Faltando muy poco para que se produjera la instancia plebisictaria, aparecía el primer número del Semanario Opinar bajo la dirección de Enrique Tarigo y con Luis Hierro como redactor reponsable. Fue le pergani de prensa más importante en la campaña por el NO. La figura de Tarigo y su trayectoria esta bien documentada en una extensa nota realizada por Emiliano Cotelo, de la cual tomo partes para recordar y acercarnos al momento y a l figura del Dr. Enrique Tarigo. Tarigo había trabajado en el duari El Dúa, y publicado artículos en El Telgrafo de Paysandú. En la revista semanal Noticias que dirigía Danilo Arbilla. Abandonó la publicación cuando no publicaron una nota suya sobre temas constitucionales.
"Yo era un abogado que trabajaba activamente en mi profesión, de la cual vivía, y estaba además haciendo mi carrera universitaria: era profesor agregado en la Facultad de Derecho. Estaba muy dedicado a esas dos cosas. El golpe de Estado del 73 me sacó de eso, a propósito de un problema universitario. En dos palabras, me designaron para un cargo que no me correspondía, para sacárselo a otro profesor, que era comunista. Entonces yo no acepté el cargo, renuncié a la Facultad, presenté al Consejo de la Facultad una carta que tuvo cierta trascendencia. Esa carta se publicó en el diario El Día por pedido del doctor (Leonardo) Guzmán: yo había ido al Colegio de Abogados a explicar un poco la situación de la Facultad, leí esa carta, o la mostré, y Guzmán, que era director de El Día, me pidió para publicarla. Hubo un gran revuelo, y a partir de allí se generó todo un movimiento dentro de la Facultad, a la cual renunciaron la enorme mayoría de los profesores; al final destituyeron al decano interventor, lo sustituyeron por otro... En fin: eso produjo toda una cosa. Y como consecuencia de eso, la dirección de El Día me dijo "Pero usted escribe muy bien. ¿No quiere escribir?".Era el 74; a un año del golpe de Estado. Allí empecé a hacer periodismo en El Día. Periodismo político, que era la única manera de hacer política en aquel tiempo en que la política en sí misma estaba prohibida. De modo que a partir del 74 tuve una larga actividad en ese sentido. También en la revista Noticias
La revista uruguaya que dirigía (Danilo) Arbilla. Era propiedad de un italiano, Paolo Savorniani, de tipo comercial, pero que desde el punto de vista periodístico estaba muy bien hecha: Arbilla se estrenaba como el buen periodista que ya era y sería después. Yo tenía una columna, una vez por semana, y cuando salieron las bases de la reforma constitucional, en mayo del 80, empecé a escribir una nota semanal sobre cada una de esas pautas. Pero se me venía encima el tiempo y no me alcanzaba el plazo, así que pedí para escribir dos notas por semana en el último período; me dijeron que sí, y empecé a publicar dos notas, una frente a la otra, sobre dos temas distintos relacionados con la reforma.
Hasta que al dueño de la revista le empezaron a surgir temores, que no le surgieron espontáneamente sino por la presión de la famosa Dirección Nacional de Relaciones Públicas, Dinarp. Entonces un día no publicaron una nota mía, yo dije que si no la publicaban no escribía más y me fui. Arbilla trató de mediar, no le hicieron caso, y también renunció. Renunció Hierro, que era uno de los periodistas de la revista, Fatorusso... en fin: mucha gente. Y quienes nos habíamos ido de allí nos quedamos con la idea de que teníamos que hacer algo, y ahí surgió la idea de Opinar, que fundamos Hierro, yo, Guntin, un montón de gente más.
Para la gente que no vivió aquella época, para poderla sintetizar en dos frases, yo diría esto: yo había hecho un análisis pormenorizado de la Constitución, tenía mil cosas horrorosas, pero por encima de todo nos negábamos a esa pretensión de constitucionalizar un régimen militar. Porque el país y todos los países habían conocido dictaduras militares (el coronel Lorenzo Latorre, el general Máximo Santos...) pero a ninguno se le había ocurrido meter a la dictadura militar en el marco de una Constitución y decir "Esto es así de ahora y para siempre, pase lo que pase, hasta que se pueda reformar esta Constitución"; y además el proyecto tenía una serie de retrancas para poderla reformar.
Era una idea absurda. Además, en las disposiciones transitorias de aquella Constitución se convalidaba o se ratificaba los llamados "Actos Institucionales", todos los actos de gobierno y administración. Es decir que se le pedía al pueblo que consintiera todas las arbitrariedades cumplidas por la dictadura durante 12 años. Una cosa absurda, que ningún ciudadano libre... Estuvimos sometidos a eso, y más o menos todos lo sufrimos; pero que lo aprobáramos en un plebiscito parecía absurdo.
Naturalmente había un rechazo a la dictadura y contra el procedimiento de la reforma. Una Constitución hecha por los consejeros de Estado que eran designados a dedo, por los altos oficiales generales, por el presidente designado a dedo, por los ministros designados a dedo... Aquello era ridículo: que a aquello se le llamara "Asamblea Constituyente" era una cosa absurda; el mundo del revés. El poder constituyente radica esencialmente en la Nación, en toda la Nación: ni siquiera en el Poder Legislativo. Cuando hay una reforma de la Constitución, lo bueno es que haya una Asamblea Constituyente elegida especialmente para eso.
Pero, aparte de eso, había que demostrar que la Constitución era mala en sí misma. El argumento militar era "Dejemos la forma de lado, esta es una Constitución democrática y con un contenido moral", como usted recordó que había dicho Aparicio Méndez y yo no me acordaba. Ni era democrática ni tenía contenido moral. Entonces, había que desmenuzar las dos cosas: el procedimiento era espantoso, no podíamos convalidar los actos arbitrarios de la dictadura, y el contenido también era espantoso.
La revista uruguaya que dirigía (Danilo) Arbilla. La primera edición fue prohibida por la Policía. Se imprimía en los talleres de El País y no sé: a la una de la mañana, cuando habían tirado 1.000 o 2.000 ejemplares, cayeron dos policías de la seccional con la orden del jefe de Policía, se incautaron la edición, la guardaron bajo llave (pudimos sacar algunos, naturalmente, para la historia)... Estamos hablando del 30 de octubre. Y a la semana siguiente, después de una serie de gestiones y cosas, pudimos salir. En buena medida (en otra no) el número 1 era una repetición del número anterior. Nos proponíamos un largo plazo porque teníamos todos una muy profunda vocación periodística, pero la tarea inmediata era esa. Veníamos barajando el tema hacía tiempo, pero no había un plazo fijo. Cuando se estableció la fecha del 30 de noviembre para el plebiscito, dijimos "Tiene que ser ahora; si no ¿cuándo vamos a salir?".
Para la gente que no vivió aquella época, para poderla sintetizar en dos frases, yo diría esto: yo había hecho un análisis pormenorizado de la Constitución, tenía mil cosas horrorosas, pero por encima de todo nos negábamos a esa pretensión de constitucionalizar un régimen militar. Porque el país y todos los países habían conocido dictaduras militares (el coronel Lorenzo Latorre, el general Máximo Santos...) pero a ninguno se le había ocurrido meter a la dictadura militar en el marco de una Constitución y decir "Esto es así de ahora y para siempre, pase lo que pase, hasta que se pueda reformar esta Constitución"; y además el proyecto tenía una serie de retrancas para poderla reformar.Era una idea absurda. Además, en las disposiciones transitorias de aquella Constitución se convalidaba o se ratificaba los llamados "Actos Institucionales", todos los actos de gobierno y administración. Es decir que se le pedía al pueblo que consintiera todas las arbitrariedades cumplidas por la dictadura durante 12 años. Una cosa absurda, que ningún ciudadano libre... Estuvimos sometidos a eso, y más o menos todos lo sufrimos; pero que lo aprobáramos en un plebiscito parecía absurdo. Naturalmente había un rechazo a la dictadura y contra el procedimiento de la reforma. Una Constitución hecha por los consejeros de Estado que eran designados a dedo, por los altos oficiales generales, por el presidente designado a dedo, por los ministros designados a dedo... Aquello era ridículo: que a aquello se le llamara "Asamblea Constituyente" era una cosa absurda; el mundo del revés. El poder constituyente radica esencialmente en la Nación, en toda la Nación: ni siquiera en el Poder Legislativo. Cuando hay una reforma de la Constitución, lo bueno es que haya una Asamblea Constituyente elegida especialmente para eso.Pero, aparte de eso, había que demostrar que la Constitución era mala en sí misma. El argumento militar era "Dejemos la forma de lado, esta es una Constitución democrática y con un contenido moral", como usted recordó que había dicho Aparicio Méndez y yo no me acordaba. Ni era democrática ni tenía contenido moral. Entonces, había que desmenuzar las dos cosas: el procedimiento era espantoso, no podíamos convalidar los actos arbitrarios de la dictadura, y el contenido también era espantoso.(...)
Ver: http://www.espectador.com/text/especial/no/tarigo.htm
"Yo era un abogado que trabajaba activamente en mi profesión, de la cual vivía, y estaba además haciendo mi carrera universitaria: era profesor agregado en la Facultad de Derecho. Estaba muy dedicado a esas dos cosas. El golpe de Estado del 73 me sacó de eso, a propósito de un problema universitario. En dos palabras, me designaron para un cargo que no me correspondía, para sacárselo a otro profesor, que era comunista. Entonces yo no acepté el cargo, renuncié a la Facultad, presenté al Consejo de la Facultad una carta que tuvo cierta trascendencia. Esa carta se publicó en el diario El Día por pedido del doctor (Leonardo) Guzmán: yo había ido al Colegio de Abogados a explicar un poco la situación de la Facultad, leí esa carta, o la mostré, y Guzmán, que era director de El Día, me pidió para publicarla. Hubo un gran revuelo, y a partir de allí se generó todo un movimiento dentro de la Facultad, a la cual renunciaron la enorme mayoría de los profesores; al final destituyeron al decano interventor, lo sustituyeron por otro... En fin: eso produjo toda una cosa. Y como consecuencia de eso, la dirección de El Día me dijo "Pero usted escribe muy bien. ¿No quiere escribir?".Era el 74; a un año del golpe de Estado. Allí empecé a hacer periodismo en El Día. Periodismo político, que era la única manera de hacer política en aquel tiempo en que la política en sí misma estaba prohibida. De modo que a partir del 74 tuve una larga actividad en ese sentido. También en la revista Noticias
La revista uruguaya que dirigía (Danilo) Arbilla. Era propiedad de un italiano, Paolo Savorniani, de tipo comercial, pero que desde el punto de vista periodístico estaba muy bien hecha: Arbilla se estrenaba como el buen periodista que ya era y sería después. Yo tenía una columna, una vez por semana, y cuando salieron las bases de la reforma constitucional, en mayo del 80, empecé a escribir una nota semanal sobre cada una de esas pautas. Pero se me venía encima el tiempo y no me alcanzaba el plazo, así que pedí para escribir dos notas por semana en el último período; me dijeron que sí, y empecé a publicar dos notas, una frente a la otra, sobre dos temas distintos relacionados con la reforma.
Hasta que al dueño de la revista le empezaron a surgir temores, que no le surgieron espontáneamente sino por la presión de la famosa Dirección Nacional de Relaciones Públicas, Dinarp. Entonces un día no publicaron una nota mía, yo dije que si no la publicaban no escribía más y me fui. Arbilla trató de mediar, no le hicieron caso, y también renunció. Renunció Hierro, que era uno de los periodistas de la revista, Fatorusso... en fin: mucha gente. Y quienes nos habíamos ido de allí nos quedamos con la idea de que teníamos que hacer algo, y ahí surgió la idea de Opinar, que fundamos Hierro, yo, Guntin, un montón de gente más.
Para la gente que no vivió aquella época, para poderla sintetizar en dos frases, yo diría esto: yo había hecho un análisis pormenorizado de la Constitución, tenía mil cosas horrorosas, pero por encima de todo nos negábamos a esa pretensión de constitucionalizar un régimen militar. Porque el país y todos los países habían conocido dictaduras militares (el coronel Lorenzo Latorre, el general Máximo Santos...) pero a ninguno se le había ocurrido meter a la dictadura militar en el marco de una Constitución y decir "Esto es así de ahora y para siempre, pase lo que pase, hasta que se pueda reformar esta Constitución"; y además el proyecto tenía una serie de retrancas para poderla reformar.
Era una idea absurda. Además, en las disposiciones transitorias de aquella Constitución se convalidaba o se ratificaba los llamados "Actos Institucionales", todos los actos de gobierno y administración. Es decir que se le pedía al pueblo que consintiera todas las arbitrariedades cumplidas por la dictadura durante 12 años. Una cosa absurda, que ningún ciudadano libre... Estuvimos sometidos a eso, y más o menos todos lo sufrimos; pero que lo aprobáramos en un plebiscito parecía absurdo.
Naturalmente había un rechazo a la dictadura y contra el procedimiento de la reforma. Una Constitución hecha por los consejeros de Estado que eran designados a dedo, por los altos oficiales generales, por el presidente designado a dedo, por los ministros designados a dedo... Aquello era ridículo: que a aquello se le llamara "Asamblea Constituyente" era una cosa absurda; el mundo del revés. El poder constituyente radica esencialmente en la Nación, en toda la Nación: ni siquiera en el Poder Legislativo. Cuando hay una reforma de la Constitución, lo bueno es que haya una Asamblea Constituyente elegida especialmente para eso.
Pero, aparte de eso, había que demostrar que la Constitución era mala en sí misma. El argumento militar era "Dejemos la forma de lado, esta es una Constitución democrática y con un contenido moral", como usted recordó que había dicho Aparicio Méndez y yo no me acordaba. Ni era democrática ni tenía contenido moral. Entonces, había que desmenuzar las dos cosas: el procedimiento era espantoso, no podíamos convalidar los actos arbitrarios de la dictadura, y el contenido también era espantoso.
La revista uruguaya que dirigía (Danilo) Arbilla. La primera edición fue prohibida por la Policía. Se imprimía en los talleres de El País y no sé: a la una de la mañana, cuando habían tirado 1.000 o 2.000 ejemplares, cayeron dos policías de la seccional con la orden del jefe de Policía, se incautaron la edición, la guardaron bajo llave (pudimos sacar algunos, naturalmente, para la historia)... Estamos hablando del 30 de octubre. Y a la semana siguiente, después de una serie de gestiones y cosas, pudimos salir. En buena medida (en otra no) el número 1 era una repetición del número anterior. Nos proponíamos un largo plazo porque teníamos todos una muy profunda vocación periodística, pero la tarea inmediata era esa. Veníamos barajando el tema hacía tiempo, pero no había un plazo fijo. Cuando se estableció la fecha del 30 de noviembre para el plebiscito, dijimos "Tiene que ser ahora; si no ¿cuándo vamos a salir?".
Para la gente que no vivió aquella época, para poderla sintetizar en dos frases, yo diría esto: yo había hecho un análisis pormenorizado de la Constitución, tenía mil cosas horrorosas, pero por encima de todo nos negábamos a esa pretensión de constitucionalizar un régimen militar. Porque el país y todos los países habían conocido dictaduras militares (el coronel Lorenzo Latorre, el general Máximo Santos...) pero a ninguno se le había ocurrido meter a la dictadura militar en el marco de una Constitución y decir "Esto es así de ahora y para siempre, pase lo que pase, hasta que se pueda reformar esta Constitución"; y además el proyecto tenía una serie de retrancas para poderla reformar.Era una idea absurda. Además, en las disposiciones transitorias de aquella Constitución se convalidaba o se ratificaba los llamados "Actos Institucionales", todos los actos de gobierno y administración. Es decir que se le pedía al pueblo que consintiera todas las arbitrariedades cumplidas por la dictadura durante 12 años. Una cosa absurda, que ningún ciudadano libre... Estuvimos sometidos a eso, y más o menos todos lo sufrimos; pero que lo aprobáramos en un plebiscito parecía absurdo. Naturalmente había un rechazo a la dictadura y contra el procedimiento de la reforma. Una Constitución hecha por los consejeros de Estado que eran designados a dedo, por los altos oficiales generales, por el presidente designado a dedo, por los ministros designados a dedo... Aquello era ridículo: que a aquello se le llamara "Asamblea Constituyente" era una cosa absurda; el mundo del revés. El poder constituyente radica esencialmente en la Nación, en toda la Nación: ni siquiera en el Poder Legislativo. Cuando hay una reforma de la Constitución, lo bueno es que haya una Asamblea Constituyente elegida especialmente para eso.Pero, aparte de eso, había que demostrar que la Constitución era mala en sí misma. El argumento militar era "Dejemos la forma de lado, esta es una Constitución democrática y con un contenido moral", como usted recordó que había dicho Aparicio Méndez y yo no me acordaba. Ni era democrática ni tenía contenido moral. Entonces, había que desmenuzar las dos cosas: el procedimiento era espantoso, no podíamos convalidar los actos arbitrarios de la dictadura, y el contenido también era espantoso.(...)
Ver: http://www.espectador.com/text/especial/no/tarigo.htm