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sábado, 4 de septiembre de 2010

Domingo Arena

Reconstruyendo o mejor dicho avivando el fuego de las ideas del Partido Colorado me parece imprescindible recordar, una vez más, a Domingo Arena. Su peregrinaje político, cultural, social e ideológico merece un gran seminario. Curiosamente fue el Centro Cultural de España el que lo promovió, traslado aquí un breve pasaje de mi presentación durante el mismo.


Domingo Arena nace en Italia, en un hogar muy pobre, el 7 de abril de 1870. Nace en el sur, territorio que arrastró por siglos un atraso tecnológico, con difíciles condiciones de vida, y por extensión con serias dificultades laborales. El regionalismo salvaje en que se encuentraba dividida la Península, a pesar de la Unidad recientemente alcanzada, trajo aparejado como inmediata solución, la emigración.

En Calabria, región natal de Arena, la vida era dura. El entorno familiar era el siguiente: su padre era zapatero remendón, su madre no tenía mejor destino, su tarea era la común a la mujer en un medio rural: cuidar a los hijos y entenderse de las tareas domésticas. Como muchos otros, que luego conformarían una gran cantidad de apellidos italianos ilustres de nuestra sociedad actual, la familia Arena emigró hacia el Río de la Plata, instalándose en nuestro país en 1877.

Proviene Domingo Arena de una sociedad que buscaba la unidad política dentro de una pluralidad ideológica. En Italia las ideas socialistas no siempre conjugaban con las ideas nacionalistas, pero todo ese fermento ideológico lo traía consigo la familia Arena desde su país natal.

Llegados a nuestro territorio, se trasladan al interior del país. Se encontró Arena con un campo laboral reducido, simple y rural: fue jornalero, peón de pulpería, changador. Todas estas actividades las compartía, alternándolas, con un maestro rural que le proporcionaría enseñanza hasta el séptimo año de escuela, hecho decisivo porque le permitiría entrar en la Universidad de la República en la capital del país.

No se quedó conforme con su destino de peón y jornalero. Se traslada a Montevideo para cursar estudios superiores: Debe trabajar para continuar sus estudios: su primer trabajo fue en la Fiscalía de lo Civil de Montevideo. Luego se desempeña como cronista en el diario “El Día”. A partir de este momento su estrella comienza a brillar: se recibe de Doctor en Derecho, en el campo periodístico asciende lentamente pero sin pausa: gacetillero, cronista, reportero, editorialista y por último la dirección del diario en forma conjunta con otro joven pujante como él: Pedro Manini Ríos.

Se vincula a la política, ascendiendo también en forma rápida, diputado en 1904, luego Senador, Consejero Nacional, amigo personal y confidente de José Batlle y Ordóñez.

Nadie ignora las fecundas campañas cívicas del diario de Batlle, contra el crimen y las situaciones calamitosas que deshumanizaban al país. En la redacción de “El Día” se respiraba una atmósfera idealmente guerrera templada al calor de importantes reivindicaciones sociales. En ese ambiente Arena empezó a sentir el noble apremio de contribuir a modificar las estructuras más profundas de nuestro país.

La política de Batlle, nutrida de ideas avanzadas, era perfectamente compatible con sus anhelos sociológicos. Lo trascendente de la evolución de Arena reside en sus características de ideólogo que le llevó a admitir públicamente:

“Yo, señores, no soy político. Si he de hablarles con total franqueza tendré que decir que la política no me hace feliz. A mi idiosincrasia, un poco sentimental, repugna ese perpetuo sacrificio de hombres que impone el buen servicio de las ideas”

Había muchas caras nuevas y jóvenes en la Cámara de Diputados en 1904. El líder de los jóvenes colorados era Manini. También estaba allí Arena, que presentaba un extraño aspecto con una gran melena flotante, grandes corbatas, lenguaje mechado de lunfardo con el habla de la calle. Conjugaba Arena a los 34 años el conocimiento académico, la vivencia del arrabal y el sufrimiento. Y si hacemos un paralelo con la prédica de Batlle, conjuntaba la visión batllista reformista de integrar al obrero y al inmigrante en el plano social con la realidad nacional, dándole participación política y mejorando su situación económica.

Arena tenía todo lo que un político desearía tener, bondad y comprensión hacia sus semejantes, gran inteligencia y una simpatía que lo hacía no tener enemigos. Tampoco era secreto para nadie que podía hablar con Don Pepe y en nombre de éste.

Su origen humilde, -hijo de inmigrantes italianos- con un apego cierto a las ideas anarquistas debidas a su origen y a su ideal de justicia e igualdad, van a hacer jugar a Domingo Arena un importante rol en la implementación del reformismo batllista.

La generación del 900, hijos de su tiempo, hijos de la cultura occidental que encarnan la cultura griega, con el elitismo francés, el pragmatismo inglés y el apasionado pensamiento mediterráneo socialista y anarquista que confluyen en Carlos Vaz Ferreira, José Enrique Rodó, Pedro Figari, Emilio Frugoni, Batlle y sus seguidores revolucionarios, entre ellos Arena. En la filosofía de Hegel y la ideología materialista que se desarrollo a partir de su método en la cual la historia se convierte en centro de todas las cosas, surge la idea de Krause, tomada por el primer batllismo, de captar al individuo, al sujeto, valorándolo como tal, de acuerdo a la tradición ibérica, o mediterránea, de cuyo torrente ideológico se nutrió el Uruguay de comienzos del Siglo XX.

Es de destacar que en forma contemporánea, en los últimos 25 años del Siglo XIX, tanto en Uruguay como en España se desarrollaban episodios ideológicos congruentes en relación a la valoración del individuo a través de la educación: “ La Educación del Pueblo” de José Pedro Varela y “La Institución de Libre Enseñanza” fundada por los seguidores krausistas Sanz del Río y Giner de los Ríos. El Uruguay que se irá conformando a comienzos del Siglo XX le debe mucho a Kant y a Krause en la valoración del sujeto y en su extensión, la actuación social.

El ideal de Arena era alcanzar la igualdad y la libertad. Conjunta Arena en las primeras décadas del siglo diversos aspectos históricos con otros revolucionarios para la sociedad política en la que se encontraba inserto. Desde el punto de vista ético, manejaba el principio de igualdad entre los hombres. Conocedor de las nuevas variables políticas y sociales comprendió que había que aglutinarlas y canalizarlas hacia el mejoramiento social, hacia una mejor distribución de la riqueza apoyándose en el derecho de todo ser humano de mejorar en la vida. Podemos atisbar en este punto su veta anarquista, que la manifestará en sus editoriales y artículos periodísticos desde “El Día” en forma más clara desde 1904.

Este gran ciudadano siempre ha sido citado en discursos, ponencias y seminarios, sin embargo es otro de los que el olvido, por momentos le gana el partido.

Miguel Lagrotta

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