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martes, 11 de enero de 2011

V Jornadas Historia y Cultura de América.Área temática I: Los cambios en España y América en la primera década del siglo XIX ¿Independencia o disgregación? La reconfiguración del espacio hispano-americano a partir de 1808 J. Ramiro Podetti, Universidad de Montevideo.

Área temática I: Los cambios en España y América en la primera década del siglo XIX

¿Independencia o disgregación? La reconfiguración del espacio hispano-americano a partir de 1808

J. Ramiro Podetti, Universidad de Montevideo

Resumen: Se analiza el proceso iniciado en 1808 tomando en cuenta los impactos de la revolución industrial en marcha en Inglaterra y Francia. Desde esta perspectiva, el surgimiento de la idea de la “independencia” se produce bajo la gravitación de dos posibilidades contrapuestas: mantener o recrear un espacio común entre todos los nuevos estados (con o sin España) o ligarse, por separado, a las potencias mencionadas, en los términos de una división internacional del trabajo.

La primera pregunta que a mi juicio debería formularse, al encarar el tema del bicentenario de la Emancipación, es cómo aprovechar la oportunidad para actualizar su percepción pública. Porque resultaría inadmisible que las celebraciones 1) no asuman aquellas revisiones ya razonablemente consensuadas, 2) no sean capaces de contemplar aquellos hechos desde la actualidad de los procesos de integración y 3) no encararan todo lo que la celebración debe tener de proyección de futuro. Y como Uruguay tiene el raro privilegio de estar en el comienzo de la conmemoración, podría decirse asimismo que tiene la oportunidad de colocar desde el principio aportes para este objetivo.


1. Independencia, sí, pero en dónde

El DRAE define independencia como “libertad, especialmente la de un Estado que no es tributario ni depende de otro”, y autonomía como “potestad que dentro de un Estado tienen municipios, provincias, regiones u otras entidades, para regirse mediante normas y órganos de gobierno propios”, aunque en segundo lugar admite también “condición de quien, para ciertas cosas, no depende de nadie”, es decir, un sinónimo de independencia. La referencia viene a título de que la “independencia”, entendida en términos políticos, es un concepto relativo, y que requiere por lo tanto de que sea establecido su contexto para conocer la medida de este alcance relativo. Llevada al presente, la noción tradicional de independencia de los Estados –cuanto más su ejercicio- es casi un contrasentido, y su culto civil una hipocresía que contribuye a la crisis general de la política. Aunque no es directamente atinente al tema propuesto, porque se trata de reflexionar sobre la independencia tal como fue entendida en las primeras décadas del siglo XIX, no puede omitirse tampoco la referencia, porque las celebraciones están ocurriendo en el presente. 

1.1 Los intentos de reconfigurar el Imperio español como sistema de autonomías
Más allá de sus antecedentes, que para presentarlos exhaustivamente habría que retroceder al siglo XVI, interesa recordar aquí la aparición de la idea de la independencia de las Indias en dos documentos en los que se propicia la creación de monarquías autónomas americanas, de 1781 y 1783. Me refiero a la Representación a Carlos III del Intendente de Venezuela, José de Ábalos, fechada en Caracas el 24 de septiembre de 1781, y al más conocido “Dictamen reservado”, atribuido al Conde de Aranda, y presumiblemente escrito a poco de la firma del Tratado de París del 3 de septiembre de 1783.

Ábalos considera “precisa e indispensable una oportuna y cuerda división en algunas monarquías que respectivamente se gobiernen por sí mismas, porque de otra forma en el orden natural se hace imposible su conservación íntegra”.[1] Luego de reflexionar sobre la rebelión de Túpac Amaru y sugerir su conexión con los comuneros del Socorro, el Intendente de Venezuela atribuye los hechos, más allá de errores cometidos por España, a “la desafección de estos naturales a la España y al vehemente deseo de independencia”, y más tarde habla del “espíritu de independencia que han descubierto”. Finalmente, se definen los alcances económicos de este proyecto de reconfiguración del Imperio Español en los siguientes términos:

Estipulándose precisamente como principios fundamentales de la cesión o desmembración, que se hagan para el objeto unos tratados de amistad y alianza perpetua con los nuevos soberanos y una exclusión, cuando no en el todo en parte, de las demás potencias en el comercio y giro de aquellos reinos. [PI, p. 68]

Una última observación de interés: Ábalos sostiene que la “desmembración” quitaría a los enemigos de España “la esperanza de la independencia de aquellos vasallos”, en donde aparece, como se verá también claramente en el otro documento, la cuestión del marco en el que se desenvolvería la independencia de las Indias si no era concebida y conducida desde España.

Aranda casi repite la argumentación básica de Ábalos, para concluir:

Todas estas circunstancias, si bien se mira, contribuyen a que aquellos naturales no estén contentos y que aspiren a la independencia, siempre que se les presente ocasión favorable. [PI, p. 77]

Su propuesta consistía en establecer tres reinos (México, Perú y Nueva Granada), cuyos respectivos soberanos y sus sucesores reconocerían al de España como “suprema cabeza de la familia”. De modo similar al plan de Ábalos, se estipulaba en lo económico

Que las cuatro naciones se consideren como una en cuanto a comercio recíproco, subsistiendo perpetuamente entre ellas la más estrecha alianza ofensiva y defensiva para su conservación y fomento. [PI, p. 83]

Es importante atender a la idea implicada en la expresión “cuatro naciones” para medir el alcance del concepto federativo implícito. Aranda explica su idea en función del reconocimiento de la independencia de los Estados Unidos, y concluye que

establecidos y unidos estrechamente estos tres reinos, bajo las bases que he indicado, no habrá fuerzas en Europa que puedan contrarrestar su poder en aquellas regiones, ni tampoco el de España y Francia en este continente; que además, se hallarán en disposición de contener el engrandecimiento de las colonias americanas o de cualquier nueva potencia que quiera erigirse en aquella parte del mundo. [PI, p. 83]

1.2 Los intentos de preservar la unidad del sector americano del Imperio
Cuando el proceso de la Independencia llevaba una década de desarrollo, el 7 de octubre de 1820, el Vicepresidente de la Gran Colombia Francisco Antonio Zea presentó al Duque de Frías, embajador español en Londres, un “Plan de Reconciliación entre la España y la América por medio de una íntima confederación que identifique sus intereses y relaciones y conserve la unidad de la Nación y la de su poder y dignidad”. Su parte sustantiva era un “Proyecto de Decreto sobre la emancipación de la América y su confederación con España, formando un gran Imperio federal”,[2] de acuerdo al cual Colombia, las repúblicas de Chile y Buenos Aires, y los virreinatos subsistentes por entonces, integrarían con España una Confederación, cuya “ley fundamental”, parlamento y nombre serían establecidos posteriormente, y con estipulaciones económicas similares a las de los proyectos anteriores.

Traigo esta referencia, análoga a la que los diputados americanos, liderados por Lucas Alamán, presentarán al año siguiente en las Cortes, para mostrar que la idea de la reconfiguración del Imperio español en un sistema amplio de autonomías existió por lo menos a lo largo de casi cuarenta años,[3] y que sus distintas iniciativas partieron tanto de España como de América. Baste el propio testimonio de Alamán, que al recordar la iniciativa de 1821 en las Cortes diría de la misma que

reducíase a ejecutar sin nombre de independencia y bajo la forma representativa, el proyecto del conde de Aranda, de distribuir el continente de América en tres grandes secciones con otros tantos delegados que ejerciesen el poder ejecutivo, pudiéndose confiar este encargo a los infantes de España. Los delegados habrían de ser responsables, no solo a la sección de Cortes de cada una de estas grandes divisiones, sino también al rey y a las Cortes generales... [las secciones] quedaban enteramente independientes para todo lo relativo a su gobierno interior, pero sin facultad de declarar la guerra ni hacer la paz, lo que venía a formar una grande confederación, teniendo al rey de España a su cabeza.[4]

La negativa de Fernando VII a considerar la propuesta de Zea y la airada repulsa de las Cortes a tratar el proyecto de los diputados americanos cerró definitivamente las posibilidades de reconfigurar el Imperio español como sistema amplio de autonomías, de modo de preservarlo como un “gran espacio”. Sin embargo los intentos de mantener la unidad de la parte americana continuaron todavía unos cuantos años. No me refiero solamente a los proyectos de Bolívar, San Martín y Artigas, sino a los esfuerzos diplomáticos por crear el espacio económico que sustentara esa unidad, a los que la historiografía tradicional no ha concedido la importancia que tienen, y que se debieron fundamentalmente a la inspiración de Lucas Alamán y Andrés Bello, y cuyo último instrumento es de 1832.[5]
Cuando finalmente estos intentos también fracasan, la independencia cambia sutilmente de significado: de ser la autonomía dentro de un gran espacio hispanoamericano –con inclusión de España o no- pasó a ser autonomía en soledad, dentro del espacio atlántico reconfigurado tras la derrota de Napoleón.


2. La reconfiguración del espacio atlántico

Si la invasión napoleónica marca el desplome del Imperio español y por tanto el comienzo formal del proceso de reconfiguración hispanoamericana, es la derrota de Napoleón la que señala el comienzo del proceso mayor, dentro del que está inserto el anterior, que es la reconfiguración del espacio euratlántico. Quiero aludir brevemente a esto dando dos referencias, una política y otra económica, pero ambas de carácter revolucionario.

Arturo Ardao ha señalado, a partir de un conjunto de fuentes relevantes de las primeras décadas del siglo XIX –entre ellas, Hegel, los hermanos Humboldt, Alexis de Tocqueville, el saintsimoniano Michel Chevalier- la aparición de un cambio en la manera de concebir la dinámica principal de la historia europea, que desde la caída del Imperio Romano de Occidente había estado marcada por la dicotomía romano-germana.[6] En efecto, la derrota de Napoleón terminó de poner de manifiesto la definitiva irrupción de otros dos polos en la dinámica europea, el anglosajón y el eslavo. El hecho es importante porque el fracaso en el intento de preservar la unidad hispánica coincide con el triunfo del predominio anglosajón en el espacio atlántico. En más de un sentido podría decirse que si 1808 desencadenó el colapso del Imperio español, 1815 disminuyó las posibilidades de mantener la unidad hispanoamericana.

Pero el acontecimiento decisivo de este proceso fue la revolución industrial, desarrollada desde las últimas décadas del siglo XVIII, por las nuevas condiciones económicas que crea: la principal de las cuales, a los efectos de este análisis, es la tendencia a establecer una fuerte división internacional del trabajo, entre sociedades industriales cuyo trabajo genera alto valor agregado y sociedades productoras de materias primas cuyo trabajo genera bajo valor agregado. Desde este punto de vista, el debate central para los nuevos Estados que aspiraban a la autonomía, era con qué rol predominante se insertarían en la economía global, como lo acreditan en Estados Unidos las posiciones contrapuestas de Alexander Hamilton y Thomas Jefferson. En efecto, la imposición de políticas que harían de los Estados Unidos una potencia industrial, que se iniciaron con el Reporte sobre las Manufacturas de Hamilton en 1791, no se lograría sin arduos debates y conflictos, para saldarse definitivamente con el desenlace de la guerra civil en 1865. Desde la exclusiva consideración del debate entre el modelo industrial y el modelo agromineroexportador, la diferencia entre los Estados Unidos y las repúblicas hispanoamericanas fue que los defensores del primer modelo consiguieron imponerse en EEUU y los defensores del segundo modelo consiguieron imponerse en Hispanoamérica.

La cuestión es relevante, porque el triunfo del segundo modelo influyó en que la reconfiguración del espacio hispano-americano a partir de 1808 terminara no solo en la separación de España sino en la segregación hispanoamericana, simétricamente inversa a los Estados Unidos: mientras que allí trece colonias terminarán constituyendo un solo Estado de dimensiones continentales, en el otro caso cuatro virreinatos de dimensiones cuasi continentales terminarán constituyendo 19 estados. Es decir, al proyecto de confederación continental y unión aduanera le sustituirá la asociación por separado de los distintos países con la principal potencia industrial de la época.


3. Conclusión

La evolución comparada de las capacidades de creación de riqueza de las sociedades industriales y las sociedades productoras muestra dos curvas que se alejan proporcionalmente a sus diferentes capacidades de agregación de valor; el espacio creciente entre esas dos curvas es lo que hoy se llama habitualmente la brecha entre países ricos y países pobres. Si las sociedades productoras desplazaron históricamente a las sociedades predadoras cuando la revolución de la agricultura, las sociedades industriales muestran un proceso similar en los dos últimos siglos con relación a las sociedades productoras, cuyo destino es adaptarse a ese cambio o desaparecer paulatinamente.

La reflexión es necesaria para ofrecer una conclusión del asunto expuesto, porque la disgregación hispanoamericana fue en parte un resultado geográfico, en parte un resultado de incapacidad de las élites, pero también resultado de una elección conciente, aunque diluida en numerosas decisiones encadenadas a lo largo de varias décadas: la de asociarse a una potencia industrial como proveedor de materias primas. Para ello no era necesario mantener el propósito confederativo, sino más bien al contrario. Su resultado es conocido: haber creado sociedades que se han dado la espalda durante siglo y medio. Un solo dato bastaría para poner de relieve sus consecuencias: hasta la creación del Mercosur, la proporción del comercio intrasudamericano dentro del comercio total sudamericano no alcanzaba al 13%, a pesar de la excentricidad de Sudamérica en las rutas globales del comercio.

Pero la debilidad económica relativa creciente que supuso la decisión de incorporarse a la economía global como proveedores de materias primas, sumada a la segregación territorial, implicó una gran debilidad política dentro del espacio atlántico reconfigurado a partir de 1815. La paradoja entonces fue que el cambio sutil, ya aludido, del sentido de la independencia, que de pensarse como autonomía dentro de un gran espacio pasó a entenderse como independencia en abstracto, terminó diluyendo su valor real. Como afirmó ya entonces Francisco Antonio Zea, en la primera parte de su plan, “sería una prueba de cortas miras y ningún conocimiento de la marcha de las naciones dividir en pequeñas y débiles Repúblicas, incapaces de seguir el movimiento político del mundo, pueblos que estrechamente unidos formarán un fuerte y opulento Estado, cuya grandeza refluirá sobre todos ellos”.
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Bibliografía
Lucena Giraldo, M.: Premoniciones de la independencia de Iberoamérica. Madrid, Doce Calles-Mapfre, 2003.
Navas Sierra, J.A.: Utopía y atopía de la Hispanidad. El proyecto de Confederación Hispánica de Francisco Antonio Zea. Madrid, Encuentro, 2000.
Alamán, L.: Historia de México, desde los primeros movimientos que prepararon su independencia en el año 1808 hasta la época presente. México, Jus, tomo V, 1990.
Podetti, J. R.: “Lucas Alamán y su proyecto hispanoamericano”, inédito, 2004.



[1] Lucena Giraldo, M.: Premoniciones de la independencia de Iberoamérica. Madrid, Doce Calles-Mapfre, 2003, p. 55. En lo sucesivo PI.
[2] Ver Navas Sierra, J.A.: Utopía y atopía de la Hispanidad. El proyecto de Confederación Hispánica de Francisco Antonio Zea. Madrid, Encuentro, 2000.
[3] Otras referencias: Los “Apuntes para una reforma de España sin trastorno del gobierno monárquico ni de la religión” por el fiscal de la Audiencia de Charcas Victorián de Villaba (Charcas, 1797) introducen la idea de otorgar carácter de gobierno representativo y autónomo, en sus respectivos territorios, a las audiencias; la Constitución de Cundinamarca (Bogotá, 1811) introduce la idea de una monarquía federal basada en que los territorios y reinos que la constituyeran adoptaran el sistema de gobierno representativo; la Constitución del Estado de Quito (1812) sigue la idea de una monarquía federal, al constitucionalizar el antiguo Reino de Quito pero reconociendo como monarca a Fernando VII y reservando la decisión sobre todo lo que tenga que ver con el interés público de América al “Congreso General de los Estados que quieran confederarse”; el Plan de Iguala (México, 1821) preveía la comparecencia de Fernando VII en México para los recíprocos juramentos.
[4] Alamán, L.: Historia de México, desde los primeros movimientos que prepararon su independencia en el año 1808 hasta la época presente. México, Jus, tomo V, 1990, p. 351.
[5] Podetti, J. R.: “Lucas Alamán y su proyecto hispanoamericano”, inédito, 2004. Estos tratados establecían las condiciones para una unión aduanera hispanoamericana o, ante el avance similar de la diplomacia británica en obtener la cláusula de nación más favorecida, salvaguardaban de su cumplimiento a los países hispanoamericanos: Tratado de Liga, Confederación y Unión Perpetua entre Colombia y el Perú (Lima, 1822); Tratado entre Colombia y el Perú, adicional al precedente; Tratado de Unión, Liga y Confederación entre Colombia y Chile (Santiago de Chile, 1822); Tratado de auxilio entre Chile y Perú (Santiago de Chile, 1823); Tratado de Amistad, Unión, Liga y Confederación entre Colombia y Méjico (México, 1823); Tratado de Comercio y Navegación entre México y Colombia (México, 1823); Tratado de Unión, Liga y Confederación entre Colombia y la Federación Centroamericana (1825); Tratado de Amistad, Comercio y Navegación entre México y el Reino Unido (no ratificado por el Reino Unido, México, 1825. Se incluye, pese a ser un tratado con una nación no americana, por incluir una excepción al trato de nación más favorecida para los países hispanoamericanos);  Tratado de Amistad, Comercio y Navegación entre México y Chile (México, 1831); Tratado de Amistad, Comercio y Navegación entre Chile y Estados Unidos (Santiago de Chile, 1832. Inspirado, negociado y firmado por Andrés Bello, se incluye porque introduce la misma salvaguarda que Alamán sobre los países hispanoamericanos en cuanto al alcance de la cláusula de nación más favorecida); Tratado de Amistad, Comercio y Navegación entre México y Perú (México, 1832).
[6] En Romania y América Latina. Montevideo, Biblioteca de Marcha-Udelar, 1991. También ha tratado el tema en España en el origen del nombre América Latina. Montevideo, Biblioteca de Marcha-Udelar, 1992, Genésis de la idea y el nombre de América Latina (Caracas, 1980) y Nuestra América Latina (Montevideo, EBO, 1986). 

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