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viernes, 11 de julio de 2014

Luis Batlle Berres Por Julio María Sanguinetti

Luis Batlle Berres

Por Julio María Sanguinetti

El próximo martes se cumplen los 50 años del fallecimiento de Luis Batlle Berres, el político y estadista de mayor resonancia en la segunda mitad del siglo XX uruguayo. En el trajinar de un país que cada vez tiene menos memoria y, cuando la evoca, normalmente es tergiversada, recordar una figura de esa magnitud no es un ejercicio de nostalgia sino un acto de afirmación cívica, de identidad partidaria y también nacional, de fe en el país, porque difícilmente haya alguien que haya luchado tan ahincadamente en la defensa de sus valores e intereses.

Formado al lado de su ilustre tío, José Batlle y Ordóñez, de él heredó la pasión por la libertad política y la justicia social, su obsesión por el progreso económico y el desarrollo educativo de la sociedad.

Su ascenso político está íntimamente ligado a su actividad como periodista radial. En los años de la República Española, fue en Uruguay su principal defensor. Cuando la Segunda Guerra Mundial, los informativos de la Radio Ariel y las charlas matinales de Luis Batlle Berres eran una constante expresión de militancia por la causa de los Aliados. La radio fue un centro de lucha anti-falangista y anti-fascista, con una constante referencia al peligro de penetración de la ideología nazista en nuestra sociedad, habida cuenta de su avance en el sur de Brasil y en vastos estratos de la Argentina. En ese mismo ámbito fue el líder político de la causa de la creación del Estado de Israel, desde 1943, participando —cuando le llegue la hora del gobierno— en el proceso de Naciones Unidas que configurará los dos Estados, el israelí y el árabe, desgraciadamente desconocido por los Estados árabes.

Fue un diputado dinámico e inteligente. Entre tantas iniciativas se recuerda especialmente la ley de creación de ANCAP, que junto al nacionalista independiente Arturo González Vidart defendieron como miembros informantes. Presidió la Cámara de Diputados los cuatro años del período 1943-1947 y desde allí trabajó en la base partidaria, al punto de constituir en Montevideo una poderosa agrupación. La misma ganó la elección interna en la capital y, como consecuencia, reclamó la postulación a la Intendencia para Luis Batlle Berres. No hubo acuerdo con la otra tendencia batllista que ya se dibujaba en el horizonte y aceptó la candidatura a Vicepresidente, que parecía más anodina políticamente. Las circunstancias de la vida hicieron que el Presidente Tomás Berreta, popular caudillo canario, falleciera antes de cumplir el año de su mandato y que así Luis Batlle Berres llegara a la Presidencia de la República.

Desde allí se lanzó resueltamente a defender las grandes causas del desarrollo nacional. Continuó la política de modernización agrícola, ya iniciada por Berreta, con grandes compras de maquinaria e incorporación de tecnología. A ella le añadió una fuerte defensa de la industria nacional, que venía creciendo desde 1940 al amparo de la guerra, que —al retacear suministros— impuso la necesidad de producir localmente productos estratégicos que se importaban. A esto se le llamó “sustitución de importaciones” y más que una teoría, como suele decirse, fue la respuesta espontánea e inevitable a una necesidad. El Presidente le agregó un factor nuevo y decisivo: el impulso exportador. No se trataba simplemente de producir lo que antes se compraba en el exterior; el desafío era ir más allá de la lana sucia y la carne. La industria textil fue, por ello, uno de sus objetivos más persistentes y de mayores resultancias.

En su Presidencia procuró también preservar sus relaciones con Argentina y Brasil, país este al que visitó durante la presidencia del Mariscal Eurico Gaspar Dutra, electo popularmente en 1946. Con Juan Domingo Perón, pese a que provenían de extracciones opuestas y representaban valores cívicos muy diferentes, intentó un acercamiento, con la famosa entrevista en el medio del Río de la Plata, frente a Nueva Palmira, como episodio resonante de esa aproximación. Vendrán luego tiempos difíciles, porque los argentinos que se radicaban en Uruguay huyendo de las persecuciones del peronismo, se expresaban libremente y Argentina aspiraba a silenciarlos. Ello generó un creciente enfrentamiento que se mantendría e incluso se iría agravando con los años, al punto que después de 1950, con Luis Batlle ya en el Consejo Nacional de Gobierno, se llegó prácticamente a un corte del tránsito de personas.

Uno de los grandes momentos de su carrera política es cuando viaja a los EE.UU., como presidente del Consejo Nacional de Gobierno, a defender el derecho del país a su industrialización, coartada y enfrentada por un proteccionismo cerrado de los EE.UU. y Europa. Sus discursos fueron memorables y en Naciones Unidas propuso también la incorporación de China continental, por entonces ajena al sistema internacional emanado de la post guerra.

Fueron años de optimismo de un país que crecía. Entre 1947 y 1956, el Uruguay avanzó en todos los terrenos. La clase media se expandió, la enseñanza media se masificó, al amparo de la ley de propiedad horizontal las ciudades cambiaron su fisonomía y la rambla de Montevideo fue la expresión simbólica de ese cambio. A partir de allí se comenzó a vivir la crisis de los precios internacionales de las materias primas y su consiguiente repercusión. La misma repercutió seriamente y condujo a la derrota electoral de 1958, primera del Partido Colorado en 93 años. Esto golpeó a Luis Batlle, aun en su salud, pero salió a luchar y en la elección siguiente perdió por solo el 2% de la votación.

Luis Batlle fue un líder colorado pero con un profundo sentido nacional. Defendió la dignidad del país en todos los terrenos. En el político frente al peronismo, en la emancipación económica frente a los EE.UU. y Europa. Su política social fue tan vigorosa que, luego de su primera presidencia, el Partido Comunista quedó reducido a la mitad de su electorado y por años se mantendría en ese nivel.

Ejemplar fue su voluntad de lucha y su devoción cívica. Jamás claudicó en la causa de la libertad y nunca bajó los brazos. Símbolo de convicción y entrega, como él mismo lo dijo alguna vez, entre cuidar su salud y cuidar al país, no vaciló en seguir sin pausas defendiendo sus ideales. Detrás de ellos y su ejemplo, se formó toda una generación a la que pertenezco. Guardo por él, el cariño de quien se privilegió con su amistad y magisterio, pero con la distancia que da el tiempo, se exalta la admiración y respeto por su visión, hoy tan vigente como el primer día. 

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