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domingo, 22 de mayo de 2011

La rebelión de Túpac Amaru en el actual territorio argentino de Felipe Pigna (Página Oficial)

La rebelión de Túpac Amaru en el actual territorio argentino

de Felipe Pigna (Página Oficial), el Lunes, 16 de mayo de 2011 a las 13:33
El 18 de mayo de 1781 el Inca José Gabriel Condorcanqui, conocido como Túpac Amaru, fue ejecutado y descuartizado en la plaza en Cuzco, Perú, por orden de las autoridades hispanas por rebelarse e intentar recobrar la independencia del Perú. En su lucha obtuvo el apoyo de indígenas y criollos tanto en el Virreinato del Perú como en el del Río de la Plata. Logró convulsionar a doce provincias del primero y a ocho del segundo, pero la rebelión fue finalmente sofocada.  Reproducimos a continuación un fragmento del libro Túpac Amaru, el rebelde, del historiador polaco Boleslao Lewin, donde se refiere al impacto de la rebelión en el actual territorio argentino.

Fuente: Boleslao Lewin, Túpac Amaru, el rebelde, Editorial Claridad, Buenos Aires, 1943.

La rebelión de Túpac Amaru en el actual territorio argentino
Su repercusión en Buenos Aires y Córdoba.

Es interesante, desde el punto de vista expuesto en este trabajo, el hecho de que el movimiento de Túpac Amaru no repercutiera solamente en la región andina habitada en gran parte por indígenas, sino que también tuvo su influencia en las provincias del litoral, incluso en la capital del virreinato. Dice Vértiz al respecto: “…en estos parajes reconozco también si no una declarada adhesión a las turbulencias que hoy agitan al Perú, a lo menos una frialdad e indiferencia al oír los horrores que se cometen, que me cuestan bastante cuidado, y más que todo, al hallarme sin tropa con qué hacer respetar y sostener los derechos de S. M.”

En su carta del 30 de abril de 1781, Vértiz confiesa al ministro de Indias lo siguiente: “La capital de Buenos Aires y sus costas de Norte a Sur si se verifica la expedición de los ingleses, no tiene otro recurso para su defensa que este cuerpo de milicias disgustadas, y vacilante su obediencia por imitar a las gentes del Perú, por lo que no se ha tenido por conveniente trasladar alguna parte de ellas a esta plaza (de Montevideo).” El virrey, al referirse a la sublevación de las milicias convocadas para socorrer la ciudad de Jujuy, dice: “Semejantes procedimientos son efectos de una general alteración y descontento que se ha introducido en estos dominios tan rápidamente que no se oyen otras voces ni se ven más que señales evidentes de la disposición que reina en los espíritus para seguir en el mal ejemplo del día mirando con indiferencia muchos los horrores que se cometen y otros con satisfacción…”.
(…)

¿Y qué dirán de esto los que subrayan tanto la ausencia de conmociones sociales y políticas en Buenos Aires durante la Colonia? (…) Una cosa debemos agregar: en el litoral argentino, no obstante toda la “inquietud de ánimos” que evidencia el resultado de la labor de los núcleos revolucionarios, no se llegó a producir ningún movimiento armado.

Tampoco en Córdoba se produjo, aunque se hicieron públicas las protestas contra el aumento del precio del tabaco. Las expresiones de descontento, en vistas de la situación por la que atravesaban las colonias (…), preocupaban seriamente a las autoridades. Se aumentó su inquietud al recibir la orden del Virrey respecto a la movilización de las milicias. El Cabildo de la “docta” temía que los milicianos de la ciudad, junto con los de la campiña, se rebelaran de igual manera como lo habían hecho los de las otras provincias del actual territorio argentino. (…)

El movimiento de Túpac Amaru en la región andina
La región andina, desde Jujuy por Mendoza, fue la que sintió más hondamente la sacudida profunda emanada de Tinta. El movimiento revolucionario fue en ella tanto más intenso cuanto menos estaba alejado del foco principal de la rebelión.
Frente a las altiplanicies jujeñas, con su población indígena ya antes de la conquista, influenciada por la civilización incaica, y débil en Mendoza donde llegó el grito libertador ahogado, no tanto por la lejanía, como por la falta de una capa social portadora directa y entusiasta de las ideas reivindicadoras. Esta capa, en cambio, existía, como dijimos, en la Puna de Jujuy, donde los indígenas padecían de los mismos males que sus hermanos de todas partes.

La obligación de mitar en la minería del Alto Perú y en las minas de oro de Cochinoca en la región misma, había disminuido de manera pavorosa la cantidad de indios de Santa Catalina. El rey, informado de este hecho, como dice Cosme Bueno, ordenó no se cumpliera esta obligación.  (…)

El aumento de los gravámenes, tan sentido por la población criolla, tuvo también lugar en el actual territorio argentino. Pero de lo que más sufría la población de la antigua gobernación del Tucumán, y especialmente la de Jujuy  y Salta, era del cese de las exportaciones a causa de la guerra con Gran Bretaña, porque la ruta comercial del Alto Perú, riquísimo en metales, pasaba por ellas. También el comercio de mulas pasaba por una aguda crisis a causa de la sublevación de Túpac Amaru. Esto favoreció la labor de los núcleos revolucionarios en la región de Jujuy, capitaneados por el mestizo José Quiroga. Quiroga, intérprete en la reducción de San Ignacio de indios tobas, aprovechó sus relaciones para sellar una alianza con ellos y con los indígenas del Chaco no reducidos. (…) Se hablaba…de expulsar a los españoles y de tomar las riendas del poder por los nacidos en suelo americano, haciendo solamente una excepción para el sacerdocio peninsular que debía conservar sus prerrogativas.

En la sublevación de Jujuy, como en todo el actual territorio argentino, se nota la participación muy activa de criollos en el movimiento revolucionario. (…) De manera muy parecida como en otras partes, también en Jujuy las autoridades se llegaron a enterar a tiempo de los preparativos para la sublevación, gracias a la denuncia de un cura: el maestro Albarracín.
(…)

La Puna estaba en contacto directo con el centro de la sublevación en el corregimiento de Chichas, Alto Perú, lindante con Jujuy, donde el sargento criollo Luis Lasso de la Vega, el 3 de marzo de 1781, dio muerte al corregidor y se declaró gobernador de las provincias de Chichas, Lipes y Cinti, en nombre de José Gabriel Túpac Amaru. Las autoridades se apoderaron de las convocatorias de Dámaso Catari en los pueblos de Rinconada, Cochinoca, Santa Catalina y Casabindo, todos ellos en la Puna. Además, en Santa Catalina fue publicado un edicto de Túpac Amaru.

La organización del movimiento estaba planeada de acuerdo con el centro principal del mismo y previsto su estallido para marzo, como en casi todas las regiones altoperuanas. Pero ya a mediados de febrero los indios tobas de la reducción de San Ignacio sellaron la alianza con los matacos no reducidos de Chaco, de la que hablamos más arriba.

Se sobreentiende que las autoridades, al enterarse de lo que se tramaba, tomaron todas las medidas para conjurar el peligro. (…) …nos consta que con el fracaso del ataque a Jujuy del día 28 de marzo, señalado como fecha de la sublevación general, ésta estaba lejos de extinguirse. El comandante militar de la ciudad, Gregorio Zegada, habiendo convocado las milicias para enviar socorro al fuerte de Río Negro, atacado también el día 28 de marzo, constató que no se presentaron muchos de ellas. (…)

Zegada…en aquel momento aún no conocía los lugares donde se reunían los rebeldes. Tuvo noticia de ellos el 30 de marzo. (…) Al día siguiente (31 de marzo) los atacó sorpresivamente tomándoles 27 prisioneros; los restantes, como dice, “se huyeron cerro arriba, y dieron aviso a otra cuadrilla que se hallaba allí inmediata, la que escapó sin poderlo remediar…”. (…)

Zegada…se dirigió al gobernador de la provincia Andrés Mestre, pidiéndole socorro con el fin de castigar a los indios. Pero en aquel momento éste no estaba en condiciones de enviárselo, porque se habían sublevado los indios de Casco y de todo el Chaco lindante con Salta. El gobernador del Tucumán se vio obligado a despachar las fuerzas disponibles al fuerte del Río del Valle “para contener cualquier insulto, poniendo los destacamentos correspondientes en las bocas de las quebradas” por donde pudiera introducirse el enemigo.  (…)

Durante el mes de abril, la sublevación se extendía por toda la provincia del Tucumán (en su antigua conformación territorial) y el apremio militar fue cada vez mayor. (…) La movilización de las milicias de toda la vasta gobernación del Tucumán, ordenada por Mestre, permite apreciar la amplitud del movimiento revolucionario en el actual territorio argentino. (…)

Además de la rebelión de los milicianos riojeños, tenemos noticias de la sublevación de una compañía de milicianos de la provincia de Salta (Belén, jurisdicción del Río del Valle), acaecida en la misma época.

Fin de la sublevación
La superioridad en armas, arcabuces contra macanas, hondas, picas y lanzas, permitió a los españoles obtener victorias militares desde los primeros pasos de la sublevación. Las autoridades tenían facilitada la tarea, porque la rebelión armada estalló solamente en Jujuy y en algunas partes de Salta lindante con el Chaco (Río del Valle). En el litoral y Mendoza había manifestaciones de simpatía para con Túpac Amaru, y en las otras regiones de la provincia del Tucumán, fuera de Jujuy y Salta, insubordinaciones militares que significaban el paso más decidido hacia la rebelión abierta. Pero ésta no llegó a producirse, porque los sublevados jujeños no lograron hacerse fuertes en ninguna parte. De suerte que no pudo crearse un centro alrededor del cual pudiera girar todo el movimiento revolucionario en las provincias del Plata. Gracias a ello y a la falta de apoyo a Jujuy por las otras regiones, las autoridades pudieron movilizar las fuerzas veteranas disponibles y lanzarlas contra los focos de la rebelión.

A mediados de abril (1781) ya dominaban la situación en Jujuy, y el alcalde de primer voto, José de la Cuadra, con toda tranquilidad ordenaba la detención de los caudillos prófugos.

Pero la sublevación estaba aún lejos de extinguirse, y si no conocemos las vicisitudes de ella, es porque no se ha estudiado este tema, repitiendo todos los autores las noticias de la recopilación de Pedro de Angelis. De un documento inédito sabemos que los indios tobas, después de su primera derrota, a fines de marzo, por segunda vez abandonaron su reducción a orillas del río Ledesma, probablemente a mediados de junio, lanzándose a la lucha. Pero tampoco esta vez tuvieron suerte. (…) Resulta, pues, que el 25 de junio, fecha en que Mestre enviaba su informe sobre la sujeción de Jujuy, en las otras regiones de la antigua provincia del Tucumán la rebelión aún duraba, esperando su gobernador que se extinguiera en vista del revés sufridos por los rebeldes en el Perú.

La represión bárbara del alzamiento
No menos cruel y no menos bárbara que en otras partes fue la represión del movimiento tupamarista en el actual territorio argentino, a la sazón bajo el mando del americano y liberal Juan José de Vértiz.  (…)

Juan María Gutiérrez..., al hablar de la sublevación de 1780-1781, encuentra para ella solamente palabras de condenación más enérgicas y para el virrey los elogios más contundentes. He aquí lo que dice Gutiérrez (…): “Vértiz distante del teatro de los sucesos, nombró sin demora un jefe militar apto para hacer frente a una situación tan crítica. La elección fue siempre acertada. Valiente, sesudo, conciliador, gallardo de presencia, insinuante de maneras, era el coronel americano Ignacio Flores, gobernador de Mojos; este fue el que recibió la ardua misión de vencer por la fuerza o por la templanza a los indios”.

…al coronel Flores le fue encomendada la ardua tarea; pero la ejecutó el teniente coronel Ignacio Reseguín, segundo comandante de la expedición del virreinato del Río de la Plata, como consta de los documentos. Flores, como presidente de la Audiencia, naturalmente no pudo en persona capitanear todas las expediciones, ni exclusivamente dedicarse a ellas.

Reseguín desplegó su actividad en los focos de la rebelión en el Alto Perú (hoy Bolivia), que constituía una parte integral del virreinato del Río de la Plata. En la región andina, donde se sublevaron los indios y los criollos, le tocó actuar al gobernador y coronel de los “reales ejércitos de la provincia de Tucumán”, Andrés Mestre. Precisamente del informe de Mestre del 24 de abril, dirigido a Vértiz, entresacamos el siguiente párrafo, que constituye un testimonio elocuente del “humanitarismo” de los altos funcionarios españoles en el Plata: “Estas novedades –dice Mestre- me hicieron apresurar mi salida de Salta, y habiendo llegado a esta (Jujuy), el 16, se me dio noticia que el Comandante D. Cristóbal López y el Gobernador de armas D. Gregorio Zegada, habían logrado avanzar a dichos Matacos y apresar el número de 65 bien armados, 12 pequeños y 12 mujeres, la vieja que traían por adivina y que los conducía a la ciudad. Pero considerando el disgusto del vecindario, las ningunas proporciones de asegurarlos y transportarlos al interior de la provincia, sin un crecido costo de la real hacienda, y que en caso de traerlos era inevitable que escapándose uno u otro se volviesen a sus países y sirviesen estos de guía para conducir a los otros por estos caminos que hasta hoy los tienen ignorados, con lo que tendrían en continua alteración esta ciudad, y finalmente que la intención (…) de estos fue la de ayudar a los Tobas, y poner a la obra sus proyectos, incurriendo en la ingratitud que otras ocasiones, sin tener aprecio de la compasión que se les ha mirado siempre, manteniéndolos aún sin estar sujetos a reducción, y que su subsistencia sería sumamente perjudicial, los mandé pasar por las armas, y dejarlos pendientes de los árboles en caminos, para que sirva de terror y escarmiento a los demás”.

La muerte de noventa seres humanos, ejecutados por Mestre, subordinado directo de Vértiz, solamente para amedrentar a los que quisieran sublevarse, es uno de los innumerables actos de barbarie que rara vez se menciona; se habla en cambio sin cesar del terror indígena que, de todas maneras, fue menos cruel, aun durante el fragor de la lucha, que el terror desencadenado por los españoles después de ella y en los procesos instituidos con toda calma.

El mismo gobernador Mestre, en su sentencia contra los reos de Jujuy (criollos), reconociendo que su fallo no está dictado “por los términos de derecho”, sin embargo lo dicta, y ejecuta bárbaramente la pena capital en diez presos. Además, recurre al inhumano expediente de quintar a los veinte reos que no condena a muerte, y a los dieciséis que quedaron con vida les manda estampar a fuego la señal de R (rebelde), en la parte carnosa de la cara.

…Vértiz no tomó ninguna medida contra los excesos, de acuerdo al criterio de la época, de Mestre y su violación del Derecho indiano. Debemos suponer que elogió la actuación del gobernador del Tucumán ante su superior jerárquico, el ministro de Indias José de Gálvez, ya que por intermedio de éste Mestre fue cumplimentado por el rey. Escribe Gálvez al respecto: “…ha aprobado el rey todo lo ejecutado por V.S. así en esta ocasión como en las anteriores inquietudes de que tiene dado cuenta; y en prueba de lo agradable que han sido a S.M. las acertadas providencias con que V.S. ha ocurrido a que no tomen cuerpo los excesos escarmentando a los demás con los castigos de los principales delincuentes de la conjuración, me manda S.M. dar  a V.S. como lo hago en su real nombre las más expresivas gracias por tan señalado servicios”.

Como vemos, nada menos que el rey y el ministro de Indias aceptaron entusiastamente las medidas bárbaras de Mestre.


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