"1959-1966: El fracaso de las políticas económicas y la profundización de la crisis
*Finch, Henry: “Historia económica del Uruguay
contemporáneo”, EBO,
1980.
1972. La crisis económica y el deterioro político - ANEP
Definimos la crisis económica uruguaya como una pérdida de dinamismo que se produjo a mediados de la década del cincuenta, y la ausencia de un desarrollo económico a partir de entonces. Desde la perspectiva de los años setenta esta apreciación podría ser considerada como un enfoque restringido de la naturaleza de la crisis. Algunas características recientes de la economía del país –tales como el deterioro de los niveles de vida, el desmantelamiento del sector público o el aumento de la participación de extranjeros en la propiedad de la tierra, la industria y la banca– bien pueden ser considerados como problemas de mayores proyecciones vinculados también con la naturaleza
de la crisis política del país. Estos rasgos de la evolución uruguaya no surgieron simplemente como consecuencia de la falta de crecimiento de la economía local. También incidió en ellos el comportamiento de la economía Occidental, que fue el marco común en el que evolucionaron otras economías latinoamericanas. Sin embargo, la falta de crecimiento económico ha sido la característica saliente de la economía uruguaya en los últimos veinte años, agravando la dependencia del país, y es el fenómeno que más necesita ser explicado. Resulta un lugar común decir que un período tan largo de decadencia económica debe tener causas históricas profundas. Ellas constituyen el tema de otros capítulos de este trabajo. Dos factores parecen haber desempeñado un rol de primer orden entre las causas de la decadencia económica de los años cincuenta mientras que otros mecanismos surgidos posteriormente prolongaron el estancamiento. El primer factor fue el deterioro del sector externo debido, a su vez, a dos causas: el valor decreciente de las exportaciones y la rigidez de la demanda de importaciones. La producción exportable estaba sujeta a un proceso de estancamiento a largo plazo pero se vio agravada, a comienzos de la década del cincuenta, por la política oficial de apoyo a la agricultura que restó tierras a la producción ganadera, base de alrededor del 80 % de las exportaciones. Entre 1945-49 y 1955-59 la superficie cultivada se incrementó en 575.000 hectáreas, la mayor parte de ellas a expensas de pasturas. Aunque esta superficie representaba sólo el 3% del área total de pastoreo la pérdida para el sector ganadero fue considerablemente mayor ya que, en general, las tierras pasadas a la agricultura correspondían a las fértiles zonas del litoral con la mayor capacidad para la alimentación de ganado. Como consecuencia de ello, aunque las exportaciones agrícolas aumentaron, este aumento se logró a expensas del sector exportador tradicional.
1959-1966: El fracaso de las políticas económicas y la
profundización de la crisis
Análisis de la crisis económica Un deterioro más serio del volumen de las exportaciones derivó de la absorción de productos agropecuarios por el mercado interno con la consecuente reducción de los saldos exportables. Los efectos de este proceso fueron particularmente graves en el caso de la carne cuyo consumo per cápita aparentemente aumentó de 72.1 kilos (1948-50) a 87.6 (1951-53) y a 79.4 (1954-56) (18).
El volumen de las exportaciones cayó abruptamente a partir de 1954-56 y esa declinación se vio posteriormente agravada por el descenso del nivel mundial de precios. A la altura del auge por la guerra de Corea (1950-52) el índice de precios de exportación promediaba 143.3 tomando como base 100 los de 1961. En los trienios sucesivos 1953-55, 1956-58 y 1959-61 ese índice fue decayendo respectivamente a 124.7, 109 y 100.7 (19). Como resultado del deterioro de los precios y del descenso de los volúmenes físicos exportados, el valor de las exportaciones uruguayas se redujo en un 43% entre 1950-52 y 1957-59.
Hacia mediados de los años cincuenta, cuando empezaba a hacerse sentir el efecto de la declinación de las exportaciones, la estructura de las importaciones difería sustancialmente de la década anterior. El rápido crecimiento industrial de este período estuvo basado en la progresiva sustitución de bienes de consumo importados por los de la producción local. En esa forma el porcentaje de bienes de consumo no duradero en el total de las importaciones cayó del 14.9 % en 1945-47 al 8 % en 1954-56 (20). En el mismo período los bienes de capital para la industria incrementaron su participación del 7.6% al 14.8% y los aceites y lubricantes aumentaron de un 8.6% al 15.7%. A lo largo del período de postguerra las materias primas significaron por lo menos la mitad del total de las importaciones. La estructura de las importaciones se conformó entonces estrechamente a las necesidades del rápido crecimiento del sector industrial y los insumos de la industria pasaron a constituir el grueso del total importado mientras los bienes de capital incrementaban su porcentaje. La relación entre el total de las importaciones y la producción industrial se incrementó rápidamente en los años iniciales de la postguerra subiendo de un coeficiente 0,29 en 1944-46 a un máximo de 0,41 en 1948-50. En 1951, cuando las importaciones alcanzaron su máximo valor, la producción industrial estaba ya creciendo a más velocidad por lo que el coeficiente de importaciones declinó en forma continua a lo largo de los años cincuenta llegando a 0,27 en 1954-56 y a 0,18 en 1958-60. (21) A partir de 1956, al caer abruptamente las importaciones y permanecer estacionaria la producción industrial, la composición de las importaciones volvió a modificarse. La proporción de bienes de consumo no duraderos se mantuvo más o menos estable pero la de los duraderos comenzó a disminuir en un proceso sólo interrumpido por el breve período de liberalización comercial a comienzos de la década del sesenta. Una declinación más significativa tuvieron los equipos industriales que llegaron a ser apenas el 10% a fines de los años cincuenta. Pero las reducciones proporcionalmente más importantes correspondieron a otros bienes de capital. Por otra parte, la importación de combustibles y materias primas aumentó su cuota en el total de importaciones. De esta forma la reducción del nivel de oferta de divisas restringió y, en realidad, indujo a la contracción del abastecimiento de bienes importados. Aunque esto se tradujo en alguna reducción posterior de la importación de bienes de consumo, el proceso de industrialización sustitutivo de importaciones había llevado ya, a mediados de la década del cincuenta, la importación de bienes de consumo no-duraderos a un límite irreductible. Como la importación de materias primas, combustibles y lubricantes debía ser mantenida a los efectos de sostener la producción industrial en los niveles alcanzados, el mayor impacto del deterioro de la capacidad importadora se hizo sentir en la importación de equipos. El segundo factor que debe ser señalado como causante del estancamiento es la detención casi completa del crecimiento industrial a partir de 1957. No es verosímil pensar que las dificultades de importación fueron, por sí solas, responsables de este hecho. A largo plazo –por supuesto– como la producción nacional de bienes de capital resultaba casi insignificante la importación de maquinarias y equipos seguía siendo necesaria para mantener el desarrollo industrial. Estimaciones realizadas en 1963, sin embargo, sugerían que la industria manufacturera estaba produciendo sólo el 50% de lo que le permitía su capacidad instalada y esa utilización difícilmente haya sido mayor en los años anteriores a pesar del breve resurgimiento de las inversiones producido a comienzos de la década. En realidad los cambios en el nivel de demanda de los productos industriales y las características de la estructura de la propia industria son los rasgos que permiten explicar en forma más convincente la detención del crecimiento del sector. Tanto la producción agrícola como la actividad de la construcción habían alcanzado sus valores máximos en términos reales antes de que se produjese la paralización industrial pero el efecto de la brusca recesión en la construcción resultó de consecuencias especialmente graves para la industria. Sin embargo, el factor crítico que condujo al estancamiento fue el tipo de desarrollo industrial que se había implantado en la década anterior. Al irse a la sustitución de importaciones y al no existir mercados exteriores accesibles para la producción nacional–el coeficiente de importaciones en los abastecimientos industriales cayó del 18% en 1945-50 al 8% en 1957-59 (24)– comenzó a hacerse cada vez más difícil impulsar un rápido crecimiento industrial. Las modalidades de la política proteccionista y la ausencia de materias primas de origen nacional aparte de las producidas por el sector agropecuario dificultaron bastante el surgimiento de una producción de bienes intermedios, mientras que la pequeñez del mercado interno y la dependencia de tecnologías desarrolladas en el exterior significaban altos costos para las nuevas industrias. Por otra parte, el rápido crecimiento industrial de la década de postguerra se caracterizó por el establecimiento de nuevas industrias cuyo ingreso-elasticidad de demanda era alto. Cuando la demanda total en la economía declinó, hubo graves consecuencias para la estructura industrial uruguaya. Aún cuando el sector agropecuario tuvo algún crecimiento en los años sesenta, luego de la declinación del quinquenio anterior, y la industria logró un relativo repunte hacia el final de la década, los aspectos primarios de la crisis, es decir, el estancamiento del sector primario y del secundario, permanecieron incambiados. Sin embargo, las distorsiones que provocó hicieron surgir nuevos mecanismos que extendieron sus consecuencias y contribuyeron a hacerlas duraderas. El más importante de estos nuevos mecanismos fue el de la aceleración del proceso inflacionario. Mientras el sistema económico creció en forma rápida en la década de postguerra sobre la base de la demanda doméstica de bienes industriales, el nivel de precios siguió una curva levemente ascendente. Este hecho no podía resultar totalmente sorprendente pero, sin embargo –a partir de 1955– un nuevo conjunto de factores empezó a hacerse sentir. El estancamiento o la declinación de los niveles productivos de la industria manufacturera trajeron aparejados una menor productividad y un aumento de los costos. El sostenido deterioro del ingreso per cápita intensificó la competencia entre los distintos grupos sociales para mantener el nivel de sus ingresos reales. El continuo déficit comercial de la década del cincuenta fue financiado primeramente a costa de las reservas, lo que permitió e! mantenimiento de tipos de cambio sobrevaluados hasta que se llegó a una serie de devaluaciones que se inició a finales de la década y se continuó a lo largo de los años sesenta. La ausencia de medidas efectivas para reducir o controlar las dimensiones del sector público crearon, por su parte, una mayor presión inflacionaria. Las distorsiones provocadas por este proceso derivaron en importantes cambios en la adjudicación de los recursos. El sector público, vulnerable siempre a las presiones que lo hacían absorber a los desocupados de cualquier otro sector de la economía e incapaz de incrementar su participación en el ingreso nacional, disminuyó la proporción de sus gastos destinada a inversiones reduciendo aún más la eficiencia de sus servicios. El sector privado, por su parte, en una situación de creciente incertidumbre y viendo declinar la rentabilidad de la actividad industrial, también redujo el nivel de sus inversiones de capital. Al declinar las inversiones en actividades productivas tuvieron que encontrarse nuevas vías para la utilización de los excedentes económicos del sistema. El sector bancario tuvo un período decrecimiento vertiginoso que llevó el número de bancos total o mayoritariamente uruguayos de 30 en 1954 a 45 en 1959 y a 50 en 1962 (25), declinando luego, a partir de mediados de la década del sesenta, como resultado de fusiones y de algunas quiebras estruendosas. Esto último contribuyó a poner en evidencia el papel que estaban cumpliendo algunos bancos al canalizar el ahorro público en inversiones especulativas tales como viviendas de lujo, compra de tierras, acumulación de stocks de mercaderías de importación o exportación y compra de monedas extranjeras. Estas reacciones clásicas ante un proceso de inflación crónica debilitaban aún más la base productiva del sistema económico mientras acentuaban la lucha de los distintos sectores sociales para mantener niveles de ingreso real que se hacían incompatibles entre sí debido a la declinación del ingreso per cápita. Pero esta declinación no se debió al proceso inflacionario en sí –con todos los perjuicios que pudo provocar– sino al fracaso de la estrategia económica que se adoptó a partir de 1947 y a la posición conservadora del sector rural.
La FEUU en los 60 y la Ley Orgánica de la Universidad tomado
de:
*Van Aken, Mark: “Los militantes. Una historia del
movimiento
estudiantil uruguayo desde sus orígenes hasta 1966”.
FCU, 1990. págs. 275-283
Los Estudiantes y la Sociedad
La Reforma Universitaria, especialmente después del estallido de Córdoba de 1918, no era un movimiento confinado dentro de los claustros universitarios. Como ya vimos, los reformistas apuntaban a transformar no sólo la Universidad sino también la sociedad. Debe recordarse que en los años 20 y 30 el Centro de Estudiantes Ariel había establecido un programa de extensión universitaria y una cadena de universidades populares que llegó a miles de uruguayos de las clases bajas que tenían escasa posibilidad de acceder a la educación formal. La “misión social” de la Reforma incluía también el concepto de colaboración con los sindicatos de trabajadores. Los militantes uruguayos compartían con otros reformistas de América Latina ese deseo de convertir la Universidad en un agente de cambio social.
La Ley Orgánica de 1958 no respaldó específicamente los conceptos de extensión universitaria o de solidaridad con el movimiento obrero militante, pero sí declaraba que la Universidad debía “difundir y defender la cultura” y “defender los valores morales y los principios de justicia, libertad, bienestar social...”. A juicio de los militantes de la FEUU estas palabras establecían la base legal para la misión social de la institución. Poco después de la promulgación de la Ley Orgánica, Luis Echave -destacado dirigente estudiantil- dejaba bien en claro que la “Universidad Nueva” iba a estar comprometida conla lucha por la revolución social, al declarar que la educación superior debía ser “combativa”, “humanista”, y estar estrechamente unida con “el pueblo”. La “Universidad Progresista” -afirmaba- debe dejar de lado todo pensamiento “oligárquico, burgués, liberal”, y orientarse hacia la lucha por la reforma agraria y la reestructura de la sociedad. Al postular estos objetivos revolucionarios de la Universidad reformada, Luis Echave hablaba en nombre de la gran mayoría de los dirigentes de la Federación. Como pasaron ocho años desde esta enunciación de los objetivos sociales de la “Universidad Nueva”, ya es posible evaluar algunos de los resultados alcanzados. Uno de los campos principales de la acción social estudiantil ha sido la extensión universitaria. En 1959 el Consejo Directivo Central aprobó la creación de un nuevo Departamento de Extensión Universitaria, asignándole una pequeña partida presupuestal suficiente para dotarlo de ocho funcionarios, entre los cuales las autoridades tuvieron buen cuidado de incluir a algunos militantes izquierdistas de la Federación. Después de tres años de operaciones, los estudiantes funcionarios del Departamento informaron que cien profesores y estudiantes habían tomado parte en un programa que había llegado a los grupos más pobres de la sociedad uruguaya, en tres ubicaciones: Barrio Sur, casi en el centro de Montevideo; Barrio Instrucciones, en los suburbios; y Pueblo Pintos, en el interior del país pero cerca de la capital. Durante este primer estallido de actividad, el Departamento suministraba a quienes carecían de recursos una asistencia médica limitada, y los estudiantes de Servicio Social visitaban a los vecinos. También se llevó a cabo un censo en las áreas donde se trabajaba. Sus resultados pusieron de manifiesto condiciones de vida por debajo de los niveles mínimos aceptables, y sirvieron como propaganda para la causa de la revolución proletaria. Se compró un local para establecer un “Centro de Barrio” donde se pensaba organizar diversiones para los niños, obras de teatro y otros servicios. Pero poco o nada resultó del Centro, cuyo Director -según informaron en 1964 los estudiantes funcionarios del Departamento- tenía problemas de salud, lo que había obligado a “suspender” las actividades. Era tan poco el interés por la extensión universitaria que no hubo un estudiante que se ofreciera como voluntario para mantener el funcionamiento del Centro. A mediados de 1960 el presupuesto del Departamento había sido reducido y los funcionarios eran sólo cinco. Los estudiantes consideraban los cargos en el Departamento como sinecuras, y cuando un militante propuso que todos los estudiantes tuvieran la obligación de tomar parte en las tareas como parte de su programa de estudios, la Federación permaneció indiferente. Aparentemente la burocratización del trabajo de extensión universitaria llevada a cabo por las autoridades produjo en la FEUU un abandono de las actividades, excepto por las oportunidades de empleo que proporcionaban. De la misma índole que la extensión universitaria era el Consultorio Jurídico, un servicio gratuito de asesoramiento legal establecido por la Facultad de Derecho en 1950. Este Consultorio permitía a los estudiantes hacer práctica forense bajo la supervisión de profesores, y proporcionaba ayuda vital a veces a quienes necesitaban consejo legal y carecían de recursos. Algunos dirigentes y profesores afirmaban que el Consultorio tenía escaso valor, pero un artículo en el órgano oficial de la Universidad encarecía el éxito que su funcionamiento significaba. Aún cuando el servicio de asistencia jurídica no llegó a ser tan importante como sus fundadores esperaban, no hay duda de que resultó más importante y más útil que el letárgico Departamento de Extensión Universitaria. Los estudiantes y profesores de la Escuela de Bellas Artes intentaron llegar “al pueblo” por medio de ventas periódicas de la producción artística de la institución en barrios pobres de Montevideo y en el interior. Además de exhibir sus trabajos y venderlos a precios bajos, los estudiantes demostraban a los espectadores las técnicas de cerámica y joyería. El propósito de estas “ventas populares” era despertar el interés del pueblo en las artes y artesanías. Los estudiantes de agronomía trataron de lograr un contacto más amplio con la población rural y sus problemas, convenciendo al Consejo de la Facultad de la necesidad de aprobar un plan para que los estudiantes realizaran un año de sus estudios en la Estación Experimental de Paysandú, en el interior del país. (Cinco profesores que se oponían al planteo estudiantil no fueron luego confirmados en sus cargos docentes.) Pese a que la Estación Experimental carecía de una biblioteca adecuada, y los profesores no estaban muy inclinados a abandonar las comodidades urbanas de Montevideo, los estudiantes informaron más tarde que la experiencia de vivir los problemas agrícolas y sociales del campo les había resultado invalorable. Puesto que la mayoría de los estudiantes de agronomía tienen poca o ninguna relación con la vida rural, no cabe duda de que la adopción del Plan Paysandú era un paso altamente criterioso y práctico desde el punto de vista pedagógico. Sin embargo no parecía que fuera a redundar en ventajas apreciables para los peones y granjeros menos privilegiados del interior, puesto que la Universidad presta muy pocos servicios a la población rural. Esta no va a obtener lo que espera y merece, hasta que el gobierno nacional no resuelva el problema de la deserción en enseñanza secundaria y establezca ramas de la Universidad, o nuevas universidades, en las capitales departamentales. Los estudiantes de la FEUU no han mostrado hasta ahora ningún interés por el problema. En general puede afirmarse que los intentos estudiantiles de convertir a la Universidad en un agente del cambio revolucionario a través del trabajo de extensión, el consultorio jurídico y las ventas populares de cerámica, han resultado ineficaces. Este podría en parte atribuirse a que la Universidad carecía de medios suficientes para emprender un programa en gran escala. Pero aun si pudiera obtenerlos, sería tal vez difícil que el movimiento estudiantil organizado lograra aprovechar la oportunidad, porque la FEUU no parecía interesada en proyectos que requirieran esfuerzos sostenidos y que no tuvieran conexión directa con la “lucha de clases” por una sociedad nueva. Los problemas sociales monopolizaban el interés de la Federación de Estudiantes, interés que nacía de su colaboración orgánica con los sindicatos militantes. El apoyo de la FEUU a los sindicatos aparece ya en sus primeros años de existencia, y puede seguirse sin interrupciones hasta el presente. Los dirigentes estudiantiles han sido paladines consecuentes de todas las causas proletarias y han proclamado su solidaridad con las organizaciones obreras en conflicto. En los primeros años no existían vínculos formales entre los dirigentes sindicales y los estudiantes. La colaboración obrero-estudiantil se organizaba sobre la marcha, por lo común después que había estallado un conflicto. Pero en los últimos años la FEUU estableció formalmente esos vínculos a través del Plenario Obrero-Estudiantil, integrado por el Secretario de Relaciones Sindicales de la Federación y delegados de la C.T.U. y principales sindicatos independientes. El papel de los estudiantes ha sido atraer a los dirigentes sindicales hacia políticas más combativas en la lucha de clases, en tanto que los delegados sindicales aparecen como más conservadores, temerosos de las consecuencias de la violencia sindical. El radicalismo estudiantil les resultaba a menudo irritante, porque llegado el momento del conflicto, arriesgaban mucho más que sus compañeros de ruta. Conviene decir -en beneficio de los militantes- que con frecuencia estaban listos a ofrecer a los dirigentes obreros la Universidad como santuario, y decididos a trabajar arduamente y a asumir riesgos en apoyo de los huelguistas. El efecto general de la actividad estudiantil ha sido la intensificación y radicalización del esfuerzo revolucionario del movimiento obrero del Uruguay.
Antes de 1960 la Federación evitaba, por decisión política, toda colaboración con los sindicatos dominados por los comunistas, pero la creación de la C.T.U. hace algunos años la puso frente a un dilema, porque también la confederación estaba bajo control comunista.
Los dirigentes anarquistas de la Federación de Estudiantes
propusieron romper con el
Plenario Obrero-Estudiantil ya que en él participaban los
“totalitarios” de izquierda, pero la
FEUU resolvió mantener su participación, básicamente porque
la C.T.U. incluía a casi todas
las principales organizaciones obreras del país. Con la
elección de un comunista para el
cargo de Secretario de Relaciones Sindicales, en 1964, los
estudiantes dejaron el camino
expedito para una colaboración más estrecha con la C.T.U. y
con el Partido Comunista del
Uruguay.
La importante influencia de los partidos políticos de
izquierda en la Federación de
Estudiantes ya se ha comentado en un capítulo previo. Pero
hay que agregar, en lo que
respecta al papel de los estudiantes en la sociedad, que
éstos ejercían una cierta influencia
sobre los líderes partidarios. Mientras que los partidos de
izquierda trataban de utilizar a la
FEUÜ como instrumento de su política, el ala estudiantil de
esos mismos partidos, basada
fundamentalmente en la Universidad, presionaba a los
dirigentes para que adoptaran tácticas
más radicales y combativas. Para demostrar que las
organizaciones políticas de izquierda
estaban también dedicadas a la lucha revolucionaria, las
jerarquías partidarias cedían a
veces frente a los reclamos estudiantiles. En general, los
estudiantes parecían creer que
había llegado el momento para un levantamiento armado,
mientras que los dirigentes
adultos se mostraban bastante más pesimistas con respecto a
la existencia de las “condiciones
objetivas” necesarias para la revolución. La posición de extrema
izquierda de los militantes
hacía imposible que pudieran influir sobre los partidos
tradicionales del Uruguay.
Pero no siempre la FEUU confió en sindicatos y partidos de
izquierda como medios
exclusivos para luchar por una sociedad mejor. Mediante una
sucesión de huelgas,
demostraciones y manifiestos, efectuaba directamente una
incesante campaña contra el
gobierno del Uruguay. Es claro que los militantes
encontraban muchos y diversos motivos
para declararse en huelga, pero el más importante y raíz de
los conflictos más prolongados,
era el presupuesto universitario. Las huelgas de estudiantes
con motivo del presupuesto se
habían convertido en una especie de fiesta anual para la
FEUU. El ritual era familiar para
todos: el Rector presentaba el proyecto de presupuesto; los
legisladores lo criticaban y
dilataban su aprobación; los estudiantes denunciaban al
gobierno por “poner en peligro la
cultura”; y los legisladores, con muchas vacilaciones,
concedían la mayoría de los fondos
solicitado. Era frecuente que el Ministro de Instrucción
Pública o el de Economía aceptaran
conversar con el alto comando de la Federación antes de
llegar a cualquier tipo de transacción
con las autoridades universitarias.
Es difícil evaluar cuál era la importancia real de la FEUU
en las negociaciones, ya que
probablemente el gobierno habría mostrado mejor disposición
hacia la Universidad y sus
problemas presupuestales si no hubiera tenido que soportar
la permanente agitación política
de la Federación de Estudiantes. El hecho de que el
porcentaje del presupuesto nacional
que se adjudica a la educación superior haya crecido
sostenidamente desde 1949 hasta
1959 (esto es, antes del cogobierno), y haya empezado a
declinar después de esa fecha,
puede ser interpretado como prueba de la animosidad del
gobierno hacia la Universidad
cogobernada. Por otro
lado, se puede también aducir que si los estudiantes no estuvieran
presionando al gobierno para que otorgara más fondos, éstos
habrían sido todavía más
reducidos.
La relación entre el movimiento estudiantil y los problemas
sociales se reflejaba también
en la política de la FEUU con respecto al desarrollo
económico del Uruguay. La Universidad
tiene y tendrá crucial importancia para el progreso
económico, porque prácticamente
todos los expertos uruguayos en las áreas de ingeniería,
agricultura, veterinaria, salud
pública, servicio social y economía, salen de sus aulas. Los
profesores y los egresados
constituyen una gran reserva técnica del país, y la
Universidad -según el papel que opte por
desempeñar- podría hacer mucho o muy poco para acelerar el
desarrollo económico y
social. Puesto que la política universitaria se establecía
en gran medida por los estudiantes,
las actitudes de los militantes de la FEUU debían ser
tenidas en cuenta.
En los últimos seis años (antes de 1965) los dirigentes
estudiantiles habían tenido dificultades
para tomar decisiones sobre el tema del desarrollo económico
y, como resultado, no habían
logrado establecer una política coherente al respecto.
Muchos estudiantes, movidos por un
fuerte nacionalismo, estaban de acuerdo con apoyar el
desarrollo económico, pero ese
mismo sentimiento nacionalista los llevaba a oponerse a
recibir ayuda económica de la
Alianza para el Progreso, debido a sus conexiones con el
“imperialismo”. Además de los
conocidos argumentos anti-imperialistas, algunos militantes
se oponían al desarrollo económico
del Uruguay mientras el país siguiera teniendo un régimen
capitalista, sosteniendo que
promover mejoras económicas bajo ese sistema simplemente
pospondría el advenimiento
de la revolución social. Afirmaban que el progreso
tecnológico mejoraría superficialmente
los problemas sociales y económicos, pero no los resolvería.
En general la actitud de la
dirigencia estudiantil era más bien de hostilidad que de
simpatía con respecto a promover
el desarrollo económico.
Para ilustrar esa actitud de la FEUU, puede citarse el caso
de la Comisión de Inversiones
y Desarrollo Económico (C.I.D.E.), creada por el gobierno en
1960 como parte de un
esfuerzo para analizar los problemas de la producción y
preparar un programa de desarrollo.
Sospechando que la C.I.D.E. estaba conectada de alguna
manera con la política de ayuda de
los Estados Unidos, los militantes estudiantiles denunciaron
a la Comisión y previnieron a los
profesores universitarios que no debían colaborar con esa
nueva oficina del imperialismo
yanqui. La C.I.D.E. demostró más tarde su utilidad para el
país, publicando un informe
exhaustivo y profundo sobre la economía nacional, que
señalaba los diversos defectos de
sus estructuras de producción y distribución. Los oradores
de la izquierda se habituaron
rápidamente a citar el informe de la Comisión, pero la
Federación nunca declaró estar de
acuerdo con ella.
En lo que respecta a la ayuda económica de los Estados
Unidos a la Universidad, el
movimiento estudiantil siguió un curso errático y
contradictorio. Todo proyecto de asistencia
era considerado automáticamente como sospechoso, pero los
centros estudiantiles aprobaron
muchos programas porque veían en ellos más ventajas que
inconvenientes. Un acuerdo
entre la Facultad de Agronomía y la State University de lowa
para modernizar el programa
uruguayo de enseñanza de agricultura, dio un ejemplo
destacado de cómo un proyecto
podía ganar la aprobación estudiantil, aunque el hecho de
que el Centro de Estudiantes de
Agronomía estuviera controlado por demócratas no
izquierdistas, seguramente haya sido
gravitante en este caso. Los estudiantes de la Escuela de
Servicio Social (centro controlado
por los unitarios) impidieron que un profesor visitante
dictara conferencias, porque se
trataba de un ciudadano de los Estados Unidos, y católico
por añadidura. Por el contrario,
los estudiantes de la Facultad de Humanidades (terceristas)
permitieron que dos arqueólogos
de la misma nacionalidad dictaran cursos de manera regular
en la institución.
Hacia 1964, el Programa de la Alianza para el Progreso había
alcanzado gran desarrollo,
y se canalizaba en gran parte a través de la Universidad,
que disponía de los técnicos
necesarios para manejar los proyectos. La creciente
importancia de la ayuda “imperialista”
llevó a la FEUU a adoptar una nueva política, que ponía en
manos de la Federación -ya no
de los centros estudiantiles- la capacidad para decidir en
definitiva sobre toda propuesta de
ayuda. Además, la FEUU declaró que la Universidad debía
diversificar los orígenes de la
ayuda que aceptara, a fin de evitar la dependencia de un
solo país (ejemplo, los Estados
Unidos). Pese a esta nueva política, y sin que hubiera un
incremento apreciable de la ayuda
proveniente de países europeos, la Facultad de Ciencias
Económicas llegó a un acuerdo con
funcionarios norteamericanos para traer un grupo de expertos
chilenos al país.
Durante 1965, la escalada en la guerra de Vietnam y la
ocupación de la República
Dominicana por los Estados Unidos provocaron un nuevo
estallido antiyanqui, dando lugar a
una vigorosa reacción estudiantil contra los diversos
programas de ayuda financiera
norteamericana a la Universidad. Los estudiantes de
Humanidades propusieron eliminar
todos los programas de ese origen de la Universidad. Esta
moción no prosperó, pero significó
una advertencia seria de que los estudiantes podrían -si así
lo desearan- terminar con todos
los esfuerzos de los Estados Unidos para promover el
desarrollo de la economía y la educación
a través de la Universidad.
Para los estudiantes de izquierda había algo todavía más
detestable que el gobierno de
los Estados Unidos: era la Organización de los Estados
Americanos (OEA), a la que consideraban
una asociación latinoamericana de lacayos del imperialismo.
En 1964 y 1965 la OEA estableció
en Montevideo el Programa Interamericano para la Mejora de
la Enseñanza de las Ciencias
Básicas. Para obtener aulas adecuadas donde dictar sus
cursos, los funcionarios del programa
-apresuradamente- alquilaron el último piso de la Facultad
de Ingeniería. A pesar de que el
programa no se relacionaba en manera alguna con la
Universidad, los cursos se llevaban a
cabo dentro de un edificio de la institución. Para empeorar
las cosas, los cursos empezaron
casi simultáneamente con la asunción por parte de la OEA de
la responsabilidad por la
ocupación de la República Dominicana.
Como consecuencia a nadie sorprendió que la Asociación de
Estudiantes de Ingeniería
atacara el nuevo centro instalado en la Facultad como
instrumento del imperialismo,
clausurara ésta por algunos días a modo de protesta, y
destacara estudiantes en los salones
de clase para denunciar a la OEA. Como estas medidas no
tuvieron éxito, los militantes de
Ingeniería llevaron el asunto a la FEUU, y reclamaron al
Consejo Directivo Central que
expulsara a la OEA de la Universidad. Los estudiantes
afirmaban que el programa de
ciencias básicas era parte de un “complot imperialista para
disminuir el nivel cultural del
Uruguay y de América Latina”. Si la actitud de la FEUU era
perfectamente predecible, la
que adoptaron el Rector y algunos decanos fue inesperada. El
Rector Crottogini defendió el
programa de la OEA y obtuvo el apoyo del número suficiente
de decanos para votar
negativamente la moción de la Federación. Esta victoria tuvo
su precio, sin embargo,
porque llevó al Rector a un enfrentamiento con la FEUU que
provocó su renuncia pocas
semanas después.
Si bien la política de la FEUU con respecto al desarrollo
económico fuera ambigua, su
influencia política sobre los estudiantes universitarios era
clara y concreta. Los militantes
de la Federación trabajaban arduamente haciendo propaganda
en apoyo de sus ideologías
izquierdistas. El drástico cambio que experimentaban las
opiniones políticas de los estudiantes
durante los dos primeros años de facultad debe atribuirse,
aunque sea parcialmente, a la
efectividad de la FEUU. El programa de orientación para
alumnos de primer año que
desarrollaban los centros estudiantiles, estaba sobrecargado
de alocuciones izquierdistas a
cargo de militantes. Los centros auspiciaban programas
diversos, de cine (a menudo sobre
la revolución cubana), conferencias y debates sobre
problemas sociales, y además mitines
políticos. Como regla general, solo los izquierdistas
estaban autorizados a hacer uso de la
palabra en la Universidad. La mayoría de los jóvenes
interesados en política estudiantil
comprendía en seguida que para tener éxito había que ser
izquierdista.
Algunos estudiantes reaccionaban de manera muy negativa a
esa experiencia política
vivida en la Universidad, pero muchos aceptaban por lo menos
algunos de los puntos de
vista sustentados por los militantes, especialmente las
tesis anti-imperialistas que resultaban
profundamente atractivas para el nacionalismo uruguayo.
Aunque es imposible evaluar
cuantitativamente el impacto de la FEUU sobre los
estudiantes, no es arriesgado afirmar
que el evangelio izquierdista de la Federación lograba un
éxito por lo menos moderado
entre gran número de estudiantes. Si como muchos
observadores consideran, la
intelectualidad uruguaya se estaba desplazando cada vez más
hacia la izquierda a mediados
de los años 60, entonces debe reconocerse que la FEUU
desempeñó un papel principal en
este proceso de radicalización. Sin duda muchos de los
estudiantes izquierdistas abandonarían
sus creencias revolucionarias en años posteriores, pero un
número significativo de militantes
conservaría los conceptos políticos adquiridos en la FEUU y
en la Universidad. Quienes
piensan que la mayoría de los militantes uruguayos adoptan
rápidamente actitudes
conservadoras después de salir de la Universidad, están muy
equivocados. (26) El esfuerzo
de la FEUU para radicalizar las opiniones estudiantiles debe
considerarse como
moderadamente exitoso.
La respuesta política:
El impacto de la crisis: las reacciones políticas Tomado de:
*Finch, Henry: “Historia económica del Uruguay
contemporáneo”, EBO, 1980, págs. 41-51
El estancamiento económico implicó para el Uruguay batllista
un duro golpe que, a la
larga, resultaría fatal. La pérdida del dinamismo económico
iniciaría el proceso que conduciría
a la crisis política. Es posible que alguna forma de crisis
política fuese inevitable dado el
debilitamiento de la posición de las burguesías nacionales
en toda América Latina y la
aparición de nuevas formas de dependencia. Si hubiese sido
posible mantener una tasa de
crecimiento del ingreso real per cápita de 2 ó 3 % anual
hasta más allá de mediados de la
década del cincuenta, el inicio de la crisis pudo haberse
postergado. El sistema político
imperante rara vez postuló la necesidad de un crecimiento
económico sostenido (26). Sin
embargo, las políticas redistributivas y basadas en el
consenso del Uruguay de postguerra –
aunque no fuesen por sí mismas conducentes para lograr el
desarrollo– debían tener como
premisa indispensable el crecimiento global de la economía
al igual que sus antecesoras de
la época de Batlle y Ordóñez. Las reacciones de la clase
política frente a la situación
económica revisten, por lo tanto, un gran interés.
La estrategia económica que comenzó a ser implementada a
fines de la década del
cuarenta no fue objeto de mayores revisiones en toda la
década siguiente. La distorsión de
la economía, que era ya evidente hacia 1955, no había asumido
todavía caracteres tales
que hiciesen irresistible el reclamo de un cambio ni era tan
grave como para que sus
efectos más notorios no pudiesen ser subsanados por medidas
parciales. Las reservas de
divisas eran todavía suficientes para enjugar los continuos
déficit comerciales y, aunque los
gastos públicos excedían continuamente a las rentas, la tasa
anual de aumento de los
precios al consumo promedió sólo un 11 % entre 1951 y 1955.
Pero a los signos de desequilibrio
observados en la primera mitad de los años cincuenta se
sumaron, en la segunda, el
estancamiento y luego la liquidación gradual de las reservas
monetarias. A pesar de estos
hechos, el gobierno colorado reelecto en 1954 mantuvo su
estrategia económica general:
“Renglón fundamental de nuestra vida económica y de la paz
social que vivimos es defender
y fomentar nuestra industria manufacturera” . Luis Batlle
aprovechó la misma
oportunidad para criticar a los productores rurales –excepto
a los ovejeros– por su dependencia
de los subsidios estatales y también para afirmar la
importancia del sistema de cambios
múltiples para el comercio exterior. Sin embargo, en
setiembre de 1955 se produjo una
devaluación de los tipos de cambio aplicables a casi todas
las importaciones y a algunas de
las exportaciones. Al año siguiente se reforzaron los
controles comerciales y cambiarios a
los efectos de restringir el nivel de importaciones y de
hacer viable una creciente tendencia
a los acuerdos comerciales bilaterales. Asimismo, en 1956,
se iniciaron conversaciones con
un grupo de bancos de Nueva York a los efectos de obtener un
crédito de treinta millones
de dólares, cosa que no se concretó por no estar dispuesto
el gobierno uruguayo a aceptar
las condiciones exigidas . La acelerada depreciación de la
moneda agudizó las tensiones
sociales. Las huelgas eran frecuentes y casi siempre más
perjudiciales de lo que habían sido
en la década anterior. Los exportadores de lana, con la
ventaja de disponer de una mercadería
no perecedera, acapararon la producción a los efectos de
obtener un tipo de cambio más
favorable y, en esa forma, la provisión de divisas para la
importación empezó a hacerse
cada vez más restringida e irregular. Finalmente, en octubre
de 1957, se cerró por un
tiempo el mercado de cambios.
La política económica de los colorados llegó finalmente a su
término al implantarse la
Reforma Monetaria y Cambiaria en diciembre de 1959. La
oposición se había incrementado
a partir de 1957 y estaba siendo aprovechada por el sector
exportador rural, cuya capacidad
para provocar crisis cambiarias a través de la retención de
la producción o del contrabando
al Brasil socavaba aún más las bases de una economía ya de
por sí maltrecha. El descontento
de los productores rurales encontró expresión política en la
Liga Federal de Acción Ruralista,
cuya decisión de apoyar el lema Partido Nacional en las
elecciones de 1958 resultó un factor
decisivo para la derrota colorada. Sin embargo, el primer
gobierno blanco de este siglo,
instalado en marzo de 1959, no pareció tener una doctrina
económica coherente ni tener
preparado un conjunto de medidas para enfrentar la
situación. Según se dijo más tarde, la
política blanca estuvo orientada hacia cuatro objetivos
fundamentales: reforma y recuperación
financiera, libertad comercial, estabilidad monetaria y
desarrollo económico y social (29).
Pero estas orientaciones tardaron en concretarse y recién a
fines de 1959 –casi seis meses
después de la llegada de una misión del Fondo Monetario
Internacional– la Reforma Monetaria
y Cambiaria se convirtió en ley.
El paquete de medidas estabilizadoras provocó grandes
controversias en su momento y
en épocas posteriores aunque, en realidad, tuvo escasa
importancia a largo plazo. No fue –
por supuesto– el causante de los problemas económicos del
país, tal como sostuvieron sus
opositores políticos, pero debe decirse que sus directivas
fueron ampliamente ineficaces
para solucionar esos problemas. La ideología en la que se
inspiraba era la del liberalismo
económico, con el mercado libre y la libre competencia, como
reacción contra el dirigismo
estatal y el intervencionismo del Estado en la economía, a
los que se consideraba causantes
de la distorsión de los precios y del sistema productivo.
Sus objetivos fueron, por lo tanto,
reestablecer el equilibrio interno y externo mediante la
creación de un mercado de cambios
libre con tipos únicos y fluctuantes, desmantelando los
controles comerciales y cambiarios y
dando fin a la tendencia a los acuerdos comerciales
bilaterales. Estas medidas fueron
acompañadas por restricciones sobre la expansión de los
medios de pago y por una devaluación
sustancial del peso uruguayo. En el mercado libre comercial,
el tipo de cambio de $ 4.11
por dólar anterior a la reforma se elevó a $ 11.06. Para
atenuar las dificultades del período
de transición se establecieron detracciones para las
exportaciones y recargos y depósitos
previos para las importaciones en un régimen que se pensó
como transitorio. El monto de
estos gravámenes variaba de acuerdo a la mercadería en
cuestión, de modo que uno de los
rasgos esenciales del sistema de cambios múltiples venía a
mantenerse en el nuevo régimen.
Pocos meses después, en setiembre de 1960, la paridad de $
7.40 por dólar fue acordada
con el Fondo Monetario Internacional, la cuota uruguaya fue
elevada de quince a treinta
millones de dólares y el camino quedó abierto para los
créditos internacionales.
La Reforma Monetaria y Cambiaria fue, en cierto modo, una
consecuencia inevitable de
la situación a que se había llegado. A fines de la década
del cincuenta resultaba ya claro que
la política de industrialización basada en la sustitución de
importaciones que habían puesto
en práctica los colorados estaba superada y que los intentos
de prolongar su existencia a
través de nuevas manipulaciones de los controles comerciales
o cambiarios sólo podían
tener resultados a muy corto plazo. La necesidad de ayuda
externa ya resultaba evidente a
través de las infructuosas gestiones realizadas por el
gobierno colorado ante el Fondo y –
dada la tendencia de los políticos uruguayos a realizar el
mínimo de cambios indispensable
para evitar la crisis inminente– el acercamiento de los
blancos a la institución crediticia
internacional debió resultar a todos una medida obvia.
Algunos pudieron decir que esta
decisión contribuyó a entregar el país a la penetración
extranjera y a implantar un régimen
regresivo en la distribución de la renta nacional. Por otro
lado, el Fondo Monetario podía
ofrecer un programa coherente para el desarrollo económico
del país, cosa que el gobierno
blanco no parecía en condiciones de hacer sin ayuda externa.
Además, la redistribución de
la renta en favor de los intereses rurales recompensaba el
apoyo electoral de la poderosa
clase conservadora y, por lo menos, algunos de los cambios
de orientación exigidos por el
Fondo –tales como la fijación de una nueva paridad para el
peso y la unificación de los tipos
de cambio, por ejemplo– eran más aparentes que reales.
La fórmula fondomonetarista proporcionó al nuevo gobierno
una solución para el problema
inmediato de la crisis de la balanza de pagos, favoreciendo
además a los intereses rurales
mayoritarios en el partido triunfante, cosa que le permitió
volver a ganar las elecciones en
noviembre de 1962. En realidad, la economía mostró, en un
principio, signos de recuperación.
Luego del desastroso año 1959, en el que las inundaciones
afectaron grandes áreas
distorsionando la producción agropecuaria, el producto bruto
interno aumentó el 3.6% en
1960 y el 3% en 1961. Las exportaciones tuvieron cierto
repunte, alcanzando en volúmenes
físicos el nivel más alto del quinquenio en 1961 con una
cifra que, sin embargo, no superaba
la del promedio de los años 1945-55 y que no volvió a ser
alcanzada hasta finales de la
década. En 1959 y 1960 el gobierno central logró superávit
presupuestales –aunque el sector
público en su conjunto seguía acumulando déficit– y el
índice de precios al consumo bajó del
39.3% en 1959 a 10.9% en 1962.
Aún en el corto, plazo, sin embargo, la reforma demostró
serias inadecuaciones. Luego
de una década en la que las importaciones habían estado
reguladas por controles físicos y
de ese modo dependían de un orden de prioridades y de la
existencia de divisas, la desaparición
de los controles que se produjo en 1960 trajo como resultado
su fuerte incremento,
particularmente de bienes de consumo duraderos y de equipos.
Los déficit acumulados de
la balanza comercial en el período 1960-62 totalizaron 160
millones de dólares. La liberalización
del régimen de comercio exterior permitió que se pusiese en
evidencia la inelasticidad de la
demanda de bienes importados, cosa que hasta entonces había
permanecido oculta.
La reforma pudo haber mantenido alguna coherencia si la
mejora de las exportaciones
lograda en 1961 hubiese podido mantenerse. De todos modos –y
tal como se sostiene en el
capítulo tercero de este trabajo– mientras la totalidad de
la producción agropecuaria es
básicamente sensible a las variaciones de precios, el
aumento de esos precios tiende a
traducirse en un aumento de los costos. En todo caso, los
ajustes de los tipos de cambio
marchaban con retraso con respecto a la inflación, por lo
qué la redistribución del ingreso
en favor de los sectores rurales resultaba perjudicada
mientras los precios reales de los
productos de exportación caían abruptamente a partir de
1960. (Cuadro 7.5) Por otra
parte, los problemas del agro uruguayo radicaban en
profundos problemas de estructura
frente a los cuales la reforma resultaba irrelevante como
solución a largo plazo para el
estancamiento de la producción rural.
Otro factor significativo durante este período fue el
crecimiento de la deuda externa en
la que los créditos de los proveedores a la importación
–libremente negociados como resultado
de la reforma– eran la parte sustancial. La debilidad
fundamental de la reforma no fue que
sacrificaba el crecimiento económico en aras de reducir la
tasa de inflación –tal como
sucedía con las políticas estabilizadoras en cualquier otro
país de América Latina (30)– sino
que, simplemente, la restauración, necesariamente
incompleta, de las fuerzas del mercado
en el mercado de cambios y la abolición de los controles
fracasaron en su intento de
eliminar las causas del desequilibrio de la balanza de
pagos.
Aunque la Reforma Monetaria y Cambiaria fue la más relevante
expresión de la política
económica del gobierno blanco, una iniciativa de gran
importancia de futuro fue la elaboración
de un Plan Nacional de diez años . La C.I.D.E. (Comisión de
Inversiones y Desarrollo
Económico) fue creada en 1960 con el cometido de coordinar
los proyectos de inversiones
del sector público. Encargada de preparar planes nacionales
como forma de canalizar la
ayuda externa de la Alianza para el Progreso, sus recursos
fueron reforzados y sus objetivos
ampliados a los efectos de que pudiese preparar un informe
completo de los problemas de
la economía uruguaya que fue publicado en mayo de 1963. A
comienzos de 1964 la
C.I.D.E. fue reestructurada con la denominación de Consejo
Interministerial de Desarrollo
Económico y su Plan fue publicado en mayo de 1965.
Aún cuando el Plan y sus recomendaciones fueron casi
totalmente ignorados por los
gobiernos posteriores, el trabajo del C.I.D.E. resultó de un
inmenso valor. El informe de
1963 fue el primer diagnóstico serio que se hizo en el Uruguay
acerca de la crisis. Sus
conclusiones resultaron, sin embargo, menos novedosas que
los datos y análisis aportados
como base de la Investigación. A comienzos de la década del
sesenta, el Uruguay carecía de
una información estadística básica que hiciese posible una
planificación económica racional.
El censo de población de 1963 era el primero que se
realizaba desde 1908. En 1962 se
designó una comisión para elaborar ¡as cuentas nacionales
que fueron publicadas en forma
definitiva en 1965 cubriendo el período 1955-63. Hasta esa
fecha, las estimaciones de la
renta nacional quedaron libradas a cálculos aislados e,
individuales basados en material
estadístico inadecuado. Pero, aparte de estos materiales
básicos, el C.I.D.E. confeccionó
también un buen número de informes sobre distintos aspectos
de la actividad económica.
Al desapasionado y convincente diagnóstico de la crisis
uruguaya que se hacía en estas
publicaciones se sumaba el respaldo de la autoridad
intelectual de su Secretario Técnico, el
Cr. Enrique Iglesias.
El diagnóstico del C.I.D.E. era fundamentalmente de carácter
estructuralista y desarrollista.
El problema de la inflación era considerado como
consecuencia fundamentalmente del
estancamiento económico, de los conflictos sociales
resultantes y del deterioro de los términos de intercambio más que como el
resultado de una política de expansión monetaria .
El estancamiento, por su parte, aparecía allí enraizado en
la problemática de la industria
manufacturera que había agotado las posibilidades fáciles de
la sustitución de importaciones
y se veía limitada por la pequeñez del mercado interno. “La
débil reacción de la producción
agropecuaria al solo estímulo de los precios” aparece también señalada como una de
las causas del estancamiento productivo. Las propuestas del
Plan incluyen un conjunto de
objetivos para un período de diez años, en especial un
aumento promedio del ingreso per
cápita del orden del 4%, un programa trienal dirigido a
sentar las bases de un crecimiento
rápido y un plan de estabilización de un año para reducir la
tasa de inflación y eliminar los
factores no estructurales de inestabilidad. El proyecto en
su conjunto toma la forma de una
planificación indicativa que esboza una línea de inversiones
para el sector público a los
efectos de aumentar su participación en el conjunto de las
inversiones de capital especialmente
durante el periodo trienal. Los proyectos de inversión del
sector privado serían considerados
de acuerdo a un orden de prioridades en el marco de la
planificación general. No se
anticipaba ningún aumento de las dimensiones del sector
público a expensas del sector
privado y la economía del país iba a seguir siendo mixta,
manteniéndose los mecanismos
determinantes de los precios en la órbita privada. En lo que
tiene que ver con la proporción
de las inversiones a ser financiadas por préstamos externos,
la tasa del 16% (1960-63)
anterior al Plan debía reducirse a menos del 1 % en 1974,
utilizándose el capital
extranjero sólo cuando se diesen condiciones estrictamente
establecidas en materia de
nivel de ahorro interno y de situación de la balanza de
pagos.
Lo más importante del Plan no radicó, sin embargo, en la
tasa de crecimiento proyectada
ni en la creación de un marco aceptable para el Comité de
Expertos de la Organización de
los Estados Americanos que asegurase al Uruguay la
posibilidad de una posterior ayuda
externa. Las propuestas del Plan contenían un conjunto de
reformas estructurales cuya
implementación se señalaba reiteradamente como indispensable
para su éxito. La reforma
debía extenderse a las estructuras agrarias, buscando
eliminar los problemas de dimensión
y tenencia de las unidades de explotación agropecuaria que
dificultaban la implantación de
nuevas tecnologías; al sistema impositivo, mediante la eliminación
de algunos impuestos
antieconómicos y la mejora administrativa del régimen
fiscal; al sistema financiero, mediante
la creación de un Banco Central independiente y la
transformación del Banco de la República
en una institución más especializada en la promoción del
desarrollo; y a la administración
pública, mejorando tanto la calidad de sus servicios como su
capacidad para dirigir y
coordinar la política económica. También se recomendaban
cambios fundamentales en el
sistema de seguridad social, en la promoción de las
exportaciones y de la industria y en
varios otros planes sectoriales. Estas propuestas de reforma
derivaban directamente del
anterior diagnóstico del C.I.D.E. sobre los problemas
estructurales del sistema económico
uruguayo. Su carácter de proyecto de largo alcance y su
insistencia en la necesidad de su
puesta en práctica convirtieron el Plan en un manifiesto en
favor del cambio a la par que en
un programa concreto de desarrollo.
Sin embargo, un plan económico –aún de carácter indicativo–
constituye un documento
político, tanto en lo que tiene que ver con su ideología
implícita como en lo que respecta a
los sectores sociales y económicos a los que va dirigido. El
Plan intentaba resolver este
problema estableciendo un campo de opciones específicamente
“políticas” mientras
enfatizaba que el Plan en sí mismo era un instrumento
“técnico”. El área política
incluía la decisión de adoptar el Plan, la creación de un
clima de confianza en el futuro del
país y la seguridad de una efectiva colaboración del sector
privado (38). Con una respuesta
política positiva el Plan podría ser adoptado como un
expediente técnico realista para
lograr el crecimiento económico y una justa distribución de
sus beneficios, empleando la
eficiencia y la racionalidad económica como criterios
objetivos de la reforma. Creer que la
ineficiencia y la irracionalidad eran los obstáculos
fundamentales para el desarrollo del
Uruguay fue, tal vez, el error básico de este enfoque
estructuralista. La eficiencia y la
racionalidad sólo resultan criterios objetivos cuando existe
un acuerdo básico sobre un
conjunto de valores sociales y políticos, cosa que no
sucedía ciertamente en este caso. El
gobierno blanco se vio obligado a crear un organismo de
planificación por las exigencias de
la Alianza para el Progreso y por la necesidad interna de
demostrar concretamente su
preocupación por el futuro del país. Pero el énfasis que el
Plan ponía en la necesidad de que
la dirigencia política adoptase la planificación como
técnica básica sugería ya claramente lo
que los hechos iban a poner luego en evidencia, es decir,
que los partidos políticos no tenían
ninguna intención de poner en práctica el Plan y sus
reformas. De haberlo hecho hubiesen
actuado en contra de sus propios intereses, en contra de los
intereses de las burocracias
que constituían su clientela y también del sector privado en
general, especialmente del
sector terrateniente y del sistema comercial y financiero.
En 1962 el Partido Nacional, que había aprobado la Reforma Monetaria
y Cambiaria,
volvió a ganar las elecciones. Para esa fecha los puntos
fundamentales de su política económica se estaban haciendo insostenibles aunque
debieron ser mantenidos por motivos electorales.
En 1963, sin embargo, el peso fue devaluado y pasó de $
11.04 a $ 16.50 por dólar
creándose un nuevo mercado de cambios, dedicado
especialmente a transacciones no
comerciales, cuya cotización no era sostenida por el Banco
República. Hasta esa fecha la
cotización sobrevaluada del peso había constituido un
expediente para garantizar una cierta
estabilidad de los precios pero ello se había logrado al
precio de amplios déficit en la balanza
comercial, una creciente presión especulativa en contra de
la moneda uruguaya y un serio
endeudamiento externo. Una vez pasadas las elecciones, la
presión para que se abandonase
la Reforma no tuvo ya motivos para ser resistida.
Durante el segundo gobierno blanco la evolución de la
economía estuvo caracterizada por
la continuación del estancamiento, por la aceleración del proceso
inflacionario, por los
déficit fiscales y del sector público, y por la creciente
especulación financiera que operaba
a través de un sistema bancario hipertrofiado y que resultó
en una fuga de capitales de 246
millones de dólares en el período 1962 - 67 . Por otra
parte, los déficit de las cuentas
corrientes generados en los años de liberalización comercial
del anterior gobierno fueron
enjugados mediante nuevas devaluaciones del peso en el
mercado oficial de cambios y por
la manipulación de los controles sobre la importación.
Aunque no se produjo ninguna ruptura
formal en las relaciones con el Fondo Monetario –y, aún, se
llegó a un acuerdo para refinanciar
la deuda externa a comienzos de 1966– la política económica
de mediados de la década del
sesenta significó un limitado retorno a la práctica de los
contralores comerciales y cambiarios
y –si exceptuamos la ya mencionada publicación del Plan
Nacional del C.I.D.E.– no vio surgir
ninguna nueva iniciativa.
Las elecciones de 1966 se disputaron casi exclusivamente en
torno al tema de la reforma
constitucional. La situación económica no se convirtió en un
tema central de la campaña
pero el retorno al poder del Partido Colorado y la
restauración del Poder Ejecutivo unipersonal
marcaron un cambio significativo en la actitud de! gobierno
ante la crisis económica. El
cambio del Consejo Nacional de Gobierno integrado por nueve
miembros por una presidencia
fortalecida en sus poderes por el nuevo texto constitucional
ayudó a consolidar la posición
del Ejecutivo frente a las presiones derivadas del proceso
político. Paradójicamente, la
reforma constitucional pensada –entre otros motivos– para
prevenir la posibilidad de un
golpe de Estado hizo posible la independización de la
Presidencia con respecto a los partidos
políticos cuando, en diciembre de 1967, Jorge Pacheco Areco
asumió el poder luego de la
muerte del presidente Gestido. Más allá de los cambios
institucionales, el deterioro de la
situación económica hizo inevitable un cambio de orientación
(40). La inflación seguía en
aumento constante desde comienzos de la década del sesenta y
superó el 70 % en 1966. El
programa de estabilización no podía, pues, demorarse más.
Por otra parte, la acumulación
de las obligaciones de la deuda externa iniciada en la primera
mitad del decenio alcanzaba
a 96.8 millones de dólares de intereses y amortizaciones del
sector público con vencimiento
en 1967.
El gobierno del General Gestido, iniciado en marzo de 1967,
no intentó imponer, en un
principio, un programa estabilizador. Hasta poco antes de su
muerte, el nuevo mandatario
se resistió a la reanudación de los contactos con el Fondo
Monetario Internacional prefiriendo
buscar apoyo popular para una política “desarrollista” sobre
la base de su prestigio como
administrador y de su relativa independencia con respecto a
la política partidaria. Su
experiencia terminó en noviembre de 1967 con una nueva
devaluación del peso de 98 a 200
unidades por dólar en el mercado oficial de cambios. El
fracaso de esta política no se debió
solamente a la herencia de problemas del pasado y a la
creciente oposición del sector
privado frente al intervencionismo estatal sino también a
sucesivos períodos de sequía y de
inundaciones producidos ese año que redujeron los saldos
exportables de la producción
agropecuaria, aceleraron el proceso inflacionario al elevar
los precios de los alimentos y
estimularon las actividades especulativas en materia
cambiaria. El acceso a la presidencia
de Pacheco Areco confirmó la nueva orientación aunque los
rasgos principales de la misma
no resultaron totalmente apreciables hasta mediados de 1968.
En abril de ese año tuvo
lugar una nueva devaluación del orden del 25% y en junio se
decretó una congelación de
precios y salarios a los efectos de detener el proceso
inflacionario que había alcanzado un
incremento del 180% en los precios de los artículos de
consumo en los doce meses anteriores.
Los Consejos de Salarios, anterior régimen de negociación
salarial, fueron sustituidos por la
Comisión de Precios e Ingresos (COPRIN) que debía controlar
las nuevas escalas de precios y
salarios fijadas por decreto. Los poderes del Ejecutivo, ya
aumentados por la reforma
constitucional de 1966, se vieron reforzados por nueva
legislación de emergencia. La política
económica, sin embargo, se mantuvo sin cambios hasta que sus
propias contradicciones –
especialmente las derivadas del mantenimiento de un tipo de
cambio sobrevaluado y las
exigidas por la campaña electoral de 1971– provocaron
primero su distorsión y luego su
abandono. Esta etapa resulta muy significativa en la
evolución de la crisis y requiere un
análisis cuidadoso, entre otras cosas porque este intervalo
de forzada estabilidad se vio
acompañado por un resurgimiento del desarrollo económico.
La estrategia adoptada en 1968 guarda cierta similitud con
la que se puso en práctica en
1960 bajo el primer gobierno blanco. En ambos casos la
devaluación de la moneda incrementó
grandemente los ingresos de los propietarios rurales y de
los exportadores así como las
rentas del Estado a la par que reducía el nivel de los
salarios reales. Con todo, la congelación
salarial que impuso una nueva redistribución de la renta en
1968 no hubiese sido posible a
comienzos de la década del sesenta cuando todavía seguía
vigente el estilo batllista de
gobierno. El enfrentamiento que se produjo con las
organizaciones laborales carecía de
precedentes en el Uruguay batllista y, a pesar de los
ajustes de salarios autorizados a fines
de 1968, el promedio de los salarios reales bajó ese año a
86.5 (base 1961) mientras que en
1967 había sido de 101.7. Los conflictos laborales no se
redujeron por el posterior
aumento del índice de salarios reales a 102.3 en 1969 ni por
el compromiso del gobierno de
mantener la estabilidad cambiaria luego del escándalo que
acompañó a la devaluación de
abril de 1968.
La orientación económica del gobierno de Pacheco Areco fue
notablemente exitosa no
sólo en lo que respecta a la desaceleración de un proceso
inflacionario extremadamente
rápido sino también en el logro de la elevación de la tasa
de crecimiento que llegó a
alcanzar niveles sin precedentes desde mediados de la década
del cincuenta. Los precios al
consumo aumentaron un 125 % en 1968 pero en 1969 el aumento
llegó sólo a un 21 % y en
1970 a un 16%. El crecimiento del producto bruto interno en
términos reales fue del 5.1 %
en 1967, bajando al 1.4% en 1968 pero subiendo luego por
encima del 5 % en los dos años
siguientes. En América Latina en general los programas de
estabilización se habían visto
acompañados por una reducción de la tasa de crecimiento
económico aún cuando tanto
Chile como Argentina habían tenido también éxito en el
mantenimiento de tasas de
crecimiento elevadas en programas estabilizadores de segunda
instancia durante la parte
final de la década del sesenta. Resulta, pues, de evidente
importancia explicar por qué
la experiencia uruguaya difiere tanto de la del resto del
continente.
Los programas de estabilización inspirados por el Fondo
Monetario Internacional fueron
puestos en práctica en esos años pensando en que el
estancamiento productivo a corto
plazo sería seguido de un crecimiento a largo plazo. De
acuerdo a esta hipótesis el crecimiento
resultaría de la desaparición de los factores
distorsionantes provocados por la inflación y –si
se alentaban el ahorro y las inversiones y se desalentaba la
especulación– los capitales
extranjeros entrarían a raudales. De todos modos, la etapa
de desarrollo debía ser precedida
por un período de estancamiento resultante de la restricción
del crédito y de los gastos
públicos y de los efectos de la devaluación de una moneda
sobrevaluada sobre los ingresos
reales de la población y sobre los costos de la industria.
Todo esto presupone que la inflación
se debe a un exceso en la demanda. Pero, en el caso
uruguayo, la inflación se vio acompañada
por el estancamiento del producto y la estimulación de la
demanda por una política de
expansión monetaria, más que provocar un crecimiento,
llevaba a los distintos grupos
sociales a luchar por la distribución de un ingreso nacional
que no aumentaba. En esta
forma la reducción del nivel de la demanda agregada no trae
aparejadas automáticamente
consecuencias adversas para el crecimiento; en realidad, la
contracción de la actividad
económica duró muy poco tiempo y la reactivación se produjo
tan pronto como se permitieron
los ajustes de salarios a partir de setiembre de 1968.
De todos modos, el éxito de la orientación económica
pachequista admite otros dos
tipos de explicaciones. En primer lugar el sector exportador
respondió muy vigorosamente
al alza de los precios internos resultante de la
devaluación. El valor de sus productos se vio
fortalecido por el alza de los precios mundiales en 1969-70
y ello implicó una sustancial
recuperación de los desastres climáticos de 1967. Como
resultado de todo ello los ingresos
por exportaciones en 1970 fueron, no sólo los más altos
desde comienzos de la década del
cincuenta, sino también un 47% mayores que en 1967. En
segundo lugar, la orientación
pachequista significó una clara ruptura con las formas
anteriores de dirección económica
ante la cual el sector privado respondió con inusual
confianza. Los sectores políticos
tradicionales que habían inspirado el estilo gubernativo
batllista basado en el consenso
fueron gradualmente confinados al ámbito parlamentario y
excluidos de los cargos ejecutivos
del gobierno. El éxito de la nueva política en enfrentar a
las organizaciones laborales de
inspiración izquierdista hizo tomar cuerpo a la opinión de
que la estabilidad monetaria
podría afirmarse si se lograba imponer cierta estabilidad
institucional y política que hiciese
posible el fortalecimiento de la empresa privada. Al igual
que lo acontecido en el sector
rural, la industria mostró una marcada recuperación que hizo
crecer su producto a un ritmo
porcentual anual del 5 % entre 1968 y 1970. La tasa de
inversiones en términos reales fue
mayor en 1969 y 1970 que en ningún otro año desde 1962.
Aún cuando la relativa estabilidad de los precios se mantuvo
en 1971 y el incremento del
nivel de los mismos fue ese año del 24 %, el dinamismo del
sistema económico no duró
demasiado. En 1971 y 1972 el producto bruto interno se
redujo un 1 % anualmente y en el
último año la propia estabilidad de los precios empezó a
desaparecer. Las razones del
fracaso de este modelo deben buscarse, por un lado, en sus
propias limitaciones y por el
otro en el carácter transicional del gobierno de Pacheco
Areco. En lo que respecta a lo
primero resulta claro que la presión inflacionaria no fue
eliminada sino, más bien, suprimida
a través de un uso poco ortodoxo de los contralores de
precios. El nivel de demanda
continuó siendo alto alimentado por la continua expansión
monetaria y por los déficits del
sector público. En 1968 los gastos de la administración
central fueron reducidos al mínimo y
el déficit casi llega a equilibrarse, pero luego los gastos
aumentan del 13.2 % del producto
bruto interno que eran en 1968 (el porcentaje más bajo de la
década) al 19.7% que llegan
a ser en 1971 y que representa el porcentaje más alto de
todo el decenio. La activación
de la demanda resulta también evidente en el sector externo
en el que los saldos favorables
en cuentas corrientes de 1968 se transforman en saldos
negativos en cada uno de los tres
años siguientes a pesar de las devaluaciones de 1967-68 y de
la recuperación de las
exportaciones. La presión resultante sobre la estabilidad
del peso uruguayo dio ocasión a
que marcase una nueva ruptura con la ortodoxia económica
cuando en abril de 1968, el
gobierno se comprometió a mantener estable la cotización de
la moneda uruguaya en el
mercado de cambios.
Este compromiso tuvo por resultado el resurgimiento de la
especulación monetaria en
1970 y reflejó las contradicciones de la estrategia de
Pacheco Areco. Habiendo buscado el
apoyo de la empresa privada, y asesorado por un equipo
técnico-empresario mientras
ignoraba a la clase política y se enfrentaba a las
organizaciones laborales, la tradición
legalista del país era todavía lo suficientemente fuerte
como para imponer la necesidad de
moverse en el marco de un sistema electoral. Los tipos de
cambio oficiales fueron, pues,
mantenidos para minimizar los aumentos en el costo de vida
pero con los efectos de la
especulación cambiaria, del endeudamiento externo y del
deterioro de los ingresos de los
propietarios rurales y del sector exportador. La
estabilización se vio aún más comprometida
por el aumento de los gastos públicos –a través de préstamos
sin intereses a los funcionarios
del Estado, por ejemplo– en los meses anteriores a las
elecciones de noviembre de 1971.
Aún cuando el candidato pachequista, Juan María Bordaberry,
resultó triunfante, el modelo
económico vigente no pudo ser mantenido. AI cabo de un mes
el peso fue nuevamente
devaluado y, como resultado de las medidas expansionistas de
1971, la tasa de inflación
superó el 70 % en 1972 y en cada uno de los tres años
siguientes. El volumen de las
exportaciones se redujo agudamente en 1972 aunque los
efectos de esta reducción se
vieron compensados por la suba de los precios
internacionales. Sin embargo, en 1972, al
igual que en el año anterior, se produjo un descenso del
producto bruto interno. A esa
altura de las cosas la problemática económica empezó a
sentir el impacto de la crisis
política que culminó en 1973 y que puso fin al período de
transición iniciado bajo la presidencia de Pacheco Areco dando paso a las
orientaciones neoliberales.
Políticas para enfrentar la crisis económica: Autores Varios
Varios: “Economía para no economistas”,
Facultad de Ciencias Sociales, Montevideo, 1998,
pág. 288-289
a) El debate sobre los tipos de cambio
13.3 Tipos de cambio fijos vs. tipos de cambio flotantes
Existe una permanente discusión acerca de las virtudes
relativas de cada uno de estos
regímenes, y cuál resultaría más conveniente para cada país
en particular. Entre las
propiedades de los tipos de cambio flotantes se encuentran,
principalmente:
i) Funcionan como estabilizadores automáticos de la economía
ante caídas de la demanda.
Si por algún motivo el nivel de gasto disminuye (por
ejemplo, las exportaciones), también
lo hará la demanda de dinero y en consecuencia la tasa de
interés. Cuando esta cae, se
demanda más moneda extranjera ya que el rendimiento de los
activos financieros en
moneda nacional disminuye. Esta demanda de moneda extranjera
aumenta el tipo de
cambio, lo cual hace que los precios internos, expresados en
moneda extranjera disminuyan
y la economía se vuelva más competitiva. Como resultado, la
cuenta corriente tiende a
mejorar y eso compensa -al menos parcialmente- la caída
inicial del gasto.
ii) Son disciplinadores desde el punto de vista fiscal. Si
el gobierno tiende a endeudarse
más para financiar un déficit, la tasa de interés tiende a
subir, lo cual hace que ingresen
capitales y el tipo de cambio cae debido a la oferta
incrementada de moneda extranjera.
Como consecuencia, el déficit fiscal produce un deterioro en
la cuenta corriente. A veces,
inclusive, se habla de “los déficit gemelos” para referirse
a las consecuencias del déficit
fiscal sobre el déficit en cuenta corriente.
iii) Facilitan los ajustes en cuenta corriente, porque si la
economía debe corregir un nivel
de precios internos muy desajustado para estándares
internacionales, siempre es más fácil
cambiar el tipo de cambio que todos y cada uno de los
precios domésticos en pesos. Por
otra parte, en la medida en que ese ajuste lo hace el propio
mercado, se evita la discusión
acerca del nivel óptimo del tipo de cambio, la cual a menudo
está presente cuando éste es
fijado administrativamente por la autoridad monetaria.
iv) Finalmente, no comprometen las reservas internacionales
del banco central. Al no
haber compromiso cambiario, el banco central no está
obligado a poner a disposición del
mercado sus reservas en moneda extranjera al precio que ha
fijado. Por ese motivo es
frecuente que la salida a las crisis cambiarias en la cual
se especula contra el tipo de cambio
fijado por el banco central sea la flotación, una vez que el
banco central ha perdido una
parte significativa, o eventualmente la totalidad de sus
reservas.
A pesar de ello, los tipos de cambio fijos poseen a su vez
múltiples ventajas. Algunas de
ellas los hacen particularmente apropiados para economías
pequeñas y en vías de desarrollo:
i) Evitan la volatilidad característica de los tipos de
cambio flotantes. Cuando el tipo de
cambio es volátil, como los precios internos no suelen
serlo, ello se traduce en fluctuaciones
de la competitividad que desalientan el comercio, con la
pérdida de bienestar que ello
implica. Por ello es frecuente que países pequeños y en vías
de desarrollo fijen sus tipos de
cambio en función del área monetaria en la cual se
encuentran. En nuestro caso, el área
Dólar.
ii) Son disciplinadores desde el punto de vista monetario.
Si un banco central quisiera
ceder a la tentación de llevar adelante expansiones
monetarias, la tasa de interés tendería
a caer con lo cual los capitales saldrían, provocando una
tendencia a la depreciación del tipo
de cambio. Cuando el tipo de cambio es fijo, el mercado encuentra
conveniente comprar la
moneda extranjera al banco central, el cual pierde reservas.
En otras palabras, toda expansión
monetaria no demandada producirá una pérdida de reservas.
iii) Son estabilizadores automáticos de distorsiones
monetarias. Cuando el mercado
dispone de menos moneda nacional de la que desea, esta
relativa iliquidez presiona al alza
la tasa de interés, incentivando un ingreso de capitales y
una tendencia a la apreciación del
tipo de cambio. Ello resulta en que el banco central compre
moneda extranjera, entregando
a cambio la moneda nacional que era requerida en un
principio. Esta capacidad de los tipos
de cambio fijos para regular el stock de dinero interno
permite afirmar que el mercado es
capaz de importar o exportar el dinero que requiere, o que
le sobra, a través de la balanza
de pagos. En otras palabras, vendiéndole o comprándole
moneda extranjera al banco
central.
iv) En países con fuerte historial inflacionario,
contribuyen a estabilizar el nivel de
precios. Dado un nivel de precios internacional, expresado
en moneda extranjera, la fijación
del tipo de cambio contribuye a fijar el precio en pesos de
todos aquellos bienes que son
internacionalmente comercializables. Como del precio del
resto de los bienes de la economía
debe guardar una cierta relación con éstos, indirectamente
contribuye a determinar también
el precio de éstos. El tipo de cambio es, por otra parte,
una forma transparente y fácilmente
controlable por el mercado del grado de compromiso y del
cumplimiento que manifieste el
gobierno con su política de estabilización.
b) La ley de Reforma Cambiaria y Monetaria (1959)
*Diario de Sesiones de la Cámara de Representantes, T. 534.
Págs. 264-266.
El texto completo de la ley en:
http://www.parlamento.gub.uy/Leyes/Ley12670.htm
Régimen cambiario
En el aspecto cambiario este Proyecto de ley importa un paso
fundamental en la
consagración normativa de dos principios sustentados por el
Gobierno en el ámbito del
Comercio Exterior:
1) La supresión de los cambios múltiples y de los
tratamientos cambiarios preferenciales.
2) La liberación de nuestras importaciones y exportaciones.
Ambos principios, por otra parte, tuvieron comienzo de
ejecución en los Decretos de 24
de abril, 30 de junio, 2 y 28 de julio de 1959.
Ello es particularmente importante desde que la política de
los gobiernos anteriores en la
materia (pluralidad de cambios y contingentamiento), era
radicalmente opuesta a la que se
preconiza en la ley proyectada.
El tipo de cambio es un precio y como tal, dentro de una
economía de tipo libre con
cierto intervencionismo, orienta la producción y el consumo.
Orienta la producción en
cuanto crea mercados al productor, y al consumo en cuanto
fija un tope a su monto.
Se sostiene que la finalidad primordial en un país en
desarrollo, donde la productividad
presenta notorias diferencias entre los sectores y, dentro
de estos, en las distintas ramas,
debe ser la de permitir la salida de productos que de otro
modo no podrían competir en el
exterior.
Otros renglones, en cambio, debido a su mayor productividad,
obtienen ingresos altamente
remuneradores pudiendo provocar el tipo normal de equilibrio
un alza desmedida de precios
internos.
En efecto, cuando los precios de los bienes exportados van
al alza y se obtienen beneficios
exagerados de la exportación, se incrementa la demanda de
bienes de consumo. La oferta
nacional, rígida, no acompaña ese incremento de la demanda,
desatando entonces presiones
de tipo inflacionario.
En el ámbito de las importaciones, los tipos de cambio múltiples
suponen la reestructuración
de las mismas y exige una intervención de carácter
permanente, intervención que debe
llevarse a distintos campos para evitar contradicciones
entre lo que se procura con la
política de cambios múltiples y los movimientos de distintos
sectores de la economía.
Como esa unidad y coordinación nunca se logra en estos
países, el intervencionismo
resulta contraproducente.
Se llega así a un dirigismo en el mercado cambiario que
lleva al tipo de cambio a
situaciones totalmente alejadas de la realidad, que
comprometen al Estado en gravosas
pérdidas y conducen a la economía nacional a una
reestructuración indeseable.
Y por último, se mantienen asimismo al amparo de ventajas de
orden cambiario, por su
carácter general, actividades antieconómicas que deben ser
socorridas continuamente en
virtud de su baja productividad.
Nuestro país es un
vivo ejemplo del fracaso de los sistemas adoptados que importaron la
consagración de una formidable estructura dirigista.
Así en el ámbito de las exportaciones, la pluralidad de los
cambios ha quebrantado toda
nuestra estructura económica sin que se incentivara en forma
racional y científica, el
incremento de la producción. […]
Mientras tanto, en lo
referente a las importaciones, se mantuvieron los tipos de cambio
totalmente alejados de la realidad, que comprometieron al
Estado en sensibles pérdidas y
condujeron a la economía nacional a una inconveniente
reestructuración de sus producciones
básicas, sin que las ventajas que el sistema preconiza en
cuanto al abaratamiento de los
precios, se cristalizara en los hechos. […]
Por lo demás, la propia rareza de la oferta que deriva del
contingentamiento, es otra
circunstancia que conspiró contra la existencia de
mercaderías a bajos precios, inclusive
porque obligó al comerciante con pocas existencias en su
negocio a elevar el beneficio que
obtiene por unidad para poder cubrir el presupuesto. Tan
exacto resulta el principio expuesto
que, durante la vigencia del Decreto de 3 de agosto de 1956
(régimen de libre importación)
muchos artículos se abarataron en plaza, pese a haber visto
duplicar sus tipos de cambio,
en virtud del considerable aumento que se produjo en la
oferta.
Es por todo lo expuesto que deviene indiscutible la
conveniencia de consagrar el régimen
de libre importación.
Esta importante y ambiciosa solución, cuyos beneficios, en
teoría, son por todos admitidos,
despierta no obstante resistencias en cuanto se entiende que
su aplicación práctica provocará
más inconvenientes que ventajas.
Así se traen a colación las cifras estadísticas que señalan
para las importaciones un
crecimiento relativo superior al de las exportaciones. En
otras palabras: nuestras necesidades
de importación superan nuestras posibilidades de
exportación. De liberarse aquellas, el
déficit de nuestra balanza comercial será indefectible. […]
No obstante lo expuesto entiende el Poder Ejecutivo que
siempre las ventajas del régimen
superarán sus inconvenientes.
Puede ser prudente no decretar de una sola plumada la libre
importación de todos los
productos, seleccionándose por el contrario aquellos que,
por diversas circunstancias, más
fácilmente se adaptan al sistema que se preconiza, porque de
procederse de otra forma se
corre el riesgo, en una economía distorsionada, de obtener
consecuencias contrarias a las
deseadas.
Pero el Poder
Ejecutivo insiste en destacar los beneficios inestimables de la competencia
que resulta consagrada por la vía de la multiplicación de la
oferta y la plurificación de los
ofertantes. El enrarecimiento de aquellos hizo que los
productos llegaran a plaza a $20 y
$30 el dólar, convirtiendo en ilusorias las ventajas de los
tratamientos cambiarios
preferenciales que significaron en todo caso un subsidio a
la importación pero no al consumo.
[…]
Los permisos de importación y las cuotas individuales se
transformaron así en bienes
codiciados de inestimable valor intrínseco, transfiriéndose
aquellos y pagándose por éstas
abultadas cantidades al margen de las disposiciones vigentes
pero sin que éstas pudieran
impedirlo. Nuevas fuentes, por otra parte, de
encarecimiento. […]
En otro orden de cosas es también pertinente señalar que
determinadas importaciones
deben ser estimuladas cualquiera que sea el volumen de
nuestras exportaciones, en cuanto
están directa o indirectamente afectadas a incrementar
nuestra productividad y, en definitiva,
el volumen de nuestros saldos exportables.
No debe tampoco preocupar al Poder Ejecutivo el fracaso de
las experiencias anteriores,
porque ello derivó sustancialmente de normas y procedimientos
de aplicación que no se
repetirán. Así, una ponderada política en materia de
créditos y redescuentos, podrá contribuir
eficazmente a mantener el volumen de las importaciones
dentro de los límites razonables y
la inexistencia de tratamientos cambiarios preferenciales
quitarán estímulo al contrabando
y a las importaciones excesivas. […]
Importante es comprar a quien nos compra, pero también lo es
vender a quien nos
vende, o más exactamente, a quien está en condiciones de
vendernos mayor cantidad de
mercaderías en mejores condiciones de calidad y precio.
Cuando el Estado asegura un tipo de cambio remunerador al
exportador
independientemente del interés que como mercado proveedor
tiene el país al cual exporta,
sólo consigue acumular una masa de disponibilidades de
difícil absorción en la esfera de las
importaciones con las consiguientes desventajas y
encarecimiento en el abastecimiento de
la plaza.
Por otra parte el Poder Ejecutivo no debe dejar de señalar
que el Banco de la República
ha estado sometido hasta 1959 a un formidable proceso de
descapitalización, provocado en
lo fundamental por el intenso y progresivo incremento en el
déficit del mercado dirigido,
que lo obligó a vender “baratas”, divisas “caras” adquiridas
en el mercado libre comercial y
financiero, sin que este arbitrio haya podido evitar dicho
déficit.[…]
Liberado en definitiva el Banco de la República de tan
pesada carga, logrará sin necesidad
de aportes extranjeros, volver a obtener una fuerte
capitalización que rápidamente puede
dotarlo de disponibilidades suficientes para la colocación
en planes de fomento.
En definitiva, el sistema proyectado no sólo evita los
inconvenientes señalados al régimen
vigente hasta la fecha, sino que toma los beneficios que
éste hubiera podido poner de
manifiesto.
Dentro de lo que está al alcance del sistema cambiario
resulta fundamental incentivar la
exportación y limitar la importación a las necesidades de la
industria, el comercio y el agro,
así como defender los consumos imprescindibles o de carácter
popular.
La mayor ventaja del sistema, y en ello supera al sistema de
cambios múltiples, consiste
en la fijación del tipo de cambio en función del libre juego
de la oferta y la demanda.
Una vez fijado el tipo de equilibrio, el Banco de la República
lo mantendrá a ese nivel,
eliminando la influencia de fuerzas de carácter transitorio
o ajenas al sistema económico
(especulación, etc.).
Se elimina así el carácter artificial que suele adquirir el
sistema de cambios múltiples
cuando la maraña de tipos de cambio hace que la autoridad
monetaria pierda contacto con
la realidad y fluctúe entre la devaluación y la
sobrevaluación sin alcanzar el punto de
equilibrio, trastornando el sistema de costos y precios
internos.
c) Los comienzos de la relación con el Fondo Monetario
Internacional
Couriel, Alberto y Samuel Lichtensztejn: “El F.M.I. y la
crisis económica nacional”,
FCU, 1971, págs. 175-181
TEXTO Y COMENTARIO DE LAS CARTAS DE INTENCIÓN ACERCA DE LA
POLÍTICA MONETARIA
Y FISCAL, ENVIADAS POR EL GOBIERNO URUGUAYO AL F.M.I.
La primera Carta: setiembre de 1960
El análisis de la Carta de 1960 debe hacerse a la luz de las
decisiones adoptadas en
1959 y primeros meses del año siguiente por el gobierno que
acababa de asumir funciones.
Esas decisiones habían sido consultadas con el Fondo y
suponían la entrada decidida del
país en los cauces por él fijados. Por ejemplo, la Reforma
Cambiaria y Monetaria, aunque
realizada de acuerdo con el Fondo, no figura en la Carta de
1960, que es posterior, pero
tanto ella como otras medidas de menor relevancia que
también se tomaron, tuvieron la
virtud de ganar para el Uruguay la confianza del organismo.
El objetivo general que declara el gobierno en la Carta de
1960 es la liberalización del
comercio y la estabilidad interna y externa de la moneda.
Para ello se adoptarían las
siguientes medidas:
a) En el campo monetario y crediticio, con la finalidad de
limitar el crecimiento del
crédito y la emisión:
—se fijan los topes para el crédito del Banco de la
República al sector privado y para la
“creación neta de créditos” de este Banco, que incluye todos
los activos, deducidos los
depósitos oficiales; o sea que se incluye también el crédito
neto al sector público,
aunque englobado con los demás;
—se establece una política restrictiva en materia de
redescuentos al sector privado
determinándose que sólo serán utilizados para ayudar a
bancos en situación de emergencia
por retiro de depósitos, y fijándose metas de reducción para
los ya concedidos;
—se indica que se presentará al Parlamento una ley que
contemple el uso de encajes
variables;
— por último, se expresa que se concluirá con la aceptación
de contratos de cambio
futuros que han significado factores de expansión de la
emisión,
b) En materia cambiaria y de comercio exterior, con la finalidad
de restablecer la
confianza que permita la recuperación de las reservas
internacionales, lograr la
liberalización total del comercio y mantener un tipo de
cambio unitario, fijado por el
libre juego del mercado, se establece que:
—no se utilizará el convenio con el Fondo para valorizar el
peso;
—se compromete la unificación y luego la eliminación (en dos
años) de las detracciones;
en relación a los recargos, se reducirán a tres tipos, que
serán sustituidos en dos años por
el arancel; los depósitos previos serían simplificados antes
del 30 de setiembre, hasta
lograr una sola categoría limitada en su monto; se
terminarían en un año todos los
convenios de pago excepto los de los países limítrofes. Por
último, siempre en relación
con el tipo de cambio, se acepta que en caso de que
cambiaren los costos en forma
inesperada y apareciere un desequilibrio fundamental, ello
podría dar lugar a la
modificación de la cotización de la moneda;
— el movimiento de invisibles y la transferencias de
capitales continuarían en el
régimen de libertad vigente;
—las exportaciones
serían liberadas de sus recargos (ver supra), y en cuanto a las
importaciones se eliminarían al 80 de setiembre las
prohibiciones y se seguiría la línea
ya indicada en lo que respecta a recargos y depósitos
previos,
c) En el campo de las finanzas públicas, los objetivos de
equilibrio presupuestal y
financiación no inflacionaria se implementarían mediante:
—la elaboración de un presupuesto sobre bases de equilibrio;
— la creación de un impuesto a la renta como importante paso
en materia fiscal para
proveer fondos con fines de desarrollo;
—la declaración del firme propósito de no recurrir al
crédito del Banco de la República
para la financiación de déficit;
—una vigorosa
política de autofinanciación de los entes, fijándose el principio de que
todo incremento de sus presupuestos debería ser financiado
preferentemente con aumentos
de tarifas.
d) En cuanto a política de ingresos, a pesar de que —como se
ha expuesto— la adopción
de una “política apropiada de salarios” constituía una de
las condiciones establecidas
por el Fondo en sus informes sobre la situación uruguaya y
las medidas necesarias para
corregirla, no hay en la Carta de 1960 ninguna referencia
concreta a este aspecto. Ello
se debió, indudablemente, a razones de política interna,
porque la lectura de las
recomendaciones del Fondo no deja lugar a dudas acerca de la
importancia concedida a
este aspecto; públicamente o no, es altamente probable que
el gobierno haya asumido
compromisos en ese sentido.
La utilización del crédito solicitado se condicionaba al
cumplimiento de todos los
aspectos indicados en la Carta, pero se suspendería de no
cumplirse los topes cuantitativos
específicos fijados para los créditos.
Señor Gerente General del
Fondo Monetario Internacional
Mr. Per Jacobsen
Presente.
1—En las últimas consultas del Artículo XIV del Fondo con el
Gobierno del Uruguay,
informamos acerca de los planes de reforma del sistema
cambiario que regía en nuestro
país, persiguiendo como objetivo la liberación del comercio
y la estabilidad interna y externa
de la moneda. En el año que ha transcurrido hemos realizado
un progreso sustancial bajo
este programa. En diciembre de 1959 el complejo sistema de
cambios vigente fue eliminado
y se estableció un nuevo régimen con miras a la obtención de
aquellos fines. Desde entonces
a la fecha el comercio se ha liberalizado sistemáticamente y
nuestro signo monetario se ha
estabilizado. Al mismo tiempo el Gobierno ha hecho progresos
para llegar a la estabilización
interna. Sus cuentas financieras muestran que se produjo en
1959 un superávit después de
muchos años de déficit presupuestales. Este superávit ha
continuado en los primeros siete
meses de 1960. Además se han tomado las medidas necesarias
para limitar el aumento del
crédito bancario privado, controlando el crecimiento de los
redescuentos del Banco de la
República.
2 — En este momento se están tomando nuevas medidas de
liberalización del comercio y
simplificación del régimen cambiario. A fin de apoyar este
esfuerzo el Gobierno solicita del
Fondo Monetario Internacional un crédito de estabilización
por el período de un año por la
suma de U$S 80 millones que corresponde a la cuota aumentada
del Uruguay en el Fondo
cuyo destino sería siempre que fuere necesario cubrir los
déficit que puedan aparecer en
sus pagos internacionales.
3 — Ello no significa que sea intención del Gobierno
utilizar este convenio de estabilización
para valorizar el tipo de cambio en el mercado libre de
cambios que se sitúa actualmente
en pesos uruguayos 11.43 por dólar, sino que es su propósito
restablecer la confianza, que
permita la recuperación de las reservas internacionales del
Uruguay que fueran seriamente
debilitadas en los años 1957, 1958 y 1959. Con las medidas
internas descritas más abajo, el
Gobierno tiene la confianza de que el mercado cambiario no
se debilitará. Por supuesto, si
las condiciones de costos cambiasen en forma inesperada y un
desequilibrio fundamental
apareciese, de acuerdo con la ley de reforma cambiaria se
realizaría el ajuste en el tipo de
cambio que corresponda.
4 — Con respecto al sistema, cambiario el Gobierno del
Uruguay está resuelto a llevar
adelante rápidamente su objetivo de lograr una
liberalización total de su comercio y de
mantener un sistema de cambio unitario. Con esta finalidad
el Gobierno del Uruguay está
eliminando la gran mayoría de las detracciones a las
exportaciones. La detracción para la
lana y los productos derivados de la misma ha sido reducida
de 54 a 46 pesos los 10 kilos de
lana sucia. El Gobierno tiene el firme propósito de unificar
a breve plazo, las' detracciones
que aún resten. Al mismo tiempo está estudiando medidas
sustitutivas para procurar el
ingreso que actualmente se recibe a través de las
detracciones y contempla eliminar las
mismas en el término de los próximos dos años.
5 — Antes del 30 de setiembre de 1960 todas las
prohibiciones de importación quedarán
eliminadas. En cuanto a la política en materia de recargos a
la importación, ellos serán
reducidos antes de aquella fecha a tres, con las tasas de
hasta 40 y 75 por ciento para los
productos para los que existen sustitutivos nacionales y de
150 por ciento para los productos
suntuarios. En los próximos dos años se espera reemplazar
estos recargos por la vía de la
revisión del arancel aduanero. Finalmente el sistema de
depósitos previos de importación,
que es necesario por razones temporales a fin de limitar la
liquidez interna, será simplificado
antes del 30 de setiembre de 1960 hasta lograr una sola
categoría y limitada en su monto a
una cifra no superior a los pesos uruguayos 150 millones. La
presente política de liberalización
total de restricciones a invisibles y transferencias- de
capitales continuará.
6 — El Gobierno entiende que es incompatible la política de
los convenios bilaterales de
pagos con un sistema de cambio libre. Ya han caducado
algunos de los' vigentes a la fecha
de la reforma cambiaria, y nuestro país terminará todos los
restantes con excepción de los
vigentes con los dos países limítrofes, en un período
aproximado de un año.
7 — A medida que el programa de estabilización financiera
comience a tener efecto y la
confianza del público retorne, el Gobierno se propone
examinar, dentro de un año, la
posibilidad de una mayor simplificación del sistema cambiario
y de las otras restricciones
que afecten el comercio.
8 — El presupuesto del Gobierno confeccionado sobre bases de
equilibrio para el período
1960-963 está actualmente en discusión en el Parlamento y el
Gobierno tiene la confianza
de que se logrará su sanción en las próximas semanas en la
forma proyectada. En dicho
presupuesto se consagra la creación de un impuesto a la
renta, entendiéndose que es un
paso muy importante en la política fiscal del Uruguay, pues
habilitará una fuente importante
de recursos no inflacionarios para fines de desarrollo.
9 - El Gobierno está resuelto a que la financiación de sus
presupuestos y los de los Entes
Autónomos no se logren de fuentes inflacionarias. En
consecuencia no se recurrirá al crédito
del Banco de la República a tales fines, sino que la
política, que ha sido vigorosamente
desarrollada en el último año, es lograr la autofinanciación
de esos Organismos, con excepción
de los subsidios que se les extiendan, o los impuestos
especiales que les asignen ingresos
adecuados. En consecuencia, cualquier déficit que se
produzca en los organismos autónomos
será financiado por un aumento en las tarifas o en la forma
mencionada anteriormente, y
no recurriendo al crédito bancario para cubrir los mismos.
10 — La expansión inflacionaria de la emisión que ha
ocurrido en años recientes, ha
derivado principalmente en las pérdidas de las operaciones
de cambio realizadas por el
Banco de la República en el cumplimiento de las operaciones
futuras de cambio, a fin de
cubrir importaciones realizadas con tipos preferenciales. El
Banco de la República ha concluido
con la aceptación de contratos de cambio futuros.
11 — Una fuente importante de expansión en años recientes
fue el aumento de los
redescuentos por el Banco de la República a los Bancos
Privados. Esto ha sido ahora frenado
y es la política del Gobierno reducir estos redescuentos a
fin de que sean utilizados
exclusivamente para ayudar a los Bancos en situaciones de
emergencia., derivadas del
retiro de los depósitos. Con este propósito se proyecta
abatir sistemáticamente los
redescuentos, requiriendo a cada Banco reducir el uso del
mismo en una cantidad no
inferior a un 75 por ciento del aumento de los depósitos
sobre el nivel del lº de setiembre de
1960. Es la intención del Gobierno presentar al Parlamento
próximamente una ley de
Bancos que contemple el uso de encajes variables a los
Bancos Privados.
12 — El Banco de la República ha logrado, a través de su
Departamento Bancario,
extender importantes facilidades de crédito a la producción.
Es la esperanza del Gobierno
de que estos servicios puedan extenderse. Sin embargo, a fin
de consolidar la estabilidad
obtenida hasta la fecha, se proyecta limitar el crecimiento
de los créditos al sector privado
de parte del Banco de la República, en tal forma de que en
ningún caso durante la vigencia
del convenio de estabilización los créditos a corto plazo y
largo plazo del Banco de la
República al sector privado que al 31 de julio de 1960
alcanzan o/u 1.204 millones, exceden
aproximadamente un 7 por ciento de esta cifra. Con el
restablecimiento de la confianza
lograda a través de la estabilización, se espera
subsiguientemente que el Banco de la
República, pueda liberalizar la extensión del crédito en la
medida en que los ahorros permitan
el crecimiento de los depósitos. Este crecimiento será
particularmente valioso porque se
logrará sobre una base de precios estables.
13 — En resumen, la política de crédito del Gobierno estará
orientada a limitar el
crecimiento del crédito bancario al crecimiento real de la
economía. El permitir una expansión
del crédito que exceda la tasa de crecimiento económico
pondría en peligro la nueva
estabilidad que se ha logrado en el mercado cambiario,
perpetuaría la inflación de precios
internos y estimularía una fuga de capitales que en
definitiva bajaría la tasa de crecimiento
económico. En esta forma el Gobierno contempla mantener bajo
estudio constante, la
creación de créditos por parte del Banco de la República. En
particular es la firme intención
del Gobierno que esta creación de créditos, que incluye
todos los activos del Banco de la
República, deducidos de los depósitos oficiales, y que
alcanza pesos uruguayos 1.170 millones
al 31 de julio de 1960, no aumente más allá de pesos
uruguayos 1.370 millones durante el
período siguiente hasta el término del convenio de
estabilización. Estas cifras naturalmente
están sujetas a los ajustes que sean necesarios si se
produce una revaluación de activos y
pasivos en el balance del Banco de la República siempre y
cuando ello no represente una
expansión del crédito.
14 — Si en cualquier momento del período de vigencia del
stand-by los límites prescriptos
en los párrafos 12 y 13 de está carta son excedidos, el
Gobierno del Uruguay consultará con
el Fondo Monetario Internacional previamente a cualquier
giro, y convendrá con él los
términos bajo los cuales los giros adicionales serán
posibles.
Firmado: Ministro de Hacienda y Presidente del Banco de la
República Oriental del Uruguay.
La segunda Carta: junio de 1961
En 1961 el Uruguay comunicó al FMI que se habían cumplido
los topes crediticios
fijados en 1960, pero que el crecimiento de la economía
uruguaya haría necesaria la
elevación de dichos topes para la próxima zafra. Se
aumentaron entonces los límites
mencionados incluyéndose un nuevo rubro bajo el control: los
adelantos sobre contratos
de exportación, a los que también se fijó un máximo para el
período que se iniciaba.
En cuanto a todos los demás aspectos comprometidos en 1960,
no experimentaron
variación alguna
Mr. Per Jacobson
Director Gerente del
Fondo Monetario Internacional
Washington D. C. - U.S.A.
Estimado Sr. Jacobson:
1—En nuestra carta del 7 de setiembre de 1960, que se
adjuntaba al acuerdo auxiliar
con el Uruguay, aprobado por el Fondo Monetario
Internacional, el 7 de octubre de 1960,
indicábamos en las intenciones de las autoridades uruguayas
mantener ciertos límites sobre
los créditos del Banco Central. Nos es grato informar a
usted que estos límites de crédito
han sido observados. Al 20 de mayo de 1961, los créditos
netos y los créditos al sector
privado concedidos por el Banco de la República ascendían a
pesos uruguayos 1.126 millones
y pesos uruguayos 1.301 respectivamente, comparados con los
límites respectivos de pesos
uruguayos 1.448 y pesos uruguayos 1.359 millones,
2 — Sin embargo, el crecimiento de la economía uruguaya hará
necesario un aumento
razonable en estos créditos durante la próxima zafra. Por
consiguiente las autoridades
uruguayas sugieren al Fondo Monetario Internacional que dé
su conformidad a las siguientes
modificaciones en los límites de crédito especificado en
nuestra carta a ustedes de 7 de
setiembre de 1960:
a) El Gobierno del Uruguay se propone modificar el límite
sobre el crédito del Banco de la
República al sector privado especificado en la tercera
cláusula del párrafo 12 de modo que
el monto de los préstamos pendientes a corto plazo y largo
plazo al sector privado ascendía
a pesos uruguayos 1.301 millones al 20 de mayo de 1961; en
ningún momento antes del 15
de setiembre de 1961 exceda de pesos uruguayos 1.350
millones o antes del 31 de marzo
de 1962 exceda de pesos uruguayos 1.450 millones, y en
ningún momento entre el 31 de
marzo de 1962 y el fin del período del acuerdo auxiliar
exceda de pesos uruguayos 1.400
millones; y
b) El Gobierno se propone modificar el límite sobre el
crédito neto por el Banco de la
República, mencionado en la cuarta cláusula del párrafo 13,
de modo que el crédito neto,
que indica los préstamos e inversiones internos del Banco de
la República, neto de todos los
depósitos oficiales y ascendía a pesos uruguayos 1.248
millones el 31 de agosto de 1960 en
ningún momento se permitirá que exceda de pesos uruguayos
1.448 millones antes del 15
de setiembre de 1961, pesos uruguayos 1.548 millones antes
del 31 de marzo de 1962 y el
fin del período del acuerdo auxiliar excederá de pesos
uruguayos 1.448 millones.
3 — Con referencia a los adelantos a exportadores
(“Adelantos sobre Contratos de
Exportación”) que no están incluidos en los límites de
crédito mencionados en los párrafos
12 y 13, se espera que no excederán de un nivel promedió de
pesos uruguayos 30 millones
durante cualquier mes del período del acuerdo auxiliar
(Stand-by).
Sinceramente suyo
Solano Amilibia
Presidente del Banco República O. del Uruguay
Cr. Juan E. Azzini
Ministro de Hacienda
d) El plan de desarrollo de la CIDE
*Comisión de Inversiones y Desarrollo Económico: Plan
nacional de desarrollo económico y social 1965-1974.
Tomo I: Plan General, Montevideo, 1965, págs. 1-7
I. Propósitos del Plan de Desarrollo
A. Introducción
1. El presente Plan de Desarrollo un instrumento técnico
puesto al servicio de los objetivos
de la sociedad nacional. Su elaboración obedece a normas
técnicas definidas, pero su
contenido sustantivo depende de los objetivos a que la
sociedad aspire.
En algunos casos, los objetivos sociales son fácilmente
perceptibles; tal es el caso en
salud, educación y vivienda. En otros, la definición es
menos clara y deberá ser expresada
por el sistema político, cuya función primordial consiste en
interpretar las aspiraciones de
la población, modelarlas y precisar su expresión y
contenido.
En su forma más general, los objetivos sociales pueden
resumirse en la aspiración de
lograr el mejoramiento sostenido de los niveles de vida de
la población en todos sus
aspectos: materiales, intelectuales y espirituales. A los
dirigentes políticos corresponde
definir el alcance y la composición de las mejoras a que
puede aspirar razonablemente la
población.
2. El papel de los técnicos, en este punto, consiste en
allegar la información necesaria
para que la especificación de los objetivos sociales sea
realista, es decir, compatible con los
recursos de que dispone la comunidad nacional y por lo
tanto, realizable.
3. En primer lugar, los objetivos deben ser ambiciosos. Así
lo exige el largo período de
estancamiento que ha caracterizado a la economía uruguaya en
los últimos quinquenios,
cuyo rescate –el paso desde el estancamiento al crecimiento–
supone un salto considerable.
4. En segundo lugar, debe reconocerse que el logro de
objetivos ambiciosos supone
sacrificios para la población. En el caso uruguayo estos
sacrificios han de ser doblemente
duros, porque suponen cambios de ciertos hábitos, actitudes
e instituciones que en el
pasado condujeron al estancamiento, y porque lo ambicioso de
los objetivos exige tales
sacrificios elevados.
En una economía estancada la sociedad se cristaliza en
instituciones y formas de actuar
que, dada su calidad de causa y efecto del estancamiento,
deben ser modificadas para
lograr el progreso económico y social. La tenencia y uso de
la tierra, la captación y el
destino del ahorro, las relaciones del sector público con el
sector privado, el manejo del
gasto y del ingreso público, la eficiencia de la
Administración, etc., son todos elementos de
la convivencia social que deben someterse a cambios
drásticos, como pre-condición para
convertir el estancamiento en desarrollo.
Pero el cambio de estos y otros aspectos de la conducta
humana es siempre difícil;
primero, por la resistencia natural al cambio que ofrece
toda estructura social tradicional;
y, segundo, porque a esa resistencia se agrega, en el caso
de Uruguay, la que presentan los
mecanismos concretos, erigidos por nuestra sociedad durante
el prolongado proceso de
adaptación al estancamiento económico.
Los sacrificios que exige el desarrollo nacional son los que
supone para la población
aceptar y realizar los cambios de estructura necesarios para
la modernización de la actividad
económica y los de aquellos mecanismos y actitudes que el
estancamiento ha insertado en
la sociedad. El Plan no pide el sacrificio de un menor
consumo por habitante, con relación al
nivel actual. Sólo requiere que el consumo futuro crezca
menos que la producción en el
decenio, para acumular más capital; y que esta acumulación
se haga dentro de una estructura
más equitativa del ingreso y mas eficiente de la propiedad.
De aquí las reformas que se ha
dado en llamar “estructurales”.
5. Las metas de un Plan se expresan normalmente en términos
cuantitativos: tasas de
crecimiento del producto nacional, de ahorro-inversión, de
incremento de las exportaciones,
de nivel de consumo, etc. Sin embargo, si se tiene
conciencia que el logro de estas metas
cuantitativas implica sacrificios, se aprecia de inmediato
que ellas no pueden ser consideradas
como metas finales: la sociedad se las propone a sí misma a
sabiendas de que deberá pagar
los sacrificios pertinentes, porque cree que tales
sacrificios son un costo necesario para
lograr su objetivo ulterior de mejorar las condiciones
sociales generales de la población.
De esta suerte, si bien las metas del Plan se expresan en
términos económicos en parte
cuantitativos, el contenido sustantivo del Plan es
ciertamente social por sus propósitos.
Y no podría ser de otra manera. El desarrollo económico, en
definitiva, es un proceso
sostenido de cambio en la conducta de la población, de
acumulación de recursos, y de
avance en la tecnología y la eficiencia. Estos cambios se
traducen en aumentos del ahorro
destinado a la inversión para producir nuevos bienes, y en
el uso más eficiente de los
recursos que forman la capacidad de producción de un país:
la tierra, el capital, la tecnología,
y el hombre mismo; es decir, la fuerza de trabajo y la forma
en que la usa. Pero el que así
ocurra no altera la naturaleza sustancial del desarrollo:
este es, en todo caso, un fenómeno
que atañe a la conducta humana y que se realiza a través de
los cambios que tal conducta
experimenta.
6. Un plan de desarrollo económico, en consecuencia,
concebido y elaborado estrictamente
como un instrumento técnico útil para la acción es, antes
que nada, un plan social; es decir,
un instrumento cuyo uso implica aquellos sacrificios que la
población estima necesarios para
lograr los objetivos a que aspira. Se explica así que un
plan de desarrollo económico tenga
que ser, principalmente, un plan de desarrollo social.
Este principio fue tomado en cuenta como básico en la
elaboración del Plan de Desarrollo
del Uruguay. Por tal motivo, las recomendaciones que
contiene representan un balance tan
riguroso como fue posible de ser obtenido, de nivel técnico,
no político, que enmarcó su
elaboración entre los objetivos puramente económicos y los
objetivos sociales ulteriores en
que aquellos se sustentan.
B. Objetivos Globales
1. En términos muy resumidos, los objetivos económicos del
Plan se expresan en la
forma de una tasa acumulativa anual de crecimiento del
ingreso por habitante y una
progresiva y equitativa distribución del mismo. Si la
sociedad nacional decide que ese ritmo
de crecimiento vale los sacrificios que su obtención
representa, la población de Uruguay
dispondrá, en los años futuros, de una masa creciente de
bienes y servicios para satisfacer
sus necesidades. Dispondrá, en consecuencia, de mas
alimentos, vivienda y educación que
en el pasado; su salud y sus perspectivas de vida mejorarán;
sus condiciones de trabajo
serán más satisfactorias y podrá disponer de mayor cantidad
y calidad de aquellos bienes
durables que aumentan el confort; dispondrá asimismo, de un
mejor ámbito para satisfacer
sus necesidades no materiales; de más tiempo libre para
dedicar al perfeccionamiento
espiritual; y, si lo desea y al mismo tiempo logra crear las
instituciones y mecanismos
necesarios, de mejores oportunidades para vivir una vida
cada vez más digna, basada en la
realización integral del individuo dentro de condiciones de
progreso social. (1)
2. El mero hecho de que crezca el ingreso nacional por
persona no significa que los
efectos aludidos se harán presentes inevitablemente. Para
que tales efectos se logren, se
considera necesario, además, que se de cumplimiento a las
siguientes condiciones en lo
económico:
a) El ingreso nacional deberá distribuirse de acuerdo con
normas compatibles con el
sentido de justicia que prevalece en la población.
b) Las normas de distribución del ingreso deberán ser
consentidas y queridas por la
colectividad, no impuestas coactivamente.
La implantación de normas para una distribución equitativa del
ingreso creciente depende,
a su vez, de que la actividad económica y social se organice
sobre bases que permitan y
estimulen una alta movilidad horizontal y vertical. El
crecimiento del ingreso nacional, en el
cual se sustenta el mejoramiento de los niveles de vida de
la población depende, a su vez,
de la facilidad con que la fuerza de trabajo pueda cambiar y
mejorar de ocupación y
ascender en al escala de ingreso; al mismo tiempo que de la
correspondencia que se
produzca entre el ascenso por la escala de ingreso y el
ascenso en el “status” social. La
fuerza de trabajo mejora de empleo en la medida en que
aumenta su eficiencia y, al paso
que ocurra este mejoramiento, la sociedad debe reconocerlo
ofreciendo compensaciones
en forma de un “status” social concordante.
3. Algunos de los requisitos esenciales para que este
proceso se verifique son:
a) Las actividades productivas deben crecer a un ritmo
compatible con la mantención de
un alto nivel de empleo de la fuerza de trabajo. Ello es
válido tanto en relación con el
crecimiento vegetativo de la población activa como con la
necesidad de absorber el desempleo
encubierto que actualmente existe.
b) La comunidad organizada debe proveer liberalmente los
beneficios de la educación,
en términos tales que toda la población tenga acceso real a
un nivel elevado de educación
general básica, y proporciones importantes de ella puedan
continuar hasta los últimos
tramos de la escala educativa.
c) La comunidad debe proveer, asimismo, las facilidades
necesarias para el mejoramiento
del estado sanitario del País y de mejoramiento de sus
perspectivas de vida.
d) Toda familia debe tener posibilidades reales de
satisfacer su necesidad de vivienda
adecuada. La solución de los problemas de la vivienda debe
estar orientada, además, a
estimular el desarrollo de la vida en comunidad, a través de
servicios comunales. apropiados
que faciliten la convivencia, y den base al sentido de
pertenencia de los ciudadanos a una
sociedad en desarrollo.
e) El sistema nacional de prestación de servicios generales
y de seguridad social debe ser
ampliado progresivamente hasta cubrir todas las necesidades
globales básicas del habitante
“desde la cuna”. La ampliación del sistema debe fundarse en
principios de mayor uniformidad
y suficiencia de prestaciones básicas y en la sustitución
del tipo regresivo de financiamiento
actual por un esquema basado en la contribución de cada cual
según sus posibilidades.
f) Deben atenuarse las diferencias en los niveles de ingreso en las distintas zonas del país"
Ver:
1972. La crisis económica y el deterioro político - ANEP
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