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lunes, 4 de abril de 2011

El regreso del mito charruista. Por Daniel Vidart

El regreso del mito charruista. Por Daniel Vidart.de Suena Tremendo - El Espectador, el Lunes, 04 de abril de 2011 a las 16:19
El regreso del mito charruista.

En el Uruguay ¿“se discrimina terriblemente a los charrúas, los judíos y los negros.”?

Daniel Vidart



Este guaraní sorprendido, trepado en un mangrullo y mirando en su derredor, pregunta a los miembros de la respetable Asociación de Descendientes de la Nación Charrúa: ¿dónde están los 115.000 “indígenas” residentes en el Uruguay, que desde esta altura no los veo? Esta es la cifra expresada, y creo no haber leído mal. Debo señalar también, con asombro, que en las mismas declaraciones los “descendientes” se olvidan que son tales y se proclaman “charrúas” sin más. (Diario La República, 27 de marzo). Según sus previsiones, aumentará el número de “charrúas reconocidos” en el próximo censo de población. Por otra parte, denuncian que son discriminados, al igual que los judíos y los negros.



Dicho lo anterior, deseo aclarar por qué escribí al comienzo de mi nota “Este guaraní sorprendido”. Aquí va la explicación. Si bien predominan en mis genes los de una doble ascendencia vasca, desciendo también de una retatarabuela guaraní misionera que tuvo una hija con Artigas. Este antecedente, según la retórica de los honorables miembros de la citada Asociación, me convertiría en guaraní. Al razonar desde tan parcializado punto de vista, el hecho de ser descendiente de indígena, por lejano que fuere, otorgaría dicha calidad. Si adoptaran semejante actitud los descendientes actuales del amasijo humano que dio origen a la oriental población triétnica podrían también declararse “negros” o “blancos” de modo excluyente. Con signo opuesto, una realidad similar tuvo lugar en la Alemania hitleriana: 1/8 de “sangre judía” bastaba para definir la identidad de los que fueron incinerados en el Holocausto.



En mi caso sería un indio desertor, pues me considero un modesto heredero americano de la cultura de Occidente, al igual que, les guste o no, los pretendidos charrúas que escuchan la radio, ven televisión, se conectan por Facebook o Tweeter(cuando tienen acceso a estas redes), bailan música tropical, tiran la taba al igual que los griegos, juegan al truco como los colonizadores españoles y toman mate como nos enseñaron a hacerlo los guaraníes: hoy hasta los sirios de Medio Oriente se desviven por un rico amargo.



Me gustaría también preguntarle a la distinguida Dra. en medicina Cinthia Pagano como ha comprobado que el ADN del 35% de nuestra población tiene “ ascendencia por línea recta charrúa” y no guaraní, o chaná-timbú, o mínuán. En efecto, los minuanes o guinuanes eran los verdaderos ocupantes de la casi totalidad de nuestro territorio en el tiempo de la Conquista, y no los charrúas, según los innegables datos ofrecidos por el Dr. Diego Bracco en eruditos y documentados libros. Los charrúas instalados hacia el 1500 en la esquina sudoccidental del país tenían el grueso de sus representantes en la otra Banda del río Uruguay. Recién entraron en masa desde la Mesopotamia Argentina y Santa Fé, sus tradicionales hogares, en el siglo XVIII. Venían huyendo de una cruenta embestida española, criolla y misionera. Hacia el 1830 solamente restaban 600, como consta en fidedignos documentos de la época. Luego de ser diezmados en múltiples encuentros donde lucharon heroica y dignamente, se unieron con los minuanes para la última resistencia. Desde el punto de vista tribal fueron liquidados en Salsipuedes en el 1831. Muy pocos representantes del grupo subsistieron después de haber perdido unos 150 guerreros y tomados prisioneros escasos combatientes junto con los niños y las mujeres. Los que escaparon de la matanza huyeron al Brasil luego de haber acabado con Bernabé Rivera en Yacaré-Cururú. Años más tarde, gracias a la generosidad de su propietario, una cincuentena de ellos se estableció en una estancia de Tacuarembó, donde regresaron a un lánguida y sedentaria vida tribal hasta que los mató una epidemia.



No desaparecieron los genes de las distintas parcialidades indígenas -y no solo de la charrúa- diseminadas entre las generaciones de mestizos de toda laya donde figuraban los pardos- indio con blanco- y los zambos -indio con negro-.

La principalía numérica y el impacto cultural de la etnia guaraní han sido sistemáticamente desconocidos por los charruistas y charruófilos contemporáneos.



Me gustaría recorrer el país y encontrar las tolderías de esos sedicentes charrúas a quienes les escucharía hablar en su hoy desconocido idioma (han sobrevivido en los recuentos librescos, y no en el habla cotidiana, menos de 80 palabras), contemplar sus dedos sin falanges en señal de duelo familiar, verlos armar sus paravientos de juncos, reencontrarme con sus costumbres hoy devoradas por el olvido y aprender mucho acerca de sus creencias sobre el Universo, la Naturaleza, el Acá profano y el Más Allá sagrado.



Ser indígena, estimados compatriotas de epidermis cobriza, es, antes que nada, poseer cultura indígena y ejercerla, pertenecer a una etnia homogéneamente integrada y ocupar un territorio más o menos definido donde subsistir, mediante géneros de vida distintos a los de Occidente. Francisco del Puerto, el grumete de Solís sobreviviente a la matanza, y no festín caníbal, era un “guaraní” espiritual, si así cabe decir, al salir remando del Delta del Paraná para juntarse con Gaboto. Cuando éste atacó alevosamente a los indios, Paraná arriba, del Puerto desertó y se puso al frente de sus hermanos. De nada valieron los genes európidos ni la piel blanca. Sobre lo somático prevaleció lo cultural. Así fue y es la cosa, y no como proponen los neorracistas criollos.



Por lo demás, es temerario afirmar que se es descendiente de charrúa, o charrúa propiamente dicho- lo cual constituye un sinsentido- sin pruebas fehacientes. Recuérdese que aquellos nómadas cazadores y recolectores – pese a la agricultura primigenia que algunos entusiastas le atribuyen- tenían un contingente humano mucho menor que el de los guaraníes. Estos, a fines del siglo XVIII, entraron casi torrencialmente desde las Misiones, abolidas por la Real Pragmática de Carlos III en el año 1767.De los treinta mil expulsados quince mil vinieron a la Banda Oriental. Los que quieran enterarse de su historia e importantísimo legado deben consultar el reciente libro de Susana Rodríguez y Rodolfo González En busca de los orígenes perdidos.



La ascendencia somática no determina el lenguaje, la vida social, el utillaje, las escalas de valores y las creencias religiosas de quienes tienen antepasados indígenas. En el Uruguay NO existen indios propiamente dichos, y los descendientes de las etnias solariegas, que por cierto los hay y yo figuro entre ellos, no pueden ni deben autodenominarse charrúas, guaraníes, yaros, o, menos aún, arachanes.



Con el mismo criterio que se utiliza para hablar de charrúas contemporáneos los gallegos deberían autodenominarse celtas, ya que los genes de aquellas arcaicos pobladores se almacenan aún en sus cuerpos.



No se discrimina a los charrúas en este país porque no existen como tales. El pobrerío rural sí, lamentablemente, es muchas veces explotado y casi siempre olvidado.



Viven en el Uruguay miles de judíos que nadie discrimina: si así fuera no había tres ministros como los que actualmente honran nuestro gabinete, ni escritores, artistas, profesionales, comerciantes, industriales y buenos vecinos que nadie desprecia, maltrata, marginaliza o asesina como hicieron los nazis ayer y hoy el desaforado mandamás iraní grita a los cuatro vientos que quiere ahogar en el Mediterráneo.



Tampoco se desprecia o marginaliza por el grueso de nuestro pueblo a los nobles, cordiales y sacrificados laburantes negros, uruguayos hasta el tuétano, si bien mantienen en alto algunas tradiciones del solar africano. No puede negarse, empero, que existe un ninguneo económico, pues ocupan un lugar muy bajo en la escala social: el estigma de la esclavitud los condenó a ser pobres. Y cuando se es muy pobre no se puede comer bien, ni estudiar, ni subir en los ascensores del status. Solamente alguno que otro elitista de nariz levantada no les reconoce una condición humana – en esta patria “naides es más que naides”- pareja con la suya. Un viejo prejuicio etnocentrista y despectivo todavía flota en el agua del tiempo….



De los afrodescendientes hemos asimilado rasgos como el candombe, los repiques de tamboril y la gracia carnavalesca de las comparsas y las llamadas. También se han incorporando algunas voces africanas, escasas aunque vivientes y dicientes, al habla popular. No pasa lo mismo con las palabras charrúas. No he sentido hablar esta lengua, ni escuchado zumbar las flechas, ni he visto pintar quillapíes sobre cueros de venado en mis visitas a la campaña de donde provengo y me precio conocer. He descubierto, si, muchos “ojitos de yacaré” y “pelos chuzos”, pero eso no equivale a charruismo puro sino a mestizaje masivo. Todos esos paisanos de rostros aindiados, muchos de los cuales han emigrado a las orillas de las ciudades, son portadores criollos de la cultura de Occidente, ya en sus aspectos tradicionales, ya en los que los mass media han difundido por el orbe entero.



Por otra parte es fácil comprobar que numerosos accidentes geográficos del territorio registran nombres guaraníes, asignados por los “camiluchos” troperos que por centenares arreaban ganados cimarrones a las estancias misioneras. En cambio no sobreviven más de tres o cuatro toponímicos charrúas y minuanes.



Una última advertencia. Sería catastrófico que en el próximo censo de población, como expresamente lo celebran los “charrúas discriminados” y “documentan” los genetistas indianófilos, se dejara librada al capricho, ignorancia o talante bromista del encuestado la mención de una autoasumida “raza” amerindia. Ha sido tan notoria la mezcla de etnias en tierra adentro que hoy una buena parte del pueblo uruguayo, somáticamente hablando, es un estuario y no un manantial de genes. Pero son legión, también, los descendientes por parte de padre y madre de “los que bajaron de los barcos”. Constituyen una innegable mayoría que nada tiene que ver con la indianidad.



Finalmente, los inventores de una mítica Charrulandia olvidan que fueron muchos más que los charrúas los esclavos africanos, que sus descendientes trabajaron en las estancias y que miles de ellos engrosaron los contingentes de gauchos negros y los batallones de heroicos soldados de la independencia y las guerras civiles. Artigas murió rodeado por negros fieles y no por indios charrúas. Con esto no quiero desconocer que el gran héroe civil y pensador político confió siempre en el valor y destreza de los pocos y aguerridos charrúas que de tanto en tanto se incorporaban a sus ejércitos populares. Pero fueron miles los guaraníes que con Sití, Andresito y otros jefes derramaron su sangre por la causa artiguista.



Vuelvo a mi anterior sobresalto demográfico. Resultaría poco serio incluir preguntas de carácter antropológico libradas al criterio del entrevistado sin una garantía científica que avalara las respuestas. No hay más que una sola raza: la humana. Aprendamos a ser, como los estoicos, ciudadanos del mundo.

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