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martes, 11 de octubre de 2011

El Batllismo y la Propiedad de la Tierra.

"La propiedad territorial es una de las pocas bases del impuesto que el Comité Ejecutivo propone que sea aceptada por la Convención. La propiedad privada es una gran injusticia. El mundo puede decirse sin equivocarse, es de todos. El que viene al mundo viene con el derecho de poner los pies, por lo menos en él. Y, tal como está organizada la sociedad, hay muchos que nacen sin tner donde asentar sus pies. La propiedad, en realidad, no debe ser de nadie, o más bien dicho, debe ser de todos; y la entidad que representa a todos es la sociedad.(...)El propietario no es el único responsable del mal existente, lo somos todos. Y es por medio de las leyes que debe llegarse al resultado..."
Algunas manifestaciones del Georgismo en José Batlle y Ordóñez, el 20 de junio de 1925 El Día publicaba su discurso en la Convención del Partido Colorado. En esa ocasión Batlle sostenía la necesidad de tomar como de tributación la propiedad territorial, que era para Batlle un hecho consumado. De modo que la propiedad aparece como el resultado de un consenso social que no debe ser vulnerado por el Estado, ahora siguiendo a Ahrens. Por lo tanto la única solución para el batllismo en su primera época era el impuesto progresivo para detener el interés de posesión de gandes extensiones, esto se complementaría con otras medidas proteccionistas.
"El impuesto progresivo sobre la tierra, es decir, un impuesto que va siendo cada vez mayor, a medida que el valor de la tierra aumenta, hace que el interés de tener grandes propiedades disminuya si no se las emplea en forma que produzcan utilidades extraordinarias(...)Si las grandes propiedades pagaran fuertes impuestos y las pequeñas no, estos agricultores no serian expulsados de las tierras que cultivan; habrían quedado en ellas con muy poco esfuerzo y sacarían de ellas todo el fruto de su trabajo"
Ver: Delio, Luis María. Nuevo enfoque sobre los origenes intelectuales del batllismo. FCU, 2007. 456 y Ss.http://tl.gd/dirfk2 · Reply

lunes, 10 de octubre de 2011

El Batllismo según Julio A.Louis

El Batllismo según Julio A.Louis:

"El elenco batllista de políticos profesionales está imbuído de una concepción ideológica burguesa avanzada asentada en aportes intelectuales sólidos (Henry George, Franz Ahrens, el radicalismo francés, la masonería garibaldina, etc.) del que Batlle y Ordóñez es la más preclara figura. En la defensa de un capitalismo más independiente y humanizado, ese elenco oficia de vanguardia intelectual y política de la clase burguesa industrial, compuesta de elementos más incultos, atrasados y defensores de sus intereses inmediatos, sin una visión de amplio alcance" Cita a Carlos Real de Azúa,"La política batllista logra aglutinar un extenso bloque histórico donde los sectores dirigentes del empresariado nacional progresista y su intelectualidad orgánica logran hegemonizar un extenso y compacto núcleo de clases subalternas: pequeños productores, asalariados y empleados estatales, estudiantes e intelectuales, neutralizando y ganado para el bloque importantes sectores obreros. Mientras tanto, lograba imponer la hegemonía de su modelo por sobre el sector agrario tradicional, sin que ello significase una ruptura con el mismo"(...) La confluencia de intereses entre estos políticos profesionales y sus aliados sociales engrandece la obra del reformismo batllista, pero a la vez limita la experiencia, ya que los apoyos sociales no participan constantemente de la actividad política. Y no participan porque el batllismo no puede contentar a la vez a todos los sectores en pugna.

Ver: Louis, Julio A. Batlle y Ordóñez:apogeo de la democracia burguesa del batllismo relegado al reformismo renacido. ARCA, Montevideo, octubre 2011. Pp. 7-13


lunes, 3 de octubre de 2011

Memorias del CHE, Felipe Pigna


Memorias del “Che” a los 83 años
El 9 de octubre de 1967 moría asesinado en La Higuera, Bolivia, Ernesto "Che" Guevara, mientras intentaba llevar la revolución a América del Sur. 
Médico, político y guerrillero revolucionario, fue comandante del ejército que derrocó al dictador Fulgencio Batista en enero de 1959. Se convirtió, tras el triunfo de la Revolución Cubana, en uno de sus principales referentes.      
A continuación reproducimos un artículo de Felipe Pigna, donde repasa momentos emblemáticos de la vida del “Che”.
Autor: Felipe Pigna
‘¡Póngase sereno y apunte bien! ¡Va a matar a un hombre!”, dijo aquel combatiente vencido, con la vista nublada por el dolor y la derrota aquel mediodía del nueve de octubre de 1967 en la escuelita de “La Higuera”, mientras divisaba borrosamente a su verdugo, el soldado boliviano Mario Terán.
El hombre que había nacido en Rosario un 14 de junio de 1928, estaba prisionero tras su último combate en la quebrada del Churo la tarde anterior, y allí en su encierro en la espera del final, entre interrogatorios y agentes de la CIA, tuvo una larga noche para pensar y recordar, en la que probablemente vinieron a su mente muchas cosas, imágenes de una vida intensa, interesante, casi plena.
Una vida que no dejaba de pasar por aquel lugar indescriptible ubicado en algún sitio entre las pupilas y la memoria. Desfilaban imágenes de una tarde de sol allá en Alta Gracia adonde los Guevara se habían mudado cuando él tenía 4 años para atenuar su asma. Veía nítidamente las caras de sus hermanos, de su padre y de su madre, Celia, la que lo animaba a animarse a más, la que nunca hizo de Teté un niño enfermizo, la que estimulaba su natural temeridad. Sentía en aquel piso de tierra boliviana, un partido de rugby de hacía treinta años en el que no importaba nada más que ganarle al asma y a los contrarios. Llegaban entre los reclamos de dolor de su pierna herida de bala, fotos blanco y negro de aquel día en las minas de Potosí con olor a explotación, recuerdos de su querido Mariano Moreno, que estuvo y vio y puso en letras el sufrimiento centenario de los mineros que en aquel 1952 iban armados en camiones, luchando por la revolución, en aquel mismo país en el que ahora él estaba muriendo por la misma causa. Seguramente se acordaba de su gran viaje, a la manera de su admirado Conrad al “corazón de las tinieblas”, aquel viaje en el que, como médico que era le pudo tomar el pulso a la América real, la que nadie quería ver, sobre todo en un país tan “europeo” como la Argentina. Vio de cerca aquellas vidas que según ellas mismas “no valían nada”, jóvenes de 20 que parecían de 40, la tuberculosis,  la muerte joven, infantil, enfermedades llamadas desde siempre “evitables” o cínicamente calificadas como “sociales”. Recordaba aquella maravillosa primera vez que pensó en que se podía curar de a muchos, en “remediar”, “erradicar”, “operar”, y se dio cuenta de que entre la medicina y la política había muchas más conexiones de las que le habían enseñado en aquella facultad que formaba doctores de chapa en la puerta.
Recordaba como en Perú conoció el dolor del leprosario y la urgencia del remedio y leyó a Mariátegui y se emocionó en Machu Picchu, como Neruda.
Mientras Terán tambaleaba y él tenía que hacer el esfuerzo sobrehumano de tener que entender a su ocasional asesino, de tener que sobreponerse a la bronca y saber que su último aliento le iba a ser quitado por alguien que obedecía órdenes de muy arriba, tan arriba como Washington, mientras pensaba que no tenía que pensar, seguramente su cabeza no paraba y se acordaba de la primera vez que había tomado un fusil en aquella Guatemala de Jacobo Arbenz, el hombre que se había atrevido a la United Fruit soñando la reforma agraria y la tierra para todos. Allí fue, en 1954, en los comités de defensa contra aquella invasión norteamericana que, a falta de armas de destrucción masiva, argumentó que el ejemplo guatemalteco era nocivo para la región, cuando le vio la cara nítidamente a su enemigo.
Seguramente recordó su avidez por la lectura, aquella desesperación por los libros, por aquellas historias de héroes absolutamente románticos, que lo llevaban por mares, selvas y valles, y aquel diccionario filosófico que se animó a escribir en plena adolescencia.
Se le borraban algunos detalles, pero se acordaba de aquel día de 1955, cuando se produjo su encuentro con Fidel, del plan de invasión a Cuba, de la carta a sus “viejos”, de su definitivo cambio de vida y de su entrada a la historia. Entonces era ya padre de una niña, Hildita, que dejaba en México y se jugaba a suerte y verdad en un yate con otros 80 devolviéndole el favor a Martí, aquel patriota cubano que supo ser cónsul argentino en Nueva York. Sí, tenía presentes aquellas líneas que escribió en aquellos amaneceres: He pasado la vida buscando la verdad a viva fuerza y ahora, hallado el camino y con una hija que me perpetúa, he concluido el ciclo. Desde ahora en adelante no consideraré mi muerte como una derrota”.
En aquella nebulosa de sol y tiempo final, había lugar para pensar en aquellos doce que quedaron tras el desembarco  y que entre el hambre y el peligro permanente de que todo terminara en aquella sierra que tendría para él mucho de maestra, la vida le iba a regalar una anécdota, a facilitarle las cosas cuando más se le estaban complicando. En pleno combate había tenido que elegir entre su equipo de médico y su fusil. Recordaba que a partir de entonces fue el comandante Guevara, un hombre de consulta del jefe máximo y el responsable de uno de los frentes clave del ejército rebelde.
Rememoraba cuando su voz, ya suavemente impregnada de Caribe, había llegado a toda América a través de una grabación del periodista Jorge Massetti de la Radio El Mundo de Buenos Aires y dos años después tomaba Santa Clara y daba la última batalla abriendo el camino de los “barbudos”  a La Habana.
Recordaba seguramente su paso por el funcionariado, ministro de Industrias, embajador itinerante de Cuba en el mundo. Pero su vida no era de escritorios y pasó a la acción primero en el corazón de África, en el Congo y Tanzania, donde intentó poner en práctica su libro la Guerra de guerrillas que había publicado unos años antes.
Aquella tarde de octubre le traía memorias de su huída de Tanzania, su vuelta a Cuba, sus primeros enojos con la ortodoxia soviética y su decisión de hacer la revolución en Argentina, la despedida de sus hijos y aquella carta que se haría famosa. “Sobre todo, sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo.”
Había llegado el vmomento que años más tarde Terán recordaría“Ése fue el peor momento de mi vida. En ese momento vi al “Che” grande, muy grande, enorme. Sus ojos brillaban intensamente. Sentía que se echaba encima y cuando me miró fijamente, me dio un mareo. Pensé que con un movimiento rápido el “Che” podría quitarme el arma. ‘¡Póngase sereno –me dijo– y apunte bien! ¡Va a matar a un hombre!’ Entonces di un paso atrás, hacia el umbral de la puerta, cerré los ojos y disparé”.1
Así terminaba aquella vida, la del hombre que hoy tendría  83 años, pero quedó joven para siempre en aquella foto presente a toda hora en cualquier lugar del mundo, en donde haga falta.
Referencias:
1 Testimonio del suboficial Mario Terán, publicado en la revista Paris Match, octubre de 1977.
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Fuente: www.elhistoriador.com.ar
 

miércoles, 21 de septiembre de 2011

El estado y la sociedad. Batlle 1916



" Durante el periodo batllista, el Estado adquiere el carácter universal de representación de la sociedad en su conjunto, a partir de las manifestaciones cuyos fundamentos se ubican en el campo de la eticidad. Este será uno de los rasgos caracterizadores del programa batllista, explicando el tratamiento especial dispensado por el líder del movimiento al problema social. La mayoría de los autores, reconocen esta preocupación del batllismo por atender las demandas de los sectores populares, con un espíritu nivelador o amortiguador de las desigualdades socioeconómicas, y que este aspecto constituiría lo novedoso y la razón de su éxito político. La idea de un crecimiento económico de la sociedad y la intervención estatal como elemento de apoyo del desarrollo era algo que los liberales constitucionalistas también admitían. En las conferencias del Dr. Carlos M. Ramírez, se ven los vínculos de complementariedad que la política y la economía tenían(...) El batllismo aborda la cuestión social, desde una perspectiva ética cuya filiación correspondería a los principios de la doctrina krausista. Este concibe al derecho(Estado) como un sentimiento que se manifestaba aun cuando la moral no actuara."

Ver:
Conceptos claros, El Día, 30 de marzo de 1916.
"Enriquecer al Estado es enriquecer a todos sus componentes(...) si el Estado es rico y bien administrado, el dinero que recibe inmediatamente se distribuye en obras de beneficio general. El Estado no guarda nada... lo devuelve en obras, caminos, escuelas, puentes, industrias nuevas e instituciones de cultura"
Delio, Luis María. Nuevo enfoque sobre los orígenes intelectuales del batllismo, Pp.448 y 449. FCU 2007

creartehistoria: 1968: año de revueltas que son patrimonio mundial

creartehistoria: 1968: año de revueltas que son patrimonio mundial

viernes, 16 de septiembre de 2011

Tomado del Blog: Lista 101 -Batllismo


BALTASAR BRUM - Discurso de su asunción como Presidente de la República

 

1º de marzo de 1919

Señores Legisladores: Al ascender hasta la Presidencia de la República , por la voluntad de la mayoría de esta Honorable Asamblea.- en que encarna la soberanía de la Nación ,- contraigo la más grande responsabilidad que pueda gravitar sobre un ciudadano, como es el honor de que se me hace objeto, el de más alta consideración que puede otorgar una democracia.
Acepto el prominente compromiso que una y otra me crean, confiando en que sabré, en todo momento, estar a la altura de aquélla y hacerme digno de éste, para lo cual me bastará ajustar mis procederes gubernativos al amor que profeso a mi patria, a mi vehemente anhelo de verla cada vez más próspera, más bien organizada, más feliz, cada vez más grande y más digna de la consideración del mundo.-
No se me oculta, desde luego, que si todo cambio de gobierno provoca en el país una general expectación ésta ha de presentar ahora ante mi juventud y mi breve vida pública, caracteres de ansiedad. Pero ello no me desalienta; por el contrario estimulará una más grande meditación de mis actos con una mayor actividad para realizar el bien. Y espero que, señores, no os daré motivos para que os arrepentáis de la confianza que habéis depositado en mí.
Yo no soy un desconocido, ni para vosotros ni para el país. He trabajado activamente en los gobiernos de los señores Batlle y Viera, desde los Ministerios de Instrucción Pública, Relaciones Exteriores, Interior y Hacienda, y esa colaboración, mantenida durante más de cinco años consecutivos, con gobernantes cuya labor patriótica y fecunda colocó a la República en un alto rango, acusa bien las condiciones fundamentales de mi personalidad moral y política y es antecedente que debe sugerir una idea cabal de mi gestión futura, ya que se infiere siempre mejor la obra que realizará un ciudadano de sus cosas hechas que todas sus promesas o sus frases más o menos resonantes.-
Sin embargo, con arreglo a la costumbre de que cada Presidente de la República hable en este acto de sus planes generales de gobierno, de sus orientaciones políticas y administrativas, voy a expresaros, en síntesis, mis principales ideas y propósitos, esperando que ellos han de interpretar fielmente los intereses y las aspiraciones nacionales y han de merecer, por lo mismo, la aprobación general.
En el régimen constitucional que hoy se inicia han sido limitadas considerablemente las funciones del Presidente de la República y acrecidas las atribuciones legislativas.
El Poder Ejecutivo ha sido delegado al Presidente y al Consejo Nacional de Administración, estando perfectamente determinadas las facultades propias de cada uno de esos Poderes.
De mis arraigadas convicciones colegialistas, de mi intervención personal en la Comisión delegada de los partidos que redactó la nueva Carta Fundamental, y del empeño que puse durante las tareas de aquélla, en que se restringieran, todo lo posible, las funciones del Presidente y se ampliaran las de Consejo, se infiere la alta opinión que tengo de este nuevo organismo.
He de trabajar en concordancia con él, guardando el debido respeto a sus atribuciones y procurando que los dos órganos ejecutivos de la Nación se complementen en un amplio esfuerzo armónico, para servir con éxito los intereses del país. Tengo plena confianza en tal acción y espero que ella ha de justificar a actitud de los que, ante la imposibilidad de hacer triunfar íntegramente nuestro programa colegialista, profesado con íntima convicción, hemos luchado por la fórmula que consagró, al fin, la Asamblea Constituyente.
Llevado por mi partido político a la Presidencia de la República y creyendo, con toda sinceridad, que éste es el mejor para gobernar el país, procederé de acuerdo con sus orientaciones, eligiendo mis colaboradores, con la más amplia elevación de miras entre sus hombres o entre los ciudadanos que estén de acuerdo con aquéllas.
La nueva organización constitucional estimulará, estoy seguro el ejercicio de la soberanía en sus múltiples funciones, provocando una intensa actividad democrática en el país.
En cierta parte de su población, que ha creído servir bien a la patria con ser tan solo, factor eficiente de su riqueza, hay una señalada hostilidad contra la política y los políticos, cuyas actividades reputan de calidad inferior.
Esta creencia, tan en pugna con las ideas republicanas, va disminuyendo, felizmente, cada vez más. La cultura general, que se difunde día a día y la actuación austera de los hombres que han ejercido el gobierno en los últimos lustros, han vigorizado, en el espíritu público, los sentimientos democráticos y la fe en las luchas cívicas, organizándose así diversas agrupaciones, además de los dos grandes partidos tradicionales. Considero esto un gran bien, porque no puedo concebir una democracia verdaderamente organizada sin que sea el interés por las cuestiones públicas una de las principales preocupaciones y motivos de acción de los ciudadanos.
El nuevo régimen facilitará la actuación de núcleos dispersos y estimulará aquellas actividades, las que a fuerza de repetirse, con motivo de la frecuencia de los actos eleccionarios y en virtud de las garantías que se les acuerdan, llegarán a adquirir el ritmo regular y tranquilo de las demás funciones normales de la vida nacional.
Por mi parte, señores, me considero con derecho, en virtud de mis antecedentes, a que se confíe en la rectitud con que he de proceder ante esas luchas, para mí tan hermosas, de la democracia, y especialmente ante el acto fundamental del sufragio. Espero que he de merecer esa confianza de mis compatriotas, puesto que es bien conocida mi actuación pasada en los asuntos electorales. Siendo, en efecto, Ministro del Interior, se efectuaron las elecciones de Senador por el Departamento de Florida y los de Constituyente, habiéndose realizado ambos actos en el más perfecto orden, y al amparo de las mayores garantías, que fueron sancionadas por iniciativas espontáneas y generosas del partido al que me honro en pertenecer, y aplicadas por el Gobierno con honesta fidelidad.
Todas las leyes sobre elecciones de constituyente llevan mi firma, y fueron, también suscritos, por mí, doce mensajes sobre perfeccionamiento de nuestra legislación electoral. La bondad de estar reformas ha sido ampliamente reconocida por el propio Partido Nacionalista, cuyos constituyentes desearon que la nueva Constitución declara vigentes por el término de diez años las leyes que las consagraron, habiéndose puesto de acuerdo, después, con los de mi partido, a fin de asegurar su mantenimiento, en que no podrían ser modificadas sino por los dos tercios de cada Cámara, es decir, con la anuencia de la minoría legislativa.
Llevan, además, de mi firma los proyectos de leyes sobre incorporación de la inscripción obligatoria, impresiones dactiloscópicas y voto secreto a nuestro sistema común de elecciones, proyectos que, también fueron espontáneamente formulados por el Gobierno del doctor Feliciano Viera.
Esos antecedentes, que ostento con legítima satisfacción, abonan la sinceridad de mi promesa de concurrir, desde la órbita de mis funciones, al más amplio ejercicio de la soberanía, garantizando la libertad del sufragio.
Os aseguro que las fuerzas de la República jamás serán empleadas pro mí para ejercer violencia sobre la voluntad de los ciudadanos.
De acuerdo con la Constitución , los funcionarios policiales además del derecho a votar, pueden expresar particularmente sus opiniones políticas, y aun cuando con el voto secreto desaparece todo peligro de coacción eficaz sobre los electores, yo me procuraré de que no ocurran ni tentativas de eso, reprimiendo cualquier abuso que en tal sentido se llegara a cometer.
En la actual organización administrativa sólo tendré a mi cargo la gestión que se realiza por los Ministerios del Interior, de Relaciones Exteriores y de Guerra y Marina.
Esa limitación de las funciones presidenciales me permitirá atender éstas con especial dedicación.
Me esforzaré por que las policías de toda República la desempeñen con eficacia la misión especial que les está encomendada: la de proteger la vida, la propiedad y la libertad.
La conmoción producida por la gran guerra, que llegó a las entrañas del mundo, ha dejado un sedimento de malestar y de subversión en los principales países, acusado ya hasta en América por movimientos revolucionarios, que no han constituido, realmente, reacciones de la masa obrera en sus ansias respetables y legítimas de mejoramiento colectivo, sino manifestaciones anárquicas incitadas por elementos exóticos, a impulsos morbosos de destrucción y de crimen que no podrían excusarse en países como el nuestro, donde el mejoramiento obrero constituye un de las mayores preocupaciones de los Poderes Públicos.
Es necesario, entonces para poder defender bien a la sociedad, que las policías urbanas y rurales sean más aptas y tengan una organización más perfecta, para lo cual es necesario aumentar el número de sus agentes, ampliar las remuneraciones de éstos y de los comisarios en forma que haga posible su selección, proveerlos de buenas caballadas y completar las redes telefónicas.
Yo estudiaré el medio de llevar acabo esas reformas, que considero de importancia capital; pero me doy cuenta de que, dada la insuficiencia de las rentas nacionales, no será posible realizarlas sino muy paulatinamente, amenos que las clases que pueden soportar un aumento de las cargas públicas y que son las más beneficiadas por aquellos servicios, expresen, por medios de sus órganos representativos, opiniones favorables a la creación de algún recurso especial.
El mejoramiento de la situación de los peones, el aumento de sus salarios hasta la suma equitativa que les permita sostener una familia, satisfaciendo las necesidades más perentorias, contribuirían eficazmente a la extirpación de la delincuencia rural.
Si cundiera en nuestra campaña el ejemplo que a ese respecto han dado ya algunos hacendados humanitarios y progresistas, podríamos vislumbrar para aquélla, teniendo en cuenta el carácter bondadoso, honrado y trabajador de nuestros hombres de campo, la larga era de tranquilidad y bienestar, fundada en la justa comprensión de la vida.
A mi juicio, sólo implantando esas mejoras podrá impedirse que le llegue a nuestra campaña el turno de las grandes agitaciones proletarias, cuyos primeros síntomas empiezan a notarse ya. Ellas podrían ser de consecuencias graves, dadas las dificultades que habría, en tal caso, tratándose de zonas vastísimas, para evitar la comisión de atentados, mantener el orden y hacer respetar la propiedad.
Me permito, pues, pedir a nuestros propietarios rurales que mediten estas cuestiones y me ayuden a prevenir la situación que presiento, con medidas equitativas que beneficien las condiciones de la vida rural.
Basta tener presente que he sido activo colaborador de los gobiernos de Batlle y Viera, para que no pueda ponerse en duda la intensa simpatía que me inspiran las clases obreras, cuyos dolores y miserias me conmueven vivamente y cuyo bienestar debe constituir una de las más sentidas aspiraciones en las democracias avanzadas.
Siempre he pensado que sólo por una inconcebible aberración puede creerse que existe incompatibilidad entre los intereses de los obreros y de los capitalistas, cuando bastaría nada más que un poco de buena voluntad en los primeros, de corazón en los segundos y de buen sentido en unos y otros, para que se corrigiera el enorme desequilibrio de sus condiciones y pudiera realizarse la armonía permanente de todos, en una actuación común, mutuamente complementaria y conforme con la verdadera realidad de la vida.
Debemos al obrero, no sólo la ayuda terapéutica de amplias leyes de asistencia social, sino, además, un constante esfuerzo reparador, para sacarlo de la inferioridad intelectual y económica en que ha sido colocado por virtud de una mala organización secular, que hizo posible, como en el suplicio del "Hard Labour", el cruel absurdo de que, entregando al trabajo toda su vida de privaciones y penurias y contribuyendo de ese modo al engrandecimiento de la sociedad, recogería, como única compensación de sus sacrificios extenuante, apenas lo indispensable para no morirse de hambre.
Un sentimiento de humanidad, de solidaridad, de defensa de la especie, nos impulsa a preocuparnos de enmendar el menoscabo que ha padecido su situación.
Debemos al capital, no sólo todo el amparo que le acuerda la ley, sino además, todo el estímulo y la seguridad que él requiere para poder actuar eficientemente como mágico instrumento de producción.- en el aprovechamiento y desarrollo de la riqueza, es decir, en el progreso y bienestar del país.
No está en mis atribuciones la de estudiar y resolver, como función propia esos vastos fenómenos de fisiología social, relacionados con la actuación del capital y del trabajo, asuntos estos que son de la competencia del Consejo de Administración; pero me corresponderá intervenir en los casos de coaliciones subversivas y de huelgas violentas, para guardar el orden, la propiedad y la libertad.
Entonces ajustaré mi conducta al criterio que profeso, de que son perfectamente legítimas la coalición y la huelga parcial total de los obreros, salvo cuando ellas afecten a vitales servicios públicos, en cuyo caso el Estado debe intervenir, haciéndose cargo de éstos, si los conflictos no pudieran resolverse rápidamente; pero aquella facultad de los obreros, que emana de sus derechos de libertad y de propiedad, debe ser correctamente ejercida, sin actos de violencia, sin agredir en forma alguna los derechos de los demás.
Cuando sus procederes no se encuadren dentro de estas limitaciones primordiales, yo, a pesar de toda la simpatía que siento por ellos, no olvidaré que debo, por mandato de la Constitución , proteger los derechos iguales de cada uno, y lo haré, podéis estar seguro, con la energía que reclame la prevención y represión de cualquier acto punible, aunque sin ir jamás más allá de lo necesario para asegurar el respeto a la ley.
Tengo confianza, señores, en que los capitalistas irán adoptando paulatinamente medidas justas y humanitarias para mejorar cada vez más la situación de sus empleados, comprendiendo que el remedio definitivo contra las explosiones del proletariado está en adelantarse a satisfacer toda razonable aspiración de éste, y no en el uso de la fuerza pública, que nunca podrá reducir la tensión de las relaciones de clases, ni sofocar sentimientos de encono y de odio.
Al Gobierno del doctor Viera debe el Ejército un gran perfeccionamiento técnico y mejoramiento moral.
Las escuelas militares de aviación de Armas Montadas y de Tiro, la reorganización de la justicia militar, de la gimnasia y esgrima, de los servicios de Intendencia y Sanidad, las leyes de jerarquía y retiro, de cuadros y ascensos, de sueldos y compensaciones, ponen bien de manifiesto todo el progreso que, durante el período presidencial que hoy termina, ha realizado la institución militar.
Yo continuaré esa obra meritoria de perfeccionamiento, procurando que los cuadros se constituyan con los militares más aptos para la preparación de las tropas; propiciando la especialización de los oficiales tácticos, técnicos y administrativos, y estableciendo, hasta donde sea posible, la rotación periódica de aquéllos en el mando, que es requerida por toda buena organización.
Trataré de solucionar la grave cuestión del reclutamiento, cuyo actual sistema de voluntariado ofrece serias dificultades para completar los efectivos, en virtud de la gran demanda permanente de brazos que provoca el constante desarrollo industrial del país.
Me preocuparé, además de que se difundan conocimientos militares en el pueblo; de renovar paulatinamente nuestro material de guerra, sustituyéndolo por elementos modernos, que respondan al actual perfeccionamiento de la ciencia militar; de aumentar los stands de tiro; de la implantación de una fábrica de municiones, que nos independice del extranjero en cuanto a ese aprovisionamiento tan esencial, y de la edificación de buenos cuarteles, para la que existen ya fondos disponibles votados en la Presidencia del doctor Viera, que no se aplicaron aún por la enorme carestía de los materiales de construcción.
El incremento de nuestra marina de guerra y mercante constituirá, también una de mis principales preocupaciones, y he de hacer todo lo posible por poner a ésta en condiciones de asegurar la mayor autonomía de nuestra vida económica y por que aquélla, que trataré de ir perfeccionando con arreglo a un plan de reorganización integral, pueda servir para la defensa de nuestras desmanteladas costas y desempeñar dignamente las representaciones de la Nación.
Para obtener los recursos que demandarán todas estas mejores no será necesario aumentar las cargas impositivas, lo que las harían impopulares, sino establecer, en favor del Estado, algunos monopolios, como los de tabaco y del alcohol, que aquél podría arrendar por plazos prudenciales o explotar directamente, y que redituarían importantes beneficios.
Espero, señores legisladores, que esos propósitos de perfeccionamiento de nuestro Ejército y Armada han de merecer el apoyo de todos vosotros y la aprobación de todos los partidos del país, ya que no deben afectar a nuestros institutos militares las pasiones de las luchas políticas porque aquéllos son organismos técnicos, que tienen la alta función de servir de apoyo a las instituciones, de asegurar el orden, el imperio de la ley y la defensa de la soberanía, y deben moverse, por lo mismo, con sucede en todos los países bien organizados, en un plano superior al de las contiendas de partidos y de círculos.
La circunstancia de haber estado al frente del Ministerio de Relaciones Exteriores durante los últimos años de la Presidencia del doctor Viera, me releva de hacer una detenida exposición de mis orientaciones sobre política internacional, que puse bien de manifiesto en el desempeño de aquel cargo y son conocidas dentro y fuera de la República.
Como lo he dicho más de una vez, si nuestro país no habría podido ser influyente en el concierto de las naciones por la amplitud de su territorio, por la cifra de sus habitantes y su poderío militar, ha podido ascender, como lo ha hecho, aun honroso puesto en el mundo, mediante su activa gestión diplomática, que le dio oportunidad de hacer sentir la honradez de nobleza de su política, la fuerza de su idealismo, el exponente de su civilización, la previsora justicia de sus leyes, la seriedad de sus instituciones y su espíritu de libertad.
Durante toda mi actuación pública me he preocupado, considerándolo asunto fundamental, del prestigio exterior del país, no a impulsos de una presuntuosa patriotería, sino convencido de que la fuerza moral de su buena fama le despeja, por el respeto y consideración de las naciones, la ruta de su brillante porvenir.
He desplegado, con tal propósito una intensa actividad y, de ese modo, con el asenso y la ayuda de los Presidentes Batlle y Viera, di impulso a todas las convenciones diplomáticas que estaban en trámite cuando inicié mi gestión; me preocupé de que se disipara definitivamente toda sombra de conflictos posibles con los hermanos vecinos, activando soluciones equitativas de nuestras cuestiones limítrofes; vinculé mi nombre a gran número de tratados, algunos de los cuales, como los de arbitraje amplio suscritos con el Brasil, Inglaterra, Francia Italia y Perú, consagran el prestigio de nuestra civilización y la fuerza de nuestra soberanía. Visité, en misiones oficiales de amistad y de paz, la mayoría de los países de América, vinculando mi patria a sus hombres más eminentes y haciéndola conocer por todas partes en su esplendor, material y moral.
Con motivo de los acontecimientos provocados por la guerra monstruosa que hicieron estallar sobre el mundo los Imperios Centrales, aproveché contando con el decidido apoyo de los Presidentes Batlle y Viera, todas las oportunidades que se ofrecieron al país para hacer resaltar su noble idealismo y sus firmes sentimientos de solidaridad continental.
Y, así, intervine en la ley que declaró fiesta de la patria el 14 de Julio gloria de la heroica Francia y fecha culminante en el largo proceso de dignificación de la personalidad humana; suscribí también, el proyecto, que la Honorable Asamblea sancionó, por el que fué incorporado a los días de regocijo nacional el del 4 de Julio, fecha ilustre de nuestra gran hermana del Norte y de la revolución americana.
Intervine en los acontecimientos provocados por las absurdas pretensiones del Gobierno Imperial Alemán sobre bloqueo submarino y en el estudio del caso que planteó el hundimiento del vapor "Goritzia", y creo que interpreté correctamente la opinión principista del país y la serena energía con que quería deslindar su situación frente a aquellos sucesos.
Contestando las comunicaciones que nos enviaron nuestros hermanos del Continente, relacionadas con su conducta ante la guerra, proclamé, muchas veces, con el beneplácito público, la simpatía fraternal que ellos nos inspiraban, y tuve el honor de suscribir el decreto de 18 de Junio, que condensó, en una fórmula práctica, nuestras aspiraciones de solidaridad americana efectiva y real.
Intervine, además en la ruptura de relaciones con el Gobierno Imperial Alemán y en la revocación de nuestra neutralidad, cuyas medidas, inspiradas en el sentimiento público, culminaron la actuación del país frente a la guerra y le abrieron las puertas de la liga de Honor.
Todos esos antecedentes acusan mis orientaciones en la política exterior, y he de continuar, señores legisladores, en los mismos rumbos trazados.
Me preocuparé, pues, de mantener y estrechar nuestro trato cordial con todas las naciones; seré siempre un entusiasta partidario del panamericanismo, que no entraña, como bien lo sabéis, un absurdo sentimiento de hostilidad o reserva contra los países de otros continentes, sino un anhelo de organización fraternal entre los pueblos predestinados a una vida solidaria por su situación geográfica, su composición étnica, su enlazamiento histórico y sus instituciones democráticas; he de cultivar además, con especial cuidado, nuestra amistad con las naciones vecinas, de las que hemos recibido tan altas pruebas de afecto y de consideración, y trataré de fortalecer los vínculos que nos unen a las naciones aliadas, a cuyos destinos nos asociamos en la gran guerra y sobre cuyos sacrificios inmensos va a erigirse una nueva era de justicia y de paz.
Señores legisladores os he abierto mi pensamiento y mi corazón. No se me ocultan las dificultades que tendré que afrontar en mi período gubernativo, que será de ensayo constitucional y de ardientes luchas electorales. Confío, sin embargo, en que podré salir airoso, si tengo la suerte de merecer el apoyo de vosotros y de todos los hombres que se interesan por la grandeza de la patria.
Montevideo, Uruguay. Poder Legislativo.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Las Raíces del Modelo Republicano

Las raíces del modelo republicano

El modelo republicano francés se considera como el cumplimiento de las promesas de la Revolución Francesa. Esto se concibe ante todo en su fase inicial de constitución como liberal y cuya máxima  expresión fue la declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, que contiene los principios que reivindica  el modelo republicano: los derechos del Individuo, el reconocimiento de la soberanía de la nación y la igualdad ante la ley.
Fue un proceso de herencias históricas y filosóficas, al ser herederos de la filosofía del siglo XVIII, por lo tanto los republicanos depositan una confianza absoluta en la razón humana, una visión positiva del progreso y la organización científica de las sociedades. Esto lo podemos ver en el pensamiento positivista de Comte. Claramente esta visión convierte a los republicanos en durísimos adversarios de la religión. El fundamento, no el fundamentalismo, lleva a la concepción que la educación va a llevar irremediablemente al fin de las creencias religiosas, que si se mantienen, es solo por la ignorancia.
Los Republicanos sostienen que existe una moral universal, que emana del imperativo categórico de Kant, por lo tanto el neokantismo es el fundamento del modelo republicano. No es extraño que se considere al caso Dreyfus como el disparador de la mitología republicana, considerando a los defensores de Dreyfus auténticos republicanos y que solo merecen ese calificativo los que se mostraban proclives a combatir el clericalismo y a luchar con fuerza por una sociedad laica, una República laica. Por el contrario los que desconfiaban del sistema judicial y los altos mandos del ejército se consideraban antirepublicanos.
Por esta razón la francmasonería va a adquirir gran relevancia a comienzos del Siglo XX, va a significar la inspiración espiritual e intelectual del régimen, templo del positivismo e iglesia de la República.

Ver: Berstein, S. Los regímenes políticos del Siglo XX. Ariel Historia. Barcelona 1996. Pp.30-31


lunes, 5 de septiembre de 2011

Sarmiento, según Vicente Fidel López de Felipe Pigna (Página Oficial)


Sarmiento, según Vicente Fidel López

El 11 de septiembre de 1888 moría en Paraguay Domingo Faustino Sarmiento, uno de los principales impulsores del sistema educativo del país. En su honor, en esta fecha se conmemora el día del maestro.Además de dedicarse sin descanso a la enseñanza, Sarmiento fue periodista, militar, diplomático, escritor, gobernador y presidente.

Para recordarlo transcribimos a continuación una  semblanza del “padre del aula” trazada por el historiador Vicente Fidel López a finales del siglo XIX.

Autor: Vicente Fidel López, Historia de la República Argentina, continuado por Emilio Vera y González y ampliado por Enrique De Gandía, tomo VI, Buenos Aires, Sopena, 1970, págs. 677-680.

Era don Domingo Faustino Sarmiento un hombre al que, sin hipérbole, puede calificarse de excepcional y extraordinario. En una época en que no escasearon las grandes figuras, se destacó notablemente por su inteligencia poderosa, por su vasta preparación y por la originalidad y la valentía de sus juicios.

Carecía de títulos académicos, pero no los necesitaba para hacer una figura airosa en cualquier parte en que se discutiese un  tema serio. Había estudiado solo, pero había estudiado mucho y con método. Siendo muy joven se dedicó a la enseñanza, y tal vez, por ser ésa la primera profesión que le proporcionó el sustento, fue, durante toda su vida, apasionado difundidor y propagador de la instrucción pública, y cuando llegó a puestos en que pudo llevar a la práctica sus ideas, su primera preocupación fue el fomento de la enseñanza.

Era de modestísimo origen, y con razón podía vanagloriarse de haberse levantado por su esfuerzo de su humilde condición, hasta llegar a la presidencia de la república.

Como escritor, fue también notable; si no por su forma, que era incorrecta, y que cuando no reflejaba intencional descuido, demostraba un rebuscamiento excesivo, por su originalísimo estilo, por la profundidad de sus pensamientos, por la rudeza con que, en ciertos momentos, exponía las más atrevidas ideas, y porque en todos sus escritos ponía de relieve su carácter dominante, tenaz, impetuoso y enérgico, y la exagerada conciencia que tenía de su propio valer.
Sus mejores obras son, sin duda, Recuerdos de provincia y Facundo.

No había en Sarmiento nada que se ajustase a la norma común: sus facciones eran el reflejo fiel de su interior. Todo era en él desmesurado: sus afectos, sus virtudes, sus méritos, su talento, sus defectos y sus pasiones.

Era hombre que valía mucho, sin la menor duda; pero él estaba persuadido de que valía muchísimo más; se creía un genio, y lo decía sin el menor empacho.

Al actuar en política, cuando encontró un obstáculo en su camino, y para suprimirlo halló que el medio más rápido era el crimen, no vaciló un momento y lo suprimió. Benavides, Virasoro, el Chacho, dicen bien a las claras que ese hombre que, en el fondo era cultísimo y sincero, amante –cuando su espíritu estaba sereno- de lo justo, de lo bueno y de lo humano, arrastrado por la pasión, no se detenía ante el asesinato ni ante actos de suprema barbarie, como la exhibición de la cabeza del Chacho en la punta de una pica, en la plaza de Olta.

Siempre que le tocó reprimir una revuelta, fue inexorable, y mostró ser duro de entrañas.

Sin embargo, la República le debe inmensos servicios. Puestos en una balanza sus actos buenos y malos, es indudable que los primeros pesan más que los segundos. Entusiasta amante de todo progreso, hizo avanzar a la República, como ningún otro presidente. (…)

Ese gobierno, sin embargo, que tanto hizo y tanto dejó trazado, puede decirse que no disfrutó de tranquilidad un solo momento.

http://www.elhistoriador.com.ar/articulos/organizacion_nacional/sarmiento_segun_vicente_fidel_lopez.php


viernes, 26 de agosto de 2011

Formación intelectual, filosófica y política del Uruguay desde los bandos a la Revolución de las Lanzas.






Apuntes del Prof. Miguel J. Lagrotta

No podemos iniciar este trabajo sin recordar que la Constitución de 1830 estuvo vigente hasta 1919 cuando empieza a regir esta última. En dicha Constitución no hay menciones a partidos políticos, pero a los seis años de vigencia ya habían surgido las divisas partidarias. Al finalizar el mandato Fructuoso Rivera (1830-1834) los grupos que se organizaron durante las guerras civiles y montoneras se organizan y continúan gravitando bajo las órdenes de sus jefes militares devenidos ahora en caudillos, pero sin ninguna sujeción al sistema legal.
La presidencia de Manuel Oribe (1834-1838) marcada por sus problemas con Rivera originaron la etapa fundacional de nuestros partidos de forma militar y de montonera, más que de una forma ideológica y mucho menos con programas políticos, pero si con adhesiones muy grandes de las masas que se alineaban detrás de ellos naturalmente de un modo incondicional.
Desde los inicios de la vida constitucional, Rivera debe enfrentar levantamientos de los caudillos que no habían logrado trascender en el gobierno, pero que sí mantenían el poder sobre sus seguidores. Juan Antonio Lavalleja fue el más afectado por la lucha entre el gobierno y el poder.

Esta fue la disyuntiva que generó la discordia a lo largo de todo el siglo XIX. El momento más duro fue durante la Guerra Grande, uno de nuestros más importantes intelectuales, el Dr. Andrés Lamas, integrante del Gobierno de la Defensa va a convertirse en el iniciador de una campaña contra las divisas colorada y blanca. Incluso funda una publicación( La Nueva Era) en la que comienza a reclamar el fin de las divisas, causantes, según él de todos los males de la República.
Joaquín Suárez, luego de decretada la Paz del 8 de Octubre, decreta la prohibición de las divisas partidarias con el objetivo de tranquilizar la situación en un momento dificil.
En realidad lo que Lamas sostenía era la intrascendencia de la polarización en divisas sin contenidos y sin proyectos ideológicos o de país. El fracaso de la Fusión va a originar el renacimiento de las divisas con mucha mayor fuerza posteriormente.
La Revolución de las Lanzas, en los comienzos de la década de 1870, va a marcar claramente al país en aspectos políticos, sociales y económicos. Es el momento en que comienza a escucharse la voz de los sectores universitarios, definidos ideológicamente y en forma despectiva como sectores doctorales. Van a manifestar que las divisas o los partidos Colorado y Blanco son los culpables de las Guerras Civiles. Surgen, entonces movimientos principistas, que son sectores surgidos en el seno de las divisas tradicionales, presentando un mensaje renovador, manejando ideas y principios liberales clásicos pero con un profundo respeto a la Ley.
El Club Libertad(20 de mayo de 1872) va a aglutinar a los integrantes de la vieja tradición colorada, como José Pedro Ramírez, Julio Herrera y Obes y José Bustamante. Simultáneamente se funda el Club Colorado, con integrantes de mayoría católica. El Club Radical estaba integrado por José Pedro Varela y Carlos María Ramírez que a su vez tenían  medios de difusión: La Paz y la Bandera Radical.
El Club Radical en sus estatutos establecía: "(...)se desvinculación con los Partidos Tradicionales(...)el Clu Radical es una asociación nueva e independiente que no reconoce solidaridad con ninguno de los partidos del pasado"
En 1871, La Bandera Radical, realiza un análisis de la situación nacional, las guerras y sus consecuencias afirmando que eran responsables y el obstáculo para el desarrollo industrial y económico porque violan "el sagrado derecho de propiedad" que era el principio fundamental y principal del liberalismo de 1870. La consecuencia era, además, las complicaciones en el orden jurídico y en el desarrollo de la sociedad. Finalmente resumen todo en el ataque a los partidos políticos tradicionales:
"fuera de su tiempo, de los sucesos que les dieron vida, de los errores que los hicieron necesarios, los partidos actuales son inconciliables con el espíritu de las instituciones democráticas(...)inconciliables con el principio de la nacionalidad.
Carlos María Ramírez manejaba los principios de "organización, libertad y progreso" que constituían, además la línea de Andrés Lamas, la critica era, en definitiva la carencia de ideas. Pero en realidad el problema se encontraba en el sistema electoral que no preveía ninguna forma de "coparticipación" que determinara que el partido perdedor solo podría reclamar un lugar por medio del uso de las armas. Comienza a configurarse el modelo de coparticipación. La política del Presidente Lorenzo Batlle de gobernar con su partido Colorado, tuvo como consecuencia la exclusión de los blancos. Estos, expulsados del poder, por la acción de Venancio Flores y la intervención brasileña y bonaerense se mantenían en la abstención política, no reconociendo los resultados electorales por considerarlos fraudulentos. El 10 de febrero de 1868 Timoteo Aparicio, partiendo de Concordia, había emprendido el intento de apoderarse de Salto fracasando. El 17 de julio de 1871 gubernistas y revolucionarios se encontraron en las puntas del arroyo de San Juan en la cuchilla de los Manantiales y los revolucionarios fueron nuevamente derrotados. El Gral Anacleto Medina murió en el combate, en tanto en Montevideo el 18 de Julio de 1871 se inauguraba el servicio de Aguas Corrientes de la Capital y la fuente en el centro de la Plaza Constitución, labrada en mármol de Carrara, esta coincidencia motivó un comentario de El Siglo: "Aquella fuente de agua cristalina no es el emblema de nuestra situación política, bastardeada cada día más por un gobierno que solo recibe inspiración en la impura fuente de sus conveniencias personales y de círculo"
La Revolución de las Lanzas concluye con la primera aprobación por ambas colectividades de una formula de coparticipación para el partido minoritario, conocido en la historiografía como la Paz de Abril. Es un hecho muy importante desde el punto de vista político, se refiere al reconocimiento oficial del otro por parte de cada colectividad, más importante aún porque el marco legal no admitía dicho reconocimiento. Es el acuerdo de 1872 el que garantiza de forma verbal el compromiso de conceder cuatro Jefaturas políticas al partido opositor, fue una solución realista y que acordaba la existencia de un sistema político bipartidista esto trajo debates académicos y reflexiones profundas. Para Justino Jimenez de Aréchaga en su cátedra de Derecho Constitucional, incluye el tema de la coparticipación en su curso. Un alumno al presentae su tesis, José F. Arias concluye:" (que) los gobiernos que excluyen a los partidos de la Representación Nacional, no solamente estrangulan la soberanía del pueblo sino que también provocan las guerras civiles"
Conclusión
El proceso puede resumirse siguiendo a Castellanos y Pérez que esquematizaron el desarrollo de la instauración de la politica pluralista en el Uruguay en cuatro puntos
a) los bandos y los partidos tradicionales
b) luchas de caudillos y doctores en el interior de las colectividades políticas tradicionales
c) la modernización y las resistencias a la misma en la economía agraria, en cuanto determinates de conductas políticas; la dialéctica de civilización y barbarie
d) las guerras civiles y el comienzo de las luchas cívicas y los jefes civiles

Hemos trabajado sobre el primer punto en el cual se desarrolla propiciando la unanimidad en torno a un ideal total definido por los derechos individuales y el sistema de elección de lo gobernantes planteados por la Constitución de 1830, por momentos los levantamientos, por momentos la fusión, por momentos la ética de los principios, pero con los caudillos queriendo eliminar a sus adversarios buscando una monocracia muy personalista. Este modo de ver la política es desplazado por la coparticipación, no por la alternancia en el poder que no soluciona del todo la solución de los desequlibrios mediante la lucha armada.

Ver:
Caetano, G./Alfaro, M.Historia del Uruguay Contemporáneo. FCU/ICP Pp.45 y Ss. Montevideo 1995.
Delio Machado, Luis María.Nuevo enfoque sobre los orígenes intelectuales del Batllismo FCU Pp. 129 y Ss. Montevideo. 2007.
Reyes Abadie, W./ Vázquez Romero, A. Crónica General del Uruguay, tomo 5 Modernización.EBO Pp. 139 y Ss. Montevideo, 2000.


lunes, 22 de agosto de 2011

correo.liccom.edu.uy/bedelia/cursos/historia/EL_NACIMIENTO_DEL_URUGUAY_MODERNO.pdf

EL NACIMIENTO DEL URUGUAY MODERNO EN LA
SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX

ia600300.us.archive.org/17/items/porlapatrialare01herrgoog/porlapatrialare01herrgoog.pdf

Digitalizacion de Por la Patria
La Revolución de 1897 y sus antecedentes por
Luis Alberto de Herrera

Modernización: del militarismo-civilismo al primer batllismo. por Jaime Yaffé

Política y economía en la modernización: Uruguay 1876-1933
Jaime Yaffe (Universidad de la República, Uruguay)


Introducción

En Uruguay el proceso de modernización transcurrió en dos fases sucesivas: la primera en
el último cuarto del siglo XIX (períodos “militarista” y “civilista” entre 1876 y 1903) y la segunda en las tres
primeras décadas del siglo XX (período “batllista” entre 1903 y 1933).
En ambas fases se produjeron dos procesos simultáneos: la modernización económicosocial
y la modernización política. Mientras que se confirmó, aunque renovado, el modelo ganaderoexportador,
el sistema político en su conjunto experimentó importantes transformaciones. Entre estas
últimas figura la modernización del Estado. Este consolidó su capacidad coactiva y expandió
tempranamente sus atribuciones económicas y sociales.
Esta ponencia observa las vinculaciones entre el proceso de modernización económicosocial
y la modernización política en Uruguay, intentando identificar una pauta de relación entre ambos
fenómenos que pueda utilizarse como eje de comparación con otras experiencias de modernización.
En tanto el centro de interés se ubica en la modernización del estado uruguayo y su
relación con las dimensiones económicas y sociales, es casi inevitable que, al buscar los orígenes
desde los cuales iniciar el seguimiento de ese fenómeno, la mirada se dirija en primera instancia,
hacia la época del “primer batllismo” (1903-1916). Sin embargo, si bien cierto es que ese momento es
efectivamente de lanzamiento e implantación de las bases del estado social y empresario en
Uruguay, el primer batllismo no debe ser visto como un clavel del aire, que se posó en el sistema
político y en la sociedad uruguayas sin tener raíces en esos terrenos. Por el contrario este momento
de eclosión reconoce un proceso de germinación previa, el estado batllista, estado social y
empresario entre otras cosas, es ruptura en tanto salto cualitativo del modelo de estado y de
relaciones estado-economía-sociedad, pero es también continuidad, en la medida en que viene a
apoyarse en procesos ya desatados en la última década del siglo XIX..
El momento batllista de modernización del Uruguay, una de cuyas facetas principales fue
el desarrollo de un Estado social y empresario, tiene entonces fundamentos decimonónicos. El
batllismo del siglo XX constituyó una segunda fase modernizadora precedida de una primera ocurrida
en el último cuarto del siglo XIX.. En este sentido, la primera y la segunda modernización pueden
considerarse dos fases sucesivas y vinculadas de un mismo proceso. Sin embargo, las claves
políticas y económico-sociales son diferentes en cada uno de los dos momentos. También difieren
ambos momentos de la modernización en la pauta de relación entre sus facetas económico-social y
política.

A continuación expongo algunos rasgos definitorios de la política y la economía del
Uruguay premoderno. Luego me detengo en el registro de las claves económicas y políticas de las
dos fases de la modernización de aquel Uruguay tradicional. Finalmente, en las conclusiones, se
resumen los elementos centrales de ambas fases y se comparan prestando atención preferente a las
relaciones política-economía.

El Uruguay comercial, pastoril y caudillesco:
estado débil pero preeminente y economía tradicional (1830-1875)
El establecimiento formal del estado uruguayo data de 1828-30 con la instalación de un
gobierno provisorio primero y la puesta en marcha de la Constitución que le dio forma definitiva dos
años más tarde. Pero no fue sino hasta el último cuarto del siglo XIX que el Estado pudo
consolidarse efectivamente como cuerpo institucional capaz de imponer su autoridad en todo el
territorio nacional en base a un cierto monopolio de la violencia física. Mientras tanto el estado fue
débil política y financieramente. Sin un sistema de impuestos nacional el estado estuvo sujeto al único
e insuficiente ingreso de las aduanas del puerto de Montevideo. Carecía de un ejército nacional con
superioridad de recursos materiales y humanos que le hiciese capaz de imponer autoridad por sobre
los ejércitos caudillistas en todo el territorio nacional. No disponía de un aparato administrativo
ajustado a criterios de racionalidad y organización burocrática. Por último, gobernaba sobre un
territorio cuyos límites estaban indefinidos y cuya escasa población configuraba un gran vacío
demográfico. En resumen: carecía de todos los atributos y buena parte de los recursos de un estado
moderno. Recién hacia el último cuarto del siglo XIX los adquiriría
Paradójicamente ese estado débil resultaba de cualquier forma relativamente
preeminente. El estado uruguayo vino a implantarse en una sociedad que mostraba ya desde sus
orígenes coloniales ciertos rasgos de debilidad, o más bien de ausencia, de sectores capaces de
constituirse en hegemónicos. Uruguay no conoció la constelación tríptica y típica del estado
oligárquico latinoamericano apoyado en la alianza social y política conformada por la iglesia, la clase
terrateniente y el ejército. Esto se debió en buena medida a la debilidad relativa que en nuestro caso
afectó, desde la época colonial, a estos tres factores de poder (Real de Azúa 1984; Barrán 1998). En
definitiva, en estas tierras, la autoridad estatal, primero española, luego independiente, fue la única
capaz de constituirse en fuerza organizada con peso suficiente para imponerse al resto de la
sociedad. De allí que el Estado fuera desde entonces y a pesar de su precariedad e inconsistencia
institucional, fuerza preeminente sobre este territorio, en el marco de una sociedad civil genéticamente
débil.
La estructura económico-social heredada de la época colonial no sufrió alteraciones
significativas a la largo de las cinco primeras décadas de vida independiente. La economía tradicional
estaba caracterizada por el absoluto predominio de la ganadería vacuna extensiva y de la actividad
comercial centrada en el puerto de Montevideo. La propiedad de la tierra fue difusa (por la
superposición de títulos de diverso origen y la generalizada apropiación ilegal de tierras fiscales) y
permaneció indefinida hasta el período militarista. Este fue el origen de una conflictividad social
permanente entre propietarios, entre propietarios y hacendados sin títulos (ocupantes o simples
poseedores); y entre propietarios y/o ocupantes y el Estado. La fuerza de trabajo no poseedora de
tierras (ya fuese en propiedad o simple posesión) se vinculaba a las unidades de producción
ganadera (estancias) en formas fuertemente personalizadas y paternalistas. 1
El principal producto de la ganadería basada en la pradera natural y el vacuno criollo era
el cuero con destino a la exportación hacia Europa. El resto del animal era aprovechado en forma
marginal y limitada. Los saladeros generaban una reducida demanda de carne destinada a los
mercado esclavistas (Brasil y Cuba). En la década del 60 del siglo XIX se produjo una primera
transformación de la ganadería tradicional: la incorporación de la producción ovina introdujo algunas
modificaciones modernizantes en las formas de trabajo y agregó un nuevo producto, que en pocas
décadas desplazaría al cuero a un segundo lugar, en la limitada oferta exportadora del país.
La actividad comercial constituyó el segundo eje de la economía tradicional tenía en el
comercio de tránsito regional su punto fuerte: Montevideo fue hasta fines del siglo XIX un centro
privilegiado para el comercio de toda la región platense dando lugar al surgimiento de una próspera
pero inestable burguesía mercantil jaqueada a menudo por las frecuentes guerras y revoluciones que
desconectaban a Montevideo del resto del territorio (los repetidos “sitios” terrestres a la ciudad) y por
momentos la aislaban de las rutas del comercio internacional (los menos frecuentes “bloqueos”
navales del puerto). Esa burguesía mercantil no se constituyó como un agente social totalmente
separado de la clase terrateniente latifundista sino que en repetidas ocasiones se produjo, una
concentración de ambas actividades económicas en las mismas figuras o familias. El alto comercio
montevideano daría también origen a los primeras bancos del país institucionalizando parcialmente la
actividad financiera en la que de igual forma siguieron teniendo un protagonismo destacado los
prestamistas particulares que especulaban con la deuda pública de un Estado crónicamente
desfinanciado.
Con esa estructura económico y social característica del “Uruguay comercial, pastoril y
caudillesco” (Alonso - Sala 1986 y 1990), heredada en lo esencial de la colonia, conviviría el débil
Estado creado en 1828. El Estado oriental, que desde 1830 se denominaría “uruguayo”, se instauraba
luego de una persistente tormenta revolucionaria que arreció sobre y en la sociedad oriental entre
1811 y 1828 sin que su resultado fuese una transformación de esa estructura. Durante el período
revolucionario, salvo por escasos y efímeros momentos, se vivió una situación de constante dualidad
de poderes de diverso signo toda vez que el poder del Estado, ya fuera español, porteño, oriental,
portugués o brasileño (que por todas esas manos diferentes y enfrentadas pasó el estado oriental a lo
largo de esos 18 años), debió enfrentar la amenaza de un poder revolucionario que desde adentro o
desde el exterior reclamaba el monopolio de la fuerza dentro de los límites por demás difusos y
confusos de la “Banda Oriental”.
El Estado independiente instalado en 1828 viviría hasta por lo menos 1876 en una
paradójica situación de debilidad y centralidad. En medio y a pesar de una persistente escasez de
recursos financieros y medios administrativos, aquel Estado era la única fuerza capaz de imponer
1 El conflicto social por la tierra alimentó también las luchas políticas características de l a época y contribuyó afortalecer las relaciones de tipo caudillista que cruzaban internamente a los hacendados y los ligaban a su vez a las sectores populares de la campaña. Por su parte, el predominio de la modalidad paternalista en las relaciones entre hacendados y peones constituía el entramado social del fenómeno socio-político caudillista que impregnaba tambiénlas relaciones entre hacendados.
alguna autoridad, el único centro de decisión para una sociedad en proceso de estructuración y
siempre asediada por la violencia política a que la (se) sometía el permanente recurso a la revuelta
armada y subsiguientes guerras civiles en la que ningún sector se mostraba capaz de constituirse en
hegemónico.
A partir de 1876 es posible identificar tres momentos históricos sucesivos a lo largo de
los que se producirá el proceso de fortalecimiento de la autoridad estatal sobre todo el territorio
nacional primero y de ampliación de su espacio de incidencia luego. La historiografía nacional ha
aportado suficiente luz sobre nuestro proceso histórico en general y sobre la evolución del estado en
particular como para afirmar con un grado relevante de seguridad que estas fases de consolidación y
desarrollo del estado uruguayo pueden condensarse en: el militarismo (1876-1886), el civilismo (1886-
1903) y el primer batllismo (1903-1916) 2.
La primera modernización (1876-1903):
estado oligárquico y modelo ganadero exportador
En su faceta económico social la primera modernización estuvo centrada en el
medio rural y su resultado no fue una transformación sino la confirmación, aunque renovadora, del
modelo agroexportador con base en el predominio de la ganadería latifundista y extensiva. El Código
Rural sancionado en 1876 y reformado en 1879 estableció constituyó el marco jurídico de un nuevo
orden rural. La modernización rural operada en el período militarista (1876-1886) consistió en la
definitiva afirmación de la propiedad privada de la tierra mediante el estímulo y la casi imposición
(medianería forzada) del alambramiento de las unidades productivas y la regularización y registro de
los títulos de propiedad sobre la tierra así como las marcas y señales sobre el ganado.
Consecuentemente se puso fin a la precariedad de un mercado de tierras que hasta entonces había
coexistido con la volatilidad y relativa indefinición de la propiedad de la tierra y los ganados que en
ella pastaban.
Al mismo tiempo, el alambramiento de las estancias “liberó” mano de obra al separar del
factor tierra a gran número de hacendados sin títulos que hasta entonces habían permanecido como
simples poseedores y ocupantes de tierras. Complementariamente el Estado desarrolló una fuerte de
coacción (creación de las policías rurales) sobre las formas de sobrevivencia alternativas a la
contratación laboral de los desposeídos de la tierra reprimiendo la vagancia y el abigeato. Sin
embargo esto no condujo a la completa creación de un mercado de trabajo. Ello se debió a que, por
un lado, la demanda de trabajo rural asalariado, dadas las condiciones propias de la ganadería
extensiva, se mantuvo en niveles bajos salvo variaciones estacionales. Y, por otro lado la economía
urbana, con una más que incipiente manufactura preindustrial, tampoco generaría una demanda de
trabajo que pudiere canalizar la disponibilidad de mano de obra generada por el alambramiento. Por
otra parte la inmigración europea abundante en las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX,
satisfacería preferentemente la demanda de trabajo urbana.
2 El fenómeno conocido como “primer batllismo” se agota en 1916 produciéndose a partir del “alto de Viera” de ese
año un notorio cambio en las políticas públicas. Sin embargo, desde el punto de vista del proceso de modernización
aquí estudiado los años veinte son particularmente relevantes. Por ello corresponde extender por lo menos hasta 1933
la ubicación temporal de la segunda modernización.

Esta incompleta formación de un mercado de trabajo a escala nacional explica a su vez
la incompleta formación del mercado interno. Si bien en el último cuarto del siglo XIX comienza a
delinearse la integración espacial del territorio uruguayo a través de la expansión del tendido de
líneas de ferrocarril, las limitaciones al desarrollo del consumo derivadas de la precaria vinculación
de una parte de la población rural al mercado de trabajo así como la importancia del autoconsumo,
limitarían seriamente la constitución de un mercado interno de bienes a escala nacional. Por último,
tampoco el mercado de capitales tendría una dimensión nacional en este período. El desarrollo de un
sistema bancario a partir de mediados del siglo XIX se limitó a la capital Montevideo y se asoció
fuertemente a la actividad comercial y a la especulación con deuda pública. Ni la escala nacional ni la
vinculación con la producción se reconocen en el sector bancario nacido durante la primera
modernización.
En su faceta política la modernización operada durante el período militarista tuvo en el
fortalecimiento del estado su elemento central. El estado uruguayo logró centralizar el poder político al
tiempo que se institucionalizó. Alcanzó el (casi) monopolio de la fuerza física, logrando por primera
vez desde su instalación formal en 1830, centralizar e imponer su autoridad sobre todo el territorio
nacional3 estableciendo el orden interno a partir de la modernización de su aparato militar y de la
instalación y aprovechamiento de una infraestructura mínima de transportes y comunicaciones, al
tiempo que se modernizaba y racionalizaba, en ciertos casos se montaba por primera vez, su aparato
administrativo y se sancionaba un ordenamiento jurídico nacional. Con el militarismo, el estado
desarrolla una fuerza y presencia propias que refuerzan el lugar ya preeminente que ocupaba aún en
tiempos convulsionados. Más allá de esta consolidación del poder etático, se insinúan ya algunos
anticipos de avance del estado en el área económica y social. Téngase presente al respecto que la
primera ley proteccionista que conoció el Uruguay independiente data de 1876 y que la creación del
sistema público de enseñanza primaria obligatoria y gratuita data de 1879.
Con los gobiernos civilistas que ocupan el último tramo del siglo XIX aquella tendencia
expansiva hacia funciones de tipo secundaria ya insinuada bajo el militarismo se amplía y asume una
notoriedad que habilita a considerar este período como el antecedente más firme de la fase batllista
del desarrollo del estado uruguayo en sus dimensiones sociales y económicas. La crisis económica de
1890 estimuló la reflexión acerca de la condición dependiente y precaria de la estructura económica
3 Y aún esto admite relativizaciones y exige precauciones a la hora de afirmarlo si se consideran dos fenómenos.
Uno: la persistencia y el peso del fenómeno caudillista en el medio rural hasta inicios del siglo XX prolongó la
fragmentación y regionalización del poder político más allá de la centralización operada bajo el militarismo. Dos: laforma en que se concretó la coparticipación política inaugurada en 1872 entre blancos y colorados generó una dualidad de poderes: por un lado el gobierno central con sede en Montevideo controlado por los colorados y, por el otro, los caudillos blancos que, desde las jefaturas políticas asignadas y con el respaldo de sus propios ejércitos, administraban una parte del territorio nacional con cierta independencia del gobierno central. La persistencia de estos dos fenómenos explican por qué tanto la capacidad estatal de imponer autoridad en todo el territorio como el sustento de esta capacidad en un monopolio de la violencia física se verán sujetos a frecuentes desafíos, por lo menos hasta 1904, fecha culminante en el proceso de consolidación del actor estatal en Uruguay, por cuanto se produce y derrota el último alzamiento armado que desafía el poder de aquel con chances de victoria y se pone fin al reparto de jefaturas políticas departamentales como modalidad concreta de la coparticipación política entre blancos y colorados.
En el período “militarista” (1876-1886) el Estado dio el gran salto en su capacidad de control sobre la fuerza física alcanzando la supremacía técnica necesaria para reprimir con éxito los habituales desafíos armados al poder estatal.
Sin embargo recién al inicio del período “batllista” (1903-1933) con la derrota de una última revolución blanca de
importancia (1904) el Estado alcanzó el monopolio efectivo de la fuerza física.
nacional, dando lugar a un conjunto de diagnósticos y proyecciones que navegaron en un clima
general de conciencia a nivel del mundo intelectual y del elenco gobernante acerca del necesario
protagonismo del estado como elemento central en cualquier plan de superación de la crisis y de
desarrollo económico de largo aliento. El hecho es que además de este clima intelectual esta idea se
concretó en diversas iniciativas que terminaron en la asunción por parte del estado de un conjunto de
actividades económicas: la construcción y administración del puerto montevideano, la generación y
distribución de energía eléctrica en la capital, la fundación del Banco de la República, entre otras
iniciativas. El resultado es que el siglo terminaba con un Estado uruguayo que ya se desempeñaba
como agente económico en ciertas áreas claves de la aún precaria estructura económica nacional:
finanzas y crédito, comercio, generación de energía; un estado que tenía también desarrolladas una
de las patas fundamentales de todo estado social: contaba con un aparato educativo de cobertura
universal para el nivel primario con dos décadas de acumulación y crecimiento.
La expansión del Estado hacia el área económica se produjo en el marco de la
perpetuación del sistema político oligárquico hegemónico y excluyente. Bajo el imperio de la Primera
Constitución (la de 1830) la ciudadanía continuó estando fuertemente restringida. El derecho al
sufragio siguió siendo el privilegio de una minoría ilustrada y el acceso a los cargos de gobierno
continuó rigiéndose por criterios de exclusión censitaria. La participación política de las masas se
producía por canales informales a través de las divisas blanca y colorada configuradas como huestes
caudillistas. De igual forma la competencia política institucional estaba fuertemente limitada por el
fraude electoral y el manejo exclusivista de las instituciones públicas de parte de los colorados. El
pluralismo en clave bipartidista (blancos y colorados) sobrevivió en la práctica, por la mutua
aceptación que implicaba el mecanismo de coparticipación instaurado a partir de 1872.
En resumen, si bien existía una participación política masiva canalizada a través de las
divisas y las adhesiones caudillistas, y los dos partidos que se configuraron a partir de las divisas
blanca y colorada se aceptaban mutuamente compartiendo incluso espacios de poder (jefaturas
políticas departamentales), el sistema político globalmente considerado siguió pautado por su
configuración tradicional que cabe caracterizar como oligárquico excluyente (por privar de derechos
políticos a la enorme mayoría de la población) y hegemónico (por perpetuar el predominio del Partido
Colorado en el gobierno y excluir de las posibilidades de acceder al mismo al Partido Nacional).
Habría que esperar al siglo XX para que la modernización alcanzase al conjunto de las instituciones
políticas. La primera modernización política, la del siglo XIX, se redujo al Estado.
La segunda modernización (1903-1933):
reformismo económico-social y democratización política
El batllismo, al hacerse cargo de la conducción de aquel estado en los primeros años
del siglo XX, vino a profundizar un proceso de expansión que estaba en curso. Hacia 1903 el
estado uruguayo ya era un estado intervencionista. El proceso de construcción del estado
empresario y del estado social ya se había iniciado algo más que tímidamente en el último cuarto
del siglo XIX. Los equipos gobernantes que habían llevado adelante la conducción del país
durante el último tramo del siglo XIX evidenciaron en su obra una ruptura pragmática con el
liberalismo económico. En verdad, aún cuando ideológicamente se tratara de liberales puros al
viejo estilo clásico, la experiencia de la crisis de 1890 había provocado tal conciencia de la
necesidad de un estado económica y socialmente activo que el estatismo práctico que llevaron
adelante contrasta con el discurso liberal predominante. Tal contradicción no escapaba a los
gobernantes que la encarnaban, su evidencia estimuló la elaboración de una justificación: si bien
el liberalismo es el modelo teóricamente correcto, la realidad de un país altamente dependiente
de los vaivenes del mercado internacional, lleva a la necesidad de tomar medidas de corte
estatista como mecanismo defensivo, amortiguador frente a los avatares de la incierta coyuntura
internacional.4
¿Cuál fue entonces el lugar y el rol de ese primer batllismo (1903-1916) que el sentido común de
los uruguayos, estimulado por la enseñanza escolar y liceal, tiende persistentemente a identificar
como un momento casi rupturista y a la vez fundacional del Uruguay moderno y del estado
empresario y social? Con él, la expansión del estado encontró un momento de culminación en el
proceso que venimos describiendo. El estado intervencionista en lo económico y lo social no
germinó con José Batlle pero sí se afirmó y expandió bajo sus gobiernos. El aporte específico de
este primer batllismo fue el de agregar a ese intervencionismo ya existente una orientación
preferencial hacia lo que podríamos identificar como los sectores populares urbanos de aquel
Uruguay de principios de siglo, más específicamente con la fuerza laboral urbana. Con el
batllismo no nació el estado intervencionista sino el “estado deliberadamente interventor y
popular” (Barrán – Nahum 1984)

Este primer batllismo impulsó una amplia política de industrialización,
nacionalizaciones y estatizaciones que hicieron del estado un agente económico de primer orden
para las dimensiones de la estructura económica del país. Al mismo tiempo la apuesta a la
diversificación productiva como vía para romper el predominio ganadero se concretó en el
impulso del desarrollo agrícola y la industrialización. Mientras que el primero fracasó, la
segunda se concretó parcialmente. Salvo el caso de la industria frigorífica, que se instaló y
desarrolló a partir de 1905, se trataba de una industria cuya modalidad predominante era el
pequeño taller manufacturero con baja dotación de trabajadores y escasa incorporación
tecnológica. La política de nacionalizaciones y estatizaciones se desarrolló con particular ímpetu
entre 1911 y 1915 operándose un gran crecimiento del sector público de la economía.
La modernización económica operada bajo el primer batllismo estuvo centrada en la
dinamización de la economía urbana industrial y en el crecimiento de las empresas públicas
aunque, al fracasar en sus planes de reforma rural y fiscal, no alcanzó a trastocar las bases del
modelo agroexportador heredado del siglo XIX . Allí están las bases del creciente peso social y
político de los sectores populares y medios urbanos. La clase obrera manufacturera y el
funcionariado público se expandieron al son del incipiente crecimiento de la industria
manufacturera y del desarrollo del aparato del estado.
En el plano social el estado conducido por el batllismo desarrolló una amplia
legislación social y laboral al tiempo que instrumenta efectivamente un giro en la ubicación del
estado frente al conflicto social en un momento de florecimiento del sindicalismo uruguayo. El
estado asume un rol franca y declaradamente neutral frente a los conflictos sociales y se
manifiesta abiertamente favorable a la organización colectiva de los trabajadores y a la mejora de
la condición social de los mismos siempre y cuando se canalice dentro de la normativa legal
vigente. En tal sentido en el estado se despega de la connivencia represiva con las patronales y
asume un rol de equidistancia práctica aunque con discurso de apoyo a los reclamos obreros. Al
mismo tiempo, abundan los proyectos de legislación laboral y social que se impulsan en las
cámaras legislativas y aunque muchos de ellos quedan varados en la discusión parlamentaria y
no saltean las vallas que se les presentan, igualmente es amplia la legislación sancionada en la
materia.
En tanto el batllismo dio renovado impulso al intervencionismo con un fuerte tono
popular, los sectores acomodados y conservadores de la sociedad uruguaya se vieron impelidos a
abandonar su tradicional prescindencia política y encaran su organización y movilización. La
articulación exitosa de los sectores conservadores de ambos partidos tradicionales con las
organizaciones gremiales de las clases acomodadas inquietadas por el impulso batllista, lograron
poner freno al mismo y obligar al batllismo a entrar en una “política de pactos y compromisos”
(Nahum 1975) que en los años 20 significó un verdadero congelamiento, que no retroceso, del
impulso estatista que tuvo su punto culminante entre 1911 y 1915. La derrota electoral del
batllismo en 1916 dio pie al “alto” del presidente Feliciano Viera a las reformas económicas y
sociales, en principio no más que un anuncio público que se concretaría en el curso de los años
siguientes dando lugar al advenimiento de una “república conservadora” (Barrán – Nahum
1987; Caetano 1991 y 1992).
Al tiempo que el “alto de Viera” de 1916 frenó el reformismo social y económico
del primer batllismo, y con él el avance del estado social y empresario de orientación
deliberadamente popular, el sistema político vivió a partir de 1916 una profunda modernización
de signo democratizador. La renovación política encontró su cause legal en la reforma de la
Constitución de 1830 y en la revisión de la legislación electoral que se completaría en los años
siguientes.
La Segunda Constitución (1917) supuso, conjuntamente con el andamiaje legal que
fue configurando el nuevo sistema electoral, una notable reformulación de las instituciones
políticas uruguayas. Bajo el nuevo formato institucional el viejo orden político, hegemónico y
excluyente, encontró su final y dio paso a una modernización en una clave doblemente
democrática: como ampliación de la participación política y como consagración del pluralismo
político. En primer lugar, la marginación política de los sectores populares fue superada
parcialmente al establecerse el sufragio universal masculino eliminándose de esa forma las
exclusiones de orden social, económica y cultural5. En los años veinte el sistema político
uruguayo completó su configuración electoral y la política uruguaya se electoralizó rápidamente
con una participación ciudadana sostenidamente incrementada. En segundo lugar, se consagró y
aseguró el pluralismo político a través del establecimiento de un sistema de garantías que
rodearon al nuevo sistema electoral (voto secreto entre otros) y a la adopción de la representación
proporcional para la adjudicación de los cargos legislativos y de formas de representación
(aunque no proporcionales) en el poder ejecutivo que pasó a tener una instancia colegiada. De
esta forma quedó asegurando el acceso de la minoría nacionalista a los órganos de gobierno y la
posibilidad cierta de desafiar el predominio colorado y alternarse en el ejercicio del gobierno y
en el control del estado.

Observando en conjunto el período 1903-1933, la modernización política operada en
el mismo reconoce dos fases. En la primera, correspondiente al “primer batllismo” (1903-1916)
el componente central de esa renovación estuvo en la creciente expansión de los atributos y del
aparato del estado. En la segunda, correspondiente a la “república conservadora” (1916-1933)
el elemento central de la modernización política está en la democratización del sistema político.
Llamativamente la modernización no supuso un recambio del sistema de partidos políticos
tradicionales, sino que por el contrario los viejos partidos sobrevivieron y se volvieron también
partidos modernos. Paradójicamente la segunda modernización política confirmó la
“permanencia y fortalecimiento del tradicionalismo político” (Caetano – Rilla 1991), la
supervivencia remozada y tonificada de los viejos bandos blanco y colorado, transformados en
partidos políticos modernizados.
Entre 1903 y 1916 el fuerte impulso reformista en materia económica y social se
desarrolló en el marco de un sistema político aún excluyente y hegemónico. La modernización
económica y social tuvo como correlato político un gran redimensionamiento del rol del Estado.
Las novedades políticas que se procesan a partir de 1916 constituyen una profunda
modernización del sistema político uruguayo caracterizada por la ampliación de la participación
política ciudadana y la institucionalización del pluralismo. Puede decirse con toda propiedad que
la reformulación institucional de 1917 marcó el nacimiento de la democracia uruguaya. Al
mismo tiempo entre 1916 y 1930 el batllismo se vio obligado a entrar en una política de pactos y
compromisos con otras fracciones políticas de su propio partido y de fuera. El reformismo
económico y social y con él la expansión del estatismo se detuvo casi completamente. El tipo de
relaciones estado-economía-sociedad anudado bajo el primer batllismo se cristalizó, en tanto ni
se desanda el camino ni se avanza, aunque la intención y el tono popular y hasta obrerista del
intervencionismo fue relevado por el primado de la preferencia hacia los reclamos de los sectores
patronales conservadores. Mientras que el sistema político se democratizó, el reformismo
económico y social entró en una fase de casi congelamiento y en esta doble y paradójica realidad
reside la clave de la “república conservadora” uruguaya.
El año 1930, cuando las costas uruguayas se vean visitadas por los primeros vestigios de la
depresión capitalista internacional desatada por el crack neoyorkino de 1929, el que marcará el inicio de
un segundo impulso reformista viabilizado políticamente por la alianza política del batllismo neto y el
nacionalismo independiente (Jacob 1983). Pero este viraje político que de concretarse probablemente
hubiera llevado hacia un nuevo punto las relaciones estado-economía-sociedad, se vio prontamente
frenado por el golpe de estado de 1933 que lejos, una vez más, de revertir los tímidos avances estatistas
de los años previos, los congeló y por lo mismo los perpetuó en sus rasgos esenciales. De esta forma la
segunda modernización llegaba a su fin y el Uruguay inciaba con el “terrismo” (1933-1942) un nuevo ciclo
político y económico.

Conclusión:



Como señalé en la introducción de esta ponencia y lo repetí a lo largo de la misma, la
primera y la segunda modernización del Uruguay pueden considerarse dos momentos de un mismo
proceso. Sin embargo, las claves políticas y económico-sociales son diferentes en cada uno de los
dos momentos. Las dos fases de la modernización difieren también en la relación entre sus facetas
económico-social y política.
En el aspecto económico y social, la del siglo XIX, especialmente bajo la operada bajo el
“militarismo” (1876-1886), fue una modernización básicamente rural. Supuso la consolidación del
modelo ganadero exportador, orientada a una más completa inserción en el circuito comercial del
capitalismo desde una condición periférica. Se desarrolló sustancialmente de acuerdo a las
demandas de buena parte de la oligarquía latifundista y mercantil: la afirmación de la propiedad
privada de la tierra y el ganado, el disciplinamiento y represión de la peonada rural, el saneamiento
financiero y monetario.
La del siglo XX, especialmente bajo el “primer batllismo” (1903-1916), estuvo centrada
en la modernización de la economía y la sociedad urbanas -fracasando en su intento de hacerlo con
el medio rural-, en la apuesta parcialmente exitosa a la diversificación productiva (agrícola e
industrial), así como al desarrollo de los servicios (comercio, turismo, finanzas, transportes), en la
recuperación del control nacional de la economía (política de nacionalizaciones y estatizaciones). El
batllismo no logró su objetivo de romper con el predominio del modelo ganadero exportador
tradicional, pero significó una gran dinamización y modernización de otras áreas de la economía.
Mientras que la primera modernización transitó por el camino de una modernización
política centralizadora, autoritaria y excluyente; la segunda desbordó el cause oligárquico de la
primera y anduvo el camino de la democratización, la participación política ciudadana y –aún contra la
vocación jacobina de buena de la conducción batllista y colorada- pluralista.
La modernización política del siglo XIX supuso una tardía institucionalización y
consolidación del Estado uruguayo como agente con capacidad coercitiva efectiva, aunque aún no
totalmente monopólica, sobre el territorio y la población nacional, así como la confirmación de un
orden político oligárquico y excluyente . Por su parte, la del siglo XX, bajo la premisa de un poder
estatal ya consolidado, estuvo pautada por un doble impulso a la vez democratizador del sistema
político y redimensionador del rol del Estado en un sentido intervencionista. Se ha señalado (Panizza
1990) que allí reside una originalidad genética de la formación política uruguaya: la casi
simultaneidad de los fenómenos de consolidación institucional y modernización democrática al
producirse tardíamente la primera y tempranamente la segunda.
Desde otro ángulo de análisis la conducción política de la primera modernización
prescindió de los partidos políticos que se vieron desalojados del ejercicio del gobierno y del
protagonismo político. El militarismo se apoyó en el ejército, en la clase terrateniente, en la burguesía
mercantil y en los inversores extranjeros: todos los que demandaban el orden político y el
saneamiento de las finanzas. En la segunda modernización los partidos, que se habían reorganizado
y vuelto al primer plano de la vida política con el “civilismo” (1886-1903) fueron protagonistas del
proceso de modernización. Lejos de ser barridos en el curso del proceso de modernización,
sobrevivieron transformándose, constituyéndose en partidos modernos. En Uruguay, el proceso de
modernización confirmó, renovándolo, el tradicionalismo político y su formato bipartidista blanco y
colorado. También se confirmó y consolidó el protagonismo y la centralidad de esos partidos
tradicionales en la conducción del estado, en el rumbo de las políticas públicas y en la mediaciones
con la sociedad civil.
El caso del Partido Colorado reviste mayor interés por ser el partido que hegemonizó la
conducción del estado ininterrumpidamente durante la mayor parte del período de modernización. De
su seno nació el batllismo que protagonizaría la segunda modernización. Desde la última década del
siglo XIX se fue conformando y se consolidó en las primeras del siglo XX un “elenco político
profesional” (Barrán – Nahum 1979-1987, T.1) que a la cabeza de un estado consolidado y en
expansión operó exhibiendo un importante grado de autonomía política respecto a los sectores
económicamente dominantes.
Esta profesionalización de un elenco político colorado fue una de las bases de la
“autonomía relativa del Estado uruguayo” (Finch 1980). La histórica debilidad de la sociedad civil, en
particular de sus clases dominantes, y la temprana y paradójica preeminencia de un estado que
recién se consolidó con la primera modernización militarista dieron por resultado esa relativa
autonomía estatal. Cuando hacia fines del siglo XIX se conformara un elenco político profesionalizado
sin ataduras inhibitorias con los sectores económicos predominantes, se completarían los
fundamentos de lo que de otra manera no podría explicarse: la irrupción de una conducción política
colorada que desde el Estado predica y despliega una acción reformista orientada a la transformación
del modelo económico ganadero exportador y a la incorporación política y la reparación social y
económica de los sectores populares. Sin embargo, la peripecia de la modernización muestra los
límites de esa autonomía: el mismo núcleo rural y mercantil que impulsó y sostuvo la modernización
militarista, logró en 1916 articular el bloque social y político que frenó el avance del reformismo propio
de la modernización batllista, aunque no intentó (¿quiso?) desandar el camino ya transitado.
Por último, la relación entre modernización política y modernización económico-social en
las dos fases estudiadas revela una diferencia básica desde la perspectiva de la modalidad
predominante de relación estado-economía. La primera fase de la modernización, en particular bajo el
militarismo, respondió básicamente a una orientación liberal: el estado se centralizó e institucionalizó,
(casi) monopolizó el ejercicio legítimo de la violencia física, garantizó la propiedad privada, estableció
el marco jurídico legal, montó el andamiaje administrativo nacional, desarrolló el control ideológico de
la sociedad (escuela pública). La segunda estuvo pautada, en particular desde 1911, por una pujante
expansión del rol del estado como orientador, regulador y participante directo del proceso
económico6. Con los antecedentes y fundamentos heredados del “civilismo”, la modernización
batllista supuso una notable alteración de la pauta liberal predominante en la modernización del siglo
XIX. El intervencionismo se expandió bajo la modalidad estatista7: el estado montó un conjunto de
empresas públicas que controlaron sectores claves de la economía nacional (transportes, crédito,
seguros, construcción, electricidad, agua y gas). En 1930, al cumplir Uruguay su primer centenario
como estado independiente, el sector público de la economía ocupaba un lugar y desempeñaba un
rol en la estructura económica nacional notablemente diferentes respecto al que tenía al iniciarse el
siglo XX.

Bibliografía
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Ceaetano – Pablo Mieres – José Rilla – Carlos Zubillaga “De la tradición a la crisis. Pasado y
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cuatro pilares: educación pública, salud pública, seguridad social y vivienda. Para un seguimiento sistemático del
desarrollo de estos cuatro componentes del “estado social batllista” puede consultarse Filgueira 1994.
7 El intervencionismo no se desarrolló en este período en su faz regulatoria sino que estuvo casi exclusivamente
vinculado a la modalidad estatista de intervención directa en el proceso económico a través de la creación de
empresas estatales. Hay aquí una diferencia con otros períodos de redefinición intervencionista de las relaciones
estado-economía en la historia del Uruguay.
Filgueira, Fernando (1994): “Un estado social centenario. El crecimiento hasta el límite del estado
social batllista” en Filgueira, Carlos - Filgueira, Fernando “El largo adiós al país modelo. Políticas
sociales y pobreza en el Uruguay”, Arca, Montevideo.
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Jacob, Raúl (1983): “El Uruguay de Terra (1931-1938)”, Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo.
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Nahum, Benjamín (1975): “La época batllista (1905-1920)”, Ediciones de la Banda Oriental,
Montevideo.
Panizza, Francisco (1990): “Uruguay: batllismo y después. Pacheco, militares y tupamaros en la crisis
del Uruguay batllista”, Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo.
Real de Azúa, Carlos (1964): “El impulso y su freno. Tres décadas de batllismo”, Ediciones de la
Banda Oriental, Montevideo.
Real de Azúa, Carlos (1984): “Uruguay, ¿una sociedad amortiguadora?”, Ciesu-Ediciones de la
Banda Oriental, Montevideo.