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domingo, 10 de mayo de 2020

El Batllismo: Apuntes de clase.





"El batllismo no puede ser etiquetado con un cuerpo de ideas compacto y concreto reductible a alguna de las corrientes de pensamiento disponibles en su época. Precisamente, una de las peculiaridades de batllismo reconocidas por todos los estudiosos del tema es la de haber dado muestras de capacidad integradora de elementos diversos. De tal forma que la ideología, la cosmovisión o la filosofía batllista, en fin, las bases ideológicas del reformismo son el original resultado de una combinación de elementos diversos. Estos se estructuran en torno a una matriz indudablemente liberal, sobre cuya base se articuló, con la incorporación de otros elementos, un conjunto ideológico peculiar que lo diferencia claramente del liberalismo oligárquico excluyente predominante en buena parte del circundante contexto latinoamericano de su época.
Al señalar el basamento liberal de la ideología batllista refiere en principio al liberalismo político que,
reconociendo sus orígenes en la prédica antiabsolutista del iluminismo europeo de los siglos XVII y XVIII, se impuso en el siglo XIX como ideología dominante en el pensamiento de las elites políticas europeas y
americanas. La base liberal política del batllismo es reconocible en la adhesión a los principios, considerados supremos, de la libertad y la legalidad; en la idea de progreso como el camino inexorable hacia niveles superiores de felicidad individual y social; y en la concepción de la política como el ámbito de la lucha entre intereses enfrentados que, expresados a través de los partidos, se resuelven racionalmente en el ámbito de las instituciones políticas (Panizza 1990, 41).
Nada de ello conduce forzosamente a la democracia. La realidad política de las repúblicas independientes latinoamericanas del siglo XIX y primeras décadas del XX exhibe un panorama pautado por regímenes liberales pero oligárquicos, perfecta y funcionalmente compatibles con la exclusión política de las masas populares La peculiaridad de la ideología batllista reside en que fue el resultado de “la articulación de un discurso popular democrático a una tradición liberal” (Panizza 1990, 53). A la matriz liberal le imprimió un perfil democrático empeñado en la expansión de la ciudadanía a las masas populares, comprometiéndolas en la participación política. De esta forma el batllismo entronca con el liberalismo político democrático cuestionador de la vertiente oligárquica del mismo tronco. Pero no se agota allí esa peculiaridad batllista, ya que a ello hay que agregar el componente reformista, la concepción de la democracia en sus facetas económicas y sociales. El liberalismo del batllismo es democrático y reformista o popular, supone una concepción de la ciudadanía en sus tres dimensiones política (o civil), económica y social. Por allí el batllismo se desmarcará prontamente del liberalismo económico en sus formulaciones clásicas que entendían al Estado como mero garante del orden social y legal, e incursionará en una retórica y una práctica impulsoras del decidido compromiso del Estado en la problemática económica y social.

A ello hay que agregar por lo menos dos elementos: el radicalismo que impregna el discurso público del batllismo y la confianza en la capacidad organizada de los hombres a través de la organización estatal. El resultado fue una ideología compleja que podría catalogarse de liberal, democrática y radical, título dentro del cual es posible cobijar un nutrido conjunto de componentes e inspiraciones disponibles en la época, a tal punto que, según exagerada expresión de Real de Azúa: “profesó la ideología de todos los radicalismos occidentales de su tiempo [...] arrastraba elementos de populismo romántico, democracia radical de masas, socialismo de Estado, anarquismo, iluminismo educacional, georgismo, anticlericalismo irreligioso, pacifismo, optimismo y piedad sociales, eticismo autonomista [...]” (Real de Azúa 1964, 30 y 35). Coincidentemente, Barrán y Nahum señalan “la vertiente jacobino libertaria”, derivada de la radicalización de los elementos diversos que reunía como el rasgo más original del batllismo en materia
ideológica, de donde deriva su peculiaridad en el contexto latinoamericano de la época (Barrán y Nahum 1985, 45).

La concepción liberal democrática y popular se combina con una impronta humanista y voluntarista, confiada en las posibilidades ilimitadas de superación, de progreso, que los humanos eran capaces de llevar adelante apoyados en las posibilidades que la ciencia y la educación brindaban como medios adecuados para que los individuos desarrollasen plenamente sus capacidades, rompiendo con las cadenas materiales y espirituales que los frenaban (componente libertario) para avanzar por ese camino que llevaría, voluntad mediante, hacia la felicidad individual y colectiva. Hay aquí una combinación de elementos muy diversos que entroncan con el iluminismo dieciochesco y con el positivismo decimonónico, con “la doble vertiente científico-positivista y liberal-romántica con los trazos generales del
pensamiento laico, burgués, moderno, secularizado” (Real de Azúa 1964, 30).
Sus inspiraciones filosóficas son igualmente variadas. Y lo son, en primer lugar, porque los componentes filosóficos del batllismo se constituyen a partir de las aportaciones de una diversidad de personajes
que, teniendo diversas orientaciones en ese plano, convergieron en un proyecto político común.
¿Cuál es entonces el basamento filosófico del batllismo como movimiento político?
Seguramente la respuesta acabada sólo podría surgir del estudio del pensamiento de una diversidad de individuos que formaron parte destacada de la elite batllista. Ello desborda totalmente la intención de estas breves consideraciones. De allí que se pueda dar únicamente una respuesta parcial, reduciéndose únicamente a las fuentes filosóficas de Batlle y Ordóñez, el líder que indudablemente daba la impronta fundamental a la fracción política colorada que encabezaba.
Considerando el pensamiento filosófico de Batlle y Ordóñez y teniendo en cuenta el clima intelectual y las tendencias predominantes en el novecientos y primeras décadas del siglo es posible hacer una aproximación a las bases filosóficas del batllismo. Aun así, reduciendo la consideración del punto al
pensamiento del líder, el panorama a considerar es variado, ya que tampoco Batlle y Ordóñez se alineaba a una corriente definida en forma dogmática y cerrada. Por el contrario, lo hizo en forma reflexiva y abierta al influjo de diversas corrientes, incorporando los aportes de escuelas filosóficas distintas a la suya, en las que se alineaban varios de sus colaboradores más inmediatos y confiables.

Desde su juventud, de “los tres partidos filosóficos” (Ardao 1968, 235) enfrentados en los últimos treinta años del siglo XIX (catolicismo, espiritualismo, positivismo) Batlle y Ordóñez adhirió, luego de una breve
incursión católica, al espiritualismo filosófico. Esa inspiración espiritualista se constituyó a partir del influjo de dos fuentes europeas: el espiritualismo ecléctico francés de Janet y el espiritualismo germano-belga de Krause y su discípulo Ahrens; pero fue el segundo el que más influyó ya que de él tomó Batlle una filosofía del derecho, el Estado y la sociedad que inspirarían toda la concepción y la práctica batllistas relativas a las funciones del Estado y sus deberes económicos y sociales (Ardao 1951, 156). Sin embargo, ni el pensamiento de Batlle y Ordóñez, ni mucho menos la ideología batllista (si es
que cabe el término para un conjunto tan diverso), pueden reducirse en sus inspiraciones filosóficas al espiritualismo ecléctico y al krausismo. El batllismo incorporó otros elementos del clima intelectual de la época. Así es que en su práctica política no pueden dejar de reconocerse otras influencias.
Considerando como fundamentales tres aspectos de esa acción –el racionalismo religioso, el liberalismo político y el reformismo social (Ardao 1951, 212)–, es reconocible la coincidencia y aun la influencia de otras vertientes filosóficas, en las que, por otra parte, se enrolaban algunos colaboradores de primera línea de Batlle y Ordóñez. El humanitarismo piadoso hacia los más desvalidos que impregnaba la prédica y la acción protectora del reformismo social tendía un puente (filosófico), por cierto invisible, frente a la empecinada prédica anticlerical que desplegó, con el catolicismo (Real de Azúa 1964, 30-Barrán 1998, 261), con el que, por otra parte, compartía una concepción metafísica. De cualquier forma, la política
secularizadora y la impertinente y persistente acción y discurso anticlericales del batllismo, impiden considerar ningún tipo de concordia filosófica con el catolicismo. Distinto es el caso del positivismo que se
instaló, a través de su versión spenceriana, en buena parte de la intelectualidad uruguaya de la época. El racionalismo religioso (el culto y la concepción divina de la razón) y el liberalismo político fueron el terreno de convergencia del espiritualismo (en sus dos vertientes ecléctica y krausista) con el positivismo spenceriano.

En el batllismo se reconoce la inspiración de las dos corrientes filosóficas mencionadas y, lo que es más contundente, en sus filas militaron, al más alto nivel, connotados cultores de ambas. Ello no es resultado de ninguna operación deliberada, sino de la espontánea convergencia política de dirigentes colorados filosóficamente alineados en ambas posiciones escuelas. A las ya señaladas coincidencias entre positivistas y espiritualistas uruguayos en torno al liberalismo y el racionalismo, debe agregarse que
ambas filosofías eran legatarias de la concepción organicista de la sociedad, muy importante como fundamento de la concepción acerca de las relaciones estado-sociedad de la que el batllismo sería portador (Fernández Prando 1991, 8-14). Esa convergencia natural tenía su fundamento además en la
“síntesis filosófica” que se operó entre ambas corrientes en el Uruguay de las primeras décadas del siglo XX dando lugar a una suerte de neoespiritualismo y/o, indistintamente, neopositivismo (Ardao 1951, 213).

Súmese a ello, a su vez, el influjo que el socialismo ejerció, ya no desde un punto de vista estrictamente filosófico (donde la distancia con el materialismo era tan insalvable como la que lo separaba del catolicismo) sino más bien práctico, en la concepción de las relaciones estado-sociedad economía
que marcó el rumbo del reformismo social y económico del batllismo. Se completa de esta forma un entramado filosófico complejo, que se simplifica, aunque no totalmente, si se reduce la mirada a las fuentes de inspiración del pensamiento del líder, opción posible pero no definitiva si se
trata de observar los fundamentos filosóficos del batllismo como movimiento político.
Esas fueron las ideas que, provenientes de distintas fuentes, configuraron la “ideología batllista”. Ellas fueron la inspiración que está detrás de las preocupaciones del batllismo y de su modelo de país.
¿Sobre qué bases sociales y políticas se apoyaba el ala reformista del coloradismo
para impulsar el programa de transformaciones que inspiradas en esas ideas
y principios darían forma tangible al modelo imaginado?
En estas breves líneas se busca delinear el mapa de apoyos sociales e instrumentos políticos
con los que el batllismo creyó o buscó contar para concretar el “país modelo”.

Bases sociales y políticas
Una visión frecuente del batllismo es aquella que lo identifica como el producto político del proceso de modernización social y económica que el Uruguay vivía desde fines del siglo XIX. En el marco de la misma, la emergencia de una economía y una sociedad nuevas (urbana, inmigrante) dentro de una estructura de tipo tradicional (rural, criolla) se habría constituido en la base de la renovación política que el batllismo encarnaría en las primeras décadas del siglo XX. De esta concepción derivan las visiones del batllismo como un movimiento de base urbano de clase media y obrera, de inspiración europeizante e intención modernizadora. Con matices, esta interpretación de las bases sociales del batllismo es común a buena parte de los estudiosos contemporáneos del batllismo. Entre quienes han puesto especial énfasis en este aspecto, puede citarse a Benvenuto (1969,142-147) y Finch (1980, 16-18). Por su parte, Vanger (1991, 113-117) es un severo cuestionador de esta interpretación del batllismo. Su posición es que
el sustento del batllismo no se encuentra en la esfera social o económica sino en un componente puramente político y socialmente policlasista: el Partido Colorado.
La obra de Barrán y Nahum (1985, 11-38) puede ubicarse en la primera visión, pero al mismo tiempo no es reductible a la misma ya que al poner de relieve la especificidad política del fenómeno batllista como
elemento central de su caracterización, construyen una interpretación que combina la explicación socioeconómica con la centralidad de los factores políticos.
Un repaso sumario a las expectativas y actitudes de los diversos sectores sociales del Uruguay de las primeras décadas del siglo XX, frente a los anuncios y acciones del batllismo en el gobierno, permite describir un panorama de sus apoyos y oposiciones sociales. En el sector rural se radicó el centro medular de la reacción antibatllista. El discurso antilatifundista y los anuncios de elevación general de los impuestos a la tierra pusieron a los ganaderos en estado de alarma y movilización creciente. Dada la peculiar estructura social tradicional del medio rural, los sectores de productores agrícolas y ganaderos medios y pequeños y aun los asalariados rurales, que teóricamente podrían haberse visto atraídos por los anuncios batllistas que los ponían como destinatarios privilegiados de las reformas anunciadas, sin
embargo se plegaron tras la campaña antibatllista de la clase ganadera que mostró en ese sentido una efectiva y eficaz capacidad articuladora y conductora de la oposición rural al reformismo hostil. En el medio urbano, más estrictamente montevideano, el aún débil pero existente y organizado sector de los industriales manufactureros tendría una cambiante actitud frente al gobierno batllista: habiendo comenzado con un franco y decidido apoyo derivó hacia la ambigüedad y finalmente se resolvería en oposición abierta y generalizada de parte de la organización gremial del sector. Mientras que recurrían a la protección y favores del Estado para hacerse unlugar en el mercado interno, las políticas “obreristas” lo fueron indisponiendo fuertemente contra el mismo, hasta que la aprobación de la ley de ocho horas (1915) marcaría la ruptura final que volcó a la incipiente burguesía industrial contra el reformismo batllista, pasándose con todas sus armas al bloque conservador. En lo que respecta a la incipiente clase trabajadora urbana (en sentido amplio, no restringido al proletariado industrial), mientras que la nueva actitud de apoyo a la organización sindical y los derechos de los trabajadores que el batllismo dio a las políticas estatales y las medidas concretas de mejora de la condiciones de trabajo, generaban una amplia simpatía hacia el gobierno, por otro lado, la filiación socialista y anarquista de los dirigentes de las organizaciones sindicales y los efectos sociales de las crisis económicas, especialmente la de 1913 y la
de la guerra mundial, erosionaban aquella simpatía hacia el gobierno batllista.
En lo que va señalado, tanto en el medio rural como en la cosmopolita Montevideo, ni entre los sectores empresariales ni entre los trabajadores del sector privado puede reconocerse algún sector que pudiera considerarse como apoyo firme y decidido del batllismo. Sólo entre el funcionariado público (civil y militar) en expansión firme durante el período, puede identificarse un sector social cuyos intereses y expectativas estaban ligados al coloradismo, aunque no necesariamente al batllismo, de manera relativamente estable y sin ambigüedades. Y justamente este factor está entre lo social y lo político, ya que la importancia relativa de este sector social derivaba del creciente rol que el batllismo asignó al Estado y de la
resultante expansión de su aparato y funcionariado. Desde mediados del siglo anterior ese Estado en expansión estuvo fuertemente ligado al Partido Colorado, verdadero partido de Estado, cuyo control casi monopolizaría por lo menos hasta 1918 en que la oposición accedió a formas de participación y contralor efectivos del aparato estatal. De allí que la identificación de un sector social, la burocracia estatal civil y militar, como base social efectiva de apoyo del batllismo, conduce al reconocimiento de la importancia de los factores específicamente políticos en la interpretación del batllismo, identificando sus bases políticas: un Estado preeminente y en expansión y un Partido Colorado, de cuyo seno el batllismo nació mas nunca se separó, estrechamente vinculado al mismo. En esta clave interpretativa la orfandad de los apoyos sociales del batllismo puede ser vista como causa y también como resultado, ya que nunca manifestó ni llevó adelante una convocatoria ni una política estrictamente clasista, del peso que los factores políticos
(estatal y partidario) tienen en su génesis, modalidad e itinerario.
Hasta aquí se ha considerado sintéticamente los fundamentos
ideológicos y las bases sociales y políticas del batllismo.

 ¿Cuáles eran los componentes concretos del modelo de país que inspirado por esas ideas y sobre esas bases de apoyo se intentaría concretar desde el gobierno en lasprimeras décadas del siglo?
Ya se señaló que cuatro son los pilares reconocibles en el modelo batllista: transformación económica, desarrollo social y cultural, redimensionamiento del rol del Estado y reforma política e institucional.

Los cuatro pilares del modelo
Sus proyectos estrictamente políticos, más allá de ser respuestas tácticas ante ciertas coyunturas o bosquejos estratégicos de más largo aliento, respondían también a algún tipo de ideal republicano en el que la ampliación de la ciudadanía y el estímulo a la participación ciudadana a través de una organización partidaria modernizada eran componentes centrales. En este sentido, las visiones meramente instrumentalistas de la reforma política proyectada por el batllismo (Vanger 1991, 173-175) desconsideran o subvaloran las proyecciones políticas de más largo aliento, al centrar el pensamiento político de Batlle en el proyecto de reforma institucional colegialista y considerarla entonces, más que como parte integral del modelo de país, como un mero instrumento para asegurar la continuidad del predominio colorado en el control del Estado, garantizando de esa forma la marcha hacia el país modelo concebido en sus claves económica, social y cultural. Si ello es estrictamente correcto, también lo es que la proyectada reforma se inscribía en una más amplia concepción de la política republicana y de la vida democrática. Aunque no se profundice aquí en el análisis de este aspecto que escapa al objeto de esta síntesis, cabe señalar que esa concepción republicana y democrática del batllismo estaba centrada en la expansión de la ciudadanía como mecanismo de integración política y social, mientras que los aspectos relativos a la ampliación y
consolidación del pluralismo, a las posibilidades del desarrollo de una oposición con chances reales de alternar en el ejercicio del gobierno, al grado de competitividad abierta y genuina del sistema político estaban claramente subordinados a las lógicas mayoritarias y jacobinas características de la modalidad de acción política batllista.

Las facetas económica y socio-cultural del modelo estaban ligadas entre sí, por cuanto la primera aportaría el sustento material para desarrollar la segunda. En la historiografía sobre el batllismo se registra un reconocimiento generalizado de su carácter transformador en el plano de las reformas sociales. En cambio, algunas visiones del batllismo (claramenteFinch 1980, 19-21) relativizan su carácter innovador en materia económica y priorizan el señalamiento de sus elementos de continuidad respecto a las transformaciones que en ese aspecto ya venían operándose desde el último cuarto del siglo XIX sin alterar radicalmente el modelo agroexportador imperante. Sin embargo, aunque cierto es que se apoya en un proceso de modernización cuyo origen se remonta al último cuarto del siglo XIX, y en este sentido es efectivamente una continuación, también es incuestionable la perspectiva innovadora del batllismo. Se trata de un movimiento político portador de la idea de un modelo de país sustancialmente distinto al vigente y de un programa económico indudablemente transformador. Otro asunto es qué tanto de ese programa efectivamente se aplicó. En buena parte los subsiguientes capítulos de este libro centrados en la política económica y en el itinerario económico global y sectorial a lo largo del período intentan develar ese problema. Pero en todo caso el grado efectivo de concreción del programa, el éxito o fracaso total o parcial en su aplicación, no cuestiona el carácter transformador del movimiento que por su intención y su acción ha sido acertadamente caracterizado como “reformismo” (Barrán y Nahum 1985, 13-15).

La transformación económica perseguía tres objetivos generales: reducir la dependencia y vulnerabilidad del Uruguay respecto a los vaivenes de la economía internacional por la vía de la diversificación y modernización productiva, nacionalizar el control y aprovechamiento de la riqueza nacional reduciendo el papel de las compañías extranjeras en ciertas áreas y servicios, y generar una prosperidad duradera que permitiera mejorar las condiciones de vida y expandir el bienestar social asegurando a la población el acceso a ciertos recursos y servicios básicos. Estos tres objetivos generales se alcanzarían mediante el logro de un vasto número de objetivos específicos, a través de la aplicación del programa de reformas económicas del batllismo cuyos seis ejes fundamentales pueden sintetizarse a su vez en:
la modernización ganadera, la expansión agrícola, la industrialización, el desarrollo de los servicios, la expansión del área estatal de la economía y la reforma radical del sistema fiscal. Esta faceta económica del modelo batllista concretada en su programa económico es objeto de análisis específico en el apartado siguiente.
Por su parte, el desarrollo social suponía la elevación general del nivel de vida de la población, prioritariamente el mejoramiento de la condiciones de vida de los sectores menos favorecidos del orden social vigente. Esta meta se alcanzaría a través de la aplicación del amplio plan de reformas sociales del que el batllismo era portador, que, a través de una legislación de intención protectora y popular y de la cobertura estatal, apuntaban a la elevación del nivel de ingreso de los sectores asalariados (activos y
retirados), a la mejora de la condiciones generales de trabajo y al acceso universal a ciertos servicios básicos (alimentación, salud, vivienda). La elevación cultural, si bien implicaba un conjunto más amplio de medidas que podrían considerarse parte de un verdadero plan de reforma cultural o “moral” (Barrán y Nahum 1983, 147-166), tenía su base en la difusión de la educación pública que en estos años se concretaría en medidas tales como la expansión de la enseñanza secundaria a todo el territorio nacional (creación de liceos departamentales) y el desarrollo de la universitaria (instalación de nuevas facultades; creación de la “Universidad de mujeres” –en verdad se trataba de la sección preparatoria, o sea secundaria, femenina de la Universidad–; exención de matrícula).
Los dos aspectos señalados (transformación económica y desarroll socio-cultural) se vinculaban a su vez al cuarto pilar del modelo batllista. La transformación económica, el bienestar social y el desarrollo cultural sólo podían alcanzarse mediante la activa participación del Estado. La visión batllista suponía una redefinición del rol del Estado, la reformulación de sus relaciones con la economía y la sociedad, en términos de un marcado intervencionismo. La mayor presencia del Estado en la actividad económica,
como productor y como regulador, era la garantía para impulsar y alcanzar la transformación modernizadora de la economía y la nacionalización del control de la riqueza nacional. De igual forma, la elevación de las condiciones materiales de vida de los sectores populares y la elevación general del nivel
cultural de la población también requerían de la regulación y la participación directa por parte del Estado, que debería para ello abandonar su tradicional alianza implícita con los sectores patronales y ubicarse en una actitud arbitral aunque no necesariamente neutral sino más bien volcada hacia la defensa de los más débiles. Se trataba de un Estado “deliberadamente interventor y popular” (Barrán y Nahum 1984, 27).

Esta orientación estatista del batllismo, si bien se apoyaba en razones bien pragmáticas relativas a la estructura y la situación económicosocial del país y a su alta vulnerabilidad y dependencia de contingencias y poderes extranjeros que no podía controlar, tenía también marcados fundamentos filosóficos que trascienden al reconocimiento de aquellos problemas concretos. En este sentido, la ya mencionada influencia del espiritualismo krausista a través de la obra de Ahrens fue, según el propio
Batlle y Ordóñez lo consignara, determinante. La concepción organicista de la sociedad, que el krausismo compartía con el positivismo spenceriano que varios integrantes del elenco batllista profesaban, fundamentaba una visión de las relaciones Estado-sociedad que las entendía como ámbitos autónomos
pero al mismo tiempo necesariamente vinculados. Su criterio sobre el Derecho se formó en la lectura del “Curso de Derecho Natural” del krausista Heinrich Ahrens que, según lo escribiera el propio Batlle y
Ordóñez en 1913, “me ha servido de guía en mi vida pública” (Ardao 1951,164-166). Aunque, como ya se refirió, esta no fue la única influencia filosófica de la que se nutrió el pensamiento de Batlle y Ordóñez ni mucho menos el movimiento que lideró, el reconocimiento explícito de la obra de Ahrens es bien indicativo y relevante en cuanto al tema del estatismo, dado que, precisamente, dicho autor expone una visión de las relaciones Estado sociedad y una concepción de las funciones del Estado que están en total
consonancia con la práctica intervencionista y reformista del batllismo: “[El Estado no es] una institución de simple policía, de seguridad y protección ...sin extralimitarse de su propio objeto puede y debe ayudar al desarrollo social ... aumentando los medios de ayuda a favor de las partes deprimidas o que han quedado rezagadas ...” (Ahrens citado por Frega y Trochon 1991,118).

Esa visión de las relaciones Estado-sociedad se vinculaba a una ética social que también es parte del espiritualismo krausista, pero que no puede reducirse de ninguna manera a su influencia ya que es igualmente reconocible en otras fuentes doctrinarias (el socialismo, el anarquismo, el catolicismo) con
las que el batllismo estaba en permanente contacto e intercambio aun en la disidencia. En una buena síntesis de esta cuestión, Benjamín Nahum ha señalado que las ideas batllistas acerca de los fines del Estado “formaron parte de una convincente [...] postura filosófica sobre el ser humano y sus derechos, que enfatizó la solidaridad social y la igualdad de los ciudadanos con independencia de su origen (social, nacional, étnico) [...] deriva [esta concepción del Estado] de [una] postura filosófica sobre la sociedad y el
hombre, que pudo llamarse «solidarismo social» o «socialismo de Estado» en Europa y que en el país se llamó «batllismo» (incluyendo en esta corriente los aportes de muchos no colorados: blancos, socialistas, anarquistas, católicos).” (Nahum 1993, 67-69).

En resumen, el redimensionamiento del rol del Estado orientado a un marcado intervencionismo social y económico, era un componente central del modelo batllista que encontraba sus fundamentos tanto en razones prácticas derivadas del reconocimiento de algunos de los problemas que el país debía afrontar para superar su precaria situación y embarcarse en una senda de desarrollo económico y social, como en razones filosóficas más profundas que remiten, en un plano general, a una cierta concepción filosófica del derecho, el estado y la sociedad, y, en un nivel más particular, a una ética social pautada por la orientación humanitarista y solidarista."


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