Entre capitalismo y modernidad: Palumbo, Scott y las
formas del Estado
aplicadas al caso uruguayo.
Alan Scott es un sociólogo australiano-británico reconocido por sus aportes en teoría social moderna, sociología política y análisis de instituciones públicas. Profesor en diversas universidades del Reino Unido y Australia, ha investigado temas como modernización, burocracia, Estado de bienestar y cambios en las formas de gobernanza. Su colaboración con Antonino Palumbo es una de las más destacadas en el campo de la teoría del Estado contemporáneo, donde analizan críticamente el liberalismo, el neoliberalismo y los desafíos democráticos en las sociedades capitalistas avanzadas. Scott combina una perspectiva sociológica weberiana con debates actuales sobre racionalización, legitimidad y transformación institucional.
Cuando Antonino Palumbo y Alan Scott
comenzaron a revisar los grandes modelos normativos del Estado moderno,
probablemente no imaginaron que sus ideas serían especialmente iluminadoras
para pensar trayectorias políticas tan singulares como la uruguaya. Su
propuesta teórica —ubicada entre la sociología histórica, la teoría del
capitalismo y el análisis institucional— invita a releer la modernidad como un
fenómeno doble: estructura y proyecto, burocracia y ciudadanía, mercado y
democracia.
A diferencia de los esquemas rígidos que
dominaban la teoría del Estado en gran parte del siglo XX, Palumbo y Scott
advierten que ninguna forma estatal puede entenderse sin atender a la relación
compleja entre capitalismo, democracia y modernidad (Palumbo & Scott,
2003). El Estado no es ni mero instrumento de clase —como sugería el marxismo
estructuralista— ni árbitro neutral del liberalismo, ni una comunidad cívica
idealizada. Es, más bien, un dispositivo histórico contingente, atravesado por
presiones económicas y demandas democráticas que nunca encajan plenamente.
Los tres modelos del
Estado moderno
Palumbo y Scott
ordenan la tradición occidental en torno a tres grandes modelos:
- Liberal: Prioriza libertades negativas y
el imperio de la ley. Sostiene la autonomía del mercado como condición de
la prosperidad. Minimiza la desigualdad estructural.
- Republicano: Apela al bien común y a la
virtud cívica. Piensa la libertad como no-dominación. Idealiza cierta
homogeneidad comunitaria.
- Democrático radical: Identifica el Estado
como terreno de conflicto entre clases y grupos sociales. Subraya la
movilización popular como motor de democratización. Puede diluir la
autonomía estatal al fusionar política y sociedad.
Uruguay, en su
peculiar recorrido histórico, atravesó los tres, pero nunca de manera pura. Su
Estado es un híbrido, una fórmula en permanente negociación cuyo origen puede
rastrearse en la transición del siglo XIX al XX.
Weber, Marx, Habermas,
Offe y Jessop: un diálogo necesario
La fortaleza del
modelo Palumbo–Scott reside en que dialoga con varias tradiciones sin quedar
atrapado en ninguna. Afirmando lo siguiente de cada una de ellas:
Max Weber aportó la
noción del Estado burocrático racional-legal.
Karl Marx vio al
Estado como forma política del capitalismo.
Habermas destacó la
tensión entre sistema y mundo de la vida.
Claus Offe advirtió la
“crisis fiscal del Estado capitalista”: el Estado debe responder
simultáneamente a la lógica del capital y a la legitimidad democrática (Offe,
1984).
Bob Jessop avanzó en
la idea del Estado como relación social y no como aparato fijo.
Palumbo y Scott
sintetizan este debate en una tesis clara:
“el Estado moderno no puede ser entendido ni como simple instrumento económico
ni como pura construcción democrática, sino como la forma institucional que
hace posible —y al mismo tiempo limita— la modernidad capitalista” (Palumbo
& Scott, 2003).
Si trasladamos esta
lectura a Uruguay, los paralelos se vuelven evidentes.
El Estado uruguayo
como laboratorio de modernidad
1. Batlle y Ordóñez:
el Estado como proyecto normativo
La obra reformista de José
Batlle y Ordóñez encarna de manera casi ejemplar la idea de Palumbo y Scott del
Estado como proyecto normativo.
Mientras Europa debatía el alcance del sufragio y la expansión de la cuestión
social, Uruguay ensayaba un Estado: interventor, proveedor de servicios
públicos, redistributivo, regulador de la economía, universalista en derechos.
El batllismo —en su
primera y segunda generación— creó un Estado social antes de que existiera el
keynesianismo. No lo hizo contra el capitalismo, sino domesticándolo mediante
empresas públicas, protección laboral y ciudadanía social. Al decir de Milton
Vanger -humanizándolo- Ese equilibrio entre mercado y democracia produjo
estabilidad y legitimidad, tal como anticipa la teoría Palumbo–Scott: no se
trata de abolir la lógica económica, sino de contenerla dentro de un marco
normativo. En palabras de Jessop, fue un caso temprano y exitoso de “Estado
keynesiano nacional” (Jessop, 1990).
2. La posguerra: entre
bienestar y restricción fiscal
El período 1945–1973
puede leerse desde Offe: allí aparece la tensión entre exigencias sociales
crecientes y límite fiscal.
Uruguay expandió derechos, salarios reales y políticas sociales, pero su
economía —dependiente del ciclo ovino-ganadero— comenzó a mostrar signos de
agotamiento. La modernidad estructural (racionalización, burocracia,
universalización) demandaba recursos que el capitalismo local no siempre podía
proveer. Palumbo y Scott señalan que esta tensión entre expectativas
democráticas y restricciones económicas es inherente al Estado moderno. Uruguay
la vivió con intensidad: la legitimidad social del modelo batllista chocó con
la incapacidad económica para sostenerlo indefinidamente.
3. Los años 60 y 70:
crisis del Estado y búsqueda de nuevas formas
La crisis política y
económica que desembocó en la dictadura de 1973 puede interpretarse como un desajuste
entre las funciones del Estado:
La función económica
exigía disciplina, ajuste, apertura.
La función social
exigía inclusión, redistribución y participación.
La función política
exigía orden pero también legitimidad democrática.
El Estado uruguayo,
como dirían Palumbo y Scott, quedó atrapado entre un capitalismo en mutación y una
ciudadanía que reclamaba más democracia, no menos. La respuesta autoritaria fue
anticonstitucional y regresiva, pero no sorprende dentro del marco teórico:
cuando las tensiones se vuelven inmanejables, algunos Estados capitalistas
optan por soluciones no democráticas para restaurar condiciones de acumulación.
4. El ciclo neoliberal
(1990–2005)
El neoliberalismo
uruguayo —más moderado que sus pares latinoamericanos— redujo el papel
empresarial del Estado, flexibilizó mercados, privatizó parcialmente y buscó
disciplina macroeconómica. Es el tipo de Estado que Palumbo y Scott describen
como “neoliberal regulatorio”, caracterizado por: la transferencia de
poder a organismos técnicos, con énfasis en eficiencia, la gobernanza en red, menor
protagonismo redistributivo.
Uruguay adoptó esta
agenda con matices, pero los efectos fueron claros: tecnocratización, tensiones
sociales, aumento del endeudamiento y vulnerabilidad sistémica, que salen a la luz
en la crisis de 2002.
Aquí Offe vuelve a ser
útil: todo intento de resolver la crisis fiscal mediante reformas de mercado
tiende a generar nuevas tensiones democráticas (Offe, 1984).
5. Los gobiernos
progresistas (2005–2020): un nuevo equilibrio
Entre 2005 y 2020
Uruguay ensayó un nuevo pacto entre capitalismo y democracia:
crecimiento sostenido
con inversión pública, reducción de la pobreza, reformas sociales profundas, y políticas
laborales fuertes. Desde Palumbo y Scott, podríamos decir que fue un intento
exitoso de recomponer el equilibrio entre eficiencia económica y legitimidad
democrática, sin abandonar el capitalismo ni el Estado fuerte. El progresismo
uruguayo también mostró la vigencia del proyecto moderno: ciudadanía ampliada,
derechos nuevos, reforma estatal, políticas sociales. Pero también enfrentó
tensiones propias de la globalización: dependencia de mercados externos,
presión fiscal, debates por la sostenibilidad del gasto y la autonomía de la
política económica.
El aporte
Palumbo–Scott para leer el presente
En un contexto global
marcado por desigualdad, crisis de representación y tensiones entre liberales,
republicanos y populistas, la mirada de Palumbo y Scott adquiere nueva
relevancia.
Su mensaje es claro:
“el Estado moderno es
la forma política que intenta (y solo a veces logra) conciliar capitalismo y
democracia”.
Uruguay, con su larga
tradición institucional y su vocación de experimentación reformista, es un caso
excepcional para examinar este dilema. Un país donde el Estado fue, desde
temprano, actor central del desarrollo, guardián de la igualdad republicana y
mediador de conflictos sociales. Pero también un país vulnerable a los ciclos
del capitalismo global, obligado una y otra vez a renegociar su propio pacto
modernizador.
En la historia
política uruguaya se pueden rastrear todas las figuras de Estado que describe
Palumbo y Scott:
- Estado liberal oligárquico (siglo XIX)
- Estado social y republicano (Batlle y el
ciclo reformista)
- Estado desarrollista tensionado
(posguerra)
- Estado en crisis y deriva autoritaria
(1968–1973)
- Estado neoliberal moderado (1990–2005)
- Estado socialdemócrata ampliado
(2005–2020)
La teoría social
moderna no busca ofrecer recetas, sino herramientas. En ese sentido, Palumbo y
Scott nos permiten observar el Estado uruguayo no como un artefacto estático
sino como un equilibrio inestable, una negociación permanente entre
capitalismo, ciudadanía y modernidad.
Bibliografía (APA)
Habermas, J. (1987). Teoría de la acción
comunicativa. Taurus.
Jessop, B. (1990). State Theory: Putting
the Capitalist State in Its Place. Polity Press.
Offe, C. (1984). Contradictions of the
Welfare State. MIT Press.
Palumbo, A., & Scott, A. (2003).
Liberalism, Neoliberalism and the State: Dialogue and Contestation. Routledge.
Weber, M. (1978). Economía y sociedad.
Fondo de Cultura Económica.

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