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sábado, 9 de noviembre de 2013

El batllismo como partido reformista. Por Giudici y González Conzi.

El batllismo es un partido reformista. Utiliza la ley ya sea esta el producto de la acción parlamentaria o de la acción directa del pueblo. Es por ello que el método batllista no puede inquietar a nadie, ya que en el fondo de toda reforma- y dándole fuerza y eficacia- se halará el sentimiento de la voluntad general. La ley debe traducir siempre esta voluntad: esta aleja absolutamente la posibilidad de que la ley pueda crear- en determinado momento- instrucciones perturbadoras, anacrónicas o contrarias a los verdaderos intereses nacionales. Los cambios o transformaciones que el batllismo busca operar jamás serán bruscos. No habrá nunca cataclismos. Todo será progresivo. No forzará a nadie, a nadie quitará su trabajo o su propiedad. No habrá despojos porque esto encierra violación o atropello a un derecho dado y el batllismo desea y procura-por el contrario- no violar ningún derecho. Junto a las naturales transformaciones de la sociedad- obra de los hombres a través del tiempo- se producirá una transformación correlativa del contenido del derecho. El derecho seguirá siendo siempre respetado. Pero, habiéndose modificado la manera de fundarlo y concebirlo serán posible cambios fundamentales que se realizaran, entonces, sin sobresaltos ni inquietudes para nadie.
Y la paz social seguirá reinando, sostenida y garantida por principios más firmes y más sólidos que los que hoy sostienen y garanten. El reformismo, pues, sobre el que descansa la acción batllista, asegura que todo será hecho sin provocar para nada movimientos sociales catastróficos.
El batllismo no acepta la teoría del determinismo económico. No la acepta, como única explicación de la historia. Y como teoría de alcances sociales, si el batllismo la aceptara debería abandonar sus métodos de lucha y su programa de reformas graduales. Observaría, lógicamente, una actitud expectante frente a la fatalidad de los hechos y detendría su acción reformista. La revolución debería hacerlo todo. Negaría la verdad histórica que el amor a la justicia y a la libertad puede sobreponerse a la acción mecánica de los fenómenos, o al interés de los hombres. Así el batllismo no considera que la causa de las transformaciones históricas sea sustancialmente económica. Antepone a ello el pensamiento humano, las grandes ideas de justicia y de libertad. Justicia y libertad, aspiraciones colectivas, que despertadas y agitadas por Batlle en un medio hostil, convirtieron al Uruguay en el país politicamente más libre de América. Sostenía Batlle: "Es más consoladora nuestra teoría y se ajusta más a la naturaleza. El móvil de las acciones humanas no es solamente el interés; la idea, la verdad apasiona también al hombre. Podrá la clase acaudalada llegar a ser tan numerosa como la obrera y más fuerte; pero no se formará nunca una clase para preconizar un interés y para entronizarse. Las ideas y los sentimientos tendrían siempre un gran prestigio entre los hombres honrados de todas las clases. Y la fuerza de estos es la que ha de decidir en la lucha de los intereses opuestos. Ella y solo ella impedirá que una parte de los hombres esclavice a la otra parte, primero en el seno de las naciones, después en la república mundial. El interés no resuelve nada cuando no se ajusta a inspiraciones superiores; solo sirve para desatar la enemistad y el odio, que se proclama con su cohorte de violencias y males" (El Día, Junio 16 de 1917)
El batllismo se apoya en la realidad social que no es producto de fuerzas ciegas y fatales. El cientificismo de su acción no es, pues, un calificativo más o menos claro, es el resultado de la aplicación de principios que solo la realidad social, fielmente interpretada, puede cambiar.
Para el batllismo el pensamiento humano no es producto de los hechos sociales. El batllismo cree que el pensamiento humano, la acción creadora, el esfuerzo constructivo, el altruismo de los hombres son capaces de crear, de modificar y de extinguir determinados hechos sociales. El batllismo apoya sus principios en la realidad. En hechos sociales que pueden provocarse, cambiarse y anularse. El batllismo es reformista porque es un medio para conquistar la justicia y la libertad integrales.

Ver:
Gonzalez Conzi, E y Guidici,R. Batlle y el Batllismo. Editorial Medina, Montevideo, 2da edición 1959. Pág.379 y 380

▶ Caída del Muro de Berlín Documental History Channel Latino Completo HD 1080p - YouTube

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▶ "Berlin Wall" Speech - President Reagan's Address at the Brandenburg Gate - 6/12/87 - YouTube

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jueves, 31 de octubre de 2013

Historia de la Nación Latinoamericana - Cap 4 - Estados Unidos De Améric...

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martes, 29 de octubre de 2013

El Historiador :: Documentos históricos :: Discurso de Ernesto Guevara en la quinta sesión plenaria del Consejo Interamericano Económico y Social - Punta del Este, Uruguay

El Historiador :: Documentos históricos :: Discurso de Ernesto Guevara en la quinta sesión plenaria del Consejo Interamericano Económico y Social - Punta del Este, Uruguay

Neobatllismo por Germán D´Elía www.fder.edu.uy/contenido/rrll/contenido/licenciatura/documentos/neobatllismo.pdf

www.fder.edu.uy/contenido/rrll/contenido/licenciatura/documentos/neobatllismo.pdf

Montevideo del futuro. Por José Batlle y Ordóñez (1907)


En carta fechada el 11 de junio en París, Batlle pensaba el futuro de nuestra capital: "(...)Pienso en Montevideo al ver estas cosas y me digo que la Junta debería de tener valor para no ahorrar en la apertura de calles, ahí donde la tierra es todavía barata, ni en la formación de jardines. El bosque de Boloña me hace pensar particularmente en mi  de un gran paseo en Carrasco, de dos mil hectáreas y me imagino que podríamos hacer algo mejor todavía que este bosque. Tendríamos el auxilio del mar, de que aquí no se ha podido disponer y que lo tendríamos a la mano. El automóvil y el tranvía eléctrico suprimirán todas las distancias. Podemos tenr una buena razón para animarnos a todo y  lo que sea embellecer Montevideo no debe considerarse como un lujo sino como un buen negocio hecho con nuestros vecinos los porteños, llamados a darnos cada día mejores rendimientos. Creo que el gobierno o Asamblea, debería estimular la acción de la municipalidad y ayudándola con algunos fondos que le permitiesen por ejemplo, unir con una gran avenida de 150 metros por lo menos de ancho, el Parque Urbano y el que va  a hacerse en los campos del Chivero.(...) en presencia de estas grandes ciudades europeas, no es el desaliento ni un sentimiento de inferioridad, lo que se produce en el sentimiento de los que aquí venimos. Al contrario, he notado, como fenómeno casi general que nos sentimos superiores a lo que nos creímos, y que nos sentimos bien dispuestos para afrontar, bajo muchos puntos de vista, comparaciones que podrían resultarnos ventajosas. Por ejemplo nuestro alumbrado público es igual o mejor que el de París; el alumbrado a luz eléctrica para particulares es más barato ahí que acá y lo será enormemente con la transformación; nuestros tranvías son superiores; el aspecto general de la población no es inferior al de la población de esta ciudad. Si tenemos administraciones honradas durante veinte años, lo que no me parece difícil y creo que es poco pedir, y si somos un poco medidos para regalarles los pesos a las empresas que tienen su asiento en el extranjero, creo que podemos hacer maravillas."(Del señor Batlle y Ordóñez desde París. El Día. Julio 7 de 1907). El papel del turismo también era un objetivo de Don Pepe:"(...) son inmigrantes-económicamente considerados- de una clase especial. No producen, no incorporan su actividad al país que visitan; pero gastan en él y en ese sentido hacen producir en proporciones enormes. Cuando forman una corriente poderosa, estable, permanente, hacen vivir por sí solos ciudades y comarcas enteras. Niza y toda su encantadora "cote d`azur" en el mediodía de Francia; Lucerna y su luminoso lago entre las montañas de Suiza; Ostende y su magnífica playa en Bélgica ¿ a qué deben el secreto de su propsperidad sino a las inmensas caravanas de paseantes de todas las nacionalidades que las visitan año por año?"(La transformación del Parque Urbano. El Día, Julio 20 de 1908)

Ver:
Pelúas, Daniel, Piffaretti, Alfredo. Ideología Batllista, componentes y modelo. Montevideo, Solaris 1997. Páginas 242-243.

lunes, 14 de octubre de 2013

Batlle como motor del reformismo. Por Carlos M. Rama.



Frente al perfil del político latinoamericano típico, tan escaso de ideas como abundante en ambiciones, Batlle hace el papel de un filósofo antiguo actuando en el mundo de la política de un pequeño país subdesarrollado de la periferia del capitalismo. Ex ateneísta, estudioso de la filosofía, ingresa en la vida política movido por dos ideas motrices; el repudio a las dictaduras, y a la política de acuerdos. El rival de Santos y de Cuestas, conserva a lo largo de su vida el fanatismo de la legalidad(Juan Zorrilla de San Martín), probo hasta la manía (Como decía Bolívar de Sucre), dignamente pobre, sin envidia y sin amargura (Como dijera Serrato).
Todo esto podría ser un bagaje personal, un atributo de una personalidad, pero Batlle que tenía la pasión "de hacer", el sentido didáctico  magistral, lo llevó a la vida política. En primer término al periodismo inaugurando los diarios de masas. Suprime el sistema de suscripción(típico de la prensa oligárquica uruguaya gasta 1900), y hace un diario de precio mínimo(un vintén), al alcance de los obreros y artesanos, donde se habla de conflictos gremiales, donde se escribe sobre sus problemas y el propio Batlle desempeña una labor educativa política constante. "El Día", que inaugura la aparición de diarios de madrugada, es un típico fabricante de opinión de las masas y su tiraje mide la popularidad de su director.
Con Batlle asimismo aparece en Uruguay un nuevo tipo de partido político, el que Maurice Duverger califica de "partido de Comité" y que en Europa recién se conoce con el socialismo. En vez de partido de personalidades prácticamente inexistente entre los periodos eleccionarios, un partido de masas organizado democráticamente de la base a la cúpula. El "club", cédula partidaria, conectándose a través de la Convención Nacional, y esta disponiendo el mandato imperativo para los integrantes de  la Agrupación de Gobierno (diputados, senadores, presidente, miembros del Consejo de Administración, ediles, etc.) electos democráticamente y también revocables democráticamente.
El profesor sueco Lindhal, en su obra, se muestra admirado por este anciano e importante hombre, dos veces presidente de la República, que en las Asambleas del Teatro Royal en que se reúne, durante los años 20, la Convención Nacional Batllista, dialoga didáctica, socráticamente con sus jóvenes y apasionados partidarios.
Los textos de Batlle, incluyendo sus mensajes al Parlamento, están llenos de argumentos y buenas razones, a menudo morales, arguidas racionalmente, convincentemente para obtener del lector la adhesión y la certeza definitiva. Nunca un argumento de autoridad, ni un pensamiento turbio, o la utilización de un mito.
Todavía en la primera presidencia junto a Batlle se ven algunos políticos de viejo cuño, pero finalmente el batllismo actúa por medio de hombres nuevos, que no son familiares ni amigos personales del líder. Son jóvenes profesionales como los ingenieros Serrato y Sudriers, abogados como Eduardo Acevedo, Domingo Arena, Pedro Manini y Ríos, médicos como Francisco Soca, o "jóvenes valores" que viene de departamentos como Baltasar Brum desde Salto, César Mayo Gutiérrez y Tomás Berreta de Canelones, Fabini de Minas, Rubio de Soriano, etc.
La fuerza de Batlle, a lo largo de toda su existencia es siempre la misma: una personalidad ética que se apoya directamente en las masas, cuyos intereses sirve. Con su partido, o contra su partido está con los obreros. También con los extranjeros, hasta el punto de ser calificado su grupo como "partido de los inmigrantes". La agricultura, la industria, los universitarios, son otras fuerzas que tiene reiteradamente el apoyo batllista.
Hay un importante capítulo en la legislación uruguaya, de que tuvo la iniciativa Batlle, que se explica en el marco de un pensamiento ético, interesado en la educación popular. Así la eliminación de la pena de muerte, propuesta por mensaje el 27 de junio de 1905, o la supresión de los espectáculos en que se provoque el sufrimiento de los animales como atractivo dispuestas por iniciativa del 16 de diciembre de 1912.
También las leyes que tienen relación con la organización de la familia, como las de divorcio, leyes del 28 de octubre de 1907 y 11 de julio de 1910; los derechos de los hijos naturales y la investigación de la paternidad; la libertad y condena condicional de los delincuentes, leyes del 28 de noviembre de 1910 y del 30 de enero de 1918 y la iniciativa de derechos de la mujer que no llega a concretarse en vida de Batlle.

Ver:
Rama, Carlos M. "Batlle: la conciencia Social" en Enciclopedia Uruguaya, número 34, Página 68, ARCA, junio de 1969.

Negociar con los nazis, ¿tan deplorable como se piensa? - BBC Mundo - Noticias

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domingo, 13 de octubre de 2013

Nazis - Sophie Scholl - Los Últimos Días - Resistencia, La Rosa Blanca -...

Orígenes intelectuales del batllismo: El reformismo batllista según Enrique Rodríguez Fabregat.


Los pasos reformistas.
La Reforma Constitucional, verdadera transformación institucional de forma y entraña cuyo planteamiento Batlle renueva en seguida de asumir por segunda vez el gobierno, inaugura un intenso período de lucha. La lucha cobra de inmediato violencia, pero sobretodo calidad. Batlle no es un reformador de trastienda de los que elaboran Constituciones ocasionales. No ofrece panaceas reformistas de aquellas que traen un articulo transitorio en beneficio del reformador.La Constitución que Batlle proyecta es, acaso, la primer Constitución hispanoamericana original, no proviene ni de comentaristas ni de teorizantes. Batlle vio y estudió "en el lugar" los diferentes regímenes de Europa. Hasta entonces, eran las instituciones inglesas las que cautivaban a los ensayistas, conjuntamente con el modelo norteamericano.Para Batlle las instituciones inglesas eran adaptables al Imperio británico y eran un poco alejadas para nuestra realidad. El parlamentarismo francés tampoco lo deslumbró debido más que nada a los problemas de las Tercera República. Lo obsesiona cuanto signifique en lo teórico o en lo práctico la disminución de las facultades del poder central. Desde Suiza le escribe a Domingo Arena: "Imagínese que aquí nadie sabe quién es el gobierno". Las Constituciones latinoamericanas tienen como propósito robustecer el Poder Central. Así fue también en los Estados Unidos.
Planteada la reforma, Batlle, el reformador, propone:

A) Democracia Política.- Supresión de la Presidencia de la República, Institución del Gobierno Colegiado. Parlamento que si se quiere puede ser bicameral. Autonomía de las comunas. Voto directo, Voto secreto. Representación proporcional.

B) Democracia Económica.-Potestad superior del Estado sobre la actividad social. Creación y ampliación del dominio industrial del Estado. Organización autónoma de los Cuerpos Técnicos de dirección para las actividades técnicas. Intervencionismo del Estado sobre aprovechamiento individual o de empresa de los rendimientos del trabajo. Lucha anti imperialista, Nacionalización de todos los servicios públicos de interés social. Plan estatal de colonización. Régimen bancario del Estado. Sustitución de las concesiones al capital financiero internacional por Monopolios del Estado.

C) Democracia Social.- Leyes obreras. Seguros de trabajo e invalidez. Enseñanza Secundaria , Preparatoria y superior gratuita en todos sus grados. Organización de la Universidad del Trabajo y funcionamiento de las Escuelas Industriales en las diferentes regiones del país. Leyes sociales. Divorcio. Igualdad absoluta de derechos entre hijos legítimos y naturales. Respeto de los Derechos del Niño. Acceso de la mujer a las carreras liberales, a las funciones públicas, a los cargos políticos. Voto de la mujer. Seguro de la vejez. Salario Mínimo. Estado laico. Separación de la Iglesia y del Estado. Absoluta libertad de cultos y de ideas.

Batlle se opone de este modo a la liberal -democracia vacía e individualista, poniendo al Estado como regulador. En definitiva la reforma de un Estado Económico que para Batlle significaba alcanzar unEstado Moderno.

Ver:
Rodriguez Fabregat, E. "Batlle yOrdóñez: El Reformador". Editorial Claridad, Buenos Aires 1942. Pág. 394 a 397.

Uruguay: una sola central sindical desde hace 47 años | Diario La República

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El día en que La Legión salvó Melilla - ABC.es

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El terror que infundió Stalin acabó con él - ABC.es

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viernes, 11 de octubre de 2013

creartehistoria: Revolución China 1949

creartehistoria: Revolución China 1949: Presentación utilizada al abordar la Revolución China de 1949: sus antecedentes, características, figura de Mao y las particularidades de C...

miércoles, 9 de octubre de 2013

Orígenes intelectuales del Batllismo: El Reformismo batllista.


Reformismo: Tendencia a promover el cambio más o menos radical de los modelos económicos, sociales y mentales dominantes sin recurrir a la violencia


El poder político de las ideas acapara la atención de la teoría política y social. Si pensamos en un sacerdote de  la Edad Media y el experto en informática contemporáneo conquistan su lugar de influencia en la jerarquía social por el poder de sus ideas. Para algunos teóricos la acumulación de destrezas y conocimientos por parte de los dirigentes de los Partidos Políticos determinan la formación de una casta oligárquica que convierten el ideal democrático en una utopía. Max Weber sostenía que no solo el conocimiento especializado desempeñaba un papel importante en lo político, también las ideas, los valores y las creencias son determinantes en la dominación social.
Los marxistas sostienen que no existe dominación sin ideología que las legitime, la lucha de clases se resuelve en el aspecto ideológico. Finalmente Foucoult será el que unifique el saber y el poder: " El humanismo moderno se equivoca, pues, estableciendo una división entre saber y poder. Esta integrado y no se trata de soñar un momento en el que el saber no dependería más del poder, no es posible que el poder se ejerza sin el saber, es imposible que el saber no engendre poder"
Las ideas juegan un rol importante en el entramado del poder político, los individuos o grupos dominantes construyen y legitiman su predominio a partir de las ideas, Weber, Schumpeter y Duverger estudian la evolución de los partidos en la primera mitad del siglo XX. Va de suyo  que los partidos políticos tienen un importante papel en los procesos políticos: en Estados Unidos el sistema económico Keynesiano, en Alemania, Italia y la URSS los Partidos- Estado, en Uruguay la construcción del hombre nuevo mediante el estado benefactor del reformismo batllista.

El reformismo batllista.

Los antecedentes los encontramos en los constitucionalistas de 1830 que creía que la mejor forma de construir una política nacional, civilizada y moderna era excluyendo a los caudillos de la Guerra de la Independencia de los cargos de representación. A partir de 1847, durante la Guerra Grande, los doctores del Partido Colorado desterraron al General Rivera que era el principal jefe y caudillo militar del Partido y además el primer Presidente Constitucional.Entre 1851 y 1855 se llevó adelante la política de fusión inspirada en el manifiesto del Dr. Andrés Lamas. Sin embargo a partir de 1875 los doctores lograron un forma racional de desarrollo político vinculado a dos fenómenos por un lado la crisis de la filosofía espiritualista y el ascenso del positivismo filosófico. El interprete del período es José Pedro Varela, se produce, entonces la transición desde el academicismo doctoral al realismo económico y social: Como sostiene Ardao " El positivismo lubricó la áspera incorporación de los doctores en los partidos caudillistas: lo nuevo y lo mejor de acuerdo a la doctrina evolucionista, debe construirse a partir de los que ya existe" Por eso mismo, buena parte de los doctores dejaron de crear nuevos partidos, excepto el Partido Constitucional, buscando llenar al decir de Barrán y Nahum "llenar vino nuevo en odres viejos"
El ascenso de la intelectualidad al interior de los partidos impacta fuertemente en el gobierno, por un lado legitima las viejas aspiraciones de los doctores, pacificación, desarrollo institucional, educación, etc. y por otro lado se desarrollan los primeros técnicos del Estado, los futuros colaboradores de Batlle. Esto lo podemos resumir en la cita de don Pepe que dice" Si en 1904 necesité de los generales del ejército para asegurar la paz, en 1905 debí recurrir a los ingenieros para segurar el progreso del país".
Este proceso de Convergencia entre los intelectuales, poder político y racionalización va a logra su máximo desarrollo en las primeras décadas del Siglo XX, lo que constituye el reformismo batllista. Numerosas personalidades apoyaron el proceso y con gran capacidad técnica, José Serrato, Eduardo Acevedo, Pedro y Ricardo Cosio. El primer batllismo con su proceso reformista  recompone la relación entre intelectuales y poder político, osea resume los anhelos de los doctores espiritualistas y la generación principista incorporando contenidos programáticos y conocimiento especializado en las decisiones gubernativas.
 El modelo reformista se inicia con la incorporación de los saberes especializados al desarrollo de las reformas:

La Reforma Social se inicia con el apoyo crítico a los sindicatos con simpatía desde la prensa  y con gran consideración de la realidad obrera desde la prensa reformista, o sea El Día. Continúa con el desarrollo de una legislación social protectora y obrerista con limitación de la jornada laboral, reglamentación del trabajo de mujeres y niños, salario mínimo, indemnizaciones por despido y mejora de la vivienda obrera. Además las obras solidarias como asistencia y alimentación y realización de obras públicas generadoras de empleo.

La Reforma Rural tenía el objetivo general de eliminar los latifundios ganaderos promoviendo u país de pequeños propietarios. La modificación del modelo productivo con el objetivo de terminar con el pobrerío rural. Los aspectos radicales se dirigen hacia un georgismo telúrico sosteniendo firmemente el origen social del valor de la tierra regulandolo con aumento del impuesto territorial. Se busca la reocupación y redistribución de las tierras fiscales creando un plan de colonización. En aspectos moderados la tecnificación del Estado, políticas de transporte al servicio del cambio rural completado con el control de los ferrocarriles en forma más exigente.

La Reforma Fiscal determina la ampliación de los impuestos como instrumentos de justicia social y desarrollo económico con impuestos a la tierra, a la herencia, a las exportaciones y disminuyendo los impuestos al consumo.
La Reforma Moral determina la construcción del hombre nuevo con un fuerte incremento de la educación, defender el cosmopolitismo, la apertura a las ideas extranjeras y a los inmigrantes. Anticlericalismo radical, permanencia de la ofensiva contra la Iglesia identificando al católico tradicional con el capitalista retrogrado. La Emancipación de la mujer con la equiparación legal, promoción del divorcio, protección a la madre soltera y a los hijos naturales.

La Reforma política se dirige a la politización de la sociedad a través del debate público entre los ciudadanos y la organización de los partidos y finalmente la propuesta del sistema Colegiado como última garantía frente a las tiranías ampliando el plazo de gestión gubernativa.

Batlle se vió a sí mismo como un hombre del progreso, los obreros lo consideraron un amigo, el patronato industrial y británico lo creyó un socialIsta, los socialistas un burgués de buena voluntad, los blancos un autócrata demagogo y el historiador UN REFORMADOR.(Barrán y Nahum)

Ver:
Caetano, Gerado, Alfaro, Milita. Historia del Uruguay Contemporáneo, ICP, FCS, FCU, Montevideo, Mayo de 1995, paginas 59 - 109.

domingo, 6 de octubre de 2013

Orígenes intelectuales del batllismo: José Batlle y Ordóñez escribe sobre entes del Estado y participación obrera


Las actividades industriales del Estado no deben ser fuente de oro sino de abaratamiento de bienestar. A aquellas actividades que tiendan a combatir causas de desmejoramiento humano como las que se relacionan con el alcohol y el tabaco, se les pueden pedir rendimientos monetarios, más no así a los servicios públicos de crédito, previsión, consumo, transportes, etc. cuyo mayor rendimiento consiste en la bondad y en la baratura de los servicios- una vez lograda la consolidación definitiva- que es un bien general. Encarézcase en buena hora el consumo  el consumo de bebidas alcohólicas y de tabaco que el encarecimiento significa reducción del consumo y, por lo tanto, mayor salud, pero procuremos abaratar y facilitar los otros servicios públicos en lugar de cercenar las actividades restringiendo su acción. Los enemigos del industrialismo del Estado saben bien que esos recursos que pretenden extraer los Entes Autónomos están destinados a la consolidación y al progreso, al rápido crecimiento de las instituciones que los poseen(El Día, 30 de junio de 1923)
La tendencia al desarrollo de las Empresas industriales del Estado es una característica de la época actual. Ella obedece fundamentalmente a tres causas. En primer término una causa fiscal que radica en la necesidad de hallar nuevos recursos para proveer a los gastos cada vez más crecientes que reclama el progreso de la nación. En segundo lugar una causa social que tienda a poner freno a las ganancias sin tasa del capitalismo, cuyos dividendos y beneficios se obtienen a base del dinero del pueblo. Por último una causa política que consiste en la necesidad ineludible en las organizaciones democráticas, el vincular lo más estrechamente posible, en todos los aspectos de la actividad social, al Estado con la masa de la Nación de que es aquél expresión jurídica(...) El Estado llegará hasta sufrir pérdidas con el propósito de beneficiar al productor, facilitándole la colocación de sus productos en el mercado donde haya mayor demanda de ellos(El Día, 30 de junio de 1923)
Los méritos de la participación como principio ordenador del contrato de trabajo pueden resumirse sintéticamente en breves palabras. En primer lugar crea una deseable y estrecha vinculación entre el capital y el trabajo, mostrando con hechos concretos que no hay razón para que ambos estén divididos y en pugna, sino que al contrario, ambos deben colaborar en íntima comunión de esfuerzos en la actividad productora del organismo social. El concepto de la lucha del capital y el trabajo debe dar lugar, cuando se haga estricta gestión distributiva a un nuevo y más elevado concepto: el de la solidaria cooperación de ambos elementos en la vida de la humanidad(...) el salario es el precio mínimo de un trabajo realizado y, por consecuencia no se puede bajar de él a ningún título. Cuando no hayan beneficios no habrá participación obrera pero no se puede ir más allá. Capital y trabajo son factores igualmente importante de la producción, y la mejor prueba de ello es que, sin el trabajo, el capital nada daría, o a lo sumo arrojaría un simple interés, siempre inferior a las ganancias que se obtienen dedicando el mismo capital a una actividad industrial. Fuera de esto el mismo proyecto de intervención directa, en la marcha y administración de las empresas públicas no solo a los obreros de ellas, sino también a sus clientes y consumidores haciendo que unos y otros estén representados en los directorios de dichas Empresas con lo cual se atribuye a éstas un carácter que les asemeja a verdaderas cooperativas de producción.(El Día, 10 de noviembre de 1923)

Ver:
El Dia ediciones del 30 de junio de 1923 y 10 de noviembre de 1923.

sábado, 5 de octubre de 2013

Orígenes intelectuales del batllismo: la lucha política entre reformistas y conservadores. Por González Conzi y Giudici.


La tradición del Partido Colorado es de libertad y de justicia. Sustento estos principios en la Defensa; combatió por ellos, con Venancio Flores, contra los enemigos de adentro y de afuera, fueron sus hombres los que más rudamente atacaron las tiranías. La constante adaptación a las necesidades de cada momento de la vida nacional; la continua renovación de sus valores históricos e ideológicos, completan su tradición. Esta podría definirse así: adaptación incesante del concepto tradicional - libertad y justicia- a las necesidades de cada época.
El batllismo, que es el verdadero Partido Colorado, tiene, pues, esa tradición. Nació luchando por la libertad, y su gran obra realizada y sus propósitos bien definidos del presente se apoyan en aquellas tendencias tradicionales para establecer el nuevo régimen en el que, total y definitivamente triunfen la libertad y la justicia.
Es el batllismo quien mantiene firmemente la tradición colorada porque, obedeciendo a la ley histórica del Partido, realiza una revisión completa de los valores para establecer la libertad de los oprimidos y la justicia para todos, acomodando su acción política a los reclamos de la hora presente.
La tradición de libertad y justicia vincula, pues, a todos los batllistas, ya que la acción del Partido- como lo dice su programa- se apoya en esas tendencias históricas, en general. No puede originar divisiones, por lo tanto, aquellos que debe ser razón de estrecha solidaridad. Cada afiliado está en el perfecto derecho de criticar uno o más hechos históricos del Partido, si a su juicio ellos contrariaron la justicia o la libertad. Más aún; siempre que un afiliado se apoye en los principios tradicionales de libertad y justicia puede atacar casi totalmente el pasado del Partido. Demostrará  ser así más tradicionalista que los que aceptaren en toda su integridad aquel pasado, sin haberlo sometido a examen.(...)Batlle que es el que más ha hecho en la República por la libertad y la justicia es por eso el más tradicionalista de los Colorados. Y las generaciones venideras que inspirándose en Batlle y siguiendo su ejemplo den termino a la obra por él comenzada serán la síntesis misma de la tradición del Partido Colorado, implantando un régimen social en el que reinarán sin trabas la libertad y la justicia : " Sostener que un pueblo debe luchar por establecer la justicia y la libertad entre los elementos componentes y sostener que no debe luchar y prepararse para luchar en defensa de esa misma justicia y de esa misma libertad, es sencillamente absurdo"(El Día, 5 de mayo de 1917) El batllismo aspira a implantar en la República el sufragio universal absoluto. Considera que el reformismo, y sólo el reformismo puede ser la palanca capaz de remover el actual sistema de organización social, fundado en el privilegio.
Enemigo de los métodos violentos, adversario irreductible de todo procedimiento revolucionario, el batllismo considera que no solo " es más eficaz el voto que el tiro o la pedrada en la calle" sino que ve en el sufragio la manera única de alcanzar la implantación del nuevo régimen de justicia y de libertad por el que lucha.
La ignorancia y la pasión forma todavía una fuerte alianza reaccionaria. Y aplazan, necesariamente la solución final que el batllismo persigue. Entretanto hay que " ir realizando ideas cada vez más avanzadas en la medida de lo posible" El batllismo debe hacer llegar a todos su programa de realizaciones inmediatas. Las masas populares perciben con más claridad y persiguen con más intensidad las reformas de posible realización a corto término. Y en nuestro ambiente los hombres de pueblo muestran en general poca aptitud para apreciar reformas a largo término.
La acción del batllismo es progresiva. La vía legislativa es la que utiliza para realizar conquistas tras conquistas. Gracias a la política de partido, que Batlle impuso, el batllismo asegura una acción efectiva y eficaz. Pero para dar verdadera fuerza a esta práctica y acción el programa deberá cumplirse. Progresivametne los legisladores, simples ejecutores de la voluntad del pueblo, irán realizando conquista  tras conquista. Para realizar sus fines el batllismo integra a burgueses y a proletarios, con justicia y libertad para todos los hombres procedan de donde procedan. Por eso no hace un llamado excluyente a la clase obrera, aunque sus mayorías electorales están constituídas principalmente por proletarios que son las víctimas de los privilegios del presente, su arenga es  "hombres que amaís la libertad y la justicia, uníos"En mayo de 1917, mientras se asimilaban las consecuencias de la derrota electoral del Colegiado, El Día, comienza a publicar una polémica que va a extenderse durante tres meses, entre José Batlle y Ordóñez y el Secretario General del Partido Socialista del Uruguay, Celestino Mibelli. Es importante esta polémica porque Batlle define sus diferencias con el socialismo marxista.. Por otro lado los argumentos de Mibelli ocurren a poco de ocurrida la Revolución Rusa que tendrá como consecuencia la división del Socialismo en nuestro país. En 1913 Batlle había vinculado la campaña en favor de sus apuntes colegialistas con el voto pro-colegiado de los obreros, y su argumento era que los que eran socialistas en otros países debían ser  colorados en Uruguay. Era, según Batlle, el único partido que podía realizar las mejoras de la calidad de vida del trabajador y que la postura socialista era utópica y soñadora. Ante la pregunta de Pedro Manini Ríos de " ¿Somos colorados o somos socialistas?" Domingo Arena, en una entrevista realizada por el Diario Socialista "La Vanguardia", sostuvo que "somos socialistas sin programa". Luego en El Día sostuvo que no había entre colorados y socialistas una oposición frontal de principios debido a que el Partido Colorado realizaba lo que los socialistas programaban..
Celestino Mibelli conocía desde dentro al batllismo incipiente, había trabajado durante ocho años en El Día. La política de Balle sobre el producto periodístico era cobrar multas en caso de errores en la compaginación o en las faltas de redacción. Celestino realizó mal un trabajo y se le  multó con un peso de su salario, al argumentar que eso era un robo fue despedido, el sostendría desde otras tribunas que en realidad fue despedido por su forma de pensar. El 30 de julio de 1916 Mibelli y Frugoni fueron electos como constituyentes socialistas. En 1919 es electo diputado socialista por Montevideo. Al dividirse el socialismo, Mibelli es uno de los fundadores del Partido Comunista del Uruguay, siendo dos veces diputado por ese partido. En 1927 fue expulsado del Partido Comunista, dirigido de forma ortodoxa por Eugenio Gómez.
La polémica con Batlle en 1917 fue muy importante para él, le permitió hacer publicidad socialista en el medio más fuerte de ese entonces y contra los conceptos del dos veces presidente José Batlle y Ordóñez que era, además, uno de los mejores polemistas de ese entonces.
Mibelli sostenía, 1917, que los capitalistas hacía guerras para ganar mercados y obligaban a los trabajadores, que eran el 90% de la población a morir en ese objetivo y argumentaba:" Sean uruguayos o turcos, ingleses o chinos(...)la organización capitalista ha separado a los habitantes de cada nación en dos clases...que no tiene ni intereses, ni pasiones, ni sentimientos solidarios y armónicos. Por el contrario se consideran enemigos. Y lo son en realidad"(...)Unos viven merced al salario y los otros del suelo, las máquinas, los medios de transporte..." En definitiva la raíz del mal estaba en la propiedad y propone Mibelli la fusión de estos grupos diferenciados en una nueva organización social sin patrones ni asalariados.
Batlle sostiene por el contrario que " Lo que entendemos nosotros es que la sociedad, gran familia, debe asegurar a cada uno de sus miembros los medios necesarios de subsistencia, al fuerte,al entendido y al diligente como al débil, el ignorante y el perezoso, de tal modo que en todo momento pueda cada hombre tener la fuerza, la salud y el tiempo necesario para darse una dirección en la vida sin que se vea forzado a someterse por la miseria y completar esta base de acción de cada individuo con todas las instituciones tendientes a difundir los conocimientos...."(...)" Y habiendo en todas las clases ciudadanos numerosos que aceptarían las ideas de justicia (...) no es la lucha de intereses, que rebajará moralmente a todos la que debe entablarse, sino la de las ideas que convence y enaltece." 
Finalmente Batlle sostiene que en el Uruguay no se realiza lucha de clases y que la divergencia de opinión con el Sr. Mibelli " es que el piensa que la lucha política debe entablarse entre aquellas dos primeras clases: la acomodada y la proletaria; y nosotros creemos que debe establecerse entra las dos últimas: la reformistas y la conservadora"
En resumen se discute sobre un país de clases medias en el cual los ricos fueran menos ricos para que los pobres fueran menos pobres y los mecanismos para lograrlo: Reforma o Revolución.
"Hemos dicho siempre que no consideramos que los bienes de que el hombre puede disponer están repartidos con justicia. De esto se deduce que hay dos clases de hombres: los que tiene más de lo que les corresponde y los que tiene menos. Hemos reconocido, pues, este conflicto. Lo que hemos negado es que la desigualdad sea deliberada y obra de la voluntad inmoral de los que poseen más. La hemos atribuido a la dificultad de hacer una justa distribución. Hemos negado asimismo que la manera de hacer bien esa distribución sea la enemistad de las clases y de sus luchas. Esto no destruiría la injusticia. La agrandaría. La clase vencedora se quedaría con cuanto pertenecía a la vencida.
El remedio esta en la demostración de lo que debe hacerse y luchar para que se realice sin rechazar concurso alguno bien intencionado. Lo que hemos afirmado y demostrado es que las sociedades no se dividen en dos clases enemigas, perfectamente definidas y separadas, entre las cuales no pueda haber más relación de sentimiento que el odio, ya que la una solo se preocupa de explotar a la otra. Hicimos notar además que , entre el extremo de la clase capitalista y el de la clase obrera, hay una escala casi infinita de posiciones ocupadas por personas que no se consideran explotadoras ni explotadas. Lo que se quería demostrar es que entre la clase capitalista y la obrera hay una escala de situaciones ocupadas por personas de las que no se podría decir que pertenecen a una u otra clase"(El Día, 3 de junio de 1917)

Ver:
González Conzi, Efraín, Guidici, Roberto. "Batlle y el batllismo" 2da. edición. Editorial Medina, Montevideo, 1959. Páginas 375-391.

lunes, 30 de septiembre de 2013

Grandes Biografias - Nixon - Biografía

Biografías : Adolf Hitler - Documental completo en español

Biografia de Benito Mussolini

Grandes biografías Mao Tse Tung documental online

Paseo virtual por las maravillas del mundo (+lista de reproducción)

SHIPWRECK: Battleship Bismarck (720P, 2002)

The End Of The Scharnhorst.

Socialdemocracia (crisis de la) por Ariel Jerez Novara/Juan Carlos Monedero. Universidad Complutense de Madrid.

Román Reyes (Dir): Diccionario Crítico de Ciencias Sociales

Socialdemocracia (Crisis de la)
Ariel Jerez Novara
Juan Carlos Monedero
Universidad Complutense de Madrid

El político burgués vive completamente sumergido en la democracia política; las formas de aquélla le esconden la sociedad misma. La actitud de los gobiernos, sus diferentes relaciones con los partidos políticos, la posición de los partidos en las Cámaras, los pequeños sucesos de los pasillos y de los círculos parlamentarios, los artículos de fondo de los principales periódicos: he aquí todo su mundo. Max Adler (1926)
I.
La crisis de la socialdemocracia.
Desde finales de los años setenta las ciencias sociales vienen diagnosticando la existencia de una "crisis de la socialdemocracia", que en una suerte de interpretación organicista debiera saldarse, tras haber alcanzado una "edad de oro" en la década anterior, con la desaparición de esta fuerza política en un breve plazo de tiempo. Para algunos autores como Dahrendorf (1983) lo que tocaba a su fin era no sólo una decada sino todo un "siglo socialdemócrata", en el cual esta fuerza política habría conseguido hacer ciertos sus principales contenidos programáticos.
El análisis de la crisis se centraba de manera casi exclusiva en la pérdida de posibilidades electorales de los partidos socialdemócratas, encontrándose ese necesario declive en la conjunción de cuatro problemas (Merkel, 1994):
(1) el bloqueo de la coordinación keynesiana, con la pérdida, merced a la internacionalización de la economía, de la capacidad de los gobiernos nacionales para encarar las crisis económicas y, especialmente, el aumento del paro (Sharpf, 1989);
(2) los cambios en la estructura social de "clases medias", con la caída del empleo en la industria y el crecimiento en el sector servicios, acompañados por la fragmentación de los trabajadores como clase (Alonso, 1994; Ortí, 1992);
(3) la transformación de las preferencias sociales, con la emergencia de los llamados "valores postmateriales" (Inglehart, 1977; 1991) o "postconsumistas" -ser antes que tener- (Riechmann, 1991) y el surgimiento de nuevos problemas de alianzas; aparición de un nuevo "dilema electoral" entre los habituales votantes de la socialdemocracia (vinculados a la clase obrera tradicional) y los nuevos votantes (orientados hacia los valores postmaterialistas o postconsumistas), así como de novedosos conflictos surgidos a la hora de acompasar diferentes sensibilidades o de lograr un renovado acuerdo corporatista;
(4) la pérdida de la ofensiva en el discurso, motivado principalmente por la caída en desgracia del keynesianismo, eje de la propuesta intelectual socialdemócrata; al tiempo, la renuncia a cualesquiera referencias análiticas marxistas hacía patente la ausencia de explicaciones de caráter global o de paradigmas explicativos alternativos.
No obstante, argumentar en relación a la crisis de la socialdemocracia presenta un doble problema; por una lado, tal declive no es estrictamente cierto en términos electorales, sobre todo si atendemos a la participación alcanzada por estas fuerzas políticas en los gobiernos occidentales (Armingeon, 1994). Por otro, si bien los porcentajes de votos y la participación en diferentes gobiernos relativizan tal crisis, son cifras que poco aportan sobre la vigencia y oportunidad histórica de una ideología y de su manera de entender el mundo y la política, aspectos que son de naturaleza cualitativa. Por nuestra parte vamos a atender a un concepto diferente de crisis, centrado en su carácter de "mutación importante en el desarrollo de otros procesos, ya de orden físico, ya históricos o espirituales" o de "situación de un asunto o proceso cuando está en duda la continuacion, modificación o cese" (Real Academia Española, 1984). En este sentido, las crisis son "un cambio cualitativo en sentido negativo o positivo, una vuelta sorpresiva y a veces hasta violenta y no esperada en el modelo normal según el cual se desarrollan las interacciones en el interior del sistema en examen" (Pasquino, 1981: 454).
Las apreciaciones que aquí se realizan sobre la crisis se mueven en un nivel de generalización alto. Esto se debe a que van a ser abordados los macroprocesos derivados de las tendencias estructurales de la actual fase de desarrollo capitalista, que para diversos autores ha implicado la ruptura de la lógica de dominación, así como el colapso disfuncional de diversas instituciones sociales y políticas que mantenían las pautas de interacción social dentro de los parametros definidos por el proyecto de la modernidad (partidos políticos, parlamentos, familia). Desde esta perspectiva pueden quedar un tanto difuminados algunos rasgos que diferencian los específicos entramados sociales sobre los que se ha apoyado la socialdemocracia y los distintos papeles que ha jugado en cada coyuntura nacional según pertenezcan a América Latina o a Europa, según correspondan a la Europa del norte o a la Europa meridional o dependiendo, entre otros factores, de los sistemas de partidos nacionales, de la existencia de partidos comunistas consolidados, de la edad de su democracia o del compromiso democrático de su derecha o de determinados grupos sociales (Hine, 1994).
En este sentido, el análisis de la crisis de la socialdemocracia debe enmarcarse en el análisis de una crisis más amplia que diversos autores definen como crisis de civilización (Schaff, 1987; Morin/Kern, 1993). La socialdemocracia, como fuerza política concreta en el gobierno o en la oposición, o como sensibilidad ideológica hegemónica dentro de la izquierda occidental, ha sido pieza clave en el moldeado de las estructuras y dinámicas del capitalismo desde 1945. Es pertinente por tanto constatar su responsabilidad, por acción u omisión, en la actual coyuntura de crisis al haber estado presente como relevante actor en la mayor parte de los desarrollos políticos de la posguerra. Esta petición de responsabilidad no ha de ser confundida con negación alguna de la necesidad de que el Estado de bienestar -pieza maestra socialdemócrata ahora en peligro- haya de seguir configurando la base sobre la que sustentar cualquier nueva politica que tenga por objetivo encauzar los problemas sociales y ecológicos que gravitan sobre las sociedades ocidentales de fin de milenio, siempre que se mantenga presente una perspectiva humanista que, inevitablemente, exigirá la renovación del socialismo democrático respecto de su actuar en las últimas cinco décadas.

II.
Del movimiento al partido. Entender la actual crisis de la socialdemocracia requiere una perspectiva histórica que apunte aunque sea someramente los diferentes momentos en los que se va perfilando su paso de movimiento social a partido. Este proceso de institucionalización, situado dentro de la lógica competitiva de la democracia, va haciendo que su presencia en la sociedad civil vaya quedando eclipsada por su reforzada presencia en la sociedad política. Se pueden distinguir en este camino cuatro grandes etapas (Sotelo: 1991):
(1) 1830-1864: etapa fundacional del socialismo. Formación de la clase obrera. Creación de la I Internacional. Influencia primordial de Karl Marx.
(2) 1864-1914: arraigo de los partidos obreros. Integración social de parte de la clase obrera. Fracaso de ésta en el intento de impedir la Primera Guerra Mundial y construir un internacionalismo de clase. Surgimiento del revisionismo. Convivencia pacífica de diferentes versiones del marxismo. Creación de la II Internacional;
(3) 1914-1945: Preparación y ejecución de la revolución bolchevique. El socialismo democrático toma cuerpo frente al marxismo revolucionario (frente al comunismo de tipo leninista). III Internacional y división del socialismo en dos bloques irreconciliables tras la breve experiencia de los Frentes Populares.
(4) 1945-1995: consolidación del estalinismo. Adquisición por parte de la socialdemocracia de rasgos propios diferenciados de la tradición decimonónica. Consolidación de la socialdemocracia como una de las principales fuerzas políticas occidentales leales al sistema capitalista. Quiebra del modelo soviético y manifestación de la crisis dentro de la socialdemocracia. Esta última etapa puede a su vez dividirse en tres momentos diferentes (Petras, 1995): (1) socialdemocracia del bienestar social. Implantación y consolidación del Estado del bienestar; (2) Socialdemocracia neoliberal. Crisis económica, aumento del paro y ajuste estructural desde presupuestos liberales (3) Pérdida del referente socialista y asunción de un nítido perfil de gestores de la crisis. Emergencia del discurso defensor de la "razón de Estado" y la "gobernabilidad" frente a los presupuestos ideológicos emancipadores de la tradición socialista. Explosión de la corrupción individual y de partido.
La primera etapa socialdemócrata, tras la Segunda Guerra Mundial -la señalada como su "edad de oro"-, tuvo su expresión más generalizada en los trabajos de A. Crosland, especialmente en su The Future of Socialism (1956). Esta se resumía en los principios del liberalismo político, la economía mixta, el Estado del bienestar, la política económica keynesiana y un compromiso con la igualdad social (Paterson y Thomas, 1992). La socialdemocracia definía sus contornos y encontraba refuerzo para orientarse en la dirección en que lo hizo tanto en la arena política -existencia de la guerra fría- como en la económica -existencia de una onda larga expansiva en occidente entre 1948 y 1968- (Mandel, 1980). Sus rasgos característicos serían los siguientes:
 
En primer lugar, la aceptación de la economía capitalista se combina con una amplia intervención del Estado a fin de contrarrestar el desarrollo desigual. En segundo lugar, se utilizan métodos de regulación keynesianos para conseguir crecimiento económico, salarios elevados, estabilidad de precios y pleno empleo. En tercer lugar, la política estatal consiste en redistribuir el excedente de forma progresiva, a través de programas de bienestar social, la seguridad social y la legislación sobre impuestos. Y, finalmente, la clase obrera está organizada en un partido socialdemócrata mayoritario estrechamente ligado a un poderoso movimiento sindical centralizado y disciplinado
(Kesselman, 1982)
En esta etapa, gracias al crecimiento económico de la posguerra (facilitado por el apoyo norteamericano al capitalismo europeo a través del Plan Marshall y por la creación de mecanismos financieros internacionales controlados por los Estados Unidos), y a su correlato en forma de pleno empleo, se logró que los conflictos de clase se moderaran considerablemente. La disminución de la polarización social que ya observara Bernstein en los años 20 tomaba cuerpo real y las proclamas socializantes poco a poco iban desapareciendo, primero de la praxis socialdemócrata y después de sus discursos y programas. Las teorías, esencialmente marxistas, según las cuales la pauperización del proletariado, la disminución de la tasa de ganancia o las contradicciones inherentes al capitalismo condenaban a ese sistema económico al fracaso se veían temporalmente superadas gracias a una conjunción de factores que alejaban la sensación de fracaso del capitalismo al diferir en los problemas en el espacio (ajustes vía deterioro del medio ambiente o explotación del tercer mundo), en el tiempo (incremento del déficit público estatal que compensaba la disminución de la tasa de ganancia) o sacrificando segmentos sociales o modelos de vida (sociedades de los dos tercios; asunción del individualismo posesivo y atomización social; pérdida de referentes humanistas comunitarios).
El proceso de "desmarxistización" de la socialdemocracia se constata en la Declaración de la Internacional Socialista sobre fines y tareas del socialismo democrático, hecha en Frankfurt el 3 de julio de 1951, y, de manera conspicua, en el Programa Básico del Partido Socialdemócrata Alemán, acordado en el Congreso de Bad Godesberg en noviembre de 1959 (Sotelo, 1991), y desde donde se exportaría al resto de la socialdemocracia europea. El problema de la institucionalización había sido previa y arduamente debatido en el seno del movimiento socialista desde sus inicios. El conflictivo paso del movimiento socialista a partidos socialdemócratas nacionales, ya estuvo como núcleo de la discusión acerca de las estrategias políticas a seguir en el propio campo del socialismo democrático en el periodo de entreguerras (en el debate Rosa Luxemburgo, Kautsky y Bernstein), pero no se materializará totalmente hasta que los partidos socialdemócratas asumieran, en el periodo de posguerra, la democracia competitiva y la cura keynesiana como solución propia.
En la medida en que la actividad política de la ciudadanía ha tendido a reducirse al momento electoral, diversos contenidos de trascendencia política aunque de naturaleza socio-cultural se han ido mostrando formalmente incompatibles con la lógica competitiva de la democracia liberal, lo que se ha traducido en un progresivo distanciamiento entre el movimiento social originario comprometido en la defensa y promoción de esos contenidos y el proceso que discurre en las instituciones políticas del Estado (Offe, 1988).
Cierto es que la propia creación del Estado de bienestar aparece como una excepción a esta lógica incompatibilizadora de la democracia liberal. La conflictividad mostrada por las relaciones mercado-sociedad en el mundo laboral bien podría haber parecido difícilmente compatible y universalizable en los momentos originarios de la socialdemocracia. No obstante, si esto ha sido posible y se ha logrado la incorporación de los segmentos organizados de la clase obrera al sistema político liberal ha sido gracias al alto nivel de movilización y organización alcanzado por la clase trabajadora, que impidió la represión de sus demandas y logró su compatibilización en los márgenes del marco institucional de la democracia competitiva. La articulación del pacto keynesiano con sus mecanismos corporativos de dirección y planificación - en lo referente a inflación, productividad y empleo- ha encontrado su sustento en formas no parlamentarias de representación, de resolución de conflictos y de adopción de decisiones (consejos económicos de representación tripartita entre patronales, sindicatos y gobiernos).
No obstante, y a pesar de los consistentes réditos políticos y electorales de esta estrategia durante casi tres décadas, dos factores relativizan su éxito desde una perspectiva histórica más amplia, especialmente si se entiende que la crisis de los setenta no fue la causa sino la señal que estaba esperando la economía occidental para expresar su enfermedad (Castells, 1980). Al articularse la estrategia socialdemócrata en la variante tecnocrática corporativa dentro de un proceso de especialización de la vida política, la institucionalización de este ámbito de negociación del mundo del trabajo industrial fue adquiriendo en el contexto de una estructura social en profunda mutación un carácter progresivamente particularista (y excluyente) a los ojos del resto de la sociedad, especialmente allí donde actuaba la socialdemocracia "corporativista" (Esping-Andersen, 1990). Por otra parte, en la medida en que la solución keynesiana ha mostrado profundas brechas a partir de la crisis del petroleo de los años setenta, y comienza a vislumbrarse desde la lógica de la reproducción transnacionalizada del capital los problemas de "ingobernabilidad" que presenta el pacto keynesiano, éste ha ido perdiendo vigencia paulatinamente, al tiempo que ha puesto de manifiesto cómo el abandono de aquellos elementos transformadores de la tradición socialista creaba un "vacío referencial" que arrojaba a la socialdemocracia en brazos de la más desnuda gestión y del más estricto presentismo (Galbraith, 1992). Sus declaraciones acerca del logro de una sociedad más justa y más libre, propias de las exigencias electorales en sistemas de partidos "acaparadores", veían con cada vez mayor dificultad una articulación real en el corto plazo, siendo el resultado final la consiguiente frustración de la ciudadanía y una actitud receptiva hacia discursos populistas.
Cuando la crisis económica cambió la voluntad de los capitalistas y sus gestores en cuanto al mantenimiento del Estado del bienestar conforme a los parámetros mantenidos hasta la fecha, la socialdemocracia demostró que estaba intelectualmente inerte para encontrar recetas válidas acordes con la razón de ser de su ideología y su diferenciación respecto del resto de fuerzas de centro y derecha. Este problema se agravaba si se repara en que esta situación de crisis fiscal, que estaba acompañada por profundos y rápidos procesos de innovación tecnológica, traía consigo la pérdida de su gran caballo de batalla electoral: la sociedad de pleno empleo.
Esa situación de desarme ideológico emancipador de la socialdemocracia desembocó en el recurso a las recetas neoclásicas como forma de salir de la crisis, entorpeciéndose a su vez la consiguiente unidad de acción con los sindicatos afines. Estas recetas asentaban su edificio en una ideal situación de equilibrio (a su vez asentada en la Ley de Say según la cual toda oferta crea su propia demanda) y en la consecuente necesidad de reconstruir las coordenadas económicas de estabilidad, ignorándo las potencialidades de los actores más allá de la ferrea dictadura de las variables monetarias, y utilizando como instrumentos privilegiados la reducción de los salarios o el recorte del déficit público a menudo vía privatizaciones. Mientras el keynesianismo recurría a los poderes públicos para solventar los problemas del libre mercado -especialmente el paro- la receta neoliberal culpa de los problemas de la economía a la intervención estatal o a la avidez sindical que no acepta salarios conforme a la condición de equilibrio. Igualmente, la renuncia ideológica a aspectos teóricos que asumieran y recurrieran a la movilización social, y la herencia de la orientación keynesianismo cuyo eje no era el ciudadano consciente sino el Estado benefactor, reforzaba la centralidad de los mecanismos estructurales donde la labor de los individuos o grupos sólo tomaba cuerpo en forma de cifras contables (o en explosiones de descontento de cada vez más dificil canalización) y no como potencial movilizador y reivindicativo. La política colonizaba todos los aspectos de la sociedad al tiempo que la socialdemocracia renunciaba a explicar a la ciudadanía las dificultades de construir una política socialista dentro del marco invariado del mercado capitalista. Una vez asumido el sistema capitalista (a menudo con argumentos teóricos de converso) resultaba fráncamente difícil encontrar soluciones más allá de las estrictamente ortodoxas. En esa situación las responsabilidades de gobierno ya eran menos un instrumento de cambio social que un acicate para insistir en las recetas liberales.
A partir de esta coyuntura, gran parte de la tarea de los intelectuales socialdemócratas ha sido demostrar que la política de sus gobiernos es más redistributiva y sensible hacia los gastos sociales que su gran competidora electoral -la derecha democristiana-, centrando aquí su acreditación para mantener la denominación de origen socialista toda vez que tal política era "la menos mala de las conocidas" (Claudín y Paramio, 1990; Maravall, 1990). Efectivamente, ese diferencial en cuanto al gasto público es empíricamente demostrable, pero, como estos mismos intelectuales reconocen, los márgenes políticos, sociales y económicos para que este diferencial se mantenga son cada vez más estrechos (Maravall, 1995), a lo que habría que añadir que este diferencial, tendencialmente, llegará a ser imperceptible.
En definitiva, la socialdemocracia había olvidado que desde hacía cuando menos un siglo todos los avances ciudadanos se alcanzaron en lucha contra el nuevo laissez faire tanto del mercado como de los gobernantes (Blackburn, 1993), bien reconstruyendo el poder del Estado (derechos civiles y políticos), bien regulando el funcionamiento del mercado implicando a la administración en la marcha de la economía (derechos sociales). Puede por tanto afirmarse que la socialdemocracia, merced a estos procesos, cuyo impacto en las estructuras socioeconómicas fue subestimado, "perdió su fuerza y su coherencia intelectual en algún momento de los años setenta" (Paterson y Thomas, 1992).
Es entonces cuando arrecian las críticas a la socialdemocracia desde todos los sectores políticos, y ésta, convertida en una fuerza política de enorme relevancia, no encuentra la posibilidad de reconstruir su discurso, optando por mantener e insistir en las coordenadas políticas asumidas en los diferentes "Programas de Bad Godesberg" y pagando por ello el precio de una crisis de identidad -que no siempre electoral- que dificulta sobremanera la posibilidad de referirse a su actuación gubernamental como socialdemócrata conforme a las pautas clásicas, es decir, aquellas que siempre reservaron, incluso en sus corrientes más moderadas, un lugar visible a la voluntad transformadora. El punto final de la propuesta bernsteiniana según la cual le correspondía a la socialdemocracia desterrar la radicalidad de su discurso asumiendo en su programa los fines reformista que estaba concretamente realizando desde su vertiente parlamentaria, se traducía posteriormente en el deslabazamiento de su propuesta de cambio y la negación puntual de cada una de las razones que motivaron su nacimiento cuando la clase obrera comenzó a articularse a finales del siglo pasado. Cuando la crisis económica y, escasos años despúes, la caída del comunismo dejaron al descubierto su escaso contenido ideológico, no resultaría extraño que explotasen, junto a sus propuestas políticas de estricto contenido gerencial del capitalismo, un sinnúmero de casos de corrupción que mostraban cuán débiles eran los lazos ideológicos de buena parte de aquellos que estaban construyendo el socialismo democrático en el mundo occidental. El aireamiento selectivo de estos casos (existentes en todas las fuerzas asentadas acríticamente en el sistema democrático liberal) a través de unos medios de comunicación en manos de personas vinculadas a propuestas políticas conservadoras -cuando no reaccionarias-, equiparaba a la socialdemocracia con otras fuerzas políticas cuyo objetivo político nunca fue la transparencia en la gestión de la cosa pública. Perdido el referente ideológico, no mostrando especiales diferencias respecto a otras fuerzas políticas gobernantes en cuanto a la gestión del poder, restaba la integridad personal como aspecto diferencial (vinculada a determinadas trayectorias de los individuos en consonancia con el ideario democrático de los partidos), pero ésta se ha visto en buena medida quebrada al salir a la luz los comportamientos delictivos o socialmente reprobables de muchos responsables políticos vinculados a este credo político (Italia, Francia, España, Bélgica, Venezuela, Grecia, Japón).

III.
Los problemas ausentes de la socialdemocracia: omisiones y renuncias. La crisis de la socialdemocracia forma parte de un prolongado y más amplio proceso histórico, en donde si bien convergen crisis más amplias -de la modernidad, de la izquierda o de la democracia, en las que ella participa-, también se pueden analizar fases o elementos que atañen específicamente a la socialdemocrcia en la medida en que fueron centrales en su debate ideológico y han marcado el rumbo del pensamiento político del siglo XX. En esta dirección podemos agrupar estos elementos en cuatro grandes problemas: (1) los situados en el ámbito ideológico strictu sensu; (2)los derivados de la gestión de un aparato de Estado dentro de la lógica competitiva de la democracia liberal; (3) la ausencia de una reflexión crítica sobre el desarrollo capitalista, (4) la desconsideración del problema de la cultura emancipadora.
(1) Problemas ideológicos: La conflictiva dinámica de recomposición del capitalismo en Europa en las primeras décadas del presente siglo determinó la evolución del movimiento socialista, que se sumergió en la schmittiana lógica de amigo-enemigo que prevalecía en las diferentes guerras civiles que asolaban al continente. Una consecuencia de esto fue que a partir de la II Internacional existió una desvinculación en el discurso socialista de las ideas de reforma y revolución y de democracia y socialismo. Si bien es cierto que esta situación configuró una estructura de oportunidades políticas que obligó a asumir las reformas como único camino viable, el abandono de los objetivos transformadores de largo plazo, vinculados a las energías utópicas, llevó a considerar que la formulación de un objetivo general para el movimiento obrero debía considerarse como carente de valor (Bernstein, 1982). El reformismo asumió que lo que importaba era el camino (las reformas) y no el objetivo (el socialismo), cometiendo el error estratégico de evaluar sus logros como producto exclusivo de sus opciones tácticas, descontextualizando su marco de acción de una coyuntura histórica más amplia que era la que había permitido sus logros. En este sentido es meridiana la apreciación de Rosa de Luxemburgo al afirmar desde el núcleo de ese proceso que:
La lucha por las reformas no genera su propia fuerza independientemente de la revolución. Durante cada periodo histórico, las luchas por las reformas se llevan a cabo sólo en el sentido indicado por el ímpetu de la última revolución; y continúa hasta tanto el impulso de ella sigue haciéndose sentir (...) en cada periodo histórico la lucha por las reformas se lleva a cabo solamente dentro del marco de la forma social creada en la última revolución. Resulta antihistórico representar la lucha por las reformas como una simple proyección de la revolución y a ésta como una serie condensada de reformas (Rosa Luxemburgo, 1967: 88).
En este sentido, la acción huelguística revolucionaria en las primeras década del siglo y la consolidación de la URSS como superpotencia en la postguerra son factores históricos que explican en buen medida las concesiones parlamentarias que las clases dominantes burguesas realizaron en la construcción del Estado del Bienestar, un mal menor ante la eventual socialización de la economía capitalista (Offe, 1991; Esping-Andersen, 1990; Hobsbawm, 1995).
La ausencia de esta reflexión de fondo - sobre la interacción existente entre las diferentes estrategias mantenidas por distintas familias socialistas dentro de este complejo proceso histórico- constituye uno de los mayores obstáculos que gravitan sobre la actual crisis de la socialdemocracia -como parte de la señalada crisis más amplia de la izquierda- ante la fase globalizada de recomposición capitalista.
En relación a una eventual acción convergente de la izquierda, la socialdemocracia está atrasada en la reelaboración crítica de sus logros respecto del movimiento comunista occidental. Si ésste, salvo algunas excepciones y con diferentes velocidades, viene entonando su mea culpa respecto al estalinismo desde finales de los sesenta, permitiendo ese reconocimiento de errores comenzar un trabajo conjunto que se vería dificultado de mediar una interesada reconstrucción histórica, la socialdemocracia insiste a menudo en su carácter anticomunista (herencia de la guerra fría), realizando forzadas reconstrucciones del pasado que lejos de estar al servicio de la verdad o del futuro buscan en la supuesta maldad histórica de la izquierda no socialdemócrata la justificación de la gestión política del presente. No resulta ocioso señalar cómo Antonio Gramsci, un pensador ajeno tanto a la tradición socialdemócrata como al estalinismo -aunque con una polémica abierta respecto a su comprensión de la dictadura del proletariado- y con un discurso claramente defensor de la especificidad occidental y de la importancia de los elementos superestructrurales en las transformaciones sociales permanece dentro de la reflexión socialdemócrata comunmente ignorado (Paramio, 1992; Tezanos, 1993;) o se rescata para resaltar su contribución a la "confusión teórica" (Castañeda, 1995: 235).
Justificado por la incertidumbre que el desarrollo del capitalismo ha arrojado sobre el futuro de la humanidad es necesario retomar hoy la esencia de la discusión entre reforma y revolución, reflexionando sobre la naturaleza esencialmente conflictiva del proceso social, negando la naturaleza inherentemente positiva del consenso y su identificación acrítica con la idea de democracia. La democracia reclama igualmente, para poder recibir tal nombre, la fuerza constructiva y alternativa del disenso.
En la actual coyuntura histórica es pertinente disentir del consenso existente en torno a la idea de que el buen gobierno es la administración tecnocrática de la res pública que, por otra parte, es orquestada de forma ilusoria y desrresponsabilizadora por unos medios de comunicación social al servicio de una estructura de poder en la que convergen los intereses de los partidos políticos y unas corporaciones económicas crecientemente oligopólicas. En definitiva, para recuperar la conciencia de que la transformación y el control de una estructura de poder que produce los problemas que amenazan el futuro de la humanidad o debilita los contenidos humanistas en el presente, se exige la construcción de bases de poder desde la que generar alternativas al "pensamiento único" (Ramonet) existente. Este proceso que implica retomar la movilización social con su correlativa conflictividad política, perfectamente asumible dentro de los parámetros dialógicos en los que se mueven las instituciones democráticas creadas en la historia reciente de occidente.
(2) La gestión socialdemócrata del Estado en la democracia liberal: El conformismo con el programa mínimo, la paulatina renuncia al programa máximo y el intencional deterioro de la palabra revolución -vinculada exclusivamente a violencia-, posibilitó que los socialdemócratas se relajasen en sus intenciones transformadoras y empezasen a disfrutar sin tensiones dialécticas de las posiciones institucionales conseguidas, según su discurso, gracias a la "política parlamentaria".
El éxito del tándem "organizaciones obreras-partidos socialdemócratas" a lo largo de casi cinco décadas, con el logro de mejoras de las condiciones de vida de los trabajadores, terminó de conceder a los partidos de clase un halo de intangibilidad -iniciada cuando estos partidos eran la única garantía de mejora de los obreros (von Beyme, 1986)- que habría de transformarse en una coraza cada vez más insensible ante cualquier crítica alertadora de previsibles degeneraciones del principio de democracia interna o del principio de burocratización. Este problema ya afloró en la década del veinte en el debate abierto por Luxemburgo, Trotski y Gramsci y sus posteriores seguidores, respecto a los cuidados necesarios para que la división funcional del trabajo entre partidos y sindicatos no derivase en un distanciamiento entre política y sociedad ni entre cúpulas y bases. Extensión de este debate fue la discusión en torno a la idea de la dictadura de proletariado, la infabilidad del partido y el papel del líder (bien conocida es la expresión de Rosa Luxemburgo en su crítica al centralismo democrática, retomada por Trotski, según la cual el partido sustituía al pueblo, el comité central al partido y, finalmente, el secretario general al comité central), aportaciones leninistas que han constreñido el desarrollo de la izquierda no sólo en su momento inicial sino al cobrar vida propia más allá del contexto en el que fueron desarrolladas.
Sin embargo, la necesidad de este debate se vería postergada merced a la "etapa feliz" en términos de bienestar que vivió la Europa de la posguerra, etapa amplificada y distorsionada por el florecimiento de los medios de comunicación de masas en el contexto ideológico de guerra fría. Esto ha posibilitado un movimiento antitético en el que los ciudadanos se despreocupan de la política al tiempo que la politica se tecnocratiza, se desideologiza y extrema la conversión de los partidos en "partidos acaparadores" (Kirchheimer) cuya principal preocupación es alcanzar mayores cotas electorales.
Esta situación fue derivando hacia la especialización burocrática, en gran medida justificada por la expansión y complejización del aparato de Estado y la necesidad del conocimiento experto. En este proceso, la militancia y la identidad socialdemócrata fue vinculándose a esta gestión técnica, reforzándose el conocimiento experto frente al político, gravitando con un elevado grado de autonomía en el proceso decisorio gubernamental. Por su parte, los partidos políticos respondían a los nuevos retos con un proceso de especialización a partir de la división del trabajo que diferenciaba claramente a los militantes con responsabilidades dentro del partido en las siguientes categorías: miembros de la organización interna dedicada a atender el momento electoral o el funcionamiento cotidiano del aparato, tecnócratas-gestores de los distintos organismos estatales, ideólogos que elaboran programas y piensan sobre el fututo del partido desde las necesidades de justificación de la acción presente y líderes de creciente perfil medíatico. Estas tareas se desarrollan dentro de una cierta dinámica competitiva dentro del poder del aparato partidario, alcanzando una dinámica convergente en el momento electoral, aunque sin lograr una unificación orgánica en la consecución de nuevos horizontes temporales para el trabajo partidario. La ausencia de objetivos de largo alcance termina convirtiendo estas actividades, que son un medio, en fines en sí mismas. Consecuencia de ello es una nueva distribución del poder dentro de los partidos a favor de los cargos que cuentan con recursos institucionales -vitales en la consecución de votos, en detrimento de las bases e, incluso, de los grupos parlamentarios, si bien en este aspecto las dinámicas nacionales abren un variado abanico de posibilidades. Merecen una mención las secretarías generales de los partidos socialdemócratas. Éstas son ocupadas comúnmente (de forma más obvia en el socialismo meridional) por personas que llevan incluso decenas de años en las labores de máxima responsabilidad en el partido y/o, en su caso, en el gobierno. La existencia de la figura del "delfín" garantiza una línea de continuidad que dificulta especialmente la renovación de ideas y de equipos. Vinculado a esto hay que señalar el uso corriente por parte de estas fuerzas de "heroes salvadores" -cierto que también como consecuencia del creciente poder mediático- que se sitúan por encima de la organización y sobre los que se hace pivotar la existencia misma del partido. Estos "héroes" pasan a representar por antonomasia al partido, obviando la discusión interna, rebajando a la militancia a la simple función de acompañantes del líder y sometiendo al partido al riesgo de los avatares que acompañen a una única persona, al tiempo que debilitan el carácter coral que tradicionalmente reclama el ideario socialdemócrata para la ciudadanía y la militancia).
Por otro lado, prevalece en el discurso socialdemócrata la inevitabilidad de las medidas tomadas, constituyendo la inapelabilidad de lo realizado el eje de la discusión política, con el consiguiente cierre de toda posibilidad de construir una crítica que pueda imprimir una nueva dirección en su programa político. La renuncia al pleno empleo, el apoyo a guerras sólo justificadas a partir de un dudoso contenido solidario y la renuncia a apoyar con similar contundencia causas más objetivamente acordes con la declaración universal de los derechos humanos, el retraso en la asunción de cuestiones de defensa del medio ambiente o su sacrificio en aras de otro tipo de razones, una concepción exclusivamente pragmatica en la construcción europea, el uso justificatorio de la razón de Estado, una dinámica cooptativa y desactivadora en relación a los diversos movimientos sociales o el abuso del poder para fines privados, son posicionamientos que, pese a su justificación en nombre de la gobernabilidad, la competitividad o la inevitabilidad, alejan a la socialdemocracia de la matriz emancipadora que ha caracterizado a la cultura de la izquierda.
Los fenómenos de corrupción vinculados a la financiación ilegal de sus partidos (violentando con su mayor disponibilidad para el gasto electoral las reglas del juego democrático), y su posterior y necesario incremento de la degeneración inicial al traducirse en fenómenos de enriquecimiento personal (algo no muy extraño cuando no existe un referente global que otorgue sentido a la labor política más allá del mantenimiento de una cuota de poder) han terminado por borrar ciertas diferencias que caracterizaban el uso del poder por parte de la izquierda. Estos procesos de institucionalización burocratizadora, que de una manera u otra responden a las exigencias de la gobernabilidad de la democracia competitiva (conquistar el poder y conservarlo), han ido minando los valores éticos que dinamizaron los comienzos del movimiento socialista y sobre los que reflexionó en profundidad el marxismo austriaco del periodo de entreguerras.
(3) La reflexión sobre el desarrollo capitalista: la evolución tecnológica impulsada a partir de la revolución microelectrónica ha llevado al capitalismo en su última fase a una dinámica global que excede con creces la internacionalización de la economía iniciada con el siglo: la mundialización de los mercados financieros y la transnacionalización del proceso productivo han superado de forma irreversible el espacio de gobernabilidad económica que hasta los años sesenta se encontraba enmarcado por las fronteras del estado-nación.
Desde los espacios no regulados del ámbito internacional poderosas corporaciones económicas multinacionales realizan movimientos masivos de capitales (beneficiándose de la política de déficit público vinculada a la ejecución del Estado del bienestar) que condicionan fuertemente el ámbito de decisión de las autoridades económica nacionales. Éstas se hallan limitadas en un escaso margen de maniobra para escapar a la lógica competitiva impuesta por estos imperios económicos sin territorio ni población y, por tanto, carentes de responsabilidades sociales o ambientales como las que poseen aquellos que han de pedir su opinión a los electores. Está lógica competitiva se ve refrendada por unas instituciones económicas internacionales que realizan sus diagnósticos y recomendaciones considerando esta situación como un dato positivo: la competitividad de la lógica del mercado es el mejor remedio para curar las enfermedades socioeconómicas de los pueblos y las malas costumbres políticas de los gobiernos. Vuelve a emerger así una concepción darwinista de lo social que había sido arrinconada en el pensamiento social de occidente gracias a debates político-ideológicos prolongados a lo largo de más de un siglo.
La caída del muro de Berlín, en tanto que momento catártico del fin de la experiencia del socialismo real, hizo posible que la idea de mercado trasladase su creciente hegemonía desde el ámbito del pensamiento económico al debate político. En esta discusión la socialdemocracia no sólo no estaba preparada para enfrentar nuevos o viejos argumentos, sino que, por el contrario, gran parte de sus reconocidos líderes e ideológos asumieron los posicionamientos a favor de un mercado omnipotente, participando de la crítica neoconservadora a la planificación estatal para, por un lado, justificar la inevitabilidad de las medidas privatizadoras (mercantilizadoras) tomadas por sus gobiernos y, por otro, para desacreditar a sus competidores electorales de la izquierda.
Identificando la planificación con la pésima versión que se dió en el socialismo real, principalmente en la URSS (lo que puede dar muestras de un precario bagaje ideológico), y optando por la renuncia a una gestión diferente del Estado en occidente, la socialdemocracia abdicó a la hora de enfrentar en términos políticos la falacia neoconservadora del mercado libre, la utopía liberal por excelencia ahora triunfante. En la pacatería ideológica que equipara la planificación con "trasnochados jacobinismos", se ignora que las multinacionales planifican sus estrategias de mercado e inversión, en perfecta sincronía con el mundo de la comunicación, en horizontes temporales que superan con mucho los planes quinquenales de los antiguos países de economías planificadas (Filias, 1993). Cuando el objetivo sigue siendo la consecución del máximo beneficio en una situación de libre competencia, la lógica concentradora de la propiedad continúa rigiendo la estrategia de estas empresas, en la que están contempladas las tácticas para evitar las legislaciones antimonopolio que puedan existir en determinados Estados.
En este sentido, la socialdemocracia, a pesar de que sus grandes éxitos históricos se deben a los límites que puso a la lógica del mercado con la planificación inherente a la cura keynesiana, no termina por articular un discurso que se oponga a esta contradictoria concepción principista del mercado, donde la visión cooperativa entre ambos términos -planificación y mercado- asuma la conflictividad social que acompaña a esta relación histórica. Todo ello a pesar de las grandes posibilidades que la informática abre tanto para la planificación, incluso a escala planetaria, como para la descentralización coordinada. En este ámbito, la gran paradoja está en que a pesar de los lúcidos intelectuales con los que cuenta en sus filas, muchos de los cuales siguen considerando válidas los postulados científicos del pensamiento marxista, la política socialdemócrata de partido y gobierno sigue actuando dentro de opciones y soluciones de carácter nacional (o zonal), sin terminar de considerar en toda su perspectiva los problemas derivados de la lógica transnacional de la actual fase de desarrollo capitalista.
(4) El abandono de la cultura transformadora. En el plano cultural se encuentra uno de los mayores problemas de la socialdemocracia, que se ha traducido en su principal laguna en términos de estrategia política y que, por tanto, constituye el nucleo del fracaso en sus esfuerzos emancipadores de la sociedad capitalista.
La asunción de la noción privado-público de la tradición liberal, con su inherente filosofía individualista, ha minado la posibilidad de la construcción social de la noción de responsabilidad colectiva. Entre el espacio de privacidad dedicado a la intimidad de la vida familiar y el espacio público ocupado por los representantes políticos -progresivamente autonomizados en un ámbito estatal en complejización y alejados de la sociedad real por la engañosa cercanía medíatica - la ciudadanía cuenta con escasos recursos políticos. Su principal recurso es el acto electoral, necesario pero no suficiente, que al tiempo que está temporalmente acotado, se encuentra cada vez más preso de la lógica de la publicidad y el consumo (aquella que consideran al votante como consumidor de un producto político producido por la empresa partido), y, por tanto, mediado por los diversos poderes económicos y audiovisuales.
Esta erosión de la dinámica democrática, si bien puede ser ideológicamente cuestionada, es compensada con una gestión pragmática del Estado, cada vez más identificada con el Estado benefactor. La socialdemocracia empieza a diferenciarse del resto de las opciones políticas no por aumentar el poder de control sobre el Estado sino por apoyar el aumento de las demandas sociales sobre el mismo, atendiendo a éstas de una forma paternalista tal que impide la construcción de una ciudadanía activa que inevitablemente cuestionaría, ampliándolos, los mecanismos de participación política previstos en la democracia competitiva (y esto no por cuestiones de "privilegio ontológico" de la clase obrera (Mouffe, Laclau, 1987) ni por ningún tipo de moral superior inherente a la citada clase (Mandel, 95), sino por un simple impulso antropológico vinculado al "mejor vivir"). En este sentido, se renunció a socializar la política, a democratizar al Estado y a fomentar en términos culturales y educativos una reflexión sobre el poder asentada sobre la correlativa corresponsabilización social. Esto no implica que la evolución de los derechos ciudadanos no sea positiva en lo que implica de desmercatilización de aspectos básicos para el desarrollo de una vida digna, sino que destaca el hecho de que en la evolución histórica concreta se constata la renuncia a ascender todos los peldaños de la escalera democrática al no haber insistido en los aspectos participativos que democratizan el poder no en su ámbito distributivo sino reproductivo.
Como ya se ha señalado, desde los años treinta se cuenta con una reflexión teórica, la de Antonio Gramsci, que aporta elementos claves para entender la centralidad de la dinámica cultural en el cambio social. Nociones como hegemonía, intelectual orgánico o sentido común atienden a la permanente interacción dialéctica en las relaciones de consenso/coerción entre la sociedad civil y las instituciones del Estado (Gramsci, 1970). Esta realidad da sobradas muestras de un hecho central: en tanto en cuanto la socialdemocracia no piense políticamente la transformacion de los más importantes mecanismos de reproducción social - la educación y los medios de comunicacón social a partir de los que se elabora la opinión pública- no podrá superar la crisis que sufre en tanto que fuerza con un ideario transformador. No hace falta extenderse respecto de la forma en que los media, en particular la televisión, han modificado las pautas de relación subjetiva, de sociabilidad y de dominación sociales. Estos cambios han afectado al entendimiento individual de la realidad social, que aparece descontextualizada de procesos sociales básicos como el trabajo, la reivindicación laboral o política o la noción de globalidad. Igualmente opera sobre la pasividad del espectador -mero consumidor de imágenes, a menudo irreales-, al tiempo que modifica el tiempo libre y enfatiza determinados valores, redefiniendo pautas de socialización que atomizan a los ciudadanos insistiendo en su vertiente de compradores en un mercado embellecido (el "narcisismo consumista" (Lash, 1986).
En la medida en que la publicidad es la que marca el valor del tiempo en pantalla, los mensajes políticos se han visto obligados a reducirse, simplificándose en una suerte de frases de efecto que tienden a igualar todos los discursos políticos; de esta manera la forma empieza a ser el contenido, se magnifican los personajes y se desvalorizan las ideas, por lo que la mercadotecnia gana terreno en la política. A pesar de las facilidades de información, paradójicamente no se conocen mejor sus programas políticos. Al contrario, los partidos políticos han visto modificada su actividad: se retrocede en los mecanismos de articulación de propaganda tanto interna como externamente (la militancia cuenta menos, y los oradores televisivos expanden su poder dentro de los partidos). La televisión ha transformado la manera de entender el mundo y la izquierda, y la socialdemocracia en particular, no se han planteado disputar esta visión del mundo por medio de un uso alternativo de los medios. El poder de los medios de información ha consistido en amplificar unas parcelas de la realidad y esconder otras. Antaño, una de las batallas de la socialdemocracia fue contrarrestar la hegemonía de opinión de los periodicos burgueses con la prensa proletaria y los clubs de cultura socialista. Contra la unidireccionalidad y verticalidad de la televisión no hay más alternativas que la horizontalidad y reciprocidad de otras formas de usar el medio: una televisión ciudadana, no dinamizada por la lógica del consumo de la publicidad.

IV.
Dilemas y perspectivas de la socialdemocracia. El dilema crucial de la socialdemocracia, compartido con el resto de fuerzas de izquierda, consiste en definir la idea de progreso y establecer los pasos concretos para su aplicación (ni análisis sin propuestas, ni propuestas sin análisis). Esta compleja tarea adquiere un mayor grado de dificultad desde el momento en que se asume que la actual indefinición ideológica -la auténtica crisis de la socialdemocracia- obliga a defender, frente al renovado ímpetu de las fuerzas que dinamizan un mercado de escala planetaria, un programa cuyo mínimo ha de ser la conservación de las conquistas sociales y morales del pasado -con atención a los nuevos problemas de medio ambiente y sin olvidar la generalización de esos logros a aquellos colectivos aún no integrados-, y su máximo una "estrategia de poder" que permita hacer cierta en el menor plazo posible su definición utópica transformadora.
La labor de conservación debe articularse desde un uso renovado de las instituciones políticas existentes. Aún reconociéndose la absoluta validez de los mecanismos de democracia representativa y de los partidos políticos democráticos, ha de entenderse la necesidad de su complemento con nuevos mecanismos de participación para los diferentes actores sociales. Fórmulas de incorporación -no de colonización- entre los partidos políticos y los movimientos sociales aparecen en la agenda de las prioridades de una ideología emancipadora (Reichmann, 1994).
La socialdemocracia vive otro gran dilema al plantearse la necesidad de crear mecanismos que generen una gobernabilidad legítima (consentida tras un discurso libre) en ese espacio transnacional gobernado por un mercado mundial al que dinamiza la lógica financiera especulativa que, paradójicamente, empieza a cuestionar el alto grado de consumo y bienestar del primer mundo, beneficiario de la actual configuración de la estructura económica mundial. El entonces Presidente francés Mitterrand, en una de sus últimas apariciones oficiales, con motivo de la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social (Copenhague,1995), dejaba entrever una preocupación clave en este aspecto cuando, en solitario, apoyaba como gobernante de un país del norte la propuesta de establecer impuestos especiales a los movimientos internacionales de capital. Tambien es destacable que en esta cumbre se presentó, a propuesta del foro alternativo de ONG's, un código de conducta para las empresas transnacionales que finalmente sería desestimado por el foro oficial, quien realmente podía hacerlo ejecutivo.
Desde esta perspectiva, se hace cada vez más evidente la necesidad de recuperar el viejo sueño ilustrado - el gobierno mundial kantiano- como núcleo de la nueva utopía desde la que movilizar y organizar las energías sociales para enfrentar la inercia de un sistema aparentemente autorregulado. El paciente trabajo de armonización reglamentaria, monetaria, social y política emprendido en Europa hace ya medio siglo, a pesar de su timidez es un ejemplo a extender al resto del mundo, si bien reequilibrando sus aspectos económicos y sus aspectos sociales (Jerez, 1993).
Junto a esta meta revolucionaria -en tanto objetivo de transformación de largo alcance-, el socialismo posindustrial se enfrenta a un segundo dilema: cuestionar la idea de progreso material perpetuo y asumir una reflexión de fondo, la antiproductivista (Gorz, 1988), que tradicionalmente le ha sido ajena.
En esta dirección, se plantea a la socialdemocracia la necesidad de una alianza estratégica con los nuevos movimientos sociales en torno a dos temas principales y complementarios. Primero, el cuestionamiento, a partir de la reflexión sobre los límites medioambientales, del consumo ilimitado. La obsolescencia programada de productos puede ser racional desde el punto de vista mercantil pero no lo es desde el punto de vista socioambiental. Ante este problema, no se puede confiar a soluciones tecnológicas el problema de los desequilibrios ecológicos de la biosfera, ya que no deja de ser una confianza en la correcta asignación de recursos del mercado: la demanda de soluciones creará su propia oferta. Al problema de los tiempos -el establecer medidas cuando los daños sean irreversibles-, hay que añadir el problema de la distribución social -entre las clases- y geográfica -norte y sur- de estas soluciones "autorreguladas". El capitalismo en crisis busca su ajuste allí donde menos resistencias encuentra, siendo el primer referente -por su incapacidad de plantear protestas en el corto plazo- la esquilmación del medio ambiente como forma de reconstruir la tasa de ganancia.
Un segundo problema vinculado a esta dimensión antiproductivista se encuentra en la cuestión participativa. Las propuestas de participación que manejan los nuevos movimientos sociales y organizaciones no gubernamentales se mueven en dos direcciones básicas: (1) cuestionando el monopolio del conocimiento experto, crítica que, como segundo momento, conlleva una democratización de la responsabilidad social sobre el proceso decisorio institucional más allá de la cultura paternalista del Estado de bienestar; y (2) una redefinición del trabajo productivo - no necesariamente asalariado pero de utilidad social- al que atienden gran parte de esas organizaciones y movimientos que configuran lo que empieza a llamarse Tercer Sector (no lucrativo, no gubernamental, de iniciativas privado-sociales encaminadas a la búsqueda del bien común por medio de rearticular un espacio público, no necesariamente estatal).
En este marco es donde hay que situar la crítica a la principal respuesta socialdemócrata a la ofensiva neoliberal, el ingreso mínimo garantizado. Esta propuesta no puede entenderse al margen de una profunda reflexión cultural global a medio plazo (los cambios culturales precisan un horizonte temporal de al menos una generación) que entienda que en una sociedad de clases y con un contexto medíatico que potencia la privacidad, el escapismo consumista y la no participación, tal ingreso, pese a solucionar situaciones de máxima indigencia, insistirá en bordear el núcleo del problema. El Estado benefactor se combina en este momento con amplios procesos de desintegración social, agresividad y violencia inherentes al vacio psicológico producto del hundimiento de la cultura del trabajo, procesos contra los que la gestión estatal está fracasando. De esta manera, la solución no habría de encontrarla en la desconsideración de tal ingreso, sino en la puesta en marcha de mecanismos participativos que puedan reconstruir los vínculos comunitarios ineludibles para otorgar una dimensión de utilidad social a este tipo de salario, al tiempo que ayude a disminuir la brecha social vinculada a las diferentes relaciones laborales.
La voluntad participativa de determinados actores sociales (movimientos, ONG's, asociacionismo civil) para implicarse en la producción legislativa que atañe a sus ámbitos de actuación así como en la gestión de las políticas públicas ahí desarrolladas puede aportar dinámicas de interés desde diferentes puntos de vista: (1) por la legitimación de las autoridades públicas merced a su voluntad democrática; (2) por la eficacia, informando del proceso decisorio y supervisando el manejo de fondos públicos; (3) en relación a la justicia redistributiva, optimizando el uso de recursos y coadyuvando a la desprivatización de determinadas áreas de los negocios públicos privatizada por actores mercantiles. La puesta en marcha de este tipo de participación requiere, desde el punto de vista de la reflexión y la acción partidarias, la apertura de un debate acerca de la necesidad de repolitización de la gestión cuasiautomática de la cosa pública y de resocialización de la política. En este proceso de redefiniciones la utilización de mecanismos de democracia semidirecta pueden colaborar en la polítización de aspectos gubernamentales básicos. La articulación de estos mecanismos puede superar la noción de participación liberal de nuestra democracia (basada en la inhibición postelectoral, la desconfianza en el ciudadano y la supuesta inevitabilidad de la democracia formal como condición "necesaria y suficiente" (Monedero, 1995)- para cultivar una democracia de tipo socialista, cuya razón de ser está en la incorporación social de la política en su cotidianeidad, entendida como preocupación y compromiso con lo público, de manera que, sin renunciar a los compromisos formales, pueda avancerse en los contenidos reales de la igualdad de oportunidades.
Un nuevo problema surge al preguntarse si las sociedades querrían este tipo de participación. Posiblemente sean sectores minoritarios los que perciban la participación como un mecanismo que va más allá de la presión de tipo corporativo para cubrir determinada demanda. Estos sectores intentan recuperar, a través de la participación, una significado de la idea de calidad de vida que tenga presente sus connotaciones de sociabilidad compartida y de ciudadanía, frente a la ideología feliz del consumismo narcisista, de carácter individualizador, egoista, compulsivo y antipolítico.
Estos sectores participativos tendrán escasas posibilidades de expandirse si, como se ha señalado, no se abordan los problemas ligados a los medios de comunicación y a la industria cultural que construyen la hegemonía de unos valores antisociales en el capitalismo de la aldea global.
En esta esfera se presenta el tercer dilema. A pesar de reconocer el valor de las conquistas socialdemócratas a lo largo de décadas en el marco capitalista, se plantean como reversibles a partir de su articulación con la dinámica adquirida por un sector económico de una trascendencia cultural no ponderada. En este sentido, se presenta la necesidad de hacer efectiva la función social de los medios de comunicación, tanto los de propiedad privada como pública, realizando una socialización democratizadora de sus contenidos que cuestione la dictadura de las audiencias que no es otra que la de los propietarios. Es la la única vía para que, como plantea Habermas, el mundo de vida adquiera visibilidad en una opinión pública en la que sólo aparece como relevante las urgencias y necesidades del mercado y del Estado, pero nunca los planteamientos críticos realizados por los sectores organizados de la sociedad civil (Habermas, 1991). Éstos podrían dar usos alternativos de los medios audiovisuales en la explicación de la complejidad del mundo de hoy, paso ineludible en la consecución de la comunidad de diálogo.
Afrontar estos dilemas supera los recursos humanos e ideológicos de la socialdemocracia, y exige una rearticulación de las fuerzas políticas de tradición emancipadora. Por tanto, )cuál es la perspectiva para que las fuerzas políticas y la ideología socialdemocracia participen en la emergencia de un sujeto histórico transformador?
La clase obrera "clásica", que orientó como sujeto la reflexión política del pensamiento marxista a lo largo de este siglo, ha sido transformada cualitativamente y arrinconada numéricamente a través de los cambios en las estructuras productivas del capitalismo tardío. En la medida en que las esperanzas depositadas por algunos teóricos de la izquierda en los nuevos trabajadores del conocimiento y la información - que pese a ser asalariados son poseedores de un saber específico y, por tanto, son susceptibles de ser, al menos subjetivamente, clase dominante- se desvanecen, es pertinente interrogarse sobre qué grupos sociales confomarían este nuevo sujeto de vocación transformadora. El núcleo sociológico más importante pasan a ser las clases medias, que pese a estar mayoritariamente subordinadas a la lógica de dominación del capital, siguen siendo una clase puente que en determinadas coyunturas rearticula y orienta las alianzas sociales y políticas partidarias. En grandes rasgos, y tal como observa Offe respecto de los movimientos sociales, hay un sector amplio de clases medias vinculada al sector público, específicamente a sus áreas sociales, del que emergen los articuladores y líderes de los nuevos movimientos sociales de carácter progresista.
Por su parte el sindicalismo de clase se ve abocado a responder con nuevas estrategias a la presión fragmentadora del sindicalismo de resultados, que durante las últimas décadas ha marcado la dinámica del conflicto laboral, enfatizando casi con exclusivadad la vigilancia a las conquistas conseguidas en el pasado y en la reposición salarial de segmentos cada vez más minoritarios del mercado laboral.
En este sentido, los sindicatos de clase tienen su propio dilema al encontrarse ante la disyuntiva de, o bien contemplar cómo descienden sus tasas de afiliación y su capacidad de representación y movilización, o realizar el análisis crítico de su gestión y superar el alejamiento de sectores cada vez más amplios de trabajadores. Esta labor de reestructuración del movimiento sindical - con colectivos con grados muy diferenciados de organización e, incluso, inorgánicos, dada su posición de marginación y dependencia - es ineludible si realmente se plantea superar unas estrategias defensivas ()dónde se sitúa el punto de partida de lo defendible? )en lo prometido y no alcanzado? )en cada momento concreto? )respecto del punto más alto existente?) tendencialmente condenadas al fracaso y al enquistamiento corporativo por su aislamiento de la sociedad. Sin obviar que en los comienzos es realmente complicado conseguir una acción unitaria de las distintas sensibilidades sindicales, los núcleos más dinámicos van abriendo, con gran lentitud, su agenda de trabajo al resto de los problemas vinculados al mundo laboral de la sociedad postindiustrial. La reducción de la jornada laboral con la intención de repartir el trabajo ante una situación de desempleo debido a causas tecnológicas; la organización de mecanismos de comunicación, para garantizar las condiciones mínimas de trabajo y de cumplimiento de los derechos laborales en áreas caracterizadas por su precariedad, tales como el empleo parcial y juvenil o la contratación a través de agencias privadas de empleo, así como en el ámbito internacional para evitar el tan denunciado dumping social-; la organización de los parados de larga duración en torno a la reducción de la jornada de trabajo y la redefinición del trabajo de utilidad social son algunos aspectos de esta reflexión.
Al mismo tiempo esta recomposición estratégica en el ámbito laboral y sindical no puede renunciar a buscar la convergencia, tanto a nivel local y sectorial, de los distintos campos de conflicto que protagonizan los nuevos movimientos sociales, buscando su racionalidad común (Offe 1988), su mínimo denominador (lo que une antes que lo que separa).
En esta línea, desde la perspectiva político organizativa, la forma de estrutura de partido arrecife (Reichmann, 1994), puede permitir: 1) la comunicación infomadora y formativa entre las actuaciones de los distintos ámbitos así como el apoyo en sus momentos de conflicto; 2) la entrada de estas reivindicaciones dentro de la lógica de las instituciones políticas con el fín de solicitar el apoyo de ciudadanos que no están directamente implicados en estos procesos, otorgándoles visivilidad en los distintos momentos del proceso político (Parlamento e instituciones del Estado, medios de comunicación y campañas electorales). Sin duda, esta labor de rearticulación política es díficilmente compatible con la imposición de los tiempos electorales y requiere enfrentar de forma activa la autonomización de los funcionarios políticos en relación a la conquista de las responsabilidades gubernamentales. Como ya se apuntó respecto de la discusión "reforma-revolución", la dinámica "lógica electoral/institucional-frente ideológico" son las dos caras de una misma moneda que han de estar dialécticamente enfrentadas pero nunca al margen uno de otro.
Este proceso de superación de crisis de la socialdemocracia, que en realidad es el eje central de la rearticulación de la izquierda, requiere ingentes energías sociales que las opulentas y cómodas sociedades occidentales, hoy por hoy, no parecen dipuestas a ofrecer. En este sentido, el análisis aquí realizado transpira cierto pesimismo posmoderno desde el momento que existen serias dudas de si será necesario ver de cerca la catástrofe -ecológica, bélica, neoautoritaria- para que la sociedad reaccione, o si de hecho estamos imposibilitados para hacerlo incluso en esa situación. Mientras tanto, la sensibilidad de izquierda está condenada a permanecer, más allá del gramsciano optimismo de la voluntad, en las islas de subculturas que corresponden a las distintas tradiciones emancipadoras -comunistas, libertarias, ecologistas, teologías de liberación- en una postura que sólo puede aspirar a conectar dichas islas dentro de una lógica de la resistencia, creando un siempre amenazado archipiélago de libertad-solidaria.

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THEORIA  | Proyecto Crítico de Ciencias Sociales - Universidad Complutense de Madrid