Impacto del batllismo en el movimiento obrero.
El batllismo fue fundamental para institucionalizar las demandas de los trabajadores y construir un Estado que garantizara derechos laborales básicos. Entre sus principales legados están: La expansión de la ciudadanía social, con el acceso universal a derechos como la educación, la salud y la seguridad laboral. La promoción de un modelo de Estado de bienestar que, aunque limitado por las condiciones económicas de la época, sentó las bases para futuras políticas sociales en Uruguay. Aunque el batllismo promovió reformas importantes, no logró satisfacer plenamente las expectativas de los sectores más radicales del movimiento obrero, especialmente los anarquistas y comunistas. Estos grupos criticaban el carácter paternalista del Estado y su intención de "domesticar" la lucha de clases. Sin embargo, las reformas batllistas ayudaron a mitigar las desigualdades sociales y evitaron conflictos sociales más
profundos en comparación con otros países de la región.
Las relaciones entre el batllismo, el Partido Socialista del
Uruguay (PSU) y el Partido Comunista del Uruguay (PCU) durante las primeras
décadas del siglo XX fue compleja y estuvo marcada por tensiones ideológicas,
competencia política y algunas coincidencias en objetivos reformistas. Mientras
el batllismo impulsaba un programa de reformas sociales desde el Estado, los
socialistas y comunistas representaban sectores que, aunque coincidían en
ciertas demandas laborales y sociales, tenían visiones distintas sobre el
alcance de esas transformaciones y el papel del sistema capitalista.
El batllismo y el Partido Socialista (PSU)
Coincidencias iniciales: El Partido Socialista del Uruguay,
fundado en 1910 por Emilio Frugoni, compartía con el batllismo la preocupación
por mejorar las condiciones de vida de la clase trabajadora. Ambos promovieron
reformas como la jornada de 8 horas, la protección laboral y la educación
gratuita. Las medidas progresistas del batllismo, como la creación de empresas
públicas y la legislación social, eran vistas por algunos socialistas como un
avance hacia una sociedad más equitativa, aunque dentro de los límites del
sistema capitalista. Los socialistas uruguayos, aunque reformistas en
comparación con los comunistas, tenían una visión más crítica del capitalismo y
consideraban que las reformas batllistas no eran suficientes para resolver las
desigualdades estructurales. Frugoni y otros líderes socialistas, como dijimos,
veían al batllismo como un movimiento típicamente burgués que, aunque
progresista, buscaba preservar el sistema capitalista mediante concesiones a
los trabajadores. A medida que el Partido Socialista se consolidaba como una
fuerza política, surgió una competencia por el apoyo de la clase trabajadora.
El Partido Colorado, bajo la influencia del batllismo, logró captar una base
obrera significativa gracias a sus políticas sociales y su discurso inclusivo,
debilitando a los socialistas en términos electorales. A pesar de las
diferencias, hubo momentos de colaboración entre el batllismo y los
socialistas, especialmente en temas como la lucha por la educación laica y las
leyes laborales. Sin embargo, los socialistas mantuvieron su independencia
ideológica y su crítica a lo que consideraban un paternalismo del Estado
batllista.
El batllismo y el Partido Comunista (PCU). El Partido Comunista del Uruguay se fundó en
1920, producto de una escisión del Partido Socialista, influenciada por el
impacto de la Revolución Rusa de 1917 y el surgimiento de la Internacional
Comunista (Comintern). A diferencia del PSU, el PCU adoptó una postura
revolucionaria, buscando la abolición del capitalismo y la instauración de un
sistema socialista mediante la lucha de clases y, eventualmente, la dictadura
del proletariado. El Partido Comunista consideraba al batllismo una forma de
"socialismo burgués" que buscaba frenar la revolución proletaria
mediante reformas que cooptaban a la clase trabajadora. Las políticas
redistributivas y sociales del batllismo eran vistas como una estrategia para
desactivar la lucha de clases y garantizar la estabilidad del sistema
capitalista en Uruguay. El PCU se opuso abiertamente al liderazgo del batllismo
en el movimiento obrero y promovió una visión clasista más radical en los
sindicatos. Esto llevó a enfrentamientos ideológicos en el seno de las
organizaciones obreras, especialmente en momentos de huelga o movilización. A
pesar de su discurso radical, el PCU tuvo dificultades para competir con el
batllismo, que logró ganarse el apoyo de amplios sectores de los trabajadores a
través de su programa de reformas. El batllismo construyó un Estado benefactor que
atendía muchas de las demandas de los trabajadores, pero lo hacía desde una
perspectiva moderada, evitando los extremos ideológicos. Entre los logros
principales, se destacan:
La creación de empresas estatales (como ANTEL, UTE y ANCAP)
que fortalecieron la economía pública. Políticas de bienestar como el seguro de
enfermedad, el salario mínimo y la regulación laboral. La promoción de una
democracia inclusiva, que incorporó a sectores populares al sistema político. Estas
medidas limitaron la capacidad del PSU y del PCU para movilizar a las masas, ya
que muchos trabajadores veían en el batllismo una solución tangible y moderada
a sus problemas, sin necesidad de recurrir a una transformación revolucionaria.
La relación entre el batllismo, el PSU y el PCU estuvo marcada por la
coexistencia de proyectos que, aunque coincidían en algunos aspectos, divergían
profundamente en sus objetivos finales:
- El batllismo
apostó por un Estado reformista y modernizador que integrara a los
trabajadores al sistema político y económico, evitando conflictos sociales
mayores.
- El Partido
Socialista buscó avanzar gradualmente hacia el socialismo, pero se vio
eclipsado por las políticas populares del batllismo.
- El Partido
Comunista, con su postura revolucionaria, quedó aislado políticamente
durante estas décadas, aunque mantuvo influencia en algunos sectores
sindicales y culturales.
El legado del batllismo fue decisivo en la consolidación de
Uruguay como una de las democracias más avanzadas de América Latina, pero
también estableció un modelo que desactivó, al menos temporalmente, las
aspiraciones más radicales de los movimientos de izquierda.
El modelo batllista clásico, impulsado por José Batlle y
Ordóñez en las primeras décadas del siglo XX, estableció un esquema de
industrialización sustitutiva de importaciones (ISI), políticas
proteccionistas, un Estado benefactor y regulador, y una fuerte intervención
estatal en la economía. Este modelo generó crecimiento y estabilidad durante
varias décadas.
El neo batllismo, que resurge a fines de la década de 1940
bajo la presidencia de Luis Batlle Berres, busca reavivar ese legado con
énfasis en la industrialización, políticas de redistribución del ingreso, altos
niveles de protección arancelaria y una ampliación del aparato estatal. Este
modelo tuvo cierto éxito inicial en mantener el dinamismo económico, pero se
enfrentó a crecientes dificultades estructurales en los años posteriores. La
adhesión de Uruguay al GATT representó un desafío significativo para el modelo
proteccionista del neo batllismo, ya que implicaba compromisos para reducir
barreras comerciales (aranceles) y facilitar un comercio más abierto. Esto
afectó al modelo en varios aspectos:
Presión sobre la industria sustitutiva de importaciones: La
apertura al comercio exterior expuso a la industria local a una competencia
internacional para la cual no estaba preparada, debido a su baja productividad
y dependencia de mercados protegidos.
Limitaciones fiscales: La estructura del modelo batllista se
sostenía en gran parte por una alta captación fiscal a través de impuestos al
comercio exterior (exportaciones e importaciones). La reducción de aranceles
afectó las finanzas públicas.
Crisis de la balanza de pagos: Con un sector industrial poco
competitivo y una economía dependiente de las exportaciones agropecuarias, la
apertura exacerbó los problemas de balanza de pagos, especialmente en un
contexto de precios internacionales volátiles.
El GATT fue un factor
relevante, el agotamiento del modelo neo batllista fue más bien el resultado de
una combinación de factores internos y externos:
Crisis estructural de la economía uruguaya: Hacia fines de
la década de 1950, el modelo ISI enfrentaba serias limitaciones, como el
agotamiento del mercado interno, la ineficiencia industrial y la dependencia de
las exportaciones de bienes primarios (carne y lana).
Tensiones sociales y políticas: El modelo redistributivo
empezó a enfrentar tensiones debido al estancamiento económico, la inflación
creciente y el descontento de los sectores obreros y rurales.
Cambios en la economía global: La posguerra trajo un cambio
en las dinámicas comerciales internacionales, con la consolidación de grandes
bloques económicos y el declive del modelo proteccionista en favor de esquemas
de libre comercio.
Conclusión
El modelo batllista de desarrollo se agotó como resultado de
una crisis estructural del modelo ISI, agravado por las condiciones
internacionales cambiantes y problemas internos de gestión económica. El
período posterior al neo batllismo, marcado por la década de 1960, refleja la
búsqueda de alternativas en un contexto de creciente inestabilidad económica y
social. El golpe final al batllismo clásico fue determinado por la reforma
constitucional que pone fin al proyecto colegiado a partir de 1967. Recién
luego del proceso de facto entre 1973 y 1984, el retorno de un batllismo pragmático,
liberal en lo político y socialdemócrata en lo económico y social va a extender
su vigencia hasta 2005.
Ver:
Klein, F. Retorno al Uruguay de los Cincuenta. Planeta. Montevideo 2023.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.