El Partido Colorado, el gobierno y el Estado antes y después
de la Revolución de las Lanzas
Orden, exclusión y aprendizaje político en el Uruguay del
siglo XIX
En la historia política del Uruguay, pocas coyunturas
marcaron con tanta fuerza la relación entre partidos, gobierno y Estado como la
Revolución de las Lanzas (1870–1872). Vista desde la perspectiva del Partido
Colorado, esta guerra civil no fue simplemente una sublevación armada del
Partido Nacional, sino un episodio decisivo que obligó al coloradismo a revisar
su concepción del poder, del ejercicio del gobierno y del propio sentido del
Estado oriental. Antes de 1872, el Partido Colorado se pensaba a sí mismo como
partido natural de gobierno, heredero de la defensa de Montevideo durante la
Guerra Grande y garante del orden republicano frente a lo que percibía como la
persistencia del caudillismo rural. Después de la Revolución de las Lanzas, sin
abandonar esa autopercepción, el coloradismo comenzó a aceptar —no sin
resistencias— que la estabilidad política exigía algún grado de integración del
adversario. Ese tránsito, más pragmático que ideológico, fue uno de los
cimientos del Uruguay moderno.
El Partido Colorado y el gobierno antes de 1870
Concepto principal: Gobernar como responsabilidad histórica
Desde la óptica colorada del siglo XIX, el partido no era
solo una organización electoral, sino una estructura política estrechamente
ligada a la existencia misma del Estado. Como señala José Pedro Barrán, tras la
Guerra Grande el Uruguay quedó marcado por una identificación casi automática
entre legalidad, gobierno y coloradismo (Barrán, 1998). En esa visión, el
Partido Colorado encarnaba: La defensa del orden constitucional. La centralidad
de Montevideo como sede del poder. La apertura al comercio internacional y a la
modernización económica. Una concepción liberal del Estado, aunque limitada en
términos de participación política. El Partido Nacional, en cambio, aparecía en
el discurso colorado como un actor estructuralmente disruptivo, asociado al
interior rural, al liderazgo personalista y a la resolución armada de los
conflictos. No se trataba solo de una rivalidad partidaria, sino de dos modelos
de país en tensión: uno urbano, institucional y comercial; otro rural,
caudillesco y territorial.
El legado de Venancio Flores y el “gobierno de partido”
La figura de Venancio Flores y la Cruzada Libertadora de
1863 consolidaron una idea central del coloradismo decimonónico: el partido
vencedor gobierna y el derrotado acepta el resultado. Esta lógica, común en las
repúblicas latinoamericanas del siglo XIX, no concebía la alternancia como un
principio democrático, sino como el desenlace de la lucha política, incluso
armada (Pivel Devoto & Ranieri, 1966).
Desde esta perspectiva: El ejercicio exclusivo del poder no
era visto como autoritario, sino como legítimo. La exclusión del Partido
Nacional del gobierno se entendía como una consecuencia natural de su derrota.
El uso de la fuerza estatal era considerado un recurso válido para preservar el
orden.
En este contexto, el Partido Colorado se asumía como
custodio del Estado, y cualquier intento de sublevación era interpretado como
un ataque directo a la legalidad republicana.
La Revolución de las Lanzas: una lectura colorada del
conflicto
Cuando en 1870 estalló la Revolución de las Lanzas,
encabezada por Timoteo Aparicio, la reacción dominante en el coloradismo fue de
rechazo frontal. Para el gobierno y gran parte de la dirigencia colorada, la
insurrección no era un reclamo político legítimo, sino una nueva expresión del
caudillismo armado que impedía la consolidación institucional del país.
En los discursos oficiales, la revolución fue presentada
como:
Una amenaza al orden constitucional.
Un obstáculo para la modernización del Estado.
Un retroceso hacia la lógica de las guerras civiles.
Esta interpretación se apoyaba en una concepción rígida de
la legalidad: el gobierno era legal porque había triunfado, y cualquier
levantamiento contra él era, por definición, ilegítimo (Nahum, 1994). Sin
embargo, incluso durante el conflicto comenzaron a emerger voces —minoritarias—
que advertían que la reiteración de las guerras civiles revelaba un problema
más profundo: la incapacidad del sistema político para integrar a una parte
sustancial de la sociedad.
La Paz de Abril de 1872: un quiebre pragmático
La Paz de Abril, firmada en 1872, marcó un punto de
inflexión. Aunque el Partido Colorado mantuvo el control del gobierno nacional,
aceptó un esquema de coparticipación administrativa que reconocía al Partido
Nacional un lugar en la gestión del Estado.
Desde la visión colorada, este acuerdo no fue celebrado como
una victoria democrática, sino asumido como una solución necesaria para poner
fin a un ciclo de violencia. Como sostiene Carlos Real de Azúa, la
coparticipación fue menos un acto de convicción que un reconocimiento de los
límites del exclusivismo político (Real de Azúa, 1984).
El cambio fue significativo:
Se reconoció, aunque implícitamente, que la exclusión
absoluta generaba inestabilidad.
El adversario dejó de ser visto solo como enemigo para
convertirse en un actor a integrar, al menos parcialmente.
El Estado comenzó a diferenciarse —lentamente— del partido
gobernante.
Consecuencias ideológicas dentro del coloradismo. Después de
1872, el Partido Colorado no abandonó su autopercepción como fuerza dirigente
del país, pero comenzó a redefinir su relación con el poder. El aprendizaje fue
gradual y lleno de tensiones internas. Algunos sectores siguieron defendiendo
la idea del gobierno fuerte y excluyente, mientras otros comenzaron a aceptar
que la estabilidad requería reglas de juego más amplias. Esta tensión atraviesa
al coloradismo hasta fines del siglo XIX y se proyecta en los debates que
preceden al batllismo. Barrán y Nahum destacan que la pacificación posterior a
la Revolución de las Lanzas permitió al Partido Colorado concentrarse en la
construcción del Estado moderno: administración, infraestructura, educación y
legislación (Barrán & Nahum, 1979). Sin la experiencia traumática de
1870–1872, difícilmente se habría producido ese giro.
De la defensa del orden a la integración política
En perspectiva histórica, la Revolución de las Lanzas obligó
al coloradismo a reconocer una verdad incómoda: el orden impuesto sin
integración era frágil. La estabilidad no podía sostenerse únicamente en la
victoria militar o en la legalidad formal. Este aprendizaje fue clave para: La
posterior aceptación de acuerdos interpartidarios. La consolidación del Estado
como árbitro, y no solo como instrumento del partido gobernante. La evolución
hacia un reformismo estatal más inclusivo, que encontraría su máxima expresión
en el batllismo del siglo XX. Como señala Gerardo Caetano, la historia política
uruguaya se caracteriza por una temprana comprensión de que la paz civil era un
requisito para el desarrollo institucional, incluso antes de la plena
democratización (Caetano, 2011).
Conclusión
Desde la visión del Partido Colorado, la Revolución de las
Lanzas fue inicialmente un desafío al orden y a la legalidad. Sin embargo, sus
consecuencias obligaron al coloradismo a revisar su concepción del poder,
aceptar límites al exclusivismo y reconocer que el Estado debía integrar, y no
solo dominar. Antes de 1872, el Partido Colorado se concebía como
partido-Estado, con un derecho casi natural a gobernar. Después de la
revolución, comenzó —lentamente— a transitar hacia una visión en la que el
gobierno debía garantizar estabilidad a través del acuerdo, no solo de la
imposición. En ese sentido, la Revolución de las Lanzas no solo cerró el ciclo
de las guerras civiles del siglo XIX, sino que abrió una etapa decisiva en la
maduración política del coloradismo y del Estado uruguayo.
Referencias
Barrán, J. P. (1998). Historia de la sensibilidad en el
Uruguay. Montevideo: Banda Oriental.
Barrán, J. P., & Nahum, B. (1979). Historia rural del
Uruguay moderno (Tomo I). Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental.
Caetano, G. (2011). El nacimiento del sistema de partidos
en el Uruguay. Montevideo: Taurus.
Nahum, B. (1994). Manual de historia del Uruguay.
Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental.
Pivel Devoto, J. E., & Ranieri, A. (1966). Historia
de la República Oriental del Uruguay. Montevideo: Medina.
Real de Azúa, C. (1984). Uruguay: ¿una sociedad
amortiguadora? Montevideo: CIESU.

No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.