Alfredo Pucciarelli
LA ÚLTIMA DICTADURA MILITAR Y EL ORIGEN
DEL LIBERALISMO CORPORATIVO ARGENTINO
ALFREDO R. PUCCIARELLI
Alfredo R. Pucciarelli, “La última dictadura militar y el origen
del liberalismo corporativo argentino”, en Waldo Ansaldi,
coordinador, Calidoscopio latinoamericano. Imágenes históricas para un
debate vigente, Ariel, Buenos Aires, 1ª edición, 2004; 2ª edición,
2006, pp. 253-280.
.- Introducción
La mayoría de las investigaciones económicas realizadas sobre el proyecto de transformación
radical desarrollado por la última dictadura militar coinciden en afirmar que el proceso de
concentración de capital, la sostenida redistribución regresiva del ingreso y la expansión de los
beneficios empresarios obtenidos mediante el mecanismo de valorización financiera constituyen,
junto al comienzo del proceso de destrucción del sector industrial sustitutivo, el núcleo central de la
profundas trasformaciones estructurales introducidos por el elenco neoliberal instalado en Ministerio
de Economía durante ese período.
Su indiscutible relevancia y sus efectos en la evolución socioeconómica posterior nos obliga a
destacarlos y ubicarlos, efectivamente, en el meollo de cualquier intento de interpretación. Pero si se
pretende dar respuestas más específicas a algunos interrogantes surgidos del análisis de esas
investigaciones creemos necesario elaborar nuevas hipótesis para analizar más detalladamente y, en
cierto modo, “resignificar” algunos otros procesos, poco estimados hasta ahora, de carácter
concomitante. Entre muchos otros que no podemos abarcar en este texto, nos interesa
especialmente marcar con un fuerte relieve el carácter ambiguo y contradictorio que tiene tanto la
denominada política neoliberal del Estado dictatorial como la orientación económica y el discurso
político de las fracciones principales de un nuevo tipo de clase dominante en pleno proceso de
constitución. Para avanzar en esa dirección, elaboramos hipótesis tendientes a determinar con mayor
precisión el papel que ha desempeñado la denominada “valorización financiera” en las estrategias de
acumulación de las grandes empresas que constituyen la base material de clase dominante y la
relación que ello tiene con las nuevas características de las políticas de promoción y fomento de la
actividad industrial del período y con la trama de oscuros intereses económicos y extraeconómicos
que permitieron un colosal proceso de transferencia de excedentes de lo público hacia lo privado,
especialmente hacia el privilegiado estrato de grandes empresas monopolistas en pleno proceso de
diversificación.
1.- La formación de un nuevo bloque de poder
Como ya se ha dicho, El “Proceso de Reorganización Nacional” enfrenta las restricciones
económicas, los conflictos sociales, los enfrentamientos político militares y los dilemas políticos
institucionales heredados de los períodos anteriores con criterios y estrategias sustancialmente
diferentes; combina para la ocasión “terrorismo de Estado” con disciplinamiento social y política
antidesarrollista y antiindustrial. Las dos primeras fueron planificadas y ejecutadas unánimemente por
la corporación militar, la política económica fue impulsada por un nuevo tipo de bloque social,
hegemonizado por los grandes capitalistas nacionales y extranjeros consolidados en el período
anterior, representados socialmente por las grandes corporaciones empresarias, y políticamente por el
nuevo elenco de economistas neoliberales liderados por el Ministro Martínez de Hoz.
En relación a esto último expresa, también, la nueva visión que de esos grandes dilemas
históricos ha ido elaborando un nuevo conjunto de capas y sectores sociales que ingresan con su
propia identidad al campo de creciente tensión que la prolongación del “empate hegemónico” venía
generando entre las dos fracciones principales de la clase dominante (J. C. Portantiero, 1973). Se trata
de un nuevo grupo social relativamente heterogéneo, constituido por sectores y capas sociales
diferentes pero fuertemente articuladas entre sí, dentro de una compleja red de relaciones definida
por la naturaleza relativamente común de las funciones que desempeña. Nace en la denominada
segunda etapa del proceso de sustitución de importaciones y se fortalece junto con el creciente
predominio que en ella van adquiriendo las grandes empresas monopólicos, industriales y de
servicios, privadas y estatales, nacionales y extranjeras (O. Braun, 1973). Es un grupo que no tiene
autonomía ni poder económico propio y no forma parte de la clase dominante propiamente dicha
pero que, por la función que desempeña, es capaz de enriquecer y complejizar sus horizontes y
perspectivas, sensibilizando e incidiendo sobre la modificación de todo su entorno. Aportan la visión
que le otorga su función de dirección y planificación estratégica tanto en las grandes empresas
privadas monopolistas, generalmente extranjeras, como en las grandes empresas públicas de servicios
y las cada vez más importantes empresas productoras del complejo militar industrial en expansión. F.
Cardozo (1975) Fue uno los primeros analistas en advertir su surgimiento en Brasil y en algunos
otros países latinoamericanos. En relación con los administradores del sector públicos las denomina
“burguesía de estado” para poner de relieve sus carácter contradictorio y ambiguo; “la forma de
propiedad de las empresas estatales es pública – afirma- pero el control de las mismas se hace a
través de un grupo que he llamado burocrático pero que ha comenzado a tener características que el
fenómeno de la burocracia no explica” (Citado por R. Sidicaro, 2.002: 221) Entre nosotros ese rol
fue desempeñado originalmente por G. O´Donnell (1975; 1982) y por R. Roth (1981), que con el
testimonio de las experiencias recogidas como alto funcionario gubernamental permitió asociarlo con
la Revolución Argentina, durante la segunda mitad de la década del sesenta. En su relato, aparece por
primera vez una clara identificación de los intereses compartidos por ese conglomerado, una nueva
denominación “clase dirigencial” y la adjudicación de una responsabilidad directa en la sorda
oposición que sufrió por parte del elenco liberal del Ministerio de Economía el primer intento
frustrado de “reforma administrativa” impulsada por el sector nacionalista del ejercito para elevar la
eficiencia y transparencia de la gestión burocrática modificando las normas y los procedimientos de
vinculación entre el Estado y el sector privado.
La liquidación de ese proyecto y la posterior renuncia de uno de sus principales protagonistas
es sólo una manifestación de las muchas que va revelando a lo largo del tiempo un nuevo proceso de
creciente articulación entre el viejo Estado desarrollista, interventor y prebendario con un nuevo
grupo de grandes empresas monopolistas cuya acelerada expansión se halla estrechamente vinculada
a su participación en la ejecución de sus grandes emprendimientos, así como sus altos niveles de
acumulación parecen menos relacionados con el riesgo y la innovación que con los altos beneficios
obtenidos mediante complejas formas de relación extracontractuales o paracontractuales con diversas
instancias de la administración pública. En es oscura articulación entre ambas instancias, pública y
privada, juega un rol fundamental el bloque formado por los grandes funcionarios, administradores y
técnicos, estatales y privados, especializados en compartir grandes negocios, en diseñar grandes
emprendimientos y en producir varios tipos diferentes de ganancias extraordinarias, mediante
comportamientos irregulares mutuamente compartidos; mecanismos de articulación que finalizan
generando una densa red de intereses valores y conductas fuertemente corporativas.
Se comienza a tejer, de ese modo, una nueva red de intereses, valores y conductas fuertemente
corporativas que tienen en un extremo a una serie de grandes empresas monopolistas en pleno
proceso de expansión, y en el otro a las grandes empresas del Estado y a ciertas instancias
estratégicas del Estado mismo. Es impulsada por las permanentes demandas estatales de
manufacturas, obras y servicios al sector privado y se caracteriza por la capacidad que tiene de
generar formas varias de colusión entre los gerentes de las empresas privadas y los “tecnoburócratas”
del sector estatal, que finalizan en la mayoría de los casos alimentando formas también variadas de
ganancia extraordinaria para las grandes empresas. En su desarrollo pasa por varias etapas diferentes
que se prolongan hasta la década del noventa, pero esa sucesión de proyectos nacionales y formas
gubernamentales diferentes no impide observar cómo se reitera en forma permanente la concepción
de un tipo de capitalismo desarrollista asistido y subsidiado, compartida y reformulada según la
circunstancias tanto por las grandes empresas como por el poder estatal
Mediante un estudio de caso referido a la relación que se establece entre demanda estatal y
actividad empresaria de ese momento, A. Castellani (2002) pone en evidencia el modo en que la
fraudulenta interpretación de las disposiciones de la ley de mayores costos, promulgada para proteger a
las empresas de los perjuicios de la inflación, es utilizada en realidad para favorecer la obtención de
ganancias extraordinarias mediante arreglos especiales entre los representantes de las grandes empresas
constructoras y funcionarios de vialidad nacional; arreglos unas veces promovidos y otras tolerados
por las mas altas instancias del propio poder político nacional. También demuestra que durante la
gestión de la Revolución Argentina, esa forma extendida de articulación entre el Estado y las grandes
empresas marca el momento inicial y particular de una larga secuencia de formas de articulacióncolusión
entre ese sector empresarial y el estado en sus diversas variantes que puede ser subdividida
en seis etapas diferentes. Estas formas de articulación dan lugar, a su vez, a patrones diferentes de
valorización del capital mediante la obtención de ganancias extraordinarias de origen monopólico e
inciden en la modificación de la naturaleza y las formas de predominio de las fracciones principales
de la clase dominante.
Para algunos analistas del período, ese proceso permite la expansión de un subconjunto de
grandes empresas nacionales convertidas en la base material de un burguesía autóctona “sui generis”
que pasa a formar parte del núcleo central de la clase dominante junto con la tradicional burguesía
terrateniente agropecuaria y exportadora y con la representación local de las grandes empresas
trasnacionales. Las distingue no sólo su larga historia de contratistas y proveedores estatales, rápido
crecimiento, su carácter monopolista y el origen del capital sino también, y principalmente, la fuerte
relación de dependencia que establece tanto con el Estado como con las Empresas Trasnacionales.
La estrategia y parte del elenco del Gobierno de la Revolución Argentina parece hallarse fuertemente
relacionado con ese nuevo fenómeno y muchas de las decisiones económicas adoptadas en su
período responden a sus requerimientos de expansión en ámbitos protegidos, estimulados o
subsidiados por el Estado. ”Que el ménage á trois no es una ficción se muestra en que el Estado,
además de ampliar sus actividades empresariales directas, parcela cotos de caza para sí y para la
burguesía nacional: productos o servicios estratégicos que sólo pueden ser explotados por ellos, áreas
en el que el capital extranjero sólo puede participar asociado a una parte nacional, pública o privada;
(aceptando) diversos controles a la inversión externa y formas de asociación que ésta no hubiera
aceptado (en un contexto diferente)…”(Busca) posiciones de poder desde las que pueda negociar su
vinculación con el capital internacional y, de ser posible excluirlo directamente de algunas actividades
de alta rentabilidad. Contra esto está dispuesta a dejar correr su suerte a las capas del empresariado
nacional que, por tener empresas de menor tamaño…no tiene más remedio que tratar de sobrevivir
marginándose del trío, en condiciones mucho más ortodoxamente competitivas”(G. O´Donnell,
1975: 34-35).
El desarrollo de acontecimientos posteriores refutó definitivamente esta hipótesis. Las grandes
empresas monopólicos fueron adquiriendo cada vez mas preponderancia, pero su indudable éxito
comercial estuvo asociado a la diversificación de actividades económicas, a la integración de grandes
empresas agropecuarias dentro de sus grandes complejos empresariales a la trasnacionalización de
sus capitales y de sus formas de inversión y, principalmente, a la valorización financiera, el
endeudamiento externo y la fuga de excedentes hacia el exterior. En ese proceso no sólo disolvieron
la fracción autónoma de la burguesía terrateniente capitalista sino que también borraron de ámbito
social, político e institucional todo tipo de expresión que pudiera asociarse siquiera a las visiones,
expectativas y proyectos de una burguesía industrial nacional, heterónoma y dependiente. Como es
sabido el tiempo que trascurre entre la Revolución Argentina y el de las privatizaciones de las
empresas estatales como elemento central del denominado “plan de convertibilidad” mantiene dos
factores constantes: el rol estratégico que cumple el Estado para impulsar, favorecer y proteger las
diferentes formas de acumulación de estos Grandes Conglomerados Empresarios y, a la vez, el
persistente proceso de extranjerización de la economía mediante la absorción o venta a variadas
formas de asociación de capitales externos, no sólo de las grandes empresas del estado sino de la
mayoría de los mas grandes emprendimientos controlados por el capital nacional; la venta a
Petrobras, la empresa estatal brasileña, de la principal empresa petrolera del Conglomerado Pérez
Compac configura el eslabón reciente de una larga cadena de fusiones y cesiones de empresas
nacionales sumamente rentables a inversores externos que no ha finalizado todavía
El sistema de relaciones corporativas que alimenta la acumulación extraordinaria de ese nuevo
conglomerado de grandes empresas denominado popularmente la patria contratista es el producto,
entonces, de la misma concepción del capitalismo desarrollista subsidiado que un sector del gobierno
militar pretende combatir pero otro convalida con sus discursos e impulsa con sus propias
decisiones durante la última dictadura militar. Analizando el contenido del Proyecto Nacional,
elaborado por el General Díaz Bessone a cargo de la jefatura del Ministerio de Planeamiento, R.
Sidicaro demuestra que desde el comienzo de su gestión, en el gobierno dictatorial coexisten dos
proyectos diferentes, junto al programa de apertura indiscriminada del equipo económico del
ministro Martínez de Hoz aparece una nueva concepción neodesarrollista que concibe una relación
diferente entre estado y mercado y continua asignándole al primero un rol estratégico y definitorio en
la determinación de los grandes objetivos económicos y sociales de la nación. Toma estado público
en el mismo momento en que la fracción cívico-militar autoritaria y neodesarrollista impone el
proyecto de creación de ese Ministerio. “La creación del Ministerio de Planeamiento implica un
contrasentido total –dice el Ingeniero A. Alsogaray- porque el gobierno al querer reimplantar el
sistema de libre empresa privada, a través del Ministerio de Economía, estaría siguiendo un rumbo
determinado, y al orientarse hacia la economía planificada al crear el Ministerio de Planeamiento
estaría siguiendo un rumbo diametralmente opuesto”. A partir de allí la confrontación entre las dos
concepciones marcó una etapa de gran tensión que se resolvió, momentáneamente, con la renuncia
del Ministro en cuestión y el abandono de todo intento de planificación estatal de la actividad
económica, pero la eliminación de uno de los mayores representantes de la fracción neodesarrollista
no resolvió el conflicto sino que lo derivó hacia otros ámbitos menos visibles pero igualmente
estratégicos del poder militar. Como tal contraposición cruza la gestión de la dictadura militar en
toda su extensión ha sido transformada recientemente en una de las principales claves interpretativas
de los conflictos irresueltos y permanentes que la condujeron a su virtual disolución (M. Novaro y V.
Palermo, 2003)
J. Schvarzer (1981) rescata varios de los puntos de controversia entre esas dos corrientes
referidos al ámbito de la gestión económica. Uno de los más importantes giró en torno de la
interpretación del núcleo fundamental de la concepción neoliberal, el principìo de subsidiaridad del
Estado respecto de la producción y de la marcha de la economía en general. De acuerdo a ese criterio,
adoptado y definido por el Ministro de Economía al comienzo mismo de su gestión, la posibilidad de
liberar creativamente la capacidad de innovación y crecimiento que todavía no habían podido
desarrollar los principales sectores y agentes económicos, contenidos en los estrechos horizontes
empresariales generados por el tipo de capitalismo asistido y subsidiado del período de sustitución de
importaciones, el Estado debía retirarse progresivamente de la producción y dejar librada al libre
juego de las fuerzas actuantes en el mercado la definición del perfil y del alcance del nuevo “proceso
de reconversión industrial ” y la propia estrategia de crecimiento económico. “Es el mercado quien
debe decidir si el país va a producir acero o caramelos” afirmo en su momento el Doctor Alejandro
Estrada, Secretario de Comercio y miembro conspicuo del equipo económico, profundizando y
ejemplificando una postura extrema que generó fuertes aunque veladas posiciones divergentes en el
seno mismo del equipo gubernamental.
Aunque posteriormente trató de limitar el alcance de sus afirmaciones, el Secretario no pudo
evitar que muy poco tiempo después la Junta Militar lo desautorizara implícitamente al introducir
entre las “pautas” de la acción de gobierno correspondientes al período 1981-84 que la
administración debía “efectuar los estudios y planes necesarios para determinar el perfil industrial
argentino”. Un miembro de la junta justificaba el sentido de esa importante toma de posición
haciendo una explícita distinción: el Estado afirmaba el Almirante Lambruschini debe ser subsidiario
pero no indiferente: “la economía debe servir a los intereses permanentes de la Nación, por ello los
factores de seguridad y geopolíticos deben pesar, en ocasiones, tanto como los de la fría
rentabilidad”.Frente la hecho consumado el Ministro de Economía buscó mantener el equilibrio
ubicándose en una supuesta posición intermedia que en realidad se parecía mucho más a la del elenco
militar: analizando la cuestión de la producción de acero, reconoció que el estado debía mantener la
potestad de fijarse a sí mismo y al sector privado metas productivas diversas cuando distorsiones en
el funcionamiento normal del mercado, externo o interno, así lo requerían.
Las diferencias de interpretación se trasladan, a su vez a los criterios de aplicación del principio
de subsidiaridad.. Una estaba referida a la forma de plantear y resolver la cuestión del déficit fiscal y la
necesidad de reducir el gasto público. La otra fue tomando cuerpo, en forma encubierta, a medida
que se iba desarrollando la proclamada política de privatizaciones de empresas del Estado. A pesar de
sus éxitos iniciales, como la privatización de la marina mercante, el sector privatizador fue siendo
obligado a buscar soluciones intermedias para evitar enfrentamientos directos, como ocurrió con la
privatización periférica de las empresas del estado. Una iniciativa que fue presentada como una
necesaria etapa técnica de su progresiva privatización, aunque parece haber nacido para amortiguar el
enfrentamiento entre ambos sectores.
Esa ambigüedad establecida desde el inicio de la gestión entre medidas aperturista proclamadas
y promulgadas, medidas proteccionistas adoptadas y prácticas corporativas fomentadas o toleradas
alimento un espacio permanente de negociación donde concurren no sólo las propuestas de los dos
sectores diferenciados del gobierno dictatorial sino también el cúmulo de demandas generadas por
las nuevas grandes empresas que continúan creciendo y ampliando el capital y los beneficios,
mediante formas diversas de colusión con las empresas y organismos del Estado. Un fenómeno que
en medio de la lucha intergubernamental es reconocido tanto por el periodismo del establecimiento
como por los mismos funcionarios del Estado. “Hay un sector empresario- afirma nuevamente el
neoliberal y polémico Secretario de Comercio- que ha tenido un gran crecimiento y que
posiblemente en una economía de igualdad de oportunidades no las hubiera tenido. Ellos son
partidarios del “statu quo” de un Estado sobre el cual ellos pueden imponerse porque, en definitiva,
todas estas distorsiones de la economía argentina fueron provocadas por el gobierno, pero por la
influencia que sobre los gobernantes tuvieron esos intereses, entres otras causas”. Manuel Solanet,
importante funcionario enrolado en el mismo sector amplía la imagen, “las presiones de mayor
inversión surgen...del sector privado que se queja de la presión tributaria, pero que está interesado en
el gasto porque es contratista o proveedor...”. El Ministro de Economía plantea la misma cuestión
analizando la conducta de otro grupo empresario “el nivel de cada reembolso- dice, refiriéndose a las
exportaciones- está relacionado con la presión política y económica que puede ejercer algún grupo en
un momento determinado y no está relacionado con un pensamiento orgánico que lo estructure
sobre bases sólidas” (citados por Schvarzer, 1981: 137-138)
El conocido proyecto aperturista de reconversión productiva impulsado por el Ministerio de
Economía nace desvirtuado o se va desvirtuando, entonces, entre otras cosas, por la necesidad
mutuamente compartida de apaciguar los enfrentamientos internos en el elenco gubernamental y
establecer un ámbito de coincidencia de mutua tolerancia que impida transformar esa
incompatibilidad de origen en una abierta contradicción. El Ministro M de Hoz es probablemente
quien registra con mayor lucidez la causas y los límites que impone al proyecto liberal la naturaleza de
esta oposición y ello puede explicar no sólo su gran capacidad para perdurar en medio de los
conflictos que desata dentro del elenco gubernamental, y con un sector cada vez más amplio de la
sociedad, sino también la generación de ese abismo que se va abriendo entre las propuestas originales
formuladas en su discurso inaugural del 2 de abril y su desarrollo posterior. Denominamos al
resultado práctico de ese comportamiento del nuevo bloque en el poder “proyecto liberal
corporativo” para acentuar precisamente el carácter ambiguo, mutuamente condicionante y
potencialmente conflictivo de los dos términos que la componen.
2. El desarrollo de un nuevo horizonte conceptual
Aunque el tema no ha sido investigado todavía, suponemos que el nuevo plantel de
economistas y funcionarios liberales encargados de elaborar y ejecutar la política económica de la
dictadura militar tiene una estrecha relación con ese nuevo grupo social y especialmente con su
concepción de los imprescindibles cambios que se debían realizar para encarar con éxito la solución
de los dilemas históricos heredados. En efecto, tal como lo había manifestado el presidente de la
Unión Industrial un año antes, los grandes empresarios habían llegado a la conclusión de que los
males endémicos del funcionamiento económico (lento crecimiento, atraso relativo, desequilibrio,
vulnerabilidad externa) y, especialmente, su influencia en la exacerbación de la pugna distributiva, la
radicalización de la lucha política, la ingobernabilidad y la descomposición institucional, seguirían
siendo inabordables si sus soluciones continuaban diseñándose dentro del los términos planteados
con anterioridad por la concepción nacionalista, industrialista y mercadointernista.
En efecto, analizado desde esta perspectiva, el conjunto de problemas irresueltos que venía
asfixiando a la producción desde mucho tiempo atrás habían dejado de actuar como obstáculos o
anomalías para trasformarse en rasgos estructurales permanentes y específicos de una obsoleta
estrategia de crecimiento industrial que se había vuelto incompatible, también, con las tendencias
dominantes en el mercado mundial. No podían, por tanto, ser superados si no se eliminaban sus
causas profundas que, en última instancia se desprendían de un solo condicionante material: la
injustificada proliferación de una multitud de emprendimientos económicos, atrasados, ineficientes y
escasamente productivos que sólo podían sobrevivir penosamente en el clima artificial de un
mercado cerrado, excesivamente regulado y totalmente protegido. El intento de fundar en la
postguerra una industria sólida integrada, competitiva y eficiente a partir de la sustitución de
importaciones había sido infructuoso, había fracasado porque se asentaba en bases materiales,
sociales y culturales tan equivocadas y endebles que ni en la mejor de las condiciones posibles
hubieran podido alcanzar sus propios objetivos originales.
Para los críticos liberales, a medida que avanza la industrialización el proceso de modernización
de la producción y de acumulación de capital evoluciona en sentido inverso. La industria local
destinada al mercado interno resulta, en términos relativos, cada vez más atrasada y menos eficiente y
sólo puede sostenerse si se mantiene funcionando su respirador artificial, la protección y el subsidio
estatal que frente a las insistencias de los reclamos adopta formas cada vez más complejas,
sofisticadas y abarcativas. Pero ese mismo Estado que garantiza su sobrevivencia dentro de un
ambiente escasamente competitivo, anómalo y artificial tampoco pudo resolver el problema de fondo
aplicando políticas públicas de fomento a la inversión y la productividad del sector privado. Por el
contrario la expansión de su potestad intervensionista acentúa la tendencia general ya existente entre
los empresarios privados de buscar mediante la colusión con funcionarios de instituciones
gubernamentales y de las grandes empresas públicas posiciones monopólicos y ganancias
extraordinarias en emprendimientos sin riesgo. Carente de inversiones significativas y de adecuados
ritmos de innovación tecnológica, la economía pierde el impulso de sus primeras etapas se va
debilitando y crece en forma espasmódica, muy moderadamente. En ese nuevo contexto, la política
redistributiva, también garantizada por ciertas instituciones públicas se va quedando sin sustento
material, la producción de excedentes disminuye y con ella la posibilidad de mantener con éxito un
esquema de distribución de ingresos implementado en momentos de mayor prosperidad. Allí está la
causa última tanto de la exacerbación de la pugna distributiva como de la modificación de la
naturaleza de la lucha política.
El problema social que se halla en la raíz del enfrentamiento político y el caos institucional
generado en la última década es producto, entonces, de los reiterados pero infructuosos intentos
realizados por el Estado para hacer funcionar en forma compatible los cuatro grandes principios de
la estrategia desarrollista, hegemónica durante todo el período de industrialización sustitutiva: la
fuerte intervención directa del Estado en la economía como productor de bienes y servicios para
suplir con su esfuerzo la falta de capacidad e iniciativa del sector privado; el impulso a la producción
industrial privada mediante la regulación, el proteccionismo y los subsidios para aportar mayor
dinamismo a los sectores proveedores del mercado interno; el impulso a la modernización del sector
agroindustrial para contribuir a superar su estancamiento; y el impulso de la demanda interna
mediante la acentuación de un política redistribucionista diseñada para aumentar la capacidad de
consumo de los sectores populares y la movilidad social, mediante la mejora del salario directo e
indirecto.
En consecuencia hay sólo una estrategia capaz de superar el conjunto de obstáculos y
contradicciones engendrados por un modelo de desarrollo definitivamente agotado, volver a
reinstalar el funcionamiento de la economía dentro de su cauce natural, el mercado, eliminando para
ello las principales formas de participación del Estado en la producción directa, en el control y
fomento de ciertas actividades económicas y especialmente en la regulación de los criterios de
distribución del ingreso y de inversión de capital. Encabezado por el Ministro Martínez de Hoz, el
elenco liberal, antidesarrollista y antiproteccionista, que se incorporó al elenco gubernamental de la
dictadura militar constituyó, desde el inicio, una línea interna sumamente coherente y agresiva que se
propuso llevar un programa integral de reformas estructurales guiados por la lógica de la
“destrucción creativa” extraída de las experiencias de resolución de las grandes crisis de los países
capitalistas centrales. “Achicar el Estado para agrandar la nación” uno de los primeros eslóganes
lanzado por Ministerio de Economía en el inicio del gobierno militar obedece a la intención de
sintetizar y hacer visible esta nueva concepción, basado en el fuerte desplazamiento del anterior
Estado regulador e intervencionista. Una estrategia que daría lugar simultáneamente a la reconversión
tecnológica de las empresas dispuestas a aumentar su productividad y su eficiencia compitiendo
libremente en el mercado, a la desaparición de aquellas que no puedan o no quieran hacer frente a
ese nuevo desafío de sana competitividad empresaria y a la instalación de nuevos emprendimientos
para ir cubriendo con mayor eficiencia y mejores precios los sectores de la producción y servicios.
Por la razones indicadas al comienzo, esta proclamada concepción antiestatista y
antiproteccionista podía articularse con la necesidad de ir eliminando del mercado esa pléyade de
empresas pequeñas y medianas responsables de una buena parte de la especial dinámica
socieconómica de nuestro atípico modelo de desarrollo capitalista y principales protagonistas de las
sucesivas y muchas veces exitosas estrategias políticas defensivas contra la ofensiva de los sectores
económicos altamente concentrados, analizadas en varios trabajos clásicos de su época.(G. O
´Donnell, 1975). Así se inició un largo período de ajuste de cuentas entre la gran burguesía
monopolista y esa burguesía media en retroceso, acosada y sin capacidad para impedir un proceso de
disolución que se extendió mucho mas allá del lapso ocupado por la dictadura militar. Pero, si la
medimos por sus resultados esa ofensiva eficientista y antiproteccionista afectó solamente a ese
sector, no modificó sustancialmente la ubicación ni el desempeño de los emprendimientos
relacionados con la expansión de la patria contratista ni afectó el modo de operación de las grandes empresas
estatales. La cruzada renovadora no sólo careció de efectos propios sino que generó exactamente lo
contrario, el fortalecimiento de los mecanismos de obtención de ganancias extraordinarias mediante
la protección y expansión de variadas formas de articulación entre empresas privadas privilegiadas y
ciertos sectores de la administración estatal así como al fortalecimiento de las conductas
corporativas del conglomerado tecnoburocrático (privado y estatal) encargado de su adecuada
implementación. Los efectos del plan integral de reformas se manifestaron en otros ámbito con otros
objetivos pero no alcanzaron a modificar ni el funcionamiento burocrático e ineficiente de las
grandes empresas estatales ni para frenar la aparición de periódicas disposiciones estatales de
promoción y fomento de las actividades industriales controladas en su mayor parte por las grandes
empresas.
Por ello el ambicioso proyecto impulsado desde la trinchera neoliberal frena su impulso inicial
y comienza a hacer convivir dentro de un nuevo esquema, aún más ineficiente y perverso que el
anterior, la lógica de la reconversión destructiva que afecta al sector no concentrado de la industria
sustitutiva (por efecto de las cuatro grandes medidas originales ya mencionadas) con un renovado
proceso de articulación económica, política e institucional entre lo privado y lo público. Esta nueva
forma de expansión subsidiada por el Estado se halla fuertemente asociada a la transformación de la
gran empresa monopolista en un nuevo tipo de conglomerado multiproductivo, comercial y
financiero, diseñado para poder abarcar exitosamente las cuatro grandes ramas del nuevo negocio
empresario: el crecimiento del contratismo tradicional relacionado con la provisión de obras y la
prestación de servicios varios a empresas e instituciones del Estado (en este punto se mantiene todo
lo anterior y se le agregan importantes ventajas adicionales, tales como la privatización de las
actividades periféricas de YPF); la participación en la provisión de bienes, materiales estratégicos y
asistencia tecnológica a las nuevas ramas en expansión monopolizadas por el Estado, tales como la
industria bélica, aeronáutica y nuclear; el aprovechamiento de los créditos de fomento y de los
subsidios impositivos creados por la ley de promoción industrial; la participación en los nuevos
negocios de valorización financiera que abre la reforma financiera articulado con la expansión del
crédito externo y, como veremos, el subsidio permanente del Estado.
En efecto, a pesar de las sucesivas proclamas neoliberales, el Estado, como ya se ha
demostrado, no disminuye durante este período el gasto estatal ni el nivel de la inversión pública.
Continúa garantizando el funcionamiento de ese segmento especial y privilegiado del mercado
heredado del período anterior manteniendo un alto nivel de demanda de obras, bienes y servicios
diversos, especialmente diseñado para facilitar la participación de las grandes empresas monopolistas
nacionales y extranjeras a través de un repertorio de decisiones gubernamentales entre las que se
destacan, por su importancia, la nueva política denominada de “privatización periférica” de las
grandes empresas del estado y la versión modificada de las políticas activas de promoción industrial y
regional. Ante la imposibilidad de imponer un plan de transferencia integral hacia el sector privado
de las empresas más importantes, el equipo económico logra hacer aprobar un sucedáneo menor: la
privatización parcial de algunas de sus actividades no estratégicas. Este criterio es adoptado y
aplicado severamente no sólo para neutralizar el espacio de confrontación entre los dos sectores
gubernamentales divergentes respecto a esta cuestión sino para hacer más accesible la inserción de las
empresas privadas en una área estatal que por su complejidad y extensión parecía hallarse fuera de su
alcance. Aplicando el recurso de la subcontratación fue posible ceder gradualmente actividades y
funciones teniendo en cuenta la capacidad técnica y económica original de las empresas contratistas
existentes y, también, su posibilidad de crecer y fortalecerse con las enormes ventajas que les
brindaban esos negocios cuando eran bien administrados.( Para ampliar e ilustrar esta última cuestión
ver especialmente análisis y listas de privatizaciones selectivas en J. Schvarzer, 1981)
Otro tanto ocurre con los cambios de criterios establecidos para adjudicar subsidios y
excepciones impositivas en el marco de las políticas de “promoción industrial”. En su nueva versión,
la ley de promoción reduce tanto los montos totales como las cuotas individuales de los subsidios y
eleva las exigencias de rentabilidad de los proyectos presentados, pero ello no impide que a poco de
ser aprobada esa nueva concepción eficientista se vayan adoptando en forma paralela otra serie de
disposiciones legales y medidas específicas diseñadas para fomentar la radicación de nuevos tipos de
empresas en ciertas regiones deprimidas del interior del país. Así se constituyó un nuevo entramado
de relaciones corporativas entre funcionarios del gobierno nacional, caudillos políticos de las
provincias pobres y empresas privilegiadas que dio lugar a un nuevo sistema distorsionado de
radicación industrial precario y ficticio. Un sistema compuesto en su gran mayoría por las
denominadas fábricas con rueditas, conjunto de emprendimientos simulados, desplazados
artificialmente, por empresas preexistentes, hacia esas zonas para poder incluir dentro de los
regímenes de promoción la producción realizada en otras plantas instaladas en las regiones
industriales tradicionales.
Una gran parte de la enorme masa de recursos estatales egresados por esta vía vino a sustentar
una nueva modalidad de obtención de ganancias extraordinarias para los empresarios capaces de
establecer continuar con la lógica corporativa estableciendo adecuados contactos y arreglos especiales
con militares, funcionarios y políticos. Después de analizar el caso de la empresa Celulosa Argentina,
como parte de un detallada investigación empírica sobre esa cuestión, Basualdo y Aspiazu (1990)
concluyen, entre otras cosas, que la consolidación de su liderazgo sectorial fue producto de una
inmensa apropiación privada de excedentes derivados de la promoción industrial, es decir una
transferencia colosal de recursos que excedió holgadamente el fomento a la industrias nacientes
estuvo totalmente disociada de su contrapartida real en el plano de la producción. Lo mismo
deducen del estudio de una gran variedad de casos similares compuestos por “radicaciones”
impulsadas por casi todas las grandes empresas y conglomerados existentes en la actualidad.
Muestran, también, que la búsqueda de beneficios extraordinarios mediante inversiones carentes de
riesgo dentro del nuevo régimen de promoción desempeñó un rol fundamental en la modificación de
la estructura productiva del sector industrial, en las estrategias de acumulación de capital de las
grandes empresas, como así también en la agudización del proceso de concentración-centralización
del capital y su contraparte, la formación de un nuevo tipo de grandes conglomerados económicos.
Sus principales beneficiarios fueron las firmas que hacia mediados de los años setenta ya ocupaban
una posición de privilegio en sus respectivas ramas de actividad, es decir los grandes grupos
económicos de capital local junto a los conglomerados trasnacionales.
Por ello, si lo analizamos en relación a los dilemas históricos no resueltos ya mencionados, el
nuevo horizonte conceptual que orienta al proyecto de la dictadura militar no implica ninguna
solución pero marca un claro renacimiento y continuación, en nuevas condiciones históricas, de la
alianza entre el Estado y el gran capital establecida diez años antes por el gobierno de la Revolución
Argentina, aunque ahora aparezca relativamente opacada por el discurso neoliberal y no sea
claramente percibida debido a que sus objetivos estratégicos son radicalmente diferentes. En el plano
económico, el proyecto de apertura económica indiscriminada que conlleva a la reducción del
mercado interno, de la producción nacional y la virtual liquidación de las medianas empresas
industriales insertadas en ese ámbito es correlativo a la transformación cualitativa y al fuerte
crecimiento del peso relativo de las grandes empresas monopolistas, a la expansión y consolidación
de las estrategias de acumulación “corporativa”, al crecimiento de la influencia que adquiere la nueva
fracción tecnoburocrática y gerencial en la gestión del Estado y a la propia modificación del núcleo
principal de la clase dominante.
3. El Liberalismo Corporativo, una nueva versión del capitalismo prebendario iniciado
en la década anterior
El liberalismo corporativo puede ser considerado, entonces, una nueva versión, una nueva
modalidad del capitalismo prebendario iniciado en la década anterior y, a la vez, una nueva etapa del
tipo de capitalismo subsidiado, atrasado y periférico implantado en nuestro país junto al esquema de
industrialización por sustitución de importaciones. La evolución de este proceso de trasformación de
las modalidades de acumulación de capital generados durante la dictadura militar puede ser dividido,
a su vez, en dos grandes momentos, el de la creación de las nuevas condiciones estructurales de
desarrollo de esa nueva modalidad y el de la implantación de un nuevo patrón de acumulación
basado en la articulación dentro de ese nuevo grupo de grandes empresas de dos tipos de ganancias
extraordinarias: las que provienen de la expansión de los nuevos “arreglos” que se van estableciendo
entre cada una de ellas y la nueva cúpula gerencial y tecnocrática administradora de las grandes
empresas públicas y los nuevos emprendimientos estatales y las que surgen por primera vez de la
súbita expansión de las inversiones no productivas y especulativas reproducidas mediante el
mecanismo de la denominada “valorización financiera”.
Para algunos autores, el proyecto de reordenamiento neoliberal de la economía que trae en su
portafolio el nuevo equipo económico es diseñado para tratar de resolver, con un criterio diferente
al de todos los intentos anteriores, uno de los dilemas históricos permanentes e irreductibles que fue
creando la propia evolución de nuestro tipo de capitalismo: la generación del volumen de divisas
necesarias para sostener la expansión de una estructura productiva, segmentada y no integrada,
basada en la importación de maquinarias, tecnologías y materia primas industriales de carácter
estratégico. Durante los períodos anteriores, el desequilibrio constante producido entre necesidades y
posibilidades de generar esa masa de divisas se expresó en un tipo de déficit de la balanza de pagos
que cuando superaba cierto límite superior tenía la capacidad de desatar, mediante la modificación
del esquema de precios relativos, una serie de mecanismos reequilibradores englobados en el
denominado proceso de stop and go stop and go. Este tipo de respuesta permitía, como hemos dicho, un
funcionamiento relativamente regular y estable de la economía pero obstaculizaba severamente su
crecimiento, generaba altos índices de inflación y alimentaba grandes conflictos y luchas sociales por
la orientación del proceso de redistribución de los ingresos.
Así, en lugar de proponer un nuevo modo de ampliar la producción exportable y de abrir
nuevo tipos de mercado externos, el proyecto del equipo económico entiende por apertura de la
economía la apertura del mercado interno a la competencia exterior. A. Canitrot (1982) sostiene que
de ese modo de entender la cuestión derivan las seis grandes medidas del plan económico enunciado
en 1976: reducción del salario real y redistribución regresiva del ingreso; eliminación de retenciones al
sector agropecuario; reducción progresiva de los aranceles de importación; eliminación de subsidios a
las exportaciones no tradicionales; liberalización del mercado cambiario y financiero y reducción del
gasto del Estado.
Como es sabido, la aplicación de ese conjunto de medidas aperturistas y redistributivas inició un
proceso de erosión del sector industrial que terminó en una profunda crisis a fines de la década. Sin
embargo, la medida más trascendente, la que tuvo profundos y perdurables efectos tanto en el
proceso de descomposición de las actividades productivas como en el súbito crecimiento, primero, y
en el fuerte predominio después de las actividades especulativas fue la promulgación de la
denominada reforma financiera. A mediados del año 1977 se adoptan varias medidas estratégicas
destinadas a provocar un fuerte modificación del rol y de la forma de funcionamiento del sector
financiero. Fueron diseñadas para restringir el determinante rol del estado en ese sector y desplazar
hacia el mercado la potestad de fijar las tasas de interés; junto con ello se creaban disposiciones
destinadas a facilitar el ingreso de capitales externos e impulsar la expansión de esas actividades,
eliminando virtualmente todas las restricciones existentes sobre los procedimientos de asignación de
créditos para los bancos radicados en el país. A. Canitrot ha demostrado que la “reforma financiera”
resultó ser el desprendimiento natural más trascendente de una concepción eficientista del equipo
económico que subordinaba a ese fin tanto la activación de los procesos endémicamente débiles de
inversión de capital como del crecimiento del consumo, del mercado interno y de la economía en su
conjunto. Por ello no trepidó en eliminar con esa reforma dos de los mecanismo mas importantes
utilizados por el Estado para subsidiar globalmente las actividades industriales, la elevación de las
tasas de interés que pasaban a ser fijadas autónomamente, según los mecanismos de oferta y
demanda, y la eliminación de retenciones a la exportación que generaban, a su vez una fuerte
distorsión de los precios relativos entre los dos sectores económicos tradicionales, agricultura e
industria y que en el modelo desarrollista anterior había generado un flujo de trasferencia
permanentes de excedentes a favor de esta última. Las formas de retroalimentación que se fueron
generando entre la apertura comercial externa con peso sobrevaluado y altas tasas de interés en el
mercado reformado creó una situación de competencia perversa y desventajosa, prevista por el plan
de reformas, que impulsó aún mas el proceso de redistribución regresiva del ingreso e inició el
proceso de desindustrialización que marchó junto con el auge de una nueva cultura de la
desinversión y la especulación. (J. Schvarzer, s/f, cuadros 10 y 11)
Durante la etapa de imposición de las nuevas condiciones generales destinadas a impulsar el
pretendido proceso de reconversión, la producción industrial se mantuvo, en promedio,
prácticamente estancada, aunque los valores globales ya ocultaban fuertes tendencias de crecimiento
y decrecimiento contrapuestas entre sectores internos que expresaban, a su vez, el desarrollo de
profundos cambios estructurales. El efecto persistente del cambio de las condiciones generales ya
indicadas, unido a la maduración de las modificaciones habidas en la estructura física de la
producción y en la composición del capital se conjugan para desatar lo que algunos especialistas han
caracterizado como la crisis más profunda, difundida y persistente conocida desde la postguerra hasta
ese momento. En el lapso 1980-82 el producto industrial cayó casi un 25 % y obligó al mismo
gobierno que había inducido su destrucción mediante la competencia abierta e indiscriminada con las
manufacturas del exterior ha devaluar la moneda y dictar una serie de medidas restrictivas y
proteccionistas. Las nuevas disposiciones lograron frenar temporalmente la caída, pero esa breve
interrupción no impidió que el denominado proceso de desindustrialización se instalara
definitivamente e impulsara profundas modificaciones de la economía en el mediano y largo plazo.
“Que el PBI industrial de 1983 sea equivalente al generado una década atrás o al 85% del registrado
en 1974 no constituye un fenómeno común en la historia de las sociedades. Ejemplos relativamente
semejantes sólo podrían encontrarse en casos de destrucción física de los medios de producción,
como consecuencia de conflictos bélicos o de grandes catástrofes naturales...” (D. Aspiazu et al, 1986:
97)
Pero las cifras que muestran la persistencia del estancamiento económico y, dentro de él la
gran envergadura de la caída del sector industrial no deben evitar la adecuada percepción de un
conjunto de otras importantísimas transformaciones estructurales concomitantes. Es necesario
reconocer, en primer lugar, que el proceso de desindustrialización no afecta del mismo modo y con
la misma intensidad al conjunto del sector y que por detrás suyo no se descubre necesariamente la
existencia de un claro rasgo antiindustrialista en las políticas del estado. Lo que se denomina como
desindustrialización es en este período un proceso ambiguo que arroja resultados contradictorios. En
un extremo podemos identificar el comienzo de la descomposición de ese heterogéneo conjunto de
pequeñas y medianas empresas orientadas a la sustitución de importaciones que se ven obligadas a
retraer su participación, a endeudarse o simplemente a solicitar la quiebra y desaparecer del mercado
por imposibilidad de competir con las manufacturas extranjeras en las condiciones desventajosas ya
señaladas. En el otro, la creciente concentración de la producción y de la inversión de capital en dos
tipos de grandes empresas que han tenido orígenes en etapas diferentes del proceso de sustitución de
importaciones pero que durante el período de la dictadura adquieren gran relevancia merced a la
adopción de nuevos criterios de diversificación de la producción y estrategias múltiples de
acumulación de capital entre las cuáles se destaca por su gran peso relativo la producción industrial.
Es un proceso de concentración del capital, diversificación de la producción e integración
multisectorial de una gran variedad de establecimientos diferentes que se adapta a las características
de la nueva etapa articulando diferentes estrategias de acumulación alrededor de un patrón principal,
la obtención de ganancia extraordinaria en el mercado constituido por las demandas del Estado en
las diferentes modalidades mencionadas anteriormente. “Una parte significativa de la expansión de
la nuevas fracciones dominantes proviene de haber mantenido, e incluso aumentado su ya
significativa presencia en esta actividad. En efecto, los distintos casos analizados permite comprobar
que la industria fue uno de los rubros centrales (de sus) estrategias de expansión” (Aspiazu et al, 1986:
191). Las diversas facetas que presenta este proceso permitieron, rebatir, a ciertos autores la tesis
generalmente adoptada de la desindustrialización enunciada originalmente por A. Ferrer
(Lindemboin, s/f).
Dentro de ese conjunto se desarrollan dos tipos de grandes empresas diferentes, los
denominados Grandes Conglomerados Económicos Diversificados (G.C.E.D) y las Grandes
Empresas Trasnacionales Diversificadas (G.E.T.D). Los GCED tienen en común el origen de su
capital, son empresas nacionales que se incorporan al sector industrial en diversas etapas de nuestra
historia y se expanden utilizando diferentes estrategias de inversión. Las primeras son producto de las
estrategias de diversificación utilizadas por una parte del gran capital agropecuario a comienzos del
siglo anterior (Bunge y Born, Braun Menéndez) a las que se agregan primero las grandes inversiones
predominantemente industriales de la primer etapa del proceso de sustitución de importaciones
(Celulosa Argentina, Astra, Pérez Companc) y, luego, las de las grandes empresas nacidas después de
su apogeo (Socma, Bridas, Arcor). Aunque sus formas de evolución son diferentes, todas tienen algo
en común, se consolidan o adoptan la forma de GCED a partir de grandes inversiones industriales
promocionadas o destinadas a satisfacer la demanda estatal durante el período de la dictadura militar.
La provisión al sector público se constituye, por tanto, en un rasgo central de sus estrategias de
acumulación que, además de asegurarle en la mayoría de los casos buenos márgenes de ganancias
extraordinarias, les permite crecer y expandirse sin necesidad de modificar su carácter conservador,
enemigo del riesgo y de la innovación tecnológica. “Con mercado asegurados- se dice en uno de los
estudios ya mencionado sobre las políticas industriales del Estado- con avales oficiales o con precios
independientes de los costos, con acuerdos de provisión u operación a largo plazo, las concesionarias
no se parecen de ninguna manera a las empresas dinámicas de los modelos estudiados en la teoría de
los sistemas competitivos. Por el contrario ellas, una vez ganada la concesión o contrato, encuentran
escaso o ningún incentivo para reducir costos, mejorar métodos de trabajo, aumentar la
eficiencia...Las propias condiciones en que se mueven las impulsan en esa dirección, que sólo se
podría modificar su hubiera cambios en las reglas del juego establecidas entre ellas y el sector público
(J. Schvarzer, 1981:108). .Analizando la evolución de un caso paradigmático, Eduardo Basualdo
afirma, por su parte ” Sobre la base de estas inversiones el Grupo Pérez Companc muestra una pauta
claramente definida: construcción de grandes obras para el sector estatal, extracción de petróleo, de
gas, construcción de centrales nucleares, equipos de comunicación para el servicio nacional de
telefonía...Muchas de estos emprendimientos se realizan en asociación con grande Empresas
Trasnacionales también diversificadas y, en muchos casos, fuertemente vinculadas con el aparato
estatal como principal demandante” (1989: 35/36).
Las GETD constituyen el núcleo central de las inversiones extranjeras en el país. Son empresas
filiales de grandes conglomerados trasnacionales, en su gran mayoría instaladas en el país durante el
período de sustitución de importaciones para aprovechar las ventajas que les brindaba la posibilidad
de producir con tecnología de avanzada manufacturas consumidas dentro de un mercado regulado y
protegido. Las grandes ganancias obtenidas en ese lapso les permitió a algunas a desarrollar procesos
de integración vertical y/o horizontal. Analizando la evolución de la empresa suiza Brown Boveri,
otro caso paradigmático, el mismo investigador pone de manifiesto como ha influido, entre otros
factores, la política estatal de “privatización periférica” en su gran desarrollo durante el período de la
dictadura militar “ “La fuerte expansión de esta ET... se realizó basada en sus actividades ya centrales:
refinación y comercialización de petróleo, construcción y comercialización de gas licuado...completa
la integración de sus actividades en el negocio del petróleo al insertarse, mediante Copesa S.A, en la
exploración y explotación del mismo y le “vende” al Estado su primera empresa en el
país...operación que dio lugar posteriormente a una investigación parlamentaria” (1989, página 40).
De acuerdo al estudio estadístico de su evolución ambos tipos de empresas aumentan varios
puntos su participación relativa en la elaboración del volumen físico de la producción industrial con
base en dos tipos de procesos, la absorción y/o el reemplazo de la producción dejada vacante por la
empresas generalmente pequeñas y medianas proveedoras o que entran en proceso de liquidación y
la reinversión de capital o la reasignación de recursos ociosos por reducción de la demanda interna
en los nuevos esquemas de “promoción” y en los emprendimientos de distinto tipo generados
directa o indirectamente por las grandes empresas estatales o las grandes obras del Estado. Así,
durante el lapso 1973/83 las G.E.T.D aumentan su participación del 30% al 33%, Los G.C.D.E
ascienden del 13 al 17% y las Empresas Estatales del 9 % al 11%, mientras que el conglomerados de
empresas restantes, compuesto principalmente por las Empresas Trasnacionales Especializadas y las
Empresas Nacionales Independientes disminuyen su participación en una proporción equivalente.
Estas cifras resultan aún mas elocuentes si se tiene en cuenta que por limitaciones propias de las
únicas fuentes disponibles los porcentajes de participación se calcularon sobre un total que sólo
incorpora a los mayores establecimientos del sector y, por ende excluye, el efecto estadístico que
sobre el incremento de la concentración tiene el proceso descomposición de la pequeñas y medianas
empresas que entraron en crisis en el mismo lapso. (Aspiazu et al, 1986: cap. 4). Un estudio sobre las
estrategias de producción de las cien empresas más grandes del país, reveló que el 30 % de ellas se
hallaban en este período íntimamente relacionadas con la producción, la demanda o la oferta del
sector público (J .Schvarzer, 1981: 112 y cuadro XVIII); a ellas es necesario sumar un número por
ahora indeterminado que producen para el mercado pero reciben otros incentivos bajo la forma de
subsidios, créditos preferenciales, etc.
El creciente predominio que van teniendo ambos tipos de grandes empresas tiene, entre otras,
dos grandes causas. Una ya ha sido mencionada y se refiere la estrecha relación funcional que se va
dando entre ellas y las nuevas demandas y los nuevos emprendimientos del Estado como los que ya
hemos visto. La otra no se deriva de su articulación con el estado sino de su estructura interna, de su
estrategia de crecimiento y de la privilegiada posición que ocupan en el mercado en el momento en
que a través de la “reforma financiera” el gobierno de la dictadura militar modifica severamente los
mecanismos reguladores de la acumulación de capital. En efecto, a diferencia de lo ocurrido en
períodos anteriores, la nueva política económica de la dictadura militar produce un perverso
entrecruzamiento entre altas tasas de interés interno, apertura importadora y subvaluación del dólar
creando un nuevo escenario económico donde el endeudamiento con el sistema bancario pasa a
convertirse en una herramienta esencial del financiamiento y de las estrategias de expansión de las
empresas industriales. En esa circunstancia las grandes firmas que como las GCDE y las GETD
habían integrado en su propio seno ambos sectores tuvieron acceso fluido al crédito con tasas de
interés diferenciales, recursos decisivos que en muy poco tiempo marcaron una muy clara ventaja
sobre el resto. El amplio espectro de actividades que realizaban les permitió flexibilizar aún mas sus
opciones y aprovechar las ventajas comparativas transitorias y permanentes que les fueron
ofreciendo las nuevas oportunidades de inversión generadas tanto por las demandas estatales como
por las propias modificaciones del mercado. El alto nivel de transacciones entre las diferentes
unidades integradas al conglomerado parece haberse convertido, por último, en un gran factor de
estabilidad y seguridad durante el transcurso de las grandes crisis.
4. Un nuevo patrón de acumulación: La valorización financiera
La estrategia de reconversión industrial fortaleció a las grandes empresas, favoreció la
concentración del capital, del poder económico y de los ingresos, paralizó la marcha de la economía y
promovió la disolución de las empresas más vulnerables pero, a pesar de su perverso carácter
destructivo nunca pudo lograr uno de los objetivos buscados con mas empeño por el nuevo
fundamentalismo neoliberal: aplacar el ritmo de crecimiento de la inflación que en el año 1977 se
había incrementado un 176%. Para enfrentar el grave e incontrolado problema de la inflación
evitando atacar sus causas verdaderas, el gobierno elaboró una nueva estrategia: promulgó un nuevo
sistema de devaluación pautada del precio del dólar, destinado neutralizar, según su interpretación, el
fuerte impacto que estaban teniendo las expectativas de cotización de la moneda extranjera en el
incesante crecimiento de los precios internos y en la modificación de los precios relativos de la
economía. Pretendió crear un margen razonable de certidumbre pero, también fracasó con este
intento, los precios internos continuaron su indetenible marcha ascendente, haciendo caso omiso de
los dudosos márgenes de seguridad que pretendía generar el nuevo esquema monetario. Ante la
fijación de un dólar relativamente estable se produjo una “apreciación” de la moneda nacional que
depreció a los productos importados y generó la denominada “plata dulce”, base de una expansión
indiscriminada de gastos durante un fugaz y artificial período de prosperidad, usufructuado
especialmente por los sectores sociales urbanos de ingresos medios y medios altos en el mercado
externo. Las tasas de interés se ubicaron, a su vez, en un espacio intermedio, más bajas que el alto
ritmo de crecimiento de la inflación, sensiblemente más altas que la tasa de devaluación de la moneda
extranjera (entre otros, Canitrot, 1980 y J. Sevares, 2002).
Esta discrepancia entre tasas de interés internas, externas y valor de la moneda extranjera
vuelve generar un tipo de especulación financiera que el Ministro Martínez de Hoz ya había
introducido en el mercado, al comienzo de su gestión, mediante la implantación de dos tipos de
cambio diferentes, uno comercial que se mantendría apegado a la evolución del gradiente de inflación
y otro financiero, estable en términos nominales. Como la inflación giró durante ese período
alrededor del 800%, la estabilidad del dólar financiero permitió ingresar divisas, colocarlas en
inversiones en pesos con tasas que seguían el ritmo de la inflación y retirarlas al cabo de un tiempo
con una enorme cuota de ganancia extraordinaria estimada en alrededor de un 150% por algunos
especialistas. Al comprobar esos resultados y para evitar que el sistema financiero se pusiera fuera de
control, arrastrando consigo al conjunto de la economía, el gobierno reemplazó la doble cotización
por un criterio tradicional de cambio único permanente y eliminó de ese modo el negocio de la
valorización financiera. (J. Schvarzer 1989: 45)
Dos años después ese mecanismo especulativo se reintegra al mundo de los negocios por otra
vía, por la diferencia de valores entre tasas de interés internas y externas que genera “el esquema de
devaluación pautada combinado con el “atraso permanente” del tipo de cambio de la moneda
extranjera. A pesar de que la ganancia extraordinaria dentro del nuevo esquema se ubica muy debajo
de la anterior, desciende al 35% anual, la inversión financiera especulativa se expande a un ritmo
vertiginoso operando de un modo muy semejante a la del período anterior, introduce dólares al país,
los transforma en pesos y utiliza esa masa dinero para adquirir bonos del Estado o para conceder
préstamos internos a empresas nacionales, aplicando las tasas del mercado local. Como las tasas
interna son muy elevadas por causa de la inflación y el valor del dólar se mantiene estable, el alto
rendimiento en pesos se traslada automáticamente a dólares en el momento mismo de su conversión.
Ese rendimiento en dólares es, a su vez, mucho mas elevado que el que vigente en el mercado
internacional y atrae, por esa causa, una importante masa de recursos externos que sólo en el año
1979 alcanzaron la impresionante cifra de 5.000 millones de dólares.
Pero, esos recursos no arribaron para promover inversiones directas en el sector productivo ni
en el sector financiero sino bajo la forma de créditos otorgados por la banca internacional a un
reducido grupo de grandes empresas nacionales y extranjeras fuertemente articuladas tanto al Estado
como al mercado local, principales protagonistas del conglomerado de grandes empresas
monopolistas analizadas en el apartado anterior. En efecto, en el año 1983 casi el 70% de la deuda
privada había sido contraída sólo por treinta Grandes Conglomerados Económicos Diversificados
(GCED) económicos y poco mas de cien conglomerados extranjeros y empresas trasnacionales. (M
Kufas, 1999)
En el nuevo contexto generado por el plan de reformas de la dictadura militar, la deuda
contraída por el sector privado creció incesantemente pero no fue utilizada para invertir en activos
fijos ni para financiar el crecimiento de las actividades productivas. Fue destinada a engrosar un
nuevo tipo de capital usurario y especulativo que obtuvo enormes ganancias extraordinarias
operando del siguiente modo: contrajo préstamos en el exterior a tasas de nivel internacional que
estuvieron siempre muy por debajo de las que regían en el país, utilizó esa masa de dinero para
adquirir bonos del Estado o conceder prestamos internos a empresas nacionales aplicando las tasas
del mercado local y se apropió de los grandes excedentes que producían esas diferencias. Además, el
capital así acumulado se sustrajo del circuito económico nacional que le había dado origen y fue
sistemáticamente depositado en bancos del exterior para que funcionara como garantía de nuevos
préstamos, y así sucesivamente. (una descripción ampliada de este mecanismo en E. Basualdo,1987,
2000 y E. Calcagno y A. Calcagno, 1999).
Analizando las cifras correspondientes al primer tramo del proceso de endeudamiento, J.
Schvarzer (1989: 52) elabora tres importantes conclusiones: a) el 80 % de los compromisos
crediticios tomados en el exterior fueron contraídos por unas pocas empresas del sector privado; b)
el sector público no se endeudó y fue acumulando las divisas que ingresaba el sector privado a través
de su endeudamiento, por ese mecanismo las reservas del banco central ascendieron a un nivel tan
alto que resultaba superior al del monto total de la deuda externa del país; c) como las reservas
superaban al monto total de las obligaciones operaban como reaseguro que garantizaba a los
“inversores” financieros una adecuada disponibilidad de divisas .
Por esa razón, el endeudamiento externo, un recurso extremo utilizado en períodos anteriores
como elemento auxiliar, reequilibrador de la balanza exterior de pagos, de reajuste de las cuentas
fiscales e impulsor de las actividades económicas en el sector privado dentro del modelo industrial
sustitutivo se transforma a partir de esos momentos en el sostén y eje principal de un nuevo patrón
de acumulación de capital. Su monto y su función se mantiene con características similares durante
los tres primeros años del “plan de reconversión” de la dictadura militar pero, a fines del año 1978,
cuando entra en vigencia el nuevo esquema cambiario, comienza a crecer en forma realmente
vertiginosa, los 7.800 millones de dólares de deuda externa total registrados en el año 1975 se
transforman casi súbitamente en 60.000 millones en 1982 y en 140.000 millones en 1990. A medida
que se expande la deuda va cobrando vida propia, se reproduce con ritmos y montos que en nada se
relacionan con las necesidades de financiamiento del Estado y del sector productivo en la nueva
situación generada por la persistencia del plan aperturista del gobierno militar; tampoco parece
hallarse demasiado condicionada por los vaivenes del mercado ni por los débiles propósitos
reformadores de los sucesivos planes económicos y monetarios elaborados desde las postrimerías de
la dictadura hasta el trágico fin hiperinflacionario del primer gobierno de democrático. (A. Calcagno
y E. Calcagno; 1999).
Por medio de este nuevo conjunto de procedimientos, las superganancias de origen financiero
se incorporan primero y pasan o formar parte después del núcleo central de las estrategias de
obtención de ganancias extraordinarias, aunque no son predominantes todavía en las estrategias de
acumulación de las grandes empresas monopólicos. Ello ocurrirá un tiempo después cuando el
Estado, económicamente exhausto por la aplicación sistemática de estas políticas se quede sin
recursos para continuar subsidiando con la cesión de ganancias extraordinarias a su elenco
permanente de proveedores y contratistas. Algunos de los cálculos realizados sobre esta cuestión
indican que de ser un fenómeno prácticamente irrelevante durante la etapa sustitutiva, la presencia de
activos financieros pasa a representar nada menos que el 50 % de los activos totales de las grandes
empresas a fines de la década del ochenta. En una de sus investigaciones sobre el papel de los
grandes grupos en la expansión de la deuda externa E. Basualdo afirma, en efecto: “no se trata
únicamente de la enorme rentabilidad que obtienen los bancos o el sistema financiero en general,
sino también de la renta financiera que perciben los capitales oligopólicos líderes en las restantes
actividades económicas, entre las que se cuenta la producción industrial, agropecuaria y, más
recientemente, los servicios públicos privatizados. Esto es posible porque la tasa de interés supera la
rentabilidad en otras actividades económicas, se registra una importante concentración del ingreso y
la deuda externa opera como una fenomenal masa de recursos posibles de ser valorizados en la
economía externa por parte del sector mas concentrado del capital “ (2001:13). J. Schvarzer (s/f, b,
cuadro 5) ha calculado que los beneficios obtenidos por ese pequeño núcleo oscilaron entre 3.000 y
4.500 millones de dólares sólo en el lapso 1978-80, es decir durante los tres primeros tres años de
gran auge del nuevo ciclo especulativo. En la misma dirección, la fuga de capitales al exterior, que
también fue irrelevante en el período sustitutivo, asciende en la segunda parte de la década del 90 a
nada menos que 96.000 millones de dólares, una cifra prácticamente similar a la del total de las
obligaciones contraídas por el país en el exterior.
5. El Estado sosteniendo y fomentando el patrón de valorización financiera y la
ganancia extraordinaria de los grandes grupos nos muestra la otra cara (improductiva) del
proyecto liberal corporativo
Cuando el proceso de valorización financiera se hallaba en pleno auge, comenzaron a aparecer
los primeros síntomas de su inviabilidad y de la fuerte contradicción que generaba con los sectores
productivos de la economía. Como en ocasiones anteriores, la incompatibilidad se presentó a través
de sus efectos: el déficit de la balanza de pagos y de la cuenta corriente de divisas. En efecto, el
mantenimiento artificial del precio de la divisa extranjera y la reducción de los precios internos, por
efecto de la importación, comenzaron a generar una zona de coincidencia que agudizó la recesión.
J.Sevares (2.002) sostiene que si el nuevo patrón de acumulación hubiera tenido capacidad de generar
“círculos virtuosos” en esa nueva circunstancia debería haber provocado una reducción de las tasa
de interés y favorecido el desempeño de las empresas locales acosadas por la competencia externa;
también podría haber interrumpido el ciclo perverso de la valorización financiera que, como hemos
visto, se alimenta principalmente de las diferencias de tasas internas y externas.
Sin embargo, en esta ocasión se invirtieron los términos nuevamente. La indiscriminada
apertura comercial importadora produjo una enorme demanda de divisas que se tradujo en un fuerte
atraso cambiario y un importante déficit comercial. Durante la primera etapa de este proceso, la
expansión del endeudamiento externo fue obra principalmente de las obligaciones contraídas por las
empresas del sector privado que crece mucho más aceleradamente que la del sector público hasta el
año 1979. A pesar de ello, y del crecimiento incesante de las tasas de interés internas, se produjo una
escasez aguda de divisas que obligó al Estado a enfrentar un nuevo dilema: desarticular un
mecanismo de especulación financiera que ya no podía ser sostenido, como lo pretendía la doctrina
del equipo económico, por el juego libre de las fuerzas del mercado y dañaba severamente al sector
productivo o asumir un compromiso explícito con el sector de la gran burguesía que lo impulsaba y
usufructuaba generando nuevos tipos de subsidios al sector financiero que venían a reemplazar a
algunos tipos de apoyos restados al sector industrial. Por ello, como sucedería veinte años mas tarde
el Estado comienza en 1980 a endeudarse severamente para cubrir con su aporte la creciente
demanda de divisas del mercado interno. Entre 1979 y 1981 la deuda pública crece 100% y supera
en un 30% el monto alcanzado durante ese último año por la deuda del sector privado. (J. Schvarzer,
s/f, cuadro 18)
Por esa causa el déficit crónico de cuenta corriente se transforma en un problema irresoluble,
circunstancialmente amortiguado mediante formas de recesión capaces de provocar una reducción de
esa demanda o por el ingreso adicional de divisas mediante el endeudamiento externo. Este último
mecanismo, cuando se convierte en recurso permanente abre, a su vez, un nuevo repertorio de
dilemas que al no poder ser resueltos le dan aún mas impulso a los procesos mutuamente
relacionados de declinación económica y decadencia social. Uno de ellos, sólo aparentemente
circunstancial, surgido de la problemática de ese momento también fue señalado por J. Sevares :si
ante el crecimiento de la demanda, el Estado hubiera propugnado un esquema de créditos accesibles
sin recurrir al endeudamiento, se hubieran agotado las reservas; si, por el contrario, se hubiera
mantenido una política restrictiva para mantener las reservas, el aumento de las tasas de interés
hubiera profundizado la recesión. Demás está decir que todo ello se agravaba por la persistencia del
otro componente de la misma cuestión: el mantenimiento de altos índices de inflación.
Acosado por ese complejo conjunto de contradicciones y problemas sin resolver, el
superministro de la avanzada liberal deja su puesto a un sustituto mas heterodoxo que intenta
recomponer el funcionamiento de una economía desequilibrada atacando uno de sus problemas más
acuciantes, el tipo de cambio. A esa altura de los acontecimientos el esquema de devaluación pautada
había generado un gigantesco sistema de especulación financiera, denominado popularmente
“bicicleta financiera” que el Estado ya no podía continuar sosteniendo con más endeudamiento ni
con las pocas reservas que todavía tenía disponibles. Por ello rompe el compromiso de seguir
manteniendo la pauta cambiaria establecida por la gestión anterior y provoca una importante
devaluación de la moneda para eliminar los componentes artificiales de su prolongada e insostenible
sobrevaluación. Pero, mas allá de sus virtuales efectos positivos estrictamente monetarios, la
devaluación es interpretada como una manifestación de impotencia, de ausencia de recursos para
continuar garantizando el esquema especulativo vigente que provoca una rápida deserción de
ahorristas y especuladores del mercado financiero, la compra masiva de divisas y la evaporación de
las reservas.
A. Jozami construye un preciso relato de esa crisis, es decir de la saga de acontecimientos que
se inicia con el cierre, durante el primer trimestre de 1980, de cuatro de los nuevos grandes bancos,
instalados y en funcionamiento gracias a la desregulación de la actividad promulgada por la reforma
financiera , se prolonga hasta el mes de febrero de 1981 con la eliminación del sistema de
devaluación pautada de la moneda extranjera y estalla, literalmente, a partir de la devaluación del 30%
dispuesta por el nuevo Ministro de Economía a comienzo de febrero de 1981, pocos días después de
haber pronunciado en los medios de comunicación una de las sentencias más cínicas de la época “el
que apuesta al dólar pierde”. Durante el año anterior, dice este autor, el Banco Central, brindando
una nueva demostración de la profunda complicidad existente entre el Estado y el gran capital
volcado hacia la especulación financiera, había gastado 6.000 millones de dólares en sostener el
sistema bancario, una cifra equivalente al 6 % del PIB de ese año a la cuál agrega otra similar
generada por la emisión monetaria de ese mismo año. Y concluye, “En realidad, desde 1978, los
costos de la reforma financiera para el Estado y la sociedad fueron sencillamente brutales. Por vía de
la denominada “cuenta de regulación monetaria” o de los auxilios del Central a los bancos, los
altísimos beneficios del capital especulativo fueron subvencionados, finalmente, por los impuestos
mayoritariamente pagados de manera indirecta por la población y directamente por el retroceso del
ingreso de los asalariados. La colosal transferencia de ingresos hacia el sector financiero convirtió así
en mera propaganda el proclamado carácter subsidiario del Estado... El gasto público exigido por los
subsidios a los rentistas financieros se elevó del 36 % de 1973, al inicio del gobierno peronista, a un
45% del PIB a finales de 1980” (A. Jozami, 2003: 298-299)
A esta reiterada crisis financiera provocada por la crónica escasez de divisas disponibles se
suma en esa circunstancia otro nuevo fenómeno que agrega mucha mas complejidad al problema
original, la fuga de divisas. A comienzos de 1981 comienza a tomar relieve el último componente del
patrón de valorización financiera, los excedentes atesorados por la diferencia existente entre las tasa
de los prestamos externos contraídos y las diversas colocaciones financieras en el mercado interno
no se reintroducen en la economía nacional sino que pasan a formar parte de nuevas inversiones
menos rentables pero más seguras ubicadas en plazas más sólidas y estables del exterior. “La salida de
divisas – dice J. Schvarzer- alcanzó dimensiones inusitadas: el Banco Central vendió a las casas de
cambio 4.124 millones de dólares para que atendieran la demanda, mientras otros fondos salían
mediante la cancelación de créditos en el exterior y diversos mecanismos financieros. Las
dimensiones de la salida total se pueden apreciar en el balance de fin de año. Las reservas cayeron en
2.850 millones de dólares en el curso de 1980 (hasta llegar a 7.288 millones) mientras que el
incremento de la deuda externa en el mismo periodo fue de 8.128 millones de dólares. La deuda
externa neta trepó ese año 11.000 millones de dólares. Esta cifra equivalía al 11% del producto bruto
interno...que los argentinos habían gastado por encima de sus posibilidades” (J. Schvarzer, s/f: 100).
El Ministro que ligó su destino al éxito de un limitado e inadecuado plan transformador, que ni
siquiera intentó enfrentar la crisis eliminando los aspectos más perversos del funcionamiento del
sistema financiero, duró poco tiempo jaqueado por los grandes empresarios capitalistas corporativos
y debilitado por las disputas internas en el elenco militar. A esa altura del proceso comienzan a
agudizarse los clásicos dilemas de “fin de régimen” relacionados con la definición de los criterios y
los protagonistas de la sucesión política democrática del gobierno dictatorial (M. Novaro y V.
Palermo 2002). A fines del año siguiente el equipo del Ministro Sigaut se aparta de la escena, pero
antes de consumar la retirada adopta una serie de decisiones estratégicas que ponen aún más de
relieve el rol decisivo que estaban desempeñando ciertas políticas del Estado en el mantenimiento y
expansión del nuevo patrón de valorización financiera. El Estado no sólo fomentó, toleró y encubrió
este nuevo esquema de expansión del capital financiero y su correlato la destrucción de la estructura
productiva y la concentración del capital sino que lo favoreció significativamente operando de tres
modos complementarios entre sí: generó, como hemos visto, en una primera instancia, una situación
de gran endeudamiento interno que mantuvo muy altas las tasas de interés del mercado local;
proveyó mediante el endeudamiento externo la masa de divisas que requerían el crecimiento de las
importaciones, de las transacciones financieras con el exterior y de la fuga de divisas; y licuó
posteriormente una gran parte del endeudamiento privado externo, mediante la absorción estatal de
deuda privada aplicando un mecanismo denominado “seguro de cambio”.
Durante la etapa de vigencia del sistema de devaluación pautada sostenido por el ministro
Martínez de Hoz, se utilizaron las dos primeros recursos, la devaluación del mes de marzo de 1981
generó la ocasión propicia para poner en marcha el último de estos mecanismos. El nuevo Ministro
de Economía, Lorenzo Sigaut, preocupado por los eventuales efectos que esa medida podía llegar a
tener en la depreciación del patrimonio de las grandes empresas endeudadas en el exterior creó un
“seguro de cambio” para aquellas que aceptaban renovar sus obligaciones financieras por un plazo
mínimo de 18 meses, que abarco operaciones por valor de 6.000 millones de dólares, la mitad del
total de la deuda contraída. Poco después le tocó el turno a los tenedores de grandes empréstitos
internos. Domingo Cavallo, a la sazón Presidente del Banco Central, puso topes a las tasas de interés
de las operaciones financieras locales que vieron depreciar el monto real de sus operaciones por
efecto del crecimiento inflacionario. La diferencia entre las tasa nominales decretadas y las tasas
reales que imponía el gradiente inflacionario fueron asumidas en parte por el Estado y en parte por
los ahorristas del propio sistema financiero. Como ha sido reiteradamente señalado, ambos
mecanismos se convirtieron en un gigantesco subsidio a los tenedores de valores financieros que
implicó otra fenomenal trasferencia de ingresos desde toda la sociedad, a través de las nuevas
obligaciones contraídas por el Estado, hacia este nuevo y privilegiado sector de la clase dominante.
El proyecto político continuista de la dictadura militar se esfumó definitivamente después del
fracaso de la fuga hacia delante que significó el intento aventurero de conquistar el territorio de las
Islas Malvinas. Pero, la percepción del estrepitoso derrumbe del andamiaje político militar y el
posterior repudió a la implementación sistemática del “terrorismo de estado” no deben minimizar el
análisis del perdurable efecto económico, social y aún cultural que han tenido y todavía tienen
muchas de las radicales trasformaciones introducidas a lo largo de su gestión. Especialmente aquellas
que cerraron un largo período de confrontación, cambiando definitivamente las relaciones de
predominio económico y supremacía social en el país a favor de la gran burguesía monopolista. La
consolidación del predominio de esa nueva clase dominante abrió un nuevo cauce que contenía
potencialmente varios tipos de desarrollos diferentes. En ese sentido es importante destacar que
durante el período de la dictadura militar se impuso la peor variante, la más desventajosa y perversa
que unificó redistribución regresiva del ingreso con endeudamiento externo, estancamiento
económico y destrucción de una parte de la estructura productiva. Al no crecer el producto el
proceso de concentración de la propiedad, del capital y de los ingresos se realiza mediante el despojo
y el cambio de la correlación de fuerzas entre los grupos sociales no se traduce en una neutralización
de la disputa redistributiva sobre los nuevos excedentes producidos sino en el desarrollo de un plan
sistemático destinado a producir una muy fuerte trasferencia de bienes, de ingresos, de derechos y de
poder desde la inmensa mayoría de la sociedad al reducido sector social integrado directa o
indirectamente a las nuevas fracciones de la clase dominante.
Para poner esto de relieve podemos construir dos modelos uno real y otro hipotético,
identificando a los principales sujetos involucrados en esa constelación de cambios y confrontando la
posición que ocuparon durante la consolidación del modelo liberal corporativo, integrado a la
valorización financiera y el que podrían haber ocupado en un modelo diferente basado en un tipo de
concentración asociado a la expansión de la producción y a la acumulación de capital.
¿Que tipo de organización debería haber adoptado un modelo de acumulación basado en el
predominio de las grandes empresas monopolistas del sector industrial subsidiado por el estado pero
funcionando dentro de un mercado abierto, no protegido? En ese esquema la desprotección y
desregulación estatal elimina en el caso mas extremo a la mayoría de las empresas industriales
sustitutivas y deja un vacío de oferta interna que primero es cubierto por la importación pero luego
va siendo reemplazado paulatinamente por la oferta de nuevas grandes empresas o por la expansión
de las ya existentes. En ese caso las estrategias de inversión no garantizan ganancia extraordinaria y
suponen un nivel de riesgo no despreciable que incluye mayor eficiencia e innovación. Una estrategia
que antes o después colisiona con la opuesta adoptada por los monopolios articulados al estado
subsidiario. En ese caso, si se imponen las estrategias innovadoras y se atenúa el carácter
semiparasitario de los monopolios contratistas es posible que disminuyan las injustificadas perdidas
de las grandes empresas del Estado, se modernicen, bajen costos y disminuya el precio de los
servicios de infraestructura, lo cual aumenta la calidad y reduce aun mas los costos generales de la
producción. Al eliminar, o por lo menos reducir la gran masa de excedentes que el Estado transfiere
a las grandes empresas de la “patria contratista”, disminuyen las erogaciones fiscales y aumenta la
masa de recursos públicos disponibles; lo cual permite ampliar el área de servicios públicos, disminuir
impuestos o utilizar esos recursos para atenuar el estrangulamiento del sector externo.
En este caso, la reconversión destructiva genera un nuevo modelo económico que exacerba la
polarización económica y social pero puede justificarse a si misma en la medida que crea las
condiciones adecuadas para el desarrollo de un nuevo tipo de economía industrial mas concentrada
pero mas competitiva y con capacidad de insertarse exitosamente en ciertas áreas del nuevo mercado
mundial. Con su nueva dinámica expande la demanda del mercado interno, absorbe parte de la mano
de obra desocupada y promueve un aumento real de salarios ligado al aumento de la productividad
del conjunto de la economía. El importante aumento de la eficiencia y la productividad que surge del
círculo virtuoso establecido entre todos estos eslabones abre la posibilidad de realizar modificaciones
estructurales capaces de resolver el principal problema endémico de la economía argentina,: tienden a
igualarse las productividades del sector interno y externo de la economía y se expande la capacidad
de exportar productos manufacturados con lo cual tiende a reducirse el déficit crónico de divisas y el
desequilibrio periódico de la balanza de pagos. La abundancia de divisas disminuye la demanda de
créditos externos y con ello el papel de los acreedores externos. La menor demanda de créditos para
el sector público aplana la tasa de interés y corta el circuito de la especulación y la bicicleta financiera.
Disminuye el peso relativo del capital financiero y junto con el sector importador pasan a ocupar un
lugar imprescindible pero subsidiario.
El aumento de la concentración del capital y del empleo de mano de obra en las grandes
empresas generará una modificación cualitativa de las relaciones salariales, de la extensión, de la
composición y del ingreso de la clase obrera. Tendrá menos peso relativo, pero mayor capacitación y
mayor capacidad de consumo. Se supone que algo similar ocurrirá con la clase media. Es probable
que los sectores mas perjudicados dentro del nuevo modelo sean los sectores populares que pierdan
la posibilidad de recuperar empleos asalariados. La cantidad de empleos eliminados por la
destrucción de las anteriores empresas sustitutivas no puede ser compensada por el crecimiento
relativo de empleo en las grandes empresas. Se abre un horizonte de subocupación y desocupación
que empalma con la ruptura de las situaciones de pleno empleo que afecta al capitalismo en todo el
planeta.
Estos son algunos rasgos del modelo de desarrollo capitalista que aparece implícito y se deduce
de los postulados del proyecto liberal que, en términos discursivos, planteo el equipo económico en
el inicio de la dictadura militar. Como hemos visto, las medidas efectivas adoptadas a lo largo de su
gestión condujeron a la economía por rumbos opuestos, alejados tanto de ese modelo ideal como del
modelo industrial sustitutivo previamente existente. En relación con esto ultimo, todavía no sabemos
si ello fue la consecuencia de un proceso de arrinconamiento y subordinación de la tecnoburocracia
industrial de las grandes empresas privadas y estatales, indicadas anteriormente, que no pudo frenar
la expansión de los mecanismos de valorización financiera o de un proceso de mutación de su
proyecto original que corrió paralelo a la aparición de nuevos tipos de grandes empresas en el sector
financiero y a la inclusión de la valorización financiera dentro de las estrategias de acumulación de las
grandes empresas existentes.
El proceso de transformación degenerativa del modelo original comienza en el momento
(ideal) en que las grandes empresas deciden desestimar las nuevas oportunidades de inversión y
modernización que se abren por la obligada deserción de las empresas medianas incapaces de
competir con los nuevos productos importados. La mayoría de los analistas y protagonistas de ese
periodo afirman que los supuestos nuevos negocios nunca fueron atractivos porque surgieron en un
contexto artificial, marcado por una indiscriminada política aperturista, combinada con una moneda
nacional sobrevaluada que favorecía excesivamente a la competencia de los productos importados.
Tomando esa dirección la política eficientista del equipo liberal se contradecía a si misma, o mejor
dicho ponía en contradicción los objetivos y postulados de su programa con la sucesión de medidas
estratégicas adoptadas: en lugar de marchar en pos de su objetivo central, la transformación del
capitalismo subsidiado, refuerza la articulación del Estado prebendario con las grandes empresas
monopólicas y da un fuerte impulso al selecto grupo que combinando economía y política se
convierte en el núcleo central de la denominada “patria contratista”. Por esa causa, la asunción de
riesgos y desafíos por parte de las grandes empresas transforma aquello que debería haber sido una
situación transitoria, en una nueva situación estabilizada y de carácter permanente. La ausencia de
ofertas, provocada por el desplazamiento de empresas atrasadas incapacitadas de convertirse en esas
condiciones y competir en un mercado desregulado, es ocupada entonces definitivamente por un
nuevo sujeto económico, el gran importador. Es necesario resaltar que en vez de producir para ese
nuevo mercado muchas grandes empresas, mediante la importación de productos afines,
incorporaron esa nueva función comercial a sus estrategias de expansión multisectorial.
Para continuar alimentado el gran negocio de las empresas monopolistas privadas, el Estado
prebendario hizo de las grandes empresas públicas entes ineficientes y deficitarios. Como es sabido, a
pesar de su gran tamaño no tenían estructura de costos ni sistemas adecuados de contabilidad, se
mantenían en el mercado gracias a las transferencias de recursos previstos anualmente en el
presupuesto nacional. Por falta de vocación de los liberales eficientistas, por imposibilidad de
desplazar a la tecnoburocracia complicada en el negocio, o por acuerdo entre sus diversos
componentes, la inaceptable ineficiencia y la deficiente forma de gestión del monopolio estatal se
agrava peligrosamente cuando a los rubros ya existentes se le agregan los nuevos ámbitos y formas de
colusión asociadas a la expansión del complejo militar industrial.
El sistema de transferencias ocultas y sistemáticas entre lo público y lo privado pone en riesgo
permanente el equilibrio fiscal y la ineficiencia deliberada en la administración de los recursos obliga
a intensificar la presión tributaria. Ambas cuestiones obligan a la emisión monetaria y una creciente
demanda de financiamiento que provoca un fuerte aumento de las tasas de interés internas. Estas dos
últimas cuestiones desalientan las inversiones productivas y alientan la inversión especulativa cuando,
por diversos mecanismos el valor de la tasa de interés es superior al índice de inflación, a la tasa del
aumento del dólar o a ambos fenómenos a la vez. En ese clima especulativo aparece la oferta
crediticia externa y el mecanismo de valorización financiera. Allí, los protagonistas centrales son las
grandes entidades financieras y las mismas grandes empresas monopólicos privadas que integran la
patria contratista y reúnen en una sola estrategia global de acumulación a los tres grandes rubros
generadores de ganancia extraordinaria: producción y servicios para el contrato estatal, la
especulación financiera y la importación. Una vez que asientan sus reales también en el sector
financiero, a través del endeudamiento externo, logran que el Estado extienda su tradicional política
subsidiadora también a este tipo de actividades, primero con el endeudamiento público destinado a
proveer divisas al mercado y luego con la socialización de las deudas privadas a través de los seguros
de cambio. Subordinado dentro de un esquema como este, donde priman absolutamente los
intereses empresarios sobre las necesidades publicas, el Estado es también privado de los recursos
necesarios para afrontar las obligaciones de la deuda y es obligado a negociar suspensiones de pagos
y renegociaciones que a medida que se suceden le conceden un creciente protagonismo a un nuevo
sujeto económico, el acreedor externo y amplifican la influencia política de sus representantes, los
organismos multilaterales de crédito.
La incorporación de la valorización financiera al conjunto de mecanismos de acumulación
específicos del capitalismo subsidiado generó, por ultimo, una profunda transformación de la
estructura y de los modos de funcionamiento del conjunto de la economía. El liberalismo
corporativo produjo enormes cambios, pero ninguno de ellos permitió resolver adecuadamente
ninguno de los grandes dilemas y problemas heredados del periodo anterior. De una economía de
bajo crecimiento, inestable y extremadamente vulnerable propia del periodo sustitutivo pasamos a
una economía endeudada y declinante, mas frágil, inestable, vulnerable e inmersa, además, en un
peligroso proceso de descomposición. A los dilemas generados en el período anterior le agrega uno
mucho mas complejo y mas difícil de resolver, el que genera la explosiva combinación que comienza
a darse entre la declinación económica, el bajo crecimiento del sector externo y el crecimiento
exponencial de la demanda de recursos públicos y de divisas que genera la brutal elevación de los
montos de la deuda externa.
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