permisos previos para la
importación. Al comercializar las divisas a través de organismos oficiales, la
diferencia entre el valor de la compra y venta de las mismas, quedaba para el
Estado. Por ejemplo, en agosto de 1947 el Contralor de Cambios fijó en $ 1.52
lo que recibirían los exportadores por cada dólar vendido al exterior (en
carnes, lanas, etc.); y en $ 1.90 lo que se les cobraría a los importadores por
cada dólar de mercadería que importaran. La diferencia, 38 centésimos por
dólar, eran los recursos que el Estado podía aplicar a otros sectores de la
economía. De esta forma se podía transferir parte de los ingresos de los
ganaderos (suya era la gran mayoría de los productos exportados y de los
dólares producidos por esa exportación), a la
industria y la
agricultura, muy necesitados de importar combustibles, máquinas, materias primas,
fertilizantes, etc.
Además, se fijó
el otorgamiento de cambios preferenciales, para incentivar ciertas
actividades
específicas.
Esto significa
que, además de la discriminación arancelaria (mayores impuestos aduaneros a la
introducción de productos competitivos, en la mayoría de los casos), se
estableció un sistema de tipos de cambio múltiples. Esto es, como se recordará,
que la cantidad de pesos que los importadores debían pagar para conseguir cada
dólar que necesitaban para importar un artículo, aumentaba o disminuía de
acuerdo al juicio que el Contralor tenía sobre la necesidad –o no– de ese
artículo para el país. O, en el caso de los exportadores, subía o bajaba la
cantidad de pesos que recibían por cada dólar que les pagaban en el exterior
por sus productos.
Por ejemplo, en
1944, se estableció que las exportaciones no tradicionales recibieran el tipo
de cambio del mercado libre de divisas (que era más alto, puesto que no se
regía por el contralor estatal sino por la oferta y la demanda). En 1947, un
decreto clasificaba las importaciones en tres grupos según una escala creciente
del valor fijado a las divisas:
—materias primas
necesarias, bienes de consumo y de capital específicamente indicados;
—mercaderías que
no se encontraban ni en la primera ni en la tercera categoría;
—artículos
competitivos con las industrias domésticas y mercaderías suntuarias y de lujo.
En 1949 el
sistema de tres tipos de cambio se aplicaba también a los productos exportados,
en función de la preferencia que quería adjudicársele a cada categoría.
Esta era una de
las medidas que en mayor grado afectaba los intereses de la clase alta rural. Y
de allí la constante presión –haciendo valer el hecho de que el mayor
contingente de exportación provenía de la agropecuaria– para obtener mayor
cantidad de moneda nacional por cada divisa. Entre 1950 y 1952 se estableció
cierta liberalización de las restricciones, pero ello tuvo como consecuencia
una disminución de las reservas monetarias del país.
Cuando ya
comenzaba a perfilarse la crisis que se desataría en el trienio 1957-59, el
sistema de
cambios múltiples se tornaría cada vez más complejo y casuístico, apoyándose a unas
empresas y no a otras, sin que quedara suficientemente claro si la elección
correspondía al mejor interés nacional. A modo de síntesis, repasemos los
principales objetivos que se perseguían con la aplicación del contralor cambiario:
conseguir ingresos para el Estado(derivados de la diferencia de valor entre las
cotizaciones de compra y venta), influir en el nivel de precios, favorecer
aquellos sectores de la economía que se consideraban claves para el desarrollo,
y contribuir a sostener una balanza de pagos equilibrada, no gastando más de lo
que entraba, a través del control de las divisas.
Defensa
del valor de la moneda
Directamente
ligado a lo anterior, existía en la política gubernamental una preocupación por
evitar la devaluación del peso. Eran los ganaderos, como se ha dicho, el
principal grupo que presionaba por la baja del peso (o la suba del dólar, que
es lo mismo) para obtener mejores precios en moneda nacional por sus productos.
El régimen de
cambios múltiples, que en realidad significaba devaluaciones por sector (un
precio del dólar en pesos para las exportaciones frigoríficas, otro para el
trigo, etc.), trataba de contemplar esa situación sin que los efectos de la
devaluación se extendieran al conjunto de la economía. Pero cuanto más pesos se
le dieran al ganadero por cada dólar de sus productos que vendiera al exterior,
menos valdría el peso en relación al dólar. En los hechos, sin embargo, el
valor de la moneda se mantenía en función de las reservas de oro y divisas que
había acumulado el país en los momentos de auge de su comercio exterior (en 1950
se registró el monto más alto de las reservas en oro).
En el siguiente
cuadro puede apreciarse la pérdida de reservas que se experimentó hacia 1955;
el cambio de política económica que se operó a partir de 1959 no hizo sino
acelerar el proceso.
○
Por la
disminución de reservas para equilibrar la balanza de pagos (relación entre
todas las transacciones económicas que se hacen en un año entre el país y el
extranjero), el tipo de cambio oficial cada vez se alejaba más del cambio
libre. En 1955, por ejemplo, el dólar para importación se cotizaba a $ 1,96
mientras en el mercado libre era necesario pagar $3,46. Tres años más tarde, el
tipo oficial era de $ 3,01 y el libre $ 7,35.
El
proteccionismo industrial
El batllismo en
el poder, como sabemos, adjudicó un papel relevante a la industria en la generación
de la riqueza y en la defensa de trabajo nacional. La industria desarrollaba al
país, mejoraba el nivel de vida del trabajador uruguayo y fortalecía a las
clases medias.
Esta función
benefactora debía ser promovida y ampliada por una acción tuteladora del Estado.
El proteccionismo se convirtió en una de las estrategias preferidas para
alcanzar los objetivos anhelados. Los caminos utilizados fueron de diverso
tenor:
—exenciones o
disminuciones tributarias a la importación de maquinaria industrial o de materias
primas.
—exenciones o
disminuciones tributarias a las industrias que ampliaran o modernizaran sus
equipos.
—restricciones y
prohibiciones al ingreso de productos extranjeros.
—política de
subsidios (a través de primas a la producción o, como se ha visto, por
mecanismos de
cambios múltiples que permitían favorecer cierto tipo de exportaciones y/o
importaciones).
Esta última
modalidad, la de las subvenciones, adquirió una notoria relevancia en el
período,
mientras que las medidas de tipo impositivo disminuían su incidencia. Los
cultivos industriales, por ejemplo, girasol, lino, maní, algodón, recibieron el
apoyo estatal a través de una política de precios y compensaciones. El gobierno
valoraba estas medidas destacando:
“Frente a las
grandes conmociones económicas que viven casi todos los países, la política de subsidios
es vital y asegura el orden económico, la estabilidad y hasta la paz política
de los pueblos. La intervención del Estado, en una acción eficaz de policía de
la economía, sea provocando la producción o manteniendo valores o reduciendo
costos ocasionalmente elevados, es obra de estabilidad y, por tanto, es obra
tranquilizadora”. Consideraban que así como el establecimiento de una política
proteccionista impulsada en el país en las primeras décadas del siglo había
significado un “paso revolucionario”, la política de subsidios era una segunda
etapa. Si en la
primera se había formado la capacidad industrial, con la segunda se tonificaba nuestra
economía preparándola para competir en los mercados internacionales. Donde se reveló
con mayor nitidez la voluntad proteccionista del gobierno batllista, fue en el
tema de los tops, o sea, en la venta de la lana nacional lavada y peinada. Como
se agregaba de este modo al precio de la lana en bruto el valor del trabajo
nacional, se defendió con firmeza el derecho del país a su exportación sin
barreras aduaneras discriminatorias. “[...] sería sin duda más conveniente para
los intereses económicos del país vender la lana trabajada,
elaborada por
nuestros obreros, que es una forma de vender el trabajo de ellos, a estar vendiendo
sólo el trabajo de las ovejas cuando producen sus magníficos vellones. Los industriales
europeos y también norteamericanos prefieren comprarnos la lana sucia para darle
ocasión a sus trabajadores de tener los medios y el campo donde trabajar para provecho
propio y del país en que viven [...] Si nosotros no sabemos defender nuestra riqueza,
nuestro derecho para alimentar nuestro trabajo, no vendrán otros pueblos a enseñarnos
y protegernos en este camino”. Esta política estatal de signo proteccionista
fue–como en otros momentos– duramente criticada por aquellos sectores
partidarios del mantenimiento de un modelo económico basado en las exportaciones
de nuestra producción primaria: carne y lanas. Sostenían que desviar energías
para el fomento de las actividades industriales, era forzar tendencias
seculares de nuestra economía orientadas hacia la explotación pecuaria. Estos
grupos sociales –alta clase rural, barraqueros, etc.– se inquietaban
ante la
posibilidad de represalias de los grandes centros en la compra de producción
ganadera uruguaya, y no querían pagar más caros artículos de producción
nacional que consideraban inferiores a los extranjeros. Además, tenían la
indignada convicción de que era con las divisas que ellos producían al vender
sus productos agropecuarios, que se financiaban las importaciones
imprescindibles para el crecimiento de la industria.
Sin embargo, la
existencia de coyunturas internacionales favorables –por lo menos hasta los
primeros años de la década del cincuenta– para la colocación de nuestros rubrostradicionales,
limó las aristas más agudas de ese enfrentamiento, al percibir los ganaderos buenos
precios a pesar de la “quita” que ellos sentían que se les aplicaba por medio
del tipo de cambio para exportación. La política proteccionista no logró los
resultados fecundos que se esperaban de ella. Se ha señalado, en primer
término, que se realizó de forma indiscriminada, pues fomentó el desarrollo
industrial más en extensión que en profundidad.
Esa
diversificación de energías conspiró contra el fortalecimiento real de ciertas
ramas productivas, que sólo nacieron por el calor artificial, desvaneciéndose
cuando éste no se pudo mantener. Se le ha reprochado también que no intervino
en lo medular del proceso,como por ejemplo, los aspectos tecnológicos. No se
realizaron controles sobre el tipo de maquinaria que se importaba, y ello
provocó, como ya fue señalado, inadaptación de la tecnología a la realidad
uruguaya: grandes inversiones, falta de competitividad en el exterior.
En resumen, la
protección estatal, orientada primordialmente a apuntalar el desarrollo industrial,
estimuló los ya existentes desequilibrios entre ese sector y el agrario, y su imperfecta
aplicación ahondó las dificultades de la economía nacional para crecer armónicamente.
Política
crediticia
Uno de los
instrumentos más utilizados por el Estado para impulsar determinados sectores de
la producción fue la política crediticia. Ella consistía en brindar líneas de
crédito con bajas tasas de interés para estimular actividades consideradas de
conveniencia nacional.
De allí que se
notara un leve ascenso de los créditos para la agricultura y una fuerte para la
industria, en detrimento de los tradicionalmente otorgados a la ganadería.
En 1945, los
créditos otorgados por el Banco de la República se distribuían porcentualmente de
la siguiente manera: 60.4% para actividades pecuarias, 19.7% para agricultura y
19.9% para la industria. Diez años más tarde la relación se había invertido:
38.3% para ganadería, 21.6% para agricultura y 40.8% para actividades
industriales.
El apoyo también
se daba a aquellos sectores exportadores para los cuales esa era la
única forma de poder
competir en el extranjero, o bien para paliar temporales caídas de los precios
internacionales.
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