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jueves, 19 de abril de 2012

Del Penal a la Libertad/ ¿Cómo salieron de la carcel los tupamaros? Por Javier Suárez


Por Javier Súarez (*)

Las barras y corredores de la Cámara de Senadores estaban colmadas el 15 de febrero de 2005. El bullicio repiqueteaba la sobria madera del recinto. De acuerdo a la Constitución de la República era el momento asignado para dar comienzo a nuevo período legislativo.

La acumulación de expectativas que supo cosechar el Frente Amplio desde su fundación -en 1971- y el desgaste en el gobierno de los partidos tradicionales hizo eclosión en los comicios de 2004 cuando la fórmula presidencial de la coalición de izquierda, Tabaré Vázquez-Rodolfo Nin Novoa, obtuvo el triunfo en primera vuelta. Pudo ser antes, sin embargo, el novel balotage posibilitó la foto de Jorge Batlle con la banda presidencial.

Según las disposiciones vigentes, hasta que tomara posesión del cargo el Vicepresidente de la República, presidiría la Asamblea General el primer titular de la lista más votada del lema ganador. Del mismo modo, al inicio de la primera sesión se debía tomar juramento a cada uno de los senadores electos. Las urnas quisieron que la responsabilidad recayera en José Mujica.

En las calles el gentío abrazaba sus banderas y avivaba el nombre de sus líderes partidarios, mientras Mujica, prosiguiendo con el solemne acto, se dirigió a Julio María Sanguinetti, Diputado en sus comienzos, Ministro en los gobiernos de Pacheco Areco y Juan María Bordaberry respectivamente, electo Presidente de la República en dos oportunidades.

Sin perder oportunidad el ex mandatario consideró la actuación del ex guerrillero en el sistema democrático como la culminación del proceso de apertura democrática que transitó el país entre 1984 a 1985. Y a continuación dijo, “tanto el senador Mujica como muchos de quienes hoy son sus compañeros estaban presos". "Se comenzó el cambio en paz". "Pasado el tiempo, con todo el mundo en la vida cívica, ahora hay paz, salud institucional y fluidez en el diálogo”.

Luego de la pregunta esperada se oyó “Sí juro”. Los aplausos no se hicieron esperar. Siguieron con el juramento Jorge Saravia, Víctor Vaillant y Mónica Xavier. Pero aún faltaba uno. De inmediato el líder del MPP abandonó la presidencia sin antes decir: “La vida hace estas zancadillas". "Hemos pasado una vida y el juego es este". "Ni el mayor novelista pudo haber pensado estas cosas". "Compañero del alma –dirigiendo su mirada al senador Eleuterio Fernández Huidobro- de todas las horas: ¡tómeme el juramento!”.

Cinco años más tarde se redoblaría la puesta. El Batallón Florida -la misma repartición militar que lo encerró en el pasado por sedición- lo recibía como nuevo mandatario de la República al tomar posesión del cargo en presencia de la Asamblea General. Atrás quedarían los enfrentamientos con la policía, las cloacas, las fugas de la cárcel de Punta Carretas, el aroma a pólvora y los trece años de reclusión.

En 1985, luego de asumir la presidencia Julio María Sanguinetti en plena restauración democrática, se votaba en el Parlamento la ley 15.737, llamada también de Pacificación Nacional, estableciendo la amnistía para todos los presos políticos , en tanto, para aquellos delitos de sangre el acto jurídico operaría “a los fines de habilitar la revisión de las sentencias”.

Como ejemplo excepcionalidad en la región, la mayoría de los tupamaros pasaron de ser contestatarios a gobernantes de turno a través de la voluntad ciudadana. En buena medida la transformación se debió a un cambio interno -como indica Adolfo Garcé- donde la perspectiva revolucionaria cedió paso a una matriz "reformista y progresista" signada por una lógica pragmática y ecléctica. De cambiar el mundo pasaron a querer arreglar la vereda.

En el marco de “este fenómeno electoral inusual” la evolución del MLN -dice el politólogo- “desde fines de los años sesenta hasta comienzos del siglo XXI es un caso extremo de cambio político profundo y adaptación partidaria exitosa”. El propio Mujica al renunciar al MPP en las elecciones internas de 2009 subrayó con su peculiar estilo lo siguiente: “En este oficio de la política se camina si uno tiene alma de cebolla y se va envolviendo en una capa hoy y otra mañana". "El MLN, el MPP, el Espacio 609 y el Frente Amplio han sido mis capas sucesivas". "En cada paso fui dejando parte de mis ideas anteriores y mezclándolas con las de los otros". "A veces, porque eran mejores que las mías y a veces simplemente para conciliar y seguir adelante de la mano.”

Mucho se ha escrito -para algunos en exceso- sobre la más importante guerrilla urbana uruguaya de los años sesenta y principios del setenta. Su prisión, el antes y el después. No obstante, varias preguntas quedan en el tintero. En la búsqueda de algunas respuestas, aún encontrándolas, semejante temática inhabilita la pretensión de agotar la discusión.

Tampoco procuramos redundar sobre lo ya estudiado salvo aquellos aspectos que ilustran como un grupo de hombres y mujeres transitaron por el sendero del Penal a la Libertad. En definitiva, la interrogante que subyace es: ¿Cómo salieron de la cárcel los tupamaros?

Las alternativas fueron varias. Al principio todas ellas clandestinas y en penumbras, para alcanzar, luego de finalizadas las sentencias militares para algunos, la legal, definitiva -y paradójicamente la menos estudiada por desinterés, picardía u olvido- para otros: la ley de amnistía de 1985. No fue la primera. En 1974 Juan Pivel Devoto producía -sin que se publicase hasta 1984- "La amnistía en la tradición nacional", obra de un exhaustivo análisis del tema en la historia del Uruguay.

Precisamente cuando el pueblo dijo NO a la reforma constitucional impulsada por los militares en 1980, las elecciones internas de los partidos políticos en 1982, la intervención de Manuel “Maneco” Flores Mora reclamando con su “pobre voz” la amnistía de los presos políticos en la Convención colorada, las movilizaciones del reciente Plenario Intersindical de Trabajadores  (PIT),  el "Obeliscazo" de 1983, el Pacto del Club Naval en 1984, las elecciones nacionales, el acto de Wilson Ferreira en la explanada Municipal, la instalación del Parlamento con la aprobación de la ley de amnistía, la apertura de las rejas -no solo para los tupamaros- sino para varias decenas de personas recluidas también en el Penal de Libertad y Punta de Rieles; en todas y cada una de las instancias éramos apenas unos niños garabateando dibujos en hojas multicolores. Fuimos, en su mayoría, ajenos a todo y a todos. La ausencia de memoria, lejos de obstaculizar la tarea, nos alienta a continuar profundizando en nuestro pasado reciente a efectos de aproximarnos a una dimensión que la distancia  generacional nos negó.

Aunque resulte curioso, no se busca, ni es, un relato de los tupamaros a pesar de que por momentos sea ineludible su mención. Si es, en cambio, la aventura de toda una sociedad que procuró por todos los medios posibles, de acuerdo a las responsabilidades y convicciones de cada uno, instaurar una política de inclusión al pretender suturar las heridas de un país desgarrado por los desencuentros y las insalvables diferencias de antaño.

Las persistentes llagas, a pesar de todo, pertenecen a otra historia no menos importante. En este caso, nuestras preferencias apuntan a una cara de la moneda: El domingo 10 de marzo de 1985 eran liberadas las primeras personas, entre ellos el actual Presidente de la República. Con el pasar de los días decenas de reclusos y reclusas  dejaban atrás los centros de reclusión hasta que, a las 20:00 horas del jueves 14 de marzo, cuatro horas antes del vencimiento del plazo legal, fueron liberados los últimos presos políticos.

Lo cierto es que para todos fue claro e inconsiliable tener en un sistema democrático personas privadas de su libertad por "delitos cometidos por móviles directa o indirectamente políticos", o bien, "delitos comunes y militares conexos con delitos políticos". Así lo entendió el Dr. Julio Maria Sanguinetti en 1985. Éste propuso conformar un gobierno nacional, abogando por la pacificación del país a través de la liberación de los presos políticos, el retorno de los exiliados y la reparación de los destituidos.

El flamante Presidente no era ningún improvisado en el tema. La colectividad política a la que pertenecía venía discutiendo el tema desde hacía mucho tiempo, especialmente luego de las elecciones internas de los partidos políticos del 82. La Convención, órgano deliberativo por excelencia, comenzaba a ser testigo de acalorados debates y oratorias magistrales.

Fue en abril de 1983, cuando en la Convención Colorada se escuchó la moción presentada por la CBI -Corriente Batllista Independiente- a través del convencional Víctor Vaillant, quien le pidió al Partido manifestar “su compromiso para propiciar la amnistía de todos los delitos de motivación ideológica”.

Tarigo, a la postre Vice-Presidente, en su publicación “Opinar” trató el tema y dijo que tanto él como su agrupación proponían una solución distinta  al sostener “la tesis contraria a una amnistía general e indiscriminada".

La moción no contó con la unanimidad necesaria pero tuvo un apoyo de realce en Manuel Flores Mora. “La palabra amnistía -dijo- no es una palabra más". "Es el secreto del reencuentro del país consigo mismo". "Mal nacido el que no lo desee". "Lo digo yo que nací en un país donde sólo iban presos los ladrones, aquellos que juzgados por la Justicia ordinaria habían contravenido los tipos que la ley establece". "Es la amnistía donde todos nos reencontramos". "No hay un solo proceso en América ni en el mundo que saliendo de una dolorosa situación de hecho como la que vivimos haya llegado a la plena libertad sin atravesar un día por la palabra amnistía”.

(…) “Esta pobre voz mía, hoy se ha levantado en toda la República para defender al Partido Colorado, no podía irse a la tumba sin recogerla de la boca de los muchachos y pronunciarla a gritos”, enfatizó “Maneco”. Y a continuación exclamó: “Adelante con la amnistía". "A imponerla, en la fraternidad, en el perdón, en la igualdad de todos”.

“Porque si Artigas quería clemencia para los vencidos, los colorados que vencimos a Oribe en la Guerra Grande dijimos que no había vencidos ni vencedores y Don Pepe después de la guerra del ‘04 proclamó la igualdad de todos los que habían peleado siguiendo el mandato de sus corazones en el no siempre camino del deber, como dijo el mismo Batlle”, sentenció el incansable dirigente batllista.

Por su parte, en un discurso pronunciado por la red nacional de radio y televisión, en Enero del 85, Sanguinetti consideraba que la liberación de los presos debía hacerse sin que la sociedad dejara de tener presente que la violencia, o tan sólo su prédica, “solamente favorecen a fascistas y golpistas". "De nada sirve una actitud generosa si por el costado estamos dejando de señalar que nadie -por razón alguna- tiene derecho, dentro de una democracia, a actuar por medio de la fuerza y a sustituir el voto popular por el lenguaje de la pistola”. En ese sentido, el líder colorado profundizaba su pensamiento, si quedaban algunas dudas, declarando que, “no somos partidarios de una amnistía general e irrestricta, porque no creemos que borrando los delitos indiscriminadamente, el país asumirá claramente la conciencia de que la violencia en una democracia es un recurso nefasto y reaccionario y que nadie que la haya usado merece plácemes de la sociedad”.

Del mismo modo y sin entrar en contradicciones, “el paso de 11 años durísimos y de una situación carcelaria anormal, hacen imprescindible que la sociedad asuma un tratamiento especial con aquellos que, aun habiendo cometido delitos graves, han sido sometidos a una expiación ajena a nuestras leyes y costumbres”, aseveraba.

Continuando con la democratización de las instituciones estatales, el primer parlamento constitucional, luego del golpe de Estado del 73, sin perder tiempo reclamaba en su primera sesión la libertad de todos los presos políticos. Sin embargo, pese a su contenido filantrópico, careció de uniformidad de criterios en su aplicación; estaban aquellos que reclamaban una amnistía “general e irrestricta”, y otros que hablaban de una amnistía “amplia y generosa”.

La corriente mayoritaria del Partido Nacional y el Frente Amplio proponían similares proyectos de amnistía general e irrestricta. Los mismos, luego de ser unificados, fueron aprobados posteriormente por la Cámara de Diputados. El gobierno, simultáneamente, había presentado su propio proyecto de pacificación, el que también incluía la amnistía. Aprobado el proyecto de frentistas y nacionalistas, Sanguinetti cuestionó la decisión e insistió en buscar una solución negociada a efectos de evitar un eventual choque de poderes, adverso para un sistema que comenzaba a recomponer sus cauces democráticos.

Por tales efectos, una comisión senatorial integrada por los colorados Carlos W. Cigliutti y Pedro Cersósimo, los blancos Gonzalo Aguirre y Uruguay Tourné y los frentistas Hugo Batalla y Germán Araújo, así como la Ministra Dra. Adela Reta, comenzaron el análisis de una salida consensuada respaldada por los acuerdos políticos.

Finalmente las negociaciones resolvieron la cuestión de fondo; la rápida liberación de todos los presos. La mayoría de ellos a través de la amnistía y los restantes al computárseles tres días por cada uno pasado en prisión, previo pase a la Suprema Corte de Justicia.

Ambos, oposición y gobierno, lograrían sus objetivos; los primeros supieron efectivizar la excarcelación de todos los presos en un lapso breve, el segundo preservando el “deslinde moral entre las situaciones ordinarias con la de aquellos que cometieron homicidio”.

El primer grupo de reclusos quedó en libertad, luego de abrirse las puertas del Penal de Libertad y de Cárcel Central, en menos de 48 horas de aprobada la ley en el senado y promulgada por el Ejecutivo. Un artículo publicado en Búsqueda por aquella época ilustra la situación: “La solución, es obvio, es una muestra de pragmatismo y de responsabilidad de la clase política que percibió que las cuestiones esenciales eran la rápida liberación de los reclusos y la necesidad de superar esta instancia afirmando el clima de concertación y evitando enfrentamientos inconvenientes al propósito de afianzar la pacificación nacional”.

Era el primer capítulo de una obra de larga duración. En 1989, y también en 2009, se abría el segundo episodio: la ley de caducidad. A través de un referéndum se ponía “punto final” al revisionismo judicial durante el gobierno cívico-militar, exceptuando lo dispuesto expresamente por la ley. La ciudadanía afirmaría su voluntad y la ratificaría en una segunda instancia; prefería la paz ante cualquier otra cosa. Muchos lo entendieron así. Otros tantos no.


Edil (s) Vamos Uruguay. Docente
Revisión y adaptación de un artículo publicado en La Libertad

jueves, 12 de abril de 2012

El eterno Arena. Por Javier Suárez

El eterno Arena

de Javier Suárez, el jueves, 12 de abril de 2012 a la(s) 13:41 ·
Por Javier Suárez (*)

Es muy probable que no le falte razón a Ortega y Gasset cuando define al Hombre por su naturaleza y la circunstancia que lo rodea. Más aún si nos retrotraemos a ese Uruguay del 900 que todo lo podía para hacer referencia a uno de ellos.

Quizás, como sostuviera Manuel Flores Mora, “Maneco”, la clave para comprender la vigencia de Domingo Arena a través de las generaciones esté en el rechazo a la solemnidad, virtud de todo aquello que es auténtico, verdadero y vivo.

De cualquier modo, a diferencia de lo que se oscila efectuar en estas ocasiones, comenzaremos por el final.  En 1936, a sólo tres años de lo que sería su despedida, un cansado pero no por ello menos entusiasta Arena recordaría en un reportaje al conmemorarse el cincuentenario de “El Día” los difíciles como prometedores inicios del abogado, periodista y político junto al fundador del diario, José Batlle y Ordoñez.

Sin temor a equivocarnos, difícilmente se pueda ser testigo de una amistad tan entrañable entre dos personas: la del nieto de catalanes cuya obra marcará un mojón indiscutible y la del italiano Arena que, con mucha dedicación y algunos regalos de por medio a un maestro de Tacuarembó, dejaba su hogar infantil con el certificado salvador para continuar sus estudios universitarios en la capital.

En realidad, disociar su vida del Batllismo, así como su leal y fervoroso accionar de la trayectoria del líder histórico, resulta una quimera difícil de sobrellevar. La obra “Domingo  Arena: realidades y utopías” de Miguel Lagrotta se muestra sumamente esclarecedora en dicho sentido.

Como legislador en ambas Cámaras, constituyente en 1917, gobernante, o bien, desde la tribuna partidaria y el matutino “El Día” donde trabajó desde joven ocupando distintos cargos de redacción hasta alcanzar la dirección, supo ser uno de los principales animadores de las leyes sociales vinculadas a la jornada laboral, el salario mínimo, la abolición de la pena de muerte o el divorcio por causales o mutuo consentimiento.

Tampoco fue ajeno a los debates por la separación de la Iglesia y el Estado, por el ejecutivo pluripersonal, y, en definitiva, por la libertad y la sensibilidad hacia los desamparados.

Tal vez, en la vida de Domingo Arena, un pobre y desconocido inmigrante que supo ascender por meritos y virtudes, apasionado en las tareas, incondicional en todo momento pero con espíritu crítico e ideas de avanzadas, se trasluzca el paradigma reformista del Batllismo de las primeras décadas del siglo XX.

Consecuente con el proyecto en todo momento, romántico, idealista –recalcitrante colorado como el mismo se calificó– confidente y, al mismo tiempo, uno de los mejores, sino el mejor asimilador de las ideas de Don Pepe, rápidamente supo convertirse en el portavoz oficial de la política renovadora de la época.

A pesar de estar en las cumbres del poder nunca olvidó su humilde origen rural y la lejana Calabria natal, al sur de Italia, aquella que lo acunó el 7 de abril de 1870. De allí surgió la simpatía por el anarquismo. Sin embargo, al poner un pie en el país miró el cielo y entendió que en Uruguay no podía ser otra cosa más que Batllista.

Prefiriendo la lucha de ideas a la lucha de clases, sin doctrinarismos inflexibles pero si radicales, creyó posible eliminar los enfrentamientos sociales mediante la intervención reformista del Estado al asegurar la tranquilidad pública y la justicia social con un manto protector a todos los excluidos.

En definitiva, al tiempo que la sociedad se estatizaba y el estado se socializaba, el propio Arena le demandaba a su colectividad política incorporar ciertas ideas de avanzadas, sin pensar, claro está, en la destrucción social ni mucho menos en la negación de las tradiciones partidarias. La política como la ciencia –decía– debe estar en continuo movimiento si quiere responder a las necesidades del momento. Para ello –agregaba– el partido para no quedar rezagado en relación a sus adversarios debe ser “tan liberal como el Partido Liberal y asimilarse todo lo humano, todo lo práctico, todo lo realizable todo lo que no sea utopía del Partido Socialista”.

Sean cuales fueren las confusas interpretaciones del caso, pese a ser apresuradamente identificado por algunos con ciertas tendencias revolucionarias, Domingo Arena y el Batllismo nunca estuvieron ni estarán con el socialismo. Lo que no significa amparar en absoluto la salvaje mercantilización de la sociedad o el canto de sirena del populismo estatal.

Acordando que sólo se mantiene en el tiempo lo que se transforma,  no podemos olvidar que en la confrontación dogmática que jamás debió desviarse para hacer creer que el Estado es un fin en sí mismo, lo más importante –y en lo que el Arena anarquista hasta llegar al Arena reformista creyó– fue, es, y será, en última instancia, la promoción de un poco más de justicia sin excesos ni rupturas de ningún tipo.

Con todo, no cabe duda que la vida se nos debe ir –como  se le fue a él– defendiendo a los débiles y estimulando a los emprendedores sin dádivas para los primeros ni castigos para los segundos dentro de un republicanismo de tinte liberal.

 (*) Edil (s) por Vamos Uruguay, docente.

sábado, 24 de marzo de 2012

Raíces ideológicas del batllismo. Brum yLa Convención del Partido Colorado realizada el 3 de junio de 1910.


El 3 de junio de 1910 la Comisión Nacional proclamó la candidatura de José Batlle y Ordóñez a la Presidencia de la República. En nombre de los delegados del interior del  país habló el Dr. Baltasar Brum argumentando que en ese acto se encarnaban las más genuinas tradiciones del Partido Colorado: "Sus principios democráticos, la unidad nacional basada en la ley y la libertad, debatidas con un criterio cinetífico y justiciero. El Partido Colorado marca rumbos en el país, debe llevar a la Presidencia de la República a un verdadero conductor de pueblos, a un espíritu ecuánime que pidiendo al pasado sus enseñanzas provechosas, marche firmemente hacia el porvenir". Define a Batlle y su obra como: "Batlle es el legislador que ha colocado nuestro derecho entre los más avanzados de las sociedades americanas, es el estadista que ha salvadolas dificultades financieras, es , en fin, la personalidad innovadora que representa las ideas del Partido Colorado, libre y pricipista"(...)" El triunfo del señor Batlle, es el triunfo del espiritu adelantado, es el triunfo de la democracia sin retrocesos, es el triunfo de una tendencia que se abre paso hacia el futuro. Los más vastos problemas de la ciencia política y de la ciencia social se debatirán bajo su gobierno bajo el impulso de su acción directora. Es preciso purificar aun más el ambiente político y pugnar por el mejoramiento social, sin caer en las exageraciones de los utopistas. El gobierno de Batlle será la realización prestigiosa de las más recientes verdades sociológicas, bajo la advocación de la formula triunfante y humana: Libertad y Solidaridad" El batllismo se refiere a la visión dinámica del cambio social y de la Historia. Del mismo modo que cambia la Historia y las circunstancias, deben cambiar  la naturaleza de los derechos y las garantías. No se puede esperar (Brum) que solo el capital y el avance del capitalismo modifique cuantitativamente y cualitativametne sus energías, sus productos, sus acumulaciones y ganancias, sus métodos y los mercados. Y que los trabajadores permanezcan en la misma situación durante décadas, o peor aun, que retrocedan. La armonía social debe abarcar a todos los integrantres de la sociedad. Este concepto y otro manejado por Domingo Arena, cambio y equilibrio, cambio y armonía con el objetivo de poder realizar reformas eficaces en lo referente al nivel de vida, desarrollo cultural y que el estado sea justo y redistributivo, proviene directamente del visión de Ahrens:
Avanzar siempre, en un sentido, y, en otro, avanzar sin perder el equilibrio, sin perder de vista la conveniencia y la necesidad de que los grandes bienes para la mayoría puedan perderse si los más privilegiados desatan la guerra sin cuartel contra los derechos y las garantías de las masas carenciadas.

Ver: Baltasar Brum. Verbo y Acción. Jose Carlos Welker.

domingo, 12 de febrero de 2012

Historia Contemporánea, www.hcdsc.gov.ar/biblioteca/ises/educacion/AREA HISTORIA/historia_contemporanea/1 historia1Historia mundial contemporanea.pdf

www.hcdsc.gov.ar/biblioteca/ises/educacion/AREA HISTORIA/historia_contemporanea/1 historia1Historia mundial contemporanea.pdf

La Guerra Fria en Latinoamerica, mitos y realidades.www.fasoc.cl/files/articulo/ART41192ead7783b.pdf

www.fasoc.cl/files/articulo/ART41192ead7783b.pdf

www.historia1imagen.cl: LA GUERRA FRÍA EN AMÉRICA LATINA

www.historia1imagen.cl: LA GUERRA FRÍA EN AMÉRICA LATINA

http://resourcesforhistoryteachers.wikispaces.com/

Industrialization and Global Capitalism


Corliss Steam Engine
Corliss Steam Engine

I. Industrialization changed fundamentally how goods were produced.
map_icon.jpegLocating London's Past, an interactive map that maps records of crime, poor relief, taxation, elections, local administration, plague deaths and archaeological finds on a GIS compliant version of John Rocque's 1746 map.

primary_sources.PNGSpinning the Web: The Story of the Cotton Industry provides primary source materials related to the Industrial Revolution in England.



II. New patterns of global trade and production developed and further integrated the global economy as industrialists sought raw materials and new markets for the increasing amount and array of goods produced in their factories.




III. To facilitate investments at all levels of industrial production, financiers developed and expanded various financial institutions.

A British steam warship represented in Kaigai Shinwa, a Japanese book about the First Opium War.  Book published in 1849.
A British steam warship represented in Kaigai Shinwa, a Japanese book about the First Opium War. Book published in 1849.

IV. There were major developments in transportation and communications including railroads, steamships, telegraphs and canals.



V. The development and spread of global capitalism led to a variety of responses.
Emmeline Pankhurst being arrested at King's Gate in May 1914.
Emmeline Pankhurst being arrested at King's Gate in May 1914.












VI. The ways in which people organized themselves into societies also underwent significant transformations in industrialized states due to fundamental restructuring of the global economy.

jueves, 9 de febrero de 2012

Finaliza la restauración de 'Cristo y la mujer adúltera' de Van Dyck

Finaliza la restauración de 'Cristo y la mujer adúltera' de Van Dyck

Amilcar Vasconcellos documento realizado por Juan Martín Sánchez.

Dr. Amilcar Vasconcellos (*) CARTA AL PUEBLO URUGUYO
de Juan Martín Sánchez, el jueves, 9 de febrero de 2012 a la(s) 9:17 ·
31 de enero de 1973.
Hace un siglo el Uruguay entraba a la etapa histórica que fue conocida por el "período militarista". Estos días han resurgido, y no por mera coincidencia, panegiristas entusiastas de Latorre. Naturalmente el país está entrando nuevamente a otro "período militarista". Naturalmente, con características diferentes al de entonces. Nuestro ejército no es el mismo y tiene más formación civilista e intelectual, lo que no era común en aquella época. "Las instituciones", por otra parte, y el respeto a las mismas, poseen ahora una fuerza de "hecho histórico" que nadie puede negar. Quien levante su mano para traicionarlas —nadie lo ignora— aunque pueda recoger el 'momentáneo aplauso de los serviles de turno y de los incautos que rinden tributo al vencedor de la hora, lleva consigo una mancha indeleble que recaerá no sólo sobre su persona sino que se volcará sobre sus descendientes. La técnica ha variado. Nadie, sin embargo, salvo por cobardía, por comodidad o por ceguera histórica tiene el derecho de ignorar que hay en marcha en este nuestro Uruguay —más allá de las declaraciones que se hayan hecho y que se puedan hacer— un movimiento que busca desplazar a las instituciones legales para sustituirlas por omnímoda voluntad de los que pasarían a ser integrantes de la "internacional de las espadas". El pueblo tiene que saberlo porque él, y sólo él, es capaz de evitar que esta afrenta, vergonzosa y ultrajante, pueda ocurrir. Los hechos son claros y la historia reciente. El ministro Legnani la señaló y analizó doctrinariamente en una nota singular que leímos en el seno del parlamento. Tuvo que renunciar porque no pudo proceder a remover a un jefe encargado de una misión de alta importancia para el ministerio y —en consecuencia— para el Poder Ejecutivo, o sea, en definitiva, para las instituciones. Esa nota del doctor Legnani no era otra rosa, como pudimos probarlo más tarde en la Asamblea General, que el comentario y contestación a un plan debidamente estructurado donde se establecían las bases conforme con las cuales se habría de proceder para dar un primer paso a efectos de ir apoderándose del control de la administración como etapa inicial que pudiera incluso llevar a planteos que motivaran roces o choques con las propias normas constitucionales. Todo esto fue leído en el parlamento. Las explicaciones que en tal emergencia diera el ya ministro doctor Malet —era un elemento de trabajo de un instituto de enseñanza militar— pudo aparecer como una ingenuidad de adolescente, como una "travesura parlamentaria" o como una "tomadura de pelo" de sus informantes. Empezaba recién su función y dada la alta opinión que sobre sus convicciones democráticas teníamos no hicimos mayor cuestión sobre ello. Las cosas han cambiado. Los mandos militares han hecho publicaciones enjuiciando al propio presidente de la república, sin conocimiento del ministro y naturalmente sin conocimiento del enjuiciado, y el ministro Malet —a quien se llevaron por delante dichos mandos— se solidariza con la crítica al Poder Ejecutivo e increíblemente se mantiene en la cartera ministerial. Y la prensa hace referencia a declaraciones de jerarcas militares que en esencia intentan justificar la subversión señalando: ella es la consecuencia de la corrupción, y para hacerla, al señalar que en tales o cuales sectores de la administración esta corrupción existe, no vacilan en incurrir en actos que son de por sí básicamente corruptores porque son subversivos al llevarse por delante sus mandos naturales y al entrar en declaraciones y valoraciones políticas que les están vedados. La corrupción existe no sólo cuando se usan mal los dineros del pueblo —y ésta es y debe ser sancionada por los órganos administrativos y judiciales pertinentes— existe también cuando se busca sustituir a los organismos normales de la administración por quienes no teniendo facultades ni autoridad para ello la asumen por el sólo hecho de tener la fuerza en sus manos. Alguna vez hemos escrito en circunstancias similares para el país de tristes recuerdos que no desearíamos ver repetir: "Es ladrón el que roba los dineros del pueblo; pero también es ladrón el que roba las libertades a un pueblo". Y aquello que dijimos en los días de nuestra zahoreña adolescencia lo reiteramos, más convencidos que nunca hoy, luego de un largo trajinar por la vida pública y por los caminos de la acción. La corrupción se corrige por los medios que la administración y la justicia tienen para ello; la subversión se corrige o se supera mediante la lucha sangrienta, dejando en el camino vida de inocentes, sacrificando el prestigio y el avance de un pueblo y muchas veces comprometiendo su propia independencia. Que alguien pretenda justificar la existencia de la subversión porque en algunos sectores aparezcan elementos de corrupción sólo puede explicarse si existe —como existe y lo hemos probado con lecturas de documentos en el parlamento—, un deliberado propósito de ir capitalizando hechos para justificar el progresivo desplazamiento del control de la administración —por ahora— para pasar: en el momento que Se estime oportuno al control del gobierno prescindiendo de las normas constitucionales vigentes. Eso está escrito en un documento que fue leído en la Asamblea General, contestado en un documento leído en el senado escrito por el doctor Legnani siendo todavía ministro de Defensa y sólo no lo entiende quien no quiera entenderlo o quien no tenga el coraje elemental de llamar las cosas por su nombre. No seremos nosotros quienes vayamos a sostener que este pensamiento vive en el espíritu de la inmensa mayoría del ejército nacional. Todo lo contrario. Conocemos la profunda indignación que a centenares de militares —en actividad y en retiro— provoca esta manera de proceder. Tampoco seríamos nosotros quienes afirmáramos que porque ha habido y hay actos de corrupción a cargo de muchos integrantes de las Fuerzas Armadas —que analizaremos en la interpelación que oportunamente realizaremos al doctor Armando R. Malet, solidario con los mandos en la censura al presidente de la república según hechos públicos—, la corrupción es una norma corriente en la vida castrense. Por el contrario. Conocemos gente de acrisolada honradez y sacrificada vida puesta al servicio de una vocación con afán de servicio. A algunos los hemos combatido en el plano político cuando en él han incursionado; pero no les haríamos el agravio de desconocer por nuestras discrepancias sus vidas ejemplares. Sabemos de los otros —y a ellos habremos de referimos en esa interpelación y ya en algunas oportunidades hemos incorporado a actas del senado pruebas, pruebas instrumentadas por organismos oficiales especializados— de hechos demostrativos de increíble corrupción. A nadie con sentido común puede ocurrírsele que porque ésta ha existido está comprometido el prestigio del ejército y que éste no tiene instrumentos y medios para sancionar y aun desplazar de su seno a aquellos que 'se han comportado de manera lesiva para las normas de corrección' y honor que le rigen. El que no siempre haya ocurrido así —y lo pondremos de manifiesto en el parlamento—, puede ser falla de los hombres que en su momento tienen en sus manos la labor del contralor; pero nadie puede concluir de ello que éste justifique tareas de subversión. El hecho real que el pueblo de este país tiene que saber es que más allá del silencio de unos, de la provocación de otros, del estímulo que los serviles de siempre brindan desde ya a lo que pueda ocurrir, la defensa de las instituciones está pura y exclusivamente en las manos del pueblo y en la responsabilidad de los partidos políticos. El plan trazado, que seguirá tomando institución por institución para tratar de desprestigiarlas acusándolas de tener en su seno elementos de corrupción, y convirtiéndose en fiscal acusador, sigue su marcha. El desplazamiento del poder público —o sea el poder político— mediante órdenes y circulares que tendrán que ser debidamente analizadas en la órbita parlamentaria por la gravedad que tienen en cuanto significan desplazamiento de los centros de poder y sustituir leyes por órdenes, sigue realizándose. Hay que centrar el problema en sus justos y reales términos para comprender la gravedad del momento que Uruguay está viviendo: un núcleo de hombres —que no están a la altura de su misión histórica— siguiendo leyes sociológicas conocidas de imitación, empiezan a pensar y están actuando ya —el documento a que hemos hecho referencia lo prueba— que la única fuerza organizada capaz de darle cohesión a un país en crisis son las Fuerzas Armadas. En otros países latinoamericanos la "soberanía radica en los cuarteles", según los gobernantes de turno y algunas mentes extraviadas creen que en el Uruguay el hecho igualmente puede ser cierto. Sabemos que la inmensa mayoría del ejército nacional —en todos sus sectores—, integrado por gente sana, moral y espiritualmente, hijos de un pueblo profundamente sano, saben que en esta tierra la ciudadanía radica en el pueblo y que sólo a éste toca designar su representación y elegir sus gobernantes. Hemos leído —estos días— con profunda pena por nuestro Uruguay, los títulos y comentarios de algunos diarios europeos tratando de describir nuestra realidad actual. El dilema para nosotros es muy claro: o defendemos las instituciones contra quien sea —subversión de donde venga y cualquiera que sea el pretexto que adopte y el nombre o condición del subversor—, o dejamos, los gobernantes por el pueblo, de cumplir con nuestra obligaci6n y entregamos al país al caos, a la dictadura que siempre lleva consigo todas las corrupciones, todas las arbitrariedades y todos los latrocinios. Estamos a tiempo: que se movilicen los partidos políticos; qué se adopten medidas a nivel gubernamental para que los ministros hagan respetar su investidura y no marchen al son que toquen sus subordinados; que cada uno actúe dentro de las atribuciones que les marca la ley. No tenemos duda de clase alguna que, para la defensa de las instituciones —salvo algunos sectores de espaldas al país— todos los partidos políticos responsables están dispuestos a aportar su esfuerzo. Todo es todavía simple con un poco de decisión; todo es inmensamente difícil ya que no hay ánimo y voluntad de decirle a la república: en el Uruguay sólo mandan las instituciones, fiel reflejo de la voluntad popular, a través de sus gobernantes electos por la ciudadanía en función dé las normas que regulan nuestro ordenamiento jurídico. Los demás, están de más. Y si entre su ambición personal y país, prefieren la primera, que le hagan un gran bien a la república, a sí mismos y a sus descendientes: que se retiren, todavía con honor, a la vida privada. . Que nadie se haga ilusiones: Latorre llegó y nadie ha olvidado cómo se tuvo que ir; los "LATORRITOS" que tratan de llegar —aunque puedan lograrlo mediante la ayuda de cobardes y traidores—, que no olviden la lección histórica.
(*) Dr. Amilcar Vasconcellos, Senador del Partido Colorado
FUENTE: 7 días que conmovieron al Uruguay, Cuadernos de Marcha, Nº 68, Montevideo, marzo de 1973