El último cuarto de siglo fue uno de los más revolucionario de la historia uruguaya
de Semanario Busqueda, el miércoles, 01 de diciembre de 2010 a las 21:47
El sábado 27 se cumplieron 27 años del multitudinario Acto del Obelisco; tres días después, 30 años del plebiscito de 1980 cuando el gobierno dictatorial puso a consideración de la población un proyecto de reforma constitucional que, según la oposición de los partidos políticos, perpetuaba el papel protagónico de las Fuerzas Armadas en las decisiones de gobierno.
Sin esos dos acontecimientos, Uruguay este año no estaría cumpliendo 25 años de vida democrática.
El jueves 11 de noviembre, Búsqueda publicó una edición especial sobre el proceso democrático desde 1985 al presente.
A continuación se reproduce un artículo sobre los cambios en la política y en los partidos en los últimos 25 años, según las opiniones de diversos expertos.
Partidos moderados y agrupados en dos bloques compiten por el
voto de un electorado más izquierdista que el que surgió de la dictadura
escribe Christian Müller
En marzo de 1985 los tupamaros que estaban presos salieron de la cárcel amnistiados por el nuevo Parlamento. Uno de ellos, José Mujica, apenas había pisado la calle cuando se puso a trabajar para conseguir un salón donde brindar una conferencia de prensa con sus compañeros de armas, que todavía no tenían claro su futuro político.
“Yo a la media hora estaba militando. Lo primero que debíamos hacer era juntarnos todos. Tuvimos una discusión muy grande: si volver a la militancia legal o mantenerse sucuchado. Había mucho miedo de la gente que nos rodeaba. Muchos pensaban que podía volver la dictadura”, recuerda hoy.
Casi 25 años habían pasado cuando Mujica fue investido en el cargo de presidente de la República por su esposa —otra ex guerrillera— en el centro de la Asamblea General. De traje oscuro, el nuevo jefe de Estado leyó a través de los lentes que acomodaba cada tanto con su dedo índice el discurso que inauguraba el sexto gobierno desde el retorno de la democracia.
“Me gustaría creer que ésta es la sesión inaugural de un gobierno de 30 años. No míos, por supuesto, ni tampoco del Frente Amplio, sino de un sistema de partidos tan sabio y tan potente que es capaz de generar túneles herméticos que atraviesan las distintas presidencias de los distintos partidos y que por allí, por esos túneles, corren intocadas las grandes líneas estratégicas de los grandes asuntos”, afirmó.
Quien una vez peleó contra la “democracia burguesa” es ahora su máximo jerarca. Entre tanto el sistema político, desde que fue restablecido como tal, dio un vuelco lento pero certero: cada vez más gente se identificó con la izquierda, los partidos tradicionales quedaron relegados a pelear por el segundo lugar, el Frente Amplio pasó a ser dominante, ganó la Presidencia por primera vez y hoy quien gobierna el país es alguien que hasta hace 25 años purgaba sus culpas en una celda. Al mismo tiempo, el sistema limó sus extremos, moderó sus posturas y desató una competencia por ganar el “centro” de la opinión pública.
“Hubo un leve movimiento hacia la izquierda del electorado y una moderación del sistema político. Para la gente izquierda y derecha tienen un significado diferente del que tenían”, explica el politólogo Ignacio Zuasnábar, director de Opinión Pública de Equipos Mori.
La tendencia de los ciudadanos a apostar por la alternancia en el poder no es nueva. Desde mediados de los ’50 en adelante los uruguayos nunca eligieron la continuidad del gobierno, aunque fuera votando a la fracción rival del mismo partido. Sin embargo, la profundidad de esas transformaciones en el último período tiene pocos puntos de comparación. Es “uno de los períodos de cambios más radicales en la historia política uruguaya de todos los tiempos”, escribió el politólogo Gerardo Caetano en el 2005, en su artículo del libro “20 años de democracia”, cuando recién había asumido Tabaré Vázquez y la mayoría de los actores políticos no imaginaban que Mujica iba a sucederlo.
El mapa político uruguayo se dio vuelta en un cuarto de siglo y rompió con el bipartidismo que imperaba desde el nacimiento del país. Sin embargo la caída en la votación del Frente Amplio y el cese de la izquierdización de la opinión pública mantienen el fiel de la balanza oscilando en el límite entre dos bloques que cada vez se diferencian menos y competirán por gobernar el país en el futuro cercano. Temas de agenda como la educación o la “ley de caducidad” siguen representando desafíos para el sistema político y la estrategia que adoptarán los desplazados partidos tradicionales para volver a la Presidencia es una de las principales incógnitas hacia las próximas elecciones.
La salida democrática
El 1º de marzo de 1985 quien asumía como presidente era el colorado Julio María Sanguinetti. Aquella vez, hace un cuarto de siglo, Mujica todavía estaba en la cárcel. El Partido Colorado había ganado las elecciones y el Frente Amplio —entre cuyos integrantes no estaba el Movimiento de Liberación Nacional— era el tercer partido más votado. La Unión Soviética se dirigía a su colapso, arrastrando a una crisis a los partidos comunistas de todo el mundo, entre ellos el uruguayo. En el país pocos conocían a un exitoso médico de La Teja, Tabaré Vázquez, quien entonces presidía la Liga Universitaria de Fútbol, que ese año lograría el segundo puesto en las Universíadas de Kobe.
“La dictadura destruyó las estructuras de contacto de los partidos tradicionales con la ciudadanía. Donde antes había agrupaciones, comités y clubes aparecieron los comité de base, que los sustituyeron en el contacto territorial y próximo”, recuerda el ex presidente Luis Alberto Lacalle.
Si bien el mapa político era “similar” al de antes de la dictadura, “los sectores que habían estado más cerca del gobierno militar perdieron peso”, explica Zuasnábar.
“Además, durante la dictadura se consolida la ‘identidad frentista’ y su repercusión interfamiliar es mucho mayor que la de los partidos tradicionales. Esa es una de las explicaciones del cambio de largo plazo en el sistema de partidos: el Frente Amplio captó muchos más electores nuevos, mientras que la mayor parte de los que van muriendo son blancos y colorados”, dice.
Los colorados habían obtenido 41% de los votos en las elecciones y los frentistas 21%. El gobierno, respaldado por la promesa de “gobernabilidad” del líder blanco Wilson Ferreira Aldunate, se puso a lidiar con el primer tema de la agenda política: las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura.
Tras negociar con los demás partidos, Sanguinetti impulsó el “cambio en paz”: logró que se aprobaran la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado, la Ley de Amnistía y la restitución de funcionarios públicos a sus cargos, medidas que marcaron todo el período. En 1989, 55,4% de la ciudadanía votó para mantener la “ley de caducidad”. Muchos pensaron, equivocados, que el tema se estaba cerrando.
En 1988 murió Ferreira y Lacalle tomó el liderazgo de su partido. Un año después iba a ganar la Presidencia. El 6 de abril de 1989 varios tupamaros reorganizados presentaron su organización política: el Movimiento de Participación Popular (MPP). Mientras, el Partido Comunista entró en crisis, el Partido por el Gobierno del Pueblo y el Partido Demócrata Cristiano dejaron el Frente Amplio para fundar el Nuevo Espacio —volverían una década después— y la coalición quedó debilitada. Sin embargo, ese año creció su votación en las elecciones y ganó la Intendencia de Montevideo. Tabaré Vázquez, el outsider, dejó el anonimato político.
Intentos reformistas
Los años noventa se identifican en América Latina y el mundo occidental por el triunfo del libre mercado, que intentó erigir sobre los escombros del comunismo las nuevas reformas liberales. En Uruguay también se profundizó ese debate cuando el presidente Lacalle propuso abrir varios mercados a la participación del capital privado. Lo consiguió con el sistema de puertos y la desmonopolización de los seguros. Fracasó, enfrentado por la izquierda y por Sanguinetti, con la ley de empresas públicas y la reforma de la seguridad social. En 1991 Uruguay se integró al Mercosur. Más adelante la coalición se fue desmembrando y el gobierno quedó en minoría a mitad del período.
El politólogo Adolfo Garcé, de la Facultad de Ciencias Sociales estatal, observa desde esos años “un proceso de liberalización de la ideología y de la cultura política uruguaya, una mayor confianza en el mercado”.
Sin embargo, las reformas liberales propuestas en los noventa todavía iban “a contrapelo de la cultura política batllista”, “chocaban” con ella y con “un Frente que sabía hacer su negocio, se oponía sistemáticamente sintonizando con la cultura política de los uruguayos y además se iba moderando programáticamente”.
Una de las principales herramientas de oposición fue la democracia directa, a la que apeló la izquierda para detener algunas iniciativas oficiales.
La pobreza, que en 1986 estaba en 46,2% de la población, bajó en 1994 a 15,3%. En las elecciones de ese año hubo un triple empate y entre los colorados triunfadores y los frentistas, terceros, sólo 1,7% de diferencia. Mujica fue electo diputado por el MPP. En su primer día en el Parlamento dijo: “Acá me siento un florero”.
Sanguinetti logró formar una coalición sólida y duradera con el blanco Alberto Volonté, pero éste no sacó réditos de ella y casi desapareció del mapa político en el período siguiente. El presidente, con 84 legisladores a favor, avanzó en la reforma de la seguridad social y la reforma educativa, resistidas desde la izquierda.
En 1996 se aprobó la reforma constitucional que eliminó el doble voto simultáneo y los candidatos múltiples, creó elecciones internas y separó las departamentales de las nacionales. Para Lacalle, su primer promotor, fue “un cambio cualitativo tremendo” que “todavía no ha sido asimilado por los partidos”.
“Siempre se dice, sobre todo por los frentistas, que se hizo para detener al Frente. Creo que puede haber habido algún ingrediente de esto. Yo tenía la idea de un presidente mayoritario”, recuerda hoy.
Los partidos tradicionales no repararon entonces en que las candidaturas únicas obligarían a sus partidos a reducir su fraccionalización “en favor de cierta bipolaridad” para competir en las internas, mientras que en el Frente Amplio, “con tradición de candidatura única, el incremento de la fraccionalización interna mejoró su oferta”, analiza Caetano.
El Partido Nacional perdió las elecciones de 1999 con 22% de los votos en medio de una indomable crisis interna. Gracias al balotaje creado con la reforma el colorado Jorge Batlle, que perdió la primera vuelta, logró vencer a Vázquez y fue proclamado presidente para un período que, sabría después, iba a ser un hierro hirviente que impulsaría a su partido al colapso y a la izquierda al gobierno.
Una nueva configuración
Electo en su quinto intento, el nuevo presidente prometió importantes reformas y también armó una coalición con el Partido Nacional, que lo había apoyado en la campaña del balotaje. Pero cuando la crisis económica arreció salvaje en el año 2002, el entendimiento se rompió y Batlle quedó timoneando solo el barco averiado.
Los sucesivos gobiernos de coalición y la necesidad de cooperación impuesta por el balotaje acercaron a los partidos tradicionales entre sí y transformaron el bipartidismo tal como se lo conocía.
“Se pasó de una dinámica de dos partidos muy fraccionalizados a una dinámica de más de dos partidos estructurados en dos bloques: los partidos en el gobierno —colorados y blancos liderando coordinadamente las reformas— y los partidos en la oposición —donde predomina el Frente Amplio, que crece y se va volviendo más diverso”, considera Garcé.
“Hace más de diez años que en Uruguay el electorado se estructura en dos mitades, dos mundos de percepción, definidos como derecha e izquierda, con la excepción de un grupito que se siente incómodo jugando en esas mitades”, sostiene Zuasnábar.
No obstante, puntualiza que “la sensación de que hay un conjunto de la ciudadanía identificado con el Frente Amplio y otro al que blancos o colorados les da lo mismo es equivocada”, porque las “identidades” de los partidos tradicionales “mantienen raíces diferentes entre sí”.
Tras el hundimiento de Argentina, Uruguay cayó arrastrado y quedó al borde del default, que evitó gracias a un préstamo de George Bush. La pobreza subió a 30,9% a fines del 2003 y llegó a 56,5% en la población de niños de entre 0 y 4 años.
“Ante la magnitud de lo sucedido, la ciudadanía en general varió radicalmente su visión de la figura presidencial y del gobierno en general, y dio señales cada vez más contundentes de un balance crítico y un antioficialismo militante”, opina Caetano en el libro.
Durante el período de Batlle, indica Zuasnábar, se produjo el corrimiento del electorado a la izquierda. El politólogo cita un diagnóstico de su colega Luis Eduardo González, director de Cifra, según el cual “primero creció el Frente Amplio como partido, y ese reiterado voto estimuló el crecimiento de la izquierda como orientación ideológica”.
El referéndum contra la ley para asociar Ancap con capitales privados, con 62,3% que se manifestó a favor de derogar la norma, fue según Caetano “un plebiscito arrollador en torno a la impopularidad del gobierno y también de las figuras más connotadas de ambos partidos tradicionales, Sanguinetti y Lacalle”.
El 31 de octubre del 2004 se hizo realidad lo que las gráficas de los politólogos preveían desde hacía tiempo cuando trazaban una curva ascendente y otra descendente que se dirigían como flechas a un cruce inevitable: el Frente Amplio derrotó por primera vez a los partidos tradicionales. Aunque los blancos recuperaron votos, los colorados cayeron al casi marginal 10%. Vázquez fue electo presidente.
La heladera
En febrero del 2005 Sanguinetti asumió una banca de senador en el Parlamento. Le tomó el juramento el primer legislador del gobierno, José Mujica. El MPP, que había fundado junto a otros ex guerrilleros, fue el sector más votado del Frente Amplio y sus dirigentes emergían entre los principales líderes de la izquierda.
“A fines de los ’90 la enorme mayoría de la población ya estaba alineada en la postura de que los tupamaros son personas como cualquier otra o que al menos ya superaron sus errores”, puntualiza Zuasnábar, aunque atribuye a “la magia del personaje” de Mujica su llegada al gobierno.
“A la larga los que apostaban a la lucha armada terminaron apostando a la acumulación y siendo jugadores muy sofisticados: los más eficientes juntadores de votos”, afirma Garcé.
Vázquez gobernó con viento a favor desde la coyuntura internacional, tomó algunas medidas que pusieron el sello a su administración como la reforma tributaria, el “plan de emergencia”, el Plan Ceibal, la búsqueda y hallazgo de restos de algunos desaparecidos en unidades militares y el combate al tabaquismo. En esos años, según Zuasnábar, hubo “un proceso de maduración de la izquierda, que se da cuenta de lo complejo del gobierno”.
En el 2007, el vicepresidente de Ancap, Raúl Sendic, dijo que el Frente Amplio tenía el triunfo “asegurado” en la elección siguiente aunque presentara una “heladera” como candidato.
En los tres años siguientes el desplazamiento hacia la izquierda del electorado cesó. “Entre 1999 y 2004 el electorado uruguayo efectivamente se corrió a la izquierda: la media para todos los votantes pasó de 5,8 a 5,1. Ese corrimiento se frenó entre 2004 y 2009: la media pasó de 5,1 a 5,2”, revela González en su artículo del libro “El voto en Uruguay 2009-2010”, presentado ayer miércoles, según adelantó “El Observador” el domingo 7.
Las estadísticas indican también que el Frente Amplio paró de crecer en ese período. Sin embargo, le alcanzó para ganar con comodidad la segunda vuelta del 2009. ¿Entonces la “teoría de la heladera” es correcta?
“Es cierto que una parte muy importante del electorado mantiene vínculos emocionales de largo plazo con los partidos, que se parecen a una identidad deportiva, y tienen una potencia muy fuerte para determinar el voto. Eso no quiere decir que el votante frentista vaya a votar siempre a ciegas, pero algo de cierto hay en que prioriza el voto al partido”, responde Zuasnábar.
Como candidato y más como presidente, Mujica también moderó su imagen y su discurso: aceptó a su gobierno como una continuidad del anterior en términos generales y llamó a la concordia entre los partidos políticos, que todavía no protagonizaron grandes enfrentamientos.
Garcé remarca que “en Uruguay la mayoría de los electores son moderados y por eso los partidos tratan de dirigirse a esos electores moderados”. Los tupamaros “tuvieron que abrazar culebras, sapos, pero lo hicieron y se aproximaron al centro del electorado”, agrega Zuasnábar.
“Hoy hay más puntos de consenso que de divergencia”, afirma el investigador de Equipos, porque “la izquierda asumió las concepciones económicas y algunas posiciones sobre la inseguridad que siempre reivindicó la derecha, que a su vez puso énfasis en temas como los derechos humanos, que eran banderas de la izquierda”.
¿Quién canaliza el desencanto?
Los tres principales partidos han estado ya en el gobierno. El electorado dejó de moverse hacia la izquierda. Los colorados recuperan posiciones y los blancos se disputan el liderazgo interno. Sin embargo, la permanencia del Frente Amplio en el gobierno no parece amenazada. ¿Cuáles son las perspectivas de la nueva configuración política hacia el futuro?
Para Garcé uno de los grandes desafíos de los partidos políticos es cómo solucionar el problema de la “ley de caducidad”. “Los obliga a tomar riesgos. Tienen que encontrar una solución inteligente. Es un gran problema para Uruguay. ¿Vamos a mirar para otro lado?”, cuestiona.
Además, dice, quedan pendientes temas de agenda como la educación —el “gran fracaso” del Frente Amplio— y “profundizar las reformas administrativas”.
González pronostica en el libro presentado el miércoles que “en el futuro previsible (...) esta estructura de dos mitades probablemente seguirá vigente”.
Zuasnábar sostiene que “una de las características del electorado uruguayo ha sido una búsqueda compulsiva del equilibrio, y ha rechazado el exceso de poder”.
“No me imagino al Frente Amplio consolidándose sistemáticamente con niveles de votación por encima del 60%. Pero esto dependerá de qué tan exitoso sea con su gestión de gobierno y qué tan exitosa sea la oposición”, comenta.
“Hasta ahora el desencanto se canalizaba a través de un actor político que era el Frente Amplio —apunta—. Si el desencanto se mantiene y afecta también al Frente Amplio, ¿quién lo va a canalizar? Esa es la responsabilidad que tiene la oposición: que el desencanto no se canalice fuera del sistema de partidos”.
“Se habla de una ‘concertación republicana’ entre blancos y colorados —señala Garcé—. Tarde o temprano esa discusión se va a profundizar porque ahora que el Frente Amplio ya es la primera fuerza, blancos y colorados no tienen más remedio que cooperar para construir una alternativa. La debilidad de la alternativa al Frente Amplio no es sólo un problema de la oposición; es un problema de la democracia”.
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