sábado, 29 de septiembre de 2012
Domingo Arena
de Miguel Lagrotta, el El Viernes, 28 de Septiembre de 2012 a la(s) 18:21 ·
Muere el equipo, muere el proyecto.
El batllismo fue producto de una época en crisis social, fue expresión decapas sociales desesperadas, ubicadas ya en un tiempo y espacio pasado de la economía y de la política; de la filosofía y de la teología;debatiéndose entre la antigua pugna de la razón utópica versus la razón instrumental. El equipo batllista con Domingo Arena a la cabeza concibieron la utopía como fuerza de la transformación de la realidad, aparece como auténtica voluntad innovadora y base de toda renovación social, representaron una corrección de una situación político-socialexistente con miras a un cambio estructural. Proyecto o ideal de unmundo justo a partir de la construcción de la realidad presente, con elestado redistributivo, y la justicia social, para alcanzar estos objetivos la utopía representa un modo específico de conocer la realidad mediante un modelo ideal de futuro, constituyéndose en el sueño de la verdadera justicia social.Siempre la humanidad se ha sentido impulsada por anhelos de progreso,mejoramiento y perfección, alcanzando tan ilimitado punto sus aspiraciones, que se han confundido con lo imposible, desconocido einsospechable.
La utopía: para el batllismo significó la construcción deun país modelo, con la justicia y la soberanía legitimada por el Estado,con la perspectiva de un proceso histórico renovador, dentro de una humanización capaz de darle cauce a un desarrollo sostenido a medida del hombre en cuanto proyecto factible de utopía concreta, donde teoría y praxis se apuntalen, unifiquen o confundan a partir del principio de esperanza. Con la muerte del equipo por causas naturales de tiempo ybiología, su memoria se mantuvo por años y se mantuvo viva también la utopía de un país mejor. Sin embargo, la muerte de la esperanza derroto la utopía.La patria distinta, soñada y articulada en el Uruguay batllista hizo menos increíble toda utopía, se convirtió en una realidad.
Don Domingo Arena, es recordado por una Escuela Técnica del CETPdonde fuera su casa-quinta, un camino que lleva su nombre, hoy dominado por malvivientes, y por la enseñanza que ha dejado a lasnuevas generaciones de un Partido Colorado deprimido. La cúpula debería recordar que sin la gente un Partido no tiene sentido. El sistema político uruguayo se sostuvo en el contacto directo entre los lideres y su pueblo. En el Siglo XXI se mantienen esas características que dieron al Uruguay las más altas calificaciones de civismo y democracia.
Ver: Lagrotta, MIguel J.Domingo Arena: realidades y utopías.Arca ensayos. Montevideo.2010. Página 147.
viernes, 28 de septiembre de 2012
Fragmento del libro JULIO CÉSAR GRAUERT, discípulo de BATLLE de Kurken Didizian (1967) por Juan Fernández Carrasco
Justino Zavala Muniz fue un político batllista, integrante del grupo radical Avanzar, opositor al régimen de Terra, activo militante por la República española, periodista, historiador, novelista y dramaturgo. Deseaba acercar la cultura al pueblo. Con ese objetivo creó y defendió la Comedia Nacional en 1947. Más adelante fundó la Escuela Municipal de Arte Dramático, La Escuela Municipal de Música, el Museo y Biblioteca del Teatro Solís.
Nació en Melo en 1898, donde formó parte de grupo intelectual juvenil junto con Emilio Oribe, Juana de Ibarburou y Casiano Monegal. Fue diputado por tres períodos antes del golpe de estado de 1933, cuando fue desterrado a Brasil . Participó en la revolución de 1935 contra el régimen de Terra. En 1942 fue elegido senador. Fue Consejero Nacional de Gobierno en el segundo colegiado colorado a partir de 1955. En noviembre de 1954 inaugura la Asamblea Mundial de la UNESCO en Montevideo, de la que es electo Presidente por el período 1954-1956.
Montevideo, Octubre de 1967
Estimado Kurken:
Espero sinceramente que estas líneas sirvan a los efectos de trazar, de una manera un poco limitada, el cuadro biográfico de Julio César Grauert que me solicitaste.
El líder de Avanzar ha tenido una multitud de panegiristas, pero resulta difícil obtener, a treinta y cuatro años de su muerte, datos, informes y relatos que permitan avalar con objetividad al conjunto de la personalidad de este hombre político.
Sin saber exactamente que podría lograr, sobre la base de propósitos que me señalaste, el viernes pasado visité, en su apartamento, al señor Justino Zavala Muniz, viejo amigo de mi familia. Zavala Muniz fue un compañero de Grauert en la lucha política, en la representación nacional y en la Agrupación Avanzar.
Tú dirás, Didizián, si el diálogo que con él mantuve aporta o no algo de importancia.
Zavala es un anciano ya.
Sentado ante el escritorio de su despacho se encorvaba apoyando las manos temblorosas en el cajón entreabierto de la mesa de trabajo. Sin embargo los ojos y la voz denunciaban al hombre intelectualmente lúcido y ágil.
- Usted quiere conversar conmigo sobre Julio César Grauert
- Sí señor.
- Me indicaron que se trata de una biografía
- Así es –le contesté- por lo menos en lo que a mi se refiere. Otro compañero está reuniendo el material que se encuentra en el diario ‘’Avanzar’’ para su publicación.
Zavala Muniz era también un hombre alerta.
- ¿Con qué objeto?
- He sentido con frecuencia esa pregunta en estos últimos días. Creo que para los jóvenes, para los militantes batllistas de mi generación, es necesario conocer a Julio César Grauert, saber quién fue y qué pensaba. Todos sabemos del hombre asesinado por la dictadura terrista, del fundador de la Agrupación Avanzar y del periódico del mismo nombre. Pero pocos son capaces de señalar con claridad los conceptos que Grauert manejaba en su actividad política. Por otra parte, en instancias como las que nos toca vivir, es esencial para nosotros buscar referencias exactas del batllismo doctrinario.
Zavala Muniz borra de sus ojos el brillo inquisitivo.
- Muy bien – dice. Y enderezándose responde con voz firme
- Grauert llevaba los principios de Batlle a sus últimas consecuencias. No son otras que las ideas de Batlle las que conducen a Grauert. Los ejemplos abundan: eliminación de la herencia, la iniciativa de que el latifundio pague los gravámenes con tierras, la larga lucha contra el imperialismo económico de los capitales extranjeros y tantos otros.
- ¿Cómo conoció Ud. a Grauert?
- En las asambleas estudiantiles que se realizaron en 1917 propugnando la Reforma Universitaria. Allí, junto a otros jóvenes batllistas se veía siempre a Grauert. Tiempo después fui electo para integrar la Asamblea Representativa del Departamento de Montevideo. Al terminar mi mandato el Sr. Batlle me llamó. Don Pepe me indicó que iba a ser postulado a la Cámara Baja y me invitó a confeccionar juntos la lista de candidatos a la Asamblea Representativa de la Capital, dejando a mi criterio el nombre de quien debía sustituirme en el organismo comunal.
Grauert había publicado, o estaba por publicar ‘’El Dogma, la Enseñanza y el Estado’’. Le hablé a Batlle del libro de Grauert y de Cerruti, coautor de la obra. Batlle conocía a Grauert y a su familia. Sabía que el padre, Julio Luis Grauert, había sido legislador y secretario del Comité Departamental del Partido Colorado en Montevideo. De esta manera, Grauert y Cerruti Crosa fueron electos.
Más tarde en las elecciones de la Cámara de Representantes y en la confección de la lista, el señor Batlle, que se encontraba enfermo, me pidió que lo representase ante la Comisión que determinaba la nómina de candidatos. Grauert y Cerruti integraron la lista y lograron la representación nacional. Yo los ponía en la lista el uno junto al otro. Grauert primero y Cerruti después, Cerruti nunca me gustó. Apenas comencé a conocerlo me pareció poco sincero. El tiempo me dio la razón. Cuando Cerruti no recuperó su banca hizo pública una carta en la que señalaba a Grauert que, debido a la imposibilidad de llevar a cabo una penetración eficaz del batllismo, objetivo que junto a Grauert había perseguido, se resolvía leal a sus ideas a ingresar al Partido Comunista.
- Sr. Zavala. Tuve oportunidad de leer la nota que el periódico ‘’El Diario’’ publicó sobre el deceso de Grauert. Manifestaba, aproximadamente, que había desparecido el líder de una fracción de notorias tendencias comunistas. ¿Qué hay de cierto en esta afirmación sobre el pensamiento de Grauert?
- Grauert era batllista. El marxismo ilustraba su pensamiento en el sentido de que usaba esa teoría para explicar gran parte de los fenómenos sociales. Esta era la actitud que algunos hombres del Partido guardaban hacia las ideas marxistas. Grauert encontraba en las contradicciones del sistema capitalista, la causa del malestar social y señalaba las injusticias que la propiedad encerraba para quien se encontraba desposeído de ella en mayor o en menor grado, buscaba la socialización de los medios de producción. No caía, sin embargo, en el paralogismo suponiendo al factor económico como motivación única de las transformaciones sociales y de la evolución histórica. Esto es lo que ha pensado siempre el batllismo.
Grauert creía en la gente de recursos humildes y se sacrificaba por ello y en todo era consecuente con sus ideas. Tengo presente la manera como renunció a la herencia que le correspondía y los setenta pesos que cobró en los cuatro años que ejerció como abogado. No sé cuántos timbres, sellados y demás trámites habrá pagado de su bolsillo.
- Sr. Zavala Muniz, al margen de las circunstancias políticas, ¿cuáles fueron las razones del golpe de Estadp del 33?
- La política-económica del batllismo. Contra la línea que sustentábamos en la materia se unieron los grupos más reaccionarios del país, apoyados por los sectores de mayor potencial económico.
Contra aquellas fuerzas nada pudo, en esa instancia, la democracia. Terra poco antes de llegar a la Presidencia de la República, en el tenor de una carta dirigida a la Agrupación de Gobierno comenzó a quebrar la posibilidad de que el batllismo como organización extendiera su acción doctrinaria hasta el Poder Ejecutivo.
Recuerdo que en la ocasión, reunida la Agrupación de Gobierno del Partido Batllista, Ghigliani, después ministro del interior del gobierno de facto, y ya entonces amigo personal del Dr. Terra, defendió los términos de la comunicación a la que yo califiqué como un acto de traición.
Ghigliani, después, tratando de convencerme me dijo que el documento, motivo de nuestra discusión, lo había redactado él.
Le pregunté entonces si verdaderamente se consideraba amigo del Dr. Terra cuando con lo dicho me lo estaba entregando. Me respondió con una pregunta:
- ‘’¿Cómo es que hace usted política?’’ – El sabía como me manejo en la militancia, pero exclamó:
- ‘’Usted no sabe lo que es orientar a los hombre con el piolín’’
- ‘’Hay un hombre que Ud. no podrá conducir nunca con un piolín.’’ – le contesté. Ghigliani río y, tratando de restar importancia a la incidencia, expresó:
- ‘’Porque usted no es un político. Usted es un escritor’’
Por un instante el silencio que hizo lo dominó, pero se repuso continuando.
- Por fin llegó el enfrentamiento definitivo.
El jueves 30 de marzo tratamos de reunir a la Convención del Batllismo. El Dr. Tera prohibió el acto. Durante la noche se reunió la Asamblea General para tratar las medidas extraordinarias dispuestas por el Presidente de la República.
Al término de la sesión, ante su coche, el Dr. Gallinal me expresó que no podía creer que, luego del voto contrario de la Asamblea, el Presidente se siguiese mostrando en la misma tesitura liberticida.
El día viernes los militantes batllistas intentaban escapar a la persecución. Algunos trataron, desesperadamente, de encontrar una respuesta. Brum, tengo la convicción de ello, confiaba en algunos militares. Ante las fuerzas de la dictadura esperó una reacción que no se produjo. Luis Batlle creía también en las fuerzas armadas como sostén del sistema democrático. Discutimos su propósito de dirigirse a un regimiento con asiento cercano. Pretendía conminar a los jefes militares a que sacasen sus tropas a la calle para defender las instituciones.
Tras los primeros momentos los esbirros del régimen nos dejaron en una relativa libertad de acción. Nos trasladábamos de un lugar a otro con un pequeño destacamento detrás nuestro. Cuando Montevideo mostró al fin con absoluta claridad su pasividad frente al gobierno de facto, me retiré a mi Cerro Largo. Mi departamento no me habría de decepcionar. Fue entonces cuando ocurrió la tragedia. En varias oportunidades nos habían provocado. Inclusive tenían un plan para asesinarme.
Zavala se echa a reír diciendo:
- Pero les fallo del todo.
Lo veo erguirse, mientras las arrugas de su rostro ríen también y, allí en su despacho, con el mismo coraje de siempre, desafío nuevamente a su asesino.
- Pero les falló.
Reposa la mano y se retrae a 1933.
- El 23 de octubre, Grauert, prosiguiendo su campaña contra la dictadura se une, en el Teatro de la ciudad de Minas, a Guichón y a Minelli, participando del acto, en el que el batllismo reclama el retorno de las libertades públicas. Después del acto la policía pidió a los tres que se constituyesen detenidos por violar las disposiciones sobre la libertad de expresión. Grauert, Guichón y Minelli se niegan a acatar la orden y vuelven a Montevideo el 24. Al llegar al Km. 35 de la carretera de Pando la policía les detuvo y luego disparó sobre ellos. Los tres fueron llevados al centro asistencial de Pando. Allí fue mi hermano Julián. La policía lo detuvo indicándole que toda vez que se presentase iría a parar al calabozo. Durante algunos minutos logró conversar con el médico que atendía a los tres hombres. Julián, que es médico, le rogó que tuviese presente el peligro de la infección gaseosa y el inconveniente de vendar a los heridos. Después de cuarenta horas, vendados y en grave estado, Grauert y Guichón, los dos heridos de bala, son trasladados al Hospital Militar en Montevideo, mientras que Minelli, intoxicado por los gases que les arrojaron dentro del coche, quedaba en Pando.
- El 26 moría Julio rodeado de un reducido grupo de amigos y de su esposa Maruja. Grauert tenía 31 años.
Volviendo, pregunté:
- Señor Zavala: la última vez que conversamos hace poco más de un año, discutimos sobre la Reforma Constitucional, que sostuve, como quincista que soy, y que usted rechazó, como defensor del ideal colegialista. Entonces me expresó sus simpatías por el sector que orientaba el, entonces, Consejero Vasconcellos. ¿Cuáles son las opiniones que le merece la actual situación del Partido?
- Usted ya tendrá tiempo para cambiar de opinión en lo que se refiere a la nueva constitución. En cuanto a las simpatías de que habla debo decirle que cuando el señor Vasconcellos pasó al Ministerio de Hacienda conversé con él y le manifesté que debería no aceptar, como Ministro, una orientación económica que, a mi criterio, está reñida con la ortodoxia batllista en la materia.
(¿Recuerdas Kurken todas las oportunidades en que hablamos de estos temas? Establecimos que el Partido Colorado en el gobierno debía enfrentarse a una opción histórica: la de seguir la línea batllista tradicional y su modalidad socializante, introduciendo cambios profundos en la infraestructura neocapitalista que nos caracteriza o, buscando la expansión del sistema económica vigente, recargar sobre el consumo el peso de la crisis mientras se libera a los sectores de mayor poderío económico para fomentar su capacidad reproductiva.)
Zavala Muniz señala con claridad el camino que ha tomado el gobierno.
- ¿Hacia donde va nuestro Partido?
- El batllismo siempre ha encontrado los hombres adecuados para resolver los problemas que la hora señala. El nuestro es un partido con raíces profundas y ellas le permiten ser instrumento apto para los cambios que el futuro exige.
- Sin embargo, Sr. Zala, la gente no cree más en que la necesidad de que quién se agita a su lado reciba un golpe. Cuando a su vez les golpean, entonces si perciben la injusticia.
- Es la ley de la selva, ¿no?
Zavala Muniz me despidió por fin. Quería ver un programa en Canal 5. En el zaguán, mientras esperaba el ascensor, me pregunté hasta dónde es válida la afirmación de que éstos son tiempos de transición.
Somos, Didizián, una generación apurada.
La luz y el barniz de la puerta me trajeron la visión de una escena que estuvo ante mis ojos durante todo el transcurso de la entrevista.
El 24 de agosto de 1966, ya de noche, el Senador Furest ocupando la Presidencia de la Asamblea General, anunciaba el resultado de la votación que permitiría la plebiscitación del proyecto de Reforma Constitucional que habría de triunfar en noviembre de ese año.
El Senador Carlos Furest, sin expresión, en el pasillo de la sala, mira sin ver el estrado de la Presidencia de la Cámara Baja.
El Dr. Jorge Batlle, mientras tanto, sonríe con los ojos brillantes.
De pronto los legisladores reformistas prorrumpen en aplausos frente al triunfo de una gestión.
Me parece que en ese preciso momento muere un batllismo formal y subjetivo.
En ese momento se plantea la interrogante. ¿Y ahora qué? Hay que buscar las respuestas, Grauert a señalado una.
Saludos.
Miguel Coll.
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