martes, 23 de noviembre de 2010
viernes, 19 de noviembre de 2010
El Uruguay de fines del siglo XIX desde la perspectiva del inmigrante.
Uruguay a fines del Siglo XIX y la vinculación de Domingo Arena con esa realidad.
A partir de 1860 comienza a perfilarse un lento pero sostenido y avasallante período de laicización de la sociedad y el Estado. El gran impulso hacia las preocupaciones terrenales se debió a las corrientes inmigratorias arribadas a nuestro país luego de la Guerra Grande. Estos se sitúan en agrupaciones, sociedades y colectividades con fines diversos, de asistencia, sociales, gremiales y en órdenes masónicas. Entre los años 1860-1870, e incluso antes, tenemos las primeras asociaciones: “La Sociedad Española de Socorros Mutuos”, su similar francesa , la “Comisión de Caridad y Beneficencia”, “La Sociedad de Amigos de la Educación Popular”. Es época de retorno de las clases patricias a la escena política del país. No volvían tal cual se habían ido, por cierto, los acontecimientos anteriores como la Guerra Grande y el lento retorno a la vida política habían modificado en varios aspectos la integración del grupo en cuestión. En Montevideo existían varios grupos de presión social:
-Los empresarios, en su mayoría extranjeros, con características económicas capitalistas y decididamente comerciantes.
-Los conservadores, en oposición directa, debido más que nada a su miedo ancestral a los cambios más que a los problemas de clases.
-La aristocracia montevideana, integrada por el sector político que ejercía el poder y era la receptora de las presiones de los grupos anteriores.
-El sector social resultante de la inmigración con una gran heterogeneidad, pero que apuntaba a configurar nuestro proletariado emergente de las escasas e incipientes industrias.
Resulta evidente la problemática social en un país en vías de modernización y que se caracterizaba por un caudillismo que impedía una normal evolución política. No es de extrañar que a partir de 1870 las organizaciones particulares destinadas a cumplir los más variados fines vieran la luz, en 1871 en el periódico dirigido por José Pedro Varela, se transcriben pasajes del manifiesto de la Asociación Internacional de Trabajadores sobre la “Guerra Civil en Francia” con reflexiones al pie del texto con este tenor: “…que los hombres de Estado no pierdan de vista la declaración que los agitadores internacionalistas lanzan a la cara de la civilización”.
Hasta la década de 1870, la prensa estuvo vinculada con el quehacer público y político, en nuestro país esta en germen el militarismo, en Europa la Guerra Franco – Prusiana, en tanto la Comuna de Paris da lugar a la III Republica Francesa.
Al avanzar la década de 1860 irrumpe en nuestra sociedad la concepción racionalista pura y absoluta, como deísmo filosófico de la religión natural. Esto quiere decir que a partir de este momento la evolución racionalista se operará dentro de coordenadas filosóficas, separadas por la religiosidad positiva. En el mes de febrero de 1865, la triunfante revolución de Flores, va a dividir en dos períodos la historia religiosa del país. El decreto del Gral. Venancio Flores, que derogaba el que anteriormente establecía la expulsión de los jesuitas, les otorgaba ahora total libertad para su retorno a nuestro territorio, marcando al mismo tiempo la derrota total del catolicismo masón que había tenido su auge bajo los Gobiernos de Pereira y Berro.
En forma paralela a este período triunfalista de la Iglesia Católica, se contrapuso el inicio de una campaña anticatólica. Los encargados de llevarla a cabo fueron los primeros militantes racionalistas que se expresaban con un lenguaje contrario al dogma religioso. Su órgano de expresión fundado el 7 de mayo de 1865 se denominaba “La Revista Literaria” y salía en forma semanal. La redacción la integran, entre otros, Julio Herrera y Obes, José Pedro Varela y José María Castellanos.
En 1871, en los salones del Club Universitario, se inicia otra etapa de nuestra vida cultural, se replantea allí nuevamente la cuestión religiosa. Este club fue el preludio del “Ateneo”, y en su momento llenó un vacío cultural importante que dio un lugar a la adormecida intelectualidad universitaria. En 1872, en el mes de junio, se crea el Club Racionalista, para luego en 1878, establecerse el Ateneo. Como ubicación histórica política, nos encontramos en pleno gobierno del Coronel. Lorenzo Latorre y que José Pedro Varela desarrolla la Reforma Escolar, entorpecido por la Iglesia Católica. Los racionalistas de la Generación del 78 van a llevar adelante una etapa de agitación profunda en diversos campos. Surgen con el fin de lleva a la realidad las nuevas posiciones filosóficas y se sostienen en una importante variedad de publicaciones anticatólicas entre las que cabe destacar: “La Razón”, “El Correo Uruguayo”, y “El Espíritu Nuevo”. Todo giraba en la impugnación filosófica del cristianismo. Tenemos entonces tres grandes problemas en el Uruguay de fines del Siglo XIX:
-Problemas sociales entre empresarios extranjeros, aristocracia criolla conservadora y un proletariado emergente.
-Una dictadura militar que impedía un normal desarrollo de la libertad de expresión.
-La captación de nuevas corrientes filosóficas y políticas y su aplicación a nuestra problemática, dificultada por el tipo de gobierno de transición hacia el civilismo.
Cada generación está integrada por la circunstancia que la rodea y por su propia potencialidad. Surge la figura de Prudencio Vázquez y Vega[1] desde su cátedra de profesor de filosofía en el Ateneo, redactor de “La Razón” y del “Espíritu Nuevo”. Fue el principal doctrinario de la promoción racionalista de 1878. Sostenía que era imposible para una persona con convicciones liberales y democráticas, colaborar con el régimen de ipso establecido en el país. Comienza así a configurarse una generación que verá la importancia de las ideas como sostén filosófico e ideológico de las acciones concretas. En general los integrantes del Ateneo rechazaron el positivismo y el realismo creyendo en la verdad absoluta de los principios racionales, sobre los cuales fundaban el orden y la conducta. Fuera del Ateneo, ciudad ofrecía un triste espectáculo, al decir de Zum Felde, dominaba el cuartel y la oposición del Club Católico. El Ateneo, aun cuando no fuera un centro de finalidad anticatólica profesaba, oficialmente, el libre examen racional como norma de todos los problemas, desarrollando una ardorosa campaña en pro de la libertad de pensamiento contra el dogmatismo de la Iglesia Católica.
En 1878 se produce una verdadera revolución en las ideas marcada por el acoso a la dictadura de Latorre por la prédica liberal punzante. Tomemos el caso del “Espíritu Nuevo” fundado el 17 de noviembre de 1878 que reunía como colaboradores entre otros a Eduardo Acevedo, Francisco Soca, P. Vázquez y Vega y José Batlle y Ordóñez. En la página editorial del primer número del “Espíritu Nuevo” se establecen las dificultades del momento:
“La idea de dar a luz un periódico científico-literario ha sido puesta en marcha entre nosotros con más o menos éxito. Estas tentativas han nacido de la necesidad de estimular la inteligencia de la juventud(...)es entonces que nace, como consecuencia lógica del periódico o del diario que ha de servir de órgano a las ideas(...) Es una verdad para todo el que conozca la historia, que la revolución americana sólo se ha realizado hasta aquí en la esfera de la política. Los problemas sociales, que como consecuencia lógica nacieron con ella, están aún por resolverse(...) La Revolución asume pues un nuevo aspecto y penetra en el terreno de las ideas(...)(y) se extenderá a todas las manifestaciones de la actividad intelectual(...) Entonces habrá llegado la hora de la transformación. Un nuevo espíritu descenderá sobre la tierra...”
En este primer número encontramos un artículo firmado por José T. Piaggio titulado: “El espiritualismo y el materialismo ante el tribunal de la conciencia” que se leyó en la Sociedad Universitaria. En la introducción sostiene: “Necesitamos fortalecer nuestras ideas, el medio más favorable a tal objeto es la discusión libre y razonada(...)bien sabemos que con la discusión se aclaran y se retemplan las ideas; se hace la luz, se progresa”. Se aprecia en el artículo de Piaggio el manejo de textos de Krause y de Ahrens. Para Krause, discípulo de Kant, el derecho es el conjunto de condiciones necesarias para que el hombre alcance el fin común. La influencia de Krause y de Ahrens en la generación de jóvenes liberales del Ateneo, se basó en que exponían en una forma sencilla las ideas de libertad, tanto en relación al estado como en relación a la Iglesia Católica. La obra de Krause la ubicamos en las primeras décadas del Siglo XIX, en una Alemania que buscaba su unidad y su identidad nacional. En la misma línea ideológica encontramos a Fichte, con sus “Discursos a la nación alemana” y al idealismo de Hegel. Los tres convergen en el estado y en su papel frente a la sociedad.
El liberalismo de Krause y de Ahrens se identifica con un humanismo tolerante y con un distanciamiento cierto de la Iglesia Católica. Es importante tomar contacto con la concepción de Ahrens sobre el Estado:
“La política es, pues, la ciencia que sobre bases históricas y en proporción a las fuerzas existentes, expone el conjunto de condiciones y de los medios propios para asegurar el progreso continuo y para realizar las reformas más próximas al estado social(...) la política puede, por lo tanto, definirse como la doctrina de los principios y los medios de la reforma del Estado y de todas las relaciones de Derecho(...) es necesario que el estado se desprenda al cabo de las reformas de centralización mecánica y burocrática y se convierta en un verdadero organismo en el cual todos los órganos tengan una esfera de acción propia, gocen de una autonomía relativa...”
A partir del Gobierno de Julio Herrera y Obes el pensamiento liberal se encarna en programas concretos de gobierno y prepara el reformismo batllista del Siglo XX. La modernización del país resultó de aplicar las ideas políticas elaboradas en el Ateneo. Muchos de los integrantes de esta corriente serán colaboradores de José Batlle y Ordóñez, quién va a aplicar al pie de la letra los principios liberales y humanistas que emanaron del Ateneo y de las páginas de las publicaciones liberales.
En nuestro país, contemporáneamente al nacimiento de Domingo Arena, había en 1873 una población estimada en los 450.000 habitantes. Durante la administración del Gral. Máximo Santos, la Dirección de Estadística estimó la población en 520.536 personas. El fuerte crecimiento de la población, se debió al excedente de inmigrantes y al crecimiento vegetativo de los nacimientos. La segunda oleada inmigratoria, iniciada a fines de la década de 1860, trajo a nuestras tierras mayoritariamente italianos desocupados, marginales sin trabajo ni oficio, en tanto que la tercera oleada que se extiende hasta 1890 también incluyó mayoría de inmigrantes italianos. Entre 1884 y 1889, la población extranjera, en números redondos, pasó de 70.000 habitantes a 100.000.
En el aspecto ideológico general del período se esta dando el pasaje de la “modernidad occidental” a las nuevas concepciones sociales y políticas que van a marcar la transición al Siglo XX. El problema concreto era, a fines del Siglo XIX, el de los nacionalismos europeos. Se sumaba a este fenómeno la búsqueda del voto universal y la solución a los problemas obreros. Si nos ubicamos en la Italia que ve nacer a Domingo Arena(1870), todas estas pautas se dirigen a la creación de un marco político que favorezca la unidad nacional, superando diferencias regionales, de idiomas y dialectos, de religión y culturales. Todo en un entorno económico, complicado por las unidades y luchas civiles, que obligaba a emigrar al norte o más allá de los mares.
También en nuestro país se vivían épocas difíciles. Una época de transición, en la cual se luchaba por poblar el territorio y configurar un Estado, lamentablemente, de acuerdo a las necesidades de un patriciado montevideano conservador. Época del Coronel Lorenzo Latorre, del General Santos y del General Tajes, por lo tanto de transición de dictaduras militares a un civilismo que dará campo político a la acción batllista.
En 1880 se crearon los departamentos de Río Negro y Rocha; en 1884 Treinta y Tres, Rivera y Artigas y en 1885 el departamento de Flores. En el campo filosófico se dieron apasionadas polémicas entre espiritualistas y positivistas, siendo los actores principales los universitarios, aunque por las características de los gobiernos militares las polémicas se desarrollaron fuera de su ambiente natural.
En el campo laboral también existían problemas, acentuados en el período militarista, pero sin embargo se producen significativos avances en la organización obrera. En 1877, por ejemplo, se reforman los estatutos de la Sociedad Tipográfica Montevideana, que ve ampliado el número de oficios comprendidos en la misma a otras especialidades de la Industria Gráfica. En este mismo año se acepta en la AIT en Suiza, la adhesión de la Federación Regional de la República Oriental del Uruguay.
En 1883 comienza a publicarse el cotidiano “El Tipógrafo”, órgano de la “Sociedad Tipográfica Montevideana”, primer ejemplo de prensa estrictamente sindical editado en nuestro país.
Dos realidades, dos influencias: la natal europea y la americana de adopción, y una respuesta clara de Domingo Arena que se traduciría en una acción marcada por la generosidad social.
[1] 1853/1883 Conductor filosófico de su generación. Dictó cursos de Filosofía en El Ateneo, articulista y polemista. Humanista colaborador en el Espirito Nuevo y en La Idea.
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