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martes, 28 de septiembre de 2010

Las pasiones y la Historia como ciencia. David Irving, Deborah Lipstadt y Eric Hobsbawn


Leer a David Irving es hacer una lectura diferente de la Segunda Guerra, o partir desde una óptica diferente. Sus libros han despertado criticas desde el mundo académico debido al revisionismo histórico que realiza sobre el periodo 1933-1945. También los intelectuales judíos lo acusan de minimizar la política llevada adelante por los nazis contra su pueblo y de ser uno de los más firmes defensores del negacionismo. Sus ejes principales de análisis son negar que el regimen nazi tuviese un plan deliberado de exterminar a los judíos. El caso de este historiador es justificar sus trabajos postulando que en Historia no hay verdades absolutas. Aquí transcribo el discurso realizado  por Eric Hobsbawn referido a la polémica entre David Irving y Deborah Lipstadt que termino en un juicio en Londres. Tomado de:


" Cuando La Pasión Ciega A La Historia




"El destacado historiador inglés Eric Hobsbawn, ex comunista de origen judío, se refiere a la fuerte polémica entre David Irving y la académica Deborah Lipstadt sobre el Holocausto. Irving perdió esta semana un juicio en Londres por este caso.

Hace unos días concluyó en un tribunal británico un caso legal muy importante para los historiadores. David Irving, autor de numerosos libros sobre la Segunda Guerra y el nacionalsocialismo, demandó por difamación a la académica estadounidense Deborah Lipstadt y a su editorial, Penguin Books. Irving sostiene que, al definirlo como mentiroso y "negador del Holocausto", la profesora Lipstadt y su editorial dañaron su credibilidad como historiador y sus posibilidades de ganarse la vida.

Irving no sólo rechazó las acusaciones que se le hicieron, sino que sostuvo que la versión acerca de los orígenes, la naturaleza y los alcances de la llamada "solución final del problema judío", enunciada por la profesora Lipstadt y otros exponentes de lo que él denomina "la industria del Holocausto", es históricamente insostenible.

A diferencia de Irving, ella, de hecho, no se basó en documentos originales, ni siquiera en un conocimiento adecuado de cómo funcionaba el sistema alemán.

Esta fue la cuestión discutida durante semanas en una sala de audiencias de la Justicia londinense. El juez todavía no se ha manifestado y naturalmente pronunciará su fallo sobre dos cuestiones que son separables, por lo menos para la ley británica:
1) si las declaraciones de la profesora Lipstadt difamaron al señor Irving y 2) si realmente
fue así, cuál es el alcance del daño que sufrió como resultado de tal difamación. La segunda consideración no nos interesa aquí pero la primera era y es una cuestión de fundamental importancia para los historiadores. Tiene que ver con la compleja relación entre la investigación histórica y la opinión política, entre el juicio histórico y el político.

Porque esta no es una controversia de pura erudición, ni para el señor Irving ni para la profesora Lipstadt ni para quienes comparten sus opiniones. Al contrario, ambos están apasionadamente empeñados en sostener sus respectivos puntos de vista sobre bases no académicas.

Es cierto que realmente son pocos los historiadores que comparten las opiniones políticas representadas por David Irving. El no hace ningún esfuerzo por ocultar sus simpatías por el nacionalsocialismo alemán, por la extrema derecha de la posguerra y su antisemitismo.

Además, instintivamente, muchos de nosotros estamos de parte de Deborah Lipstadt porque es imposible no horrorizarse ante lo que les sucedió a los judíos en Auschwitz y en otras partes. Por eso es necesario, para los simpatizantes nazis, tratar de negar directamente que haya ocurrido. No obstante, es claro que también las opiniones de Lipstadt representan una posición política defendida apasionadamente, a tal punto que quienes la sostienen están dispuestos también a negar las críticas factuales. David Irving demandó ante la Justicia a sus críticos. Pero Daniel Goldhagen, que (en Los verdugos voluntarios de Hitler) escribió una interpretación judía del Holocausto rechazada casi en forma unánime por los historiadores en la materia, trató de silenciar a sus críticos y lo mismo hicieron sus defensores. Es significativo que el mismo historiador Christopher Browning haya sido convocado por la defensa tanto en el caso Irving como en el de la controversia sobre Goldhagen.

En realidad, mucho antes del juicio Irving-Lipstadt yo traté de explicar su naturaleza.

Permítaseme una autocita: si faltan las pruebas o si los datos son escasos, contradictorios o sospechosos, es imposible desmentir una hipótesis, por improbable que sea. Las pruebas pueden mostrar de manera concluyente, contra quienes lo niegan, que el genocidio nazi realmente tuvo lugar, pero aunque ningún historiador serio dude de que la "solución final" fue querida por Hitler, no podemos demostrar que verdaderamente él haya dado una orden específica en ese sentido. Dado el modo de actuar de Hitler, una orden escrita semejante es improbable y no fue encontrada. Por lo tanto, si desbaratar la tesis de M. Faurisson no resulta difícil, no podemos, sin elaborados argumentos, rechazar la tesis enunciada por David Irving.

Esa es la esencia del problema. Habría sido más cómodo que Irving pudiera ser acusado simplemente de negar Auschwitz o de mentir sobre Hitler. Pero él no lo hizo.

Sostuvo que Hitler no quería, o no era responsable del Holocausto, porque no existe un documento escrito por Hitler que ordene la eliminación de los judíos, y las argumentaciones de Irving, basadas en un conocimiento notable de la documentación, obligaron a gran parte de los historiadores a reconocer, aun a regañadientes, que no existe semejante documento. Con razones óptimas, el consenso que prevalece entre los historiadores individualiza en Hitler al responsable de la "solución final" pero su argumentación modificó la interpretación histórica del Tercer Reich. Además, él no niega que millones de judíos perecieron entre 1941 y 1945. No niega tampoco que un gran número de judíos fue deliberadamente exterminado, y no sólo víctima del cansancio, el hambre o enfermedades.

Lo que hace más bien es concentrarse en sembrar la duda respecto de muchos de los "lugares comunes" acerca del Holocausto -lo que podríamos llamar la retórica pública, o la versión hollywoodense del Holocausto, gran parte de la cual no proviene de los historiadores serios que indagaron sobre ese terrible tema. Y por ende algunos de ellos, como bien sabe cualquier especialista en esta área, tienen una postura de apertura respecto de las críticas.

Podríamos preguntarnos: ¿cuál es la relevancia del caso jurídico "Irving contra Lipstadt" para los historiadores? Ninguno de los protagonistas es un típico exponente de la profesión histórica. El señor Irving es un cruzado de su causa. Si no se hubiera identificado con la causa de la Alemania hitlerista, las familias de las personalidades nazis no le habrían dado acceso a los documentos que antes habían negado a otros estudiosos o que les habían ocultado. De este modo se volvió un experto en la materia. La señora Lipstadt no es una historiadora profesional y su reputación en este campo es modesta. No se puede pasar por alto que optó por no declarar en el juicio y no exponerse al interrogatorio de su adversario.

En efecto, muchos de los nombres importantes en la historiografía sobre el Tercer Reich y la destrucción de los judíos europeos estuvieron ausentes del caso. Es improbable, obviamente, que apoyaran a Irving pero también es improbable que aceptaran la excesiva simplificación del libro de Lipstadt. Y sin embargo, su ausencia o reticencia es preocupante. No se puede permitir que el debate público sobre materias de una importancia tan grande se desarrolle esencialmente entre defensores de causas políticas.

Pienso que el silencio de los estudiosos expresa las pasiones y las contradicciones que asaltan a los historiadores que abordan temas sobre los cuales para muchos de nosotros la neutralidad es imposible aún hoy, en el momento en que escribimos. Esto es más que evidente en el caso del régimen o de los regímenes que produjeron el Holocausto.

Permítaseme repetir lo que escribí en otra oportunidad a propósito del "Historikerstreit" (controversia entre historiadores alemanes) de 1980: "En la polémica se planteaba si toda postura histórica con respecto a la Alemania nazi que no fuera de absoluta condena no implicaba el riesgo de rehabilitar un sistema profundamente infame, o no mitigaba, en todo caso, las acciones nefastas... la fuerza de un método así es tal que, mientras expreso estos conceptos, con cierto malestar me doy cuenta de que podrían ser interpretados como el signo de cierta "morbosidad hacia el nazismo" y por lo tanto se vuelve necesaria alguna forma de rechazo" ("De Historia", 275-6). Estos sentimientos siguen siendo fuertes hoy y pueden incluso ser reavivados por el retorno a la vida pública, incluso a veces al gobierno, de políticos o partidos identificados con el pasado nazi, o descendientes del mismo, como sucedió hace poco en Austria.

El caso "Irving contra Lipstadt" tiene que ver con la más emotiva de todas estas cuestiones, la llamada "negación del Holocausto". Y sin embargo, la misma expresión pertenece a una era en que la condena moral reemplazó a la historiografía.

Justamente como el debate, si es que se lo puede llamar así, sobre el que debe decidir un tribunal británico. Dicho debate pertenece a la esfera de la parcialidad política. Más allá de las incertidumbres que rodean el tema, no es posible, y nunca lo fue, negar la evidencia del genocidio de los judíos (y los gitanos) perpetrado, mientras estuvo en condiciones de hacerlo, por la Alemania nazi. Ningún historiador que lo sea habría considerado necesario impedir la publicación de intentos evidentemente vanos de negar lo innegable o de crear un delito de "negación del Holocausto", como sucedió en Alemania. Por otra parte, ningún historiador serio negaría que hay lagunas o imprecisiones -en cuanto a los hechos, números, lugares, motivos, procedimientos y muchas otras cosas- que rodean la historia del genocidio.

El estudioso serio del tema, por lo tanto, trata el genocidio como un área de estudio donde desacuerdo y discusión, aun acerca de los aspectos más indecibles –por ejemplo el número de las víctimas, o la naturaleza y el alcance del uso del gas Zyklon- B son naturales e indispensables-. No puede reducir su función esencialmente a la denuncia o a la definición y la defensa de una versión aceptada de la verdad. Y sin embargo, ése es justamente el peligro en algunas lecturas del Holocausto sostenidas apasionadamente, sobre todo las versiones que, a partir de los años 60, fueron transformando cada vez más la tragedia del pueblo judío de la Europa continental durante la Segunda Guerra Mundial en el mito legitimador para el Estado de Israel y su política.
Como a todo mito legitimador, la realidad lo incomoda. Además, cada crítica del mito (o de las políticas por él legitimada) está destinada a ser calificada de algo similar a la "negación del Holocausto". Los historiadores serios del Tercer Reich, que son de una calidad poco común, no tienen tiempo ni para Irving ni para Lipstadt. Nunca hubo dudas sobre el hecho de que rechazan el intento de Irving de distanciar a Hitler de la "solución final", o el intento nazi de minimizar o mitigar, por no decir negar, el genocidio. Por otra parte, como bien lo prueba su casi unánime reacción a la publicación del libro de Goldhagen, también rechazaron lo que Ian Kershaw llama "una interpretación simplista y desviada del Holocausto". Y sin embargo, cuando los abogados de los asesinos enfrentan a los abogados de las víctimas, qué difícil es, aun después de más de medio siglo, condenar con equidad los errores de ambos, aunque por diferentes razones. El silencio es más fácil. Claramente, algunos eligieron ese camino.

¿Estoy acertado? ¿O tenían razón aquellos pocos estudiosos que decidieron aceptar la invitación de la defensa, sobre todo para desacreditar las afirmaciones de Irving, aunque indudablemente conscientes de las carencias de Lipstadt? Estas preguntas no pueden hallar respuesta en tanto no se publiquen todas las actas del proceso. Serán, seguramente, la base de uno o más libros. Mientras tanto, la reticencia de los buenos historiadores dejó la impresión de que la única crítica pública a la falta de criterios profesionales en gran parte de la difusión del Holocausto proviene de un admirador de Hitler.

En todo caso, estas son cuestiones que demandan un juicio político, que puede estar en conflicto con el juicio histórico. Este es el tema sobre el cual quiero atraer la atención. La profesión del historiador es inevitablemente, y algunos dirían por su propia naturaleza, política e ideológica, aunque lo que un historiador dice o puede no decir depende estrictamente de reglas y convenciones que requieren pruebas y argumentos. Y sin embargo, convive con un discurso aparentemente similar acerca del pasado en el cual estas reglas y convenciones no se aplican; y donde se aplican por el contrario solamente las convenciones de la pasión, de la retórica, del cálculo político y de la parcialidad. Pero el siglo XX fue un siglo de guerras religiosas, durante el cual fue normal para los historiadores considerar que debían juzgar en base a los criterios de su profesión o en base a los de su propia fe.

El caso que traté es típico de un período así. Y no es el único. Las pasiones de esta era se debilitaron pero todavía no desaparecieron. ¿Cómo deberían comportarse los historiadores? Las reglas de nuestra profesión deberían vedarnos decir lo que sabemos que es erróneo o sospechamos profundamente que lo es, pero la tentación de refrenarnos de decir lo que sabemos que es cierto sigue siendo muy grande.

Aun los que nunca tomarían en consideración la "suggestio falsi", pueden encontrarse vacilando en la pendiente que lleva a la "suppressio veri".

No existe posibilidad alguna de que en cincuenta o incluso cien años la memoria del Holocausto pueda morir, pero esto no se deberá de ninguna manera al caso al que acabo de referirme. Espero realmente que los historiadores que se topen con el caso "Irving contra Lipstadt" en sus investigaciones lo consideren como una exposición perteneciente a un museo de antiguedades intelectuales olvidadas desde hace tiempo.

Pero para los historiadores de hoy, todavía plantea serios problemas de juicio profesional y moral. Aún nos queda un poco de camino por andar para emanciparnos de la herencia intelectual de la era de las guerras religiosas que dominó el siglo XX.

Tal vez debamos hacer el intento de acelerar nuestra emancipación.

(c) La Repubblica y Clarín, 2000. Por Eric J. Hobsbawm.

Traducción de Cristina Sardoy

Clarin, Buenos-Aires, Domingo 02 de abril de 2000

Vease Actualidades de Inglaterra : El proceso Irving
La dirección electrónica de este documento es:
http://aaargh-international.org//espa/actualidad/hobsbawm.html"

Ver además: Cuadernos del CLAEH Nro. 93 Montevideo, 2da serie, año 29, 2006-2 Pp 171 y Ss.

JFK/Nixon Debate - Campaign Spot 2

lunes, 20 de septiembre de 2010

El Mundo en la Guerra Fria

Patria, justicia y razón.

Austeridad Republicana.
Aproximación a la Figura de Joaquín Suárez.




“Nada me importa el lugar que ocupo, sino en cuanto pueda ser útil a mi país. Como empleo lo desprecio, desde que me ponga en la alternativa de sujetarme a las pasiones de los hombres…
Pertenezco a mi patria, a la justicia y a la razón, estos han sido mis principios a que he de ser consecuente.”





Don Joaquín Suárez nació en la Villa de Canelones el 18 de agosto de 1781. Su padre don Bernardo Suárez del Rondelo, fue un hacendado acaudalado, respetado por su honradez, desprendido y aseguran las crónicas que su simpatía era acompañada por una gran benevolencia. Era un patriota, amante del país al cual brindaba todos su bienes y en el giraba todo su accionar. De origen español, fue traído por sus padres aun muy joven a estas tierras. Era hijo de don Alonso Suarez del Rondelo y de doña Antonia López Aviles, habiendo nacido al promediar el siglo sin poderse precisar fecha[1]
En una celebración bautismal en 1779 conoce a María Fernández, se enamora y el 7 de abril de 1780 se casa en la Villa de Guadalupe (Canelones) La villa crece y se determina que se elabore  el padrón y se realice el delineado de la misma designando sus autoridades. Realizado el primer Cabildo de 1782, Bernardo Suárez asume el cargo de Alguacil Mayor.[2]
El 18 de agosto de 1781 nace el único hijo del matrimonio:

“En 21 de agosto de 1781 yo Dn, Juan Miguel Berroeta, Capellán del Regimiento Fijo de Buenos Aires, con licencia del Rev. Padre Fray Estevan Peralta, Tte. Cura de esta Iglesia Ntra. Sra. De Guadalupe del Canelón, bauticé solemnemente y puse los Santos Óleos a un niño que nació el día 18 de este mismo mes a quién puse por nombre Joaquín Luis Miguel, hijo legítimo de Don Bernardo Suárez, natural del Principado de Asturias y de Doña María Fernandez, natural de Montevideo(…)a quienes advertí el parentesco espiritual y demás obligaciones de que doy fe. Juan Miguel de Berroeta. Fray Estevan Poncel.Tte. Cura”[3]

Era, entonces, un ambiente ideal para el desarrollo de la personalidad de Joaquín que se va a caracterizar, de mayor, con una gran salud, honrado, recto, generoso y con una voluntad firme y decidida. Va a servir toda su vida a los valores morales y virtuosos generados en su hogar paterno. En su juventud hizo de todo, arriero, tropero, acopiador de frutos, carrero. Trabajo duramente el campo, y vendía el trigo y el maíz que cosechaba.[4] Se casa a mediados de 1806 en la Villa de Guadalupe con Josefa Alamo con la cual va  tener 8 hijos, dos de los cuales mueren siendo niños. En ese periodo se producen las Invasiones Inglesas cuyas consecuencias van a marcar la etapa final del dominio español en el Río de la Plata.
 En forma casi simultánea al nacimiento de Joaquín Suárez España autorizó restringidamente el comercio puntual con otros países: introducción libre de esclavos y material agrícola, estas concesiones motivaron a los criollos y en especial a los comerciantes portuarios en sus luchas por mayores libertades económicas y políticas.
En 1809 el último virrey español del Río de la Plata abrió el territorio que gobernaba al comercio inglés. La expansión posterior de éste en la América del Sur española seguiría sobre todo la suerte de las armas revolucionarias; aunque quienes administraban las zonas realistas terminarían por manifestarse dispuestos a abrirlas a título excepcional al comercio directo con Gran Bretaña, la actividad de los corsarios patriotas lo hacía poco atractivo .En 1810, ante las noticias de la liberación mercantil y del estallido de la revolución en Buenos Aires, muchos comerciantes-aventureros salieron de Londres esperando vender productos ingleses en Suramérica; cuando llegaron a Buenos Aires no sólo se encontraron con que eran demasiados, sino que tuvieron que sufrir la inesperada competencia de los envíos de los comerciantes británicos instalados en Río de Janeiro. El resultado fue que terminaron vendiendo a pérdida y con ello aceleraron la victoria de los productos ultramarinos sobre los que tradicionalmente habían surtido el mercado de Buenos Aires desde zonas tan alejadas como los contrafuertes andinos o el Alto y el Bajo Perú. Otra consecuencia fue la expansión del mercado de consumo existente al incorporarse a él niveles sociales que antes sólo de forma muy limitada habían sido consumidores. La apertura del comercio latinoamericano al mundo exterior y la llegada de gran número de ingleses también constituyeron un severo golpe a las viejas prácticas comerciales que al menos en la América española se habían basado en una rígida jerarquía.[5]
 Esto va a dar forma a una rivalidad entre Montevideo y Buenos Aires que tenía como telón de fondo controlar el comercio regional. Montevideo se presentaba como la única solución posible para las provincias de escaparse del monopolio bonaerense.[6] Luego de los episodios de 1808 y los sucesos que ocurren en Buenos Aires en 1809, se refugian en Montevideo los peninsulares vencidos y que eran acaudillados por Martín de Álzaga. Mientras el pueblo español luchaba por resistir a José I en defensa de Fernando VII de Borbon y su Independencia nacional, Napoleón liberado de su guerra con Austria, aplicaba sus esfuerzos para someter a España. Desde 1808 la lucha era sin cuartel. Madrid capitula a fines de ese año. Casi doce meses después, en noviembre de 1809, José I  derrotaba a los ejércitos españoles en Ocaña. El 31 de enero de 1810 cae Sevilla, de donde se escapa la Junta Central del Reino, se disuelve y forma un Consejo de Regencia. La situación en América era similar y el juntismo era una formula conocida  y que la aplicaban tanto revolucionarios como contrarrevolucionarios, como ocurrió el 21 de setiembre de 1808 en Montevideo.[7] En ese proceso se encuentra la crisis del 1 de enero de 1809  que hicimos referencia. Entonces comienza a desarrollarse desde Buenos Aires la acción de estos precursores de la Independencia, y Joaquín fue uno de los primeros adherentes. “(…) en 1809 acordamos trabajar por la independencia para  cuyo fin teníamos de agente en Buenos Aires a Don Francisco Javier de Viana y en esta capital a Don Mateo Gallegos(…) Yo, como los tres primeros andábamos en campaña forjando opinión marchando acordes y con conocimiento de lo que diariamente sucedía en Buenos Aires. Hasta que un día hallándome en el arroyo de la Virgen, recibí un chasque de Don Mateo Gallegos para que inmediatamente reuniese a los demás compañeros y me retirase con ellos, en virtud de aviso que había tenido el Gobernante Elío de nuestra conspiración, quién ordenó a Don Joaquín de Navia saliese con una partida en nuestra persecución; inmediatamente participe a mis compañeros, que se hallaban en diferentes puntos, reunidos nos retiramos al pintado, donde estuvimos días, sabiendo que Navia con su partida se retiraba sobre la capital, y de cuyos movimientos teníamos conocimientos por horas. Comprendiendo que nada podíamos hacer sin un hombre de armas, que reuniese masas, nos retiramos a nuestras casas a ocuparnos de nuestros intereses.”[8]

La estancia de Suárez en las cercanías del Arroyo de la Virgen se convirtió en el centro de reunión y propaganda del sentimiento americanista en nuestra campaña.
Por paradojas de la historia, un francés, Santiago de Liniers era el Virrey del Río de la Plata, en tanto que en la Gobernación de Montevideo se encontraba un ferviente nacionalista español, Francisco Javier de Elío. Elío fue designado para el cargo por el Virrey, aspecto que escapa a los derechos de Montevideo que establecían que esa autoridad debía ser designada desde España. El  levantamiento de de Martin de Alzaga para destituir a Liniers culminó con su prisión y los demás conjurados enviados a Patagones, pero Elío los rescata y los traslada a Montevideo.
Las reuniones en la Estancia de Suarez llega a oídos de Elío y despachó desde Montevideo una formación de caballería al mando  de Joaquín de Navia para que sorprendiera a Suarez y a todos los intrigantes, lo tomara prisionero y buscara entre sus papeles documentos que los vinculara con los sucesos de Buenos Aires.
Suarez había sido advertido de la acción en su contra y quemó toda la documentación que pudiera comprometerlo, por lo tanto al no encontrarse ninguna prueba en su contra fue dejado en libertad, volviendo a su estancia y a su patriótica tarea.
Los primeros meses de 1810 fueron más tranquilos que los ocurridos a fines del año anterior. Pero en el mes de marzo llegan a Buenos Aires los informes sobre la violenta represión paceña por parte del general Goyeneche. Los patriotas fueron ejecutados y generaron un reacción antipeninsular, era el inició del comienzo del fin del “yugo español”[9] Luego de la caída de Sevilla en poder de los franceses la inquietud crece y comienza la lógica revolucionaria. La interpretación del proceso rioplatense debe apreciarse desde varios ángulos, las circunstancias en que la semilla revolucionaria germina entre la tiranía y la corrupción. En realidad la revolución nace de una semilla lanzada por los hombres que quieren cambiar una situación insostenible.[10]
La Revolución plantea nuevos ámbitos a viejos problemas, pero es claro que en los estudios actuales la Revolución Oriental en su afán nacionalista hace perder que forma parte del proceso revolucionario del Río de la Plata.

Luego de la Revolución de Mayo, la  principal preocupación de Buenos Aires fue lograr el acatamiento de Montevideo, puerto rival. El 1 de junio de 1810 se produce en Montevideo un Cabildo Abierto participando los principales miembros de la sociedad y el representante de Buenos Aires. Se decide, luego de una tormentosa discusión acatar la autoridad de Buenos Aires. En forma paralela dos hechos van a marcar el destino de los acontecimientos: el comandante general de Marian del Apostadero Naval, José María Salazar comienza a realizar una tarea muy fuerte en defensa de los intereses españoles, y la llegada de un barco con informaciones de que las tropas españolas estaban defendiendo con acierto la invasión francesa, obliga a realizar un nuevo Cabildo Abierto. En esta circunstancia se revoca la resuelto en el día anterior y se decide acatar al Consejo de Regencia y acatar a la Junta de Buenos Aires siempre y cuando esta también acate al Consejo de Regencia. El 12 de enero de 1811 llega Elío de España con el título de Virrey y se instala en Montevideo. Su primera medida fue iniciar una predica antirrevolucionaria, fundando la Gaceta de Montevideo.  Levantada en armas la campaña oriental, Suárez se encuentra revistando en las tropas orientales, al mando del entonces coronel don José Artigas. En los días 25 y 26 de abril de 1811 combatió en las primeras escaramuzas en San José y el 18 de mayo siguiente se distinguió con el grado de capitán y al mando de una compañía en la Batalla de las Piedras. La importancia de esta batalla fue que deja abierto el camino a Montevideo, plaza que se va a asediar. Establecido el asedio se nombra a Suárez comandante militar de Canelones y allí se mantuvo hasta que en virtud del pacto realizado por el Gobierno de Buenos Aires con Elío, se levantó el primer sitio en el mes de octubre.
 Suárez acompaña a Artigas en su retirada a la costa del Río Uruguay, vadeándolo y estableciéndose en el Ayuí con la numerosa población civil que lo acompañaba.
En junio de 1812 llegó al Uruguay el ejército de Buenos Aires al mando de Manuel de Sarratea. Se producen las primeras desavenencias con Artigas, y paralelamente el coronel Rondeau se adelanta a las vanguardias de Sarratea y comienza el segundo sitio de Montevideo en Octubre. En diciembre gana la batalla del Cerrito. Artigas acampa con 4000 hombres en Santa Lucía. Sarratea es depuesto y Artigas se incorpora a las fuerzas sitiadoras, tomando responsabilidad del ala izquierda del asedio el 25 de febrero de 1813. Como consecuencia de haberse negado el Director Posadas a reconocer la validez del los sentimientos revolucionarios orientales, los pueblos de la Provincia Oriental el 19 de noviembre de 1813 nombraron una junta de gobierno propio y tres diputados para que los representasen en la Asamblea General. Artigas se juzgó desligado de toda obediencia al directorio y en la noche del 20 de enero de 1814 levantó campamento y se retiró del asedio.
Suarez era partidario de la autonomía de la Provincia y participaba del enojo de Artigas, pero no creía patriótico ni lícito abandonar de esa forma el puesto de batalla frente al enemigo común, en consecuencia se negó a  seguir a su jefe y amigo y continuó luchando en el ejército sitiador.
Nombrado por el general Alvear comandante de la Colonia, se encontraba allí cuando llegó el general con las tropas destinadas a abrir operaciones contra Artigas.
Joaquín Suárez no quería tomar parte en una guerra civil, y declara que había empuñado las armas para defender la causa de la libertad, no quería hacerlo en una guerra entre hermanos. En consecuencia solicitó su retiro, poniendo término a su carrera militar.








[1] Luis E. Azarola Gil”Crónicas y linajes de la Gobernación del Plata” Buenos Aires 1927
[2] Celia Suarez de Pérez Gomar: Biografía de don Joaquín Suárez. Buenos Aires 1941
[3] Libro 1, folio 49Iglesia Parroquial de Canelones, archivo.
[4] Raúl Montero Bustamante:”Breve biografía de don Joaquín Suarez” Montevideo, 1955
[5] Leslie Bethell, Ed.Historia de America Latina.Tomo 4 Cambridge University Press/Critica.Barcelona 1992
[6] Lincoln R. Maitegui Casas: Orientales 1 de los orígenes a 1865. Planeta, Montevideo,2005. Pp.33 y Ss.
[7] Carlos Alberto Floria/César A. García Belsunce: “Historia de los Argentinos” Larousse. Buenos Aires 2004.Pp.290 y Ss.
[8] MHN Tomo 299 Autobiografía de Joaquín Suarez Folios 1 al 6.
[9] Francisco Segui. “Los últimos cuatro años de la dominación española en el Río de la Plata. Buenos Aires 1874. Pp.146 y Ss.
[10] Brinton, Crane,Anatomía de la Revolución.Aguilar. Madrid, 1958. Pp.112 y 113.

La enseñanza de la historia y las nuevas tecnologías

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educahistoria - Discurso de Charles de Gaulle "Llamamiento del 18 de Junio" (1940)

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domingo, 19 de septiembre de 2010

Decreto del Gral. Lorenzo Batlle con motivo de la muerte de Joaquín Suárez.

Joaquín Suárez vivió 17 años más luego de culminada la Guerra Grande. Fallece el 26 de diciembre de 1868 en su casa del Arroyo Seco. No murió de enfermedad alguna muriendo sereno y con, creo, la conciencia muy tranquila de una vida vivida con austeridad republicana siempre al servicio de la Patria. Si vida tiene que servirnos de ejemplo en una época en que la moral y los paradigmas van por otros caminos.
Ese mismo día el gobierno presidido por el General Lorenzo Batlle, que había sido compañero y subordinado en distintas luchas anteriores durante el sitio de Montevideo, dicta el siguiente decreto:
"Ministerio de Gobierno
                                                                  Montevideo, Diciembre 26 de 1868.


                                                  DECRETO

 Honrar la memoria de los varones preclaros que dieron lustre y dignificación por sus virtudes a la patria que los vio nacer, es un deber del Gobierno para ante los contemporáneos y la posteridad.
El nombre del Ciudadano don Joaquín Suárez se halla entrelazado, hacen sesenta años, en todas las glorias y reveses de la patria, mereciendo siempre el respeto de todos por su abnegación y pureza de intenciones.
Cupo a sus eminentes virtudes el envidiable honor de presidir por nueve años la heroica epopeya de la Defensa de Montevideo, que salvó lo República de la dominación extranjera y del sangriento azote del déspota argentino.
Su exaltado patriotismo, el sublime y modesto desprendimiento con que donó en los conflictos de al patria la mejor parte de la cuantiosa fortuna que heredara de sus mayores, y su civismo, le conquistaron el amor y la veneración de todos los buenos, que le discernían en sus corazones el título de Benemérito entre los Beneméritos.
El Presidente de la República, interpretando los sentimientos de la Nación al honrar sus restos venerado, en Consejo de Ministros  acuerda y decreta:

Artículo 1- Los restos mortales del ilustre ciudadano don Joaquín Suárez serán sepultados en  la Iglesia Matriz, el día 28 del corriente a las 9 de la mañana, depositándolos provisoriamente en el panteón del Brigadier General Fructuoso Rivera.

Artículo 2- Se harán a dicho finado los honores que la ordenanza prescribe para el más alto grado militar, expidiéndose por el Ministerio de la Guerra, al efecto, las órdenes convenientes.

Artículo 3- Los empleados de la Nación llevaran luto oficial por ocho días.

Artículo 4- Se dirigirá carta de pésame a la señora viuda y familia del fiando Suárez, con inclusión en copia autorizada del presente Decreto.

Artículo 5- Comuníquese, publíquese y dése al registro competente-BATLLE- Antonio Rodriguez Caballero.- Daniel Zorrilla.- José Gregorio Suárez."

Este decreto por su fundamentación y reconocimiento, es tomado como punto de partida por los investigadores históricos para el estudio de su figura. Además marca el posicionamiento de la figura de Joaquín Suárez dentro del panteón de héroes nacionales. Sin embargo, lenta y paulatinamente, su ejemplo de austeridad, honradez y servicio a la patria en forma incondicional ha caído lamentablemente en el olvido.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Editorial de La Nación de Buenos Aires en homenaje a Joaquín Suárez. 18 de agosto de 1881.

"El Centenario de un gran patriota
1781 - 18 de agosto - 1881

Hoy cumple un siglo que nació en la entonces colonia de España y hoy República del Uruguay, un gran patriota y un hombre de bien, que se ha hecho acreedor a la veneración de la posteridad por sus servicios y sus virtudes cívicas, vinculando su nombre a una época memorable y dándole su significado moral. Hoy es el centenario de don Joaquín Suárez, Presidente de La Nueva Troya del Plata, que como magistrado civil, estuvo al frente de su heroica resistencia desde el priemr al último día, hasta hacer triunfar la causa de la libertad contra la tiranía, que representó con abnegación y fortlaeza.
Su patria va a celebrar este aniversario honrándole como a uno de los padres de su nacionalidad y como uno de sus mejores hijos.
Su estatua votada por la gratitud pública, será la primera que se levante en la tierra a que consagró su vida y sus afanes, y para gloria de ella y de él, esa estatua será la de un hombre civil, que representó siempre el derecho, la justicia y la libertad, y que siendo en todos los tiempos un gran patriota, fue grande en toda la extensión de la palabra, un gran hombre de bien.
Pero el nombre de don Joaquín Suárez, no es una gloria puramente local, que tenga por límites insalvables las fronteras del suelo en que nació; es un hombre que merece y debe ser honrado en ambas márgenes del Plata y a lo largo de sus ríos superiores, por que el simboliza el triunfo de los  principios en todos los pueblos que bañan sus grandes aguas, teatro donde se dilataron las grandes ideas de uan generación y una época, de que Suárez fue vehículo consciente.
Don Joaquín Suárez, como Presidente de la República Oriental del Uruguay, encerrado en una estrecha península dentro de lso muros de Montevideo, levantó en aquél recinto sagrado, la última bandera de la causa de la libertad de los pueblos del Plata que flameara aún en medio de desgraciados combates, sostenida a la vez por argentinos y orientales.
Sin él, sin el principio de nacionalidad y de legalidad que representaba, y su consagración a la causa de la libertad en el Plata, la defensa de Montevideo habría sido imposible; él le dio cohesión, le dio nervio, le dio un núcleo indisoluble y le imprimió el sello de su carácter modestamente austero y templado por la fibra del patriotismo, aunando todos los elementos heterogéneos que concurrieron a la resistencia y al triufo definitivo contra la tiranía de Rosas.
De allí, de aquellos muros donde se encerraba un principio virilmente mantenido por un magistrado civil que presidía la guerra en nombre del derecho, resurgieron los levantamientos de Entre Ríos y Corrientes contra Rosas de allí surgió la alianza del Brasil que precipitó la caída del tirano; de allí vino Caseros, y de allí en fin, viene la situación que han alcanzado las Repúblicas del Plata, combatiendo y trabajando para labrarse su destino.
En cuanto a Joaquín Suárez, héroe modesto y sin ostentación en estos largos y fecundos trabajos, se retiró del gran escenario para acabar sus días en la obscuridad y la pobreza, amado y respetado por todos, con la conciencia de haber cumplido con su deber como hombre, como ciudadadano y como gobernante, después de haber entregado a la causa pública una gran fortuna.
He allí al hombre cuya memoria va a honrar ante la posteridad agradecida la República del Uruguay, en el día de su Centenario, y a cuya conmemoración deben concurrir igualmente argentinos y orientales, miembros en el pasado de una misma familia, y campeones de uan misma causa bajo la presidencia histórica de Joaquín Suárez.
Asociándonos por nuestra parte a las festividades del centenario que su aptria le ha decretado, insertamos en nuestras columnas el principio de un notable trabajo, escrito especialmente para nuestro diario por un compatriota suyo, que fue también uno de sus compañeros de trabajo en el glorioso sitio de Montevideo cuyos inmortales recuerdos evoca, a la vez de trazar a grandes rasgos su noble figura, dentro del cuadro historico en que su nombre ha sido inscripto como un lema sintetico y que leeran los venideros en cada una de las páginas conmemorativas de la Nueva Troya.
¡ Gloria por siempre a los grandes hombres de bien que com Joaquín Suárez, legan a la posteridad, con la herencia de sus beneficios, sin pedir el premio en vida, el ejemplo de sus virtudes y llegan a merecer la gratitud de los buenos en los tiempos! "

Joaquín Suárez no fue, quizás, la personalidad más cautivante de nuestra Historia pero por sus virtudes , sus talentos políticos y militares y su austeridad republicana debe ser un punto de referencia permanente.
Ver:
González Albistur, Dr. J.Joaquín Suárez. El Gran Ciudadano. Pp. 273 y Ss.
La Nación. El Centenario de un gran patriota. Editorial. 18 de agosto de 1881.

        
       

lunes, 13 de septiembre de 2010

Ensayo muy breve sobre la violencia en América Latina.

La Violencia en América Latina.

El taller sobre la violencia en América Latina, la Guerra Fría y el papel de los Estados Unidos realizado en el Claeh por el Investigador Aldo Marchesi, nos permite realizar una serie de análisis sobre  la filosofía de la violencia en la década de 1960 en nuestro Continente.. Desde los trabajos de Frantz Fanon y los escritos de Ernesto “Che” Guevara podemos avanzar sobre el rol de los intelectuales en ese periodo. La investigación llevada adelante desde “La Muy Fiel…” a través de Internet nos permitió acceder a un análisis de Aldo Marchesi sobre el papel de los agitadores intelectuales de la violencia en América Latina.
Los fundamentos teóricos de Aldo Marchesi  que fueron manejados durante el seminario lo tomamos textualmente  de un articulo que realizó sobre este tema:
“Pero, ¿cómo conceptualizar los diferentes significados que la noción de imperio con su antítesis crítica: antiimperialismo adquirieron a lo largo del siglo XX Latinoamericano? En las últimas décadas variados autores han propuesto nociones cercanas a la idea de imaginación política para referirse a entidades políticas como nación o imperio. Anderson, en su trabajo clásico, caracterizó a la nación como una “comunidad imaginada” y Pagden, desde una perspectiva similar, mostró las diversas maneras en que el imperio español fue pensado por variados intelectuales del momento. En el mismo sentido, pensamos que dicha noción podría ser útil para aproximarnos a una mejor comprensión del fenómeno de las diferentes expresiones intelectuales de antiimperialismo en el siglo XX Latinoamericano. Así como Anderson entendió a la nación: como una comunidad limitada y soberana, la noción de antiimperialismo podría ser concebida como una suerte de extensión de la idea de nación. El antiimperialismo implicó imaginar una comunidad que trascendía la nación. Aunque los discursos antiimperialistas se dieron en escenarios nacionales, en la mayoría de los casos implicaron un sentimiento de pertenencia a una comunidad mas amplia que se construía en oposición al imperio. Las fronteras entre aquellos que pertenecían al imperio y aquellos que “legítimamente” podrían reivindicar alguna forma de soberanía nacional o continental resultaron bastante flexibles y variables en diferentes coyunturas históricas. Dichos límites no fueron territoriales sino políticos; muchas veces “antiimperialistas” denunciaban prácticas o actores “imperialistas”  dentro de sus propias comunidades nacionales.
Este tipo de análisis no implica considerar al fenómeno del antiimperialismo como un fenómeno estrictamente discursivo, sin ninguna relación con las diversas condiciones materiales de cada momento histórico. Por el contrario, dichos fenómenos discursivos estuvieron limitados a un particular e histórico campo de posibilidades. Partiendo de ese campo de  posibilidades, existieron múltiples alternativas para imaginar la relación que entabló Latinoamérica con aquellas potencias que influyeron en su historia contemporánea. La construcción de saberes particulares en el campo intelectual y el campo de la política contribuyó al análisis de las relaciones internacionales de los países latinoamericanos. La configuración que se dió entre estos dos campos incidió centralmente en la manera de pensar esta relación. Dichos saberes se fueron construyendo no sólo a partir de los desafíos que cada presente generaba para dichos actores, sino que  también estuvieron condicionados por la discusión acerca del pasado y los proyectos de futuro.
De una manera general, podemos decir que durante el siglo XX al menos tres momentos marcaron cambios importantes en los significados de la antinomia Imperio-antiimperialismo. El comienzo del siglo, donde el progresivo protagonismo de EE.UU. y el alejamiento de Inglaterra generaron múltiples discusiones acerca de los riesgos y beneficios del nuevo mapa internacional en términos culturales, económicos y políticos. Este primer momento no necesariamente fue visto como una amenaza, sino como una oportunidad para la modernización, especialmente para sectores medios que estaban emergiendo en algunos países de la región. El ascenso de los populismos desde los 40 con sus diversas variantes de izquierdas y derechas tendió a marcar una polarizacion entre la nación y lo extranjero, expresada en el relato histórico, y en los proyectos económicos y sociales. Y por ultimo, la década de los 60 y los 70 que, con la constatación del fracaso de las experiencias desarrollistas y populistas bajo el telón de fondo de la guerra fría, reformuló el antiimperialismo en una perspectiva mas radicalizada, donde la emergencia de la revolución cubana representó para variados intelectuales el camino para una modernización latinoamericana alternativa al capitalismo.”


Como introducción al análisis y complementando el debate, muy rico por cierto, que se generó en el taller utilizaremos la lectura de Fanon cuyo prologuista Sartre define la situación de opresión de los pueblos en vías de descolonización como:

 “ esa violencia irreprimible, lo demuestra plenamente, no es una absurda tempestad ni la resurrección de instintos salvajes ni siquiera un efecto del resentimiento: es el hombre mismo reintegrándose. Esa verdad, me parece, la hemos conocido y la hemos olvidado: ninguna dulzura borrará las señales de la violencia; sólo la violencia puede destruirlas. Y el colonizado se cura de la neurosis colonial expulsando al colono con las armas. Cuando su ira estalla, recupera su transparencia perdida, se conoce en la medida misma en que se hace; de lejos, consideramos su guerra como el triunfo de la barbarie; pero procede por sí misma a la emancipación progresiva del combatiente, liquida en él y fuera de él, progresivamente, las tinieblas coloniales.”

Breve biografía de Frantz Fanon.
Uno de los pensadores más contundentes de la descolonización fue Frantz Fanon. Nacido en la Martinica en 1925, a los dieciocho años abandonó su tierra para sumarse como voluntario a la resistencia antinazi. Estudió medicina y psiquiatría en Lyon, donde publicó, en 1952, su primer libro: Piel negra, máscaras blancas. En éste es ya definitiva su posición contra el racismo y el colonialismo. Al año siguiente fue enviado a trabajar en un hospital de Argelia, donde desempeñó el cargo de jefe del Departamento de Psiquiatría. Durante ese periodo estalló la guerra revolucionaria por la independencia de Argelia y Fanon tuvo que atender a pacientes, torturados y torturadores, que le narraron sus experiencias. Fue entonces que decidió romper definitivamente con el sistema y viajó a Túnez para incorporarse a la lucha del Ejército de Liberación Nacional argelino. Publicó sus ideas en diversos periódicos y revistas. En 1959 salió a la luz otro libro suyo titulado Sociología de una revolución, que fue traducido por primera vez al castellano en México, aquel año de 1968. Cuando el movimiento independentista estableció el Gobierno Provisional en el exterior, Frantz Fanon fue nombrado representante en Ghana, desde donde contribuyó a la red de abastecimiento del Ejército de Liberación. Fue allí donde enfermó de leucemia, hecho que lo urgió a escribir en diez meses su último libro, Los condenados de la tierra. Murió el 6 de diciembre de 1961, poco antes de que Argelia conquistara su independencia.
Fanon plantea, sin rodeos, que el cuestionamiento del mundo colonial no es una confrontación de puntos de vista sobre significados universales, sino una lucha antagónica que tiene su raíz en la explotación y opresión de la mayor parte de los pueblos del mundo. En los países dominados, en mayor o menor medida, rige el principio de que "se es rico porque se es blanco y se es blanco porque se es rico". Ese orden no sólo es económico, político y militar, sino que conlleva también la colonización del imaginario.
El colonialismo, a través de las universidades, arraiga profundamente en el espíritu del colonizado la idea de que las esencias son eternas. Las esencias occidentales, por supuesto. El colonizado acepta lo bien fundado de estas ideas (en primer lugar el individualismo), y en un repliegue de su conciencia se convierte en centinela encargado de defender el pedestal grecolatino.
La violencia: ¿ solo es tal según su origen u objetivos?
Por eso, en el momento en que los pueblos dominados se rebelan, surgen los intermediarios del sistema, la burguesía criolla y las élites intelectuales, introduciendo la noción de la no-violencia, el rechazo del uso de la fuerza ante un orden basado en la fuerza. Según Fanon, los dirigentes de los partidos nacionalistas se precipitan hacia el poder para decirle: "Esto es muy grave, nadie sabe cómo va a acabar. Hay que encontrar una solución; hay que encontrar una transacción". En realidad no creen que la tierna furia de las masas oprimidas sea el medio más eficaz para defender sus propios intereses, su función de visagra en el sistema de dominación. Para ellos no hay duda: todo intento de quebrar la opresión colonial mediante la fuerza es una conducta desesperada, una conducta suicida. Y es que en su conciencia es la tecnología de guerra, y no el hombre combatiente, lo que ocupa el lugar central. Es entonces cuando todos los santos que han ofrecido la otra mejilla, que han perdonado las ofensas, que han recibido sin estremecerse los escupitajos y los insultos, son enaltecidos y puestos como ejemplo. Que el militarismo alemán, español, francés, inglés o yanqui decida expandir sus fronteras, intervenir en los asuntos internos de otros pueblos y hacerles la guerra para arrebatarles su territorio, como ocurrió el siglo pasado en México, no sorprende a los defensores de la no-violencia. Estos intermediarios nunca se oponen a la violencia de la metrópoli; sólo se oponen a la violencia de los rebeldes. Si acaso lucharon alguna vez en su vida, es evidente que pronto llegaron a la conclusión de que esa lucha no valía la pena.
La lucha rebelde: ¿justifica la violencia?
Frente a esta posición de los intermediarios, Frantz Fanon recuerda que la lucha rebelde unifica al pueblo. En el plano de los individuos desintoxica, libera al colonizado de su complejo de inferioridad, de las actitudes contemplativas o desesperadas. Lo hace intrépido pero, sobre todo, lo rehabilita ante sus propios ojos. Aunque la lucha armada sea simbólica y breve, el pueblo tiene tiempo de convencerse de que la liberación es posible si es una labor de todos, porque la rebelión lleva al pueblo a la altura del dirigente, a la oportunidad de ser el protagonista de su propia historia. Por esto, si la lucha de liberación alcanza la victoria, todo el proceso revolucionario, su madurez o su decadencia, puede examinarse a la luz de una pregunta fundamental: si es que la masa desarrolla o pierde el control de su propio destino.
La descolonización y la Guerra Fría
Surge claramente la reivindicación de la violencia, como el mecanismo de obtención de objetivos sociales, en un tiempo  conflictivo con la Descolonización como telón de fondo de una Guerra Fría que se inmiscuía en todos los aspectos políticos y sociales del periodo. Continúa Sartre sosteniendo y justificando la acción violenta de los pueblos oprimidos afirmando:

 “Desde que empieza, es una guerra sin piedad. O se sigue aterrorizado o se vuelve uno terrible; es decir: o se abandona uno a las disociaciones de una vida falseada o se conquista la unidad innata. Cuando los campesinos reciben los fusiles, los viejos mitos palidecen, las prohibiciones desaparecen una por una; el arma de un combatiente es su humanidad. Porque, en los primeros momentos de la rebelión, hay que matar: matar a un europeo es matar dos pujaros de un tiro, suprimir a la vez a un opresor y a un oprimido: quedan un hombre muerto y un hombre libre; el superviviente, por primera vez, siente un suelo nacional bajo la planta de los pies”.

En sus escritos revolucionarios el Che Guevara utiliza conceptos muy parecidos a los manejados por Sartre. La polémica, observándola con la lejanía y el tiempo transcurrido, se centra sobre el rol del intelectual como animador de la lucha revolucionaria. Su influencia y la sangre derramada, muchas veces no concuerda con los resultados obtenidos. Ernesto “che” Guevara realizó un perfecto manual del guerrillero. Lo cierto es que hasta su acción de praxis revolucionaria, la izquierda latinoamericana era semejante a un folletin del corazón en el cual las diferencias, cercanías, conflictos y distancias entre los partidos comunistas, los movimientos nacionalistas y los movimientos populistas marcaban la relación entre ellos. Podemos fundamentar la violencia en América Latina con la confesión del propio Guevara al conocer a Fidel Castro:

“Lo conocí en una de esas noches frías de México, y recuerdo que nuestra primera discusión versó sobre política internacional. A pocas horas de la misma noche –en la madrugada- era yo uno de los futuros expedicionarios (…). Había que hacer, que luchar, que concretar. Que dejar de llorar y pelear”

Principios generales de la lucha guerrillera

"Consideramos que tres aportaciones fundamentales hizo la Revolución cubana a la mecánica de los movimientos revolucionarios en América, son ellas:    (1) Las fuerzas populares pueden ganar una guerra contra el ejército.    (2) No siempre hay que esperar a que se den todas las condiciones para la revolución; el foco insurreccional puede crearlas.    (3) En la América subdesarrollada el terreno de la lucha armada debe ser fundamentalmente el campo.”[1]
Sin embargo, en múltiples  oportunidades, al inicio del movimiento revolucionario,  el fundamento de la lucha se sostenía en la lucha contra gobiernos tiránicos o despóticos no contra gobiernos representativos. En esa circunstancia se sostenía que donde un gobierno haya subido al poder por alguna forma de consulta popular, fraudulenta o no, y se mantenga al menos una apariencia de legalidad constitucional, el brote guerrillero es imposible de producir por no haberse agotado las posibilidades de la lucha cívica.
Analizado el modo operacional de la guerrilla, su forma de lucha y comprendiendo su base de masas sólo nos resta preguntar: ¿por qué lucha el guerrillero? Tenemos que llegar a la conclusión inevitable de que el guerrillero se considera un reformador social, que empuña las armas respondiendo a la protesta airada del pueblo contra sus opresores y que lucha por cambiar el régimen social que mantiene a todos sus hermanos desarmados en el oprobio o la miseria. Se lanza contra las condiciones especiales de la institucionalidad de un momento dado y se dedica a romper, con todo el vigor que las circunstancias permitan, los moldes de esa institucionalidad. A fines de la década de 1950 se esta dando la descolonización, lo que Fanon define como la rebelión de los pueblos oprimidos, las grandes potencias colonialistas van perdiendo terreno ante la lucha de los pueblos y la decadencia de las primeras potencias colonialistas. Bélgica y Holanda, son dos caricaturas de imperio; Alemania e Italia perdieron sus colonias. Francia se debate en la amargura de una guerra que tiene pérdida en Indochina, e Inglaterra,  liquida el poder político manteniendo las conexiones económicas. La victoria de John F. Kennedy sobre Richard Nixon marca cambios en las relaciones internacionales de los 60. Con el clan Kennedy llega al poder la promesa de una sociedad mejor, sofisticada, compleja, intelectual y progresista.
Los años sesenta.
Para Estados Unidos la era de Kennedy y su sucesor Johnson era difícil, la sociedad esta dividida por conflictos sociales, la rebelión de la juventud, por la lucha de los negros por sus derechos y por la creciente oposición tanto en el plano local como internacional, a la guerra en Vietnam. La sociedad  norteamericana tiene incertidumbre, se cuestionan los códigos, los valores y los dogmas tradicionales. En sus discursos Kennedy habla de la cooperación pacífica en el espacio entre el Este y el Oeste. En definitiva sostiene que la carrera espacial no se convierta en un nuevo escenario de la Guerra Fría.
Entre tanto la visión de Ernesto Guevara sobre los Estados Unidos era mucho más compleja y lapidaria:
“El capitalismo norteamericano reemplazó algunos de los viejos capitalismos coloniales en los países que iniciaron su vida independiente, pero sabe que esto es transitorio y que no hay un afincamiento real en el nuevo territorio de sus especulaciones financieras: podrán absorber como el pulpo, pero no aplicar las ventosas firmemente como él. La garra del águila imperial está limada. El colonialismo ha muerto en todos estos lugares del mundo o está en proceso de muerte natural. América es otra cosa. Hace tiempo que el león inglés quitó sus fauces golosas de nuestra América y los jóvenes y simpáticos capitalistas yanquis instalaron la versión «democrática» de los clubes ingleses e impusieron su dominación soberana en cada una de las veinte repúblicas. Esto es el feudo colonial del monopolio norteamericano, el «traspatio de su propia casa», su razón de vivir en este momento y su única posibilidad de hacerlo; si todos los pueblos latinoamericanos levantaran la bandera de la dignidad, como Cuba, el monopolio temblaría, tendría que acomodarse a una nueva situación político-económica y a podas sustanciales de sus ganancias. Al monopolio no le gusta podar sus ganancias y el ejemplo cubano -este «mal ejemplo» de dignidad nacional e internacional- está cundiendo entre los países de América. Cada vez que un pueblo desgarrado lanza su grito de liberación, se acusa a Cuba; y es que en alguna forma Cuba es culpable, es culpable porque ha mostrado un camino, el camino de la lucha armada popular contra los ejércitos supuestamente invencibles, el camino de la lucha en los lugares agrestes para desgastar y destruir al enemigo fuera de sus bases; el camino de la dignidad en una palabra. Mal ejemplo el cubano, muy mal ejemplo. No puede dormir tranquilo el monopolio mientras este mal ejemplo permanezca de pie, de frente a los peligros, avanzando hacía el futuro. Hay que destruirlo, gritan sus voceros. Hay que intervenir en ese bastión «comunista», gritan los sirvientes del monopolio disfrazado de representantes a la Cámara. «Nos provoca mucha inquietud la situación cubana», dicen los más ladinos defensores del trust, pero todos sabemos que quieren decir: «Hay que destruirla.» [2]
El complejo entramado político que se desarrolla en el marco de la descolonización hace posible que interpretaciones sobre el imperialismo realizadas por personas con distinta praxis revolucionaria, desde el escritorio o desde la sierra,  la generación de ideas violentistas toma cuerpo en la década de 1960:
De la estrategia de la Contención al inicio de la lucha armada en América Latina.
La perdida de Vietnam por Francia va a ser catalizador de varios movimientos politicos antinorteamericanos en el mundo de fines de 1950. Continuamos con Sartre en su prologo al libro de Fanon:

“La gran victoria del pueblo vietnamita en Dien-Bien-Phu no es ya, estrictamente hablando, una victoria vietnamita. Desde julio de 1954, el problema que se han planteado los pueblos colonialistas ha sido el siguiente: "¿Qué hay que hacer para lograr un Dien-Bien-Phu? ¿Cómo empezar?" Ningún colonizado podía dudar ya de la posibilidad de ese Dien-Bien-Phu. Lo que constituía el problema era la distribución de las fuerzas, su organización, el momento de su entrada en acción. Esta violencia del ambiente no modifica sólo a los colonizados, sino igualmente a los colonialistas que toman conciencia de múltiples Dien-Bien-Phu. Por eso un verdadero pánico ordenado va a apoderarse de los gobiernos colonialistas. Su propósito es tomar la delantera, inclinar hacia la derecha los movimientos de liberación, desarmar al pueblo: descolonicemos rápidamente. Descolonicemos el Congo antes de que se transforme en Argelia. Votemos la ley fundamental para África, formemos la Comunidad, renovemos esta Comunidad, pero, os conjuro, descolonicemos, descolonicemos... Se descoloniza a tal ritmo que se impone la independencia a Houphouet-Boigny. A la estrategia del Dien-Bien-Phu, definida por el colonizado, el colonialista responde con la estrategia del encuadramiento... respetando la soberanía de los Estados.”


El Che en Montevideo


Intentaremos aproximarnos al fundamento violentista, con los fundamentos intelectuales de interpretación ideológica de la Guerra Fría. El propio  Che Guevara en Montevideo sostenía lo siguiente:

“Quisiera también agradecer personalmente al señor Presidente de la Asamblea el obsequio que nos hiciera de las obras completas de Rodó y explicarle que no iniciamos esta alocución con una cita de ese grande americano por dos circunstancias. La primera es que volvimos a Ariel después de muchos años, para buscar algún pasaje que representara, en el momento actual, las ideas de alguien que, más que uruguayo, es americano nuestro, americano del Río Bravo hacia el Sur, pero Rodó manifiesta en todo su Ariel la lucha violenta y las contradicciones de los pueblos latinoamericanos contra la nación que hace cincuenta años ya, también estaba interfiriendo nuestra economía y nuestra libertad política, lo que era impropio citar tratándose de un dueño de la casa.
Y la segunda razón, señor Presidente, es que el Presidente de una de las delegaciones aquí presentes nos hizo el regalo de una cita de Martí para iniciar su intervención. Contestaremos, pues, a Martí con Martí. A Martí con Martí, pero con el Martí antiimperialista y antifeudal, que murió de cara a las balas españolas luchando por la libertad de su patria y tratando de impedir, con la libertad de Cuba, que los Estados Unidos cayeran sobre la América Latina, como escribiera en una de sus últimas cartas.
En aquella Conferencia Monetaria Internacional, que el señor Presidente del Banco Interamericano recordó hablando de los setenta años de espera, en su alocución inaugural, decía Martí:
«Quien dice unión económica, dice unión política. El pueblo que compra manda, el pueblo que vende sirve; hay que equilibrar el comercio para asegurar la libertad; el pueblo que quiere morir, vende a un solo pueblo, y el que quiere salvarse vende a más de uno. El influjo excesivo de un país en el comercio de otro se convierte en influjo político. La política es obra de los hombres, que rinde sus sentimientos. Cuando un pueblo fuerte da de comer a otro se hace servir de él. Cuando un pueblo fuerte quiere dar batalla a otro, compele a la alianza y al servicio a los que necesitan de él. El pueblo que quiere ser libre, sea libre en negocios. Distribuya sus negocios entre otros países igualmente fuertes. Si ha de preferir a alguno, prefiera al que lo necesite menos. Ni uniones de América contra Europa, ni con Europa contra un pueblo de América. El caso geográfico de vivir juntos en América no obliga sino en la mente de algún candidato o algún bachiller a unión política. El comercio va por las vertientes de tierra y agua y detrás de quien tiene algo que cambiar por él, sea monarquía o república. La unión con el mundo, y no con una parte de él; no con una parte de él contra otra. Si algún oficio tiene la familia de repúblicas de América, no es el de ir de arria de una de ellas contra las repúblicas futuras.»
Ese era Martí hace 70 años, señor Presidente.”

Los Estados Unidos y América Latina
La política Norteamericana de "buena vecindad" propuesta por el presidente norteamericano Franklin Delano Roosvelt se completó durante la Segunda Guerra Mundial con la de "defensa hemisférica" ante el nazifascismo. Esto significó una nueva relación con los países latinoamericanos, basada en la diplomacia y la negociación, en vez de la intervención directa frente a la falta de acuerdo.
Durante la guerra, el gobierno y las empresas norteamericanos aprovecharon la debilidad del comercio latinoamericano con Europa, para aumentar su influencia en el continente. La guerra, al desarrollarse en Europa y Asia, no solo que no afectó la producción norteamericana sino que la fortaleció mientras sus principales competidores industriales estaban destruidos. Esto posibilitó un notable incrementando en la venta de insumos destinados a la industrialización, generando una fuerte subordinación tecnológica , al depender las industrias locales de la maquinaria y los repuestos fabricados en los Estados Unidos.
La influencia económica de política de los Estados Unidos en América Latina se expresó en la creación en 1948 de la O.E.A.( Organización de los Estados Americanos) creando una instancia de relación entre los diferentes estados nacionales donde el país del norte hizo sentir su poder de presión. Esto va a repercutir profundamente en las relaciones hemisféricas durante los siguientes 20 años.

Etapas de la violencia en América Latina

Hemos tomado estos datos de trabajos de Martha Harnecker en su ensayo sobre la Historia de la izquierda latinoamericana.
La primera etapa comienza con el triunfo de la Revolución Cubana el 1 de enero de 1959 y se puede subdividir en tres fases: la primera, de gran efervescencia revolucionaria, que va desde el triunfo de la Revolución Cubana hasta la derrota de Allende en Chile; la segunda, de involución y triunfo de las fuerzas conservadoras, que se extiende desde el golpe militar en Chile hasta el triunfo de la Revolución Sandinista; y la tercera, desde esta fecha hasta la caída del socialismo en Europa del Este, en que nuevamente las fuerzas del cambio avanzan, pero ahora fundamentalmente en Centroamérica y Colombia, mientras se produce una lenta y condicionada retirada de los militares a los cuarteles en los países del Sur.

Triunfo de la revolución cubana (1 de enero de 1959)

 La Revolución Cubana triunfa el 1 de enero de 1959, en un contexto de crisis capitalista en nuestro subcontinente y dentro de una correlación mundial de fuerzas que había ido cambiando a favor del campo socialista y los movimientos de liberación nacional en el Tercer Mundo.
.La victoria guerrillera en la isla caribeña despierta la simpatía de la mayor parte de la izquierda occidental, era una luz que asomaba en el  horizonte conservador que entonces se vivía. Tenía todas las cualidades para ser atractiva, especialmente para los jóvenes: espíritu romántico, heroísmo en las montañas, antiguos líderes estudiantiles con la desinteresada generosidad de su juventud -el más viejo apenas pasaba los treinta años-, un pueblo jubiloso en un paraíso turístico tropical que latía a ritmo de rumba (Hobsbawm, 1994, p.439).
Pero no sólo atrae, sino que constituye un gran aliento para las luchas populares porque rompe con dos tipos de fatalismo muy difundidos en la izquierda latinoamericana: uno geográfico y otro de estrategia militar. El primero planteaba que los Estados Unidos no tolerarían una revolución socialista en su área estratégica (Gaspar, 1997, p.9) y Cuba triunfa a noventa millas de sus costas; el segundo sostenía que, dada la sofisticación que habían alcanzado los ejércitos, ya no era posible vencer a un ejército regular y Cuba demuestra que la táctica guerrillera es capaz de ir debilitando el ejército enemigo hasta llegar a liquidarlo. Los jóvenes de izquierda de los sesenta pensamos que íbamos a poder contemplar relativamente pronto una transformación social profunda en nuestros propios países.
 El triunfo del Movimiento 23 de Julio -que es interpretado como una prueba de la eficacia de las armas en manos del pueblo para conseguir la independencia y el desarrollo nacionales- se produce en un momento de gran escepticismo de importantes sectores de la izquierda en relación con las elecciones y la incapacidad de los regímenes democrático- burgueses para mejorar las condiciones de vida del pueblo. No es de extrañar, entonces, que haya inspirado a la intelectualidad militante en un subcontinente de gatillo fácil y donde el valor altruista, especialmente cuando se manifiesta en gestos heroicos es bien recibido (Hobsbawm, 1994, p.439), a la que proporciona contundentes argumentos contra la vía pacífica al socialismo adoptada XXº Congreso del PCUS en 1956 y seguida fielmente por la mayor parte de los partidos comunistas de América Latina. Sin tener en cuenta las condiciones concretas de cada país, la lucha armada llega a ser considerada el camino exclusivo para llevar adelante la revolución. De medio se transforma en fin. Sólo se era consecuentemente revolucionario si se estaba dispuesto a tomar un fusil y partir al monte o a la lucha armada clandestina en las ciudades.  La vía armada era entonces -como sostiene Carlos Vilas- el documento de identidad de una propuesta revolucionaria (1996, p.5). Muy pocos eran los que intentaban agotar primero todos los otros caminos para mostrar a sus pueblos que no eran los revolucionarios los que elegían la violencia, como sabiamente lo hizo Fidel en Cuba (Harnecker, 1986, pp. 46-55), quien poco antes de lanzar la expedición del Granma volvió a plantear a Batista la posibilidad de evitar la guerra si se iba a elecciones verdaderamente libres, para dejar bien claro que la violencia no era elegida por ellos, sino impuesta por el enemigo.
 La polémica con los partidos comunistas, ya señalada, y el hecho de que éstos utilizaran las elecciones como una de las formas principales de lucha, determinó que rechazaran esta forma de lucha. Estaban dispuestos a combinar la lucha armada con la lucha de masas, pero no con la lucha electoral. En esos años cualquier tipo de incursión en el terreno institucional era descartado por completo. La diferenciación entre reformistas y revolucionarios pasaba por su definición a favor o en contra de la utilización inmediata de la lucha armada.
 La primera revolución socialista en el mundo occidental no sólo influyó en el terreno político, sino que también tuvo una gran trascendencia cultural. Su originalidad, el hecho de haber triunfado a pesar de los esquemas establecidos, ayudó a abrir espacio a nuevas ideas y a una renovación del pensamiento social latinoamericano que gracias a esta revolución se tercermundializó.

A modo de conclusión


El foquismo, el nacionalismo y el sentimiento antinorteamericano marcó parte del desarrollo de la violencia en América Latina. Los gobernantes norteamericanos siempre han tenido problemas para entender los nacionalismos en cualquier parte del mundo. Esos movimientos los atribuyen a influencias externas, por ejemplo el comunismo durante la Guerra Fría. En América Latina, la politica del Big Stick dirigida esencialmente hacia Mexico y América Central, generaron grandes resentimientos. La Standard Oil y la United Fruit Company tuvieron, por lo menos una política arrogante. La politica llevada adelante contra el avance comunista hizo confundir cualquier movimiento latinoamericano como inspirado o lisa y llanamente llevado adelante por el Comunismo. Sin embargo podemos afirmar que la espiral de violencia estaba desenrollándose en América Latina. Los actores principales con distintos métodos y convicciones no hicieron otra cosa que acelerar el proceso de enfrentamientos que llevaría a sufrir dictaduras militares en casi todo el Continente. El enfoque de este trabajo se centra en el papel de los Estados Unidos en el desarrollo de la violencia en América Latina, pero no podemos dejar de mencionar que las políticas llevadas adelante por la Unión Soviética frente a los hechos que hemos mencionado,  no favorecieron en nada los intentos de eliminar el violentismo imperante en la región.

 Bibliografía,
Cardoso, Fernando Enrique y Enzo Faletto, Dependencia y desarrollo en América Latina; ensayo de interpretación sociológica, México: Siglo XXI Editores, 1969.
Castañeda, Jorge G., La Utopía desarmada: intrigas, dilemas y promesas de la Izquierda en América Latina. Argentina. Ariel. 1993.
Castañeda, Jorge G., La Vida en Rojo: Una biografía del Che Guevara. Argentina. Espasa. 1997
Galeano, Eduardo, Las venas abiertas de América Latina, México: Siglo XXI Editores, 1985.
Moniz Bandeira, Luis Alberto, La formación del Imperio Americano, Argentina. Grupo Editorial Norma, 2007.
Nieto, Clara. Los Amos de la Guerra: el intervencionismo de Estados Unidos en América Latina. De Eisenhower a G.W.Bush. Barcelona. Debate. 2005.
Otras fuentes.
Merchesi, Aldo. Taller sobre la violencia en América Latina, la Guerra Fría y el papel de los Estados Unidos. Montevideo. Claeh. 2006.
C:\Documents and Settings\Usuario\Mis documentos\Claeh\Estudios Interdisciplinarios de América Latina y el Caribe - Imaginación política del antiimperialismo intelectuales y política en el Cono Sur a fines de los sesenta.mht.
Granma, Cuba. Biblioteca electrónica de textos marxistas. Cuba. 2007





[1] Escrito: 1960. Primera edición: Cuba, 1960. Edición electrónica: Granma Internacional / Biblioteca de Textos Marxistas. Fuente: Biblioteca de Textos Marxistas. Preparado para el MIA: Por Juan R. Fajardo, febrero de 2000.

[2]  Escrito: 1960. Primera edición: Cuba, 1960. Edición electrónica: Granma Internacional / Biblioteca de Textos Marxistas. Fuente: Biblioteca de Textos Marxistas. Preparado para el MIA: Por Juan R. Fajardo, febrero de 2000.