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sábado, 4 de septiembre de 2010

La cuestión de Malvinas y la diplomacia uruguaya.

Viejos pleitos, orgullos nacionales y la diplomacia en muletas


La Cuestión de las Malvinas, el litigio histórico con Chile y la diplomacia uruguaya.
El objetivo de esta investigación, realizada en el marco de la Maestría en Investigación en Historia Contemporánea, Claeh, Montevideo es determinar los lazos nacionalistas y la diplomacia eurocéntrica de la mayoría de los países del Cono Sur durante la cuestión de Malvinas en 1982.
 Lo que trataremos de realizar en este avance es ubicar las realidades chilena, argentina y uruguaya en el período de 30 años comprendidos entre 1952 y 1982 y como se registraban los avances y retrocesos en las relaciones diplomáticas. Vale la pena aclarar que todas estas acciones eran miradas, activadas o promovidas por las potencias de turno: Inglaterra por tener una gran arraigo diplomático en la región, Estados Unidos porque jugaba su Guerra Fría aquí también y la Unión Soviética que con Cuba y el Chile de Allende despertaba amores y odios.

Ubicación histórica

A lo largo de los siglos las islas del archipiélago de las Falkland recibieron una gran cantidad de nombres y denominaciones, siendo la más popular la de Malvinas.
Fue Sir John Strong, durante su viaje de colonización a las islas de 1670, quien bautizó el estrecho que separa ambas masas de tierra como paso Falkland
Hacia el año de 1745 comenzó la cuestión de las islas entre España e Inglaterra,. Mientras los hispanos sostenían que el territorio les pertenecía por múltiples acuerdos y cédulas, los ingleses consideraban que éstas correspondían a territorio extracontinental.
Los movimientos británicos alertaron a los franceses, que también tenían intereses estratégicos para que las islas no quedaran controladas por Inglaterra. A partir de 1763, el Capitán Louis Antoine B. de Bouganville desembarcó fundando puerto Saint Louis y trayendo colonos desde Saint Malo, razón por la que comenzaron a llamarse islas "Malouines" o "Maluines". El francés D'Anville las registraría con el nombre "Islas Malouines descubiertas en 1700, Falkland según los ingleses".
Después de la Independencia, Buenos Aires intentó tomar para sí las islas en noviembre 1820, encomendándole la misión al Coronel James Hewitt, quien recaló en puerto Soledad, ex Saint Louis.
Sin embargo, esta toma de posesión fue meramente simbólica, pues pasaron seis años antes de que el Gobierno manifestara interés en dichas islas, cuando llegó a ellas, el comerciante francés Louis Vernet, quien en 1829 fue designado Gobernador de las islas por Buenos Aires. Gran Bretaña protestó por la acción, recordando la vigencia de la Declaración del Comodoro Byron de 1765 . En 1831, Vernet apresó a la goleta norteamericana "Harriet" en Puerto Soledad, al ser sorprendida cazando lobos marinos. Esto desató la ira del Cónsul de los Estados Unidos, George Slacum, quien protestó ante el Gobierno de Buenos Aires., la Argentina le canceló el exequátur al francés, en febrero de 1832. Esto no bastó, sin embargo, para evitar que el Capitán de Navío Silas Duncan, cometiera actos de franca piratería en las islas, destruyendo casas y fuertes, para marcharse declarando el territorio "libre de todo gobierno".
En medio del revuelo, Buenos Aires nombró Gobernador Militar de las islas a Juan Mestivier, pero un motín de su guarnición le costaría terminar asesinado
Gran Bretaña entonces envió al lugar  al bergantín "Clio", comandando por James Onslow. Al arribar, el 3 de enero de 1833, ya se encontraba allá el navío argentino "Sarandi", al mando del Comandante José Pinedo.
Onslow conminó a Pinedo a retirarse, y  Pinedo se marchó dejando sólo una nota de protesta.
Puerto Soledad recuperó el nombre original de Saint Louis y las islas volvieron a ser llamadas definitivamente como Falkland.
En 1946 la llegada al poder de Juan Domingo Perón resucitó la polémica en nombre del anticolonialismo y del panamericanismo, y la asamblea general de las Naciones Unidas obligó a Inglaterra a entrar en negociaciones con Argentina. La Argentina respondió el 3 de noviembre de 1947 a un informe británico presentado en las Nacionales Unidas, con una declaración en la que reafirmaba sus pretensiones antárticas y sobre las islas. En 1974 la misma asamblea pidió una solución pacífica del conflicto; se habló de un condominio anglo-argentino, de un estatuto al estilo Hong Kong, etcétera.
¿Por qué darle tanta importancia a esas islas? Antes del canal de Panamá, las Malvinas tenían ciertamente un interés estratégico: “El control de las Falkland podría ser muy útil en tiempo de paz, pero en tiempo de guerra nos daría el control de los océanos”, escribía en 1740 lord Anson. En 1914 la base naval ubicada en el cruce de las vías marítimas que unen al Atlántico con el Pacífico en el hemisferio austral, demostró su valor: la Royal Navy hundió cuatro navíos de guerra alemanes. En nuestros tiempos el archipiélago puede alojar a una importante plataforma logística tanto aeronaval como submarina; su posición es idónea para interceptar las ondas hertzianas y electromagnéticas sobre América del Sur. Finalmente, existe la perspectiva de explotar hidrocarburos.

El Cono Sur entre Guerras Sucias y Guerra Fría

La Política hemisférica de Ronald Reagan.[1]

El entorno latinoamericano era revolucionario y la respuesta de Estados Unidos favorece el inicio de la violencia en el marco de la etapa final de la Guerra Fría.
Cuando Reagan derrotó al demócrata Jimmy Carter, en noviembre de 1980, los sandinistas llevaban más de un año en el poder en Nicaragua  Por otra parte, grupos guerrilleros se estaban conformando en El Salvador, Honduras y Guatemala, y el presidente de Cuba, Fidel Castro, había dicho que otros países latinoamericanos pronto se convertirían al socialismo.
Reagan vio esto como una creciente amenaza para la seguridad de Estados Unidos y lanzó su propio contraataque. Sus admiradores consideran que sus políticas frenaron el avance del comunismo en el continente, mientras que sus detractores lo acusan de profundizar la violencia.
Para algunos, las políticas de Reagan marcaron un giro en la manera de concebir las relaciones exteriores: "Lo que en la Guerra Fría eran políticas de contención, pasaron a ser de disuasión. El gobierno de Reagan planteó las guerras de baja intensidad, la lucha antisubversiva, y la articulación de la lucha contra el narcotráfico", dijo a la BBC el analista político de la Universidad Complutense de Madrid, Marcos Roitman.
Para otros analistas, la política de Reagan con Latinoamérica demostró "una voluntad de aplicar medidas ilegales para confrontar el reto izquierdista en esa región", según Victor Bulmer Thomas, director del Real Instituto De Relaciones Internacionales en Londres.
Las críticas más fuertes al gobierno de Reagan se relacionan con la intervención estadounidense en Nicaragua, donde el gobierno de Reagan autorizó a la CIA para brindar apoyo a los "contras", que se oponían al gobierno de los sandinistas y operaban desde Costa Rica y Honduras. La guerra civil dejó más de 50.000 muertos y se prolongó durante más de una década.   Durante la década de los ochenta, el gobierno militar en Argentina había lanzado una ofensiva contra el comunismo proporcionando armas y entrenamiento a los "contras" nicaragüenses en Honduras.
El gobierno de Reagan alcanzó a entregar US$3 mil millones en asistencia al gobierno salvadoreño para enfrentar al  grupo guerrillero Frente de Liberación Farabundo Martí se opuso al gobierno durante un conflicto con una duración de 12 años que terminó con la firma de unos acuerdos de paz en 1992.

La doctrina de la seguridad Nacional y el papel de la ingerencia de Washington[2]

La ideología anticomunista de los Estados Unidos y sus prácticas de ingerencia
repetidas contra los regímenes progresistas latinoamericanos permitieron sembrar los gérmenes de la Operación Cóndor, al efectuar la coordinación de los servicios de inteligencia de la región, facilitando la toma de contacto entre los distintos ejércitos y sobre todo dando una formación ideológica y militar, como apoyo técnico directo. Desde febrero de 1945,durante la Conferencia Panamericana de Chapultepec (México), los Estados Unidos recuerdan a los militares latinoamericanos el peligro que constituye el comunismo. Es desde esta óptica es que se establecen los acuerdos bilaterales de asistencia militar (a partir de 1951) destinados a aportar el entrenamiento militar y formación teórica a los oficiales latinoamericanos, principalmente a “la Escuela de las Américas” (ubicada en la zona norteamericana de Panamá) pero también en los Estados Unidos. Estos acuerdos significan igualmente el aprovisionamiento en armas y envíos de consejeros a estos países. Esta concepción que dio en llamarse la Doctrina de la Seguridad Nacional.culmina en la creación de las “Conferencias de los Ejércitos Americanos” (CEA) que tiene lugar cada dos años. En su boletín informativo No 1 que se basa en buena parte en las decisiones de la X reunión en Caracas (sep. 1973), se puede apreciar que la CEA estaba de acuerdo para “darle fuerza al intercambio de informaciones para contraatacar el terrorismo y [...] controlar los elementos subversivos en cada país”: estamos en el corazón de lo que sería la Operación Cóndor. Este intercambio de información transcurre a través de la red de agregados militares (red AGREMIL) y emana tanto de los servicios de inteligencia militar como de las policías políticas de las diferentes dictaduras, y hasta de los escuadrones de la muerte que participan en la tortura y ejecución de los supuestos “terroristas” (por ejemplo la Organización de Coordinación de las Operaciones Subversivas ) Esta voluntad de coordinación transnacional convoca las energías de varios servicios de inteligencia, dentro de los cuales se halla la CIA.
La táctica de  desestabilización utilizada en el Chile de Allende, el hecho de que los diplomáticos estadounidenses y el gobierno (Richard Nixon, Henry Kissinger) hayan favorecido el golpe de estado, principalmente, el sabotaje económico y la utilización del terrorismo), recuerda que no se trata de una implicación indirecta de los Estados Unidos, sino de una política imperialista consciente y asumida como tal.
Por otra parte, La división de servicios técnicos de la CIA entregó a los diferentes agentes latinoamericanos las esenciales “lecciones de tortura”, a través de manuales que enseñaban entre otras cosas el nivel de choques eléctricos que puede recibir un cuerpo humano sin caer en estado de coma ni provocar el deceso.
Es preciso repetir que este apoyo material e intelectual no apareció en los años 60’ y 70’ con la instauración generalizada de las dictaduras en el Cono Sur, sino que constituye un trabajo de larga trayectoria, debutado tempranamente por los servicios secretos norteamericanos. Una vez más fue el Paraguay de Stroessner el laboratorio en tamaño natural de técnicas de represión política.

1978, el año del conflicto entre Argentina y Chile : Los nacionalismos como sustento institucional de la represión.

El operativo Soberanía.

El diferendo por las islas australes Picton (96 kms2), Nueva (103 kms2) y Lennox (144kms 2)  pudo terminar en una guerra.
El conflicto austral se remonta al siglo XIX. Ya en 1881[3] los Gobiernos de ambos países lograron un acuerdo en el que se especifica que “pertenecerán a Chile todas las islas al Sur del Canal "Beagle" hasta el Cabo de Hornos y las que haya al Occidente de la Tierra del Fuego”, entre otros puntos. Pero no debieron pasar muchos años para que el tema volviera a salir a la luz pública, puesto que en 1904 Argentina solicitó formalmente a Chile que se delimitaran las fronteras del canal. A través de los años se suscribieron tres protocolos con miras a darle una solución judicial al conflicto. El primero, de 1915, señalaba como árbitro al Gobierno a Su Majestad Británica, de acuerdo con el Tratado General de Arbitraje chileno argentino de 1902. Más tarde, en 1938, se decidió que actuaría como árbitro el Procurador General de los Estados Unidos de América, Sr. Homer S. Cummings.
Sin embargo, en 1960, se convino en someter la disputa a la Corte Internacional de Justicia. En dicho acuerdo se especificó detalladamente el ámbito de la disputa, la que se calificó como “...la única controversia relativa a la interpretación del Tratado de Límites de 1881 es la concerniente a determinar a cuál de los dos países corresponde la soberanía sobre ciertas islas e islotes que se mencionan en el artículo 5° del presente protocolo”.
El aludido artículo 5° del protocolo de 1960 sostiene que: “Como consecuencia de todo lo dicho procedentemente, las Partes acuerdan someter a la decisión de la Corte Internacional de Justicia de La Haya la única cuestión pendiente relativa a la interpretación del Tratado de Límites de 1881, aludida en el considerando segundo, relativa a considerar a cuál de las Partes corresponde la soberanía al Este del Meridiano 67° 13,5 Longitud Oeste de Greenwich, sobre las islas Picton y Nueva, y los islotes Snipe, Solitario, Hermanos, Gardiner, Reparo, Packsaddle, Jorge, Augustus y el islote rocoso al Sur de las dos islas Becasses”.
Por diversas razones, ninguno de dichos protocolos entró en vigencia y, después de negociaciones que no fructificaron, el Gobierno de Chile resolvió invocar, para la solución de la controversia, el antes citado Tratado General de Arbitraje de 1902, que ya había servido para resolver el diferendo que surgió entre los dos países en relación con el Laudo que el rey Eduardo VII dictó el 20 de noviembre de ese año. Entretanto, diversos episodios tuvieron lugar con motivo de las diferencias limítrofes. Recordados son incidentes como el del islote Snipe, en 1958; el que ocurrió en Laguna del Desierto en 1965; o el de 1967, cuando una embarcación chilena fue bloqueada en el canal Beagle.
Este último hecho puede ser visto, quizás, como la gota que rebasó el vaso. Ese mismo año, el entonces Presidente Eduardo Frei, y su ministro de Relaciones Exteriores, Gabriel Valdés, solicitaron el laudo arbitral a la Corona Británica. El 11 de diciembre de 1967 el embajador de Chile en Londres dirigió al Foreign Office una nota en que solicitaba la intervención arbitral británica. En una primera época el Gobierno de la República Argentina asumió una posición negativa en esta materia, pero el 22 de julio de 1971, al firmarse un compromiso, se puso en marcha el procedimiento arbitral.
Hacia fines de 1968, Londres y Buenos Aires entraban en la etapa final de negociaciones para una posible entrega de las islas Malvinas a la soberanía argentina. Todo parecía indicar que Gran Bretaña se allanaría a ejecutar esta acción, dado el clima de distensión que reinaba en aquel instante entre ambas naciones, tanto así que en el mes de diciembre, cuando acompañaba a la Reina Isabel en una visita que llegó hasta Chile, el Secretario de Asuntos Latinoamericanos Lord Chalfont, visitó las islas intentando convencer a los "kelpers" de las bondades de esta iniciativa, pero sólo encontró rechazo y desconfianza, poniendo en peligro la negociación que, pese a todo, siguieron adelante.
En tanto, el diferendo del Canal de Beagle seguía sin solución, por lo que Chile decidió recurrir a la corte británica, comprometiendo a la Argentina al respeto absoluto de su sentencia por un protocolo de 1971, firmado durante el Gobierno de Salvador Allende. Queda en evidencia, entonces, que Buenos Aires tenía compromisos de honradez y honor tanto con la parte arbitral como la adversaria en el asunto del litigio austral con Chile. En 1977 fue comunicado por el Foreign Office el Laudo Arbitral de Su Majestad Británica para el litigio del Canal Beagle, que la Argentina había logrado despertar luego de años de insistencias y provocaciones. El resultado del tribunal arbitral británico fue categórico: las tres islas en disputa, Picton, Nueva y Lennox, eran definitivamente chilenas. Aunque en algunos aspectos el fallo era muy desfavorable a la posición chilena, el Gobierno Militar de La Moneda lo aceptó de inmediato. Sin embargo, la Argentina se acogió al plazo de estudio y, al culminar éste, sorprendió a la comunidad internacional declarándolo "insanablemente nulo", un imposible jurídico. Había comenzado así la crisis del Canal Beagle.
En los meses de noviembre y diciembre de 1978, los habitantes de Puerto Aysén se acostumbraron a una escena poco común para la zona: cazabombarderos surcaban periódicamente los cielos, irrumpiendo en la apacible vida de este pueblo de 15 mil habitantes de la XI Región del sur de Chile. En los colegios, se repetían una y otra vez ejercicios de evacuación, y los techos de los hospitales fueron pintados con cruces rojas para ponerlos a resguardo de potenciales bombas.Todos los hombres con instrucción militar fueron movilizados a la frontera, a cavar trincheras y esperar la guerra.  Mientras en Santiago la cancillería, a cargo de Hernán Cubillos, hacía esfuerzos para evitar una guerra que parecía inminente, en el sur se ultimaban preparativos de defensa.
El conflicto por las islas en el canal Beagle, entraba en ese entonces en su etapa decisiva, luego de que Argentina desconociera el laudo arbitral de Gran Bretaña  .La postura argentina de buscar un nuevo escenario de negociación, a pesar de haber desconocido un laudo que ellos mismos se habían comprometido a aceptar, chocó con la firmeza chilena, que se basaba en que el país no estaba dispuesto a perder ni un centímetro de su territorio.
Con un escenario internacional adverso al gobierno que encabezaba Augusto Pinochet y con restricciones a la venta de armas a Chile, las fuerzas chilenas enfrentaban a un rival superior en cuanto al equipamiento y tecnología bélica, pero existía en convencimiento en el mando militar respecto de la ventaja en la capacidad de los soldados..
A diferencia de Chile, donde los preparativos de guerra se hicieron en medio de gran reserva para no alarmar a la población, los argentinos se movilizaron en medio de sonoras concentraciones al grito de “el que no salta es un chileno”, con oscurecimientos en sus principales ciudades.
Al ganar la Argentina la Copa Mundial de Fútbol de 1978, la inyección de nacionalismo llegó a niveles explosivos aquel año, en que el General Jorge Rafael Videla y la Junta Militar comenzó a preparar la guerra con Chile por la posesión del Beagle con una enorme circulación de propaganda y material publicitario. Se publicaron, por ejemplo, carteles en las calles con la consigna: "¡A ganar el mundial del Beagle!" Uno de los grandes instigadores de la guerra contra Chile, detrás de Videla, era el Almirante Emilio Eduardo Massera, quien llegó a actuar contra los demás miembros de la Junta Militar en su afán de poder. Junto a Massera, varios elevaron los ánimos contra Chile, como Leopoldo Galtieri, Suárez Mason y Osiris Villegas.
Esta posición era la contraparte de una "guerra sucia", cargo que se había imputado desde 1976 al Gobierno Militar argentino por sus excesos contra la oposición izquierdista. En efecto, la Junta platense requería urgentemente de una reacción patriotera para conglomerar las fuerzas políticas de la Argentina y salvar de la impopularidad al Gobierno. La crisis del Beagle se les había aparecido como maná del cielo para esta causa, aprovechando la falta de abastecimiento militar que sufría la capacidad defensiva de Chile como consecuencia del bloqueo internacional de venta de armas y la "enmienda Kennedy", en aquellos días.
De estallar la guerra, Chile, en su estrategia defensiva regional tenía la certeza de que era más que probable que se incorporaran a la misma Perú y Bolivia, alimentados por el deseo de reivindicar territorios que perdieron en la Guerra del Pacífico. Frente a esta posibilidad, las autoridades chilenas resolvieron mantener el poderoso contingente que actúa como disuasivo en el norte y no mover ni uno solo de sus efectivos.  Según cifras de la época, Chile tenía un contingente de 80 mil hombres, contra los 135 mil de Argentina.
En el mar, la escuadra chilena aparecía en mejor pie que el resto de las fuerzas chilenas en comparación con las argentinas. Con tres cruceros, cuatro destructores, dos fragatas y tres submarinos, tenía la mejor dotación para oponerse a cuatro destructores, cuatro fragatas, dos corbetas, cuatro submarinos y el crucero Belgrano, que sería hundido después, durante la Guerra de Las Malvinas.  Argentina tenía un arma que podía resultar desestabilizadora: el portaaviones “25 de mayo”
La fecha del ataque era clara: 22 de diciembre de 1978, a las 22 horas.
La versión oficial argentina, sin embargo, dice que horas antes de iniciar el ataque se recibió la orden de frenar la ofensiva y aceptar la mediación del Papa Juan Pablo II.
La "guerra limpia" estuvo a sólo minutos de concretarse en la víspera de la Navidad de 1978, pero un día de malas condiciones climáticas atrasaron la salida de las naves de guerra argentinas permitiendo que el Vaticano lograra introducir en el momento exacto una propuesta de Mediación Papal que, milagrosamente, fue aceptada por ambos países. En Buenos Aires pesó el aparecer rechazando una propuesta de paz de la Santa Sede ante los ojos de la comunidad internacional.
Fueron casi ocho años los que tuvieron que transcurrir para que Chile y Argentina se pusieran de acuerdo en los límites australes, y con ello dejaran atrás el fantasma de la guerra que en algunos momentos amenazó con hacerse realidad. Si se toma en cuenta el extenso período en que Chile y Argentina discreparon sobre la soberanía del canal Beagle y sus islas, el Tratado de Paz y Amistad de 1984 podría ser visto aún con más valor.

El papel de la prensa, un faro en la oscuridad, siempre que mantenga objetividad.
El gobierno de facto rechazó el resultado del arbitraje en febrero de 1978, pero importantes medios de prensa se adelantaron a esta postura -y en cierta forma, la alentaron- desde mayo de 1977. Desde el momento mismo en que el fallo se dio a conocer públicamente, la prensa se inclinó en su contra y comenzó una profunda tarea deslegitimadora del mismo.
Como ejemplo, se puede citar el caso de Clarín, el diario de mayor circulación en la República Argentina. Como se sabe, el gobierno militar dio a conocer públicamente el resultado del arbitraje el lunes 2 de mayo de 1977. Al día siguiente, los diarios dieron la noticia a sus lectores. Y basta examinar los titulares que utilizó Clarín en sus primeras páginas, para advertir la toma de posición editorial. El cuadro siguiente muestra los títulos que utilizó Clarín en sus páginas principales, para dar a conocer el fallo sobre Beagle al pueblo argentino.

Títulos del diario Clarín El día que se dio a conocer públicamente el arbitraje [4]

p.1       El fallo sobre el Beagle viola nuestra soberanía
p. 1      Ningún compromiso obliga a cumplir aquello que afecte intereses vitales de la    Nación
p. 4 y 5 Un fallo que desconoce todos los tratados
p. 7      El gobierno argentino no admitirá situaciones que violen la soberanía
p. 8      Dan a Chile una ventana al Atlántico (reportaje a Ernesto Fitte, vicepresidente de la Academia Nacional de la Historia).
p. 8      La Soberanía, límite del arbitraje (editorial)
p. 10    Agradece Pinochet a Isabel II
p. 10    Las futuras generaciones nos juzgarán severamente según el capitán Ernesto Campos, ex diputado nacional por Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur
Fuente: Clarín, 3 de mayo de 1977. Universum v.19 n.1 Talca 2004
Es relativamente sencillo imaginar el concepto que la población argentina comenzó a elaborar de la cuestión del Beagle, al recibir la noticia planteada de forma tan tendenciosa e impactante. El popular matutino presentaba una situación de despojo escandaloso. Mostraba que había una tremenda injusticia, que afectaba a todos los argentinos y que podría acarrear consecuencias todavía más catastróficas.
Los titulares iban acompañados de ilustraciones de alto impacto. A Clarín le interesaba mostrar un papel protagónico de los ingleses en este proceso, aludiendo al pleito pendiente entre Argentina y Gran Bretaña por las Malvinas. Para fortalecer este concepto, en la primera plana del 3 de mayo de 1977, se incluía una caricatura de la reina Isabel II comiéndose un gorro frigio, parte del escudo nacional argentino. Recordemos que se trata de la misma soberana que había emitido el laudo de Palena y California una década antes, el cual había sido aceptado por el gobierno argentino y con el cual se había solucionado otro problema de límites con Chile. En 1977 la prensa argentina no hizo la menor mención de ese antecedente.
Para brindar mayor dramatismo, el diario incluía datos erróneos, equívocos y confusos. Se ocultaba que el fallo arbitral había sido elaborado por cinco especialistas, pertenecientes a cinco naciones diferentes de tres continentes distintos. Se omitía señalar que el papel de la reina de Inglaterra había sido estrictamente formal. En ningún título, el influyente matutino porteño explicaba que Isabel II no había sacado ni puesto una coma del dictamen arbitral. No se aclaró que la reina. no había influido absolutamente en ninguna parte del contenido del fallo, pues se había limitado a recibirlo de la comisión internacional para girarlo a las partes.
Tendenciosamente, el diario Clarín -y junto con él, casi todos los medios de la Argentina- asoció fuertemente el resultado del arbitraje a Gran Bretaña. Se acuñaría la expresión "el laudo inglés". Y los símbolos que se usaban -para deslegitimar el arbitraje- eran los de la Nación usurpadora de las Malvinas. Eso era mucho más fácil que ponerse en contra de todo el mundo del derecho internacional, o criticar a especialistas de tres continentes.
Los textos más destacados también reforzaban esta línea editorial, con más argumentos. Un buen ejemplo puede ser la "bajada" que Clarín colocó en su tapa, para explicar su título principal del 3 de mayo, “El fallo sobre Beagle viola nuestra soberanía)”. El texto continuaba:
"El fallo arbitral de Gran Bretaña sobre el Canal de Beagle, difundido ayer, adjudicó a Chile la totalidad de las islas en litigio -Picton, Nueva y Lennox- que se encuentran sobre el Atlántico".
En tres líneas el texto presenta dos afirmaciones tendenciosas. Comienza atribuyendo el laudo a Gran Bretaña, falsamente, en vez de explicar que fue por dictamen unánime de los juristas de Nigeria, Suecia, Francia, EEUU e Inglaterra. Luego asegura que las islas están en el Atlántico, para provocar una reacción de indignación, explotando los relativamente vagos conocimientos de los Tratados con Chile que podía tener el pueblo: el argentino medio podía tener una noción sobre el principio bioceánico del Protocolo Adicional de 1893. Muy pocos sabían que ese principio sólo corría en el continente, hasta el paralelo 52 pero que perdía vigencia desde el Estrecho de Magallanes hasta el sur. El texto continuaba:
"Tal dictamen viola los acuerdos bilaterales firmados en 1902, según los cuales la Argentina tiene vedado el acceso territorial sobre el Océano Pacífico y Chile sobre el Atlántico".
Nuevo error del diario. El principio bioceánico figura en el Protocolo de 1893 (artículo 2) y no en el Tratado de 1902, que está referido al arbitraje. Quien viola el tratado de 1902, al deslegitimar el resultado del arbitraje y al exhortar al pueblo y gobierno argentino a rechazarlo, era el mismo diario Clarín. Más adelante, el texto agregaba: "La afectación de nuestra soberanía va más allá de la posesión patrimonial de los territorios concedidos al país trasandino".
Tal como ha explicado el doctor Edmundo Heredia, un país mantiene su soberanía mientras preserva su capacidad de tomar decisiones. Por tanto, cuando en 1902 el gobierno argentino aceptó el Tratado de Arbitraje, ello fue una decisión soberana. Y el resultado de un arbitraje, cuando está previamente aceptado de común acuerdo, en ningún caso puede ser considerado violación de una soberanía. El Estado ejerció plenamente su soberanía en el momento de decidir que las cuestiones de límites se resolverían por medio de arbitrajes. Y justamente, porque era un Estado Soberano, en ejercicio de su soberanía, pudo solucionar pacíficamente el conflicto mediante un arbitraje.
El texto de la bajada de la tapa del Clarín, culminaba con una oración más. Era una síntesis de los objetivos que se había propuesto la línea editorial del diario, y explicaba el criterio utilizado para definir primeras planas, titulares, ilustraciones y demás elementos periodísticos; según Clarín, este fallo: "Posibilitará una posterior reclamación chilena sobre la extensa franja del mar epicontinental argentino y una mejor posición para discutir la soberanía de un amplio sector antártico, actualmente reivindicado por las dos naciones. Ningún compromiso obliga a cumplir aquello que afecte intereses vitales de la Nación" (Clarín, 3 de mayo de 1977, p.1).
El periódico llegaba así a posiciones alarmistas, agitando el fantasma del expansionismo chileno. Si, como aseguraba la cancillería chilena y como entendieron los especialistas internacionales que dictaminaron el fallo, estas islas habían sido tradicionalmente chilenas, el arbitraje no vendría a dar nada nuevo sobre el asunto. Las reclamaciones que Chile venía haciendo sobre el sector antártico ya incluían los derechos que potencialmente le podían dar estas islas. Lo mismo para los mares. El mar continental argentino, ubicado desde el paralelo 52 hacia el norte, de acuerdo al Protocolo Adicional de 1893 seguía en manos exclusivas de la Argentina. En todo caso, se podía discutir cuántos metros de agua podía pretender Chile en los alrededores de las tres islas. Pero de allí a poner en duda la soberanía sobre el "mar epicontinental argentino", como señala el artículo, existe un gran trecho. El diario estaba traspolando, con el claro objetivo de alarmar a la población. Se estaba manipulando la noticia para orientar a la opinión pública hacia el rechazo del arbitraje.
¿Qué móviles había detrás de estas maniobras? No existe documentación que pruebe efectivamente un acuerdo personal y directo. Pero una posible explicación sería la siguiente: la prensa habría operado para preparar el terreno del gobierno militar; la idea era preparar a la población para un re-encuentro con sus fuerzas armadas. Se plantearía la cuestión del Beagle como un caso de agresión externa. Y se apelaría a los militares para que, una vez más, salieran en defensa de los "sagrados intereses de la Nación", para asumir un papel protagónico.
El círculo se comenzaba a cerrar. En un solo día, el diario ya estaba planteando el escenario nacional e internacional que se iba a vivir en los siguientes 19 meses.

1982

De estos antecedentes tenemos la realidad de 1982. En 1982 había en las Malvinas 1830 habitantes, de los cuales 1 550vivían en Puerto Stanley, 400 tenían un pasaporte británico, y 30 argentino, y los demás gozaban de un estatuto de asociación a la Corona. Apodados los “kelpers” , vivían de la cría de 650 000 ovejas, bajo la gestión de la Falkland Island Company, uno de cuyos directores era el esposo de Margaret Thatcher. Londres nombraba a un gobernador.
En el marco de la Guerra Fría, de la Doctrina de la Seguridad Nacional y de la política hemisférica de Ronald Reagan, dos naciones occidentales, anticomunistas las dos, se enfrentaron en una guerra que muchos calificaron de anacrónica y que, sin embargo, fue marco de la única batalla aeronaval importante desde 1945. Como consecuencia de la misma Margaret Thatcher se ganó el título de “Dama de Hierro”, la junta argentina perdió el poder, el valor de los pilotos argentinos provocó la admiración británica y se engendró muchos mitos. Hoy podemos señalar, entre otras cosas, la responsabilidad de la marina argentina y de la Royal Navy en el voluntario recurso a la fuerza.
A 25 años del conflicto la investigación histórica aborda el análisis de diferentes ángulos para llegar a explicarlo, explorando en particular cómo actuó cada uno de los países en el transcurso del mismo.
En un análisis de Eduardo Kern en el Semanario Jaque de Montevideo, el viernes 1 de marzo de 1985, se posiciona el tema de las Malvinas con una serie de preguntas sin respuestas por aquel entonces.
“ Entre los datos sobre la guerra aparecidos con bastante posterioridad a su desenlace, los más importantes tuvieron que ver con la ayuda material y militar de Estados Unidos a Gran Bretaña con el tema de las armas nucleares y con el hundimiento del crucero Belgrano:”
1-. La ayuda militar estadounidense. En octubre de 1983  el Times de Londres incluía una breve noticia donde se hablaba de “nuevos detalles de la ayuda militar secreta de muchos millones de Libras, que Estados Unidos dio a Gran Bretaña durante el conflicto de las Falkland”. Meses más tarde el semanario conservador The Economist reveló con precisión la magnitud y multiplicidad de esa ayuda, los datos permitieron estimar que el resultado final o la duración del conflicto podría haber variado mucho de no mediar la ayuda que prestó Estados Unidos a Inglaterra.
2-Armas nucleares en las islas. Datos contemporáneos a la guerra y filtrados posteriormente apuntan a la amenaza de empleo de armas nucleares en las Guerra de las Malvinas, en abierta violación al tratado de Tlatelolco, que fue firmado por Inglaterra en 1967, con el objetivo  de controlar la proliferación nuclear. A fines de abril de 1982 el periodista norteamericano Jack Anderson denunció en un noticiero televisivo que la flota enviada por Gran Bretaña a las islas llevaba armas nucleares y que su comandante John Woodward, estaba autorizado a utilizarlas. Luego se agrega un dato proporcionado por el semanario alemán Der Spiegel, en mayo del mismo año: el destructor HMS Sheffield, hundido el 4 de ese mes por la aviación argentina, era una de las naves que llevaba armas nucleares. En noviembre del 82 el diputado laborista Tom Dalyell, en presencia del ministro de Relacione s Exteriores Arthur Pym, citó en el Parlamento informes del Sindicato Nacional de Marineros acerca de que algunas naves que partieron de Gibraltar rumbo al Atlántico Sur entre el 28 y 29 de marzo de 1982 habían llevado armas nucleares.
3- El Hundimiento del Belgrano. El gobierno británico habría ocultado información que contaba en el momento de dar la orden: la nave se dirigía hacia el Continente, el conocimiento de que en ese momento se estaba llevando adelante una negociación de paz por parte del Perú.

La situación en Londres.

En diciembre de 1980 el parlamento británico rechazó una cesión diferida del archipiélago.
Eso coincidía con la llegada al poder de Margaret Thatcher. Sin embargo, en junio de 1980 el gobierno británico tomó dos medidas que pesaron mucho en la decisión argentina: anunció el desmantelamiento de la base científica en Georgia del Sur y una importante reducción del presupuesto militar, que implicaba el retiro del único buque de guerra permanente en el Atlántico Sur. Buenos Aires debió de interpretar esto como una prueba del desinterés británico por la región.
En los últimos años de la década del 60,  había dos puntos de vista:
1)     "Por un lado, Londres buscaba una solución al conflicto planteado con Argentina, particularmente desde que el Reino Unido se volvió más un poder europeo que uno mundial.”
2)     "Por el otro, los isleños deseaban seguir siendo británicos y no querían tener nada   que ver con Argentina.”
El problema era que, cualquiera fuera la propuesta de Londres para salir de este dilema, la oposición no sólo venía del lado de los isleños, sino también de un grupo dentro de Gran Bretaña que tomaba partido por los habitantes de las Falkland y de alguna manera aún miraba hacia aquellos buenos años en los que el reino regía el mundo. Por ejemplo en 1981, cuando Nicholas Ridley (secretario de Estado de Margaret Thatcher) propuso una solución de renta de las islas, ese grupo, particularmente en el Parlamento, reaccionó y forzó al gobierno a echarse atrás. De modo que, antes de la guerra, cualquier solución que Londres quisiera encontrar a este problema chocaba contra ese sector. Cuando el conflicto estalló, la administración no sólo debió intentar una defensa de las islas, sino también responder a la presión de ese grupo. Antes de la guerra del Atlántico Sur el gobierno británico era muy impopular. La imagen de la primera ministra estaba en baja. Cuando se produjo la invasión, la administración conservadora fue criticada por haber perdido una posesión británica. De alguna manera, si el gobierno no hubiera reaccionado podría haber caído, sobre todo teniendo en cuenta el tono del debate producido en la Cámara de los Comunes el 3 de abril. Como resultado, actuó en forma decidida. Margaret Thatcher, que hoy es vista como la salvadora de las Falkland, fue considerada inicialmente la persona que perdió las islas y eso significó un enorme revés político para ella en ese momento. desde el momento en que la flota partió, el gobierno no estaba realmente pensando en la diplomacia, sino en recobrar las Falkland por razones políticas y de otra naturaleza. Para Beck, la diplomacia dejó de ser una posibilidad desde que la flota zarpó rumbo al Atlántico Sur. Por eso, las negociaciones en las Naciones Unidas no fueron tomadas muy seriamente. Hubo una negociación para mantener a Estados Unidos tranquilo, pero lo cierto es que era muy difícil acercar a las partes en conflicto. Cuando las noticias de la invasión llegaron, el hecho del desafío a una posesión británica fue acentuado por los medios, que condujeron a la idea de "mi país está por encima de todo". De ahí la exaltación del patriotismo, sin duda patriotería, que se pudo ver cuando la flota británica partió al compás de la canción Sailing, de Rod Stewart.
Veinte años después en Londres Sir John Nott, Ministro de Defensa Británico en 1982, relata a la BBC su impresión del conflicto .
Confiesa haber tenido una idea vaga de la ubicación de las Islas antes del conflicto, y no haber creído que hubiera problemas hasta saber del ataque inminente "Estábamos todos horrorizados. El jefe de la armada se mostró totalmente confiado en poder enviar la Fuerza de Tareas (Task Force) la semana siguiente. Vi a Margaret Thatcher tremendamente impresionada, como yo.”  Relata las presiones a las que fue sometido ante pedidos de su renuncia que la Primera Ministra no aceptó.
"Fueron tiempos de soledad, fundamentalmente con reuniones en el gabinete de guerra <…>  "Margaret Thatcher estuvo en su mejor momento durante la guerra. Mostró gran coraje y determinación. Las circunstancias eran muy difíciles.
"La guerra revivió la autoconfianza de los británicos. Fue un gran episodio de nuestra historia.

La situación en Buenos Aires

En 1981 el presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, en el contexto de la alianza con las dictaduras latinoamericanas para combatir a las guerrillas pro comunistas, estableció estrechas relaciones diplomáticas y militares con Buenos Aires. En diciembre, el general Leopoldo Galtieri, comandante del ejército argentino, encabezó una nueva junta en compañía del general Lami Dozo, jefe de la aviación, y del almirante Jorge Anaya, comandante de la marina, quien nunca había dejado de manifestar sus intenciones de reconquistarlas Malvinas. Frente a una situación interna pésima, sin ningún éxito externo frente a Chile, exasperado por la actitud británica de dar largas a las discusiones, Galtieri mostró su mejor carta: la unión nacional sobre una meta simbólica, la reconquista de las islas.
El 29 de diciembre, a una semana de llegar al poder, la junta planeó la invasión, reservándose una salida política en caso de negociaciones positivas.
Los preparativos se hicieron en el mayor secreto con base en dos planes distintos:
1- La Operación Alfa, para Georgia del Sur, implicaba a un empresario argentino con contactos en Londres: Constantin Davidoff. Recuperador de fierros viejos, éste quería comprar una vieja fábrica ballenera en Puerto Keith (Georgia),cerca de la base científica de Grytviken; adonde mandaría a cuarenta obreros. La marina argentina le ofreció apoyo material y fiscal muy ventajoso, con una sola condición: esperar el día y la hora indicada por el estado mayor.
El proyecto consistía en introducir comandos entre los obreros para poder tomar
de manera “pacífica” la isla y esperar refuerzos.
2) La Operación Azul apuntaba a las Malvinas: desembarcar sorpresivamente en Puerto Stanley y establecer un puente aéreo y marítimo tanto para enviar tropas como para disuadir
a Londres de cualquier reacción de tipo militar.
En febrero de 1982 fue fijado el 9 de julio, día de la Independencia. Para esa fecha la base británica de Grytviken habría sido evacuada y el patrullero rompehielos H M S Endurance retirado: vía libre, Galtieri había negociado la neutralidad de Uruguay. Una última sesión de negociaciones diplomáticas con Londres dio, contra lo esperado, resultados alentadores (1 de marzo, en Nueva York), lo que alarmó a los militares. Al día siguiente la Secretaría de Relaciones declaró que “si no se encuentra pronto una solución diplomática, Argentina se reserva el derecho de dar fin al proceso y de escoger libremente los medios más adecuados para defender sus intereses”. El estado mayor general adelantó el día D al 15 de mayo, antes de la próxima sesión de negociaciones, pero el almirante Anaya precipitó los acontecimientos al lanzar la Operación Alfa, al parecer sin avisar a sus colegas de la junta.
A finales de diciembre Anaya había puesto a disposición de Davidoff el buque polar rompehielos Almirante Irízar para ir a Puerto Leith; en marzo, Davidoff recibió luz verde y el día 19 sus cuarenta obreros se instalaron en dicho puerto; varios de éstos tenían un corte bastante marcial. Cuando la vigilancia de Grytviken, situada a 20 km., llegó a Puerto Leith, vio ondear la bandera argentina. Londres, inmediatamente avisado, informó a Buenos Aires que tomaba el asunto muy enserio. El patrullero Endurance recibió la orden de ir a Georgia con quince “marines”.
El 23 de marzo Richard Luce, ministro adjunto de Relaciones, declaró ante el parlamento que el gobierno argentino aseguraba que no tenía nada que ver en el incidente y que mandaba un barco para desalojar a los “obreros”.
Efectivamente, el 25 de marzo el buque polar Bahía Paraíso llegaba a Georgia, pero en lugar de llevarse a los “obreros” desembarcó a unos cien comandos. El buque de guerra británico más cercano se encontraba en Gibraltar, a más de 12 000kms. Dieciséis navíos con 5 000 hombres salieron de Puerto Belgrano: la junta decidió prevenir toda reacción militar y adelantar la invasión al día 1 de abril.

Qué hicieron los Estados Unidos

La sorpresa la dio Washington con su ambigüedad a lo largo de la primera fase del conflicto; el gobierno se encontró atrapado entre su voluntad de evitar una crisis mayor en la OTAN y su deseo de no comprometer sus pactos de seguridad con la mayoría de los Estados del subcontinente: Chapultepec (abril de 1945),tratado de Río de Janeiro de asistencia mutua septiembre de 1947), carta de la OEA (abril de 1948)... En los meses anteriores, la prensa norteamericana hablaba del recalentamiento de las relaciones con Buenos Aires y algunos artículos permitían pensar que Washington no se opondría a una eventual acción directa argentina contra las Malvinas. El Departamento de Estado se decía a la vez hostil a los antiguos intereses coloniales y favorable al principio de autodeterminación de los colonizados. Alexander Haig, agradeciendo el apoyo argentino en las recientes elecciones en El Salvador, habría dicho a su colega Nicanor Costa Méndez: “En el fondo, este asunto de las Malvinas no le interesa a nadie, ¿a quién le importa que sean inglesas o argentinas?”. El gobierno americano se encontraba obviamente dividido y el conflicto enfrentaba, de manera poco habitual, a dos países aliados, sin implicar indirecta o directamente a ningún país comunista. El Pentágono y la CIA querían defender a toda costa la relación privilegiada con Gran Bretaña; el Departamento de Estado, en su Dirección Europa, trabajaba para una gestión “atlantista” de la crisis, mientras que la Dirección América Latina buscaba reforzar sus lazos con los Estados “fuertes” de la zona, la Casa Blanca y el Consejo Nacional de Seguridad dudaban.
La indecisión del presidente Reagan, deseoso de reducir a cualquier precio la influencia marxista en América, se notó claramente cuando declaró a Margaret Thatcher que el general Galtieri le había contestado que era demasiado tarde para detener la Operación Rosario. Eso ¡cuando Londres le urgía a presionar a Buenos Aires para impedir la invasión! Su embajadora en la ONU, Jean Kirkpatrick, asistió al día siguiente a la recepción que dio en su honor la delegación argentina, justo cuando en primera plana todos los periódicos anunciaban la invasión de las Malvinas.
Por lo mismo, Alexander Haig no fue muy bien recibido en el 10 de Downing Street cuando empezó su mediación, y la falta de confianza británica contribuyó a su fracaso. Quizá sea más que una coincidencia el hecho de que Haig renunciara al Departamento de Estado el 25 de junio, unos días después del fin de la guerra y dos días después de la visita de Margaret Thatcher a Washington, cuando se encontró con el presidente Reagan para un buen reajuste.
Esa indefinición norteamericana duró cuatro semanas; ciertamente, el Pentágono entregó con toda urgencia los misiles, radares y material electrónico antimisiles requeridos por Londres, pero sólo cuando las operaciones militares empezaron de verdad la lógica estratégica de bloque volvió a funcionar: Washington se fue claramente del lado de Londres, como lo dictaba la guerra fría.
Y Moscú se declaró dispuesta a apoyar a Buenos Aires, si así lo pidiese la junta; buques “pesqueros” soviéticos pululaban ya en el Atlántico Sur y varios satélites Cosmos fueron lanzados para seguir el desarrollo de la crisis. El gobierno americano hizo lo imposible para hacerse perdonar, estableciendo un puente aéreo ente las bases militares de la costa este y la isla de Ascensión, pasando toda la información de sus servicios a los británicos.
La decisión de desembarcar en las islas Falkland/Malvinas en 1982 puso en problemas a Reagan, quien en una llamada telefónica intentó disuadir sin éxito al presidente de la junta militar, el teniente general Leopoldo Galtieri.
El secretario de Estado de Reagan, Alexander Haig, lanzó un esfuerzo diplomático infructuoso con ambas partes intentando frenar el inminente conflicto.
Los argentinos pidieron la aplicación del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), un acuerdo firmado en 1947 por los países americanos que comprometía a los signatarios a tomar cualquier ataque extracontinental a un país como un ataque a todos los países americanos.
El senado estadounidense aprobó una resolución que exigía a Argentina el retiro de sus fuerzas militares de las islas, y la aplicación de sanciones económicas y militares contra Argentina.
Hay analistas que sugieren que, desde ese momento, se suspendió la presunta cooperación entre el gobierno estadounidense y el argentino en Centroamérica.

¿Cómo respondió Europa?

Contra las esperanzas argentinas y los temores británicos, la solidaridad europea funcionó. El 3 de abril, día de la toma de Georgia del Sur, el presidente francés Mitterand habló por teléfono con Margaret Thatcher para darle el total apoyo de su gobierno (¡cuando su secretario de Relaciones, Claude Cesión estaba a favor de una posición contraria!). Para Mitterand, Francia y Gran Bretaña compartían los mismos intereses: una influencia de vocación mundial, un sillón permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, un arsenal nuclear modesto pero disuasivo, territorios ultramarinos muy alejados de la metrópoli.
Contra las lucubraciones de la prensa amarillista inglesa, París congeló en seguida toda entrega de armas a Buenos Aires (el hermano de Mitterand era el presidente de la sociedad que producía el misil Exocet). Más aún, los códigos de los misiles ya en poder de los argentinos fueron parcialmente abiertos a los ingleses, lo que les permitió tomar contramedidas electrónicas. Los franceses, con sus Mirage y Super Etendard, efectuaron ataques simulados sobre la marina para entrenarla contra futuros ataques argentinos, realizados con los mismos aparatos. Los pilotos franceses demostraron en esa ocasión una temible eficacia que convenció al almirantazgo de lo peligrosa que era esa arma. Los servicios secretos franceses cooperaban a fondo, interceptando las comunicaciones de los argentinos mandados a Francia para adquirir, a cualquier precio, más Exocet. Se dice incluso que arrestaron a un equipo de buzos tácticos que pasaban por Francia hacia Gibraltar para sabotear buques de guerra británicos.
En el campo diplomático, el presidente Mitterand usó toda su influencia para convencer a Togo y Zaire, miembros del Consejo de Seguridad, de votar la resolución favorable a los británicos. Convenció al canciller Helmut Schmidt de renunciar por un tiempo a los jugosos contratos de armamento entre Alemania y Argentina. El gobierno alemán renunció a sus intereses industriales, evitando así una grave crisis en la OTAN. Bélgica, Holanda, Luxemburgo y Dinamarca siguieron siendo anglófilos como siempre. Italia apoyó también, y la Comunidad Europea proclamó un embargo comercial contra Argentina. Hasta España se olvidó de la solidaridad hispánica para, pragmáticamente, cuidar la negociación de su integración a la Comunidad Europea tanto como a la OTAN, así que se abstuvo cuando se votó la resolución 502 en el Consejo de Seguridad, contra lo que esperaba Argentina. 

La situación en Chile

El 11 de setiembre de 1972 se había producido el Golpe militar contra el gobierno de mayoría marxista de Salvador Allende, llevado adelante por el General Augusto Pinochet que había sido el último comandante en Jefe del Ejército chileno durante el Gobierno de la Unión Popular.
La colaboración chilena con las fuerzas británicas durante la guerra del '82 había dado pie a muchas interpretaciones y versiones sin confirmar. Sin embargo, la primera en admitir públicamente la alianza Santiago-Londres no fue otra que Margaret Thatcher, la ex Primer Ministro británica que decidió, bajo su gobierno, recuperar las islas y declarar la guerra a Argentina.
Su revelación surgió el 9 de octubre del '99, durante la conferencia anual del Partido Conservador británico. La "Dama de Hierro" decidió tomar la palabra para defender al general Augusto Pinochet, a punto de cumplir un año detenido en Londres. Junto con condenar la actitud del gobierno laborista de Tony Blair y del juez español Baltasar Garzón, decidió revelar cómo el régimen militar chileno le había ayudado durante la guerra de las Malvinas. La razón: imponer en la opinión pública de su país la idea de que Pinochet había sido un aliado clave de Inglaterra, y que a los aliados no se los mantiene cautivos.
En un extenso discurso, reveló algunos detalles de la colaboración chilena en el conflicto: "Chile es nuestro más viejo amigo en Sudamérica. Nuestros vínculos son muy estrechos desde que el almirante Cochrane ayudó a liberar Chile del opresivo dominio español. El debe estar hoy revolcándose en su tumba al ver cómo Inglaterra respalda la arrogante intromisión hispana en asuntos internos chilenos. Pinochet fue un incondicional de este país cuando Argentina invadió las islas Falkland. Yo sé -era Primer Ministro en esa época- que gracias a instrucciones precisas del Presidente Pinochet, tomadas a un alto riesgo, que Chile nos brindó valiosa asistencia. Yo no puedo revelar los detalles, pero déjenme narrarles al menos un episodio".
"Durante la guerra, la Fuerza Aérea Chilena estaba comandada por el padre de la senadora Evelyn Matthei, quien está aquí esta tarde con nosotros. El entregó oportunas alertas de inminentes ataques aéreos argentinos que permitieron a la flota británica tomar acciones defensivas. El valor de esa ayuda en información de inteligencia se probó cuando faltó. Un día, cerca ya del final del conflicto, el radar chileno de largo alcance debió ser desconectados debido a problemas de mantenimiento. Ese mismo día -el 8 de junio de 1983, una fecha guardada en mi corazón- aviones argentinos destruyeron nuestros buques Sir Galahad y Sir Tristram. Eran barcos de desembarco que trasladaban muchos hombres y los ataques dejaron entre ellos muchas bajas.
"En total unos 250 miembros de las fuerzas armadas británicas perdieron la vida durante esa guerra. Sin el general Pinochet, las víctimas hubiesen sido muchas más".
En cada aniversario de la Guerra de Malvinas surgen noticias y análisis periodísticos del conflicto que agregan materiales interesantes para una investigación que se hace imprescindible. 
Durante el conflicto de Malvinas Chile tomó una posición inesperada. Sobran las pruebas de que Santiago informó a Londres de la inminente invasión argentina. El servicio de información naval, muy competente, había detectado los preparativos, y parece que cuando el helicóptero Sea King tomó tierra en Chile, el 18 de mayo de 1982, el comando SAS que transportaba fue discretamente evacuado. Hasta se dice que algunos comandos podrían haber operado directamente desde Chile.
Con todo y discursos de solidaridad latinoamericana frente al imperialismo,no es sorprendente que los marinos chilenos hayan apoyado a sus colegas británicos.
Desde hacia más de 150 años las dos marinas habían tejido estrechos lazos. Lord Cochrane, al mando de la marina chilena entre 1818 y 1823, había derrotado varias veces a la flota española, y a lo largo de los años los consejeros británicos no dejaron de asesorar a una marina chilena que compraba su material en Gran Bretaña. En 1982 la tercera parte de su flota era de tipo británico.
Pero los chilenos tenían una razón mayor para apoyar a Londres: la perenne hostilidad argentina contra Chile. El general Pinochet calculó que el asunto de las Malvinas era una prueba mayor para el equilibrio regional y que si nadie paraba al general Galtieri, Argentina no tardaría en voltearse contra Chile. En1978 los dos países habían estado a un paso de la guerra a propósito del estrecho de Magallanes. Margaret Thatcher reconoció en 1999 que Chile había proporcionado una ayuda muy valiosa durante la guerra de las Malvinas.
Resulta particularmente reveladora una serie de entrevistas al general Fernando Matthei, ex comandante en jefe de la Fuerza Aérea de Chile y miembro de la Junta Militar entre 1977 y 1989, -realizadas en julio del '99 en el Centro de Investigación y documentación de la Universidad Finis Terrae, y publicadas en el diario La Tercera.  En ellas el Gral. Matthei revela gran cantidad de detalles inéditos de esa ayuda, la forma en que se gestó y la gran cantidad de equipamiento y armas que el régimen militar chileno recibió a cambio.   El general rememora los contactos que mantuvo con un oficial inglés enviado por el jefe del Estado Mayor de la Real Fuerza Aérea británica, el Wing Commander (comandante de escuadrilla) Sidney Edwards, con quien acordó intercambiar inteligencia obtenida por Chile en vuelos sobre el territorio chileno que captaban señales argentinas, por aviones Hawker Hunters.. Cuenta también el general cómo no informaba de los detalles del operativo al Gral. Pinochet, y comenta que la relación establecida entre los dos países no era de carácter político.  “Ambas partes estábamos de acuerdo en que no queríamos "political commitments"  de ningún tipo. No había una mayor alianza, se trataba estrictamente de que "el enemigo de mi enemigo es mi amigo". Tan sencillo como eso: oportunismo”  En otro reportaje explica cómo se resolvió un incidente en que un Exocet británico se perdió durante el conflicto y aterrizó en Punta Arenas, Chile, en que el general, en contacto con Edwards organizó el traslado secreto de los tripulantes del avión de vuelta a Inglaterra, mientras se mentía a los argentinos.

La situación del Uruguay durante el periodo. La economía jaquea al proceso militar.

En nuestro país el golpe, en rigor se cumplió en dos momentos o en tres según algunos analistas que incluyen la crisis de octubre de 1972, el 9 de febrero de 1973 y 27 de junio del mismo año. La presidencia va estar en manos civiles hasta 1981 cuando se designa al General retirado Gregorio Alvarez. Se suprime el  Parlamento y se lo sustituye por un Consejo de Estado.
La estructura económica uruguaya en los años 80 encuentra sus principales raíces en una serie de transformaciones llevadas a cabo a lo largo de la década anterior.
Se pueden diferenciar claramente dos períodos en la serie de políticas económicas llevadas a cabo entre 1971-1982. El primero de ellos se prolonga hasta 1978 y su objetivo principal fue lograr el crecimiento económico a través del incremento de las exportaciones. En una primera instancia se buscó alcanzar este cometido incentivando y desarrollando las exportaciones tradicionales, pero la difícil situación de los términos de intercambio luego de la crisis del petróleo, llevó a un cambio en el instrumento utilizado para alcanzar dicho objetivo.
Así, a partir de 1974 el equipo económico buscó promover principalmente las exportaciones de productos no tradicionales, la apertura y la liberalización de los mercados cambiario y financiero por medio de incentivos, que, junto con los acuerdos regionales firmados entre 1975-1976 con Argentina y Brasil, transformó la estructura de las exportaciones del país, pasando las no tradicionales a representar más del 60% del total de exportaciones.  Y, a su vez, el destino de las exportaciones registró variaciones, destacándose una mayor concentración del destino de las mismas, a través de una mayor participación de la región en el total.
La suma de este incremento de las exportaciones y de las inversiones fue el principal motor del crecimiento de la economía uruguaya, la cual creció entre 1973-1978 a una tasa acumulada anual de 5%.
A partir de 1978 se dio un cambio en el objetivo de las políticas económicas, las cuales a través de instrumentos como el tipo de cambio y la tasa de interés, buscaron por un lado la estabilización de precios y por el otro el desarrollo del país como plaza financiera. Paralelamente se da una caída de los aranceles y de los estímulos a las exportaciones, lo cual marca la pérdida de importancia del impulso exportador.
La delicada situación financiera de Argentina generada por la desconfianza sobre su evolución futura, generó una importante entrada de capitales a Uruguay desde ese origen.
La suma de factores internos y externos, junto con problemas regionales como la guerra de las Malvinas, desencadenó la crisis económica del país en 1982. Esto llevó a una caída muy importante de la demanda de dinero y a una dolarización del crédito.
Al cierre de la década Uruguay al igual que otros países de la región logró estructurar con la banca acreedora internacional el conocido Plan Brady que permitió darle una solución al problema de la deuda a través de una prórroga de los vencimientos y también una disminución del monto a amortizar.
A modo de ejemplo de las relaciones económicas establecidas con Argentina en el período,veamos veamos una de las más escandalosas operaciones económicas de la dictadura, que fue la llamada “Operación Conserva”, un contrato firmado en 1982 entre el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca de la dictadura y una empresa llamada Inversur Trading Company. Dicha operación se dividía en cuatro etapas:
1) La exportación a Argentina de carne vacuna uruguaya.
2) La elaboración de Corned Beef en Argentina.
3) La venta del Corned Beef
4) La prestación de una serie de “servicios especiales” por parte de la empresa Inversur.
Con respecto al relacionamiento del Uruguay con Argentina, debemos recordar que el  Uruguay ha evolucionado política, económica y culturalmente muy influenciado por su entorno. Si trasladamos dicha influencia a la región, la Argentina se presenta como el país que más acompañó la evolución nacional. Los antecedentes coloniales nos unieron y la vida independiente no terminó con la reciproca influencia de uno sobre otro.
Si pensamos en la cultura Juan Manuel Blanes, Pedro Figarí, Horacio Quiroga, Florencio Sánchez, por nombrar algunos, no vieron en el Río de la Plata una frontera sino un puente que cruzaron en forma permanente desarrollando su arte en una y otra orilla. Políticamente siempre que la Argentina sufría alguna alteración en su sistema , nuestro suelo se convertía en refugio inmediato para aquellos disidentes del nuevo orden. Económicamente, al igual que nos ocurre con Brasil, cualquier variación en las economías de estos dos vecinos nos afecta favorable o negativamente. 
Hasta con las corrientes migratorias recibidas durante los siglos XlX y XX, las  mismas respondían a la importancia que la Argentina o Buenos Aires despertaban en el imaginario  del desahuciado que buscaba donde reiniciar su vida; Montevideo, muchas veces -por cercanía- recibió parte de esa gente.
Sí analizamos las décadas de los setenta y ochenta del pasado siglo veinte, los gobiernos dictatoriales que dominaron  ese tiempo estuvieron muy vinculados entre sí y con una cultura de cooperación muy fuerte, a lo que se agrega la coordinación antisubversiva del plan Cóndor.
Ante el conflicto de Malvinas, el gobierno uruguayo vario su postura  declarándose por momentos neutral, defendiendo los derechos de la Argentina a reivindicar las islas, compartiendo la forma en que intentó recuperarlas y en otras circunstancias no. La rivalidad eterna entre uruguayos y argentinos hizo que numerosos sectores sociales apoyaran a los ingleses. Sin embargo al llegar a un análisis racional comprendían, aún sin compartir, las acciones argentinas. Muy diferente fue la postura del pueblo uruguayo en general, que desde un comienzo manifestó su apoyo a la reivindicación argentina. Con una fuerza mayor ese apoyo se sintió en la colonia de uruguayos emigrados en Buenos Aires como lo demuestran los actos de solidaridad organizados en algunos espacios públicos. Aquí en Montevideo se conformó un Comité de apoyo para la recuperación de las Islas Malvinas,  No obstante, el apoyo efectivo a tal reivindicación sólo fue avalado por 41 % que se manifestó partidario de intervenir en el conflicto contra un 58% que señaló su absoluta neutralidad" (La Nación 20/05/82.)
Montevideo se convirtió durante el conflicto en centro de hospitalización para heridos de guerra, fundamentalmente británicos. Los heridos llegaban a los principales centros hospitalarios de la capital y luego de ser asistidos eran trasladados al Aeropuerto  Internacional de Carrasco, o el de Durazno, desde donde continuaban viaje a Gran Bretaña.  Esto sigue siendo visto por analistas argentinos como una contradicción con la postura diplomática adoptada.

¿Y el resto de América Latina?

Las dictaduras latinoamericanas fueron institucionales y llevadas adelante por las fuerzas armadas. Salvo en los casos de Argentina y Bolivia, la primera por su derrota en Malvinas y la segunda por el peso del narcotráfico, normaron su salida del poder. Todavía queda mucha tela por cortar, pero queda claro que hay que analizar más en profundidad el Plan Cóndor y como queda la vinculación dentro del mismo luego de la crisis de Malvinas. En el caso uruguayo fue un componente más de la negociación de salida del proceso que se había iniciado en 1973.

Si se buscan fundamentos ideológicos de estas dictaduras, el principal fue el tratar de corregir los alegados defectos de la Democracia, ya sea para enfrentarse a los populismos, al marxismo o a la izquierda revolucionaria. En realidad, para lograr estos objetivos lograron coordinarse por encima de los límites nacionales, superando incluso las tesis de hipótesis de guerra como la que existía entre Chile y Argentina. Es aquí donde toma cuerpo la Doctrina de la Seguridad Nacional. Con la Guerra Fría, y los bloques de poder desarrollados por Estados Unidos y  la URSS comandados por la OTAN y el Pacto de Varsovia, en América Latina el desarrollo del enfrentamiento fue la Doctrina de la Seguridad Nacional frente a la amenaza indirecta de la infiltración comunista. Esto se convirtió en un apoyo incondicional de los Estados Unidos a las dictaduras del Cono Sur. El rol adjudicado a los militares latinoamericanos fue combatir los enemigos internos, en tanto que los problemas exteriores lo llevarían adelante Estados Unidos y los miembros de la OTAN. Siguiendo a Waldo Ansaldi[5] estas dictaduras tienen algunos puntos de análisis comparativo:
1-     En materia de políticas económicas.
2-     En materia de aplicación de medidas de represión y violencia.
3-     La forma de ejercer el poder político.
4-     La duración en el poder.
5-     Las fuentes de legitimidad.
En materia económica el modelo imperante en el Brasil fue desarrollista de base nacionalista tomando al Estado como el eje del desarrollo. Este modelo incluye la planificación y la industrialización como focos principales. Sin embargo en Chile, Argentina y Uruguay no fue aplicado de la misma forma y se utilizaron tecnócratas neoliberales que avanzaron hacia una paulatina liberalización económica con el resultado de un crecimiento explosivo de la deuda externa y la inflación. En lo que se refiere a la aplicación de la violencia y persecución a los opositores la dictadura argentina fue la más cruel, si bien difieren las cifras se habla de unos 30.000 desaparecidos. Las dictaduras coordinaron la represión a través del Plan Cóndor. Se trataba de perseguir y asesinar a opositores mediante labores de inteligencia conjunta actuando incluso fuera de fronteras.

En general los Estados de la región apoyaron la causa argentina y se negaron a calificar de “agresión” la conquista; se negaron también a cualquier embargo, pero detrás de una solidaridad aparente varios países se definieron de otra manera.
En el Consejo de Seguridad, Panamá apoyó a Argentina y Guyana a Londres (no quiso dar un premio al agresor, cuando la vecina Venezuela reclamaba rectificaciones en su frontera). Uruguay apoyó a Argentina pero abrió su espacio aéreo y marítimo a las naves inglesas, a condición de que fuesen desarmadas.
Brasil abrió una de sus bases al submarino Vulcan, que tenía problemas. Perú se declaró neutral y se negó a vender a Argentina sus Exocet, aunque diplomáticamente fue el más activo de todos los países latinoamericanos. El peruano Javier Pérez de Cuéllar acababa de llegar a la secretaría general de la ONU y el presidente Belaúnde Terry tomó el relevo de sus esfuerzos, proponiendo un plan de paz, que fue rechazado por los adversarios. Ecuador adoptó también una línea muy moderada: sus problemas fronterizos con Perú no lo predisponían a aprobar el uso de la fuerza.

Conclusión preliminar.

La decisión del gobierno argentino de rechazar el laudo arbitral en 1978, rompió una tradición centenaria de respeto por el derecho internacional, a la vez que abrió un ciclo de tensiones militares en la región, que estuvo a punto de desencadenar una guerra. Esta medida fue adoptada por un gobierno de facto, de escasa legitimidad y menor representatividad. Pero la sociedad civil no cuestionó estas decisiones, sino al contrario, las alentó y legitimó.. La intervención de la iglesia católica romana, a través del cardenal Samoré, logró detener el inicio de la guerra trasandina en navidad de 1978; pero el clima militar ya se había creado y contribuyó a preparar las condiciones para redireccionarse hacia el Atlántico Sur, con el inicio de la guerra de las Malvinas, en abril de 1982. Este último episodio mostrará la falta de cohesión en la diplomacia latinoamericana, viejos nacionalismos y que finalmente Estados Unidos siempre estará al lado de su Madre Patria.











Bibligrafia.
Aldrighi, Clara. La Intervención de EE.UU en Uruguay(1965-1973) El  caso Mitrione. Trilce, Montevideo, 2007

Ansaldi, Waldo(ed) Tierra en Llamas. Ediciones al Margen. Colección Universitaria. La Plata, Argentina, 2003

Ansaldi, Waldo. Giordano, Verónica. Crónica del Siglo XX. Historia de América Latina. Dastin Ediciones, Madrid 2006.

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Bethell, Leslie. Historia de America Latina. Cambridge University Press-Critica. Tomos 9-16

Castillo, Luis Palma. La Confrontación Ideológica en la Guerra Fría.  Adica, Santiago, 2003

Chile ‘helped UK over FalklandsStory from BBC NEWS: http://news.bbc.co.uk/go/pr/fr/-/1/hi/world/americas/4622565.stm Published: 2005/06/25 14:29:14 GMT

Corporación de Defensa de la Soberanía “Antecedentes y desarrollo de la crisis del beagle de 1978:Historia de las pretensiones de la argentina desde la segunda guerra mundial hasta la propuesta de intervención papal de paz; ampliado y actualizado el 24 de abril de 2007”  En  http://www.soberaniachile.cl/argent6a.html

Gaudichaud, Franck.  La sombra del cóndor: contra-revolución y terrorismo de estado internacional en el Cono Sur.  Revista Dissidences En <http://www.rebelion.org/ddhh/gaudichaud200203.pdf>

Historia de América en el Siglo XX. Segunda Posguerra: nacionalismo, liberación y Guerra Fría. Centro Editor de America Latina, Buenos Aires, 1986

Mattlock, Jack F. Reagan and Gorbachov. How the Cold War ended. Random House Trade Paperback, New York, 2004

MENDOZA PINTO, Juan Eduardo. El tratado de paz y amistad de 1984, la cooperación militar y los problemas limítrofes entre Chile y Argentina. Universum. [online]. 2004, vol.19, no.1 [citado 22 Septiembre 2007], p.110-121. Disponible en la World Wide Web: <http://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-23762004000100006&lng=es&nrm=iso>. ISSN 0718-2376.

Nieto, Clara. Los Amos de la Guerra. Debate. Random House Mondadori. Barcelona, 2005

Pucciarelli, Alfredo R. “La última dictadura militar y el origen del liberalismo corporativo argentino”, en Waldo Ansaldi, coordinador, Calidoscopio latinoamericano. Imágenes históricas para un debate vigente, Ariel, Buenos Aires, 1ª edición, 2004; 2ª edición, 2006, pp. 253-280.

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Urtubia Rivera, Andrés.  Conflicto entre Chile y Argentina por el Canal Beagle. La visión interna y el papel de los actores no estatales.  http://www.uvm.cl/sitio_iri/monografias2005/CONFLICTO/20ENTRE/20CHILE Y ARGENTINA 1978/Urtubia.pdf.





[1] BBC Mundo  Internacional  Reagan, Latinoamérica y la Guerra Fría.htm
[2] Frank Gaudichaud revista Dissidences: www.dissidences.net
[3] Tratado de paz, amistad, comercio y navegación entre la República de Chile y la Confederación Argentina EN EL NOMBRE DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
[5] Ansaldi, W. y Giordano V. Historia de América Latina. Crónica del Siglo XX.P p.92 ySs. Dastin SL.Madrid 2006

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