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jueves, 3 de julio de 2014

La Nueva Frontera de John F. Kennedy.


La campaña electoral para las elecciones a la Presidencia de los Estados Unidos de noviembre de 1960, en las que John F. Kennedy obtuvo la victoria por escaso margen ante su oponente republicano Richard M. Nixon se realizó bajo el esquema de la consigna "una nueva frontera". En ámbito de la política interna, la "nueva frontera" significaba en reducir la carga fiscal, con el objetivo de favorecer las inversiones y de motivar el consumo, esto se acompañaría de un aumento del gasto público. En 1961 se presentó un gran programa de construcciones (housing Act) y asignaciones destinadas al estudio y la investigación en nuevas tecnologias, sobretodo la espacial. El resultado fue obtenido en 1969 cuando dos astronautas norteamericanos pisaban la luna.
la mayor parte de las inversiones e realizaron en el ámbito militar que en 8 años se duplicó. No es fácil hacer una distinción en inversiones de alta tecnología y la militar porque van casi de la mano. Un satélite podía utilizarse tanto como espía o como central de comunicaciones telefónicas. En lo referente a los problemas internacionales se deja de lado la política conservadora de Eisenhower de contención al Comunismo ahora dirigida hacia la reformulación de todo el capítulo de las relaciones con los aliados y en particular con Europa que era  ahora una gran potencia económica y comercial. En esta dirección iba también la transformación, en abril de 1960, d la OECE(organización Europea para la Cooperación Económica) en un organismo amplio extendido a Estados Unidos y Canadá, la OCDE( Organización para la Cooperación del Desarrollo Económico) y la iniciativa de una nueva administración de dar salida a nuevas negociaciones en el marca del GATT. Esta política se dirigió también hacia el Medio Oriente, tratando de superar la doctrina de Eisenhower y desarrollar una profunda política hacia América Latina, la Alianza para el progreso. Finalmente durante su presidencia fue tomando forma el compromiso de participar en Vietnam." La Alianza para el Progreso  fue un proyecto diseñado para diez años con una financiación de 20 mil millones de dólares a reformas para el desarrollo de América Latina, principalmente en proyectos de vivienda, salud, educación y empleo. La iniciativa daba continuidad a un proyecto anterior del presidente brasileño Kubitschek el cual fue objeto de gran expectativa, inclusive de Fidel Castro quien participó en una de las discusiones en Buenos Aires. La idea base del programa de Alianza para el Progreso era la de buscar a través del desarrollo económico el freno a movimientos revolucionarios y la consolidación de la democracia. Así quedó constituido el Comité Interamericano de Alianza para el Progreso que realizaría su primera reunión general en el invierno de 1961 en Punta del Este. El presidente Kennedy se involucró personalmente en el proyecto y durante su gira en América Latina enfatizó los beneficios futuros. Gran parte de la ayuda se destinaría a financiar importaciones necesarias para la industria. Otras áreas prioritarias eran agricultura, desarrollo rural y urbano. El modelo adoptado era el de préstamos por programas, más tarde sustituido por el de préstamos por sectores.
La tensión entre Cuba y Estados Unidos fue escalando: las acusaciones del gobierno de Venezuela de interferencia cubana en asuntos internos y conexión directa con las guerrillas que operaban en el interior montañoso del país, culminaron en ruptura de relaciones y en la decisión de la Conferencia de la OEA en Punta del Este, en enero de 1962, de expulsión del sistema interamericano. El bloqueo económico se sumó al bloqueo diplomático del cual sólo México se abstuvo de participar: fue el único país que no rompió relaciones con Cuba. Pocos meses más tarde de la conferencia de OEA, un avión americano logró fotografiar los emplazamientos de misiles de factura soviética. Esta crisis, que puso al mundo en vilo y que llevó a muchos a pensar en el desencadenamiento de una tercera guerra mundial, se resolvió finalmente en un acuerdo: la URSS accedió a retirar los misiles, EEUU se comprometió a no invadir la isla. La sólida alianza de Cuba y el campo socialista quedó confirmada el año siguiente durante la visita de Fidel Castro a Moscú.
En lo que se refiere a la Alianza para el Progreso, ella no logró sobrevivir mucho tiempo a su autor, el presidente asesinado en 1963. Hacia 1965, se comprobaba una parálisis casi general en todos las áreas de acción. El presidente chileno Eduardo Frei decía que la alianza había empezado a “perder su rumbo.” Por otra parte, dos grandes fracasos marcaron el fin del proyecto: dos de los países que habían recibido la mayor ayuda, sufrieron rupturas institucionales: Brasil, con el golpe de Estado de 1964 que inauguró un período dictatorial de 20 años, y República Dominicana, invadida en 1965 por fuerzas de infantes de marina de los Estados Unidos.
Algunos movimientos guerrilleros de la primera hora desaparecieron: en Venezuela una negociación conducida por el presidente Rafael Caldera obtuvo la desmovilización del movimiento y su incorporación en la vida civil y en la práctica política legal. El movimiento encabezado por el Che Guevara en Bolivia terminó trágicamente cerrando así un ciclo en la historia de la revolución en A.Latina"(http://www3.anep.edu.uy/historia/clases/clase06/c06_alianza.html)

Un fragmento del discurso al aceptar ser candidato por el partido Demócrata a la presidencia de los Estados Unidos el 15 de julio de 1960:

"En esta noche miro hacia el Oeste, hacia lo que fue la última frontera. Desde las tierras que se extienden a tres mil millas detrás de mí, los pioneros de antaño renunciaron a su seguridad, a su bienestar y, en ocasiones, a sus vidas para construir un mundo nuevo, aquí, en el Oeste. No quedaron atrapados en sus propias dudas o prisioneros del precio de sus etiquetas. Su lema no era «Sálvese quien pueda», sino «Todo por la causa común». Estaban decididos a construir un mundo nuevo, fuerte y libre, para superar sus peligros y sus dificultades, para vencer a los enemigos que les amenazaban, tanto los de fuera como los de dentro. Hoy en día algunos dirían que estas luchas han terminado, que todos los horizontes se han explorado, que todas las batallas se han ganado, que ya no hay una frontera americana. Pero confío en que nadie en esta gran asamblea esté de acuerdo con esos sentimientos. Los problemas no están todos resueltos, las batallas no están todas ganadas, hoy nos encontramos junto a una Nueva Frontera (New Frontier), la frontera de los años 1960. Una frontera con oportunidades, riesgos y peligros desconocidos. Una frontera llena de esperanzas incumplidas y amenazas. Woodrow Wilson con suNew Liberty prometió a nuestra nación un nuevo marco político y económico. ElNew Deal de Franklin Roosevelt ofreció seguridad y socorro a los más necesitados. Sin embargo, la Nueva Frontera de la que os hablo no es un conjunto de promesas, es un conjunto de desafíos. En ella se resume todo lo que no tengo la intención de ofrecer al pueblo estadounidense, pero sí todo lo que voy a pedirle. Algo que apela a su orgullo, no a su cartera, propone ofrecer la promesa de más sacrificios en lugar de más seguridad. Pero yo os digo que la Nueva Frontera está aquí, tanto si la buscamos como si no.

Más allá de esa frontera están los inexplorados ámbitos de la ciencia y del espacio, los problemas no resueltos de la paz y de la guerra, los invictos bolsillos de la ignorancia y de los prejuicios, de las preguntas sin respuestas, de la pobreza y la abundancia. Sería más fácil escamotear los deberes que impone esa frontera, mirar a la mediocridad y a la seguridad del pasado, para dejarnos arrullar por las buenas intenciones y la retórica de quienes prefieren que, por supuesto, no se me vote, independientemente del partido al que pertenezca. Pero creo que los tiempos demandan una nueva capacidad para la invención, la innovación, la imaginación y la decisión. Estoy pidiendo a cada uno de vosotros que seáis pioneros en esta Nueva Frontera. Apelo a los jóvenes de corazón, sin importar la edad, a todos los que responden a la llamada de la Biblia: «Esfuérzate, sé valiente, no temas y no desistas en tu esfuerzo». Coraje y no complacencia es lo que hoy necesitamos, liderazgo y no marketing. Y la única prueba válida de la dirección es la habilidad para dirigir y para hacerlo de una forma vigorosa. Una nación cansada, dijo David Lloyd George, convierte a un país en conservador, y los Estados Unidos hoy en día no pueden permitirse el lujo de estar cansados o ser conservadores. Es posible que algunos deseen escuchar más, más promesas a este grupo o a otro, más retórica acerca de los dirigentes del Kremlin, más garantías de un futuro dorado, donde los impuestos son siempre bajos y los subsidios siempre altos. Pero mis promesas están en la plataforma que se ha constituido, nuestros fines no se conseguirán mediante la retórica y tendremos fe en el futuro, solo si tenemos fe en nosotros mismos. Puesto que la dura realidad de los hechos es que nos hallamos ante esta frontera en un momento histórico decisivo, debemos demostrar al mundo entero, una vez más, si esta nación, o cualquier otra así concebida, puede perdurar.

¿Puede una nación organizada y gobernada como la nuestra soportar esta situación? Esta es la verdadera cuestión. ¿Tenemos el valor y la voluntad? ¿Se puede llevar a cabo este proyecto en una época donde seremos testigos no solo de nuevos avances en armas de destrucción, sino también de una carrera por el dominio del cielo y de la lluvia, de los océanos y las mareas, en el lejano espacio y el interior de la mente de los hombres? ¿Estamos a la misma altura del desafío? ¿Estamos dispuestos a igualar el sacrificio de los rusos en el presente para construir un futuro mejor, o debemos sacrificar nuestro futuro con el fin de disfrutar el presente?

Esa es la pregunta que formula la Nueva Frontera. Esta es la elección que debe realizar nuestra nación, una opción que se encuentra no solo entre dos hombres o dos partidos, sino entre el interés público y el bienestar de los ciudadanos, entre la grandeza y la decadencia nacional, entre el aire fresco del progreso y el rancio del ambiente húmedo de la normalidad, entre la decidida renovación y progresiva mediocridad.

Toda la humanidad espera nuestra decisión. Todo el mundo vuelve sus ojos hacia nosotros para ver qué vamos a hacer. No podemos defraudar su confianza, no podemos dejar de intentarlo. Hemos recorrido un largo camino desde el primer día, con la nieve en New Hampshire, hasta esta ciudad, en una concurrida convención. Ahora comienza otro largo viaje. Tendré que viajar a todas las ciudades e introducirme en los hogares de todos los Estados Unidos. Prestadme vuestra ayuda, vuestras manos, vuestras voces, vuestros votos. Recordad conmigo las palabras de Isaías: «Los que esperan en el Señor, renovarán sus fuerzas. Se remontarán con alas como las águilas, correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán». Al hacer frente al desafío que viene, también nosotros debemos confiar en el Señor y pedirle que renueve nuestra fuerza. Entonces, lograremos estar a la misma altura que nuestro reto, y no nos vencerán. Y nuestro proyecto prevalecerá.

Gracias.

Frente al Capitolio, en su toma de posesión como presidente de los EE UU (20/1/1961)

En la fría mañana del día 20 de enero de 1961, en Washington, John Fitzgerald Kennedy tomó posesión de su cargo ante el presidente del Tribunal Supremo, Earl Warren, para convertirse en el trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos de América. Tenía 43 años y reunió dos novedades o, como dirían algunos, récords en su persona. Además de ser el segundo presidente más joven de la historia, por detrás, por unos meses, de Theodore Roosevelt, fue el primer católico irlandés en ser elegido para el cargo y, como los jóvenes estadounidenses que asistieron a su toma de posición y escucharon su discurso que anunciaba una nueva política para una nueva era, Kennedy fue el primer presidente nacido en el siglo xx.

Compatriotas:

Celebramos hoy, no la victoria de un partido, sino un acto de libertad -simbólico de un fin tanto como de un comienzo- que significa una renovación a la par que un cambio, pues ante vosotros y ante Dios Todopoderoso he prestado el solemne juramento concebido por nuestros antepasados hace casi 165 años1. El mundo es muy distinto ahora. Porque el hombre tiene en sus manos poder para abolir toda forma de pobreza y para suprimir toda forma de vida humana. Y, sin embargo, las convicciones revolucionarias por las que lucharon nuestros antepasados siguen debatiéndose en toda la tierra; entre ellas, la convicción de que los derechos del hombre provienen no de la generosidad del Estado, sino de la mano de Dios.

No olvidemos hoy día que somos los herederos de esa primera revolución. Que sepan desde aquí y ahora amigos y enemigos por igual, que la antorcha ha pasado a manos de una nueva generación de estadounidenses, nacidos en este siglo, templados por la guerra, disciplinados por una paz fría y amarga, orgullosos de nuestro antiguo patrimonio, y no dispuestos a presenciar o permitir la lenta desintegración de los derechos humanos a los que esta nación se ha consagrado siempre, y a los que estamos consagrados hoy, aquí y en todo el mundo.

Que sepa toda nación, lo queramos o no, que por la supervivencia y el triunfo de la libertad hemos de pagar cualquier precio, sobrellevar cualquier carga, sufrir cualquier penalidad, acudir en apoyo de cualquier amigo y oponernos a cualquier enemigo. Todo esto prometemos, y mucho más.

A los viejos aliados, cuyo origen cultural y espiritual compartimos, les brindamos la lealtad de los amigos fieles. Unidos, es poco lo que no nos es dado hacer en un cúmulo de empresas cooperativas; divididos, es poco lo que nos es dado hacer, pues reñidos y distanciados no osaríamos hacer frente a un reto poderoso.

A aquellos nuevos estados que ahora acogemos con beneplácito en las filas de los libres, prometemos nuestra determinación de no permitir que una forma de dominación colonial desaparezca para ser reemplazada por una tiranía mucho más férrea. No esperaremos que secunden siempre todos nuestros puntos de vista, pero abrigaremos siempre la esperanza de verlos defendiendo vigorosamente su propia libertad, y recordando que, en el pasado, los que insensatamente se entregaron a buscar el poder cabalgando a lomo de tigre, acabaron invariablemente por ser devorados por su cabalgadura.

A los pueblos de las chozas y aldeas de la mitad del globo que luchan por romper las cadenas de la miseria de sus masas, les prometemos nuestros mejores esfuerzos para ayudarlos a ayudarse a sí mismos, por el período que sea preciso, no porque quizá lo hagan los comunistas, no porque busquemos sus votos, sino porque es justo. Si una sociedad libre no puede ayudar a los muchos que son pobres, no podrá salvar a los pocos que son ricos.

A nuestras hermanas repúblicas allende nuestra frontera meridional les ofrecemos una promesa especial: convertir nuestras buenas palabras en buenos hechos mediante una nueva Alianza para el Progreso; ayudar a los hombres libres y a los gobiernos libres a despojarse de las cadenas de la pobreza. Pero esta pacífica revolución de esperanza no puede convertirse en la presa de las potencias hostiles. Sepan todos nuestros vecinos que nos sumaremos a ellos para oponernos a la agresión y a la subversión en cualquier parte de las Américas. Y sepa cualquier otra potencia que este hemisferio se propone seguir siendo el amo de su propia casa.

A esa asamblea mundial de estados soberanos, las Naciones Unidas, que es nuestra última y mejor esperanza de una era en que los instrumentos de la guerra han sobrepasado, con mucho, a los instrumentos de paz, renovamos nuestra promesa de apoyo: para evitar que se convierta en un simple foro de injuria, para fortalecer la protección que presta a los nuevos y a los débiles, y para ampliar la extensión a la que pueda llegar su mandato.

Por último, a las naciones que se conviertan en nuestros adversarios, les hacemos no una promesa sino un requerimiento: que ambas partes empecemos de nuevo la búsqueda de la paz, antes de que las negras fuerzas de la destrucción desencadenadas por la ciencia suman a la humanidad entera en su propia destrucción, deliberada o accidental.

No les tentemos con la debilidad, porque solo cuando nuestras armas sean suficientes, podremos estar seguros, sin lugar a dudas, de que no se utilizarán jamás. Pero tampoco es posible que dos grandes y poderosos grupos de naciones se sientan tranquilos en una situación presente que nos afecta a ambos, agobiadas ambas partes por el costo de las armas modernas, justamente alarmadas ambas por la constante difusión del mortífero átomo, y compitiendo, no obstante, ambas, por alterar el precario equilibrio de terror que contiene la mano de la postrera guerra de la humanidad.

Empecemos, pues, de nuevo, recordando ambas partes que la civilidad no es indicio de debilidad, y que la sinceridad puede siempre ponerse a prueba. No negociemos nunca por temor, pero no tengamos nunca temor a negociar.

Exploremos ambas partes qué problemas nos unen, en vez de insistir en los problemas que nos dividen.

Formulemos ambas partes, por primera vez, proposiciones serias y precisas para la inspección y el control de las armas, y para colocar bajo el dominio absoluto de todas las naciones el poder absoluto para destruir a otras naciones.

Tratemos ambas partes de invocar las maravillas de la ciencia, en lugar de sus terrores. Exploremos juntas las estrellas, conquistemos los desiertos, extirpemos las enfermedades, aprovechemos las profundidades del mar y estimulemos las artes y el comercio.

Unámonos ambas partes para acatar en todos los ámbitos de la tierra el mandamiento de Isaías llamado a «soltar las cargas de opresión, y dejar ir libres a los quebrantados».

Y si con la cabeza de puente de la cooperación es posible despejar las selvas de la suspicacia, unámonos ambas partes para crear un nuevo empeño, no un nuevo equilibrio de poder, sino un nuevo mundo bajo el imperio de la ley, en el que los fuertes sean justos, los débiles se sientan seguros y se preserve la paz.

No se llevará a cabo todo esto en los primeros cien días. Tampoco se llevará a cabo en los primeros mil días, ni en la vida de este gobierno, ni quizá siquiera en el curso de nuestra vida en este planeta. Pero empecemos.

En vuestras manos, compatriotas, más que en las mías, está el éxito o el fracaso definitivo de nuestro empeño. Desde que se fundó este país, cada generación de estadounidenses ha debido dar fe de su lealtad nacional. Las tumbas de los jóvenes estadounidenses que respondieron al llamamiento de la patria circundan el globo terráqueo.

Los clarines vuelven a llamarnos. No es una llamada a empuñar las armas, aunque armas necesitamos; no es una llamada al combate, aunque entablemos combate, sino una llamada a sobrellevar la carga de una larga lucha año tras año, «gozosos en la esperanza, pacientes en la tribulación»4, una lucha contra los enemigos comunes del hombre: la tiranía, la pobreza, la enfermedad y la guerra misma.

¿Podremos forjar contra estos enemigos una alianza grande y global tanto al norte y como al sur, al este y al oeste, que pueda garantizarle una vida fructífera a toda la humanidad? ¿Queréis participar en esta histórica empresa?

Solo a unas cuantas generaciones, en la larga historia del mundo, les ha sido otorgado defender la libertad en su hora de máximo peligro. No rehúyo esta responsabilidad. La acepto con beneplácito. No creo que ninguno de nosotros se cambiaría por ningún otro pueblo ni por ninguna otra generación. La energía, la fe, la devoción que pongamos en esta empresa iluminará a nuestra patria y a todos los que la sirven, y el resplandor de esa llama podrá, en verdad, iluminar al mundo.

Así pues, compatriotas: preguntad, no qué puede hacer vuestro país por vosotros; preguntad, qué podéis hacer vosotros por vuestro país.

Conciudadanos del mundo: preguntad, no qué pueden hacer por vosotros los Estados Unidos de América, sino qué podremos hacer juntos por la libertad del hombre.

Finalmente, ya seáis ciudadanos estadounidenses o ciudadanos del mundo, exigid de nosotros la misma medida de fuerza y sacrificio que hemos de solicitar de vosotros. Con una conciencia tranquila como nuestra única recompensa segura, con la historia como juez supremo de nuestros actos, marchemos al frente de la patria que tanto amamos, invocando su bendición y su ayuda, pero conscientes de que aquí, en la tierra, la obra de Dios es realmente la que nosotros mismos realicemos." 


Ver:


http://www.elcultural.es/noticias/LETRAS/5371/John_Fitzgerald_Kennedy_Discursos_(1960?1963)_Una_Presidencia_para_la_Historia


1 comentario:

  1. Espectacular discurso, muchas gracias por compartir esta información.

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