Existencialismo, Mayo del 68 y América Latina: Filosofía,
Rebelión y Memoria en Uruguay
Durante la segunda mitad del siglo XX, el
existencialismo se convirtió en una de las corrientes intelectuales con mayor
capacidad de irradiación cultural y política. Nacido de reflexiones filosóficas
centradas en la libertad, la conciencia y la responsabilidad, terminó por
transformarse, especialmente en la década de 1960, en una ética de la acción
colectiva. Su influencia se manifestó en la juventud universitaria, los
movimientos de descolonización, las protestas estudiantiles de Mayo del 68 en
Francia y diversas experiencias revolucionarias latinoamericanas.
En Uruguay, el existencialismo tuvo una recepción vinculada a espacios intelectuales progresistas, especialmente en torno al semanario “Marcha”, la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay (FEUU) y grupos de izquierda no alineados al Partido Comunista. La figura de Carlos Quijano fue clave en la difusión de debates provenientes de Francia, en particular los de Sartre y Beauvoir.
Durante las décadas de 1950 y 1960, la FEUU
funcionó como un espacio de discusión filosófico-política donde el
existencialismo se entrelazó con lecturas de Marx, Gramsci y luego Frantz
Fanon. El clima intelectual universitario se orientaba hacia una ética de la
acción comprometida
Aunque el existencialismo hunde sus raíces
en autores como Søren Kierkegaard y Friedrich Nietzsche, es con Jean-Paul
Sartre cuando adquiere una formulación sistemática. En “El ser y la nada”
(1943), Sartre sostiene que la existencia precede a la esencia, es decir, que
el ser humano no está determinado por una naturaleza fija, sino que debe
construirse a través de sus decisiones y actos.¹ Esta tesis funda una ética
radical de la libertad: no elegir también es elegir y, por lo tanto, asumir
responsabilidad.
Simone de Beauvoir proyectó el
existencialismo hacia el terreno de las relaciones sociales. En “El segundo
sexo” (1949), declaró que “no se nace mujer, se llega a serlo”, subrayando que
las identidades son producto de prácticas históricas y estructuras culturales.²
Su pensamiento se convirtió en una referencia imprescindible para los futuros
movimientos feministas.
Albert Camus, por su parte, defendió un
existencialismo humanista, reacio a justificar la violencia en nombre de la
historia. Durante la guerra de Argelia (1954-1962), Camus rechazó el terror
colonial pero también la violencia revolucionaria, señalando que “la justicia
sin misericordia es despotismo”.³ Esta postura lo distanció definitivamente de
Sartre.
En este conflicto aparece la figura de
Frantz Fanon, médico y combatiente del Frente de Liberación Nacional. En “Los
condenados de la tierra” (1961), Fanon afirmó que la violencia permite al
colonizado recuperar una subjetividad negada por el dominio imperial.⁴ Esta
idea lo convirtió en un autor clave para movimientos revolucionarios y
antirracistas en África, Asia y América Latina. Sartre en el prólogo del libro
de Fanon sostiene: “Harían bien en leer a Fanon; pues muestra claramente que
esta violencia irreprimible no es ni ruido y furia, ni la resurrección de
instintos salvajes, ni siquiera el efecto del resentimiento: es el hombre
recreándose a sí mismo. Creo que comprendimos esta verdad en algún momento,
pero la hemos olvidado: ninguna gentileza puede borrar las marcas de la
violencia; solo la violencia misma puede destruirlas. El nativo se cura de la
neurosis colonial expulsando al colono por la fuerza de las armas. Cuando su rabia
hierve, redescubre su inocencia perdida y llega a conocerse a sí mismo en que
él mismo se crea a sí mismo. Lejos de su guerra, la consideramos un triunfo de
la barbarie; pero por su propia voluntad logra, lenta pero seguramente, la
emancipación del rebelde, pues poco a poco destruye en él y a su alrededor la
penumbra colonial. Una vez comenzada, es una guerra que no da cuartel. Puedes
temer o ser temido; es decir, abandonarse a las disociaciones de una existencia
fingida o conquistar su derecho de nacimiento a la unidad. Cuando el campesino
toma un arma en sus manos, los viejos mitos se desvanecen y las prohibiciones
se olvidan una a una. El arma del rebelde es la prueba de su humanidad.”
El clima intelectual marcado por Sartre,
Beauvoir, Camus y Fanon configuró el trasfondo de los acontecimientos de Mayo
del 68 en Francia. La juventud estudiantil, reunida en espacios como la
Sorbonne y Nanterre, denunció la rigidez del sistema educativo, la sociedad de
consumo y las jerarquías culturales. Las consignas que poblaron los muros de
París —“La imaginación al poder”, “Prohibido prohibir”, “Seamos realistas,
pidamos lo imposible”— expresaban la voluntad de llevar la libertad existencial
a la vida cotidiana.⁵
En América Latina, el existencialismo se
mezcló con tradiciones marxistas, cristianas y nacional-populares. El Che
Guevara, en su ensayo “El socialismo y el hombre en Cuba” (1965), sostuvo que
la revolución debía forjar al “Hombre Nuevo”, capaz de superar el
individualismo y fundar una ética de solidaridad.⁶ Esta idea articuló
transformación política y subjetiva, y encontró eco en militancias juveniles de
la región.
En Uruguay, la recepción del
existencialismo tuvo varios canales. El semanario “Marcha” fue un puente
fundamental para la difusión de las discusiones francesas. Carlos Quijano
promovió un periodismo crítico que articulaba pensamiento, política y vida
cultural. Al mismo tiempo, la Federación de Estudiantes Universitarios del
Uruguay (FEUU) se consolidó como espacio de formación política, donde el
existencialismo dialogaba con Marx, Gramsci y Fanon.
Carlos Real de Azúa, en “El impulso y su
freno” (1964), analizó la tensión entre fuerzas reformistas y tradiciones
conservadoras en la identidad uruguaya. Aunque no existencialista en sentido
estricto, su reflexión sobre la conciencia histórica y el deber de acción
resuena con la pregunta sartreana por la autenticidad.⁷
El Movimiento de Liberación
Nacional-Tupamaros (MLN-T) incorporó influencias fanonianas. La acción directa
no solo era una herramienta política, sino también un acto de afirmación
existencial frente a lo que consideraban una democracia vaciada de contenido.
La violencia, en esta perspectiva, se concebía como una forma de recuperar la
agencia histórica del oprimido.
En síntesis, el existencialismo se
convirtió en una gramática cultural de la acción. En Francia, habilitó formas
nuevas de participación política y crítica social; en América Latina, se
integró en experiencias revolucionarias y militantes; en Uruguay, nutrió
debates en la prensa, la universidad y la cultura política. Su legado sigue
vigente cada vez que se discute cómo vivir libremente en sociedades atravesadas
por estructuras de poder.
Notas:
1. Sartre, J.-P. (1943). El ser y la nada.
París: Gallimard.
2. Beauvoir, S. (1949). El segundo sexo.
París: Gallimard.
3. Camus, A. (1958). Actuelles III:
Chroniques algériennes. París: Gallimard.
4. Fanon, F. (1961). Los condenados de la
tierra. París: Maspero.
5. Ross, K. (2002). May ’68 and Its
Afterlives. Chicago: University of Chicago Press.
6. Guevara, E. (1965). El socialismo y el
hombre en Cuba. La Habana.
7. Real de Azúa, C. (1964). El impulso y su
freno. Montevideo.
Bibliografía
Beauvoir, S. (1949). El segundo sexo.
París: Gallimard.
Camus, A. (1958). Actuelles III: Chroniques
algériennes. París: Gallimard.
Fanon, F. (1961). Los condenados de la
tierra. París: Maspero.
Guevara, E. (1965). El socialismo y el
hombre en Cuba. La Habana.
Real de Azúa, C. (1964). El impulso y su
freno. Montevideo: Arca.
Ross, K. (2002). May ’68 and Its Afterlives.
Chicago: University of Chicago Press.
Sartre, J.-P. (1943). El ser y la nada.
París: Gallimard.

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